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Popitas de alabaza ed Apartado decorreos n= 40 25080 Logrofo (La Roja, Spain) pepitaspepitasnet ‘won pepites net © Dela edicin: Pepitas de calabaza ed rsan: 9788 4-58625154 Dep. legal 1827-2004 “Traduccién de Anselm Jape: Diego Luis Sanromén ‘Traduceién de Karl Mans: Las Andrés Bredlow Grafismo: Julian Lacalle Primera edicion, febrero de 2014 El fetichismo de la mercancia (y su secreto) Karl Marx Introduccién de Anselm Jappe Delo que es el fetichismo de la mercancia y sobre si podemos librarnos de él Anselm Jarre St new 14S REFERENCIAS al «fetichismo de la mercan. fa» se han hecho mds frecuentes en ls éiltimos afios, ‘estas no siempre se han visto acompafiadas por una profundizacién en el concepto. Un poco como ocurre con el término «sociedad del especticulo», el de «fe- tichismo de la mercanciam parece resumir sin mucho cesfuerzo las caracteristicas de un capitalismo posmno- demo que se supone ha virado esencialmente hacia cl consumo, la publicidad y la manipulacién de los de- seo. Segiin cierto uso popular dela palabra, influido ademés por su empleo en el psicoanslisis, el fetichis- ‘mo no seria ms que tun amor excesivo a las mercan- cis y la adhesi6n a los valores que estas representan (velocidad, éxito, belleza, etc). Desde luego los intelectuales marxistas no incu- tren en semejante error. Pero casi todos ellos compat- ten una concepcién del fetichismo dela mercancia que resulta igualmente reductora. Conforme a la opinién predominante, con dicho término Marx designaria tuna aideologfa espontinea> que tendria esencialmen- tecomo objetivo velar el hecho de que la plusvalia tiene su origen exclusivo en el trabajo no pagadq al obrero. De este modo, el fetichismo consttuiria una engafifa ‘ouna mistficacion y contribuiriaa la auto-justficacion de la sociedad capitalist’ Efectivamente, en ocasiones Marx utiliza el tér- mino fetichismo en este sentido, Tal es el caso sin duda en un fragmento sobre la «formula trinitaria» que Friedrich Engels, al reunir el material dejado por ‘Marx, situé en la parte final del Libro II de El capita. Alli Mans habla de la «personificacion de las fuerzas productivas» y del «mundo encantado» por el que se pasean «Monsieur le Capital et Madame la Tere» Lo cierto, sin embargo, es que este no es el mismo feti- chismo que es analizado en el primer capstulo de Ht capital. Mejor dicho, se trata de dos niveles diferentes de andlisis que no se contradicen entre si. El camino seguido en Fl capital va de Ia esencia a la apariencia, de la critica categoria al andlisis de la superficie em pitica, de las categorias puras a las formas concretas que dichas categorias asumian en su época. El caso paradigmatico es el recorrido que lleva desde el «va lor» —categoria no empirica—, a través de numero sas elapas intermedias, hasta llegar 2 los precios de mercado —el tinico nivel inmediatamente perceptible para los actores econémicos, y que constituye el obje. to casi exclusivo de la ciencia econ6rgica burguesa— De igual modo, las dos exposiciones mis importantes del tema del fetichismo? en Marx cortesponden, por tun lado, a la esencia y, por el otro, a la forma feno- rmiénica, Tras la larga y meticulosa deseripeién de las telaciones que mantienen entre sila tela y el taj, el café y el oro —y que contienen ya en germen, como el propio Marx dice, toda la critica del capitalismo—, yyantes de introduc, al comienzo del segundo capf- tulo, a los seres humanos en cuanto «guardianes» de las mercancias, que «no pueden i solas al mercado»,¢ Mars intercala, en una aparente digresion, el capitulo sobre el cardcter fetichista de las mercancias. Pero el preciso lugar que ocupa en la erudita arquitectura de laobra de Marx sugiere que este capitulo se encuentra ‘en el centro mismo de toda su critica del capital: si el anilisis de la doble natucaleza de la mercancia y de la doble naturaleza del trabajo constituye, por expresarlo con los términos de Mar, el (Springpunkt) de su andlisis sin duda el capitulo sobre el fetichismo forma parte de dicho miicleo. Fl feichismo no es un enmeno perteneciente 2 la simple esfera de la con- ciencia, no se limita a la idea que Tos actores sociales ‘se hacen de sus propias acciones; en esta fase inicial dde su andlisis, de hecho Marx no se preocupa de sa ber cémotlos sujetos perciben las categogfas basicas Y ccbmo reaccionan ante ellas. El fetichismo forma parte, ‘pues, de la realidad fundamental del capitalismo y es Iaconsecuencia directa e inevitable de la existencia de Ja mercancia y del valor, del trabajo abstracto y del di- nero, La teorla del fetichismo de Marx es idéntica a su teorfa del valor, porque el valor, asf como la mercan- a, el trabajo abstracto y el dinero, son ellos mismos categoria fetichistas. El fetichismo de la mercancla existe dondequiera que exista una doble naturaleza de la mercancia y dondequiera que el valor mercan- ti, que es creado por la faceta abstracta del trabajo ¥ representada por el dinero, forme el vinculo social y decida, por consiguiente, el destino de los productos ydelos hombres, mientras que la produccion de valo- res de uso no es més que una especie de consecuencia secundaria, casi at mal necesario.® Dicho fetichisim se constituye «a espaldas» de ls participantes, de ma- nnera inconsciente y colectiva, y adquiere toda Ia apa- riencia de un hecho natural y transhist6rico, En esta fase de la demostracion —es decir, en ¢l anilisis de la forma del valor— no se trata todavia ni Bn del capital ni del salatio, de la fuerza de trabajo de Ia propiedad de los medios de produccion, Aunque se suponga implicitamente su existencia (porque el or denmlégico de la exposicién no coigcide con el orden hist6rico y la mercancia, por mas que sea la «célula germinal» del capital, no existe de forma completa ‘més que en un régimen capitaista), Mane los dedu ce, en el plano logico, de las categorias andnimas de ‘mercancfa, trabajo abstracto, valor y dinero. En st ni- vel mas profundo, el capitalismo no es el dominio de tuna clase sobre otra, sino el hecho de que la sociedad entera ests dominada por abstracciones reales y an6- nimas. Desde luego hay grupos sociales que gestionan ese proceso y obtienen beneficios de él, pero lamarles «clases dominantes»significarfa tomar las apariencias por realidades. Marsno dice otra cosa cuando lama al valor el «sujeto automético»” del capitalismo. Son la valorizacién del valor, en cuanto trabajo muerto, a tra- vés de la absorcién del trabajo vivo, y su acumulacién cen forma de capital las que gobieman la sociedad capi- talista, reduciendo a los actores sociales a simples en- {granajes de ese mecanismo. Segiin Marx, los propios ‘capitalistas no son més que «suboficiales del capital» La propiedad privada de los medios de produccién y la explotacién de los asalariados, el dominio de un grupo B social sobre otro y Ia lucha de clases, aunque son sin duda reales, no son sino las formas concretas, los fe- ‘némenos visibles en la superficie, de ese proceso mis profundd que esla reducci6n dela vida sgcial ala crea cién de valor mercantil Alli donde los individuos no se encuentran més que como produictores separados que deben reducir sus productos a una medida comin —que los priva de toda cualidad intrinseea— para poder intercambiatlos yy para poder formar wna sociedad, el valor, el trabajo Jhumano abstracto y el trabajo «universalmente huma- no» (es decit, no especifico, no social, el puro gasto de energia sin consideracién a los contenidos y a las consecuencias) se imponen al valor de uso, el trabajo concreto y el trabajo privado. Aunque sigan ejecutan- do trabajos concretos y privados, los hombres deben constatar que Ia otra «naturaleza» de esos mismos tra- Dajos, su faceta abstracta, es la inica que cuenta desde el momento en que quieren intercambiarlos por otra cosa distinta. Ast, por poner un ejentplo, el campesino que ha trabajado durante toda la jornada para cosechar su trigo, como siempre ha hecho, podria constatar en. ‘el mercado que su jomnada de trabajo conereto y priva- do de repente no «vale» mis que dos horas de trabajo porque la importacion de trigo proveniente de paises en el que ese tipo de trabajo resulta mas «productivo» ha establecido un nuevo estindar. De este modo, la faceta «abstracta» se convierte en algo terriblemente real que lleva a nuestro campesino a la ruina En lugar de limitarse a poner en cuestién cl ‘ocultamiento de las «verdaderas» relaciones de pro- duccién, el concepto de fetichismo de la mercancia analiza las relaciones sociales que se crean efectiva- mente en la sociedad capitalista. Fl fetichismo no es una «representaciénm que acompatie ala realidad del trabajo abstracto, Para comprender que se tratade una «inversi6n real», en primer lugar hay que darse cuen- ta de que el trabajo abstracto no es una abstraccién nominal, ni uma convencién que nazca (aunque fuera inconscientemente) en el intercambio: es la reducci6n efectiva de toda actividad a un simple gasto de ener- gia. Esta reduccion es «efectiva» en el sentido de que las actividades particulares —y de igual manera, los individuos que las realizan— solo se vuelven sociales en cuanto quedan reducidas a dicha abstraccién. Si la consideracién del fetichismo ha conocido algunos vances en estos jitimos afos, la temética del traba- jo abstracto —el «corazén de las tinieblas» del modo de produccién capitalista— y la critica de la ontolo- gizacion del trabajo siguen siendo, por el contratio, 15 ‘un continente por descubrit. Cuando la categoria del fetichismo se entiende solo como mistificacion de las «rclaciones reales» de explotacion, es posible incluso que, de forma grotesca, se exprese ung (pseudo)eritica del fetichismo en nombre del «trabajo» que el ftichis- ‘mo «ocultaria». En realidad, no es posible superacién alguna del fetichismo sin abolir précticamente el tra- bajo como principio de sintesis social Por qué es real el fetichismo? La sociedad en la que los productos del trabajo asumen la forma mercantil es «una formacién social en que el proceso de pro- duccién domina a los hombres y el hombre afin no domina al proceso de produccién.* Como acabamos de deci, el subepigrafe sobre el fetichismo no es un simple aftadido. En él, Marx extrac las conclusiones de su anilisis precedente sobre la forma del valor. Las categorias basicas ya estin descritas abi como fetiches, por mis que no aparezca el término «feti- chismo». Hay que tenerlo siempre en mente: Marx no «define» tales categorias como presupuestos new- tros, como hacian los economistas clésicos del estilo de David Ricardo y como harian los marxistas pos- teriores.? En realidad, demuncia desde el comienzo 6 del andlisis su caricter negativo y destructor. Pero no aftadiendo un juicio «moral» a un desarrollo cienti- fico, sino haciendo que la negatividad emerja en el ailisis mismo. Marx pone de gelieve una inversion constante entre lo que deberia ser el elemento prima rio y lo que deberia ser el elemento derivado, entre lo abstracto y lo concreto, La primera particularidad de Ja forma de equivalente, en apariencia tan inocente {eveinte varas de tela = un traje»): el valor de uso se convierte en la «forma fenoménica» de su contear el valor. EI mismo discurso vale a contimuacién para trabajo: «una segunda particularidad de la forrna de equivalente estriba en que el trabajo concreto se convierte en forma fenoménica de su opuesto, traba- jo humano abstracto».* Y finalmente, «una tercera particularidad de la forma de equivalente consiste en {que el trabajo privado devenga la forma de su opues- to, trabajo en forma social directa». A lo que hay que afiadir que la forma general del valor «revela de esta suerte que, dentro de este mundo {de las mercancias}, el carécter generalmente humano del trabajo consti- tuye su cardcter especificamente social». Estas tres cinversiones» son inversiones entre Io concreto y lo abstracto. Fl que deberia ser el elemento primatio, lo concreto, se convierte en un derivado de lo que debe- ria ser el derivado de lo concreto: lo abstracto, En tér- mins filoséficos, se podria hablar de una inversion entre la sustancia y el accidente, Si el fetichismo consiste en esa inversion real enfbnces resulta que no es tan diftrente de la liens: cid de la que Marx hablaba en sus primeros textos. No hay un «corte epistemolégicor entre un joven Marx, filésofo humanista, y un Marx maduro al. que se supone convertido ala ciencia, ni entre el concepto de fetichismo y la critica dela religién del joven Marx. Ya el origen del término «fetichismor, asf como st presencia en las primeras publicaciones de Marx” dan testimonio de dicha continuidad, Atribuir un «va- lore a la mercancia, es deci, tratarla segéin el trabajo que ha sido necesario para su produccién —pero un trabajo ya pasado, que ya no estd ahi— y, lo que es iis, tratarla no en consideracién al trabajo que se ha gastado Teale individualmente, sino en cuanto parte del trabajo social global (el trabajo socialmente nece- sario para su produecin}: he aqui una «proyeccion» {que no lo es en menor medida que la que tiene ugar en la religidn, El producto solo se convierte en mer- ccancia porque en él se representa una relacin socal, y dicha relacin social es tan «fantasmagorica» (en el sentido de que no forma parte de la naturaleza de las casas) como tn hecho religioso. "Naturalmente, la mercancia no ocupa exactamen: teel mismo lugar en la vida social que Dios. Pero Marx sugiere que el fetichismo de la mercancia es la conti + nuacién de otras formas de &tichismo social como el fetichismo religioso. Lo cierto es que ni el «desencan- tamiento del mundo» nila «secularizacién» tuvieron ugar: la metafisica no desaparecié con la lustracion, sino que bajé del cielo y se mezclé con la realidad te- restr. Fs lo que quiere decir Marx cuando lama a la mercancia un «objeto sensiblemente suprasensible>. La descripcién de la alienacién que Marx ofrece en los ‘Manuscritos de 1844 no se presenta, pues, como una aproximacién fundamentalmente diferente de la con- ceptualizacion del fetichismo, sino como un primer acercamiento, como una aproximacién todavia insue ficiente, que ya decia implicitamente, sin embargo, lo esencial: la desposesion del hombre por el trabajo que se ha convertido en el principio de sintesis social. EtconcerTo de fetichismodela mercancia se mantuvo durante mucho tiempo en el mismo estado que la Be- Ila Durmiente, y solo mereci6 una atencién renovada a partir de los afios sesenta. A contimuacién se convirtié cn la pieza central de la «critica del valor, tal como 9 se desarrollé a partir de 1987 en las revistas alemanas Krisisy Exit! y en los trabajos de su autor principal, Ro~ ert Kurz, y de una manera en parte diferente en los de Mafshe Postone en los Estados Unidos. Conforme a este enfoque, la mayot parte de los antagonismos den ‘0 del capitalismo no afectan a la existencia misma de las categorias fetichistas bésicas. Ya en el siglo x1x el movimiento obrero se habrialimitado, tras algunas resistencias iniciales, a demandar un reparto distinto del valor y del dinero entre aquellos que contribuyen a Ja creacién de valor a través del trabajo abstracto. Casi rninguno de los movimientos que ponfan en cuestion al capitalismo —dla izquierda»— consideraba ya el valor y el dinero, la mercancia y el trabajo abstracto, como datos negativos y destructores, tipicos solo del capitalismo, que en consecuencia debian ser abolidos ‘en una sociedad postcapitalista. Sencillamente desea- ban redistribuirlos segim criterios de una mayor | justicia social. En los paises del socialismo real se pretendia, porafadidura, que era posible «planifieat» de una ma- nnera consciente dichas categotias, aunque por su pro- pia esencia sean fetichistas e inconscientes. Una vez que la «lucha de clases» se convirtié en la préctica —si dejamos a un lado cierta retorica— en un combate por Ta integracién de los obreros en Ia sociedad mercantil, y mis adelante por la integraci6n o el «reconocimien to» de ottos grupos sociales, empez6 a combatirse solo pata sjustar determinados detalles. Por otro lado, este tipo de luchas a menudo ha contribuido, sin que los ¢ actores se dieran cuenta de elo, a que el capital alean- zase su siguiente fase en contra de la voluntad de la parte més corta de luces de los propietarios del capi tal, Asi, el consumo de masas en la época fordista y el Estado social, lejos de ser solo «conquistas» de los sindicatos, permitieron al capitalismo una expansion externa e interna que contsibuyé a compensar la caida continua de la masa de beneficios. En efecto, la contradiccién fundamental del ca- pitalismo no es el conflicto entre el capital y el trabajo asalariado: desde el punto de vista del funcionamiento del capital, el conficto entre capitalistas y asalariados es un contficto entre los portadores wivos del capital fijoy los portadores vivos del capital variable; en con- secuencia, un conflicto inmanente al sistema mismo. La contradicci6n fundamental reside mas bien en el hecho de que Ja acumulacién de capital socava ine- vitablemente sus propias bases: solo el trabajo vivo crea valor. Las miquinas no afladen nuevo valor. La competencia, sin embargo, empuja a cada propieta- tio de capital a utilizar Ia mayor cantidad de tecno- logfa posible para producir (y, en consecuencia, para vender) cada vez mas barato. Al mismo tiempo que de momento incrementa su propio beneficio, cada capitalista contribuye, sin quererlo, sin saberlo y sin piider impedirlo, a disminuir la ynasa global de valor y, en consecuencia, de plusvalia, y por consiguiente de beneficio. Durante mucho tiempo, la expansién in- tema y externa del capital pudo compensar la dismi nucién del valor de cada mercancia particular, Pero con la revolucién microclectrénica —es decir, a pat- ir de los afios setenta— la distninucién del valor ha continuado a tal ritmo que nada ha podido frenarla a acumulacion de capital sobrevive desde entonces esencialmente bajo la forma de la simulacion: crédi yyespeculacién, es decir, capital ficticio (en consecuen- cia, dinero que no es el resultado de una valorizacion logeada a través de la utilizacion de la fuerza de traba- jo). Hoy esté de moda atribuir toda la culpa de la crisis y de sus consecuencias a la especulacion financiera, pero sin ella la crisis habria Negado mucho antes. La sociedad mercantil trabaja en su propio derrumbe. Lo ‘que la condena no es el simple hecho de ser mala, pues las sociedades precedentes también lo eran. Es su propia dinémica la que la pone contra las cuerdas. Una Gran parte del pensamiento que hoy en dia se pretende anticapitaista 0 emancipador rehiisa obsti nadamente hacerse cargo de esta nueva situacién. Las cduchas de clases» en sentido tradicional, y aquellas que las sustituyeron a lo largo del siglo xx (las huchas de los «subalternos» de todo tipo: las mujeres, las poblaciones colonizadas, los trabajadores precarios, |, son mas bien conflictos «inmanentes», que no van més all de la légica del valor. En el momento en el que el desarrollo del capitalismo parece haber alcanzado sus limites hist6ricos, esas luchas corren a menudo el riesgo de limitarse a la defensa del satu quo y 2 la buisqueda de unas mejores condiciones de supervivencia para uno mismo en medio de la crisis. Esto resulta perfectamente legitimo, pero defender rmuestro salario o nuestra jubilacién en absoluto con: duce por s{ mismo a superar una légica fetichista en Ia que todo esta sometido al principio de «rentabili dad, en Ta que el dinero constituye la mediacion so- cial universal y en la que la produccién misma de las cosas més importantes puede ser abandonada si no se traduce en una cantidad suficiente de «walor» (y, en consecuencia, de beneficio). Ahora resulta menos sensato que munca exigir «medidas para el empleo» o defender a los «trabajadores» por la simple razén de 23 que «crean valoo». Es preciso, por el contrario, defen- der el derecho de cada uno a vivir ya patticipar de los 4 benefcios dea sociedad, incluso si olla no han [ogrado vender su fuerza de teabajo. De to que habria que emanciparsees de las categorias fetichistas del dinero y de la mercancia, del trabajo y del valor, del capital y del Estado en cuanto tales. No podemos activar uno de esos factores contra el otro, considerdndolo el polo positivo: ni el Estado contra el capital, niel trabajo abstracto en su fase muerta (cap: tal) contra el mismo trabajo en su fase viva (fuerza de ‘trabajo y, por consiguiente, salario). Parece dificil, en consecuencia, atibuir la area de superar el sistema fetichista a grupos sociales que se constituyeron me diante el desarrollo de la propia mercancia y que se definen por su papel en la producci6n de valor. Tin los afios sesenta y setenta, los movimientos de protesta a menudo se dirigian contra el éxito del capitalismo, contra la «abundancia mercantib, ¥ $© expresaban en nombre de una concepcion distinta de la vida, Por el contrario, las luchas sociales y econdmi- ‘cas de hoy se caracterizan a menudo por el deseo de que el capitalismo respete al menos sus propias pro 4 esas, En lugar de un enti-capitalismo, se trata pues de un alter-capitalismo. El «capitalismor no son solo Jos «capitalistas, los banqueros y os ticos, mientras {que «nosotros», el pueblg, seriamos los «buenos». EL ‘capitalismo es un sistema que nos incluye a todos; na- die puede pretender estar fuera. El eslogan «somos el g%m es sin duda ol mas demagogico y el més estipi- do que se haya escuchado en taucho tiempo, ¢ incluso resulta potencialmente muy peligroso, Uno tiene menudo la impresién de que, en realidad, mas o menos todo el mundo desea la conti- nuidad de este sistema, y no solamente los «ganado- res». Ser expoliado se convierte casi en un privilegio {que los restos del viejo proletariado fabril defienden, efectivamente, con uftas y dientes en toda Europa) cuando el capitalismo transforma a cada vez mas per sonas en «hombres superfluos», en «residuos». Pero cl choque conjunto de la crisis econémica, dela crisis ccolégica y de la crisis energética obligaré muy pron- to a tomar decisiones dristicas, Nadie garantiza, sin embargo, que estas serdn las decisiones acertadas. La czisis ya no es, ni mucho menos, sinénimo de eman- cipacién, Saber lo que esté en juego se convierte en algo fundamental y disponer de una visién global, en algo vital. Por eso, una teorfa social centrada en la eri- 5 tica de las categorias bisicas de la sociedad mercantil rho es un lujo tebrico que esté alejado de las preocu- paciones reales y pricticas de los seres huuranos en ‘lucha, sino que constituye nga condicién necesaria para cualquier proyecto de emancipacién. De abi que Ja obra de Marx —y muy en particular, él primer ca- pitulo de Bl capital— siga siendo indispensable para ‘comprender lo que nos ocurre cotidianamente. Espe- remos que un dia se estudie solamente para disfrutar de su brillantez intelectual 26 1 Incluso entre los autores pertenecientes al marsismo cite co, el concepto de fetichimo se empleaba en raras ocasio nes antes del década de los setena. En las mil piginas de la Marx's Theory of Alionaton del lukaesiano Istvan Més- 2iros, publicada en 1970, augue todavia hay se considera ‘un cisico sobre el tema, la palabra «fetichismo» prictica- ‘mente no aparece. El subepigrafe sobre «El caricter fet: chista de le mercancia y su secretos, que cierra el primer capitulo de El captl, se consideraba entonces a menudo como una digresién tan incomprensible coma inti, na recaida en el hegelianismo, un capricho metafisica, Con- viene tener presente que, en 1969, Louis Althusser queria prokibira los lectores de Bt capital que comenzaran por el primer capitulo, al que juzgaba demasiado dificil. Los lec {ores debian percibi el conflict visible entre el trabajo vivo yl trabajo muerto como el punto de partida y el «pivote» de la critica marxiana y considerar el anilisis de a forma del valor dinicamente como una precision suplementara, en la que habria que profundizar en un segundo momen: to. Hl gran Dictionnaire critique du marxione, publicado en Franeia en 1982, no consagra al fetichismo més que un es pacio muy exiguo. Incluso los mansstas mis eicos y mas dialécticos de este periodo seguian presos de una ontologia, del trabajo y, en consecuencia, na les resultaba posible aco- tar de forma mas clara las categorlas del fetichismo y de Ia alienacién. Fue necesario esperat hasta la crisis seal y visible de la sociedad del trabajo, una crisis que se instal ‘ndefinidamente a partir de los fos setena, para legar ala 7 ae comptensin tdrica del trabajo abstract y, de este modo y cn tim ands, del ftichismo dela mereanca. sel Mars, capital. Cetoa de le economia politica, tibro TUL, Tomo It, Akal Edicioneg Madrid, 2000, p. 265 y ss ‘Traduccin de Vicente Romano Garcia, ‘las cuales hay que ahadir otras ocurrenias dela palabra fetichismo en casi todas as obras de critica de la economia politica de Marx, sin contr los pases en los que habla de él sin que cl término aparezca explicitamente. Hemos de admit que todas las consideraciones de Marx en torn al fetichismo son feagmemtatias ydifciles de comprender tanto porque reeuere a metiforas como por la difcultad clectiva de descrbir un fenémeno que nadie antes que Mane se habia aventurado 2 explorar Karl Marx, £1 capital ed. ct, p. 119 p. 55 de la presente ‘ediciin|, Se podria decir que toda la problemitia del feti- cismo se encuentra en esta fase ironica sobre los hom bres, que no entran en escena mas que para servr las ‘mercaneias, os auténticosactores del proceso, ‘Marx, B Capital ed, cit, p. 6: «Esta naturaleza doble del trabajo contenido en la metcanci la he demostrado yo por primera vez de un modo crltico. Como este es el punto en tomo al cual gira la comprensin de la economia politica, Aebermos examinarlo mis de cerca. Es mejor hablar dela faceta abstract del trabajos; results ris claro que trabajo abstracto», En fect, en un régimen capitalisa foo trabajo posce una faceta abstract yuna face- ta concieta, Nose trata de dos géneros distntos de trabajo. 28 5 Marx, Fl capital dct, p. 208. Bn os Grinds, Marx afiema:wEl valor enteaem escena coma sujeton (Karl Mary, Hemerso fundamentals pare la erica dela economia pol tea (Grondrise) 157-858 (I), México DF, Siglo Veiniuno ators, p. as. Tradutcin de José Aries, Miguel Marmis y Pedro Searon) Mare, Bl capital ed. ct, p. 11g [p. 50 de la presente ed ibn} ‘A menudo y con razén, se les califica de asocialistas rear dianos», pues aceptan la concepeién ricardiana del «alor trabajo» y de una eterna «ey del valor, que sencilamente co tatara de caplicar» conforme alos principoe dela jue tica social. Mar, Bl capital, ed cit p 8s Mars, Elcapial, ed. cit, p. 86. Marx, Teapital, ed. cit, p. 97. Karl Marx, Actas de la Sexta Asamlen dele Provincia Rena na, Tercer ariculo, Debates sore la Ley de Robos de Mader, en Los debates dea dita renana, Editorial Gedisa, Barcelona, 2007. Traduccion de Juan Luis Vermal y Antonio Garcia \Véase Moishe Postone, Tiempo, trabajo y dominaciin soil ‘Una reinterretacion de la teorta erica de Mars, Marcial Pons, Madeid-Barcelona, 2006, Traduccién de Marla Se- xzano [Publicado originalmente en 1993) Anselm Jappe, Crédit 0 muerte, La descomposcion de capitalisono y sus eri tico, Pepitas de Calsbaza, Logrofio, 2011, Traduecién de 29 Diego Luis Sanromén, Anselm Jappe, Robert Karz y Claus Peter Ortieb, Ef absurde mercado de fs hombres sin cali. ds, Ensapos sobre ol fichismo de la mereancia, Pepitas de Calabaza, Logrof, 2014 (segunda edicibn. Traduccion de luis Andrés Brediow y Bnma Tzaola. Grupo Kriss, Ma. nifsto conira et trabajo, Virus Editorial, Barcelona, 2002. ‘Traduecion de Marta Marla Fernindez{publicado original: mente en 1999) El caractér de fetiche de la mercancia y su secreto seguido de El proceso de intercambio Karl Marx

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