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En la literatura, las ideas políticas y los estudios sociales del siglo XIX y
comienzos del XX hubo un fuerte interés por las minorías, las políticas
culturales y las autonomías, interés que viene declinando desde entonces,
como lo ha mostrado Will Kymlicka. (KYMLICKA, 2003, p. 230) Mientras que en
Francia Víctor Hugo indaga por los gitanos de París y por el pueblo bajo que
habla caló, en Alemania e Italia la causa del Estado moderno y unificado está
asociada a políticas culturales, asuntos de unidad o diversidad idiomática,
religiosa, étnica. Otras han sido las prioridades del liberalismo político de la
segunda mitad del siglo XX, al menos por lo que encontramos en sus grandes
pensadores John Rawls y Jürgen Habermas. Visiblemente comprometidos con
la defensa de un sistema político justo frente a las enormes tentaciones
totalitarias que los rodeaban, se concentraron en los principios, las estructuras
y los procedimientos del Estado democrático liberal. Al colapsar el régimen
soviético, ambos, ya viejos, se dieron un tiempo para considerar los asuntos del
derecho internacional, de lo que resultaron dos breves escritos que,
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En el trasfondo de estos contrastes hay una idea muy compleja que queda
apenas mencionada: los deberes del autorrespeto étnico se originan en las
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tener por esto una identidad no intercambiable, porque los claustros y las
academias militares, por más que se solemnicen, no son más que instalaciones
improvisadas en comparación con el hábitat en que se forma un grupo étnico.
Quizás fueron identidades no intercambiables en cierto momento histórico,
cuando no eran profesiones sino estamentos, castas sacerdotales o militares.
Tan pronto sus instituciones dejan de ser fines en sí mismas y pasan a
justificarse por los servicios que prestan a la sociedad, dejan también de
producir identidad no intercambiable. Por lo mismo, el carácter étnico tiende a
transformarse o disolverse en los hijos de los migrantes que se han instalado
en un medio social moderno, en el que todas las organizaciones son
instrumentales.
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vocación ciudadana surge por necesidad del hecho físico del nacimiento.
(HEGEL 1975, § 258) Una vez que la identidad no intercambiable ha quedado
reducida a estas dos precisas instituciones, se hace creíble que la realidad
concreta de las interacciones sociales, entendida como sociedad civil, se
represente como un mundo de identidades relativas, canjeables, alternantes,
en el que no cuentan, no pesan nada, no se perciben siquiera, no existen las
identidades étnicas.
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Barth hace evidente que la interacción tiene costos para la identidad, porque
está llena de intercambios que abren posibilidades, diversifican los contextos
prácticos y relativizan la orientación de la conducta. Todo grupo étnico está
obligado, entonces, a regular las situaciones de contacto, para permitir la
articulación interétnica en ciertos campos de actividad y preservar otros
campos alejados de influencias disolventes. Con las ideas de Weber que
acabamos de referir podemos añadir ahora que la naturaleza ambivalente de la
etnicidad, demasiado difusa para confundirse con una comunidad determinada
y demasiado precisa para confundirse con amplios recursos culturales como la
religión y la lengua, responde precisamente a la función de la articulación
interétnica, pues permite unir por un lado esfuerzos en el terreno de la cultura
material e inmaterial y a la vez cortar por otro lado el acceso a ámbitos sociales
más vulnerables. Por ejemplo, varias etnias pueden permitir la participación de
sus miembros en un mercado multiétnico bajo control estatal de una sola de
ellas, siempre y cuando en ese mercado se respete la diversidad de
costumbres que prevalece en el ámbito doméstico y religioso. (BARTH 1976, p.
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Decir que la identidad étnica tiene una función moral que consiste en proteger
valores no relativizables sería simplificar demasiado. Mientras que por moral
entendemos un conjunto de normas que prohíben o mandan cumplir
determinadas formas de actuar sin importar el contexto, la utilidad o los
resultados, la etnicidad es, como Barth lo muestra, un status o papel social que
acompaña al individuo como su forma de comportarse no intercambiable, que
controla cuáles son las otras personalidades sociales que un individuo puede
asumir y cuáles son las incompatibles con su identidad básica. Similar al sexo y
al rango estamental o casta – Weber dice que es similar al estamento – la
etnicidad acompaña al individuo día y noche, dejándolo participar en ciertas
actividades y alejándolo de otras que rivalizan directamente con las virtudes
distintivas, provenientes del origen de la etnia en un cierto hábitat.
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En todo lo dicho hasta ahora habrá notado el lector que he hecho un esfuerzo
por mantener alejados los problemas que surgen del uso político de los lazos
étnicos, por lo que entiendo que he hecho algunos méritos para ser
considerado por error un romántico trasnochado. Ya veo que se dirigen contra
mí acusaciones terribles, desenmascaradoras, como las que hace Ernest
Gellner en su libro contra el nacionalismo: “Algunas personas prestan colores
románticos a su comunidad, real o supuesta, y al tiempo que abrigan un
prejuicio étnico desean ser justas con todo el mundo. Pero realmente uno no
puede mantener ambas actitudes. La antigua comunidad, íntimamente
agradable, era etnocéntrica y si uno la ama y quiere perpetuarla tal como
verdaderamente es, los prejuicios contra los intrusos y los extranjeros deben
formar parte del programa romántico. Lo malo en el caso del nazismo es que
los nazis fueron demasiado coherentes sobre este punto. La resultante mezcla
de romanticismo centrado en la comunidad y de naturalismo, aunque quizás
nunca formalmente y elegantemente codificada, constituía precisamente la
ideología del nazismo.” (GELLNER, 1993, p. 99) Una manera de eludir el
impacto de esta denuncia sería enfatizar la diferencia weberiana entre etnicidad
y comunidad real, pero eso quitaría a la etnicidad sus implicancias para la
justicia política, limitaría su redescubrimiento filosófico a la elaboración de una
idea moral, por lo demás bastante parecida a la idea aristotélica de ethos. Pero
nuestro estudio de la etnicidad nos obliga a criticar de otro modo al Estado
moderno. El ataque de Gellner incide sobre el hecho de que la identidad étnica
tiene que ser usada en interacciones reales para valer de algo. Los medios de
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Pese a todo, creo que la crítica del nacionalismo ha hecho una importante labor
de limpieza del terreno para el estudio de las adscripciones étnicas y de sus
implicancias éticas y jurídicas. No podemos seguir confundiendo las etnias con
naciones, porque la misma idea de nación implica la supeditación de la
etnicidad a un proyecto político estatal. El nacionalismo es un fruto no deseado
de la Ilustración. Antes de la Revolución Francesa, la palabra “nación” servía
para referirse al conjunto de los nacidos en cierto tiempo o lugar, era algo así
como decir generación. Los ilustrados politizan el término, añadiéndole un
sentido de totalidad y finalidad histórica que antes no tenía. La Nación es la
totalidad de los hijos de los ciudadanos, la masa de cuerpos en permanente
gestación, crecimiento, educación e integración a la ciudadanía que componen
el cuerpo colectivo del Estado. Cada nacional llega al mundo con derechos y
deberes con respecto al Estado, y la educación es el proceso por el que toma
conciencia de ellos. Esta idea de identidad, impuesta a costa de las identidades
étnicas, promueve la cooperación social con el Estado, la participación en los
censos, la tributación masiva e indirecta, el servicio militar obligatorio y la leva
en masa, el fomento natalista de la familia fecunda en hijos, la escolarización y
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Es propio de una antinomia como ésta que cada una de las premisas
enfrentadas sea perfectamente coherente y no contradictoria si la
consideramos por separado. El deseo de suprimir una a favor de la otra no se
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Una plaga casi tan difundida como ésta es la depredación de los pueblos por
grupos políticos armados y vinculados a negocios criminales que se erigen en
protoestado con un discurso revolucionario. Sus víctimas son, en parte,
poblaciones indígenas que han resistido a la expoliación y la dominación en
virtud de sus aptitudes étnicas para vivir en nichos ecológicos difíciles, como en
Perú, y en parte son poblaciones de colonos que han perdido contacto con la
modernidad y se han etnificado, aprendiendo así a mantener una cierta
distancia de valores y fines con el Estado nacional, como sucede en amplias
zonas de Colombia.
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Aquí hay una crítica de las doctrinas políticas. Los Estados modernos
confunden el derecho de visita con un supuesto derecho de conquista. Esta
confusión arraiga en otra, a saber, que los únicos sujetos de derecho son sus
ciudadanos, cuyos intereses comerciales y culturales no tienen límites ante los
habitantes de otras partes del mundo. De las breves páginas de Kant sobre
este tema se desprende que la causa de esta falacia está en una
sobreestimación del derecho del ciudadano. Las factorías, asentamientos y
rutas comerciales se rodean de la inviolabilidad de la soberanía del Estado del
que son miembros sus propietarios, de forma que, por donde el empresario-
ciudadano avanza, todo otro derecho cede ante el suyo. El valor inviolable de la
autonomía política se extiende así fetichistamente a las empresas comerciales
y de toda índole en territorios alejados.
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Pero igual de absurdo por lo menos es pretender usar los medios del Estado,
como la policía y la educación pública obligatoria, para inducir a las personas a
ejercer plenamente las libertades individuales y los derechos políticos. Los
agentes económicos que trabajan para expandir el mercado suelen invocar la
protección legal para irrumpir en las costumbres de sus potenciales
consumidores y bombardearlos con publicidad y estímulos hasta despertar en
ellos un comportamiento consumista. Otro tanto hacen los agentes políticos.
Pero la ley no puede invocarse para amparar estas actividades cuando ellas
configuran una violación al derecho de un grupo étnico a perpetuarse
pacíficamente. Esto se debe a que las libertades jurídicas son meramente
permisivas, no contienen ninguna obligación de ejercer las actividades que
ellas protegen de todo obstáculo.
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