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Acechanza

Caminabas desnuda por la pradera un día de sol, nadie te


miraba, o tal vez te espiaban pero ignorabas su presencia.
Cruzabas un arroyo y tus pies se mojaban por la corriente; el
agua estaba tibia y decidiste que te gustaba el color que tenía. Te
inclinaste a tomar el agua, a dos manos la llevabas a tu boca
como un asirio en el desierto. Dejabas correr el agua por tu
cuello hasta hacerte temblar su afluencia sobre tu pecho y el
rodar hasta caer de nuevo al agua.

Caminabas por la ruta del arroyo y te ibas hundiendo más entre


las aguas estancadas. Te cubrió las rodillas pero no te detuviste
y en dos pasos ya estabas suspendida en el agua. Quisiste nadar,
te hundías hasta el fondo, te llevaba la corriente, te perdías
relajada por la fuerza del caudal, boca arriba casi sin moverte,
casi sin oír nada, con los ojos cerrados y solo la conciencia del
estanque fluía a tu lado.

Escuchaste de repente que el agua sonó, como si alguien


hubiera entrado. Abriste los ojos mirando hacia el cielo y atenta
sentiste ondularse el agua por otra presencia. El que te miraba
entró al agua, pero no hiciste nada, solo supiste que estaba muy
cerca y que por debajo te acechaba sin defensa. Cerraste los ojos
sin miedo y esperaste lo que viniera.

La presencia tocó la planta de tu pie con una ligereza más suave


que el agua, lentamente cruzó tus dedos para seguir por la otra
pierna en gesto de ingenua caricia. No abriste los ojos cuando
en un momento tomó tus tobillos y sentiste los dedos de una
mano y un brazo rozando tu pantorrilla; estaba junto a ti pero
no te permitiste nada. La palma de su mano fue por tu pierna al
muslo sin detenerse y continuó hasta el cuello para devolverse
con el dorso de nuevo. Posó su mano en el centro de tu espalda
para mantenerte a flote y puso la otra en tus rodillas para
ascender con ella por tus muslos, justo por en medio para
estremecerte. Tomaste aire bruscamente mientras él siguió
subiendo por tu cuerpo. Te tocaba como sin tocarte, fluía más
que el arroyo, su tibieza era mayor que la del agua; en tu cuello
la mano se perdió pero seguías sujeta por la espalda.

Alguien respiró junto a tu cara, se juntaron sus labios con los


tuyos, lo besaste, el te tomó de la cintura, quiso sumergirte y en
lo profundo los cuerpos se levantaron. Se juntaron las manos
apretando en procura de retener. Tocaste el fondo del arroyo y
estabas de pie sin dejar de besarlo, pero se acababa el aire y no
querías abrir los ojos. Él quería salir y lo retuviste en el límite
del ahogo.

Abriste los ojos y yo desperté a tu lado, quitaste las cobijas y


salimos a la superficie sin aire, a bebernos el cielo a manos
llenas.

JohnAB © Todos los derechos reservados

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