2
Freud. S. “Sobre la sexualidad femenina”. Obras completas. Buenos Aires, Losada, 1997.
3
Ídem.
Desde la arquitectura teórica que propone Lacan, aparece una postura más
humilde y sencilla que no intenta extraer verdades. Este pensador inmerso en
la corriente más contemporánea al momento de explicar el psicoanálisis,
reflexiona más bien sobre la constitución de un sujeto sumergido en contra de
los principios que guiaron la modernidad6, la razón, la filosofía moderna de
Descartes y el positivismo. El psicoanalista Francés asume una postura
4
Freud. S. “La feminidad”. Obras completas. Buenos Aires, 1993.
5
Véase en Herber Marcuse, quien rescata las pulsiones y la lectura del ser humano desde la evolución situado en la
Horda, su ontogénesis y una teorización filogenética. Un buen ejemplo está en la obra de Freud; “El Tabú al incesto”
donde destaca la función paterna, y también, en sus análisis sobre el totemismo.
6
Algunos de los hitos que dominaron la modernidad son: La revolución francesa, la Ilustración, el desarrollo
tecnológico propio de la Industrialización, entre otros.
En esta misma línea de análisis, plantea que en la premisa del “ser sujeto” no
existen lo que llamamos socialmente “géneros”9, ya que son productos
ideológicos de la sociedad para determinar posiciones de clases, que a modo
del autor, corresponden a la inteligibilidad de encontrar el goce conectado con
el deseo y los fantasmas para explicar en esencia y verdad una humanidad,
por lo que critica vigorosamente aquella pretensión de la psicología
inconsciente que tropezaba con su propia inconsciencia.
7
Miller, Jacques-Alain. El ruiseñor de Lacan. Conferencia inaugural del ICBA. En: Jacques-Alain Miller, Del Edipo a
la sexuación. Colección del Instituto Clínico de Buenos Aires. Buenos Aires: Paidós, 2001.(pp. 245-265)
8
Concepto trabajado en Heideger en su obra Ser y Tiempo, el cual integra al sujeto en su análisis fenomenológico.
9
Incluso, desde la singularidad, asume que no existe relación sexual.
En este sentido, Lacan sugiere que el complejo de Edipo no es más que una
buena historia, una narración, una metáfora, donde lo que verdaderamente
importa es la constitución subjetiva del problema de la castración visto como
un encuentro obligado para todo ser con la falta. A su juicio, el primer otro
materno es fundamental en la falta que experimenta el niño o la niña, porque
él o ella no es todo para la madre y a la madre le falta “algo” que no lo
encuentra a plenitud con el pequeño(a). Es decir, se instala la pregunta; ¿Qué
es lo que el otro quería de mí? (El deseo). Sobre este plano la niña y niño
corresponden a un mismo lugar. En cambio, el nombre del padre alude a la
función de representar la ley simbólica, la separación de la madre y el ingreso
al lenguaje, orden y sociedad. Así, la metáfora paterna es la sustitución de un
elemento por otro, pero la castración, es más bien la separación del vínculo
simbiótico con la madre.
En tal sentido, el ser es preso del fantasma cautivo que en la teoría de Freud
se denominó como principio de realidad. En cambio, el Otro donde la mujer no
existe –metafóricamente- pero está intrínsecamente relacionada, puede tener
relación con la propiedad fálica significante que no tiene significado, cuyo
soporte es, en el caso del hombre, el goce fálico fantasmal de la masturbación
del idiota.
Las mujeres están enalmoradas, es decir, alman el alma. Pero esa alma que
alman en su pareja sólo pueden a conducirla a la histeria, que es hacer de
hombre, y ser por tanto también ella homosexual o fuerasexo. Ese es el
destino mal hecho de la sociedad, crear un fantasma, el amor cortés y la
iracunda inconciencia del discurso científico que no ha contribuido en nada
para arreglar las coordenadas entre la relación hombre y mujer. De lo anterior
se desprende que hay que desmitificar la sexualidad y darle a la relación
sexual que yace de amoralidad, su almoralidad. Donde la relación sexual se
abisma en el sin sentido, mientras que nosotros queremos –a toda costa- darle
sentido; una realidad fantasmática. “Pero, la pregunta parte de que si hay
algo, el goce, y que no es posible decir si la mujer puede decir algo de él: si
puede decir lo que de él sabe”... “Así podría decirse que mientras más se
preste el hombre a que la mujer lo confunda con dios, o sea, con lo que ella
El terreno de las representaciones está muy por debajo del ser, de su goce y
la libertad. Debemos minimizar la brecha entre sujetos y sistemas, y creo que
un punto de partida esencial es encontrar el respeto al goce de la alteridad,
dejarlo gozar sin limitar demasiado el que experimenta el ego. Lo que
proponemos entonces es mayor estabilidad, con un principio que privilegie
aquella diversidad en pos de de una justicia social y equidad, que son los
Freud. S. Más allá del principio del placer. Obras completas. Buenos
Aires, Losada, 1997.
Freud. S. Tres Ensayos para una teoría sexual. Obras completas. Tomo
IX, Buenos Aires, Losada, 1997.
Lacan, J. Aún. El seminario 20. Buenos Aires: Paidós, 1981. Capítulo VII,
“Una carta de almor”