27 de febrero de 2007
Tras la guerra franco-prusiana de 1870, el mundo que se llama civilizado vive una paz
larga que parece definitiva. Hay, por supuesto, guerras marginales en África y Asia,
pero se consideran conflictos inevitables para llevar las luces a pueblos sumidos en la
barbarie. ¿Acaso el misionero no sigue los pasos del guerrero para derramar en las
tierras conquistadas los bienes de la ética y la moral de la cultura blanca?
No importa que hombres cimeros en la historia del pensamiento coloquen con sus obras
cargas de profundidad bajo la línea de flotación de las estructuras sociales. Los grandes
demoledores -Schopenhauer, Nietzsche, Marx, Freud, Darwin- cruzan en algún
momento sus coordenadas vitales con la fecha de nacimiento del esperanto. Pero, por
entonces, son pequeñas voces agoreras que se pierden en el sentimiento general de que
el progreso, tanto material como moral, es ya imparable.
Así pues, cuando tras muchos años de gestación el esperanto ve la luz del mundo en
1887, su nacimiento se debe a un impulso idealista, a una creencia implícita en el
progresivo desarrollo de la fraternidad, y la justicia, como factores paralelos del
progreso material.
Las similitudes entre los dos movimientos son tan fuertes que podría hablarse de una
continuidad entre ellos. El propio Zamenhof, que ya en 1882 aprendió el volapük,
escribía a Schleyer el 27 de noviembre de 1887: "Aprecio su noble deseo de ser útil a la
humanidad. Con mi profundo respeto al autor del volapük, yo trabajo, no contra el
volapük, sino a favor de la idea. Para mí la idea de una lengua internacional es sagrada,
y me sentiré contento y feliz, sea cual sea la que la humanidad adopte."
"Todos tenemos muy presente que, trabajando por el esperanto, no nos movemos por
razones de índole práctica, sino inspirados por el ideal grande y sagrado que la lengua
conlleva. Este ideal, que sentimos muy hondamente, es el de la fraternidad y justicia
entre todos los pueblos.”
Llegamos así a algo inédito hasta entonces: a la pretensión de ver en una lengua un
idealismo intrínseco, una especie de emanación de las más nobles esencias éticas.
"Si por temor a desagradar a esos señores que quieren utilizar el esperanto sólo para
asuntos de tipo práctico vamos a arrancar de nuestros corazones lo más esencial, lo más
sagrado, el ideal que siempre nos ha guiado, entonces, llenos de indignación,
destrozaremos y quemaremos todo lo que hemos escrito por el esperanto,
renunciaremos a los trabajos y sacrificios de toda nuestra vida, tiraremos a lo lejos la
estrella verde que llevamos en la solapa y exclamaremos: “ ¡Con ese esperanto limitado
a los objetivos del comercio y de la utilidad práctica no queremos saber absolutamente
nada!”
La acumulación de todos estos factores conduce al gran cisma del Ido, en 1908. El Ido,
hijo espurio del esperanto, nace por una serie de motivos complejos: por las ambiciones
de protagonismo de un grupo de esperantistas franceses encabezados por Beaufront; por
el deseo de "occidentalizar” el aspecto y la estructura del esperanto; y por distanciarse
de su doctrinarismo. La aventura del Ido concluye en los últimos años de la década de
los veinte, corroído por una fiebre perfeccionista que nunca encuentra el punto de
estabilización.
Ya más cerca de nuestro tiempo, se define y vuelve a definir ese vago concepto
doctrinario llamado esperantismo. Ivo Lapenna, cuya tremenda personalidad se impuso
durante más de veinte años en el movimiento esperantista, define así el mínimo de
elementos consustanciales con el esperantismo: igualdad de todas las razas y naciones;
solidaridad mundial y respeto a los derechos humanos; libertad, porque sólo en un clima
de libertad pueden manifestarse y florecer la igualdad y la solidaridad. Ivo Lapenna se
considera heredero directo de Zamenhof en el campo ideológico y su manera de
interpretar el esperantismo lleva el marchamo de “internacionalismo humanista.”
Vemos pues, que los dogmas del esperantismo han tenido sus herejías y sus réprobos,
como ocurre fatalmente cuando se divaga sobre la manera de llevar a la práctica los
esquemas que tratan de imponer normas ideales a la conducta del hombre y de la
sociedad.
Basta un análisis, aunque sea superficial, del tema, para llegar fácilmente a la
conclusión de que todas las lenguas y por consiguiente también el esperanto, no pueden
ser otra cosa sino simples instrumentos de comunicación y no expresiones peculiares de
principios doctrinarios. Como dice el alemán oriental Blanke, “en la misma lengua se
pueden expresar las ideas más antagónicas. El alemán fue la lengua de Goethe, de
Marx ...y de Hitler”
Pero esta conclusión no despeja el problema de la ideología referida al esperanto. Hay
otro aspecto de la mayor importancia y es el siguiente: si observamos atentamente el
contorno político-social en que se mueve el esperanto, hallaremos una constante
histórica reveladora, a saber: cuando en un país se coarta la libertad y se imponen
normas dictatoriales y exclusivismos nacionalistas y racistas, la lengua internacional se
marchita y muere.
Hemos de concluir, pues, que aunque el esperanto, como lengua, no constituye "per se"
una ideología, sí necesita moverse y respirar dentro de un determinado contexto
político-social en el que pueda desarrollarse y alcanzar sus fines.
El tiempo y la experiencia nos han demostrado que sólo en una sociedad en la que
imperan los principios del liberalismo que, por otra parte, son los que mejor garantizan
los derechos inalienables del hombre, encuentra el esperanto su mejor caldo de cultivo y
sus mayores posibilidades de progreso.
Diremos pues, que el esperanto necesita del liberalismo como premisa de su propia
supervivencia. Y que al margen de ello, cada persona le añade determinados conceptos
aleatorios con arreglo a sus creencias previas o a sus particulares experiencias en el uso
del idioma.
Por suerte, junto a este doctrinarismo, en parte laudable y respetable, pero inoportuno en
sus maneras de manifestarse y en su afán de protagonismo, comenzó a movilizarse un
idealismo de tipo práctico ( y valga la aparente contradicción de los términos), puesto
que se centraba en el exclusivo afán de potenciar al máximo las cualidades y las
posibilidades de la lengua, es decir, de procurar su triunfo gracias a sus valores
intrínsecos, no a consideraciones de tipo ideológico. A esta actitud hay que denominarla
idealista, porque se necesita una fuerte dosis de idealismo para, desdeñando mejores
oportunidades en la vida, dedicarse a una actividad que no da dinero ni prestigio.
Gracias a este tipo de idealismo, cuyos máximos exponentes pudieran ser el polaco
Kabe, el francés Waringhien, los húngaros Baghy y Kalocsay y el inglés Auld, entre
otros muchos, la lengua esperanto alcanza ya una madurez y una riqueza que la hacen
apta para los más arduos empeños. Este idealismo, circunscrito a la lengua como
fenómeno cultural y social, abre nuevos horizontes no sólo en el campo de su
consolidación literaria, sino también en el de su paulatina aceptación por parte de
amplios sectores, que antes la ignoraban o la ridiculizaban. En contraste, la insistencia
en propagar un aparato doctrinario paralelo a la lengua puede estorbar y perjudicar,
como efectivamente así ha ocurrido, al desarrollo del esperanto, al tiempo que fomenta
su descrédito.
Fin amargo, porque el estallido de la primera guerra mundial hizo añicos el entramado
de sus sueños.