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A ojo

antonio
caballero

El señor Presidente
Al presidente de Colombia, Álvaro Uribe, que le explicaba por qué es
absolutamente necesario que él siga haciéndose reelegir una y otra
vez para 12 o 16 años más (ya lleva siete, habiendo quebrantado la
Constitución para obtener un segundo periodo, y teniendo ya en
marcha dos nuevos quebrantamientos para 2010 y 2014), le dijo el
norteamericano Barack Obama que en los Estados Unidos solía
bastarles con dos presidencias de cuatro años cada una:
–Porque la gente tiende a hartarse.
No mencionó a Franklin Roosevelt, que se quedó tres periodos y
medio, hasta su muerte. Pero sí subrayó que la grandeza de George
Washington, fundador de la república, consistió justamente en haber
sabido irse a su casa a tiempo, para no hartar a la gente. Iniciando así
la tradición (sólo rota por Roosevelt) que distingue a los Estados
Unidos del resto de América, donde lo que se ha usado siempre es lo
mismo que ahora pretende en Colombia Uribe: la presidencia vitalicia.
El ejemplo más acabado es el del guatemalteco Estrada Cabrera,
modelo vivo de la famosa novela de Miguel Ángel Asturias El señor
presidente.
Pero los ha habido en todos los países del continente, desde México
hasta la Argentina. El propio Libertador Simón Bolívar, que no quiso
una corona de rey y un par de veces renunció (después de haberla
ejercido) a la dictadura impuesta por la fuerza, cedió a la tentación
sutil de la reelección presidencial indefinida. Hasta que lo echaron.
El caso más reciente es el del hondureño Manuel Zelaya, echado
también él por el Ejército por haber pretendido hacerse reelegir. Y al
cual ahora el continente entero se empeña en restablecer en el cargo,
desgarrado como está entre dos exigencias contradictorias: la de que
los militares no den golpes de Estado y la de que los civiles no se
queden en el mando para toda la vida.
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