500 muertos y
13.000 heridos diarios durante tres años y medio
Jean-Pierre Fléchard
Hay dos municipios franceses muy singulares. Uno de ellos es el único que no tiene
erigido en su plaza principal un monumento a los muertos de la guerra de 1914-1918,
por haber regresado vivos del frente sus 15 movilizados. El otro, Gentioux, en Creuse,
posee un monumento a los muertos que nunca fue inaugurado oficialmente. En efecto,
representa a un escolar señalando con el dedo la inscripción ¡Maldita sea la guerra!
Todos los demás poseen un monumento a sus muertos, lo que revela mejor que la
frialdad de las cifras la amplitud de la masacre. En este mismo ámbito, añadamos que la
placa dedicada a los muertos de la guerra del 14 en el hall del ayuntamiento de Bezons,
lleva la inscripción Guerra a la guerra, odio al odio. Ningún municipio francés, con una
única excepción, escapó pues a la gigantesca carnicería, que de 7'8 millones de
movilizados durante más de cuatro años, cerca del 30% de la población francesa activa,
dejó en los campos de batalla 1'4 millones de muertos y envió a sus hogares a más de un
millón de inválidos.
Alemania ejerció sobre Francia una acción brutal de cariz belicoso, oponiendo
prácticamente un veto a su política marroquí: el discurso del káiser en Tánger, y la
posterior dimisión de Delcassé tuvieron sobre la opinión pública francesa el efecto de
un nuevo Fachoda, de una humillación nacional. Guillermo II prodigaba por el contrario
palabras amigables al zar, dolorido por la derrota y por la revolución; de esta manera lo
condujo a la entrevista de Bjórkoe, donde fue firmado un pacto secreto de alianza
germano-rusa, preludio de una gran liga continental de la que Alemania sería líder.
Esta política no produjo los resultados previstos. El pacto de Bjórkoe, incompatible con
la alianza francesa, quedó en letra muerta. La conferencia de Algeciras (1906),
convocada a petición de Alemania para zanjar el problema marroquí, rechazó la mayor
parte de las pro-posiciones alemanas, y confió a Francia y a España la vigilancia de los
puertos marroquíes. La entente cordial, lejos de ser quebrada, se hizo más estrecha; es
más, se convirtió en triple entente, después de que Rusia e Inglaterra, mediante el
acuerdo de 1907, hubieran arreglado todos sus litigios asiáticos. En Alemania aumentó
la obsesión del cerco. La atmósfera europea se tornó tormentosa. Una segunda
conferencia de paz en La Haya (1907) no consiguió frenar la carrera de armamentos,
navales y terrestres.
De estas cuestiones, las más graves eran la de Macedonia, región que seguía en manos
turcas pero de población mezclada y codiciada por Bulgaria, Grecia y Serbia; la
cuestión de Bosnia, provincia turca gobernada por los austriacos, pero poblada por
serbios, donde el nacionalismo serbio comenzaba a pro-pagarse; la de los estrechos -del
Bósforo y de los Dardanelos- que Rusia, encerrada en el mar Negro, quería abrir a su
flota de guerra. Después de los fracasos en Extremo Oriente, la política rusa, bajo la
dirección del ministro Isvolski, retornaba a sus objetivos tradicionales en los Balcanes.
Ahora bien, en 1908 estalló una crisis balcánica, provocada por la Revolución turca: el
Partido Nacional Joven (PNJ) turco se adueñó del poder y obligó a Abdul Hamid a
aceptar una constitución (el sultán, tras haber intentado reconquistar el poder, fue
depuesto al año siguiente). Para poner término a la agitación yugoslava, Austria,
dirigida por un ministro audaz, Aerenthal, decretó la anexión de Bosnia-Herzegovina.
Bulgaria aprovechó igualmente la crisis para proclamarse independiente. En cuanto a
Isvolski, a pesar de todos sus esfuerzos, no pudo obtener de las potencias la apertura de
los estrechos.
La anexión de Bosnia --era una violación del estatuto establecido en Berlín en 1878--
trajo como consecuencia una crisis europea. Estuvo a punto de estallar la guerra entre
Austria y Serbia, cuyas aspiraciones nacionales tenían la mira puesta en las provincias
anexionadas. Rusia, descontenta con su fracaso, apoyó a los serbios, hasta el día en que
la amenazante intervención de Alemania la obligó a ceder, lo mismo que a Serbia, y a
reconocer el hecho consumado (1909). Nada parecía poder resistirse al poderío
alemán.
Para establecerse en Marruecos, Francia debe ceder una parte del Congo (1911)
En lugar de producir un apaciguamiento, este acuerdo no hizo más que exacerbar las
pasiones y el antagonismo franco-alemán. Alemania, para intimidar a sus adversarios,
aumentó su armamento. En Francia, después de tantas alertas, no se querían sufrir más
intimidaciones: el ministro Poincaré, partidario de una política de firmeza, estrechó, con
nuevos acuerdos, los vínculos de Francia con Rusia e Inglaterra (1912).
Entre 1911 y 1914, se suceden las crisis en Europa, que como atrapada en un engranaje
fatal, se encamina ciegamente hacia la catástrofe. El establecimiento de Francia y de
España en Marruecos tuvo como contra-partida inmediata el de Italia en Tripolitania
(1911). Pero la expedición de Trípoli engendró una guerra italo-turca (1911-1912), en el
curso de la cual los italianos ocuparon Rodas y las islas del Dodecaneso.
Por su parte la guerra italo-turca engendró una guerra en los Balcanes. Se había formado
una liga balcánica --Serbia, Bulgaria, Grecia y Montenegro-- bajo la égida de Rusia. La
debilitada Turquía fue atacada por la coalición y vencida en todas partes; los búlgaros
sólo fueron detenidos ante las líneas de Chataldja, a tan sólo 30 kilómetros de
Constantinopla (1912).
Austria, impaciente desde hacía mucho tiempo por atacar a Serbia, había estado hasta
entonces retenida por Alemania. Esta vez obtuvo su apoyo. En entrevistas secretas en
Postdam (el 5 y 6 de julio), y en un consejo en Viena (el 7 de julio), fue sopesado y
aceptado el riesgo de una guerra europea. Guillermo U, es cierto, juzgaba la guerra
como poco probable (el zar no sostendría a los regicidas) y daba por descontada la
neutralidad de Inglaterra, con la que estaba a punto de concluir un acuerdo colonial.
Bruscamente, el 23 de julio, Austria presentó un ultimátum a Serbia, cuyas exigencias
eran deliberadamente inaceptables. Pese a una respuesta muy conciliadora (y un
llamado al arbitraje), el 25 de julio se produjo la ruptura austro-serbia, y el 28 la
declaración de guerra a Serbia.
2. La industria siderúrgica:
-United Harvey Steel Company (sociedad siderúrgica multinacional)
-Vickers & Armstrong (Gran Bretaña)
-Krupp & Stumm (Alemania)
-Schneider-Le Creusot (Francia)
-Societa degli alti forni Fondiere Acciane di Terni (Italia)
-Participaciones por intermedio de Krupp y Schneider:
-Skoda & Plisen (Austria)
-Poutilov (Rusia) (participación complementaria de Voss)
Acuerdos parciales de limitación de competencia:
-Le Creusot-Krupp-Armstrong-Krupp
Filiales :
Alemania
- Mauser: 1.985.000 M
Düren (metalurgia): 1.000.000 M
Bélgica
-Fábrica Nacional de Armas de Guerra de Herstal: 3.000.000 de acciones
Francia
-Sociedad Francesa para la Fabricación de Rodamientos: totalidad del capital
Gracias a estas dos internacionales, que sólo son el ejemplo más evidente, pues fueron
imitadas por los suministradores de intendencias, los constructores de vehículos, los
fabricantes de ropa, etc., la guerra se iba a revelar como un excelente negocio para la
gran industria internacional, que se servirá de su influencia para que dure el mayor
tiempo posible, atizando las pasiones nacionalistas gracias a una prensa financiada por
ellos, ya sea abiertamente o de manera oculta.
La gran carnicería
La guerra europea tomó las proporciones de un inmenso cataclismo. Se extendió por el
mundo entero, pero fue en Francia donde alcanzó su máxima intensidad y causó los
mayores estragos; y fue en Francia donde la potencia alemana debió finalmente
capitular.
El plan de Alemania era lanzarse sobre Francia con casi todas sus fuerzas, y ponerla
rápidamente fuera de combate, para virarse después contra Rusia. Sin duda no disponía,
como en 1870, de una gran superioridad numérica, pero sí contaba con la superioridad
de su preparación técnica, de sus formaciones de reserva, de su artillería pesada de
campaña, de su artillería de asedio (cañones de 420), y finalmente del efecto sorpresa
que debía producir su maniobra por Bélgica. El Ejército francés poseía un material
superior de artillería ligera, la 75; pero carecía casi por completo de artillería pesada;
sus infantes en pantalón rojo constituían un blanco fácil; se les había instruido en una
táctica temeraria de ofensiva a ultranza a la bayoneta.
La primera gran batalla, llamada de las fronteras, tuvo lugar del 20 al 23 de agosto. Los
dos adversarios habían pasado a la ofensiva. El estado mayor alemán, comandado por
Moltke, quería rodear las fortificaciones del este y desbordar al ala izquierda del
Ejército francés: a este efecto forzó el campo fortificado de Lieja y lanzó cinco de los
siete ejércitos en Bélgica. El estado mayor francés, comandado por Joffre, quería
paralizar la maniobra enemiga con un ataque fulminante en Lorena y en las Ardenas.
Pero la ofensiva francesa, aventurada en terrenos difíciles, fue quebrantada en
Morhange (20 de agosto), y en las Ardenas (22 de agosto). El ala derecha anglo-
francesa, atacada en Charleroi et Mons y amenazada de cerco, consiguió librarse del
mismo y batirse en retirada (23 de agosto).
Intentando desbordarse mutuamente por el oeste, los dos adversarios acabaron por
extender sus líneas hasta el mar. Tras la toma de Anvers (9 de octubre), los alemanes
intentaron nuevamente dar un golpe decisivo apoderándose de Calais; pero todos sus
asaltos fueron rechazados delante de Ypres y del Isar por las fuerzas aliadas, puestas
bajo la dirección de Foch (octubre-noviembre). De este modo, y contrariamente a todas
las previsiones, la campaña de 1914 terminaba en el oeste sin resultados decisivos.
Lo mismo ocurría en los demás frentes. En el este los rusos, que habían invadido Prusia
oriental para aliviar a Francia, sufrieron un desastre en Tannenberg (29 de agosto), pero
derrotaron a los austriacos en Lemberg, en Galitzia (septiembre). En Polonia, alrededor
de Varsovia tuvieron lugar sangrientas batallas sin resultado (noviembre-diciembre). En
el mar, los alemanes no se atrevieron a arriesgarse en grandes batallas navales; se
limitaron a una guerra de corso, y posteriormente a la guerra submarina. Finalmente, si
bien no pudieron impedir que los aliados conquistaran sus colonias, la alianza turca les
permitió emboscarse en los estrechos y amenazar Egipto.
Año tras año, la guerra se prolongó, se extendió, se intensificó, sin conducir a resultados
más decisivos que en 1914. Los aliados tenían superioridad en población, pero faltos de
preparación, de método, y sobre todo faltos de una dirección única, no supieron
aprovecharla desde un principio (Inglaterra no estableció el servicio militar obligatorio
hasta 1916).
El año 1915 estuvo marcado por la entrada en guerra de Italia contra Austria, y de
Bulgaria contra Serbia y los aliados. Fue en primer término el año de los reveses
orientales: mientras los anglo-franceses fracasaban en sus intentos por forzar los
Dardanelos por mar o por tierra, los austro-alemanes consiguieron perforar el frente
ruso de Galitzia, rechazar a los ejércitos rusos, ocupar toda Polonia, Lituania y
Curlandia; después, reforzados por los búlgaros, aplastaron al Ejército serbio y
conquistaron Serbia (octubre-diciembre); una expedición aliada de socorro desembarcó
demasiado tarde en Salónica, pero se quedó a pesar de la oposición del rey Constantino
y reunió los restos del Ejército serbio. En el frente occidental, las múltiples ofensivas
francesas (Vauquois, los Eparges, batallas de Champagne y de Artois) sólo consiguieron
diezmar los efectivos (400.000 hombres muertos o prisioneros). El Ejército italiano se
inmovilizó en las líneas de Trisonzo, sobre la carretera a Trieste.
En el mar, las flotas inglesa y alemana se enfrenta-ron en la gran batalla de Jutland, sin
resultados decisivos (el 31 de mayo de 1916).
A pesar de sus conquistas, Alemania estaba agotada por el bloqueo. Para imponer la paz
a los aliados, recurrió a medios desesperados, como la guerra sub-marina a ultranza
(enero de 1917). La nueva guerra submarina, que privaba a los neutrales del derecho a
la libre navegación, tuvo un efecto casi inmediato: la entrada en guerra de los Estados
Unidos contra Alemania, a llamamiento del presidente Wilson (6 de abril de 1917). Pero
los Estados Unidos no tenían más que un pequeño ejército y su intervención en Europa
parecía difícil, si no imposible.
Por otra parte, Alemania se creyó salvada por la Revolución rusa. La mala conducción
de la guerra había terminado de desacreditar al zarismo. La revolución estalló
bruscamente el 11 de marzo de 1917, y Nicolás II debió abdicar (15 de marzo). La
Revolución rusa tomó pronto el carácter de revolución social; apoyados por los soviets,
comités de delegados de obreros y soldados, los bolcheviques, Lenin y Trotski, se
apoderaron del poder (7 de noviembre). Tras haber propuesto en vano un armisticio
general, los bolcheviques concluyeron con Alemania el armisticio de Brest-Litovsk
(diciembre) y entablaron negociaciones de paz. Alemania pareció haber ganado la
partida en el este.
La situación para los aliados era crítica. Finalmente se decidieron a confiar el mando
único al general francés Foch (26 de marzo). Los Estados Unidos apresura-ron el envío
de tropas (cerca de 10.000 hombres diarios en junio). Pétain puso a punto nuevos
métodos ofensivos y defensivos (ataque sin preparación artillera, empleo masivo de
carros de asalto ligeros y de aviones). Una cuarta ofensiva alemana sobre Compiegne
fue rápidamente detenida a partir de junio.
El vuelco de la batalla se operó del 15 al 18 de julio. Fue la segunda victoria del Marne,
peripecia decisiva de la guerra. Completamente detenidos en su ofensiva en
Champagne, y luego bruscamente atacados de flanco, los alemanes, como en 1914,
debieron replegarse del Marne hasta el Aisne. La victoria del Marne señaló el comienzo
de una gran ofensiva aliada. Foch no dio al desconcertado enemigo tiempo de rehacerse
y de reorganizar sus reservas. Con un metódico alarga-miento del campo de batalla,
multiplicó sus ataques sobre toda la línea del frente; los alemanes se vieron
constantemente obligados a replegarse ante la amenaza de quedar cercados.
Sucesivamente, fueron forza-das todas sus posiciones defensivas, incluida la formidable
línea Hindenburg, (septiembre-octubre). Los aliados entraron en San Quintín, en Laon,
en Lille.
Ésta es sólo la parte visible de las operaciones, cuyas características han sido el apetito
de conquista, la sed de beneficio, los objetivos de guerra secretos y los manejos entre
bastidores. Pero bajo los arrebatos patrióticos se esconde una realidad más sórdida, la de
la encarnizada defensa de los intereses particulares.
Un solo ejemplo entre otros muchos permite ilustrar la sórdida realidad: las vicisitudes
de la cuenca de Briey-Thionville.
Los fabricantes de armas, entre los que destacaban Schneider en Francia y Krupp en
Alemania, estaban estrechamente unidos en una especie de trust internacional cuyo
secreto objetivo era acrecentar la inmensa fortuna de sus miembros, aumentando la
producción de guerra, de una parte y otra de la frontera. Con estos fines, disponían de
potentes medios para sembrar el pánico entre la población de los dos países, con el fin
de persuadirlas de que la otra parte sólo tenía un objetivo, atacarles. Gran número de
periodistas, de parlamentarios, eran generosamente retribuidos para desempeñar ese
papel. Por otra parte, un importante proveedor francés, De Wendel, por añadidura
diputado, tenía como primo a otro proveedor alemán, Von Wendel, que ocupaba un
escaño en el Reichstag. Se encontraban en primera fila, cada cual en su país, para
comprar las conciencias y hacer escuchar sus gritos de alarma patrióticos.
Para profundizar más en la causa de esta inmensa engañifa y en que esta defensa del
territorio no fue más que palabras huecas que sólo sirvieron para encubrir los más
abominables chanchullos, conviene contar la historia de la cuenca de Briey, pues resulta
característica, sintomática.
El propio Poincaré escribió en otra ocasión: "La ocupación por los alemanes de la
cuenca de Briey supuso un auténtico desastre, puesto que puso en sus manos
incomparables riquezas metalúrgicas y mineras de una utilidad inmensa para el
beligerante que las detentara". Ahora bien, ocurrió un hecho extraordinario: el 6 de
agosto, la cuenca fue ocupada por los alemanes sin encontrar ninguna resistencia. Más
extraordinario toda-vía. El general de división encargado de la defensa de esta región, el
general Verraux, reveló posteriormente que su consigna (contenida en un sobre que
debía abrirse en caso de movilización) le prescribía formal-mente abandonar Briey sin
combate.
¡Que viva la legítima defensa en cuyo nombre se destripaba a lo largo y ancho de los
campos de batalla! Pero esta historia --¡verdaderamente edificante!-- no termina aquí.
Durante todo el conflicto, ¡no hubo una sola ofensiva francesa contra Briey! No fue sin
embargo por falta de advertencias.
En efecto, en plena guerra, el director de las minas envió el siguiente mensaje al senador
Bérenger: "Si la región de Thionville (Briey) fuera ocupada por nuestras tropas,
Alemania vería reducida (su producción) a los aproximadamente siete millones de
toneladas de minerales pobres que extrae en Prusia oriental y en varios estados más.
Todas sus producciones quedarían paralizadas. Nos parece entonces que es posible
afirmar que la ocupación de la región de Thionville pondría fin de forma inmediata a la
guerra, porque privaría a Alemania de la casi totalidad del metal que necesita para sus
armamentos".
Movilizados Muertos
Rusia 12.000.000 1.700.000
Francia 8.400.000 1.350.000
Imperio británico 8.900.000 900.000
Italia 5.600.000 650.000
EEUU 4.350.000 115.000
A la vista de estas cifras sobran los comentarios. Esto representa más de 5.000 muertos
diarios en todos los frentes durante toda la duración de la guerra.
El Tratado de Versalles fue completado con los tratados de Saint Germain con Austria,
de Neuilly con Bulgaria, de Trianon con Hungría, y de Sevres con Turquía. Estos
tratados consagraban el desmembramiento de los imperios austro-húngaro y turco y
modificaban considerablemente el estatuto territorial de Europa central y del este.
Todos estos tratados eran de difícil aplicación, sobre todo en cuanto al trazado de las
nuevas fronteras. Podía preverse que la pacificación sería larga, penosa, entrecortada
por nuevas crisis. Pero el mundo depositaba su esperanza en la Sociedad de Naciones.
Ya sabemos lo que fue de ella.