En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue,
como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. (…)
(…)Y siguieron los dos, Augusto y Eugenia, en direcciones contrarias, cortando con sus
almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Porque la calle forma un tejido en que
se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio,
viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela
misteriosa que envuelve las almas de los que pasan. (…)
La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante
Fragmento LLUVIA – FEDERICO GARCIA LORCA
Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas
distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado
de Las 1001 Noches de Weil, ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que
bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó
la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la
puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de
sangre. EL SUR – JORGE LUIS BORGES
PABLO NERUDA
La iglesia de San Bernardo yergue su torre única en la noche: cerrada está la
verja, desierto el atrio y sin más vida que la de sus palmeras desmelenadas al
viento. Adán Buenosayres se ha detenido allí, con el resuello agitado y el
corazón batiente. Prendido a la reja, mira en torno suyo y escucha: nadie y
nada: se han callado las voces y desvanecido las imágenes. Entonces la espesa
nube de sus terrores, angustias y remordimientos estalla en un sollozo que lo
sacude y ahoga, como la náusea de la curtiembre. Luego, sin abandonar la
reja, levanta sus ojos hasta el Cristo de la Mano Rota; y permanece así,
mirándolo y llorando suavemente-ADAN BUENOSAYRES – LEOPOLDO
MARECHAL