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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 21 DE FEBRERO DEL

2010 (Domingo de la primera semana de Cuaresma)

Esclavizados, pero llamados a la libertad (Dt 26,4-10)

Jorge Arévalo Nájera

En la bellísima lectura tomada del libro del Deuteronomio, se nos presenta la


profesión de fe más antigua y clásica de Israel. En ella están contenidos los
grandes hitos de la historia de la salvación que Dios ha ido tejiendo en su
pueblo: [Dijo Moisés al pueblo: «El sacerdote tomará de tu mano la
cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.
Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios: "Mi padre fue un arameo
errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas
personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande,
potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y
nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor,
Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra
opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de
Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror,
con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta
tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las
primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado." Lo
pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor,
tu Dios.»]

La ofrenda de las primicias de los frutos, se menciona, a manera de inclusión,


al principio y al final del texto, con lo cual el autor sagrado nos quiere indicar
que la historia de la salvación debe interpretarse a la luz del don
absolutamente gratuito de la acción salvífica de Dios, que provoca en el
creyente la actitud de acción de gracias. En efecto, los comienzos del pueblo
de Dios fueron insignificantes, eran tan solo un puñado de arameos errantes
que un día encontraron su razón de ser y su destino cuando el extrañísimo Dios
de las montañas se manifestó a Abraham y le señaló un camino por andar.
Abraham es un gigante de la fe porque no ofrece resistencia a la invitación que
Dios le hace y recoge sus cosas, abandona la seguridad que le brinda su tierra
y se pone en camino. Pero Dios no le dio un mapa con el derrotero exacto, la
fe es una aventura que se vive con el único garante de la palabra concretizada
en una promesa (descendencia numerosa y tierra) y entonces, a cierto
momento, Abraham acaba buscando la seguridad del coloso egipcio, ¿Quién no
se siente tentado, ante la incertidumbre fáctica de la fe, a acogerse bajo la
sombra de los señores de la tierra? Entonces, el autor deuteronomista, cuyo
orgullo nacionalista no puede ocultar y en una clara interpretación épica de lo
que sucedió históricamente con la estancia de las tribus arameas y hebreas en
Egipto, nos dice que el motivo por el cual fueron hechos esclavos fue su

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crecimiento en poder y número. Y nos pinta una situación que no se
corresponde con los datos historiográficos que poseemos acerca del tipo de
esclavitud que se vivía en Egipto. Para nada era la esclavitud que vivieron, por
ejemplo, los negros o los indios en la época Colonial y que tan bien se ha visto
reflejada en imágenes en pinturas o en obras cinematográficas, en las que se
observa una explotación inhumana y una denigración total de la persona.

La “esclavitud” en Egipto se reducía a una jornada de trabajo de 8 horas


amasando con los pies la mezcla de barro y paja para hacer ladrillos, pero
después de eso, los esclavos se podían ir a sus bellísimos pastizales en la tierra
de Gosén 1, a celebrar con total libertad sus cultos, usos y costumbres.
Entonces, ¿por qué el autor nos pinta de otro modo la esclavitud en Egipto?
Porque sus fines no son historiográficos sino teológicos. Para el autor, el
acogerse a una potencia mundana y permanecer bajo su sombra es la peor de
las esclavitudes a la que puede estar sometido el corazón humano. Dios quiere
reinar de modo absoluto, ser el origen y el fin de la confianza humana, y esto,
no porque Dios sea un déspota tirano que se regodea egoístamente en la
sumisión del hombre, sino porque en esa sumisión, se encuentra la verdadera
libertad, el crecimiento y desarrollo pleno de todas las potencialidades
humanas y más aún, se abre el horizonte de la trascendencia que jalona el
corazón humano hacia la realización plena de su destino. Por lógica, también
debemos interpretar teológicamente el clamor del pueblo por su liberación, es
el clamor de los oprimidos espiritualmente, su propia vida es testimonio de su
esclavitud. No se necesita ni siquiera ser consciente de esa esclavitud, más
aún, la mayor parte de las veces ni siquiera nos damos cuenta de la opresión
en la que vivimos, ¿no estamos acaso muy a gusto con nuestros deliciosos
apegos, a la familia, al cónyuge, a la salud, a los amigos, a los bienes
materiales, al prestigio social, al poder, etc.? En el fondo, no los percibimos
como “egiptos”, Israel, ya en el desierto, en camino hacia la tierra prometida,
añora las cebollas, los melones y las ollas de carne que tenía en Egipto, y es
que la libertad exige procesos dolorosísimos de rupturas, de abandono de
viejas seguridades, de responsabilidad ante mí mismo y ante las decisiones
que debo tomar en la vida. Un esclavo no toma decisiones, su amo lo hace por
él, él decide, marca la ética, la moral y las normas a las que el esclavo
simplemente asiente.

Pues bien, aunque el hombre no se sienta esclavo, su forma de vivir rendida al


amo, es ya clamor que llega hasta los oídos de Yahvé, mira la opresión de su
1
En la dinastía XII de Egipto, Avaris fue un gran centro administrativo, convirtiéndose
después en la capital de la XIV y XV dinastías hicsas de Egipto. Fue aquí donde José
tuvo su casa. En Génesis 45:10, Gosén parece haber sido la zona de Egipto cercana al
palacio del Faraón de José, en el Delta del Nilo, quien residía una parte del año en
Menfis. Kenneth Kitchen escribió que a la familia de José le fue asignada la tierra en
Gosén (después llamada Ramsés por Faraón (Génesis 47:6,11).1 Kitchen concluyó que
ya que "Ramsés y Raamsés son términos idénticos, Gosén puede haber estado en las
tierras cercanas a Ro-waty y Avaris, cerca de Canaán.

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pueblo y baja a liberarlo. He aquí los grandes momentos de la dinámica
salvífica de Dios; Escucha, mira y libera. Resulta entonces que la escucha es la
condición previa que inicia el movimiento del corazón de Dios, para
inmediatamente mirar la lastimosa condición de su pueblo. El mirar ya tiene
una honda repercusión antropológica, pues en la mentalidad semita mirar
significa dominar, poseer, acotar, y en último término, cosificar. Sin embargo,
en Dios, el mirar significa amar y por lo tanto, acoger, aceptar, respetar y por
fin, posibilitar la respuesta del hombre a una vida en libertad. Finalmente,
viene la acción liberadora, pero esta llega con intermediarios y así, se respeta
la libertad humana. No todas las tribus arameas y hebreas aceptaron seguir al
prófugo Moisés, solamente unos cuantos se abrieron no sin dificultad a la
invitación de Dios que se hacía presente en la figura de Moisés, y es con esos
que Dios inicia su historia de salvación, los demás, aquellos que decidieron
quedarse al amparo de Egipto, y prefirieron la seguridad que les brindaba su
poderío mundano al desafiante camino que les esperaba en el desierto hacia la
tierra de la libertad, se perdieron en la noche de los tiempos, no entraron en el
torrente salvífico de la salvación. Y es que la salida de Egipto no se realiza
pacíficamente, el pasaje nos habla de una lucha feroz, en medio de signos
portentosos y de gran terror. Sabemos que aquella noche pascual la muerte de
los primogénitos egipcios traída por el ángel de Yahvé sembró el terror entre
los egipcios. Faraón presentó dura resistencia ante la conminación de Moisés
para que dejara salir a los que habían tomado la opción de la libertad. En
magistral recurso literario narrativo, el autor nos presenta a Faraón como
símbolo de la resistencia violenta que las ideologías de poder que se han
apoderado del hombre ejercen sobre él. Pero el pueblo esclavizado es símbolo
del ansia de libertad que clama en todo hombre. Son pues dos fuerzas
antagónicas que luchan en el interior del hombre, lucha que se ha desatado
por la palabra poderosa con la que Dios le abre un horizonte inédito de
plenitud. Sin embargo, en el Éxodo, es Dios el adalid que lucha por el hombre
con mano poderosa y brazo extendido, él garantiza la victoria final y nos ha
introducido (tiempo pasado, pero con el sema de continuidad) en la tierra que
mana leche y miel, que para el cristiano no es ya una tierra física, sino Cristo
Jesús, que nos mete en la vida comunional con Dios.

Por todo lo anterior, Israel desemboca en un gesto litúrgico, la entrega de las


primicias de los frutos del suelo a Yahvé. Es un acto simbólico que denota la
actitud espiritual de entrega total del esfuerzo humano en las manos de Dios.
En las primicias se contiene la vida toda del hombre, cuyo origen y meta final
es Dios, ese Dios que se entremete en su historia, que le escucha, que le mira
y le libera.

Gracia y paz.

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