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LA LEGITIMIDAD ENTRE LA TEOLOGIA Y LA POLITICA. REELEXIONES SOBRE EL ORDEN POLITICO CATOLICO EN MEINVIELLE Y CASTELLANI (1930-1950) Por JUAN FERNANDO SEGOVIA (*) Con la revolucién militar de 1930, que acabé con el gobierno del Partido Radical en la persona de su lider, Hipélito Yrigoyen, la Argentina inicié un proceso intestino de acelerada deslegitimacién de las instituciones del Estado liberal de derecho. A partir de entonces se desarollé una copiosa y variada literatura politica que -centrada en la crisis nacional cultivaba la critica insti tucional del sistema polltco-constitucional y las propuestas netamente cons tucionales de reforma. La perspectiva de lo inmediato, el reformismo vario- pinto —iluminado por la historia local o universal, por la ideologfa liberal de fos constitucionalistas o las diversas filosoftas politicas de los aucoritarismos de ese entonces-, parece no dejar lugar a otra clase de género politico. Sin embar- go, dos de los més grandes pensadores de ese perlodo, los curas Julio Meinvielle y Leonardo Castellani, aportaron una perspectiva diferente. Se tra- ta de escritores politicos que, enclavados en la teologia catdlica, abordan de sos- Jayo las peripecias del régimen estatal criollo, prefiriendo una direccién neta de filosofia politica, ya de manera formal y dogmdtica (Meinvielle), ya bajo la modalidad del ensayo gil y sutil (Castellani). En todo caso, se trata de un género politico literario bastante peculiar; y a pesar de que estaba sometido a las pretensiones cambiantes de los expositores, conserva todo su vigor: desde la teologia se enfocan las cuestiones politicas a partir una instancia trascendente, con el propésito de iluminar la realidad y corregirla. No es raro que esta literatura tuviera cco en la sociedad de entonces, més allé de la autoridad reconocida, antes y ahora, a Meinvielle y Castellani. El ©) Universidad de Mendoza. 83 catolicismo argentino, que desde 1890 en adelante, habla quedado postergado al terreno de la accién social y obrera, vio reverdecer su brillo intelectual en ta década de 1920, gracias a la accién de diversos hombres prestigiosos que pusie- ron todo su empefio en revitalizarlo alli donde todo parecia haberse perdido: cen la inceligencia propiamente catélica de los problemas nacionales. Por este ‘entonces nacen los Cursos de Cultura Catélica, se funda la revista Criterio y otras publicaciones catélicas (1), aparecen casas editoriales confesionales (2) y se forman diversas agrupaciones politicas, casi todas bajo una inspiracién nacionalista genérica, que incorporan el nutriente pensamiento catélico en sus twoncos. Durante estos afios hubo una generosa exposicién del ideario catdlico, si bien no siempre se mantuvo lz pureza doctrinaria (3), pues muchos de los actores vivian una urgencia préctica, en la que la accién a veces precedia a la reflexién. Son casi dos décadas que muestran a los catélicos en el centro de la escena, cruzada por sucesos politicos de enorme resonancia, cuyos cole- tazos se sienten ain cn la Argentina del siglo XXI: fas revoluciones mi- fitares de 1930 y 1943 y, singularmente, la aparicién y el apogeo del pero- nismo (4). Fue una época dorada para el pensamiento catélico, aunque frustrante desde el punto de vista de la accién. Por un lado, perseveraba un viejo micleo catélico apegado al catolicismo liberal y democrético, que entroncaba con la tradicién confesional de los mejores publicistas del siglo anterior (5); este gru- po conservarfa influencia en el ambiente catdlico y, a mitad de siglo, luego de [a experiencia peronista, sus herederos formarfan la rama argentina de la demo- ctacia cristiana. Por otto lado, la influencia del renovado catolicismo europeo ~particularmente del tomismo, aun en la versién de Maritain (6) dio lugar a studios orientados a replantear Ja legitimidad de la propuesta politica y constitucional liberal del XIX. Los grupos que cuestionaban el liberalis- mo dominante fueron llamandose nacionalistas y, en su gran mayorla, combi- naban las ideas del modernismo reaccionario europeo (el fascismo y otras variantes del autoritarismo, particularmente Maurras) y la docttina catélica expuesta por fos pontifices 0 destilada de las ensefianzas de viejos y nuevos maestros. (1) Grterio fue la més importante y se publica hase el dia de hoy. Otras destacades fue- ron Orden Cristiane, Ortodaxia, Sol y Luna, y El Puch. (2) Adoum fue el seo de la coleccin de publicaciones de los Cursos de Cultura Catéica G) Denunciaba Doll la actitud de algunos recien llegados al catoicismo, propensos a embadurnar de tcologia sus esrios, tratando de que «todo el mundo sepa’ que anda por medio 15 fess esto 2, se bastardeaba la religién y se falseaba lo excrito. Doll, 1966, pig. 169. {@)Dejo para ota ocasién esclarecer la vinculacin entre catolicismo y peronismo, pues las investigaciones més importantes (Bianchi, 2001; Bosca, 1997; Caimati, 1995; Zanatta, 1999) no satisicen del todo. ©) Vid. Segovia, 2002. (6) Sobre su gravtacin, viel Martinez Pax, 1966. 84 La gravitacién que cobré el catolicismo por esas décadas ha generado la ver- sién historiogrifica del mito de la nacién catblica (7), esto es, la produccién incelectual inicia o define la identificacién entze la nacionalidad argentina y la catolicidad, con exclusién de otros componentes histéricos ¢ ideolbgicos; mas ain, esta literacura proyecta ese mito sobre el Ejército, de donde ef catolicis- mo nacionalista devendrfa en militarismo catélico. Sin embargo, a pesar del abusivo uso que Zanatta hace del mentado mito de la nacién catblica, lo real es que varios elementos ideolégicos que el autor le atribuye al catolicismo eran comunes a la época y no necesariainente catélicos por caso, el corporativis- ‘mo, la justicia social e incluso el militarisme-, de modo que se inscriben ca tun contexto lingiifsico comin y en un horizonte de ideas compartido, no exclusivamente catélicos. Si era peculiar a éstos el énfasis puesto en la necesa- ria ligaz6n religiosa de la comunidad, en el indispensable fundamento religio- so —. [dem, pag. 112 110 ral, pero €s0 no significa que sea lo primero en el orden de la ejecucién poli- tica, de la oportunidad. En este terreno, lo que hay que hacer es recomponer todos los cuerpos intermedios (familia, gremio, comuna, corporacién, institu- ciones paracstatales) para restaurar el plano politico, Es lo contrario a imponer el corporativismo por decreto, como algsin catélico anda proponiendo por ahi; pues, si asf se hiciere, el disloque serfa mayor porque el Estado, débil por la ideologia liberal y minado por los intereses fordneos, no soportaria una orga- nizacién de las fuerzas econémicas (126). Antes bien, este tipo de cambios reclama de uno anterior, de un cambio de mente, que s6lo procede luego de tuna penitencia, que nos reponga en el mundo de la justicia, donde cada uno hhaga lo suyo, lo que vale especialmente para el Estado, que debe dejar hacer a los cuerpos sociales (127). ‘Como condicién de toda recomposicién, se impone un Estado Erico en sustitucién del Estado liberal (128); 0, en otras palabras, se requiere de la accién moral, porque la accién politica, a estar inmoralizada, no basta (129). Pero aqu{ las limitaciones estén en la propia naturaleza humana, pues no hay moral sin ayuda de Dios al libre albedrio humano; 1o contratio, negando el auxilio sobrenatural, se tendra moralina, una moral superficial, puritana, iluso- fia, No hay moral sin religién, sin Dios, y la ensefianza moral est en la Tradicién y la vida de los santos (130). ‘Acaba de mostrar Castellani que la solucién politica esté en dependencia de factores no politices: la descentralizaci6n supone cuerpos intermedios vigoro- 08; la accién ética reclama de la gracia divina; y toda medida politica pende de la recuperacién de la inteligencia nacional, de un pensamiento auténtica- ‘mente patriota (131). Incluso, fa insticucién politica por excelencia de nuestra historia, el caudillo, sobre la que debe montarse la respuesta al liberalismo andante, esté condicionada por demandas que desbordan su simple terrenali- dad. Con Balmes inscribe un registro indeleble: Hay que desenvolver la Constitucién en el sentido de gobiemo unipersonal tan- to como sea posible. Propensién de los pueblos occidentales a la monarquia. Sentimiento del Jefe vivo en nuestro pals (132). (126) {dem, pégs. 180-181. Sobre el suftagio familiar, no parece Castellani estar a favor (ean, pags, 213.215. (27) Idem, pig. 192. (128). Tem, pig. 145. (129) Castellani, 1973, pg. 133. (130) Castellani, 19456, pig. 129. (131) El asuneo ya lo he tratado, pero vale una nueva referencia: Ia decadencia sabrevie- ne por «la péidida, o la falta de conciencia, © la indiferencia a lo que vulgarmence Imamos il aoa Caller ot opr Anetine de Casa, porgu no reigns ‘que exis, squiera soterado e informe, un ideal nacioral més © menos digno de los ojos de Bi, Carla, 1973 lg 10 (132) Canela, 19596, pg, 8, ui En apariencia, la solucién encontrada se asemeja a [a de tantos otros que, por entonces, clamaban por un lider carismético o sostenian la alianza de pue- blo y jefe en un régimen cesarista democritico. Pero Castellani da la nota dis- tintiva: no cs cualquier jefe emergente de un pucblo que lo descubre y encum- bra; no es cualquier lider representativo de una elite consciente de los intereses nacionales; es un jefe sabio, un gobernante teérico, un gobernante tedlogo (133), porque ‘Cuando las cosas van bien, bastan Jos hombres précticos; pero cuando van mal se precisan los tebricos. O como dijo el otro, los gobernantes mediocres son aque- los que apelan a la historia; los gobernantes excelsos son los que apelan a la filo- sofla, porque la Historia sabe lo que pas6, pero no lo que va a pastr (134). Es decir: estamos frente a la solucién platénica, aunque Castellani quiera hhacernos ver que es también la de Santo Tomds. ¥ me parece que aqut es don- de se muestra, de modo eximio, por qué Castellani fue un gran te6logo, capaz de discernir los males del espiritu argentino, pero con poca pericia para dise- ‘har soluciones polftcas. Pedir un gobernante teélogo en la Argentina de 1940 cera un imposible: de donde saldria si la Iglesia estaba arrumbada, infectada de larvado protestantismo?, surgitia acaso de un nacionalismo improvisado y carente de guia doctrinatia?, zaparecerfa en las filas de un ejército acoscumbra- do a confundir lo civico con lo militar, la libertad con la obediencia? No parece posible que ese jefe brote de un terreno yermo, de un arenal, de un desierto como era la Argentina que Castellani ha ido pintado. En todo caso, habla que pedirlo a Dios, como al hace (135). Es la politica dependien- te de la teologla, mejor dicho, es la politica subalterna a la voluntad de Dios. m1 CONCLUSION. EN TORNO A LA LEGITIMIDAD POL{TICA. He tratado de presentar una singular manera de enjuiciar la realidad pol- tica argentina, la de la teologia politica, género hoy casi desaparecido entre nosotros. De la teologia politica deriva una filosofia politica, anclada en el orden natural y presente en la naturaleza humana, a la que no es ajeno el pro- blema de la legitimidad, sino que ésta es su piedra de toque. En el caso de (133) Castellani, 1942, pig, 299. (134) Casella, 1939, pig, 42. (135) _«Pide a Dios [Argentinal que te dé un domador por amos, de la raza de los viejos ddomadores!;Pide a Dios que te dé tn vardn inexorable y tierno que sea capar. de empufar ese rmontén de gence entreverada entre el Andes ido y el Rio sucio; y hacer con ella una imagen ‘tm poguze parca a imagen de Dior que es ch sa clo y en tu drab Castel, 19436, igs. 188-189. 112 Meinvielle, esa legitimidad se ha desplazado, del origen divino, siempre pre- sente, al derecho politico humano y comprende una faz constitucional: la cons- tirucién juridica es un aspecto de a legitimidad y cobra valor en tanto y en cuanto esa constitucién es aceptada «ticita y constantemente por el pueblo». Desde ef punto de vista filosdfico, dice Meinvielle, Poco importa conocer cémo y con qué derecho se ha introducido un régimen, pues desde que la multcud social le presta ticitamente su aprobacién ha llegado a ser una institucién legitima (136). Pareciera que la legitimidad constitucional queda, entonces, subordinada al mismo principio de la legitimidad del régimen o polftico-institucional, que se reduce a una férmula sociolégica: el asentimiento del pueblo. Sin embargo, ‘Meinvielle apura el paso y observa que no es tan sencillo, pues incluso una asamblea constituyente no puede legislar lo que le plazca. La ley constitucio- nal es una ley, esto es, una ordenacién de la razén dirigida al bien comin (137); por tanto honesta, justa y posible, atenta a la naturaleza y a las cox tumbres de la nacién, sujeta a las condiciones de tiempo y lugar, Dirfamos, doblemente justa: porque se somete a la ley natural y no atropella la singular manera de ser de un pueblo. ;Significa esta definicién un aval a la cons- titucién del 1853/60? Lo que pareciera ser una respuesta afirmativa, no lo es. Meinvielle teoriza sobre constituciones consuetudinarias, en las que sus dispo- siciones son acatadas pacificamente por la comunidad y es esa adhesién popu- lr la que opera como promulgacién (138). Mas esto no puede alegarse de las constituciones racionales modernas. Nada mis injurioso, por eso, a la ley eterna de Dios, y nada eis pernicioso al bien de las colectividades, que las implas consticuciones que se vienen sucediendo deede aqua vefata deb Revolucdn Frances. Nada mpooo tan dil y que. bradizo como elas, no s6lo porque contrarian los derechos de Dios y las exigencias profundas de la naturalera humana, sino porque, esteriotipadas, han legislado el ‘momento pasado, la locura de un dia, locura que se perpetiia a través de vatias generaciones y violenta la flesbilidad de la naturaleza humana, que, no obstante su uunidad y perseverancia esenciales, debe ajustarse rftmicamemte 2 los cambios de lugar y de tiempo (139). Meinvielle deslegitima el orden constitucional argentino, si bien indirecta- mente y como sesultado evidente de una concepcién teolégica de la legitimi- dad. Pero aun siendo ilegitimo, ese orden debe cuando menos tolerarse para (136) Meinvill, 1932, pig. 69. (137) Segin la formula de Sanco ‘Tomés de Aquino, Summa Thelogicae,, Il, q- 95, a 3. (138) Meinviell, 1932, pig. 70. (139) Idem, pig. 69. 113, cambiarlo cristianamente. No hay un ataque inmediato a la constirucién de 1853, antes bien un enjuiciamiento de todo cédigo constitucional desde las luces de un razonamiento que se remonta a una legitimidad politica en su nivel mis clevado; en estos libros que he espigado, por eso, no se encontrar tam- poco un cuestionamiento directo de la legitimidad institucional y los hébitos politicos argentinos. Para Castellani, en cambio, la cuestién constitucional distrae de los proble- mas de fondo, es cosa de abogadas y éatos se empalagan en su dogmitico posi- tivismo (140). ¥ el positivismo jurfdico invierte los té:minos, porque la hora Argentina exigia que los hombres guiaran las instituciones y no a la inversa. «No constituye un sistema de gobierno la Constiruciéns, afirma; a mas de doblegarse su sentido ante las interpretaciones de los juristas, es de suyo una ‘constieucién racionalista (141) que diflcilmente se concilia con el estado del pais. En todo caso, lo aprovechable de ella es el gobierno unipertonal, que debe desenvolverse cabalmente, para desarrollar un legftimo caudillismo (142). Contra los abogados que quieren mantener ef texto de 1853 a toda costa, Castellani reclama el derecho a reformarlo, méxime cuando «son justamente los cansados de atropellarla los que sostienen que no es Iicito legalmente sofiar en tocarlar (143). Esto es, uno de los modos de desterrar el liberalismo es el de Ia reforma constitucional, valerse del medio que la mismisima constitucién provee. Pero Castellani sabfa que esto no era més que una argucia que no resolverfa los problemas de fondo. Y el gran problema no es, para Castellani, politico sino religioso. En Castellani la solucién a los problemas argentinos es religiosa antes que politica. Es cierto que Meinvielle se encamina por un sendero semejante, pero en su caso [a politica tiene cierta autonomfa prictica. Para Castellani, lo reli- gioso supera lo politico y se vuelve factor decisive, Sin embargo, sus cavilacio- nes le hacen penetrar en un estadio del razonamiento en el que fa ausencia de verdadera religiosidad y la decadencia del resorte politico, develan la icrealidad de la Argentina. Meinvielle jamés puso en duda la nacionalidad, al menos en estos escritos; Castellani, a fuerza de emprender un camino diferente, empeci- nado en escrurar nuestra alma, queda paralizado ante una Argentina que vive s6lo como ideal, como anhelo. Ast se nora en las tltimas palabras de Sancho. ‘Agathaura formal existe solamente en mi mente y en las entrtelas de mi alma, yen ls almas de ustedes primero: en ese querer entiafable de que Agathaura exis- ta. Afuera de nosotros —dlijo Sancho tritemente- s6lo existe ef material de (140) EL hombre de derecho esté representado en el Sancho por el Bachiller Carrasco, Cone, 190, ple 238 ae 141)" Su racionalismo es el eipico itivismo, implicto 0 tanto en sus principios con eos conlone Cala 1973, hag 390 aed (142) Castellani 1945b, pigs, 148-149. (143) Castellani, 1973, pg 48. 114 Agathaura, la estrofa de Agathaura, las ruinas de Agathaura, las ruinas de un sue- fo pasado y el material ercombroso de un inmenso suefio futuro. Este pals exté por haces, hay que construirlo todo desde abajo (144). Argentina es un suefio, una utopia que ha de montarse sobre un pasado rui- nnoso, contando que eso que ha quedado es «materia rebelde crudo de un ensuefio presente» (145). La conciencia que Castellani ha ganado de la “Argentina luego de esrb y meditar sobre alma, ea dela eri profun- da de un pals grande y hermoso, es la conciencia de la decadencia complera y acabada en todos los Ambitos, a resultas de un proceso largo, que viene de muy atrés. ;Cémo, entonces, restaurar esa Argentina eterna que, como ideal, Castellani enarbola? El proceso decadente seguirs salvo que Dios lo remedie, «pues sélo él puede remediarlo, quién sabe cémox (146). Instaurare omnia in Deo, tal 1a solucién de Castellani (147), lo que catéli- ‘camente no estd mal, pero politicamente puede ser incorrecto; esto es, si se juz- ga.en el terreno no de las esencias sino de las oportunidades. Més atin, ante tuna visi6n decadente de la historia universal y de la argentina en particular, no se ve por qué Argentina tenga que subsistir sino por voluntad divina. ‘Meinvielle, se dijo, no busca dar una respuesta conereta, no aporta solu- ‘cones inmediatas, algo que tampoco podrfa hacer porque no es de su compe- tencia; més bien, intenta restaurar los sanos principios del orden politico, exo- némico y social, los que deberian informar la reforma de las eseructuras Vigentes. Y atin as sabe que esos principios dificilmente podrin iluminar, dadas las condiciones en las que se vive, pues la revolucién ha defenestrado el espiriu que les inspiraba y las costumbres © tradiciones que les daban vida. Hoy, la Iglesia, se bate en retirada. La Iglesia no tiene ni puede tener por ef momento la més infima probabilidad, no digo de imponer, sino de hacer entender (aun a la mayoria de sus hijos catdli- 0s) cudles son las exigencias de una vida y de una economia cristiana. :Por qué? Porque mientras subsisa e ritmo de la vida que acabo de indicar la Iglesia que ex la misma Realidad Espititual, que importa por tanto la cispide de todos los valo- es realizables aqut en el plan terestre, la que los mantiene a todos en su justo equi- (144) Casellani, 1942, pfs. 302-303 (145) fdom, pig 303. (146) Caseani, 1973, pég, 145. (147) Me atrevo a decir que Zaleta Alvar tiene parte de razén de razén en su ctca a Casellani, peo no toda la razin, La tiene ( atin con repares) cuando afirma que Castellani se desintereaba de la politic; no la rene, ctando cree que la acién pall fanve que e eaareimento doctinatio (Zales Alvar, 1975: 2, pig, 721-738). cao fas del nacional, delucin por el promo evorentai ango de 1955. La insstencia de Castellani en la necesidad de una doctsina (que provicne de una tela y s orients ala accién) nacionalia, fue justa (Cancllani, 1943b, pags. 201-206) « pesar de ue se haya vist como un obsiculo a Is operacién concret. us, librio, debe estar aplastada, sofocada bejo la anarquia de todas las otras reaidades levantadas en rebelién (148), En el mismo juicio coincidir Castellani. No se trata, como vulgarmente pudiera creerse, de una actitud pesimista sino de una visién teolégica, concre- tamente ejatolégica. En Meinvielle y Cascellani ello estd muy daro, aunque deba recurrir, en el caso del iilimo, a escritos teolégicos posteriores al perfodo aqui considerado. Este tiempo, sostiene Castellani, no es el de la Iglesia y, por lo tanto, tampoco lo es de los principios cristianos; més bien, es la hora de su fbumillacién, de su hundimiento, Porque la hora y el tiempo presentes deben leerse teoldgicamente, no humanamente. Deben comprenderse 2 la luz del libro de la Revelacién, interpretarse apocalipticamente. Y el libro de la profe- cla, el Apokalypsis, ensefia que el Reino es ela Estrella de la Mafiana», es la pro- mesa ligada 2 la segunda venida de Cristo: de donde, ahora y hasta entonces, los triunfos le serén negados a los hijos de Dios, porque «los signos han cam- biado, el poder creador no es ya de la Iglesia sino del enemigo» (149). Por otro lado, la investigacién demuestra cudn apresurados son ciertos jui- ios historiogréficos que como el mencionado de Zanatta y el mito de la nacién catdlica~ por pretender universalidad, quedan invalidados con una her- menéutica apropiada. Ni en Meinvielle ni en Castellani se ha advertido nin- guna mitologia de la nacionalidad fundida en ef catolicismo. Serfa un error Gaer en estas imputaciones, por la sencilla razén de que ambos, en tanto que teélogos, descubren en la religién (y espectficamente en la catélica) el cimien- to de toda buena sociedad y no sdlo la de la argentina. La religién es el fun- damento del orden social porque por ella no s6lo se comunican los principios del orden natural, igualmente se asciende al destino trascendente del hombre. Tal vez sea este iltimo aspecto el que los historiadores mutilan, por desco- nocimiento © mala hetmenéutica. No se puede tratar del pensamiento verda- deramente catélico si no se considera su fundamento teoldgico, que remie tan- to a las leyes de Dios como al fin sobrenatural de la vida humana. Y esto es vilido para todas las comunidades politicas, lo que Meinvielle y Castellani vie- ron con notable claridad. 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