Aunque no lo parezca, la estupidez no la inventaron las redes
sociales. Y es que, mucho antes de los memes y los retos de Facebook como el que esta misma semana le cost la vida a un chaval francs de diecinueve aos tras lanzarse al ro en bicicleta ya se llevaba eso de hacer el gilipollas, generalmente para divertir a los dems. Y es que en el pas vecino est de moda un juego de gallitos que se llama algo as como Al agua o al restaurante, que consiste, ms menos, en el clsico a que no hay huevos?, y el que no se tire al ro, al lago o a donde sea menester con grabacin documental de por medio, estara bueno, pues a retratarse tocan, apoquinando una cena a los amigos pasados por agua. Y claro, visto como est el coste de la vida, las baguetes, los cruasanes o vaya usted a saber lo que sea que se comen por all, est claro que, de perdidos, al ro, y que pague el siguiente. Hasta que alguno no atina a nadar y descubre que debajo del agua se respira fatal. Esto, lo de hacer el tono, no es nada nuevo, ni para los jvenes ni para los franceses. Por ejemplo, a finales del siglo XVIII, mientras la guillotina revolucionaria sembraba el terror entre la nobleza, a los adolescentes de la poca les dio por vestirse a imitacin de los aristcratas recin cados en desgracia. Entonces, la verdad, ya no se llevaba nada ese look macarrnico, ni mucho menos. Probablemente, tampoco les gustase demasiado los chavales lo del pelucn y el polvo de arroz. Qu va; de lo que se trataba era de incordiar, de llamar la atencin, de mostrarse diferente. Fue el primer conato de tribu urbana, en unas calles que de verdad eran peligrosas, porque a los que precisamente vestan como ellos se los llevaban en volandas hasta los tribunales populares para ofrecerles un afeitado definitivo, convirtiendo la tontera vacilona en un deporte de riesgo. De autntico riesgo. Algo parecido ocurri en Espaa durante la II Repblica; los aires de cambio fueron tan huracanados que se llevaron por delante lo ms superficial: las corbatas y los sombreros. Ya no iban a mandar los de siempre, y las dos prendas eran sus seas de identidad. As, para salvar el pescuezo, hasta los ms elegantes acabaron pasando por el aro de lo que se llam el sincorbatismo. El sinsombrerismo, por su parte, calara profundamente en los ciudadanos. Tanto, que un vendedor madrileo de la posguerra se sac de la chistera un eslogan demoledor: Los rojos no usaban sombrero. Estaban los tiempos, claro, como para jugarse la cabeza. Y eso, sin Facebook y sin apuestas.