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¡Como me duele la muerte de Don Rodrigo!

¡Cuanto pierde Costa Rica, cuanto perdemos todos!

A Don Rodrigo Carazo lo conocí en mi juventud. Mi primer contacto


con él fue la lucha contra ALCOA. No me perdía los foros, y las
mesas redondas sobre este tema en la Universidad de Costa Rica.

Posteriormente fue mi profesor de “Historia de las Instituciones de


Costa Rica” en la UCR, excelente profesor, disfrute todas y cada una
de sus clases. Recuerdo muy bien que cuando inicio su primera
campaña, ya ido de Liberación Nacional, le ofrecí mi trabajo
voluntario los sábados por la mañana como secretaria. Me aceptó, y
así fui varios sábados a su oficina. Se sabía los nombres de “todo
el mundo” de memoria, toda gente de muy largo, muy sencilla, de la
mayoría se sabía los dos apellidos. Me dictaba las cartas, yo se
las pasaba a máquina, él las revisaba, yo corregía y él firmaba.
Siempre un caballero, siempre un señor.

La vida me llevó por otros lares, sin embargo, siempre el saludo con
mucho cariño. Cuando se hizo una reunión política, durante su
campaña, en Guadalupe, la reunión fue a cuatro puertas de mi
casa, desde luego que allí estaba yo. Mientras él hablaba en el local
donde no cabía un alma más; afuera sentadas en el borde del caño,
con tremendo dolor en los pies por estar de pie, su madre y yo.
Recuerdo que conversamos de todo. Una señora muy amena,
divertida, accesible,- como siempre lo fue él- de voz ronqueta.

Años más tarde, ya siendo presidente, en una guardia mía, tarde en


la noche, en el Hospital San Juan de Dios, venía yo por uno de los
pasillos que conducen hacia las pensiones que tenía antes el
hospital, cuando: sorpresa, apareció por allí. ¿Señor Presidente,
que hace usted por aquí? Después de un abrazo y beso en la mejilla,
me dijo: “es mi mamá, está aquí”. Le ofrecí mis humildes servicios
de estudiante de medicina, qué más podía hacer. Poquito tiempo
después me enteré que la señora que había fallecido.
Con que placer me llené la boca una y mil veces en el exterior
cuando hablaba de Costa Rica diciendo que en mi país, un ex
presidente de la República llamado Rodrigo Carazo Odio, contestaba
personalmente el teléfono, abría él la puerta de su casa, que
cualquiera la podía tocar, que me encontraba a su esposa, Doña
Estrella, con mucha frecuencia en el supermercado, y nos
deteníamos a conversar y que siempre que le pedí ayuda, me la
daba.

Cuando decidí hacer cuidados paliativos, al primero que le solicite


ayuda fue a él. Estaba por entonces en la Universidad de la Paz,
sabía que viajaba mucho, le conté lo que me había pasado, y porque
quería estudiar medicina paliativa. Le dije que tal vez él conocía a
alguien en Nueva York que me pudiera ayudar. Me prometió abrir los
ojos y ver que aparecía. Un tiempo después, me buscaba para
invitarme a cenar a su casa pues una señora de Nueva York donaría
el busto de Ben Gurión en la Universidad para la Paz y estaba
vinculada a algo parecido a lo que yo quería estudiar en su país.
Resulto ser la señora Kaplan, quien luego se convertiría en una de
mis mejores amigas en USA. Fui a su casa esa noche, comida muy
sencilla, me metí a la cocina con Doña Estrella a ayudarle a servir
pues la señora que le ayudaba en la casa, no estaba esa noche.
Hablamos y la señora Kaplan prometió ponerme en contacto con
otra señora que sí estaba vinculada mucho más que ella con la
medicina paliativa. Así fue. Hoy esa otra señora es mi segunda
mamá. La quiero entrañablemente. Tenemos más de 20 años de
amistad, y la visito todos los años. Con ella celebro la fiesta de
Hannuka, el año nuevo judío, y la Pascua judía.

Ese era don Rodrigo. ¿Cuántas veces le pedí ayuda? Bastantes.


“Don Rodrigo, hay un proyecto en la Asamblea Legislativa….
Figúrese que…., no cree usted que podría ayudarme haciendo
que…… Siempre con su hermosa y franca sonrisa. Siempre frontal,
siempre diciendo lo que sentía y pensaba.

Hace muy poco mi hija se fue a la India, entre otras cosas a conocer
al Dalai Lama. “Mamá no crees vos que don Rodrigo Carazo me
recibiría para…. Porque…..” “Idiay mi hijita, llámelo, dígale que es
mi hija, y lo que necesita” luego “Mamá que señor más pura vida.
Me habló del Dalai Lama y me dijo que procurara estar lo más cerca
de él que pudiera. Que podría sentir la paz que trasmitía.” Así fue. Y
quedó encantada mi hija con Don Rodrigo, como yo muchos años
antes.

Ese era don Rodrigo. Cuando fui electa como Defensora, al inicio,
conformé un grupo selecto de personas, a las que nombré como
amigos de la Defensoría. Quería, necesitaba escuchar muchas
opiniones, de todos los sectores e ideologías. Allí estuvo, listo para
darme su opinión y su ayuda si se la pedía.

Ese era don Rodrigo. Fue bastión de la lucha por Costa Rica. Fue
valiente, dijo lo que pensaba, pero sobre todo, era consecuente. Lo
que pensaba siempre estaba en relación a lo que actuaba. Se sabía
dónde estaba parado. No doble discurso, no doble moral.
Consecuente, congruente siempre en su amor por Costa Rica, por
los derechos humanos, por la paz, siempre en defensa de esta tierra
y de los derechos de las futuras generaciones. Ese era don Rodrigo
y se nos fue. No comprendo a veces los designios del SEÑOR. Se
nos van los buenos, los queridos, los valientes, los de una sola
pieza, los de luz propia. Pobrecita Costa Rica, ha perdido a uno de
sus más grandes defensores. A un pre claro patriota. ¡Cómo nos
hará falta! ¿A dónde volver la vista, cuando se necesite dirección
para los asuntos de la Patria?

No quiero escribir más. Sólo quiero llorar. Quiero llorarlo, como


costarricense, como ciudadana, como pupila, como amiga, como
habitante común y corriente que tuvo el honor de conocerlo y recibir
como muchos miles su ayuda, su respeto, pero sobre todo su
amistad. Que Dios lo bendiga, don Rodrigo.

Lisbeth Quesada Tristán

Ex Defensora de los Habitantes de la República

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