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Primer anexo Apuntes para una fisonomia de las montafias Mis que en cualquier otro empeiio, en la observacién de la Naturaleza rige el principio de que lo primero que tiene que hacer cada uno es aclarar cual es el punto de ista més adecuado para él, sin dejar de reconocer no obstante que cualquier otro camino puede ser igualmente vilido para la investigacién. De abi que en el curso de mis diversos intentos por aproximarme a la Naturaleza tampoco haya descuidado nunca el aclararme cada vez més acerca de las caracteristicas peculiares del cimino que me exigla mi individualidad; y pronto pude advertir que lo que més se adecuaba conmigo era empezar por captar en conjunto un cuerpo natural que quer‘a conocer, con la mayor nitidez y en la mayor cantidad de facetas posibles, pero adentrarme luego en sus elementos cons tituyentes, y manteniendo siempre presente esa imagen del conjunto, seguir anilizandolos y reconociéndolos tanto como pudiera, Si, pude advertir enseguida que esto tenfa que ver con un impulso innato a reproducir los objetos primero en sus contornos y luego en la totalidad de su figura, de modo que al ir aumentando mi destreza el arte se volvid valioso |, ademas de por sus efectos espirituales, también como otra forma 160 eo distinta y més general de estudiar la Naturaleza. Segtin {_ esto, en cierto sentido era lo mismo que durante unas investigaciones sobre anatomfa animal reprodujera las diferentes formas de los érganos internos, con el propé- sito deliberado de lograr una visién de conjunto, 0 que al realizar algunos estudios de un paisaje guardara en la memoria la forma de una pefia, como parte del colosal esqueleto de esta -bola terréquea; pues Ilegué a la conviccién de que ambas formas eran precisamente las qué tenian que surgir a resultas del imperio de unas leyes de formacién originarias, divinas, y asf, cuando al dibujar la pefia tenfa que empequefiecer infinitamente el original y tirar por la borda muchos detalles, sélo necesitaba recordarme que en una pequefia particula de piel o hueso, que habia dibujado afiadiéndole todos los detalles que alcanzaba a ver, también habria de aparecer necesariamente a través del microcospio una infinita multiplicidad de estructuras que, sin embargo, se perderfa igualmente por el camino incluso con el mis pormeno- rizado de los dibujos. Pero entonces, asi como reproducir las diferentes formas de la estructura animal me habia servido de notable apoyo en mis estudios anatémicos y fisiolégicos, esa asociacién de arte y ciencia con vistas al conocimiento de la Naturaleza redundé a su vez en beneficio de mi inacién al ejercicio del arte del paisaje, al acostum- brarme a no ver en los diferentes rasgos de montafias 0 nubes sino diferentes estados de la totalidad orginica que es la Tierra; con lo cual se me hizo necesario prestar una atencién intima a toda particularidad de la Naturaleza que me rodeaba, y me vi conducido por todas partes a un esfuerzo por alcanzar la verdad més estricta, porque era ya imposible que me parecieran puramente casuales, ¢ indignas por tanto de una repro- 161 duccién minuciosa, una nea de una montafia o una modificacién en un 4rbol no deformado artificialmente. Bien puede proceder de ahi el que no pocas veces resultaran piezas valiosas para la ciencia de tales trabajos de esparcimiento artistico, y el que ya antes de haber tenido ante mi vista las ideas de Humboldt acerca de una fisonomfa de los vegetales me resultara harto familiar la fisonomia de las plantas y los Arboles que conocia; y advertf que su perfil de conjunto tenia tanto significado como la fisonomia de un hombre respecto a su cardcter ola forma de los animales respecto a su estructura Igualmente me volyi muy atento a diversos procesos especificos de la atmésfera, en especial a la formacién de las nubes, la refraccién del color, etc, de todo lo cual quizis trate de dar cuenta en el futuro. Pero finalmente ese camino me condujo a lo que ocasiona el presente comentario, para ser precisos, al atisbo de una fisonomia de las montafias que hasta ahora ha permanecido total- mente desatendida y sin tencionar por su nombre siquiera una sola vez. Pues por el modo imismo -de investigacién, al estudiar los cuerpos naturales’-nos vemos llevados a considerar un exterior y un interior; lo externo nos da una idea visible del conjunto, lo interno ‘nos muestra sus partes. Pero sdlo juntos llegan a darnos un concepto completo de la naturaleza de ese cuerpo. La Boténica y la Zoologia han de observar cuerpos organizados que se presentan como individuos en el gran conjunto de la Naturaleza, como totalidades rela- tivamente cerradas en sii mismas a pesar de todo (aun cuando sigan dependiendo siempre de una totalidad mayor). De ahi que las plantas ast como los animales sean en parte descritos externamente y en parte disec- cionados € investigados internamente por el estudioso de la Naturaleza; en Mineralogia, por el contrario, éste 162 e se encuentra ya en una relacién diferente con su objeto, y se ve forzosamente remitido a meras partes de un cuerpo terréqueo que no se puede captar con los sentidos en su totalidad. Pero cada fésil sigue siendo una pieza, un fragmento, y sdlo en los cristales se aproximan tales piezas a la. regularidad interna que observamos en las formas de los seres que componen el mundo orginico. El conjunto del cuerpo terréqueo, por contra, lo observa la Geologia, aunque también tinica- mente desde el punto de vista de su formacién interna; asi ha aprendido a conocer algunas de las capas concén- tricas en que consiste este planeta, y encontrado par- cialmente las leyes de su estratificacién, Es sélo que incluso la misma superficie exterior, y sin duda alguna en todo lo que se refiera al ser humano que vive sobre ella, exige una observacién més detallada que en parte proporciona la Geografia Fisica. No obstante, no hay que pasar por alto que diversas partes de la Tierra muy bien pueden observarse por sii mismas, aisladas, casi como miembros del gran cuerpo terréqueo, y esto ha de valer en particular para las montafias, en las que una observacién detallada volvera a encontrarse con un aspecto exterior y una estructura interna que diferenciar. As{ pues, no habré que descuidar ofrecer ambas en toda desctipcién de una montafa aislada. De todas formas, en lo.que atafie a la descripcién externa, ésta suele remitirse habitualmente a los datos de altura, situacién y configuracién de los valles, etc. Pero hay algo que apenas puede reproducir una descripcidn asf: la impresién de conjunto que provoca la forma de una montajia, la manera peculiar de las Iineas que forman su perfil, lo abrupto o gradual de sus elevaciones, etc. Aqui tiene que venir en su ayuda fl arte del dibujo, como les sucede al zodlogo o al bdténico de cara a representar el temperamento general de un animal o una planta. Y e 163 a como de todas maneras lo pertinente para captar con acierto el carécter peculiar de un animal no es un vaciado muerto de sus perfiles, sino captarlo con la viveza con que lo hace la mirada artistica, tampoco parece posible reproducir el tipo caracteristico y la verdadera peculiaridad de una montafia més que mediante una imagen propiamente artistica, en una palabra, me- diante un verdadero paisaje geognédstico. La razén de que apenas se haya hecho nada en esta linea radica.en que la mayoria de los paisajistas, al contrario que los pintores del género histérico que sin embargo sf estudian Anato- mia, conocen muy poco la Naturaleza, y apenas si tienen aqui o allé algiin barrunto de que una roca de arenisca ha de mostrar un caricter distinto que una porfirogénica, y ésta diferente al del granito, puesto que también las diferentes formas arbéreas las amontonan en un Unico ¢ imaginario «contorno de irbol». Ahora bien, sise llega a captar correctamente el cardcter peculiar de una formacién montafiosa en su aspecto externo, ser4 posible ademés descubrir la relacién cons- tante entre éste y su hechura interna: o en una palabra, establecer una Fisonomia de las montafias, un objeto de estudio que tratado con ingenio no puede dejar de levar a resultados interesantes, como cualquier perspec- tiva nueva sobre la Naturaleza que se logra alcanzar Resulta muy llamativo a este respecto que se haya aplicado una Fisonomia de las montafias en las de ln Luna antes que en las de la Tierra, mucho mas a mano, pues zqué otra cosa sino la observacién de esa peculiar figura de cuenco perceptible en las cimas lunares, as como de los asombrosos cinturones circulares de roca a su alrededor, qué sino su Fisonomia, en una palabra, ha levado a aceptar la presencia de volcanes en Ia Luna? En lo que concierne a la Tierta, no hay que esperar ninguna piedra angular para la construccién de una tal 164 Fisonomfa de alguien ni de lejos lo bastante iniciado en las ciencias minerdlogicas y geoldgicas, de alguien que sélo pretende presentar modestamente una perspectiva sobre la Naturaleza que se le ha presentado por azar. Aunque, de todas formas, trataré de aportar algo a la nisma. Consideremos pues en primer lugar la fisonomia de las montaiias arcaicas,’ ya erosionadas por el viento, y no podremos desconocer lo que de notablemente carac- terfstico hay en ella. Amplias, robustas, desplegindose con suavidad, la grandeza y altura de esas crestas que retinen con excepcional belleza las Iineas mas delicadas constituyen su mds peculiar caracteristica, Si se siguen por ejemplo las soberbias crestas, amplias, dulcemente redondeadas de las Riesengebirge (Montaiias de los Gigantes, Silesia), no se podra sino comparar sus formas con la suave elevacién del lomo de una ola marina que se alza apacible, sin agitarse vormentosamente rota en ones puntiagudos. Uno creerfa reconocer en los pode- rosos rasgos de esas alturas que se extienden libremente una apacible formacién cristalina de tiempos arcaicos, y simulténeamente encuentrd expresada la respetable dig- idad de una antigtiedad inaccesible a las medidas humanas en la transformacién de sus superficies, en las que una erosién de miles de aiios ha hecho surgir ya casi sin excepcién suelos aptos para los seres organicos donde las rocas estan cubiertas por una capa de tierra y revestidas de toda clase de plantas. Las formas angulosas, oscas, se han atenuado, y de ahi que también se busque la comparacién de tales cimas con un cuerpo humano bien formado, en que el esqueleto sdlo se trasluce exteriormente en contados puntos, mientras el conjunto en cambio aparece redondeado y revestido por la piel y la carne. La misma 'Riesengebirge tiene por esa razon, en conjunto, pocas masas rocosas que destaquen, y 165 donde tal sucede, 0 bien aparecen desnudas masas de agua que se desbocan y caen por ellas en primavera, coma las Schnecgrubenwinde (Paredes de los neveros), las paredes rocosas del Aupengrund y el Teufelgrund, del Elb, etc., y entonces su aspecto es 4spero y cortante, proclamando la firmeza de la piedra, © bien se muestran, en los mismos rasgos de la cumbre, como tiltimos vestigios de los riscos primitivos, ahora erosionados y disgregados casi por todas partes. Ahi todavia se encuentran algunos grandes lienzos de granito separados en capas sobre su mismo emplazamiento originario, donde se alzan como ruinas de torres y muros (tales, la Riibezahlkanzel, las Dreisteine, etc.); se ven parcialmente las cabeceras de tales riscos primitivos, disgregadas por completo, y sus grandes fragmentos caidos unos sobre otros como’ gigantescos montones de adoquines apilados en desorden (asi, en concreto, en el Gran y el Pequefio Rade). Si de todo esto en conjunto ya resulta una cierta fisonomfa muy marcada, ésta se acusa ain mas y encuentra plena expresién en la vegetacién de pradera alpina que surge en las crestas altas, amplias y redondeadas, en la paulatina desaparicién del bosque y las largas franjas de pinos (Pinus pumilio) a modo de setos. Muy distinta fisonomia presentan las montaiias de traquita y rocas estratificadas. A mi me salté a la vista esa diferencia concretamente en el valle de Teplitz, en donde por el lado Norte el Erzgebirge sajén (Montes Metilicos) ofrece a la vista sus grandes masas redondea- das, muy hermosas, de una altura limitada, emparentadas como montafia arcaica que es con las formas de los Sudetes, mientras en el lado Sur, por contra, aparecen las formas totalmente distintas de las Mittelgebirge (Sistema central) de Bohemia, parte de una formacién de traquita y compuestas en lo esencial de arcillas. Aqui 166 e advertimos trazas de una formacién menos apacible, y mis condicionada por tracciones mecinicas; los contornos de las montafias son mds quebrados, en trazos més pequefios, las cimas se alzhn més escarpadas y puntiagu- das a lo alto, y aparecen poco o nada cubiertas por alguna capa de tierra, sino tinicamente por cantos rodados, sefial de la erosién comenzada pero atin no tan avanzada como en las montafias arcaicas, y por lo islotes de roca como el Blliner Berg y otros similares, y seguro que de recorrer detenidamente el perfil de esas alturas se podria constatar alin més peculiaridades ex- ternas. Aparte de esto, claro estd, no me ha podido pasar inadvertida la particular fisonomfa de las montafias de arenisca, ya que hh sido sefialada muy a menudo: la configuracién, claramente estratificada, de las rocas; las huellas de su facil destruccién por las avenidas de agua, a resultas de su mayor fragilidad caracter(stica y de la fragmentacién originada antiguamente por sus procesos de emersién a la corteza; las paredes rocosas asi surgidas, escarpadas pero también, vistas en detalle, igualmente rétas y derrubiadas en formas redondeadas y romas; las gargantas angostas y rasgadas (piénsese en los desfiladeros de Ottowalder y Rathener en la llamada Suiza sajona); las masas cuadrangulares que han quedado aisladas, en pie (por ejemplo Lilienstein y Kénigstein), los pasos abiertos en la roca (entre los que se cuenta la Prebisch- tor), y otras diversas peculiaridades. Pero, para terminar, apenas hay entre las formaciones rocosas que conozco otras que destaquen tanto por su fisonomia como las de basalto. Elevadas cimas aisladas, cuyos perfiles discurten escarpados y puntiagudos, las anuncian’ ya desde lejos; al aproximarse, sin embargo, nediato a la vista el color oscuro de la e 167 salta de piedra, los cortantes perfiles y lo éspero de la superficie de sus paredes, y en particular en las columnas basélticas, cémo sobresalen casi siempre algo inclinadas en angulo agudo y se alinean una tras otra, a manera de drgano. Peculiaridades que tuve ocasién de observar especialmente en las montafias basilticas que se alzan en los alrededores de Zitau, ya que, en concreto en las cercanfas de Waltersdorf, a dos horas al Oeste de Zittau, se alza una multitud de hermosisimas columnas de basalto, en ocasiones con un espesor de dos a tres pies!, conservadas por completo en su estado original Aparte de Jo cual, también se podrfan encontrar rasgos caracteristicos del mismo estilo en el aspecto externo de otros tipos de montafias, por ejemplo las calizas; s6lo que, si bien éstas no me resultan descono- cidas, principalmente tal como aparecen en Turingia, con todo no las tengo ya presentes en mi memoria con |a suficiente precisién para intentar una descripeidn de su fisonomfa. Por eso me permitiré afiadir solamente algunas palabras sobre las peculiaridades de las montafias estratificadas y colinas de aluvién tal cémo se dan en el Ostsee, formadas en parte de greda y en parte de arcilla. Y asi como en las montafias basilticas todas las ineas trepan escarpadas hacia las alturas, aqui todo se extiende en amplitud y superficie; la isla de Rigen entera, asi formada, sélo se alza a una altura moderada sobre el Ostsee, y aunque hacia el Norte y el Oeste sus riberas se elevan de manera ostensible en algunos puntos, esto sucede casi siempre de tal modo que desde el interior de la isla se va ascendiendo paulatinamente y de cer las mont aspectos de la primer:tratado de mis «Anales» aparecidos en 1829. 168 forma casi inadvertida hasta que, de pronto, se ve la pared que cae a plomo, probablemente desgarrada por las corrientes marinas en épocas antiguas; y asi, cuando alguien se encuentra en el interior de la isla sobre un terreno fértil y habitualmente llano, vuelve a aparecer ante él una fisonomia muy marcada. Esas paredes, de trescientos a quinientos pies de altura, muestran perfec- tamente definida Ja naturaleza de la tierra que las constituye en las deanaladuras creadas por el agua de las Iluvias, en las crestas, aristas y puntas que se alzan aqui o alld, lavadas por'las aguas en sus dos vertientes, y en los depésitos de aluvién de tierra 0 creta que alcanzan a menudo més de la mitad de su altura, y ni siquiera desde lejos se pueden confundir con rocas propiamente dichas. $i ademis se afiade a esto un blanco cegador en la creta, y los incontables pedernales grandes y pequeiios, incrustados a capas a lo largo de la misma, que arrancan la luvia y las avenidas de agua hasta venir por tltimo a cubrir toda la playa, surge una fisonomia altamente peculiar, que acaban de marcar y rematar los grandes bloques de granito (con mucha probabilidad, arrastrados desde Suecia) que se extienden por toda la costa, y que en parte también se pueden encontrar en abundancia en el interior de la isla De todas formas, antes de dar asi por conclufdas estas notas, sefialaré ain que habrian alcanzado plena- mente su objetivo en cuanto pudieran contribuir a que la Fisonomfa de las montafias, en manos de gedlogos erspicaces y experimentados, llegue a ser un objeto de estudio de verdadero interés. Postscriptum: Al redactar estas notas atin no habia visto los Alpes. Su visién no ha hecho sino justifica més atin en mi la idea de una Fisonomia semejante. All las montafias arcaicas aparecen aun més en su forma caracteristica, auin més escarpadas y cristalinas, mientras 169 por el contratio la descripcién que aqui se oftece se refiere més bien a la forma ya modificada de las mismas?, 2 N. del Ts Aproximadamente 30 cms. 170 e Segundo anexo Fragmentos de un diario de pintor mundo con ojos enamorados, Soetl Diciembre de 1822. Cuarto creciente. Atardecer en el Grofer Garten. Un frio crudo, pero el cielo limpido y La nieve reciente festonea abetos y pinos, parece clara, pero en la sombra se realza en violeta contra atmésfera rojiza del atardecer; incluso contra la creciente tiniebla, hacia el Este, parece oscura. En la linde del bosque, donde las pajareras, un hermoso altozano de nieve con un pino solitario, al que realzan en el aire esmaltado en gris las superficies claras En pleno cuarto.menguante, atardecer, hacia las cuatro, por el Mirador Briihl y el puente hacia el Jardin de Palacio. Un hermoso cuadro en la Puerta del Elba Tres arcos del puente en gris oscuro vaporoso, c Femates triang\ los fares de los pilares cubiertos de nieve: 1 de como fuente principal de luz, por delante, amplias superficies nevadas, con piedras més oscuras rotas en primer término. Por debajo de los arcos, a lo lejos, matorrales, por encima, un cielo gris esmaltado cubjerto de ocres rojizos, todo lleno de celajes nubosos; pero al fin la luna se abre paso, sin resplandecer ain pero rodeada de un halo amarillento. Al lado, la Frauenkirche, mis oscura, en gris violéceo. Desde la colina de Palacio, otra hermosa perspectiva escalonada sobre la ciudad; por delante, nieve purisima y arboles totalmente som- brios; luces y profundidades se extinguen gradualmente los ltimos tejados _nevados en Ia lejania, aun as realzan en claro sobre el cielo vaporoso. Enero de 1823 . Cuarto menguante. Paseo al atardecer hacia el Grofer Garten, a eso de las cuatro. Frio cortante ante las puertas, cielo’ impido; al Oeste, neblinas gris rojizo. encima, arrebol en rojo. La neblina azulada (en la primera oscuridad, iluminada atin, de ahi el azul) se extiende sobre la mitad superior de los 4rboles del Antons Garten. Superficies nevadas anté los Arboles en gris violéceo, siempre mds oscuras que el cielo, donde aparecen vellones desflecados de nubecillas en un rosa rojizo luminosisimo, visibles por Poniente a través de la neblina que por encima de ellas ya se esfuma En el bosque habia una hermosa vista hacia el Este, donde la nieve aparecia luminosa frente al crepisculo que en lo alto atin se extingula en azul didfano. Los Arboles més cercanos en pardo oscuro sobre el violeta, tuna rama que sobresalfa con la hojarasca amarillo ocre, festoneada como todas las ramas horizontales por rever- beros de nieve. Mas adelante, el violeta se atenuaba, y 172 Unos dias antes, paseando también por el Groger Garten. A eso del mediodia quiso deshelar, pero la tarde se volvié a meter en hielos. El cielo estaba encapotado, y en particular hacia el Este la oscuridad gris azulada se desfondaba sobre la blanca capa de nieve, a lo lejos. Cuando el nublado, sombrio, cubria atin el horizonte de cellisca y gradualmente la tierra se iba sumiendo en su oscuridad, salié de estampida a mi lado un palafrenero, con dos caballos negros desbocados y un capote gris al viento, hacia aquellas vaporosas lejanias. Un bonito cuadro. También el violeta oscuro del bosque de abetos estaba hermoso, aquella tarde, contra el gris de los nublados. Enero. Luna Ilena. Por la tarde, entre cuatro y cinco, El horizonte, cercado de neblinas. 16° bajo cero. La luna despunta entre la bruma, de un violeta grisdceo, iciendo en rojo amarillento por el Este. En Belvedere, desde el Mirador de Brtihl, la terraza superior ofrecia tuna hermosa vista sobre parajes helados. A mi derecha, el pedestal de la esfinge; por encima de la escalera eran visibles en el vaho invernal los edificios del Elbberg; como iluminacién principal, la luna, aunque ain sin brillars las sombras mds profundas en el pedestal de la esfinge; la nieve, mds clara que la neblina del horizonte, en particular hacia la izquierda desde el mirador, pero con todo més oscura que el cielo, que aparecia por encima de la luna en un bello azul rebajado. Bajo el puente, el Elba atin abierto, y sobre él flotaba una nube de vaho blanquecino, como en un estrato, a tres brazas sobre el ras del agua Luego, en el Zwingerwall (la Ronda), formaban un cuadro muy expresivo la enofme fachada del teatro con los tejadillos prdximos nevados, la iglesia catélica y la torre de Palacio. El vaho del teatro se elevaba, gris blanquecino, espeso, en oblicuo hacia la derecha, de 173, forma que tras la espesa columna no se vefa la mitad de la torre. También el gris vaporoso de Ia iglesia catdlica y la niebla inverniza que cubrfa en un velo el pie‘de la Frauenkirche tenfan su encanto. Mas adelante, los terraplenes del Bastién cubiertos, de nieve formaban una bella estampa contra el cielo de poniente. Abajo, el cielo se metia en neblinas violeta oscuro, mas hacia arriba, velado en rojos, y sélo luego aparecia la claridad dorada del cielo de atardecer. Por contra, la nieve aparecia ahora violeta y azul muy clara contra la neblina del crepiisculo en el horizonte, aunque mis oscura, incluso a la luz, que la claridad del cielo. Las hondonadas en sombra de la nieve, incluso més oscuras que la neblina del crepuisculo. Febrero, Luna nueva. Por la tarde, hacia las cinco, en el Groger Garten. El dia anterior habia deshelado, pero la tierra estaba otra vez dura de una nueva helada. El cielo parcialmente despejado; nubes de nieve. Un buen cuadro en la esquina de la acequia hacia Ricknitz. El sol estaba bajo; por delante del cielo de atardecida, en amarillo mate, un continuo nublado de nieve en un gris monétono hasta el horizonte; por encima, en el cielo azul, el resplandor del dia que se extingufa iluminaba atin unos ciimulos muy esponjados. El panorama se extend{a oscuro hacia el horizonte en tonos pardos, verdosos y al fin violetas. Franjas de nieve, mds claras que el nublado gris, pero més oscuras que el cielo despejado, interrumpian las superficies en sombra. En primer plano, al borde de la acequia, dos grandes sauces viejos estiraban sus ramas secas, casi negras, hacia el aire, la nieve se habia derretido alrededor de sus troncos pero se haba vuelto a helar, y aqui o alli espejeaba un destello de la claridad del cielo entre las sombras profundas de sus cortezas, més luminoso que cualquier otra cosa en el primer plano; pues hasta la rugosa capa 174 e de hielo aparecta’en toda la anchura de la alberca con un resplandor difuso. De vuelea a casa, el viento acercé las nubes de nieve en, lo \hondo) dell crepésculo silbaba de! una forme asombrosa entre los pinos y en las mondas copas de los Arboles, y un hombre que iba delante de mi, con ancho capote, gorra de plato y un perro negro a su lado encarnaba a la perfeccién la turbulenta atmésfera de la Naturaleza, Febrero, antes de la luna llena. De noche, con el resplandor de la luna, avanzando hacia la Frauenkirche livgavorosasfaz de [al luna\ proporeianaba tina eviniGi soberbia. No vela la luna misma; tenues nubecillas aisladas flotaban en el cielp oscuro, la fila de casas de la izquierda estaba a oscuras y arrojaba una sombra sesgada sobre la calle; también en la sombra, una fuente cuya oscura masa hacia un buen efecto frente al vaporoso horizonte. A la derecha, las casas bafiadas por la luz lunar, los tejados y las cangleras daban sombras alargadas, y aunque iluminados, los kejados parecian més oscuros que la parte baja. La delicada cipula de la Frauenkirche se alzaba en el aire con fuerza, y a la izquierda, detris, todavia dentro del contorno de las casas visibles, una ventana iluminada-titilaba en la neblina. Pero la luz principal se hallabajen la plaza, ante la iglesia, y en la parte de la calle baahda por la luna, ; Febrero, luna lena. Hermosa salida de la luna desde el Mirador de Briihl. Grandes nubes nocturnas en la parte alta del cielo; ascureciéndose en las cercanias del fase apart ba rans y mancas nuboss, bajo ‘onos rojizos muy atractivos. En torno 2 ella amarillo, y hasta verdoso. Las nubes y los espacios libres visibles en el aire, més oscuros cuanto. mis cercanos. También el Elba riela, muy atenuado y con e 175 un hermoso colorido, Al amortiguarse la luz con el agua, los colores se distinguen aun mds claramente. Mayo, Dla de la Ascensién, atardecer en Plauen. {Qué aire de primavera més Iimpido y saludable en el patio de esta iglesia! Ramaje de abedul y arboles en flor esparcen un aroma muy tenue. Luz célida del sol sobre las plantas frondosas, entre la grava y los torpes tréboles nuevos. {Cémo ilumina el sol fa ventana rinconera en la parte de atrés de la sacristia, que se la ve incluso a través de la de delante, y cémo est toda la casita cercada de ramas en flo ‘Antes en el pueblo también me gusté la primorosa composicién que formaban un arbol en flor y el antiguo remate en arcilla de una fachada ristica. ;Aunque desde luego ese aire radiante tan divino:de la primavera, en lo alto, también hace mucho, casi todo! {Tanto que se podria sefialar con nitidez qué dia de esta primavera entrd de repente esa suave vibracién veraniega del aire y las nubes! Mayo, otra tarde. En el bastién demolido detris de la Kreuzkirche; sol, incluso abajo. Cielo de tormenta; perlado isabelino, rojizo, azul, violeta, como tonos principales. {Un montén de golondrinas por el aire! A |a izquierda un terraplén con los escombros del muro desplomado, y encima, las ruinas de una escalera de caracol, como un huso de piedra rodeado por un lienzo céneavo de muro en forma de torre. Luego, un antiguo parapeto con aspilleras estrelladas y edificaciones altas, y por encima de todo, destacindose en el resplandor del cielo, la Kreuzcurm, Desde arriba del bastién se veia un camino tras las, aspilleras. Una antigua muralla con su dspero antepecho, y por encima de toda ella corrfa un exiguo jardincillo. {Quién no se sentirfa un dios, con su jardincito, en su Octubre, pasada la luna llena. Durante muchos dias el tiempo habla estado despejado, claro, y el aire, a primera hora Ileno casi siewnpre de calima, tenia una robusta elasticidad que siempre acababa por desgarrar todos sus celajes. Una tarde, la neblina se hizo al fin con las regiones superiores en largos cirroestratos, la tierra quedé cubierta de un leve velo, el sol se hundidé en el luto del horizonte, y se hicieron visibles los colores ms asombrosos. Yo me encontraba ante las largas hileras de tilos de las riberas del Elba. Hoorizontales se extendian sobre el cielo hasta el Poniente largos cirros esponjados, como una sucesién de olas. Sus bandas plateadas aparecfan doradas por el naranja subido del sol poniente, y''esos tonos armonizaban de una forma soberbia con’elfazul ultramar del cielo que se iba haciendo le entre las oleadas de nubes. Mas hacia el Norte y hacia el Este, los tonos del velo atmosférico que.cubria el horizonte se esfumaban en rosas rojizos, que en la migica luminosidad se reflejaban sobre los costados en sombra de todos los objetos. Pero cara af Oeste tenfa ante mi la hermosa hilera de tilos afiosos del Parque’, en cuyo ramaje rompian ya los primeros tonos del otofio. ;Y cémo reverberaba un halo rojo sobre esos tonos locales oscuros, cémo armonizaban las variaciones violeta y pardo y oro con el acorde de colores en el cielo, de nuevo realzados enfrente por el verde vivo pero en sombra de las praderas, y cémo parpadeaba por iiltimo entre los Arboles un tenue resplandor rojizo en la lejania! {Una de las visiones més excitantes que la Naturaleza me haya proporcionado nunca en esos parajes! 1824, Agosto, pasada la luna nueva. Era un mediodia soleado, en Ia ribera del Elba entre Pirna y Weblen, donde la dicha parecia concretarse en las imagenes més diversas. iQué hermosa luca la pequefia puerta bajo su arco, en Ja pared enjabelgada, resplandeciente, arriba de la escalera que se extendia en sombra ante la casa, con las calabazas y las panochas alineadas a los lados! A media mafiana disfruté con una vista en el llano de Pirna. {Un campo de nabos en plena floracién junto a campos verdes de lino ya desflorado, el Elba festoneado de prados, las montafias azules en tonos acerados, los cuimulos de plata en el horizonte! Noviembre, cuarto creciente. Por la tarde, cielo enfoscado, gris, roto sélo en algunos lugares por una claridad amarillenta hacia Poniente. En el Elba, tras el puente, un barco costea la ribera desde hace rato, con la vela izada y fldccida, Todo oscuro; tras la vela se abre un claro amarillento, brillante Mis al Sur, la iglesia catdlica y el palacio, enorme- mente sombrios y nitidos; detrés, un hato de nubes claras asombrosamente revuelto. Tercer anexo Un cuadro del deshielo del Elba, cerca de Dresde Era la majiana del 14 de Enero de 1821 cuando un cafionazo anuncid que el hielo del Elba comenzaba a moverse. El cielo aparecia gris y brumoso, apenas algtin perfil nuboso aqui o alld; soplaba una leve brisa del Este; el barémetro estaba bajando, el termémetro indi- caba 6° Reaumur. Con el segundo disparo, a las nueve y media, me fui al Mirador Briihl. En sus inmediaciones, ‘0 alin estaba cubierto de parte a parte por la capa de hielo, transitable atin hasta pocos dias antes; aguas arriba ya habia zonas de corriente libre, y en los bordes del hielo todavia sdlido se venian a amontonar unos sobre otros, puntiagudos, los tempanos arrastrados desde alli. El poderoso empuje de las masas superiores del agua trabajaba sin descanso, aunque inadvertido, en el fondo del rio, hasta que al fin, por la parte de la otra ribera, se abrié un agujero y la corriente arrastré volteando una riada de témpanos macizos para apilarlos de nuevo poco mis adelante, donde la cortiente recién abierta volvia a ocultarse bajo el hielo. La violencia del agua que irrumpia por aquella ribera también puso finalmente en movimiento la masa de hielo por el lado de acd, y en la ribera del Elbberg se empujaban ahora e 179 violentamente a tierra, unos a otros, témpanos anchos, casi como una marea rompiente, congelada: Y luego, otra vez calma. Me senti arrastrado a observar de cerca esas masas de hielo y sali hacia el Elbberg. Alli me detuve ante los lienzos de hielo recién arrancados. Con un espesor que oscilaba entre medio pie y poco mas de uno, su color era en parte amarillento y en parte un azul con irisaciones verdosas, y su extensidn iba desde los cuatro © seis hasta los ocho pies. Detrds estaba la amplia, sélida capa de hielo, horadada ya no obstante en muchos lugares, y a menudo con témpanos més pequeiios levantados en las grietas, a veces con ramas encertadas en su interior. Aguas arriba, la corriente seguia hozando, y empujaba sobre los salientes de la otra ribera una montafa de hielos. Alrededor y a mi lado, los barqueros estaban atentos y afanosos. Varias lanchas del Elba estaban cuidadosamente amarradas con maromas o mediante barloas a postes hundidos bastante lejos, tierra adentro, y los hombres trataban de izarlas ain mds a la ribera desde que se habfa vuelto ya preocupante el riesgo de los hielos empujados por la corriente. Contemplando todo esto segui paseando largo tiempo por la ribera, y al cabo, entre unos puntales detris de una lancha, adverti cémo por un pequefio agujero de apenas un pie de anchura se alzaba del hielo todavia firme un pequefio remolino. Mientras lo miraba li abertura se ensanché mas y mas, y cada vez irrumpia mds violentamente el agua a cuya crecida estorbiba el peso del hielo, y en poco tiempo, formé una pequefia corriente’ de’ diez a doce pies de ancho que empujaba sin tregua a fa-luz témpanos y hielo del fondo, pero sin poder mover ain ni la superficie de hielo que se extendia a su lado ni la trinchera de placas heladas que se amontonaban unas sobre otras més atrés de su punto de origen. La 180 situacién se mantuvo asi insistentemente un buen espacio de tiempo, pero de golpe se hizo notar un sordo movimiento: mas alld de Ia abertura por donde brotaba la cortiente, masas ‘de. hielo de dentados perfiles se alzaban y se hundian; la trinchera que se habia formado algo mds arriba se hundié con un fragor sordo sobre si misma, el agua irrumpié violentamente, y entonces se alzé de golpe toda la superficie helada, y un cortejo de largos campos de hielo, enormes, apacibles, cada uno con su dentada corona de témpanos amontonados, se puso en movimiento siguiendo al oleaje del rfo en el agua que crecia y crecfa, corriente abajo, como nubes de tormenta que siguieran su camino. Esa forma de partir, severa, sosegada, sin hacerse notar m4s que en el sordo fragor de los témpanos y el crujir de sus bordes al desgajarse, en una superficie que durante largo tiempo habia parecido a la vista sélida y persistente, no puede llamarse sino grandiosa, sublime. El reiterado tronar del cafién sefialaba a las comarcas de aguas abajo Ia llegada de tan temidas masas. Regocijado y fortalecido de verdad por tales estimulos del espiritu de la Naturaleza, hasta entonces desconoci- dos, y dando gracias a la buena estrella que me habia guiado a la ribera en aquel preciso intante, regresé a la ciudad. 181 Una décima carta, junto con cinco anexos @\ Al sentirme animado a proseguir de nuevo tras largo tiempo nuestras viejas observaciones sobre el arte del paisaje, no se me esconde que desde entonces mis pun- tos de vista habrin cambiado aqui o alld, ni que mi vi- sién se habré ampliado en alguna direccién, pero tampoco que en la mayoria de los aspectos mi juicio y mis sen- timientos anteriores sélo se han reafirmado y aclarado cada vex més. Por el contrario, desde la conclusién de aquella primera serie de cartas se me han ofrecido varias Beemer etre eee emer aan anaes de pensar acerca del arte del paisaje o de representar la vida de la Tierra; asi que me permitirés, querido Ernst, que te presente lo que desde entonces he sentido y ano- tado a este respecto, para que lo pongas junto a aque- llas primeras consideraciones. En diversas situaciones de vida hemos sentido que-no hay mayor felicidad para un individuo que percibir en un dnimo amigo una reso- nancia perfecta de lo.que mueve lo mas profundo de su que permanezcan paya siempre en tu propiedad; djala te inciten también a hacerme amistoso participe de las ideas que provoquen en ti. Si tengo que afiadir algo sobre el contenido de cuanto aqui te envio, te sefialaré que habria que repartirlo 185 ou entre Naturaleza y Arte. La primera parte contiene algunos retratos de escenas naturales que me impulsé a poner por escrito una necesidad impremeditada pero no casual, tras haber excitado vivamente mi espiritu lo insigne del fenémeno. Las palabras han quedado tal cual manaron entonces de mi pluma, pues es dificil que reflexionando se encuentre’ para cosas de ese tipo una expresién mejor que la que les did antes la primera impresién vivida; sino que sdlo tratando con cuidado ese hilito fresco puede lograrse a veces evocar con alguna veracidad, en el alma de un lector receptivo, el colot y la célida viveza del fendmeno original mediante tunas tristes letras negras sobre fondo blanco. La segunda parte, la del Arte, contiene en primer lugar una descripcién de dos cuadros, uno antiguo y otro moderno, a los que hay que considerar obras muy relevantes en lo que se refiere a captacién nftida y objetiva de un cierto aspecto de la vida de la Tierra También. en este caso, tras una atenta contemplacién me sobrevino sin querer el impulso de poner por escrito mis ideas sobre ambos, y creo que estas notas pudieran servir como ejemplo de cosas que en mis observaciones anteriores se mencionaban tan s6lo aforisticamente; también el excursus afadido al comentario sobre el cuadro de Everdingen pudiera ser apropiado para alejar un malentendido respecto a nuestra anterior correspon- dencia que ha surgido incluso entre algunos muy bien dispuestos hacia nosotros, a saber, el de que la fiel expresion de la verdad de la Naturaleza fuera todo lo que se podria exigir de una imagen paisajfsica perfecta, [Asi que luego, para acabar, sigue parte de una conferencia sobre el modo correcto de contemplar una’ pinturas conferencia que en su momento fue acogida con sumo interés, y puede valer en ciertos aspectos como comple 186 e esto queda cordialmente tuyo como siempre mS, Naturaleza I Claro de luna Bastidn, cerca de Rathen 28 de Octubre 1823 jRealmente no logro explicarme, si no es por una falta de gusto y delicadeza de nuestros astrénomos, que Ilamen a la Luna satélite 0 incluso trotona de la Tierra! jPorgué tendrin que pensar precisamente en una relacién de subordinacidn, de servidumbre como ésa, entre cuer- pos celestes, cuando lo natural es reconocer un vinculo de afinidad intima entre sus naturalezas, una atraccién constante, una amorosa influencia reciprocal Es cierto que la Luna ronda sin descanso a su amada Tierra, que UN, del T.: Respecto a la naturaleza de las relaciones naturales que aqui empieza a describir el texto, en lengua alemana la Luna no es del mismo género femenino que la Tierra, sino masculino; a diferencia del generoso Sol, que es femenino. De este ue si se adectia a la idea de subo © serv la sigue en su camino en torno al Sol, que hasta dispendia la luz. qué recibe de éste vertiéndola a manos lenis sobre la Tierra para iluminar sus noches oscuras; pero esa hermosa relacién mutua, basada en una similitud intima de sus naturalezas, no designa una servidumbre a la manera de un satélite, sino una amorosa ofrenda de si misma y una entrega incondicional, si bien quien se entrega recibe en idéntica medida el amoroso influjo de la Tierra, y sélo gracias a él alcanza las condiciones necesarias para existir. {Visto asi, se entiende mis claramente la asombrosa influencia de la luz lunar sobre nuestro dhimo, el de los moradores de la Tierra! Pues al igual que la Luna que ronda-a la Tierra determina el pulso de las aguas, el flujo y reflujo de sus mareas, con absoluta certeza la luz lunar actéa también sobre el latido de nuestra vida animica, sobre nuestro dnimo. ;Y qué no resonard en las cuerdas de nuestra alma cuando las toca un rayo de luna con su belleza tan diversa, como el hilito del viento al rozar el arpa de Eolo! Hoy me vi Ilevado a tales consideraciones cuando volvi a ver después de muchos afios la luz de la Luna vertirse en st pura claridad sobre las prodigiosas pefias de arenisca de la ribera del Elba, cerca de Rathen, Las masas de roca apiladas en forma de columnas, resquebrajadas, atrope- Ilandose unas sobre otras de manera tan peculiar, con su rico aderezo de pinos de ramas serpenteantes, ¢ incluso abedules y abetos rectos como torres, con sus suntuosas vestiduras de Iquenes y musgos y todo un mundo de variada vegetacién que brota laboriosamente de la arena suelta, ofrecen un escenario adecuado para mostrar precisamente los efectos de la luz lunar en toda su diversidad y con todo su nostilgico atractivo. (Qué maravillas no habré visto esta noche, en el camino que sube hacia Rathen por los puentes de piedra, frente al que Ilaman el Bastidn! ;Para empezar, imaginate al final 189 del primer puente, apdyate en la peiia que apunta al Elba, y mira hacia abajo, en a violenta oscuridad del abismo donde la corriente y la ribera discurren juntas en la niebla nocturna; y ahora vuelve la vista a lo alto, a las masas de roca escarpadas como torres, lividas, bafiadas por el claro de luna, que alzan ante t{ sus'cimas en el ocuro cielo de la noche, rodeadas de estrellas como coronas! Luego, mira al frente, hacia el sombrio paso abierto en la roca al cabo del puente, a través del cual, como de velos grises de niebla, se ve una anchurosa lejanfa, y en su punto mas alto, el Rosenberg. Imaginate que la Luna se esconde en ese momento tras un pefién que sobresale de la roca, cubierto de musgos y matas crecidas, y no se ve otro que su palido resplandor dorado como el nimbo en Ia cabeza de los mértires, que el musgo se recorta en los bordes del pefién en una linea nitida, delicada, resplandeciente, sobre la que hoy todavia brillaba la frente esplenidorosa de Juipiter... y ya habrés percibido una riqueza més que suficiente de imégenes, jy no obstante, a cada nuevo paso la escena cambia y forma un nuevo y excitante cuadro!’ Destaca entre los demas uno, cuando descendi hasta un Saliente plano de la roca sobre el Elba, y apoyado en el alto muro de piedra que me ocultaba la Luna, contemplé a su luz la serrania atravesada por la corriente del rio, En esa calma y soledad profundas me embargé un espiritu de despedida, y aquel paraje gris verdoso que yacia ante mi me parecié casi un cadaver que persistiera en no desaparecer, obstinado frente a su paulatina descompo- sicién. Fue una sensacién de una especie maravillosa, como apenas puedo recordar haber tenido nunca. Y luego, de nuevo lo fantasmal, en la profunda garganta de roca, al verse entre las mas oscuras sombras de las paredes a pico frente a paredes palidas bafiadas de claridad, rota su lisa superficie por algiin abeto que 190. e agitaba aqui o alld sus ramas en la luz de la Luna y esparcla sus sombras fantasmales, inquietas, sobre la clara superficie; afédele un sordo, hueco tronar a lo lejos que se repetia a menudo, producido probablemente al irrumpir las réfagas del’ viento entre las grietas serpenteantes de los farallones que se alzan a su antojo aqui o alld: en pocas palabras, te lo repito, quien goce descubriendo los misteriosos efectos de la luz. lunar en toda.su belleza —y qué ser humano de verdad no disfrutaria con ellos— , no descuidarfa buscarlos también alguna vez en esta peculiar naturaleza montaiosa, y encontraria algin nuevo goz0 que afadir al «mundo hechicero en resplandor de lana que cauiva el sentido sin remediow En el mismo sentido, recuérdese en los versos finales del texto que es un «mundo» Femenloa en alemin (die Welt) quien al resplandor de una luna masculin hos hace perder iremediablemente e 191 I Anocheeer Octubre, tras la luna nueva, 1827 Anochecer a las seis, volviendo a la ciudad desde el Este; tenue, la luna nueva en la atmésfera grisicea y azulada, sobre el Grofer Garten; un citrostrato se recorta con nitidez entre la Luna y el dorado del crepiisculo, sobre estratos esponjosos. Las montajias lejanas, azul violdceo, las zonas arboladas del jardin, mas oscuras; mis lejos, franjas verdes y campos de un pardo oscuro violiceo. Qué efecto tan severo e intenso hacen juntos esos bellos tonos tan fuertes... me recorda- ban a los nitidos perfiles de un cuarteto de Romberg que habia escuchado unas noches antes. Un hato de ovejas de regreso al redil desde los barbechos, iluminado en mate sobre la tierra oscura por el reflejo del cielo, hacia un buen efecto en el conjunto. Julio de 1832, poco antes de la luna llena {Qué atardecer mis maravilloso!, jtras un_largo periodo de lluvias, se entré un tiempo cilido y limpio, como un nuevo amor en un pecho medio muerto! Al atardecer, paseo por el Mirador. Ya cuando Hlegaba a 192 través de los tilos jévenes, arométicos, hacia la subida al monumento, me retuvo la calma honda y clara de las henchidas masas de follaje y las nitidas Iineas del muro. iY cémo se realzaban, llenas de color y aun asi en una profunda penumbra, contra el cielo, que ain iluminaban los Ultimos resplandores del sol, ya escondido!, jhabria sido materia para un estudio detallado! ;Y luego, en el Mirador, el claro espejo del Elba con el colorido profundo de sus tranquilas riberas! Me recordé una vez mis, como desde hace mucho tiempo, a Italia y a los tonos profundos de los primeros cuadros de Giorgione y Tiziano, Casi no reconocfa aquel paraje, y anduve sumido en una tranguila contemplacién sin advertir apenas el bullicio de los paseantes. Era como si estuviera viendo un cuadro antiguo, cegado y muerto, que de pronto resplandeciera otra vez con toda su viveza de colorido al rascar el barniz. Cuando volvi la vista desde el puente hacia el Mirador y junto a la cdipula de la Frauenkirche aparecié la Luna, blanca y resplandeciente en el oscuro azul del cielo, me vino a la memoria cémo habja estado contem- plindola maravillado una vez, a esas mismas horas, junto a la catedral de Sietfa. Luego, desde el ensanche, mirando hacia la Puerta del Elba, jcon qué nitidez se dibujaba el esbelto edificio de la iglesia catélica con la Puerta como marco, con qué colores tan densos, al otro lado del agua! Y cuando volvi en la barca aguas arriba, otra vez hacia el Elbberg, ja qué observaciones tan diversas no darian pie el filtimo arrebol de la tarde, el rielar de la luna en el agua y el colorido claroscuro del puente y la ciudad! Por tltimo, tras tomar tierr parado atin y contemplando una maravillosa vista de los Arboles del parque a través de un arco del puente, me recreaba én la franja verdosa, brillante, de la superficie del Elba, y disfrutaba con la composicién pictérica de | las barcas y las artes de pesca, cuando me volvi a mirar ami alrededor, y me vi frente a un admirable grupo de marineros sobre uno de los grandes lanchones del Elba, iluminados por el chisporroteo del fuego en que los hombres se ocupaban de la cocina Las lamas mismas, blanquecinas, quedaban ocultas por las altas bordas de la lancha que se hallaba delante, sélo la luz roja con algunas chispas producia un efecto leno de fuerza, al reverberar sobre el méstil y los hombres, realzada atin mis por las preciosas masas de sombras que se recortaban ante el cielo de levante, cada vez mas hundido en la oscuridad, jrara vez se forma una composicién tan afortunads 194 Arte Tl Sobrg un paisaje hithden qocticgdtivg de Crole iEl alma huniana es un Arbol milagroso! Si los rboles corrientes| producen y hacen germinar flores y frutos de una sola especie, el alma de los seres humanos produce mil tipos de flores a un tiempo, y miles de frutos diferentes pueden alcanzar en ella poco a poco la madurez. Con todo, incluso en el alma del mas favore- cido tampoco toda flor saca fruto, ni todo fruto que brota crece, ni tédo fruto que crece alcanza necesaria- mente su plena sazén de tal modo que yuelva a esparcir la simiente capaz de inflamar nueva vida, Pero cuando un ser humano cuyo interior florecié, abierto, alguna vez, sin llegar no obstante a dar fruto, se ve renacer en otra alma humana, y crecer alli con alegria y por fin producir el fruto mds hermoso, enconces se apodera de 4 la dicha sublime de que sélo la humanidad sea el verdadero ser humano, de que la idea a la que dl no logré dar forma sin embargo no por eso se haya perdido, y de que una elaboracién sin descanso de cuantas ideas hayan, formado parte alguna vez de lo " Adguitida en 1833 por el Sichsischen Kunstverein (Asociacién artistica de Sajoni). @ 195 a Ss auténticamente humano serd, tendré que ser la tarea mds propia de la humanidad en todos los tiempos. Algo similar senti yo hoy al contemplar una imagen geobiogréfica enviada por Crola desde Munich. Digo imagen geobiografica por remitirme a lo que ya habia expresado en cartas anteriores acerca de la pintura de paisaje y de su tarea en el futuro, pues en ese cuadro hay algo mas que paisaje. Trataré de evocarlo de memoria.

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