res P
ep sods hope ae ae
“taint lee yc Seon
CUENTOS DE TERROR,
DE MAGIA Y DE OTRAS
COSAS EXTRANAS
_——
tuesmmacioNts De
An1OM0 CASTELL REY
See REE
EDITORIAL ANDRES BELLO.
Barcelona * Buenos Aires * México DR. « Santiago de Chile;
:
ONCE ROSAS ROJAS.
Cuando Claudio decidi6 regalarle
flores en el dia de su santo a la jefa
de personal de la empresa en la que
1 trabajaba, la verdad es que no
estaba pensando en rosas, eran de-
masiado earas,
Sin embargo, al legar al quiosco
vio el ramo de once rosas rojas y
ni siquient pregunto por otras flores, pidi6 ésas y kas
pago sin preocuparse por el precio, cosa en ex-
{remo rara en él
. 1a tiltima discusién con Patricia ella insistia
~ en que la llamaran por su nombre de pila— fue
tremenda. Quizis la peor de todas y ivaya si ha-
fan sido muchas}... Por eso era tan importante una
_reconeiliacion,
Alfin y al cabo ella era quien calificaba a todo
el personal, incluso a los ejecutivos como él. iY
| de esa calificacién dependia, en gran medida, su
empleo!‘Tenia muy claro que era demasiado lo que po-
dia perder: el elegante automévil tiltimo modelo...
que la empresa ponia a su disposicién; una casa
Injosa aunque confortable... que er propiedad de
la empresa; tarjetas de créditos para cualquier Iujo
que quisiera darse... que otorgaba la empresa; los.
argos veraneos en el campito del sur... que tenfa
la empresa para sus ejecutivos; en fin, un montén
de pequefias pero grandes comodidades,
Si hubiera Ilevaclo mas tiempo en la empresa
¥ su cargo fuera un poco, s6lo un poco més im-
portante que el de ella, hubiese quedado libre de
su calificaci6n, pero no era asi
Por eso las flores.
Al llegar a la oficina te entregaria las rosas di
Wéndole: “Once rosas rojas para completar la do-
ena con Mi rONa preferida”. Fn las peliculas
siempre dba resultado,
Pero al llegar a la oficina, la jefa de personal
no estaba, Prefirié no ir todavia a la suya y espe-
rarla, Tuyo que aguardar por casi media hora.
ormitaba cuando Patricia entr6, por Io
que no aleanz6 ni a abrir la boca.
Fue ella la que hablo:
—Vengo de la junta —e dijo— y ti sabes por
qué,
—Pero, Patricia, ano crees que..? —illbuces
con tono humilde mientras pensabay "Vil vets,pedazo de tallarin viejo —asi la llamaba sin que
ella, claro estd, Io supiera—, no te librarés tan fi-
cilmente de mi!
Ella no se dign6 responderle, El ramo de r0-
sas sobre la mesita habia llamado su atencién,
—iQué lindas! —exclam6 toméndolas descui-
dadamente sin poder evitar que una espina hirie-
ra su mano.
—jAuch! —grito y tres segundos mas tarde in-
sistié en forma bastante curiosa—: Si t6 trajiste es-
tos once tallarines viejos para adularme —dijo muy
seria—, puedes olvicirlo, pues el tallarin viejo me
dijo que si yo te calificaba con tallarines viejos, t
quedarias como tallarin viejo.
Las rosas enrojecieron,
Glauclio se preocups. ZEstaria bromeando? Pas
tricia nunea lo hacia. Pero cuando ella insistis en
hablar de tllarines viejos por un buen rato, él
tomé el cit6fono y Hlamé a Gabriel, el médico de
la empr
Aunque éste no era siquiatra, diagnosticé un
gran agotamiento y recomendé que fuera inter=
nada, ese mismo dia, en una casa de reposo,
para lo cual él mismo hizo todos los arreglos
del caso.
Cuando ya
once rosas rojas, ¢
—Se las habia traido a Patricia le dijo lau-
e retiraba, Gabriel vio el ramo de
loser nosis Ros 6
Y mientras Claudio esperaba la llegada de la
ambulancia que se llevaria a Patricia, el médico
se dirigié a la clinica con su hermoso ramo de
rosas
“Se las daré a la seftora Rasena —penso—, a
ver si asf aplaco su mal genio.”
Al entrar en la habitacion 32 de la cli
Vox. chillona lo recibi6:
—Fstuye a punto de morirme, Pero eso a na-
die le importa ¢Para qué cree usted que estoy
pagando Gn fortuna? ,Para que mi médico se
mande cambiitr y me abandone en plena crisis?
Pediré hablar con e! director, usted sabe que es
prime mio, ¥ me quejaré de su comportamiento,
doetor
Sin hacer caso de todo aquel discurso, Gabriel
6 sobre la cama el hermoso ramo,
aré a a enfermera —=se limit a res-
Ponder, mientras pensalya para sus adentros: “esta
vieja esté més sana que una jovencita, Podria an-
dar saltando por abi, sin que le pasara nada",
Salio al corredor y le pidi6 a una auxiliar que
fuera a ver a la enferma, luego'se dirigid al co-
medor del personal. Sin embargo, no acababa de
llegar cuando fue requerido con urgencia por los
parlantes,
a, una
dej—Doctor Arac, doctor Arac, acuca de inmediato
a ta habitaci6n treinta y dos, Doctor Arac, doctor.
sjUR (No de nuevo!”, pensé mientras volvia a
la pieza de la sefora Rasena.
Antes de entrar, otro colega le informs:
—Algo muy extrafio paso con esta seftora.
Mira y compruébalo por ti mismo...
Yn efecto, asi era, Ni bien abri6 la puerta pudo
comprobarlo: la sehiora Rasena, tarareando, baila-
ba una ronda infantil:
“—Arroz. con leche, me quiero casar con un
doctorcito de este hospital. Con éste si, con éste
‘ho, con este gordito me caso yo.
“-fue fulminante —continus el colega—. Na
-aleanz6 a hacer nada. Fijate, atin tiene es
Peng ‘ A
que alguien le trajo, apretado en-
ecfan atin mAs rojas, como la go-
"ita de sangre en el dedo de la senora Rasena, en
Ja que nadie habia reparado.
‘Con sumo cuidado Ia auxiliar retir6 el camo.
de manos de Ia enferma y lo deposité en un tin
cn. “Son demasiado hermosas como para dejar-
las en la clinica ~pensé-~; si nadie las reclama me
las llevaré a mi casa.”
Y como a la mafana siguiente, al finalizar su
turno, nadie habfa dicho nada, ella parti6 feliz con
su ramo de once rosas rojas.
once Ross Hos "
No obstante, su felicidad s6lo duré hasta que
lego a su casa,
Alli, su marido cesante, a pesar de que ‘atin
era muy temprano, se habfa embriagado nueva-
mente, Ni bien ella entr6, al ver el gran ramo de
rosas, él comenz6 a insultarla:
—Mira en lo que te gastas 1a ‘plata. Compran-
do rosas. Rosas te voy a dar! Trae pa’ea —chilld
arrebatindole el ramo y tratando infructuosamen-
te de golpearla con éste.
=/Por qué no te da por hacer otra
cosa en
=jAuch! —exctamé—, me pinché
‘Toméndole la mano, su mujer lo consolé:
gotita de sangre, mi amor, yo
te la curo, no te preocupes, 3
Mientras las rosas enrojecian otro poquito, él
pareci6 despertar de un sueio.
—Oye —le dijo a su esposa é
I, équé libro an-
das trayendo? .
fs de primeros aunilios.
—No importa, préstamelo; lo leeré de todos
modos.Y tomando el libro, Rodolfo se senté muy tean-
quilo, disponiéndose a hacerlo.
—Sabes, mujer? —observo—. En realidad te-
nemos poces libros en la casa, deberiamos com-
prar més.
Con el asombro, la mujer se habia olvidado
hasta de las rosas, pero justo en ese momento lleg6
su vecina y se fijé en ellas,
Qué lindas! —exclams.
La auniliar, avin estupefacta, solo atiné a decir:
—Si le gustan, vecina, puede quedarse con
elas
Sin esperar a que se lo repitieran dos veces,
Gta tom6 con cuidado el ramo y con él se mar-
fu quiosco de flores, donde las colocé en
jen visible, Podria ganarse unos buenos:
Pua tea ‘era in hermoso ramo de
FOS | on
Si usted viaja a Zapallar, es proba:
ble que, para bajar hasta la playa,
use el atajo de la “casa quemada
Por supuesto que puede hacer-
le
(0 intente mover
de Io que toda-
dee ya muchos aftos, cuando ese palacete
“ittin levantaba airoso sus muros, chimeneas, alme-
‘as y tejados, sus propietarios una pareft cle ex-
tnanjeros residentes en Chile decidieron dar una
fiesta, pero una fiesta que fulera inolvidable en los
ianales del balneario,
i¥ en realidad lo fuel
La vista desde fa casa era soberbia: al frente
Se prolongaba el mar en toda su magnifica exten-
sin, al sur de la bahia, el Cerrito de 1a Cruz, y
hacia el norte, la Isla Seca cerraba el paisaje.Fue por ello que la seftora F. —su duefia— pen-
86 que seria hermoso realizar la velada a la luz de
Ia luna y las estrellas, usando sélo la luz, de dece-
nas de coloridas-velas y de enormes velones.
Y en efecto, e] resultado fue increiblemente
bello, La casa entera lucfa como un castillo encan-
tado en medio de la noche. -
La orquesta tocaba una tras otra pieza baila-
ble; las'bandejas llenas de deliciosos manjares cir-
aulaban por los salones y los vinos y licores corrian
qraudales.
Los invitados estaban, en verckad, mara
Sin embargo, como a medianoche, uno de los
snsales —nunca se supo cudl—, bastante ma-
por la bebida, tropez6 con uno de los can-
huciéndolo caer,
Sin debido a su estado de embria-
Gi, ol culpable, no fue capaz de gritar pi-
liendo ayuda. El fuego prendio en los cortinajes
y muebles de la habitacién y, demasiado ripida-
mente, se extendi6 al resto de la casa, que a los
pocos minutos ardi6 ferozmente.
‘Todos los esfuerzos por salvar aunque fuera
parte del lujoso amoblado, o alguna parte de la
mansion, resultaron infructuosos.
‘S6lo un par de bajos muros de piedra, algu-
nos pavimentos de baldosa y una alta chimenea
de conereto se salvaron del fuego.Fsa misma noche también los duehos desapa-
recieron.
‘Algunos dijeron que habfan muerto entre las
Hamas; los mas que habian retornado a su pais;
otros, por fin, que simplemente se desvanecieron
en las tinieblas 4
De los invitados, slo podemos decir que mu-
chos no quisieron volver jams a Zapallar, y que
los demés, aunque si lo hicieron, tuyieron buen
cuidado de no acercarse por los alrededores de
Ja “casa quemada”
Pasaron muchos aos hasta que alguien deei-
di6 comprar el terreno para edificar una nueva cass.
Con tal finalidad, lego una cuadrilla de jornaleros
acompanados por un jefe para proceder a limpiar
¢l sitio y demoler los restos de la edificacién.
ra invierno. En Zapallar, el dia habia amane-
cido cubierto por una niebla densa, htimeda, os-
cura y fria, lo que no era extrafo en la zona.
Como lo primero era derribar lo que queda-
ba de la chimenea, uno de los obreros, picota en.
mano, treps agilmente hasta lo mas alto de ésta
usando una larga escala de madera. Una vez. arti-
ba, y sin percatarse del fino césped que alli habia
crecido, se dispuso a romper el concreto.
Sin embargo, al intentar hacerlo, y debido al
impulso que se dio para asestar el golpe, resbald,
cayendo estrepitosamente. Por fortuna la caida fue
detenida al quedar enganchada su ropa en un fie-
170 que sobresalfa de la muralla, Pero el pobre hom-
bre no alcanz6 siquiera a respirar aliviado, cuando
sintié que su descenso continuaba, pues su propio
orcejeo hizo que su pantalén se rajara, Jo mismo
que su ropa interior, su camisa y su chaqueta
YY como toda su ropa se desgarrara de arriba
abajo y cayera en jirones, é1 quedé absolutamen-
te clesnuclo.
enroseada al cuello.
6 para un fuerte golpe;
colgando, desnudo y a punto de
pahoreado,
No obsiante este percance, el tribajo dba rea-
papa ninRnc liner rion
de mis de j Mempo que demoraron en
desenganchar al malireeho jornalero, evitando su
muerte, y hasta que le consiguieron nuevas ropas,
el capataz. orclend a otro de los obreros que subie~
raa la chimenea y procediera a demolerla.
Asi lo hizo éste, adoptando, eso si, todas las
precauciones al comenzar a golpear, para soltar
Jos ladrillos que coronaban la chimenea. El traba-jo no era ficil. El concreto endurecido por el tiem-
po se resistia a liberar los ladrillos
Dieron las doce. Hora de la “choca”, el almuer-
20 de los obreros de la construcci6n. Los otros jor
naleros, dedicados a arrancar malezas y a limpiar
de desperdicios el sitio, se juntaron para comer,
Incluso el obrero alld en lo alto descendié para
unirse al capataz. y a sus compaiieros,
Artimados a ia chimenea para protegerse del
fuerte viento, encendieron un fueguito para calen-
tar la olla en donde una exquisita cazucla, pre-
viamente preparada, dejaba escapar apetitosos
aromas, abriendo el apetito de los trabajadores.
Pero entonces... ;Splasht.
Aquello que no habfa logrado la destructora
picota, soltar un ladrillo, lo hizo una delicada ave-
cilla al posarse sobre la comnisa de la chimenea
no uno, sino que varios ladtillos se desprendie-
ron, cayendo justo dentro de la hirviente olla,
Por supuesto que ésta se voles, desparraman-
do su contenido sobre los trabajacores, que no
solo quedaron privados de su almuerzo, sino que
Ilenos de graves quemaduras.
‘Dos accidentes en un mismo dfa fueron mu-
cho para la cuadtrilla, Se negaron a volver a la obra,
y le solicitaron al capataz que se comunicata tele
foniccimente con la oficina de Ta empresa construc
tora en Santiago, para recibir nuevas instrucciones.
Y éstas fucton: “Esperen la Hegada del cons-
tructor’.
El dia siguiente amanecié nuevamente htime-
«lo, grisiceo y frio. El constructor Hlegé bastante
1ediato se dirigi6, junto con el
Rapata, @ Ia casa quemada para determinat, en
ic6mo empezar— la demolicién,
Pero en ese momento, algo llam6 poderosamen-
del capataz, algo que no se atrevi6 a
ln parte alta de la chime-
taba ningin lachilt.
Sin embargo, al hacerlo, perdié el equilibrio
'y, presintiendo que iba a caer, se aferré del capa-
az. A su vez, éste intent6 resistir, pero en vano,
‘pues fue arrastrado en su caida por el profesional
ambos rodaron cerro abajo,Un par de horas mas tarde, el constructor re-
cobr6 el conocimiento, Estaba en una cama del hos-
pital de La Ligua, leno de contusiones, Pudo ver
cémo a su capataz, en la cama junto a la suya, le
‘extrafan con una larga pinza, una a una, largas es-
pinas de sus nalgas y de otras partes del cuerpo,
pues habia ido a dar sobre unos grandes cactos.
Algunos dias después el sitio fue cerrado con
una alta muralla de madera. Nadie mas intent6
demoler aquellas nuinas.
Sin embargo, con el tiempo, el muro fue des-
apareciendo hasta que finalmente algtin osado
ignorante, de seguro, de todo lo acaecido— vol-
vié a ctuzar, acortando camino, el terreno de la
asa quemada para descender a la hermosa y tran-
quila playa de Zapallar.
Hoy, ti también puedes hacerlo, pero recuer-
da; No vayas a tocar, ni siquiera una piedrecilla
de los restos de fa “casa quemada”, porque...
UN LIBRO DE CUENTOS
+ —Mamé, mamé, cémprame ese li-
ow bro!
\ Pero la mamé, atareada eligien-
do unos detergentes, ni siquiera oy6
i el pedido de su hijo Manuel, de cin-
FB co anos.
ba
Sin embargo el padre, que fos
habfa acompanado, interesado en Io
jie cl nino pedia retirs el libro que el pequeo
laba del estante. "Qué bueno que en los su-
jercadlos tengan libros también”, pens6, y pa-
neoselo a sus hijo le pregunto:
=aliste es el que tt quieres?
St) papa, “como se Hama?
Hansel y Gretel eyo él
Qué, Roberto”, dle vas a comprar un libro?
-pregunt6 Ii madre que se habfa acercado a
dlos—. zlise?
Si —asegurd a, es un cuento muy lindo. A
AI me lo lefan cuando era bien chiquito records.ces pe ERROR MAGIA Y OTRAS COWS TEARS
Yo tambén quero oto —pidi6 entonces Ceci-
ia, la hermanita de tres atios en su media lengua.
-No, no, con uno esti bien —afirmé Ta ma-
dre—, Si se portan bien, papa se los va a leer hoy
en la noche. De acuerdo?
BI libro era muy atrayente, pues cuando se
abria una pagina aparecfa un paisaje con figuras,
todo en tres dimensiones.
Ni bien Hegaron a casa el nifio pidié el libro
para hojearlo, pero el padre, colociindolo en una
repisa alta, le advirtié
—No, La mamé dijo que si se portaban bien,
se los leeriamos cuando se acuesten, asi es que
\f se queda.
sa noche los nifios comieron mas rapido que
‘otras veces, luego corrieron a lavarse los dientes
y finalmente se metieron a la cama.
Ya, papal {Estamos listos! —grit6 el nifio.
A, papa tamo lito! —repiti6 su hermanita
—¥a voy, ya voy —respondis el padre pen-
sando en que no podria eludir su promesa—. Ter-
mino de ver estas noticias y voy a leerles el cuento.
‘A los pocos minutos concluy6 el noticiero noc-
tumo y se dirigié al dormitorio de los niios, pero
al entrar.
—jLuisa, Luisa! jVen pronto!
“Ante los gritos del padre, y pensando en al-
guna desgracia, su mujer lleg6 corriendo,24 Gumxtns i Temos, DEMAOI Y mAs COMA TARAS
—jOh! ;Oh! —fue todo 16 que pudo exclamar.
Frente a ellos estaba el libro, pero ahora sus
dimensiones eran tan grandes que ocupaba total-
mente la muralla opuesta a la entrada del dormi-
torio.
Estaba abierto en la primera pagina, en la pri-
mera escena, alli donde se deberfa haber visto a
Hansel, a Gretel, al padre y a la madrastra pene
trando en el bosque. Pero si bien alli estaba el bos-
que, quienes se adentraban en él eran sus propios
hijos, Manuel y Cecilia.
—-iVamos! —geit6 la madre respondiendo a su
stinto mis rpicamente que él—. ;Tenemos que
sacarlos de ahi!
‘Ambos, penetrando en la escena del libro, o-
rricton tras los nifios, pero las gruesas y espinu-
das ramas de dtboles y arbustos dificultaban su
vance, hiriéndoles las manos y el rostro. No obs-
tante, el ver a los nifios correteando felices delan-
te de ellos, como si estuvieran jugando, los
animaba a seguir intentando darles alcance
Por unos instantes los nifios desaparecieron de,
su vista, pero cisi de inmediato pudieron verlos
de nuevo.
‘Ahora, la escena habia cambiado, abi est
ba la casita de chocolate y los nifios en ese mo-
mento entraban en ella acompanados por una
anciana
Ja reconocié:
Ja bruja del euento —grit
costumbre hizo que él golpeara a la puerta.
Qué te pasa, Roberto, tus hijos han sido
¥ #4 tocas a la puerta? ;Vamos, no perda-
como en el cuento, en el interior de la ca-
staba la cocina con un horno muy grande y
s nifios. Manuel estaba
1 carita afirmada en
¢! piso con un gran escobillén,
yprovechando que la bruja se encontraba de
Idlas, Roberto se abalanz6 hacia la jaula y la
permitir a su hijo que escapara, pero
estaba tn asustaclo que no atind a moverse.
in pensiitlo dos veces, e}/paclre, entonces, pene-
1 en ella y empuj6 al nifio hacia afuera, pero lo
Zo con tan mala fortuna que la puerta de fa ja
cert antes de que él mismo pudiera salir,
Jindolo encerrado,
¥er0 No se preocups, pues lo mas importante
hijo, que habfa escapado hacia afuera
Ji casa, estaba a salvo.‘eopsros DI TRAROR. DR MAGTA YOTEA COWS NTHARAS
La nia, por su parte, viendo a su hermanito
cotter hacia el bosque, le pasé el escobilln a su
mamé.
—Toma, mama, me aburi —le dijo, saliendo
tras el nifo.,
En ese momento la bruja se dio vuelta y le
orden6 a Luisa:
— Vamos, nifial Enciende el horno.
Recordando la historia, la madre le respondi6:
—No sé cémo hacerlo, Por qué no me ense-
fha, por favor?
La bruja introdujo cast medio cuerpo en el
‘gran horno para ensenarle.
—jAhora! ;Emptijala! —dijo el padre—.
Aprovecha y empdjala como hizo Gretel en el
cuente.
Pero Luisa titubed.
—No puedo —dijo finalmente—, seria como
asesinar a alguien.
~ Luisa, si es S6lo un cuento! —insisti6 él, co-
menzando a desesperatse, :
—ilstis seguro? —dud ella, sin atreverse a
hacerlo. Por fin se decidio—. Esta bien, quizas.
Pero ya era tarde, la bruja saliendo del horno
se sobo las manos y, ante el horror de Luisa, le
ordené:
—Avisame, cuando esté bien caliente,
entonces asaremos ahi adentro a tu hermanito.
Mientras tanto los nifios habfan vuelto a su
dormitorio. .
Abierto sobre el velador —del mismo tamafo
que cualquier otro libro de cuentos— se encon-
—No me gust6 el cuento de Hansel y Gretel
ijo el nino y tomando el libro, lo cerré...LA RECETA,
La primera vez que los vi —eseri-
bi6 Adridn Soto, periodista del dia-
tio La Verdad— me parecieron
aceptables, pero Ix segunda, real-
mente simpaticé con ellos.