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La falacia de la novela policial como literatura social

Por Luis Alberto Maira


(Publicado en el blog http://letrasglobales.wordpress.com)

Lo fundamental del pensamiento de Borges sobre la novela policial puede encontrarse


en tres artículos suyos sobre Chesterton. Definitivamente, Borges aboga por un relato
policial casi metafísico. Ensalza al razonador puro Auguste Dupin y con algo de dolor
desprecia a Sherlock Holmes, que para hacer su trabajo se ve obligado a realizar
algunas comprobaciones materiales (huellas, rastros de barro, etc). Más sedentario,
Dupin resuelve los misterios fumando pipa frente al fuego.

Es importante citar aquí el pensamiento de Borges, porque la respetabilidad de la


novela policial en los cenáculos hispanoamericanos se debe principalmente a él y a su
sidekick Adolfo Bioy Casares. Es importante porque en el último tiempo el fenómeno
del policial en español ha ido por otros derroteros, tal vez no los más recomendables:
la novela negra entendida como “literatura social”.

La novela negra -con la que muchos hispanoamericanos parecen tener cierta fijación-
puede (o no) ser un subgénero: desde el punto de vista comercial, lo fue en sus
inicios; la zona de confluencia era la revista Black Mask, que, como ha observado
Chandler, exigía seguir una fórmula y abusaba de las portadas escandalosas.

Pero lo que fascina y gana nuevos adeptos hasta hoy es un cierto discurso narrativo
que, reconociendo alguna deuda con las novelas del oeste, tuvo precursores en Carrol
John Daly y Dashiell Hammet y su culminación en Raymond Chandler. No sé si
Chandler quería hacer “literatura social”; mi impresión, al leer su correspondencia, es
que, ya cerca de la cincuentena (es decir, antes de debutar como escritor de novelas),
solo quería dar salida a su rabia y a su desprecio por ciertos tipos humanos y escribir
sin las ridiculeces en que estaba cayendo el policial británico.

Como la de Borges, la voz de Chandler es contagiosa; escucharla condena a la


imitación. En Latinoamérica, la propagación del virus ha adquirido proporciones
alarmantes. El año pasado leí un artículo académico en que se reproducía un
fragmento de una novela policial, sin mencionar, al principio, título ni autor. Un tipo se
despertaba a mediodía con resaca y algunos machucones, y formulaba un par de
comentarios ácidos, desengañados, sobre su realidad inmediata. Parecía Chandler,
pero en realidad era un autor de Brasil, cuyo nombre he olvidado (por fortuna no se
trataba del entrañable Rubem Fonseca).

Lo que se está escribiendo en Latinoamérica y España sobre el policial parece sugerir


que el centro de gravedad del género ha cambiado. Pero no es así. Lo dicho por Borges
sigue siendo cierto: la literatura policial es fundementalmente un ejercicio de las
literaturas de lengua inglesa. Cuando en los círculos literarios internacionales se habla
de “crime fiction” rara vez se sale de los límites del english speaking world.

¿Por qué digo que el policial en español va por derroteros poco recomendables? Por la
frecuencia con que se escucha la cantinela de que “la novela negra es la nueva novela
social” y que “está siendo usada para investigar la realidad”, entre otros tópicos ya
intragables. A los severos autores latinoamericanos les encanta referirse a su trabajo
en estos términos, tal vez porque en nuestra área idiomática no existe una verdadera
y buena literatura de entretención. Los anglosajones, en cambio, no tienen mayores
complejos. John Banville, un premiado y prestigioso autor irlandés de “literatura seria”,
lleva años escribiendo bajo el pseudónimo de Benjamin Black novelas policiales que se
venden como pan caliente y además obtienen críticas elogiosas. Su intención no es
esconderse, sino cultivar una personalidad literaria distinta de la principal.

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