1. El derecho a no leer
Como cualquier enumeracin de derechos que se respete, la de los derechos a la
lectura debera empezar por el derecho a no hacer uso de ellos. Hay la premisa no
siempre cierta, que leer nos hace mejores a otros, como si en automtico nos
integrramos a una cofrada que nos da poderes inmediatos, la experiencia nos
dice que existen y han existido personajes que son grandes lectores y que no se
han distinguido precisamente por su calidad tica. Tengamos presente a nuestras
abuelas, a nuestros tos o mayores que no siempre tuvieron la oportunidad de tener
libros a la mano, y que sin embargo fueron personas de gran valor.
4. El derecho a releer
Recuerdo una carta a mi hermano Mario en la que yo presuma de haber ledo
muchos libros y el tranquilo me explicaba que no importaba tanto el nmero de
libros sino el leer mucho. Los clsicos son tal vez lo libros que nos acerquen ms a
este derecho.
Reconocemos que hay la llamada literatura en serie que se contenta con reproducir
hasta el infinito los mismos tipos de relatos, despacha estereotipos en serie,
comercia con los buenos sentimientos y las sensaciones fuertes, sigue esquemas
repetidos y solo cambia personajes y algunos leves detalles, son los llamados
paperback a los cuales en estado son verdaderamente adictos en el sentido
estricto de la palabra. stas sern, con seguridad, malas novelas.
Por qu? Porque no tienen nada que ver con la creacin sino con la reproduccin
de
formas preestablecidas, porque son un intento de simplificacin (es decir de
mentiras),
cuando la novela es arte de verdad (es decir de complejidad), porque al halagar
nuestros
automatismos, adormecen nuestra curiosidad, en fin, y sobre todo, porque el autor
no est
all, como tampoco est la realidad que pretende describirnos.
6. El derecho al bovarismo
(enfermedad textualmente transmisible)
A grandes rasgos, el bovarismo es esa satisfaccin inmediata y exclusiva de
nuestras sensaciones: la imaginacin se inflama, los nervios vibran, el corazn se
acelera, la adrenalina salta, la identificacin opera en todas direcciones, y el
cerebro confunde (por un momento) el gato de lo cotidiano con la liebre de lo
novelesco.