“No olvidemos que la cultura de las humanidades favorece la aptitud para abrirse a
todos los grandes problemas, la aptitud para reflexionar, para aprender las
complejidades humanas, para meditar sobe el saber y para integrarlo en la vida propia
para, correlativamente, ver con mayor claridad la conducta y el conocimiento de uno
mismo.”
Carola Herrera
cherrera@uantof.cl
Tito Pizarro
tpizarro@uantof.cl
Departamento de Educación
Universidad de Antofagasta
Teléfono: 55-637370
Resumen
El artículo propone una reflexión académica sobre las prácticas pedagógicas de aula,
particularmente sobre la convivencia escolar. Integrando al análisis elementos
conceptuales y experiencias prácticas, se sostiene la necesidad de reestructurar el
curriculum educativo para incorporar de manera efectiva las prácticas propias de la
convivencia escolar. De esto modo, transformándolas en un importante recurso de
aprendizaje, que mejore su pertinencia y calidad.
Abstract
Resumo
Este trabajo intenta mostrar que sólo desde una perspectiva humanista es posible un real
mejoramiento de la calidad de la educación en nuestro país, al mismo tiempo que
aumentar la equidad social y la pertinencia educativa. El énfasis estará puesto en las
prácticas docentes y, por tanto, en el educador mismo, que debe ser revalorizado como
el gestor central del proceso de enseñanza-aprendizaje, o sea, entendido principalmente
como un mediador o facilitador entre los propios educandos y no entre el conocimiento.
Para (Schujman 2003), existen tres tipos de miradas docentes, la que cosifica, la que
borra el verbo y la que no se autocorrige. Todas ellas corresponden a formas
estereotipadas de conductas que el docente aprende a lo largo de su experiencia y que
limita su propio aprendizaje y proceso de apertura emocional.
(Schujman 2003: 130), en esta plano, señala “Todos aceptamos la existencia del
fenómeno pero ninguno de nosotros se considera parte del mismo. A lo sumo, podemos
aceptar ser víctimas de la discriminación, nunca causantes o agentes o responsables de
actos discriminatorios. Y la realidad es bien distinta. Todos tenemos por momentos
hacia determinadas personas, en ciertos contextos, una mirada discriminatoria y sólo
se puede lograr algo en la escuela si se comienza por aceptar esta realidad y la ardua
tarea que tenemos que realizar para juntos revertirla.”
Desde la experiencia en terreno, la mirada que cosifica es una alarmante realidad, toma
diferentes modalidades que se manifiestan a través de distintas analogías, especialmente
en el discurso de los docentes, asociando a los estudiantes conflictivos con “manzanas
podridas”, “ladrillos de mala calidad para la construcción”, “estos cabros son casi
delincuentes”, “muchos de ellos son casos perdidos” o bien “con todo lo obrado ya no
se puede hacer nada más con ellos” . En este contexto se desprende un sentir docente de
resignación y soportar esta realidad, esperando que otros agentes entorno al sistema
enfrente e intervengan la problemática, sin cuestionar su propio accionar ni resignificar
su rol, es decir, sin un costo profesional asociado.
La mirada que no se auto corrige toma en la realidad de las acciones y del discurso
distintas formas de ser constatadas, la experiencia en terreno deja en evidencia la
mínima capacidad de autocrítica para enfrentar y resolver situaciones socioeducativas
que se presentan en la vida cotidiana del liceo; el personal docente es más bien reactivo
a las situaciones emergente y tiende a proceder de manera punitiva. No se perciben
responsables frente a estos hechos como agentes catalizadores de cambio.
Con la experiencia de campo en el trasfondo, más los aportes teóricos de (Ianni 2003),
se explicitan y ordenan algunas derivaciones teórico-prácticas valiosas de compartir
(Ianni 2003: 238) señala, todo proceso de cambio y tarea emprendida en la unidad
educativa, requiere un trabajo compartido para elaborarlo y sostenerlo en su aplicación,
efectivamente cuando se incorpora por primera vez en el liceo la instancia
administrativa que coordina y evalúa las actividades concernientes a la convivencia y la
inclusión escolar, genera expectativas pero también problemas. Sólo la colaboración, la
participación y la comunicación efectiva hacen posible superar los escollos y el logro
los objetivos propuestos. Para ello fue fundamental incorporar a la estructura dentro de
la tradición cultural del establecimiento.
Toda acción e innovación “Demanda tiempo para su diseño, para su aplicación, para
pruebas y adecuaciones.” Y queda de manifiesto, absolutamente con la creación de la
estructura de la convivencia e inclusión, el tiempo asignado en las distintas tareas, fases
y procesos no es compatible con las exigentes demandas que han de cumplir quienes
cumples los roles y funciones como equipo de gestión.
“Se construye día a día, es decir, que siempre está a prueba y nunca está terminado”
en este plano hay que trabajar mucho para contrarrestar el mito que lo planificado tiene
un carácter sagrado y definitivo y reinsertar, como factores sustantivos la dinámica de
la incertidumbre y lo complejo.
“Hay que generar distintos momentos de encuentro y participación entre los actores
institucionales, que permitan el diálogo, la reflexión, el debate”
Si bien se logró un producto y un grupo humano que se esforzó por llevar a buen
término el proyecto de instauración de la estructura, durante todo el proceso hubo una
ausencia y nula colaboración por parte de la dirección del establecimiento. Éste fue un
“fantasma” que no validaba el trabajo que se estaba haciendo.
Otro aspecto, digno de rescatar en estas materias, fue la fuerte contradicción entre el rol
asociado al cargo y el auténtico sentir como persona y docente, haciendo prevalecer
puntos de vistas altamente formales, configurados sobre todo por la influencia de la
persona que ejercía la Dirección del Establecimiento, ésto hacia ocultar auténticos
planteamientos y opiniones personales, dejando entrever un sentido de fidelidad
condicionada.
Cuando se intenta situar la convivencia como una temática significativa en el centro del
aula escolar y su debida atención sistemática, especialmente, de parte de todo el cuerpo
docente, la dimensión del proceso educativo, toma una configuración distinta y
necesariamente, el planeamiento curricular cambia y, por lo tanto, debe ajustarse a
tales orientaciones estratégicas. Todo ello significa:
Para (Cerda 2000) el aula en esta nueva dimensión pierde ese carácter de tratamiento
exclusivo y prioritario de contenidos disciplinarios y se abre a temáticas valóricas
distintas y de gran impacto social :
Conclusiones:
• la convivencia emana de una realidad social que está definida en las formas de
vida de los estudiantes y sus respectivos ámbitos familiares y es fundamental
para su tratamiento pedagógico respetar tales contextos con todas sus
particularidades y por lo tanto, a partir de ello realizar un proceso formativo en
torno al tema.
• la convivencia implica una búsqueda, que tiene que ajustarse a las visiones de
deseabilidad especial de los sujetos comprometidos en el proyecto, superando
los propios déficit por ellos detectados y acercándose a sus ideales y éstos
tienen que tener una configuración congruente, efectiva y vital, con el
verdadero sentir de quienes plantean dicho planteamiento como una dimensión
social valórica que se pretende instaurar en sus proyecciones futuras. Es el ethos
esperado de la convivencia.
Bibliografía
-Ianni, Norberto, Daniel: (2003) La convivencia escolar: una tarea necesaria, posible y
compleja. Monografías virtuales. Número 2. Agosto-Septiembre. OEI. ISSN 1728-
0001
-Ruz, R., Juan y Coquelet F. Jaime (editores) (2002): Convivencia Escolar y Calidad de
Educación. Ponencias. Foro Ibero Americano Subregional. Santiago de Chile.
Ministerio de Educación y Organización de Estados Ibero Americanos.
-Morin, Edgar: (1999) La cabeza bien puesta. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires.
- Schujman, G. 2003