I.- Introducción
de España existían tres instituciones que eran la clave en la que se apoyaba nuestro
devenir histórico y que eran, por tanto, connaturales a nuestra forma de ser, algo casi
como si fueran de origen genético. Estas instituciones son: la Monarquía, las Cor-
tes, depositarias junto con el Rey de la soberanía nacional, y la Religión católica.
Cánovas, en su análisis de España, explicaba que las grandes alteraciones en nuestro
país se habían producido cuando estas instituciones habían fallado por diversas cau-
sas: la I República, el desgobierno de Carlos IV, el absolutismo que al no convocar
Cortes había provocado, siquiera de forma indirecta, las guerras carlistas, y los males
que habían traído a España los liberales masones y protestantes procedentes de otros
países. La síntesis está un poco exagerada, pero es bastante acertada
el equilibrio de las fuerzas del poder: Cánovas afirma que para conseguir la estabi-
lidad política y con ella el desarrollo social y económico, las fuerzas sobre las que
descansa el poder deben estar en equilibrio. Concibe una especie de balanza con dos
platillos en los que en uno se deposita el par (de fuerzas) ejecutante que son los par-
tidos políticos y en el otro platillo el par (de fuerzas) depositario de la soberanía. Si
hablamos de 2 pares de fuerza hablamos de 4 fuerzas: 2 partidos políticos - Liberal y
Conservador -, y el Rey y las Cortes. No se opone a que haya más partidos, pero
con dos es más fácil gobernar siempre que lleven a cabo una política pensando en
España y no en sus intereses partidistas. Es el turno de partidos, según el cual, cada
cierto tiempo, de forma casi automática, se relevaban en el poder los dos grandes par-
tidos presididos por sus líderes natos Antonio Cánovas del Castillo - Conservador
- y Práxedes Mateo Sagasta - Liberal -.
La constitución escrita: fue la Constitución de 1876, deliberadamente ambigua
para concitar el apoyo de todos los políticos y de los diputados tanto monárquicos al-
fonsinos, como carlistas, como republicanos, de forma que los “grandes problemas”
se solucionaran en las leyes que desarrollaran la constitución.
Política Interior
Los gobiernos de rey tuvieron que hacerse cargo de dos problemas heredados, y
otros dos nuevos, además de poner en marcha la máquina burocrática del turnismo y
aprobar la legislación correspondiente, comenzando por la Constitución.
Características :
ambigüedad, otros hablan de la gran flexibilidad del texto. Sólo era taxativa en cuan-
to al principio monárquico y a la soberanía compartida
régimen político: monarquía
soberanía: compartida, el Rey y las Cortes
división de poderes: si, pero entre ellos hay “colaboración y equilibrio”;
ejecutivo el Rey que nombra al presidente del gobierno y a los ministros;
legislativo: bicameral; parte de los senadores lo son por designación real y otros vita-
licios, el resto son elegidos mediante el voto
judicial: los tribunales
declaración de derechos: amplia, sin exagerar. Se mantiene el derecho a la fundación
de centros escolares - Institución Libre de Enseñanza -; con respecto a la libertad re-
ligiosa, el Estado se manifiesta confesional, y se obliga a mantener al clero, pero se
permite la práctica privada de otras religiones.
Sufragio: censitario; universal desde 1888
Esta constitución estará en vigor hasta 1923 cuando sea suspendida por la Dictadura,
y de nuevo entre 1929 a 1931 con la proclamación de la II República.
2 .- El turno pacífico
Es difícil comprender como triunfó en España la dinámica del turno pacífico inspi-
rado en el británico.
Para lograrlo Cánovas contó con la colaboración y apoyo de Sagasta que aceptó, tras
una serie de conversaciones con Cánovas, la fundación y el liderazgo del que sería el
Partido Liberal. Ambos, Liberal y Conservador, se turnarán en el poder de forma
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Cuando desaparezca el gran hacedor del sistema, Cánovas, todo entrará en crisis;
casualmente coincidirá con el comienzo del siglo XX. Los líderes políticos del XX
no aceptaban esta dinámica, ni tenían el carisma de Cánovas o Sagasta.
3 .- Problemas heredados:
La tercera guerra carlista: con el rey en el frente Norte, se consiguió infundir moral
a las tropas y la campaña militar finalizó en febrero de 1876.
La guerra de Cuba: llamada guerra larga o guerra de los 10 años porque fue co-
menzada en 1868; debido a los avatares de aquellos años, no se hizo casi nada por
acabarla. El inicio de la guerra estaba causado por la reivindicación de la abolición de
la esclavitud y el deseo de independencia, aunque se hubieran conformado con me-
nos. La insurrección había comenzado con el grito de Yara, promovido por grupos de
la burguesía con líderes como Máximo Gómez o Calixto García. Los insurgentes
siempre estuvieron ayudados por los norteamericanos. El hecho es que cuando Al-
fonso XII llegó al trono, Cánovas decidió que era el momento de acabar con aquello
y se envió al general Arsenio Martínez Campos como capitán general de la isla.
Éste, uniendo las batallas al diálogo, consiguió pactar con los insurrectos y llegar a
un acuerdo: el llamado acuerdo, tratado o paz de Zanjón (1878) por el cual se ponía
fin a las hostilidades y Martínez Campos se comprometía formalmente a lograr que
Madrid concediera la autonomía a la isla, cuyos representantes formarían parte de las
Cortes y la abolición de la esclavitud. El problema fue que en Madrid, cuando se
comenzó a discutir el acuerdo de Zanjón, se acordó abolir la esclavitud, pero lo de la
autonomía sonó a “músicas celestiales” lo que provocó la reanudación de la guerra
años después, ya muerto Alfonso XII.
4 .- Problemas nuevos:
El movimiento obrero
(véase tema correspondiente)
Los regionalismos (hoy nacionalismos).
Estos movimientos regionales, en el siglo XIX, fueron eso: regionales, no otra cosa y
jamás conviene exagerar o manipular los hechos. Sus inicios se corresponden, efectiva-
mente, con el reinado de Alfonso XII, y por ello está aquí, pero su desarrollo y su con-
versión en “problema” (vasco, catalán) es propio del siglo XX. Por tanto, aunque aquí se
siga todo su desarrollo hasta los comienzos del siglo XX - reinado de Alfonso XIII -,
hay que tener muy en cuenta la fechas.
A mediados el siglo XIX la recuperación lingüística, cultural e histórica se consolidó
de forma clara en las Vascongadas y Cataluña; otras regiones, como Galicia, también
tuvieron su momento de galleguismo cultural - Rosalía de Castro - , pero no se llegó a
un regionalismo político hasta bien entrado el reinado de Alfonso XIII. Por tanto nos
centraremos en el País Vasco y Cataluña.
exterior, se sienten enemigos unos de otros”, situación que alterna con épocas de gran
solidaridad y entusiasmo en común. El último precedente de esta situación fue el canto-
nalismo de 1873. Ahora bien, el regionalismo - nacionalismo de la Restauración es dis-
tinto por cuanto la insolidaridad reviste un carácter regionalista en lo geográfico y na-
cionalista en lo visceral; el rasgo más genuino de esta época es el separatismo, o si se
prefiere, el prurito diferenciador entre la autonomía que se pretende (nosotros) y España
(ellos). En la actualidad se puede observar este hecho mucho más radicalizado en algu-
nos casos en los que se emplea el terror para conseguirlo.
Stanley Payne pone de relieve una carácter peculiar de los primeros regionalismos
españoles: nacen antes en las zonas más desarrolladas. Lo normal es lo contrario. Aquí
predominan los separatismos de las zonas más ricas. La clave radica, según Payne, en la
propia modernización que, con sus contactos con el exterior (Europa) y su tendencia a
formas de vida éstandar (hoy decimos occidentales) pone en peligro su idiosincrasia.
Entonces surge un movimiento de afirmación de la propia identidad que no va contra la
industrialización, sino contra lo que se cree el instrumento de la estandarización: el go-
bierno central o el poder central como se quiera llamar. Son movimientos tradicionalis-
tas(de derechas) sólo avanzado ya el XX, exclusivamente en algunos casos, serán capta-
dos, del todo o en parte, por movimientos de izquierda.
El nacionalismo catalán
Suele admitirse que el catalanismo surge de 4 corrientes distintas, que con el tiempo
llegarán a constituir una sola:
el proteccionismo es una tendencia muy antigua que Cataluña encabezó, por
lo menos desde 1832, en defensa de su industria contra la competencia extra-
njera. A mediados del XIX surgió un fuerte movimiento proteccionista, apo-
yado en el capitalismo catalán. Deducción: parte de la burguesía es catalanis-
ta.
el federalismo comienza a ser válido cuando se pasa de Pi y Margall, utópi-
co, a Valentín Almirall que fundó en 1879 el Diari català, en 1880 reunió el
primer congreso catalanista y en 1885 consiguió entregar a Alfonso XII un
“memorial de agravios”(se llamaba así en la Edad Media el informe que pre-
sentaban al rey de Aragón, reunidas en Cortes las tres coronas, los represen-
tantes del estado llano) De Almirall nació el lema Cataluña y adelante, hoy,
mañana y siempre.
el elemento tradicional viene de una parte del carlismo y su valoración de los
fueros, y de otra del renacimiento del pensamiento católico. Se llega a afirma
por parte de algún representante de esta corriente que “Cataluña e Iglesia son
dos cosas imposibles de separar” y que “la Iglesia es regionalista porque es
eterna”.
el renacimiento cultural va unido al movimiento de la Renaixença, un fuerte
movimiento de carácter romántico con escritores capaces de revalorizar la
lengua catalana. En 1859 se reanudó la tradición de los jocs florals (juegos
florales). En la 2ª mitad del siglo Jacinto Verdaguer - La Atlántida - y
Guimerá alcanzan la máxima cota del catalán escrito. Más tarde, a fines del
XIX otro grupo de literatos modernistas, entre los cuales Joan Maragall -
Oda a la Patria - y Rusiñol ingresarán en el catalanismo activo.
Entre los jalones iniciales tenemos la fundación , en 1877 de la Lliga de Cataluña,
un grupo romántico y tradicional. En 1891 la Unió Catalanista. En 1892, miembros de
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estos grupos redactaron las Bases de Manresa, en las que se aprecia un catalanismo
basado en lo tradicional, lo corporativo, y lo familiar.
Prat de la Riba, será el que, en el quicio de los dos siglos (XIX-XX), refundiría
todos los catalanismos en uno. El origen de su planteamiento estriba en la diferencia que
establece entre Estado y Nación, diferencia que existe en la realidad y que hasta la ac-
tual Constitución de 1978 no había sido recogida por ninguna legislación. Soñaba con
una gran Confederación Ibérica que englobaría, también, a Portugal y la Provenza. Su
papel histórico se limitó a sentar las bases definitivas del catalanismo: a inspiración suya
nació en 1901, el 12 de abril, la Lliga Regionalista, que comenzó a funcionar como
partido político. El artículo 1 de sus estatutos es muy claro: “trabajar por todos los me-
dios posibles para conseguir la autonomía del pueblo catalán dentro del Estado espa-
ñol”. No son separatistas, quieren la autonomía. En las elecciones legislativas de aquel
año resultaron elegidos los 4 primeros diputados catalanistas.
Seguidor de Prat de la Riba, ya en pleno siglo XX, será Francisco Cambó miembro
fundador de Solidaridad Catalana, que llegó a ser ministro durante el reinado de Al-
fonso XIII, no sólo por talento y preparación, sino, sobre todo, por su catalanismo mili-
tante. Murió poco después de terminada la Guerra Civil en el exilio.
En cuanto a su adscripción política, la Lliga es el partido de la burguesía catalana,
un partido de derecha. (Su continuación actual es CIU)
El nacionalismo vasco
con el nombre de Día de la Patria Vasca, el Aberri Eguna, que claro, cada año varía
dependiendo de cuando sea el domingo de Resurrección.
Bien pues si los vascos no son españoles, ¿qué son?, pues vascos; por tanto, deben
vivir, hablar, bailar, trabajar, comer, cantar, etc, como los vascos de antaño. Deben huir
de todo lo que sea “español” porque corrompe lo vasco y pervierte todo. Ejemplo: las
danzas tradicionales vascas son danzas guerreras, por eso bailan hombres, por ejemplo
el aurresku, bueno pues los “extranjeros”- maketos - han introducido el baile agarrao
(chico y chica) y eso pervierte la moral de las señoritas vascas que son muy, pero que
muy, decentes. Este ejemplo, es eso, un ejemplo, hay muchos más, pero por un señor -
don Sabino Arana - no se puede ni se debe juzgar a todos los vascos.
En un viaje a Cataluña entró en contacto con la obra literaria de Almirall, lo que
terminó de decidirle a dedicar todos sus esfuerzos a la defensa de su patria vasca, del
País Vasco, de Euskal Herría (jamás de Euzkadi, esto es un invento de los políticos ac-
tuales). Elaboró la primera gramática del euskara (no es euskera, esto es la versión ac-
tual en la que aparecen palabras como “telefonea”, es decir, “teléfono”), una monumen-
tal enciclopedia del vasquismo y fundó lo que podríamos llamar unas sociedades de
amigos en las que se dedicaban a fomentar el mantenimiento de todas las tradiciones
vascas; (anécdota: en Bilbao les echaron del piso que tenían alquilado porque al bailar,
con los brincos que pegan los dantzaris, se movían las lámparas del piso inferior).
En 1893, un grupo de amigos, visto el gran cariño que demostraba a su tierra, deci-
dieron hacerle un homenaje en Begoña, y cuando Sabino, a los postres, les propuso fun-
dar un movimiento independentista, los demás se quedaron asombrados y no le apoya-
ron.
El mismo año, fundó una revista, Bizkaitarra (Vizcaíno), al año siguiente con unos
cuantos seguidores, se estableció la Euskeldun Batzokija, o Junta Vasca. Meses más
tarde quemaron en Guernica la primera bandera española. En 1895 fundó el Bizkai Buru
Batzar, del que derivó, en fecha incierta el Partido Nacionalista Vasco.
Ideología: independentistas, republicanos, tradicionalistas y católicos. Lema: Jaun-
goikoa ta Lagi Zarra (Dios y Fueros). El vasquismo, al igual que el catalanismo, nacía
como lo que hoy entenderíamos como un movimiento de extrema derecha, aunque su
sentido exacto sea muy difícil de definir y exija muchísima prudencia.
No tuvo gran importancia desde el punto de vista político; alcanzaron algunas alcald-
ías, pero no llegaron al Congreso de los Diputados, aunque sí en las Diputaciones vas-
cas. A comienzos del XX, en vista de que no conseguía representación numerosa en las
Diputaciones y menos en Madrid, Arana abandonó el separatismo y se pasó a la fórmula
autonómica catalana. Sabino Arana murió en 1903, y el movimiento quedó en manos de
su hermano Luis; en aquel momento nadie podía imaginar lo que iba a ocurrir en el futu-
ro.
La anécdota política de aquellos primeros años fue el telegrama que, en 1898, don
Sabino envió al presidente de los EE.UU., Mc Kinley, felicitándole por el triunfo en la
guerra de Cuba y Filipinas sobre España; la que se organizó en Bilbao os la podéis ima-
ginar, la multitud, entre los que debía haber más de un huérfano y/o viuda de los mari-
nos muertos en la guerra, tomó al asalto su casa y estuvieron a punto de lincharle; afor-
tunadamente todo quedó en el susto.
Pactado este acuerdo, Cánovas, primer ministro cuando murió Alfonso XII, presentó
su dimisión a la reina viuda, y propuso a Sagasta como recambio. Esto fue aceptado y
Sagasta comenzó su gobierno sin mayores dificultades tras realizar las pertinentes elec-
ciones. Con ello el Partido Liberal llegó al poder.
Política Interior
Entre 1886 y 1890 fueron los liberales quienes llevaron las riendas el gobierno. Fue
el momento de las grandes medidas legislativas promulgadas por el llamado “Parlamen-
to largo” ya que agotó casi totalmente la legislatura.
El programa quedó enunciado por Sagasta en mayo de 1886, y era la lógica conti-
nuación de los propósitos del gobierno de 1881:
elaboración de la Ley de asociaciones (1887)
elaboración de la ley del jurado (1888)
Leyes de Procedimiento Administrativo (1888 - 1889)
elaboración de una nueva ley electoral que reconociera el sufragio universal (1890)
reformas de la Hacienda y en la Administración colonial (el problema de Cuba), que
no se llevaron a efecto.
Promulgación del Código Civil (1889) hasta hace pocos años totalmente en vigor
A medida que transcurrió el tiempo, las dificultades de Sagasta fueron cada vez ma-
yores: crisis económica, comienzo de la descomposición de partido Liberal, presiones de
los republicanos, etc. Estos hechos, unidos a las criticas de Cristino Martos, presidente
del Congreso de los Diputados elegido por el partido de Sagasta, provocaron que en el
verano de l890 el general Martínez Campos recomendara a la regente un cambio de go-
bierno. Así se hizo y, tras las primeras elecciones mediante sufragio universal, Cáno-
vas volvió al poder.
Política Exterior
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Nº de Diputados
¿Hay alguna deferencia notable con sufragio universal o censitario? El turno funcionó a
la perfección y así siguió funcionando. Ahora bien, estos resultados lo fueron a escala
nacional, para el Congreso, pero en las municipales sí se apreciaron diferencias muy
importantes: Madrid, y Valencia, entre otras ciudades, fueron gobernadas por alcaldes
republicanos.
Pero al igual que el Liberal, el Conservador sufrió una crisis interna por el enfrenta-
miento entre los “segundones” (hoy se les llama barones) del partido Francisco Silvela,
representante de la política de moralidad pública ya que era consciente de las crecientes
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críticas al sistema del turnismo, y Romero Robledo que representaba la postura más
dura con las colonias (a sangre y fuego contra ellos) y la total y absoluta intervención del
gobierno en los diferentes procesos electorales (le llamaban el gran elector).
Ante la situación de quiebra del partido, como si ya presintieran que a Cánovas le
quedaba poco tiempo de vida y comenzaran a afilar los dientes por lograr el cargo de
sucesor, los conservadores abandonaron el gobierno que, la reina madre y regente, Mª
Cristina, entregó a los liberales a fines de 1892
Se llama así, teniendo en cuanta su duración frente a la “guerra larga”, la última que
se mantuvo en las colonias y que llevó a la catástrofe del 98.
El nuevo levantamiento en Cuba, iniciado en febrero del 95 con el grito de Baire,
estaba dirigido por Martí, Máximo Gómez , Calixto García y Antonio Maceo que, a su
condición de revolucionario, unía la de ser mulato. El gobierno de Sagasta presentó la
dimisión y fue sustituido por Cánovas, en lo que sería su último gobierno.
Los combates se iniciaron con la muerte en una emboscada de Martí, y Cuba se le-
vantó como un solo hombre contra España clamando venganza; ante ello, el gobierno
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volvió a enviar a Martínez Campos a Cuba para que calmara la rebelión, pero aquello ya
no era como en 1878 y el general pronto se dio cuenta de la situación: fracasados los
intentos de diálogo, se pidieron refuerzos militares a la metrópoli que iniciaron una gue-
rra tradicional fracasando estrepitosamente ya que los cubanos les hacían frente en la
manigua (tipo de vegetación característica de Cuba) con una guerra de guerrillas. Ante
la situación y viendo que los insurgentes no sólo estaban en el campo de batalla sino
inmersos en el seno de la sociedad civil, para evitar una matanza inútil pidió su relevo
siendo sustituido por el general Valeriano Weyler.
Éste, tras su llegada en 1896, inició una represión durísima contando con unos
200.000 efectivos el ejército español (esta cifra no hizo sino aumentar, de ahí que fuera
una guerra impopular y más cuando irremediablemente se perdían las colonias; os re-
cuerdo el dicho popular: “más se perdió en Cuba, y volvieron cantando”). La táctica de
Weyler para aislar a los insurrectos consistió en concentrar a la población rural en zonas
determinadas a salvo de los insurrectos, y acotar la zona dominada por la guerrilla con
una serie de barreras, llamadas trochas, con el fin de ir aniquilando poco a poco a las
partidas de guerrilleros. El sistema fue un éxito si no se cuenta a los muertos, heridos, y
daños a las cosas. Evidentemente, los ánimos de los cubanos se enardecieron con tal
sistema y reanudaban la lucha con esfuerzo mayor, mientras que el ejército regular, aun-
que seguían aumentando sus efectivos, cada vez sufría más bajas por el paludismo y
otras enfermedades tropicales (anécdota, Santiago Ramón y Cajal, que estuvo en Cuba
como médico militar, llegó a la conclusión de que la picadura de los mosquitos y el vivir
entre aguas estancadas eran la causa del paludismo).
En mayo de 1897 los EE.UU. se declararon beligerantes, de forma que ya pudieron
ayudar a los cubanos en su lucha de forma lícita, ahora bien, es ayuda material, de parti-
culares que con los medios a su alcance: prensa, envíos de medicinas, comida, etc, hicie-
ron lo que pudieron por la causa independentista.
Cánovas intentó introducir reformas que calmaran los ánimos, pero llegaron las va-
caciones de verano, y con ellas el descanso estival que para Cánovas fue el descanso
eterno ya que fue asesinado en el balneario de Santa Águeda por un anarquista italiano,
Angiolillo, de forma que aquellas reformas que tenía en la cabeza se fueron con él a la
tumba y no se sabrá nunca qué habría pasado si la bala no hubiera acertado en su cabeza.
En fin, muerto Cánovas, Sagasta volvió al poder y después de observar que más de la
mitad de la isla estaba pacificada gracias al sistema de las trochas, los liberales conside-
raron que era el momento de cambiar de táctica y comenzar el diálogo. Weyler fue susti-
tuido por el general Blanco que recibió instrucciones muy concretas de defenderse del
enemigo si atacaba, pero nada más. En noviembre se concedió una amnistía y un régi-
men de autonomía política impulsados por Segismundo Moret; aquellos planes llegaron
tarde, los mambises querían la independencia y los EE.UU. deseaban como fuera, que
los españoles abandonaran el Caribe, por las buenas o por las malas.
Mientras esto ocurría en Cuba, en Filipinas las cosas también estaban fatal; Rizal
había sido detenido y condenado a muerte y la insurrección forzó a que en 1897 se sus-
cribiera el Pacto de Biacnabató.
Lo peor no era la guerra sino que en EE.UU. había sido elegido presidente en 1897
el representante de los republicanos Mac Kinley que apoyaban la intervención directa,
es decir con tropas, en la guerra de Cuba y Filipinas, por supuesto, para que lograran su
independencia. Esto significó un nuevo cambio en el rumbo de la guerra ya que, en
cualquier momento, se podía producir un incidente entre España y EE.UU. que obligara
a una guerra entre ambos países.
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Como tal, es difícil que la encontréis, pues es una fase, la última y definitiva, del 98.
El hecho es que a comienzos del 98, y para evitar cualquier reticencia entre ambos
gobiernos que mantenían “afectuosas relaciones” —aunque los periódicos propiedad de
mister Hearst animaran a los yankis a terminar con el oprobio de la opresión española en
“su” continente— los EE.UU. enviaron el acorazado Maine que llegó al puerto de la
Habana a finales de enero del 98 (para corresponder un buque de la Armada española
había realizado una viaje de buena voluntad a los EE.UU. siendo recibido con toda cor-
tesía y los festejos de rigor): hubo fiestas, bailes y demás, hasta que la noche del 15 de
febrero el Maine voló por los aires. Aquello fue el detonante; los EE.UU. se negaron a
que los españoles participaran en la investigación que, al poco tiempo, determinó que
“alguien” había puesto una mina submarina en el casco del buque. Evidentemente ese
“alguien” era España, por lo que sin más preámbulos EE.UU. declara la guerra a España
a lo largo y ancho de todo el mundo (se temió y previno un ataque en la península). De
todas formas el gobierno estadounidense planteó la posibilidad de olvidar lo ocurrido si
España le vendía Cuba por 300.000.000 dólares.
Que a los españoles se les planteara esto fue peor que si a todo el país le hubieran
arrancado las muelas sin anestesia y de golpe: los actos patrióticos se multiplicaban, los
políticos lanzaban discursos inflamados, la prensa, para qué decir, incluso se compusie-
ron zarzuelas (Cádiz, La patria chica, etc) exhortando a vengar tamaña ofensa, Y se
vengó, claro que sí. Costó muy poco: en la batalla de Cavite (Filipinas) el almirante
Montojo perdió toda su flota frente a los yankis dirigidos por el comodoro Dewey que
no tuvieron ni un herido; eso sí repatriaron a los españoles hechos prisioneros en Filipi-
nas una vez acabada la guerra.
Quedaba Cuba, Puerto Rico, y Guam, de los que nunca se habla. La isla tenía muy
buenas fortificaciones por lo que se podía hacer frente a un ataque en condiciones de
defensa, por ello (es un suponer) el gobierno ordenó al almirante Pascual Cervera To-
pete que desde Cartagena se hiciera cargo de la flota para luchar contra los barcos de
EE.UU. Cervera, convencido de la inutilidad del esfuerzo, expuso en diversas cartas que
se conservan, su oposición a las órdenes del gobierno, pero como militar no tuvo más
remedio que partir para Cuba y, tras cruzar el Atlántico sin mayores dificultades, en lu-
gar de anclar en el puerto de La Habana, eligió la bahía de Santiago de Cuba para pre-
parar sus barcos para la batalla y atacar al enemigo en cuanto asomara la cabeza. Y la
asomaron, claro; el problema fue que el canal para salir del puerto de Santiago es largo,
estrecho, y los barcos tiene que ir en fila india por lo que a lo más que se podía aspirar,
era a tocar algún barco enemigo, tratar de defender lo que no tenía defensa, y hundirse
con toda la gloria y la honra intacta. Eso pasó; Cervera ordenó que todos los marinos
vistieran el uniforme de gala con todas su condecoraciones y preparó la salida de forma
que iniciaran la marcha los barcos más rápidos para distraer al enemigo abriéndose en
abanico, y después los más pesados para que pudieran salir a alta mar y plantar batalla a
los acorazados norteamericanos.
Se perdió la flota; muchos murieron; Cervera, medio ahogado, fue salvado por un
hijo suyo que, como pudo, le llevó hasta la orilla donde todos los españoles supervivien-
tes fueron hechos prisioneros y trasladados a los barcos enemigos. Todos fueron desar-
mados, eran presos, pero cuando llegaron a Nueva York los marinos americanos devol-
vieron al almirante su espadín, que se negó a recoger, aunque después se le envió.
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Todo esto que os parecerá una bobada está lleno de simbolismo para un militar: su
arma, la que sea, solamente se entrega al enemigo cuando se rinde, nunca cuando es
derrotado, por eso Cervera no la quería recoger; los americanos, con ese gesto lo que
quisieron decir en lenguaje simbólico era que aquel almirante, y todos los hombres a su
cargo, habían luchado por su país como unos héroes, que no se habían rendido, que so-
lamente habían sido derrotados por los políticos, que les habían mandado a una muerte
segura, y no por los militares en el campo de batalla.
A su regreso a España, el almirante don Pascual Cervera Topete, por haber perdido
la flota, fue sometido a consejo de guerra sumarísimo; se salvó, siendo declarado ino-
cente, porque pudo presentar como pruebas todas las cartas que había enviado al gobier-
no exponiendo lo descabellado del plan. Las actas del juicio se conservan, igual que el
resto de los papeles relacionados con este desastre.
Y por fin, tras largas negociaciones, en diciembre del 98 se firmó el Tratado de
París o Paz de París por la que España entregaba todos sus territorios: Cuba sería inde-
pendiente, pero tutelada por EE.UU.; Puerto Rico, Filipinas y Guam, para los america-
nos.
Pero la historia no acabó ahí, la guerrilla siguió actuando en Filipinas hasta que ex-
pulsaron a los yankis (en este periodo es cuando se produce la odisea del fuerte de Ba-
ler), Cuba, nominalmente independiente, siguió dependiendo de su vecino del norte;
Puerto Rico sabéis como está y Guam es una base de la flota americana en el Pacífico.
El Tratado de París fue el fin del imperio; al año siguiente, España vendió los ar-
chipiélago de las Carolinas, las Marianas y Palaos (todos en el Pacífico sur) a Alemania.
España quedó reducida a potencia de segunda y solamente se permitió, por parte de
las potencias europeas, que se dedicara a colonizar Marruecos para que los ingleses no
controlaran las dos orillas del estrecho de Gibraltar.
Para la sociedad española, lo sucedido fue un desastre, de ahí viene la denominación
de “desastre del 98”. Unos echaron las culpas a otros y no se consiguió arreglar nada.
Para los políticos lo fundamental fue seguir como siempre, controlando el poder y el
turnismo sistema que, como se ha visto, hacía aguas por todas partes.
Hubo sectores opuestos a la guerra: industriales catalanes, y republicanos; pero cuan-
do llegó el momento cumbre - el Maine - todos se declararon fervientes belicistas
Los sectores populares, más afectados por el servicio militar, no protestaron en exce-
so; curiosamente en esta guerra casi no hubo ni prófugos ni desertores, y además de los
generales de siempre, la historia ha mantenido viva los nombres del “héroe de Casco-
rro” (Eloy Gonzalo, un hijo bastardo) y de los defensores del fuerte de Baler en Filipi-
nas, entre otros menos conocidos.
La oposición más cerrada a la guerra partió del PSOE y de los anarquistas, como es
natural, aunque sus protestas no tuvieron eco, igual que las de los nacionalistas periféri-
cos (véase nacionalismo vasco)
una política distinta más honrada, como los regeneracionistas, los nacionalistas catala-
nes, o Eduardo Dato, seguidor de Silvela, que preconizaba una política estatal que in-
terviniera promulgando leyes de contenido social.
De todas formas, el ultimo gobierno de Sagasta, constituido en 1901, también el
último de la Regencia, fue el final del turnismo real, aunque se mantuvieron las aparien-
cias.
Aunque de iure y de facto, Alfonso XIII ostentó la corona española hasta abril del
31, acabaremos el estudio de la Restauración en el año 1923, momento en que se produ-
ce el golpe del general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja que dio paso a la Dictadu-
ra presidida por él.
Antes de abordar los problemas de la política de este reinado, es conveniente dedicar
un tiempo a la explicación del regeneracionismo, movimiento que tiene una gran im-
portancia en los primeros años del siglo XX
El regeneracionismo
Además de Costa, el general Camilo García de Polavieja (más conocido como Po-
lavieja), el conde de las Almenas, Francisco Silvela, sucesor de Cánovas, y Antonio
Maura, sucesor de Silvela en el partido pero que procedía del Partido Liberal (este par-
tido no estaba a favor del regeneracionismo) son los grandes representantes del regene-
racionismo que, además de todo lo expuesto por Costa, consideraba muy necesaria la
“descentralización, y abrir caminos a la variedad regional”.
Política interior
nistros o presidentes de gobierno prácticamente a su antojo. Esta actitud del monarca fue
imitada por numerosos colaboradores.
De aquellos años surge una nueva conjugación del verbo dimitir, porque el rey “di-
mitía” al ministro que se pusiera por delante; “casualmente” los políticos, durante el
reinado de Alfonso XIII no fueron cesados, sino que todos, “fueron dimitidos” ya que de
manera curiosa todos terminaban presentado la dimisión a la menor sugerencia, chanza,
o recriminación del monarca o sus subalternos (hay anécdotas que, de ser ciertas todas
ellas, explicarían el por qué del final de aquel reinado: desde ministros de la Guerra que
“no tenían ...” para acabar con lo de Marruecos, pasando por militares que recibían tele-
gramas que decían “ Olé tus ...”, sin importar el número de muertos que hubieran que-
dado entre los barrancos del Rif, a tenientes de Ingenieros a los que se les ordenaba le-
vantar un muro sin cemento y se les decía por telegrama que lo suplieran “con disciplina
y valor” y al contestar el muchacho, por telegrama, que “había mezclado arena, agua,
piedras, disciplina y valor y que como no fraguaba le mandaran cemento” se le metía un
arresto de aúpa).
ticos que resultaran elegidos, no sólo liberales y conservadores sino de todas las tenden-
cias y credos políticos, fueran los representantes de la España real y no de la España
oficial. Poco fue lo que se alcanzó, pero poco a poco nacionalistas, socialistas, republi-
canos, tradicionalistas, o radicales comenzaron a poblar los escaños del Congreso.
El problema obrero
El anarquismo
Anselmo Lorenzo, el líder histórico, tras veinte años de pequeñas reuniones comar-
cales y la etapa virulenta de los atentados terroristas, comenzó a propugnar la necesidad
de fundar una asociación anarquista que superara, por su amplitud, a la existente Soli-
daridad Obrera radicada en Cataluña. Los acontecimientos de la Semana Trágica,
1909, que fueron achacados a los anarquistas y culminaron con el juicio y ejecución de
Ferrer Guardia, dieron alas al movimiento anarquista, o mejor dicho, anarcosindicalis-
ta, y en el Congreso obrero de Barcelona de 1910, decidió superar la Confederación Re-
gional de Trabajo de Cataluña constituyendo la Confederación Nacional del Trabajo
(C.N.T.), legalmente nacida en septiembre de 1911. Ahora bien es importante hacer
notar que los grandes líderes del siglo XX: Pestaña, Seguí no vieron con agrado los
acontecimientos de la Semana Trágica y prefirieron seguir aferrados a la idea de la huel-
ga general revolucionaria; por su parte, Buenaventura Durruti siguió defendiendo y
practicando el terrorismo (moriría durante la Guerra Civil en circunstancias extrañas). El
crecimiento de afiliados fue constante superando a la UGT de manera evidente; en 1919,
714.028.
En contra de su ideología, decidieron apoyar la huelga general de 1917, por lo que
sufrieron un brutal represión, especialmente en Cataluña durante los años siguientes
gracias a la ominosa “ley de fugas” de Martínez Anido.
El socialismo
En los primeros 30 años del siglo XX, la actuación de los socialistas que ya conta-
ban con partido político y representantes en el Congreso, sindicato, prensa, y estaban
mucho más organizados y cohesionados que los anarquistas, fue más pacífica, aunque
no por ello menos reivindicativa. Participaron en la Asamblea de Parlamentarios y en la
huelga general de 1917, mantuvieron, durante los años del trienio bolchevique una agi-
tación social constante en sus zonas de implantación.
En estos años surgen otros destacados líderes del PSOE y/o de la UGT como Fran-
cisco Largo Caballero, Indalecio Prieto, Julián Besteiro, y Fernando de los Ríos
entre otros.
En cuanto al número de afiliados, de 1900 a 1904 la UGT pasó de 26.000 a 56.000,
para tener, en 1921 240.114.
A partir de 1910 con Pablo Iglesias en el Congreso, se produce un trasvase del voto
obrero de los republicanos a los socialistas en los núcleos urbanos, pero este proceso
tardará mucho tiempo en ser definitivo. En 1918 los socialistas tenían ya 18 diputados
Con respecto al tema candente de la época: Marruecos, los socialistas siempre se
mostraron contrarios a cualquier forma de colonialismo así como a que fuera la clase
trabajadora la que pagara las consecuencias: mili, hambre, despidos, etc.
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El sindicalismo católico
Tras la crisis del 98 con la pérdida de las colonias en el Pacífico y América, la aten-
ción de los sectores políticos se volcó hacia Marruecos.
A finales del reinado de Isabel II, tras la guerra de África, España había conseguido
afianzar sus posiciones - Ceuta, Melilla y territorios aledaños - con otros conocidos co-
mo la zona del Rif. Como Marruecos estaba controlado por España y Francia, para evi-
tar expansiones por cualquiera de los dos países, también para evitar la presencia de un
tercer país en la zona, Alemania, y para aislar, en los posible, las tribus marroquíes más
belicosas se había firmado en 1906 el Tratado de Algeciras que delimitaba netamente
las dos zonas de ocupación.
A comienzos del siglo se había descubierto en el macizo montañosos del Rif una
minas de mineral de hierro que rápidamente comenzaron a ser explotadas; para trasladar
el mineral hasta el puerto se comenzó a construir un ferrocarril desde Melilla. Los rife-
ños, caracterizados por su belicosidad, atacaban frecuentemente las obras así como a las
tropas encargadas por el gobierno de proteger el tendido ferroviario. Estos incidentes,
cada vez más frecuentes provocaron la necesidad de enviar más tropas para mantener el
control de la zona. En 1909 tiene lugar el desastre del barranco del Lobo, lugar cercano
a Melilla y el gobierno determinó no esperar más.
Lo que no se entiende es que el gobierno de Maura decidiera enviar a Marruecos a
los reservistas barceloneses y no a las tropas entrenadas para ir a Marruecos que se
encontraban en el Campo de Gibraltar. El hecho es que aquellos reservistas, en su in-
mensa mayoría padres de familia, embarcaron en Barcelona con disgusto de todos. Los
socialistas y anarquistas comenzaron con las protestas tanto en la calle como en sus
órganos de expresión haciendo notar que a la guerra iban los obreros y sus hijos, mien-
tras que los de la burguesía se libraban mediante la redención en metálico. UGT y Soli-
daridad Obrera declararon en Barcelona la huelga general. La ciudad se llenó de barrica-
das, los destrozos en inmuebles - conventos, iglesias, domicilios particulares, edificios
públicos civiles y militares, etc -, fueron enormes así como el número de víctimas. La
última semana de julio de 1909 ha pasado a nuestra historia con el nombre de Semana
Trágica. Las tropas salieron a la calle y reprimieron el estallido con la ayuda de refuer-
zos llegados de otras provincias. En Barcelona se suspendieron las garantías constitu-
ciones y una férrea censura de prensa impidió a los españoles conocer qué estaba ocu-
rriendo en Cataluña. Hasta entrado el mes de agosto los periodistas no pudieron infor-
mar de lo que había pasado, y de lo que estaba pasando. El resultado fue culpabilizar a
los anarquistas de lo sucedido y fusilar, entre otros, a Francisco Ferrer Guardia como
instigador de los hechos. Este señor, pedagogo, había fundado una institución educativa
la Escuela Moderna, era anarquista, pero jamás se ha podido probar que instigara directa
o indirectamente a la insurrección; su ejecución provocó una indignada protesta interna-
cional: manifestaciones, apedreamiento de embajadas, etc. Pero la guerra continuaba y
todo se archivó pronto. En España se culpó al presidente del gobierno de todo y el grito
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de ¡Maura no! se escuchaba a toda hora, de forma que se produjo un relevo en el gabi-
nete. Pero la guerra continuaba y se siguieron enviando más y más soldados.
En este contexto de guerra se enmarca el llamado problema militar. La cuestión
estribaba en que los oficiales que eran destinados a Marruecos, o lo solicitaban volunta-
riamente, tenían la posibilidad de ascender por escalafón (antigüedad) y por méritos de
guerra, de forma que, al poco tiempo de su salida de la Academia se colocaban por de-
lante, en graduación, de bastantes de sus compañeros de promoción. Este hecho causaba
indignación entre el colectivo de oficiales engrosado desde la guerra de Cuba, y cada
vez más numeroso por la guerra en Marruecos; algunas Armas del Ejército, no contem-
plaban la posibilidad de ascensos por méritos de guerra, lo que causaba, evidentemente,
una clara desigualdad y enfrentamientos entre los “africanistas” (los que estaban en Ma-
rruecos) y los “no africanistas” o “peninsulares”. Ante estos hechos y otros como el po-
co reconocimiento que recibían de la sociedad civil que les consideraba como una suerte
de parásitos que cobraban mucho y trabajaban poco y encima mal porque no ganaban las
guerras, y siguiendo la tendencia de sindicación de tantísimos españoles, en 1916 co-
menzaron a constituirse, más o menos clandestinamente, las Juntas Militares de Defen-
sa, dirigidas por el coronel Márquez que consiguió extenderlas en todas las guarniciones
excepto en Madrid. Reclamaban un sistema de ascensos por escala cerrada (no a los
ascenso por méritos de guerra), fin del favoritismo del Monarca hacia determinados mi-
litares, o cuerpos, y una mejora en las condiciones económicas y profesionales. Estaban
integradas por coroneles, comandantes y capitanes: ni un general, ni un sargento llega-
ron a ser admitidos; por ello se habla de un “sindicato” mesocrático, las graduaciones
medias del ejército.
Los liberales hicieron lo imposible por acabar con ellos, pero no pudieron y el pri-
mer ministro dimitió en 1917; los conservadores, con Dato como primer ministro, logra-
ron controlar la situación ya que el ministro de la Guerra, La Cierva, paralizó la revolu-
ción poniéndose al frente de ella: se hizo nombrar presidente de las Juntas Militares de
Defensa. Quedaron reconocidas y fueron una auténtica forma de poder.
En aquel momento, las Juntas cambiaron su programa: ya no eran reivindicaciones
laborales sino políticas. Pedían la reunión de Cortes constituyentes, la renovación de las
clases dirigentes, y la desaparición del caciquismo.
Rif, según unos por su cuenta y riesgo (cosa que no suele hacerse en ejército), según
otros, adelantándose a las ideas de Berenguer.
Silvestre escogió atacar por el interior - zona montañosa y seca donde las haya -
para caer sobre los rifeños, que ocupaban las costa de la bahía de Alhucemas, por la
espalda. Así se hizo estableciendo bases en Dar Dríus, Tafersit, y Annual. Problema: el
número de tropas del ejército de Silvestre era elevado pero cubrían una larga zona por lo
que estaban estirados como una cuerda y en cualquier momento podían ser atacados en
puntos intermedios, aislados unos de otros, lejos de los puestos de abastecimiento de
agua, sin posibilidad de lograr refuerzos.
Conocido el despliegue del ejército español por Abd el Krim, en julio, hacia el día
20, de 1921, de manera imprevista, se lanzó al ataque. La batalla de Annual, más bien el
desastre de Annual, no es para ser descrito. La retirada se realizó sin orden ni concierto
al grito (en voz baja) de sálvese quien pueda, las pérdidas de los españoles fueron incon-
tables: soldados, armas, mulos, municiones, etc. Las barbaridades que cometieron no
son para descritas, y mientras esta retirada se iba produciendo, como Melilla estaba des-
guarnecida, decidieron atacar también la ciudad, pero antes llegaron refuerzos especial-
mente del Tercio de Extranjeros, la Legión, fundada pocos años antes por Millán As-
tray.
Lógicamente, al lado de la desbandada están los héroes: el Regimiento de Caballería
de Alcántara que llevó a cabo la última carga, sable en mano, de nuestra historia prote-
giendo la retirada (no quedó casi nadie vivo o entero), la resistencia de “blocaos” sin
agua, ni comida, ni municiones, días y días hasta que pudieran rescatarles o enterrarles;
los rehenes despellejados vivos que no abrieron la boca (en el informe de Indalecio Prie-
to sobre el descalabro, consta que un clérigo musulmán le preguntó qué invocación era
en la religión cristiana la expresión ¡ay madre mía!; cuando el diputado socialista aclaró
al musulmán su ignorancia e inquirió la razón de la pregunta, el moro, con la mayor
indiferencia y naturalidad, contestó que era lo que repetían los españoles mientras les
torturaban); las mujeres de Melilla, esposas de militares, que para defender sus casas e
hijos echaron mano de lo que pudieron y muchas y muchitos fueron degolladas/os de-
lante de los restantes. “Melilla ya no es Melilla; Melilla es un matadero, donde van los
españoles a morir como corderos” canción popular que todavía se recuerda y se canta.
Se abrió un expediente, el llamado expediente Picasso, del que se pudo extraer que
más de 9.000 cadáveres se pudrieron al sol, más los heridos rematados en las kabilas,
más los prisioneros torturados, más, ni se sabe qué más. El cadáver de Silvestre nunca
apareció por lo que existen varias leyendas sobre su misteriosa muerte.
Las Cortes exigieron responsabilidades, el discurso de Indalecio Prieto es antológico;
el prestigio del ejército quedó por los suelos. La vergüenza y la indignación hicieron
presa de los ciudadanos de a pie que no entendían nada (son espeluznantes los partes de
guerra publicados en periódicos como el ABC). Comenzó a surgir el nacionalismo ga-
llego, y Cambó ya no quería nada con los gobiernos de Madrid.
La situación alcanzó tal virulencia, que en Gran Bretaña, un parlamentario se pre-
guntó si no había llegado el momento de reducir a España a un estado colonial.
A finales de 1922 la situación era de crispación en todos los sectores.
El fin de la guerra, llegó con la Dictadura de Primo de Rivera; se firmó un acuerdo
con Francia de colaboración para acabar con aquella sangría, y en poco tiempo 1925 -
1926, todo quedó resuelto. El desembarco en la bahía de Alhucemas, septiembre de
1925 (primera operación en la historia mundial en la que se produjo el ataque combina-
do de los tres ejércitos - Tierra, Mar, Aire -) precipitó el final; Abd el Krim fue sorpren-
dido, y para no caer en manos de los españoles se entregó a los franceses que le deporta-
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ron, de por vida, a la isla Reunión. Hasta 1927 no acabaron las última operaciones, pero
desde 1925 en España nos olvidamos de la guerra como un problema.
Política Exterior
Además de los viajes que el joven rey realizó al extranjero, a Londres en busca de
novia y se la trajo del brazo - Victoria Eugenia de Battemberg -, a París, donde sufrió
un atentado del que se salvó milagrosamente, la política exterior de su reinado está mar-
cada por la I Guerra Mundial en la que España decidió declararse neutral. Nunca se debe
considerar la guerra de Marruecos como política exterior ni por lo más remoto.
La neutralidad de España entre 1914 y 1918 supuso diferentes clases de fenómenos:
jocosos: había bares, cafés y casinos para germanófilos y anglófilos
ideológicos: las derechas eran germanófilas, en su mayoría, mientras que las
izquierdas anglófilas
educativos: los niños en las escuelas parece que aprendían, en algunos casos
y según el talante del maestro/a, la geografía de los germanófilos o de los
anglófilos a base de sembrar el mapa de Europa de banderitas de los países
correspondientes.
políticos: mucho más serios que los anteriores; a momentos de estricta neu-
tralidad (Dato), siguieron otros (Maura) algo vacilantes, y por fin otros de
declarada beligerancia del presidente del gobierno conde de Romanones, a
favor de los aliados, aunque el gobierno siguiera siendo neutral. Los proble-
mas surgieron cuando los submarinos alemanes comenzaron a atacar mercan-
tes españoles, Romanones se vio forzado a dimitir y no se tomó ninguna me-
dida para solucionarlo hasta casi el final de la guerra momento en que se de-
cidió incautar algunos navíos alemanes; en aquel momento, las pérdidas espa-
ñola ascendían a más de 300.000 toneladas.
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