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i Las revoluciones aparentemente faciles y sencillas son fas mas peligrosas. Cuando let em fos periédicos que la revolucién de Buenos Aires habia sido “rapida e incruenta”, me eché a temblar por la suerte de la Argentina. Mi tem- blor, intimo y espiritual, se debe al hecho de que he sido actor en una revolucién demasiado rapida y de- masiado ineficiente y espectador de otra del mismo ti- po, y los resultados de ambas han arraigado en mi mente la creencia de que, en las naciones como en los cuerpos, los paliativos son infinitamente peores que la implacable y sangrienta operacién a fondo. Los acon- tecimientos han probado que los tratados de Ciudad Juarez —final rapido y aparentemente feliz de los treinta afios de la dictadura de Porfirio Diaz—, fue- roa una especie de emplasto en el cual incubaban ya los bacilos de la Ciudadela, esos bacilos que dieron los resultados terribles de los cuales adn México no aca- ba de curarse. Iguales consecuencias tuvo la revolucién de mesa redonda que derribé al general Machado en Cuba, en ef mes de agosto de 1933. EI sefior general Gerardo Machado y Morales fué un hombre que lego a la presidencia cn Cuba como Me. ga el médico a la puerta de una casa donde hay un en- 20 ALDO BARONI fermo grave, entre la palpitante espera del paciente y de sus parientes y amigos, acogido por Ja sonrisa de a esperanza. Era un hombre de origen obscuro, de instruceién nula, que se habia ido puliendo hasta cies~ to punto con el roce social y que se habia conquistado una sélida popularidad asistiendo durante treinta afios a todas las bodas, bautizos y entierros de La Habana. De que su roce social y su condiciéa de miembro de os principales clubes de la perla antillana no Jo ha- bian pulido con exceso, tuve buena prueba en New York, ciesia noche de un afio que creo fué el 1921, de sobremesa en el restaurante de aquel admirable con- feccionador de “spaghetti” que se Yamaba Taormina y habia hecho célebre con su habilidad de cocinero y de maitre sus “Giardini de Caserta’, Curioso tpo ese Taormina, gordo como un abad, rojo como un bebedor de buenos tintos, elocuente como un filosofo epictireo, que habia mandado colocar en las paredes de su res- taurante breves, pero muy convincentes consejos, entre los cuales —zte acuerdas, amigo Uthoff?—, descolla- ba éste que se referia a la copa de vino que debe ser indispensable compafiera de mesa de todo gourmet: nunca la dejes lena, no la dejes nunca vacia, .. Pocos apostoles de las religiones han visto nunca tomar tan al pie de las letras sus mandamientos, En verdad el letrero, pintado en letras géticas en la pared, se refe- ria a algo cuya presencia estaba entonces rigutosa~ mente prohibida en las mesas de Jos restaurantes nor- teamericanos, pero en Jas propias barbas de la prohibi- cién y con la aprobacién sonriente de la policia, las CUBA, PAIS DE POCA MEMORIA, a4 tazas de té que se utilizaban para escanciar el vino blanco y las de café en que era servido el “Chianti”, el “Nebbiolo” y el “Barbera” de contrabando, nunca permanecian lenas 0 vacias mas que por breves minu- tos. Aquella noche, después de haber dado fin al pos- tre, el general Machado, con la mirada que rebrillaba agudamente detras de los gruesos espejuelos de arma- zon de carey, exclamé, dirigi¢ndose a los que estéba- mos comentando la excelencia digestiva de platillos y vinos: —Si, pero aqui en los Estados Unidos, siempre falta algo muy necesario en Ja mesa..., y con ges- to triunfal extrajo de uno de sus bolsillos un paquete de palillos de dientes que nos distribuy6 con la serie- dad de guien esta cumpliendo con un rito. nee El general Gerardo Machado inicié su presidencia ptecisamente en los afios en que Mussolini empezaba a gozar de gran predicamento en el mundo. Diplométicos, turistas, periodistas, Hegaban de Ita- lia encantados por el hecho de que los italianos ha- bian, por fin. encontrado a un gran hombre que sabia gobernar su natural, hasta entonces incurable indisci- plina. Mussolini —maravilla nunca vista—, era, pa- ra los admirados derechistas del Universo, el hombre que habia logrado que los ferrocarriles italianos Tega- ran a su hora... Mussolini era el hombre que contra- taba —en excelentes condiciones de garantia segura—, empréstitos con los banqueros de Wall Street para 22 ALDO BARONI darle a Italia unas carreteras turisticas en las que sé- lo corrian los coches de los extranjeros y de los italia- nos ricos, como sobre pistas para carreras, sin interfe- rencias de plebeyos camiones y de democraticas bicicle- tas... {Viva Mussolinil, gritaban los diplomaticos y los turistas de altura, cuando Iegaban a vaciar sus impresiones en los carnets de los reporteros que jos es- peraben en los andenes de Ia parisina estacién de Lyon, en el aerédromo londinense de Croydon o en los mue- Mes neoyorkinos. El pobre Machado quiso imitar a Mussolini... Dada la época, era casi inevitable. Realizé obras ptiblicas importantes, algunas de ellas inutiles, pero muy fastuosas; otras de gran utilidad: discipliné a los cubanos —esos italianos de América, simpaticos, abiertos, manirrotos, cuando tienen con qué, amigos del canto, del buen humor, de la anarquia—, adecenté la buroctacia ~ya nadie hacia negocios irre- gulares en Cuba, con la natural excepcién de Macha- do— y recibia dinero y aplausos de Wall Street, aplausos gratuitos y dineros que iban a engrosar la cuenta por concepto de deuda extranjera que pesa so- bre los hombros de los contribuyentes antillanos des- de el mismo dia de su independencia y que ha ido aumentando, aumentando, aumentando. Cierta noche, en pleno apogeo de su gloria, volvi a ver a Machado. Era una noche tropical que olia a perfumes finos. a mujeres lindas, a mar, a plenilunio. ‘CUBA, PAIS DE POCA MEMORIA 2 En el ‘Yatch Club” habanero se celebraba —antitrién sardanapalesco, el Gobierno— el final de la Conferen- cia Panamericana ntmero de orden no recuerdo cual. Pocas veces, probablemente nunca, el panamericanis- mo fué agasajado con tanta suntuosidad, Era Minis- tro de las Obras Pitblicas cubanas un abogado que es uno de los hombres mas extraordinarios que yo haya conocido, un hombre que —cuando Jo nombré Macha- do su Ministro de Obras Péblicas— por lo gigantesco de su programa fué apodado Julio Verne. El apodo estaba justificado, puesto que habia entonces mucho de Julio Verne en Carlos Miguel de Céspedes, pero éste resulté ser un Julio Verne que realizaba en piedra, en hierro y en asfalto sus suefios. No habia en La Ha- bana lugar propio para que la conferencia celebrara sus sesiones, y Céspedes adapt6 maravillosamente el Aula Magna de la Universidad. A la Universidad ha- banera, que ocupa toda Ja cumbre de una colina que se asoma sobre el mar antillano como un balcén, se tre- paba entonces por una especie de veredita tropical; Carlos Miguel de Céspedes ,en honor del panameri- canismo, fabricé en cuatro semanas una escalinata mo- numental que debe haber costado cerca de un milléa de délares, escalinata que es hoy una de las maravillas arquitecténicas de La Habana. Detras del Palacio Na- cional existia, desde hacia tiempo inmemorial, una es- pecie de corral de los milagros. Desde que se habia construido el Palacio, los arquitectos estaban discu- tiendo el problema de embellecer aquel lugar y —mien- tras— aquello parecia un vertedero, En tres semanas, 24 ALDO BARONI Carlos Miguel de Céspedes transformé aquel horror ut- bano en una de las avenidas mas lindas de América y la bautiz6, panamericanamente, “Avenida de las Mi- siones”. Ha visto usted alguna vez, lector querido, pintar a un escendgrafo? Si no lo ha visto imaginese 2 un hom- bre que tiene delante una tela enorme y que danza frente a ella una especie de danza apache, con un par de enormes pinceles que parecen escobas. Pesan Ios minutos y de aquellas escobas surgen paredes, mue- bles, paisajes, ciudades, templos... Esa especie de danza-fiebre escenogréfica, pero en gran escala, fué el espectaculo que admiraron durante 21 dias con sus noches, los habaneros de entonces. El ministro cred, en esas tres semanas, y en honor del panamericanismo, una avenida cuyos recténgulos de cemento entrecruza- dos, que iban del palacio al mar, estaban todos ellos perfumados de jardines, con su césped hitmedo de rocio y bordeados por cuatro hileras de palmeras rea- Jes m4s altas que una casa de tres pisos. Las palmeras, normalmente borrachas de sol, pero entonces también borrachas de movimiento, porque llegaban a bordo de camiones que parecian tanques de guerra, después de haber recortido kilémetros lar- gos de camino desde la campifia de su nacimiento y CUBA, PAIS DE POCA MEMORIA 25 juventud, eran levantadas por griias mastodénticas y plantadas en sus hoyos correspondientes. Por cierto que nunca se habia logrado antes el trasplante feliz de paimeras de mas de veinte afios como aquéllas. Céspedes resolvid el problema por medio de Ja brijula. Cada Arbol fué situado con la misma orientacion con respecto al sol que tenia en su lugar de origen, y nin~ guna se secé y todas atin viven y esperan hacerle guar- dia de honor —cuando vuelva a tocarle a La Habana el turno de ser sede de un Congreso Panamericano, y guiera Dios que sea entonces mas sincero y ms lim- pio que aquél de 1927 — a las futuras misiones. . - Agquella noche, en el Havana Yacht Club, el cireu- lo mas exclusive —como dicen los buenos vecinos— de Cuba, se celebraba, con gran pompa y un baile de gala, el final de las Conferencias. Machado, que tenta, entre sus muchas ilusiones, la de ser un gran bailador, danzaba y danzaba, con su barriguita en forma de pe- ta, su cata resplandeciente como luna Itena, apretando con su muda mano mocha —desagradable recuerdo de su juventud pasada detras del mostrador de una car- niceria de Camajuani—, la mano de sus parejas, que eran jas mas linda cricturas de las Antillas, los ejemplares femeninos de ojos mas negros y tez mas blanca que enloquecen a los hombres en ¢] gran invernadero flo- rido de los trépicos. En un intervalo entre un “fox” y un “son”, algu- nos negros fracs periodisticos apartamos al Presidente Machado de jas toilettes vaporosas y multicolores de 26 ALDO BARORNI las damas para preguntarle —en nombre de un diplo- méatico que no queria ser directamente indiscreto vy que queria sacar sus castafias de curiosidad con pata de cronistas—, por cual secreto se mantenia impecable la pechera de su camisa, a pesar del baile y del calor. Nos guifié sus ojitos de cerdo alegre y nos revelé su secre- to. Siempre, en los bailes, tenia un “valet” bien pro- visto de camisas, camisetas y cuellos de repuesto. Ast aquel sudoroso ex carnicero de Camajuanf, podia os- tentar una fresca camisa de terse e impoluto almidén alli donde los jévenes mas elegantes parecian —a la media hora de baile~ coronas de flores en madruga- da de velorio, Recuerdo que, aprovechando ef momento, le dije, con esa mala intenci6n que es la Gnica buena cualidad que me reconozco: —General, esta fiesta tan maravi- llosa me recuerda el gran baile del Centenario gue el general Diaz le did a las misiones extranjeras y a la sociedad de México, en septiembre de 1910... Rapido, el general Machado, que no tenia un pelo de tonto, comprendié la punta de flecha que iba den- tro de mi ramillete de flores, me tomé por el brazo, me lev6 hacia uno de los ventanales que recibian el beso de la luna y las caricias de la brisa, y miréndome fija- mente en los ojos, exclamo: —Tenga usted la seguri- dad de que a mi no me suceder4 lo que “a su” don Porfirio. He ieido !a historia de México y sé que el secreto del éxito esta en retirarse a tiempo...” CUBA, PAIS DE POCA MEMORIA. a Eso me dijo Gerardo Machado y Morales, en una noche del mes de febrero de 1927... jRecordaria esas palabras y sus estudios de historia mexicana el dia 13 de agosto de 1932, cuando volaba en avién de La Ha- bana a Jas Bahamas, fugitivo y desamparado, él que habia sido el nifio mimado de Wall Street y de los pre- sidentes republicanos de Norteamérica? {Quién sabe! Hr Continuacién de lo anterior. Al finalizar el articulo que he trasladado al capi- tulo anterior, le prometia a los lectores de “Excélsior” la continuacién, para fecha proxime, de mis impre- siones sobre Machado, su época y su derrambe, escri- tos —segin decia—, a la manera de Indalecio Prieto, admirable maestro de la erénica retrospectiva. Don Indalecio tuvo, en una de sus deliciosas co- laboraciones a mi mismo periédico, frases amables pa- ra mi referencia. Y mi segundo articulo empezé con algunos pérrafos que quiero conservar en el libro, aun- que no tienen nada qué ver con el tema. Hay en ellos un sabor de lagrimas que es grato a mi coraz6n, por- que son lagrimas votivas del templo de mi dolor. eae Don Indalecio Prieto me ha situado ayer en uno de esos momentos psicolégicos que Dante ha pinta- do como sélo él sabia hacerlo, poniendo en boca de uno de sus personajes m4s famosos los versos dolozo- sos: “Tu quieres que yo renueve el desesperado do- lor que me oprime el corazén”, “Tu vuoi ch’io rinnovellé 32 ALDO BARONTI disperado dolor che il cuor mi preme. - ." Dado que el mejor balsamo para el verdadero dolor es el Ianto y dado que ese balsamo es ef mas raro de todos, pues~ to que no se puede comprar en la botica mi fabricarlo en casa y que, para ser eficaz, ha de brotar espomta~ neo y por causas naturales, vaya mi sincero agradeci- miento por sus nobles palabras de ayer —que hume- decieron mis viejos ojos cansados—, al recio tribuno espaiio] cuyo luminoso talento fué tantas veces eclip- sada por la sombra cavernaria de la estulticie. estulti- cie que a veces era asesina y a veces suicida. Pero he de aclarar que, al Yamarlo maestro, no realizaba yo el pasado martes ningfin acto de halago, sino que, sen- cillamente, queria dejar asentada una verdad, La ver- dad es la siguiente: la lectura de los axticulos que desde hace afios~, escribe don Indalecio Prieto en EXCELSIOR, dedicados casi todos ellos a ilustrar el presente con la agil resefia de sus experiencias, de sus contactos politicos, de sus observaciones, y Ta evidencia de que tal labor puede influir favorable- mente sobre los contemporaneos porque pone cau~ dales de experiencia al servicio de hombres que pueden utilizarlos en el momento presente. me indu- jo a imitazlo alguna que otra vez, aun comprendien- do que no tengo la galanura de su estilo ni su talento de observador. Al leer a Prieto, que trata tantas ve~ ces de problemas espafioles tan similares a los de nues- tra América, tuve la impresién de que sus articulos po- dian considerarse como otras tantas placas radiogta- ficas, otras tantas fluoroscopias exhibidas con comen- CUBA, PAIS DE POCA MEMORIA 33 tarios apropiados y por un experto insigne ante un piblico en el cual hay muchos interesados, menos ex- pertos que él, aunque mucho mas encumbrados, que pue- den aprovecharlas, cuando menos, que podrian, que deberian aprovecharlas, . . De alk mi tentativa de ex- hibir también los trazos de mis experiencias fluoroseé~ picas. . . Por eso [o he llamado maestro, porque —cuan- do menos—, ha sido mi maestro. Tal vez diste eso mu- cho —dada la calidad del discipulo—, de ser un elo- gio, pero, desde luego, como casi todo to que eseribo; es una verdad. Y ahora, a lo nuestro, lo de Machado y Ja revolucién demasiado breve y artificial que lo bizo caer. Nada hay més dificil que el volver al orden a una sociedad desordenada. Gobernar a los hombres cuan- do el invisible, pero seguro consenso general a la ley los contiene, como una imperceptible pared de cristal contiene los dcidos mas corrosivos, es facil cosa, Pero disciplinar lo que se ha dispersado, lo que ha huido por mil caminos desordenados, es obra de titanes, Sin embargo, cuando Ia desorganizacién ha sido larga y ya los hombres han tenido campo para sentir en su propia carne el dolor de las lacras pablicas, Ja accién del gobernante ordenador es facilitada por ef rapido consenso de Jas masas. Eso sucede, cuando menos, alla donde Ia nacién no est ain totalmente podrida y lis- ta para desaparecer de las pAginas de la Historia, Eso 34 ALDOQ BARONI se debe a que muchos bienes son necesarios a los hom- bres, y entre ellos Ia libertad es uno de los mas precio- sos, porque sdlo con ella Ia vida puede adornarse con las galas de Ja natural nobleza; pero mas necesarios ain que-la libertad, cuando ésta degeneré en licencia, son el orden y el trabajo, aun impuestos por Ia fuerza, ya gue sin ellos la sociedad se disuelve irremisiblemente, EI general Machado, habiendo Itegado al poder des- pués de un periodo de corrupcién que habia alcanza- do en tnuchos aspectos los linderos de Ia abyeccion, se dio cuenta de esa verdad, intuitivamente, y el pueblo cubano’ a su vez, répida e instintivamente convencido de que sélo en el orden estaba su salvacién, se colocé al lado de Machado en forma tan undnime que diftcil- mente se puede encontrar en Ja Historia de América un ejemplo de tan inmediata, eficaz, entusiasta, total y libre adhesin. Tan recia fué esa adhesién, y tan efi- cazmente depuradora la obra iniciada por Machado, que hasta los cuatro primeros crimenes cometidos por su policia —instigada casi sequramente por él mismo— en las personas de un periodista de Ia oposicién y de tres lideres obreros, fueron considerados por la opi- nién publica como las inevitables excepciones de una regla excelente, Gracias a la honestidad administrativa répidamen- te alcanzada, gracias a las obras piblicas formidables iniciadas y evades a cabo con ritmo de lampara de Aladino por el gran Carlos Miguel de Céspedes, el finico verdadero hombre extraordinario de aquél régi- CUBA, PAIS DE POCA MEMORIA 35 men, Machado aleanz6 una popularidad, sin preceden- tes en su pais, rara en la propia Historia de América. Pero las entregas totales de los pueblos son siem~ pre tramsitorias, y. ademas, condicionales, Machado no se dié cuenta de esta verdad, elemental y rompié el pacto con su pueblo. Este se le habia entregado ple- anamente, todo se lo habia permitido —hasta el que- brantamiento en muchos casos de la ley— a cambio de la devoluci6n del orden publico, del decoro nacio- nal y del principio de no reeleccién. Machado, enloque- cido por el Poder, perturbado por la adulacién de la camarilla, nerviosamente extenuado por el exceso de un donjuanismo que era hijo un poco de su tempera- mento y un mucho de su vanided, olvidé Ia lecci6n me- xicana de Don Porfirio y quiso perpetuarse en el Po- der. Aparentemente nada cambié entonces en el ambien- te. Sélo algunos estudiantes salieron a la calle para protestar, pero ya el poder del hombre que habia te- nido en sus manos a Ja Reptblica toda, unanime, es- taba —desde ese momento— herido de muerte. eee Mi personal experiencia me indica que nada sue- le hacer mas feliz a un gobernante que la unanimidad. Cuando alguien —cuando menos, entre los hombres de gobierno que he conocido— logra conguistar, por un momento, ese vellocino, su mayor interés, todos sus 36 ALDO BARONI esfuerzos se ditigen a consolidar esa maravilla, Si pu- diera, formaria con esa unanimidad un hermoso, sun- tuoso, enorme museo, con aire acondicionado, y en él reinaria ~solemne y dormitante— como reinan sobre sus tuinas polvorientas los viejos conservadores de Chichén. No se dan cuenta de que las unanimidades son excepcionales y transitorias y esos pretendientes a la cristalizacién eterna de] amor undnime son como aquellos ciudadanos que, habiéndose sacado un pre- mio gordo de loteria, piensan en que podrn seguir vi- viendo suntuosamente toda la vida, sacndose gordos escalonados. . . La verdad es que el gobernante que quiere conservar la unanimidad perpetua en Ja adbe- sién de su pueblo, ademds de un error, comete un de- lito. En efecto ~y asi lo hizo Machado—, el primer paso para lograr ese imposible, consiste en atraetse a los partidos de oposicién, cuando menos, a sus jefes y lugartenientes. No es dificil —y asi sucedi6 en Cuba—~ que aquéllos se dejen atraer dentro de la orbita poli- tica del Bjecutivo cuando el Jefe del Estado goza de inmensa popularidad. . . Pero precisamente entonces es cuando empieza el desastre del pais. Roma se con- sideraba al borde de la ruina cuando las Vestales de- jaban que se apagara la lampara votiva del altar de gu diosa y no hay que olvidar que la oposicién es el verdadero fuego de Vesta de una nacién, Por eso los politicos de ese siglo al que llaman imbécil y fué el mas admirable de todos, puesto que fué el siglo de Ja Li- bertad, de la Ciencia y del Trabajo, el siglo durante el cual se podia recorrer sin un solo papel de identifica CUBA, PAIS DE POCA MEMORIA Rye cién e] mundo entero —con excepcién de Turquia—, por eso los politicos del gran siglo KIX, cuando no te- nian oposicién la fabricaban y si la oposicién era dé- bil Ja fortalecian. Porque Ja oposicién es Ja bréjula del gobernante. . . La bisqueda vana y loca de ser, como decia el pobre don Francisco I, Madero, “mediecito de oro”, a todos grato, es algo tan suicida como lo seria la ac- cién del conductor de automévii que destemplara los aceros del chassis para tener bajo su control a un apa- rato de hierro dulce. . . Eso hizo Machado, Logré un éxito inmediato cuando los grandes partidos histé- ricos quedaron bajo su control total, disciplinados a su capricho, pero ef hecho es que de ese gran mal toda- via Cuba no ha podido curarse del todo y muchos de los tumbos que ha venido dando durante los éltimos diez afios se deben a aquel loco deseo de que la unanimidad continuara, que no dejara de haber nunca zahumerios entusiastas en el templo de la popularidad de don Ge- rardo Machado, Don Gerardo, e] “Egregio”, como empezaba a Hamarlo el “choteo” criollo, estaba or- gullosisimo, en su supina ignorancia, de aquella apa- rente unanimidad politica que se Ilamé “cooperativis- mo”, y andaba con ella adentro muy orgulloso. .. ¥ lo que lievaba a todas las ceremonias, aquello que ensal- zaba en todas sus explosiones oratorias, no era mas que un cAncer... su cfincer y lo que es mfis grave— el cAncer incipiente de la Republica, Cuando el pueblo cubano se vié amenazado con 38 ALDO BARONE Ia perpetuidad de un régimen que empezaba a enfer- marse de corrupcion ya que toda reeleccién —espe- cialmente si va en contra de previos juramentos antirre- eleccionistas— tiene que usar de Ia corrupcién para imponerse, empez6 el descontento. Al aiio, Cuba es- taba en plena revolucién espiritual, avanzada segura de Ia revolucién armada. Se puso entonces de manifiesto un hecho que es hijo de los tiempos modernos. Hoy no es posible llevar a cabo una revolucién como Jas antiguas. Hasta los dias en que se perfeccionaron la ametralladora y sus hi- jas y hermanas automaticas, para hacer una revoluci6n —cuando menos en fa América Latina— bastaba con tener jefes valientes y cierto respaldo popular. El re- volucionario armado con su fusil y 200 cartuchos —co- sas ambas de relativamente facil adquisicién— era mu- chas veces superior al soldado de filas, porque pelea- ba apasionadamente, tenia mas movilidad que el hom- bre uniformado, el cual, ademas, era casi siempre un forzado—, contaba con amplio y libre campo para sus avances y retiradas y vivia sobre el territorio. El arma automatica, y sus aliadas las carreteras, han dado al traste con el tipo romantico de la revolucién guerrillera. El soldado hoy cuenta con armas que no estén en co- mercio y aun dado el caso de que el rebelde consiga al- guna ametralladora, algtin fusil automAtico, dado el te- rrible consumo de cartuchos de tales armas, ellas se transforman pronto en sencillos palos, sin eficacia... Por- que el revolucionario —si combate en ¢] campo— no puede facilmente refaccionarse de parque, cosa que, (CUBA. PAIS DE POCA MEMORIA 39 en cambio, le resulta muy facil al soldado que esta res~ paldado por la organizacién de un Gobierno. Trotski, que era hombre de mucha imaginaci6n, se dié cuenta de esa realidad y, para superarla, des- cubrié la nueva técnica revolucionaria, la del golpe de Estado, Mil hombres —~y él lo demostré— bien organi- zados en pequefios grupos, cuando el Gobierno es in- seguro y poco popular, pueden aduefiarse de los cen- tros vitales de la capital del Estado y hacer caer un régimen. Los jefes de Ja revolucién antimachadista no tu- vieron en cuenta Ja transformaci6n de los tiempos, Vie- Jos revolucionasios casi todos ellos, del tiempo de la gloriosa revolucién contra Espafia, retrasados de trein- t afios en cuanto a tactica rebelde, intentaron levantar a los campesines. . . En menos de quince dias fueron acorralades y capturados, todas ellos embarrados de fango hasta los ojos, desgarradas las ropas y las car- nes, hambrientos y tan azorados que cuando Jos sol- dados Hlegaron al lugar en el cual estaban ocultos los jefes de la desdichada tentativa, un joven salié del es- condite, gritando: jNo tiren que aqui esta el general Menocal! ;Como si el pobre general Menocal hubie- ra sido el sefior Arzobispo de la diécesis o una sefiora en estado interesante y no todo un sedior general, cu- yo oficio se supone es el de dar y recibir balazos! Por cierto que el extraordinario joven aquél, po- cos afios después, era Embajador de Cuba en Was- hington. . . |Cosas de las revolaciones attificiales!

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