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FRIEDRICH MEINEKE LA IDEA DE LA RAZON DE ESTADO EN LA EDAD MODERNA Traducctén: FELIPE GONZALEZ VICEN Lstudio preliminar: LUIS DIEZ DEL CORRAL, CENTRO DE ESTUDIOS POLEPICOS ¥ CONS'TTTUCLONALES MADRID 199 7 INTRODUCCION LA ESENCIA DE LA RAZON DE ESTADO Razén de Estado es la maxima del obrar politico, la ley motora del Estado. La razén de Estado dice al politico lo que tiene que ha. cer, a fin de mantener al Estado sano y robusto. Y como el Estado es un organismo, cuya fuerza no se mantiene plenamente mas que le es posible desenvolverse y erecer, la razon de Estado indica tam- bién !os caminos y las metas de este crecimiento, La raz6n de Es- tado ao puede escoger arbitrariamente estos ultimos, ni puede tam- poco indicarlos de modo general y uniforme para todos los Estados, ya que el Estado constituye también una individualidad con una idea vital peculiar, en Ia cual las leyes generales son modificadas por wna estructura y un ambiente singulares. La «razén» del Estado consiste, pues, en reconocerse a si mismo y a su ambiente y en extraer de este conocimiento las maximas del obrar. Estas revestiran siempre, a [a vez, un cardcter individual y general, permanente y mudable; se mo- dificaran fluidamente de acuerdo con los cambios en el Estado mis- mo y en su ambiente, pero tendran también que responder @ la cs- tructura permanente del Estado individual, asi como a las leyes vita- les inmutables de iodos los Estados en general. Del ser y del devenir surge asi siempre un «deber ser» y un «tener que ser» que el conoci- miento descubre. Una vez convencido de Ia exactitud de su conoci- miento, el politico «tiene» que obrar de acuerdo con @, a fin de al- canzar su meta. Dada la condicién singular del Estado y de su am- biente, la eleccién de los medios para la consecucién de esta meta es siempre limitada. En sentido estricto, en cada ocasién no deberia ha- ber més que un medio que condujera 2 su fin, a saber, el mejor entre los posibles en un instante dado. Para cada Estado hay en cada momento una linea ideal del obrar, una razén de Estado ideal. Como- cerla es el esfuerzo y el afan, tanto de} politico actuante, como del historiador que dirige su mirada-hacia el pasado. Todos los juicios valorativas sobre el obrar politico no son otra cosa que ensayos para deseubrir el secreto de la verdadera razin de Estado del Estado en cuestion Sélo en tanto que el politico puede dudar acerca de cual cea ésta, 16 os posible tambitn una eleccién, Harto a menudo, eta elec cidn queda excluida y el politica se ve forzado dentro de los limites de una senda estrecha, la iinica que conduce a sus fines, fa raxtn de Estado se convierte asi cn el concepto mas profunde y mas dift cil de la necesidad politica. La peculiar idea vital del Estado indi vidual tiene, pues, que desarrollarse dentro de una conexibn ferves de causa y efectos. Vivir libre ¢ independientemente no significa ott cosa para el Estado que seguir la Ley que le dieta su razon de Es tado, er y deber ser, causalidad e idea, libertad y necesidad: nos en contramos aqui en medio de los problemas que tan apasionadamente agitan la filosoffa moderna. Fl historiador, al que s6lo puede impor tarle Ja comprensién intuitiva, y que tiene que dejar al filésofo ta investigacién exhaustiva de las cucstiones légicas y metalisicas que se alzan detras de sus problemas, sélo puede decir Jo siguiente en re lacién con este complejo de interrogantes En todo obrar, segin la razén de Estado nos sale al paso, ante todo, una conexién causal estricla y rigurosa, tan clara e inmediata mo en ningiin otro aspecto de la vida histrica, Motivos forzosos de propia conservacién y de crecimiento del Estado impulsan al po lit acter individual y general, a la vez. Un cardcter individual, en tanto que dichas acciones bus- can un camino winico, adecuado a la situaciin del momento. irrepe: ible, y, en este sentido, traspasan, a veces, las leyes generales éticas y las normas juridicas vigentes. Un caracter gt empero, en tanto que obedecen a un impulso permanente, comin a todos los Estados. Lo individual en el obrar, segiin la razon de Estado. nos aparece asi como la consecuencia necesaria de un principio general: necesaria, porque la multiplicidad fluyente de la vida histérica, y es pecialmente la situacién inestable de un Estado que lucha por st existencia entre otros Estados igualmente inestables, fuerza a una sutil modificacién ¢ individualizacién del impulso general. De esta suerte, tanto lo individual como lo general en el obrar, segim la ra z6n de Estado se insertan sin dificultad~en un principio, al menos dentro de Ia conexién causal del ac La conexién causal especial que este obrar constituye, forma, em pero, una conexién de fin y de valor, una conexibn teleolégica. El politico quiere hacer realidad determinados fines y determinados va- lores. {De qué clase son? De donde proceden? Desde cl momento en que se trata de analizarlos y de deducirlos, surgen ya las difi- cultades El Bien del Estado y de la comunidad nacional encerrada en él, son, se dice, el valor y la finalidad, y el poder, la afirmacién y la extensién de! poder, el medio indispensable que hay que procu- raree incondicionalmente para ello. Incondicionadamenie, en tanto que, caso necesario, hay que procurarselo—segiin Ia opinién, al me: nos, de muchos, y segam una practica casi constante—, sin tener en ‘0 a acciones que Hevan en siun cuenta nila moral ni el Derecho positive. En seguida empero, surge la dude de hasta dénde pucde irse en esta falta de esertipulos, y las apiniones sobre ello han sido y son hoy muy diver . La. propo: sicidn de que el poder necesario al Estado ha de procurarse incond cionadamente, es decir, por todos los medios posibles, es afirmada por unos y negada por otros. Juicios éicos de valor complican, pues, aqui la vision simple, de estricta causalidad que habiamos obtenido primero del obrar segin la razin de Estado. Junto al valor del bien del Estado existen, en efecto, otros va- Jovados que piden también para si una vigencia incondicio- nada. De ellos nos interesan aqui la ley moral y la idea del Derecho. Mas ain. cl mismo bien del Estado se asegura. no sélo por el poder, sing también por valores élicos y juridicos, y en Gltimo término, el poder puede verse amenazado por el quebrantamiento de los valores morales y juridicos. De acuerdo con ello, el politico puede verse, por tanto, movido a limitar su apetencia de poder y la cleccién de medios para conseguirlo, tanto por el respeto en si a la moral y al Derecho, es decir, por un motivo puramente ideal, como por la con- sideracién bier entendida del bien del Estado, en la cual pueden lores mozelarse motives ideales con otros de naturaleza prictica y utilita: ria. Si la limitacién tiene lugar por consideracién al bien del Esta- do, es decir, por razén de Estado, inmediatamente surge la cuestin harto complicada de hasta qué extremo obedece puntos de vists utilitarios, y hasta qué extremo puntos de vista ideales. ;Dénde se halla cl limite entre ambos? Desde un angulo puramente légico, uiede tenerse quiza por posible trazar la linea divisoria, pero las th timas profundidades del obrar personal no pucden percibirse en este caso. Al historiador no le queda mas que expresar_una suposicion acerca de la preponderancia de este o de aquel motivo, una suposi- ién jue tendré mé imilitud segin sea el estado de las fuentes y nuestro restante conocimiento sobre el caracter de la per- sonalidad que actia. Y el que, después de haber obrado en casos asi, en los que se mezclan motives utilitarios @ ideales, se pregun- tase rigurosamente, cual de ambos motivos y en qué grado le habian determinado, tendria que confesarse la mayoria de las veces que no podia separar con precisién los unos de los otros, porque ambos se influyen y condicionan reciprocamente. Las reacciones éticas se pre- sentgn a menudo, sdlo después de que el examen screno del caso ha pucsto de manifiesto cl provecho y Ia oportunidad del obrar moral, “1 motive ideal surge asi del send del motivo utilitario, Se trata, & 5 vez, de un proceso que s¢ puede vivir en sf mismo y sentir y omprender intuitivamente en otros, pero que no se puede discear es- trictamente Entre sentimicntos y motivos éticos y éticamente indife- rentes se extienden, con harta frecuencia, zonas oscuras de transi~ cién y de conflucncia, ¢ incluso puede acontecer que todo el espa- consista en uma zona de esta especie. © menos verd Hasta aqui hemos tratado el caso en el que, bajo la presién co- incidente de motivos ideales y utilitarios, el politico respeta las fron- teras del Derecho y de Ja ética y limita su impulso en Ja conquista de mas poder {Qué sucede, empero, cuando, al contrario, en sus de- cisiones y en sus acciones, el politio sitéa la finalidad del poder por encima del Derecho y de la moral, obrando asi especifica e equivocamente en el sentido de la razon de Estado? Aqui se plan- tean exactamente Jos mismos oscuros problemas, y surgen en el sentimiento, en la voluntad, en el pensamiento y en el obrar las mismas zonas opacas de transicién. ;Le impulsa, en efecto, tan silo el bien del Estado, sentido como un valor ético, slo la preocupa ién por la existencia, el futuro y las condiciones de vida del Estado que le ha sido confiado? zTenemos ante nosotros sélo un conflicto de deberes éticos divergentes, 0 también la irrupcién de motivos ex- trafios a la moral? La apetencia de poder es un impulso propio del hombre, comin quiz a todos los animales, un_impulso que se extiende hasta que encuentra barreras que Jo detienen. Y en el hombre, por lo menos, no se limita a lo que es inmediatamente necesario para la vida y el desarrollo, sino que se goza con deleite del poder en si y en lo que tiene de intensificacién de la personalidad (1). La pleo- nexia es. junto al hambre y al amor, el impulso mas potente, mas elemental y mas eficaz en el hombre, y aquél, ademés, que conduciendo mas allé de la satisfaccién de las meras necesidades fisicas, ha des- pertado a vida histérica al género humano. Sin las harbaras con- centraciones de poder, tejidas con terror y crucldad, de déspotas y castas primitives, no se hubiera Hegado, en efecto, a la fundacion de Estados ni a la educacién del hombre para grandes cometidos supraindividuales. Aunque, desde luego, no s6lo por virtud de ellas se hubiera Hegado a tales resultados, y es seguro que también han tenido que colaborar en esta direceién ideas axiolégicas espirituales y morales, por muy toscos y primitives que fueran (2). Cratos y ethos edifican de consuno el Estado y hacen la historia. j Cuan oscura y problematica es, sin embargo, la relacién de ambos en cada mo- mento del desarrollo y muy especialmente en el obrar politico! De huevo nos preguntamos: ghasta qué punto actita en éste el mero afan de poder, ef placer de dominar, la ambicion, y hasta qué punto es refrenado el afin de poder por la preocupacién ética por el bien de la comunidad que le estA confiada? Aqui sdlo son posibles, en cada caso, respuestas sumarias, basadas en la intiicién y el sentimienta vital, (D Cir. Vieaxanpr, Gesellschafislehre, pig. 290. (2) “Hasta hoy, la investigaciGn, de signo predominaniemente postitivista, neha probado mucha comprens.én para este hecho. Cir. Vienxawor, Dus Heilige én den primitiven Religionen (Dioskuren, Bd. ¥), quien abre nuevas rutas aqui en To que a Ia zeligin se refiere, probando Ia existencia en los pueblos primi- tives de un verdadero sentido rel:gioso. Entre cratos y ethos, entre el obrar movido por el alan de poder y el obrar Hevado por la responsabilidad ética, existe, en las alturas -de la vida politica, un puente, a saber, la raz6n de Estado, la con- sideracién de Jo que es oportuno, dtil, provechoso, de lo que el Estado tiene que hacer para alcanzar en cada circunstancia el optimum de su existencia, Aqui radica la enorma significacién del problema de la razén de Estado, una significacién no sélo histérica, sino también filoséfica, y que hasta ahora no ha sido suficiente- mente estudiada. En este puente, en efecto, se echa de ver con es- pecial claridad las terribles € inquietantes dificultades que encierra ven la vida humana Ia simultaneidad de ser y deber ser, de causali- dad e ideal, de naturaleza y espfritu. La razén de Estado es una maxima del obrar de enorme ambivalencia y escisién; posee un lado vuelto facia la naturaleza y otro vuelto hacia el espiritu, y tie- ne, si asi puede decirse, un niicleo en el que entremezclan y con- funden lo perteneciente a la naturaleza y lo perteneciente al os- piritu, Hacia la naturaleza esta orientada aquella vertiente del obrar segin la raz6n de Estado que sigue décilmente la apetencia det poder. Se obra, se tiene que obrar asi, porque aqui actia una fuerza elemental imposible de aniquilar y sin Ia cual, ademas, como ya veiamos, no hubieran surgido nunca los Estados. ¥ el politico, que siente la necesidad del poder para el Estado, es también, a la vez, un hombre. de came y hueso, en el cual alienta, tiene que alen- tar, asimismo, un impulso personalisimo hacia el poder, ya que sin el aditamento de esta pleonexia personal por parte de hombres de temperamento vigoroso no podria obtenerse nunca el poder necesario al Estado. Aqui se halla todo ain en la esfera de las conexiones causales y biolégieas. Y en esta esfera se encuentran, con tanto ma- yor motivo, los impulsos directos del obrar procedentes del ambito del Estado y que provocan, en sentido estricto, Jo que se Tama ree- vesided politica, es decir, Ja situacion inesquibable en que se en cuentra el Estado frente @ amenazas a su poder, tanto internas como. externas. y que le fuerzan al empleo de medios de defensa y ataque de naturaleza especifica. Hoy se acostumbra a decir, en tales casos, que su obrar esta determinado «con necesidad natural». A la esencia misma del obrar segin la raz6n de Estado le es propio, por eso, un alto grado de necesidad causal, que el que actia suele incluso con- cebir y sentir como una necesidad absoluta, inescapable, férrea. Ahora bien, como ya deciamos, este proceso causal es, a la vez, siempre un proceso deierminado por fines; es decir, un proceso teleolégico. Cuando nos acercamos a esta vertienie de ja razon de Estado empieza a lucir el mundo de Jos valores y retrocede paula- tinamenie el de las potencias elementales. Alli donde la razén de Estado se eleva hasta su rads alta posibilidad, el poder no es por- seguide por el poder miemo, sino tan sélo como un medio indispen- 8 sable para el fin del bien comin, de la salud fisica, moral y espiri- tual de la comunidad. Se trata de un fin altamente ético, pero el medio para alcanzatlo es y contiméa siendo violento y elemental. Hablando en términos crisiianos, es un medio sometido al pecado y expuesto harto a menudo al abuso. No obstante lo cual, el politico que cree tener que conculcar el Derecho y la moral por razén de la «necesidad politica», puede, sin embargo, sentirse justificado ante su propia conciencia, ya que, segim su conviccién subjetiva, para su manera de obrar lo primero que tuvo en cuenta fué el bien del Ks- tado que le estaba confiado. Hasta tal punto puede el mundo de los valores iluminar ennobleciéndolos Ios iiltimos estratos de un obrar problematico, Problematico y escindido continfia siendo, sin em- bargo, este obrar, porque la violacién consciente de la moral y del Derecho, sean cuales sean los motives que la determinen, es siempre una infraccidn ética, una derrota del ethos en su encuentro con el cratos. De aqui, que el obrar segtin la razén de Estado oscile cons- tantemente entre la luz y las tinieblas. El centro de este camino, sobre todo, se halla dominado, a la vez, por la juz y las tinieblas. La razon de Estado exige, en efecto, ante todo y sobre todo, una gran racionalidad y adecuacion en el obrar politico La razon de Estado exige del politico que se eduque en su sentido y que se transforme humanamente, que se domine a si mismo, que reprima sus alectos y sus inclinaciones 0 repugnancias personales para entregarse plenamente al cometido objetivo del bien del Estado. El politico debe, asimismo, descubrir fria y racional mente los intereses objetivos del Estado, tratando de librarlos de iodo ingrediente emocional; pues, como ya decia Bismarck, cl odio y la venganza son malos consejeros en la politica. En este sentido, la_razén do Estado exige un salto decidido desde cl ambito de lo natural al de lo espiritual, asi como el gesto especificamente de entregarse con olvido de si a un cometide superior. Y, sin embargo, ja eliminacién de motivos emocionales no puede ni debe conseguirse nunca plenamente, ya que, come haciamos notar, el politico tiene gue Hlevar en la sangre una tendencia elemental hacia el poder, sin Ja cual realizaria muy mal su cometido especifico, Es muy facil exi- gir de 4 que no deje actuar en su animo esta tendencia mas que en el_grado preciso que demandan las necesidades objetivas del Estado. Cémo es posible, sin embargo, en cada caso concreto, delimitar inequivocamente, tanto légica como objctivamente, qué poder cesario y cual no para el Estado y el politico? Cuan dificil & incluso imposible es, a menudo, en las anexiones fertitoriales de un ven- cedor, distinguir lo que es necesidad politica practica y lo que mera complacencia en el aumento del poder. Es acaso posil separat claramente lo que habia de inexorable \necesidad y lo que habia de motivos personales de venganza y rivalidad. en lx crueldad implacable con que traté Richelieu a sus enemigos on =} tice ne- 9 interior o Bismarck a Harry von Arnim? De nuevo nos encontramos aqui von esa zona turbia entre impulso y razdn, entre naturaleza y espiritu en el obrar por razén de Estado, una zona que no puede acarse de la penumbra ni el en andlisis tedrico ni en la aplicacin practica. Y lo que aqui Hamamos «razon» del Estado no es tampoco algo idéntico con el concepto de razin proyectado en Ia esfera ¢tica, que es lo que de ordinario tiene presente la filosofia cuando delimi- ta unas de otras las potencias de Ja vida interior. Aquélla puede, duda, elevarse a este concepto y adquirir también contenido ético cuando abarca el bien total espiritual y ético del pueblo en- tero; por ello, no es posible, a la vez, sin que hagan su aparicion nuevos motives, mas cilidos y profundos del animo, impulsos in- ternos. Calor y frio tienen, én este caso, que confluir de manera peculisrisima en el alma del que obra, pues Ia razin de Estado ne- cesits, como ya veiamos, la temperatura frigida del hielo. En las cimas de su desenvolvimiento en los grandes estadistas de la histo Ja razén de Estado pucde asi llevar a la maxima tensién y union de fucrzas espirituales y animicas. No obstante lo cual, vive en ella una fendencia natural a retroceder a la frigidez como a su elemento na- tural, a limitarse ¥ calcular cl mero provecho tangible del Estado; y el provecho del Estado se encuentra siempre mezclado, de una u otra manera, con el provecho del soberano. Por cso, la razén de Estado corre siempre el peligro de convertirse en un simple ins- trumento utilitario desprovisto de consideraciones éticas (3), el_pe- ligro de descender de Ia sabiduria a la mera prudencia, y de dominar Jas pasiones que afloran a la superficie sélo para dar satisfaccién a pasiones ocultas que anidan en capas mas profundas. La razén de Estado puede convertirse, por eso, en simple técnica del Estado, y de hecho asi lo ha sido también en sus principios. La simple técnica, empero, no puede separarse del Ambito de la naturaleza, y también las hormigas, las abejas y las aves de nido poseen sit técnica. Nuestro estudio semeja el deambular por el laberinto de un jar- din todos cuyos caminos conducen, en iiltime término, al mismo punto. Esto nos acontece también si con la vista fija en la puerta de entrada tratamos una vez més de enfrentarnos con el problema. {Surge el espiritu de la naturaleza de una vez, como una potencia esencialmente distinta, o bien se desarrolla Ia naturaleza a través: de una serie de transiciones imperceptibles y en continuidad intima hasta Hegar @ ser fo que nosotros Iamamos espiritu? ;Hemos de concebir el mundo dualistica 0 monisticamente? Este es el proble- ma con ei que se debate el pensamiento filoséfico moderno, cl cuat se halla mas saturado con experiencias vitales ¢ histéricas que ef anliguo, Hevado por propia tendencia a moverse constructivamente- (2) “Para Ja politica el hombre es un medio; en el mejor de los casos, am medio para su propia salyacién.” (Srraxcer, Lebensformen, 2. Aufl., pag. 192.) 40 en la atmésfera pura de la especulacién. Las dos armas principales, en efecto, de las que aquél dispone, el método logico-conceptual y -el empirico-inductivo se enfrentan, en altimo término, el uno con él otro, porque los resultados del mero empirismo son puestos en duda por la reflexion légica y gnoseolégica, y los de ésta son puestos en duda por la experiencia. E1 historiador, empero, 0 al menos aquel que no tiene por resuelto su cometide con Ja mera descripcion y encadenamiento causal de sucesos, s¢ ve constantemente arrastrado al centro de estos problemas. No puede tampoco contentarse con las respuestas que le ofrecen los filésofos, pues en todas ellas, inclu- so en las que mas le convencen, encuentra siempre un punto débil, una incégnita no resuelia 0 solo aparentemente resuelia, Ya la ver, con sus propios medios de conocimiento no puede ir muy lejos. Las perforadoras con las que trabajan la filosofia y Ia historia penetran, es verdad, a través de las capas mas blandas; pero se quiebran al Hegar a la roca viva de las cosas. Lo mas que puede realizar el his- toriador es situar los pracesos vitales del mundo histérico bajo la juz de potencias superiores y més genersles, que aclian y se man fiestan en aquéllos, mostrar lo concrete sub specie acterni: lo que no esta en situacién de hacer es determinar este algo superior y eterno ni en su esencia mi en sus relaciones con la realidad concreta. Lo tmico que puede decir, por eso, es que en la vida historia tiene ante sus ojos un mundo unitario, pero, a la vez, bipolar, un mundo que precisa de dos extremos para ser tal como se nos aparece. Estos extremos son Ja naturaleza y el espiritu, causalidad y espon- ianeidad creadora, los cuales se oponen, cn aparicncia, radical ¢ inconeiliablemente, pero, no obstante, determinan a la vez, aun que no en igual medida siempre, la vida histérica situada entre am- bos. El cometide del historiador seria muy facil si pudiera conten- Yarse con aquella sencilla concepeién dualista de Jas rolaciones entre viaturaleza y espiritu, propia de la tradicién cristiana y ética de siglos anteriores. Si asi fuera no tendria otra cosa que hacer sina describit Is Iucha entre luz y tinieblas, pecade y gracia, razon y mundo sen. zible, al estilo de un corresponsal de guerra como punto de observa-

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