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Al otro, a Borges, es a quien

le ocurren las cosas. Yo


camino por Buenos Aires y
me demoro, acaso ya
mecánicamente, para mirar
el arco de un zaguán y la
puerta cancel; de Borges
tengo noticias por el correo y
veo su nombre en una terna
de profesores o en un
diccionario biográfico. Me
gustan los relojes de arena,
los mapas, la tipografía del
siglo XVII, las etimologías,
el sabor del café y la prosa
de Stevenson; el otro
comparte esas preferencias,
pero de un modo vanidoso
que las convierte en atributos
de un actor. Sería exagerado
afirmar que nuestra relación
es hostil; yo vivo, yo me dejo
vivir para que Borges pueda
tramar su literatura y esa
literatura me justifica. Nada
me cuesta confesar que ha
logrado ciertas páginas
válidas, pero esas páginas no
me pueden salvar, quizá
porque lo bueno ya no es de
nadie, ni siquiera del otro,
sino del lenguaje o la
tradición. Por lo demás, yo
estoy destinado a perderme,
definitivamente, y sólo algún
instante de mí podrá
sobrevivir en el otro. Poco a
poco voy cediéndole todo,
aunque me consta su
perversa costumbre de
falsear y magnificar. Spinoza
entendió que todas las cosas
quieren perseverar en su ser;
la piedra eternamente quiere
ser piedra y el tigre un tigre.
Yo he de quedar en Borges,
no en mí (si es que alguien
soy), pero me reconozco
menos en sus libros que en
muchos otros o que en el
laborioso rasgueo de una
guitarra. Hace años yo traté
de librarme de él y pasé de
las mitologías del arrabal a
los juegos con el tiempo y
con lo infinito, pero esos
juegos son de Borges ahora y
tendré que idear otras cosas.
Así mi vida es una fuga y
todo lo pierdo y todo es del
olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe
esta página.
Dime por favor donde no estás

en qué lugar puedo no ser tu


ausencia
dónde puedo vivir sin recordarte,
y dónde recordar, sin que me duela.

Dime por favor en que vacío,


no está tu sombra llenando los
centros;
dónde mi soledad es ella misma,
y no el sentir que tú te encuentras
lejos.

Dime por favor por qué camino,


podré yo caminar, sin ser tu huella;
dónde podré correr no por buscarte,

y dónde descanzar de mi tristeza.

Dime por favor cuál es la noche,


que no tiene el color de tu mirada;
cuál es el sol, que tiene luz tan solo,
y no la sensación de que me llamas.

Dime por favor donde hay un mar,


que no susurre a mis oídos tus
palabras.

Dime por favor en qué rincón,


nadie podrá ver mi tristeza;
dime cuál es el hueco de mi
almohada,
que no tiene apoyada tu cabeza.

Dime por favor cuál es la noche,


en que vendrás, para velar tu
sueño;
que no puedo vivir, porque te
extraño;
y que no puedo morir, porque te
quiero.

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

Tengo miedo de verte


necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte

tengo ganas de hallarte


preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte

tengo urgencia de oírte


alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte

o sea
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.

El bastón, las monedas, el llavero,


la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos
días
que me quedan, los naipes y el
tablero,

un libro y en sus páginas la ajada


violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que
arde

una ilusoria aurora. ¡Cuántas


cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas,
clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,

ciegas y extrañamente sigilosas!


Durarán más allá de nuestro
olvido;
no sabrán nunca que nos hemos
ido.

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