Creación: El problema del comienzo del universo es de los más oscuros. Unos
pretenden demostrar que el universo ha existido siempre; otros, por el
contrario, que el universo comenzó necesariamente en el tiempo. Los
partidarios de la primera tesis reclaman la autoridad a Aristóteles, pero los
textos del filósofo no son explícitos al respecto.
Entre los numerosos argumentos sobre los que pretenden fundarse
conviene retener, en primer lugar, aquel que nos permitirá penetrar en el
corazón mismo de la dificultad, porque buscará su punto de apoyo en la
omnipotente causalidad del creador.
Poner la causa suficiente es, el mismo tiempo, poner el efecto. Toda
causa cuyo efecto no resulta inmediatamente es una causa no suficiente
porque le falta algo para que pueda producir su efecto. Ahora bien, Dios es la
causa suficiente del mundo, ya sea en tanto que causa final puesto que es el
Soberano Bien, ya sea como causa ejemplar puesto que es la suprema
Sabiduría, o como causa eficiente puesto que es la Omnipotencia. Pero, por
otra parte, sabemos que Dios existe desde toda la eternidad; luego el mundo,
como su misma causa eficiente, existe también desde toda la eternidad. Más
aún, es evidente que el efecto procede de su causa en razón de la acción que
ésta ejerce. Pero la acción de Dios es eterna, sin lo cual admitiríamos que,
estando primeramente en potencia respecto de su acción, Dios es llevado al
acto por algún agente anterior, lo cual es imposible; o bien, perderíamos de
vista que la acción de Dios es su propia sustancia, que es eterna. Por
consiguiente, es necesario que el mundo hay existido siempre.
En el universo, existen criaturas incorruptibles, como los cuerpos
celestes o las sustancias intelectuales, como los cuerpos celestes o las
sustancias intelectuales. Lo incorruptible aquello que es capaz de existir
siempre, no puede ser considerado como unas veces existente y otras no, pues
existe todo el tiempo en el que tenga la fuerza de ser. Todo lo que comienza a
existir entra en la categoría de lo que unas veces existe y otras, no; así pues,
nada de lo que es incorruptible puede tener un comienzo, y podemos concluir
que el universo, fuera del cual las sustancias incorruptibles no tendrían ni lugar
ni razón de ser, existe desde toda la eternidad.
Finalmente se puede deducir la eternidad del mundo de la eternidad del
movimiento. Nada comienza a moverse a no ser porque se encuentra en un
estado diferente de aquel en el que estaba en el instante anterior.
Pero si el movimiento ha existido siempre, es preciso también que haya
existido siempre un móvil, pues el movimiento sólo existe en un móvil. Luego el
universo ha existido siempre.
Estos argumentos se presentan con una apariencia tanto más seductora
cuanto que parecen fundarse en los principios más auténticos del
peripatetismo; no obstante, no hay que considerarlos como concluyentes. Ante
todo, se pueden eliminar los dos últimos por una simple distinción. De que
siempre haya habido movimiento, como acabamos de demostrar, no se sigue
en modo alguno que siempre haya habido un móvil; la única conclusión que
puede legitimar una argumentación semejante es simplemente que siempre ha
habido movimiento a partir del momento en que ha existido un móvil; pero este
móvil no ha podido venir a la existencia más que por vía de creación.
Hay que conceder que lo que es naturalmente capaz de existir siempre
no puede ser considerado como unas veces existiendo y otras, no. Pero no se
debe olvidar, sin embargo, que, para ser capaz de existir siempre, es preciso,
ante todo, que algo exista, y que los seres incorruptibles no pudieron ser tales
antes de existir. Los seres incorruptibles, simplemente, no han comenzado
nunca a existir, sino que no han comenzado a existir por modo de generación
natural, como los entes susceptibles de generación o corrupción. La posibilidad
de su creación se encuentra, pues, enteramente salvaguardada.
Dios no obra por necesidad de naturaleza, sino por libre voluntad. Pero
se puede considerar contradictorio que un Dios omnipotente, inmóvil e
inmutable, haya querido conferir la existencia, en un momento determinado del
tiempo, a un universo que no existía con anterioridad. Ya se sabe que, si se
trata de dar razón de la producción de las criaturas, hay que distinguir entre la
producción de una criatura particular y el éxodo por el que todo el universo ha
salido de Dios.
Dios: Para Santo Tomás de Aquino, el tema Dios es el centro y eje de toda su
investigación y de toda su doctrina, no sólo metafísica. En Aristóteles la
teología era el remate de la filosofía primera; en Tomás también, desde el
punto de vista del sentido interno de su doctrina, pero vista la caos desde el
punto de vista expositivo diríamos que es a la inversa: su metafísica aparece
como un remate de su teología.
Consideraremos en primer lugar las pruebas de la existencia de Dios.
Digamos antes que Tomás rechaza los argumentos de tipo apriorístico, como el
ontológico o anselmiano. A pesar de haber afirmado que la esencia de Dios es
inseparable de su existencia, se opone categóricamente a dar validez a dicha
prueba, acusando de no hacer una adecuada distinción entre lo es “evidente en
sentido absoluto: (notum per se simpliciter) de lo que sólo “es evidente respecto
a nosotros”(quod nos per se notum), de donde resulta que si bien en un sentido
absoluto la existencia de Dios sería evidente, pues “la misma esencia de Dios
es su existencia”, dado que la esencia de Dios es su existencia”, dado que la
esencia de Dios como tal “es desconocida para nosotros, por ser nuestra
mente incapaz de concebirla”, no resulta posible inferir su existencia a partir del
pensamiento de su esencia.
Los argumentos probatorios de la existencia de Dios son
aposteriorísticos. Se trata de las famosas cinco vías (quinque viae). Son las
siguientes:
I. Vía del movimiento (ex parte motus): Todo lo que se mueve es movido
por otro; debe haber un ser que sea fuente primera del movimiento, pero
en sí mismo inmóvil, “un primer motor que no sea movido por otro, y este
primer motor es el que todo el mundo llama Dios”.
II. Vía de la casualidad o causa eficiente (ex ratione causae efficientis):
Todo efecto tiene una causa; debe haber una causa incausada, “una
primera causa eficiente, y ésta es la que todo el mundo llama Dios”.
III. Vía de la necesidad o de la contingencia (ex possibili et necessario):
Todos los seres son contingentes, es decir, no tienen en sí la razón de
su existencia; si no hubiera más que entes contingentes no existiría
nada, por lo que debe haber un ser necesario, “que sea la causa
necesaria respecto de los demás, y este ser es el que todo el mundo
llama Dios”.
IV. Vía de los grados del ser o grados de perfección (ex gradibus
perfectionis): La existencia de diversos grados de perfección y de
valoración exige la existencia de un ser perfecto, especie de sistema de
referencia de todos los grados y valores; “existe, pues, algo que es
causa de lo que hay de ser, bondad y perfección en todos los entes, y
esto es lo que llamamos Dios”.
V. Vía de la finalidad o por el orden del mundo (ex gubernatione
mundi) o prueba teológica: Hay un orden en el universo que exige un
ordenador; los seres desprovistos de inteligencia están ordenados a un
fin; luego debe “existir un ser inteligente, que conduce todas las cosas
naturales a su fin; y a éste lo llamamos Dios”.
Por su ordenamiento y acabada exposición estas cinco vías constituyen
uno de los aportes más sólidos de Tomás de Aquino a la teología natural y, por
ende, a la metafísica.
Son argumentaciones verdaderamente filosóficas que parten no de Dios,
sino del mundo, aplicadas precisamente a hacer inteligible al mundo más que a
explicar a Dios.
En lo que hace a la esencia de Dios, Tomás va mucho más allá del
primer motor inmóvil de Aristóteles y afirma que, además de acto puro,
coinciden en El la esencia y la existencia –según vimos- y no está compuesto
de materia y forma sino que es forma por esencia. De ahí resulta que Dios es lo
que existe de por sí, a se, el ser mismo subsistente (Ipsum esse per se
subsistens) en quien no puede haber accidentes, quien es absolutamente
simple y suma de todas las perfecciones, infinito, inmutable y eterno y creador
exnihilo de todo lo existente, en un acto libre, voluntario y amoroso, creación en
–o con- el tiempo, pero esto último es cuestión de fe y no puede ser
demostrado, como quería San Buenaventura, racionalmente; es además,
conservador del mundo y providente.
El Bien: El bien que hay en una acción humana puede ser examinado desde
cuatro puntos de vista. En primer lugar dicha acción entra en el género acción,
y como toda acción se valora por la perfección del ente que la lleva a cabo; en
la sustancia misma de cualquier acción, hay ya un valor intrínseco que
corresponde a un cierto grado de excelencia y de bondad. En segundo lugar,
las acciones obtienen de su especie lo que tienen de bueno, y como la especie
de cada acción está determinada por su objeto, se sigue que toda acción se
dice buena, desde este nuevo punto de vista, según que tenga o no por punto
de aplicación el objeto que conviene. En tercer lugar, los actos son bueno o
malos en razón de las circunstancias que les acompañan. Una acción no
obtiene su bondad únicamente de su especie, sino también de un gran número
de accidentes. Estos accidentes son las circunstancias debidas, cuya ausencia
basta para hacer mala la acción en la que hacen falta. En cuarto y último lugar;
la acción humana obtiene su bondad de su propio fin.
Felicidad: Para Santo Tomás, la teoría de la felicidad constituye el fin y
conclusión de la ética. Tomás, como Aristóteles, vio la suprema felicidad del
hombre en la intuición contemplativa de la verdad, en el pensamiento del
pensamiento, así Santo Tomás declara: “La esencia de la felicidad consiste en
los actos intelectuales:, porque sólo a través del entendimiento se nos hace
presente el fin supremo de toda nuestra vida, y además es el entendimiento la
más noble facultad del hombre. Tenemos nuevamente el intelectualismo
tomista.