Adiós al
sermón
En su laberinto del fauno Guillermo del Toro
contrapuntea visiones disímbolas de la vida, ha-
ciendo coexistir la crueldad de la guerra con un
fantástico reino de sueños; su filme flota en poé-
tico equilibrio de sangre y dientes derramados
sobre una verde colina de hadas. La literatura en
nuestra lengua también ha recreado mitologías y
contraposiciones semejantes, como es por su-
puesto el Quijote entero o esas lúdicas historias
de cronopios y famas de Julio Cortázar. Son esas
cosmovisiones -conjuntamente con la de Del To-
ro- las que muestran la dramática lucha por la li-
bertad en un mundo cada vez más en conflicto;
mostrarlo sin intenciones didácticas o moralizan-
tes eleva el discurso a la altura del arte.
Ese amigo que se divorció el año pasado su-
cumbió de inmediato a las mieles del placer, -se-
gún me ha dicho- la recién readquirida soltería
así lo ameritaba. El caso es que su comporta-
miento levantó enseguida rumores entre un
grupo de conocidos, e incluso más de una amiga
moralina intentó hablarle sobre recapacitar, la
familia, ese tipo de cosas. Justamente, hace ape-
nas algunas semanas, el amigo en cuestión me
dijo algo así como que lo más molesto de la vida
eran los sermones; personalmente no puedo es-
tar más de acuerdo. ¿Quien es quien para ser-
monear a un cualquiera?
Precisamente en su filme Del Toro castiga a
los que hacen el mal con el olvido, con la no-exis-
tencia incluso ante sus propios hijos; nadie los ve-
rá y nadie más sabrá de ellos. Por otra parte, el
bando de su simpatía es premiado con dejar en el
mundo huellas visibles, aunque sean sólo para
quien quiera mirarlas. Para él los primeros no
existen, mientras los segundos requieren de la
colaboración de un tercero; entre la no-existencia
de unos y el legado de los otros sólo media el va-
cío. De la transposición de lo anterior al drama es-
pecífico del Laberinto del Fauno, en ese contexto
de la guerra civil española, resulta un discurso
donde los franquistas han caído en el olvido,
mientras del bando opuesto conservamos las his-
torias de heroísmo, de solidaridad y de lucha, que
ahora salen a la luz porque el comportamiento de
la taquilla es el que manda. Obviamente esos, los
que llevaron a Federico García Lorca al barranco
de Viznar, son unos animales, mas contextualizar
toda la exquisita poesía del fauno (la cosmovisión
de Del Toro) al caso específico, reduce el filme al
mismo sermón historicista y moralizante del cual
hace tiempo que estamos cansados.