LITERATURA (DE) MUNDIAL
A nadie se le escapa que si comparamos el número de aficionados al fútbol con el de lectores habituales, estos últimos pierden por goleada. Un marcador de escándalo y llorera en el vestuario. Por supuesto, la comparación no solo es inevitablemente injusta para ambas partes, también es innecesaria y absurda. El balón y el libro juegan en ligas distintas y compatibles (aunque probablemente no al mismo tiempo). Donde la literatura exige, el fútbol acoge. Cualquier iletrado puede explicarte un fuera de juego. El contagio del llamado deporte rey reside en la simplicidad de sus reglas y en su democracia: puedes jugarlo sin importar ni tu físico, ni tu bolsillo; además, como todo enfrentamiento entre dos bandos, proporciona integración a un colectivo y colores que seguir, un placebo de identidad. Normal que arrastre a las masas. Lo cual también puede volverse en su contra. Sin ir más lejos, dijo que «el fútbol es popular porque la estupidez es popular». Semejante declaración de boca de un argentino resulta incluso más sorprendente. Opinión similar expresó , aunque matizada: «Yo no odio
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