La palabra “santificar”, como se usa en la Biblia tiene dos sentidos bien claros. El
primero tiene que ver con el acto de separar o apartar algo o a alguien de todo lo demás, tal
como se hizo con los levitas (Números 8: 5-16; véase también 1 Tesalonicenses 4:3). El
segundo significado es el que se refiere a la consagración de algo o alguien para el servicio
de Dios. Esto se expresa muy bien en Romanos 12:1,2.
1. Es santificado todo aquel que recibe a Jesucristo como Salvador de su vida. Pablo
llama a los que han dado ese paso “santos” (1 Corintios 1:2-9). Esta condición se da
en el creyente desde el momento de su conversión (1 Corintios 6:11):
2. Sin embargo, la santificación es una obra progresiva del Espíritu Santo en el creyente
(2 Corintios 3:18).
Como podemos ver la santificación, como obra divina es un acto por el cual el
creyente queda en condición de santo desde su conversión. Pero también hay bases
bíblicas para concebirla como un proceso continuo y progresivo. Esto quiere decir que
el creyente deberá esforzarse por perfeccionar la obra inmediata que realizó en él el
Espíritu Santo en el momento de la conversión (2 Corintios 7:1).
1. Dios es santo y quiere que sus hijos también lo sean (Levíticos 11:44; 19:2; 20:26; 1
Pedro 1:15,16).
2. Sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14).
3. La voluntad de Dios es que todos sus hijos seamos santificados (1 Tesalonicenses
4:3).
4. El propósito final de Dios es que seamos semejantes a Jesucristo especialmente en
santidad (Romanos 8:29).
V. Resultados de la santificación