que perdimos en la prehistoria. Vomitado todo lo que haba que vomitar. Elegantes y descastados, casi el resto sucio de los banquetes, un escozor para cada minuto, como trompos en el centro de la ronda de trompadas, esquivando los nudillos, dedicamos un encomio a la que nadie quiere ni aprecia. Su defensa nos inflama en su algo, el no s qu de petardismos o infantelios. Ms que aplogos o menos: adheridos a su goteo desde hace siglos. Bien fundidos, sin excusas, a sus trompas que succionan los afectos y devuelven todo lo que hay que devolver: joyeles de los bros en montura yerma, en la hoja de doble, triple filo; los sentidos mltiples del coro. Esa hija del motn celular. Superpuesta a las clulas, ms bien. La que nadie quiere ni aprecia ni requiere defensores, la que planta su impresencia en el centro inestable del musgo, la que cimbra el desencanto y lo deshace; es en ella, desde ella que soplamos; es ah, en la inocencia que se asoma en el cactus ametrallado o en cualquier parte.