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Rahel Varnhagen vida de una mujer judia HANNAH ARENDT Editorial Lumen & ‘TULO ORGINAL: ah Vahagen Te eof wih Woman {TRADUCCION: Oana Nsinas DISeS0 DE COUCCION Y CUBIERTA: men Rome amon nigolPlanss 0 eran os dees de fon FRUMERA EICION: i 2000 © anah wend 1957 bled by sangeet wth Harcourt ce & Company trea en Romany ll S.A, Dept eae 135802000 Ioneae teea9se-1 Pte ia Sean para Anne desde 1921 We tell you, tapping on our browns, The story as it should be,~ As if the story of a house. Were told or ever could be; We'll have no kindly veil between Her visions and those we have seen, As if we guessed what hers have been, (Or what they are or would be. ‘Meanwhile we do no harm; for they That with a god have striven, ‘Not hearing much of what we say, Take what the god has given; Though like waves breaking it may be, Or like a changed familiar tree, (Or like a stairway to the sea Where down the blind are driven. EDWARD ARLINGTON ROBINSON (OM PROLOGO El manuscrito de este libro salvo los dos ultimos capitulos- estaba terminado cuando abandoné Ale- mania en 1933, e incluso los dos iltimos los escri- bi hace mas de veinte afios. Mi primera intencién fue afadir al libro un conjunto de notas y un ex- haustivo apéndice que debia incluir una parte de la correspondencia y de los diarios inéditos que se encontraban en el Archivo Varnhagen de la Sec- clén de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Prusia. El Archivo Varnhagen, que ademds del le- gado de Rahel contenfa abundantes e importantes materiales del circulo roméntico,” se conservé du- rante la guerra, junto con otros valiosos manuscri- tos, en una de las provincias alemanas orientales y + Enea archivo se consorvaba una parte del legado de Cle- ‘mens Brentano, que su hermana, Bettina von Arnim, habia en- lwegado, para su preservacin, a Varnhagen; los originales de la cortespondencia de Friedich Gentz, publicados parcialmente por G. Schleser (Briefe und vertrauteBlater von Fredhich von Gentz, 1838) y por Witichen (Briefe von und an Gentz, 1909), ytambin cartas de Hegel y de Wilhelm y Caroline von Hum Boldt, de Hentiete Herz, los Mendelssoln-Barthldy, Adam ‘Mailer Leopold von Ranke, el principe Luis Femnando, riedkich y Dovesea Schlegel, y Ludwig Tieck-por citar slo los nombres ‘ms conocidos. Vase Ludwig Stern, Die Warnhagen von Enses- ‘che Sammlung In der Koniglchen Bibliothek zu Berlin, 1911 ” R no regres6 nunca a Berlin; su paradero, que yo se- pa, se desconoce. Por lo tanto, me es imposible hoy llevar a cabo mi plan inicial, y he tenido que conformarme con reproduct, a partir de viejas no- tas mias, de fotocopias y copias, aun sin proceder a tina nueva comparacién con los originales, lo que me parecié suficientemente fiable. Hay que lamen- tar, sobre todo, que por esta razén quede otra vez inédito el texto completo de las cartas de Gentz a Rahel, que en los textos publicados hasta la fecha han visto sacrficados a la moral Biedermeier pasa- jes muy interesantes y muy caracteristicos de la fal- ta de prejuicios imperante en aquella época; mi copias contienen solo el material adicional necesa- rio para la redaccién de esta monografia, culya ma- yor pérdida ha sido la copiosa correspondencia en- tre Rahel y Pauline Wiese, Ia amante del principe Luis Fernando, compuesta por ciento setenta y seis cartas de Pauline a Rahel y cien cartas de ésta a Pauline. Este epistolario consttufa la fuente princi- pal para estudiar la vida de Rahel después de su ca- samiento con Varnhagen, y en él basicamente se apoyan mis correcciones, por momentos verdade- ramente radicales, a la imagen convencional de Rahel que ofrece la literatura consagrada a su per- sona y a su época. Poco se ha utilizado hasta la fe- cha dicho epistolario, porque Varnhagen, que ha- bia copiado en una letra legible la mayorfa de las ccartas de Rahel(y estas copias eran parte del Archi- vo Varnhagen), dejandolas de esa manera listas pa- ra la imprenta, s6lo copié diecisiete de las cartas a Pauline; los estudiosos que mas tarde se ocuparon del legado no tuvieron en cuenta este material, muy probablemente porque la letra de las dos mu- jeres era dificil de descirar,y la ontografia de am- bas, caprichosa. Carl Atzenbeck publicé una selec- ion de estas cartas en el epistolario de Pauline Wiesel. ‘Aparte de las publicaciones ya conocidas de la correspondencia de Rahel, citadas en la bibliogra- fia, mi estudio se basa en abundante material iné- dito que contiene también numerosas correcciones y adiciones a las cartas y las entradas de los diarios que Varnhagen publicé en los tres volmenes del Buch des Andenkens (1834).* Es de sobras conoci- da la desconcertante arbitrariedad de Varnhagen a la hora de publicar o preparar los papeles postu- mos de Rahel, arbitrariedad que en algunos casos, poco frecuentes, se manifiesta en interpolaciones y en la destruccién o mutilacién de las cartas,** en correcciones continuas, eliminacién de pasajes esenciales y en los nombres de persona cifrados con la deliberada intencién de confundir al lec- tor.*** Sin embargo, nada de esto ha impedido que la concepcién que Varnhagen tenta de Rael, su re- trato estereotipado y embellecido, ast como las in- * Tiascomregilo y cotejalo can los originales, he entregado ri ejemplar persona, junto con todas las demas copias y notas ‘en mi poder, al Archivo del Instituto Leo Back. * Lamas famosa de esas interpolaciones, en una cara de Rahel a Varnhagen, consta de varias frases que pretenden hacer creer en la existencia de una relaciin mas Intima con Beetho- ‘en La intencin es obvia: se atta de afar otro shombre f= ‘oso al circulo de amstades de Rahel. (En este dbo, el cima sdescubrimientos, segun el cual Rahel habria sido la xamada distantes de Beethoven, apenas merece ser menicionado: el autor no se propone funcamentario con documento alguna, y ni en los epstolarios publcados nen todo el material an inédto se encuentra una sola linea que permita arriesga tal hipdtesis. En tiempos de Rahel no era corriente mantener en secreto tales re- laciones, y suponer, precisamente en ella, un secreto asi, de- muestra un absolute desconacimiento desu persona) En cuan- to a la mutilacién de las caras y sus motives, véanse los tpitodios con Clemens Brentano "> Véase la inttoduecién de Heinrich Meisner a la corres: pondencia, por él recoplada, con Alexander von der Marwitz, 1925, el epilgo de Augusta Weldler Steinberg en Rahel Varn agen. Ein Frauenteben in Briefen, 1917. a tencionadas falsificaciones de la vida de su esposa, se hayan impuesto casi sin discusi6n. En lo tocante 2 estas diltimas, nos interesa sobre todo saber que las supresiones y los engafiosos nombres de perso- nna «en clave» debian servir, en casi todos los casos, para que las relaciones y los amigos de Rahel pare- ccieran menos judios y mas aristocraticos, y también para presentar a Rahel bajo una luz mas conven- ional y acorde al gusto de la época. Por ejemplo, es significativo que Henriette Herz aparezca siem- pre como sefiora von B.» © «von Bl.», incluso en los pasajes en que Rahel ya no expresa sobre ella opiniones desfavorables, y que a Rebecca Friedlin- der, que firmaba sus novelas con el seudénigno Re- gina Frohberg, siempre se la designe «sefiora von Fran. Por lo que respecta a las manipulaciones, es in- teresante sefalar que las pocas cartas y extractos de Cartas a Pauline Wiesel aparecen retocados 0 como dirigidos a una tal «sefiora von V.», con lo que que- da eliminado de estos documentos el lugar que ocu- 6 esa amistad en la vida de Rahel, Para el autor, hablar de su libro siempre tiene al- .g0 de incémodo, aun cuando, como en este caso, lo haya concebido hace ya mas de media vida. Sin ‘embargo, y puesto que mi estudio esta concebido y escrito desde un punto de vista desacostumbrado en el género biografico, creo que puedo permitir- me aqui algunas aclaraciones. Nunca fue mi inten- ccién escribir un libro sobre Rahel: ni sobre su per- sonalidad, que es posible interpretar y comprender de una manera u otra, con un enfoque psicolégico yy en categorias que el autor aporta desde fuera, ni sobre su posici6n en el Romanticismo y el efecto del culto a Goethe en Berlin, del cual ella fue la au- téntica creadora; tampoco quise escribir sobre la importancia de su saln en la historia social de la época, ni sobre sus ideas y su «concepcién del mundo», en la medida en que fuera posible cons- truir una a partir de sus cartas. Lo Gnico que me in- teresaba era contar la vida de Rahel como ella mis- ‘ma habria podido contarla; contar por qué, a dife- rencia de lo que los demés decian de ella, Rahel se tenta por un ser fuera de lo comtin; la raz6n por la cual, en casi todas las épocas de su vida, expres6 todo lo que entendia por «destino» en frases e ima- genes siempre iguales. Lo que Rahel queria era ex- ponerse a la vida de modo tal que ésta la sorpren- diera «como una tormenta, y sin paraguas» («Qué esté haciendo? Nada. Dejo que la vida llueva sobre mi)," sin utilizar, para protegerse, cualidades y opiniones: sobre las personas que Conocla, sobre las circunstancias y el estado de las cosas, sobre la Vida misma, De ahi que Rahel no pueda ni esconer ni actuar, pues eleccién y accién anticiparian la vi da y falsificarian el flujo inalterado de los acontect rmientos. Lo Gnico que le queda es convertirse en eportavoz» de los acontecimientos, transformar lo acontecido en dicho, y este objetivo se consigue contando, en la reflexién, la propia historia, con- tandosela, una y otra vez, antes y después, a uno mismo y a los demés; as se convierte en destino: «Tiene un destino todo aquel que sabe qué destino tiene.» Las Gnicas cualidades que para ello debe- ‘mos poseer © movilizar en nuestto interior son la vigilancia constante y la capacidad de sufrimiento, para asi mantenernos sensibles y conscientes. Rahel definié con gran claridad el elemento ro- :méntico implicito en esta empresa cuando una vez, comparandose con los «grandes artistas», dijo: «A mj, en cambio, se me asigné la vida.» Vivir la vida como si fuera una obra de arte, creer que con a propia vida, y «cultivandoses, se puede hacer una obra de arte, fue el gran error que Rahel compartié. con sus contemporaneos, 0 quiza s6lo el malenten- * Nova inélta del Diario (11 de matzo de 1810) dido respecto de sf misma, inevitable si queria comprender y expresar, en las categorias de su épo- ca, su sentimiento de la vida: la resoluci6n de tomar la vida, y la historia que ésta dicta a los mortales, més en serio y como algo mas importante que la propia persona. Por lo tanto, mi retrato de Rahel ~por mas que, como es natural, se sirva de otro lenguaje y no con- sista s6lo en variaciones sobre las citas~ sigue con la mayor exactitud posible sus propias reflexiones, y tampoco se sale de ese marco cuando, en apa riencia, surge algo parecido a una critica a su per- sona. En todo caso, la critica se corresponde con stu autocritica, y, puesto que, sin el peso de los snoder- nos sentimientos de inferioridad, Rahel pudo decir de s{ misma, y con razén, que no buscaba en vano la aprobacién eque yo misma me niego», tampoco tuvo necesidad «de hacerse visitas lisonjeras». Es evidente que en este contexto sélo puedo hablar de la que fue mi intenci6n; pero, dondequiera que ha- ya fracasado, dard la impresién de que se juzgara a Rahel desde alguna instancia superior; en ese caso, ro habré logrado lo que realmente queria La misma observacion se aplica a las personas tratadas en este libro y a la literatura de la época, comentada siempre desde el punto de vista de Ra~ hel; dificilmente se mencionara en estas paginas a un autor al que ella, con seguridad 0 al menos pro- bablemente, no haya conocido y cuyos escritos no hayan tenido importancia para su propia reflexién. Mas dificil es aplicar lo antes dicho a la cuestion judia, que para el destino de Rahel, y segtin su pro- pia opinién, tuvo un peso decisivo, pues en este unto su conducta y su reaccién acabaron determi- nando la conducta y la mentalidad de una parte de los judios alemanes cultos, y, por ese motivo, ad- quieren un significado histarico limitado, que este libro evita justamente abordar. Los judios de lengua alemana y su historia son un fenémeno Gnico que tampoco tiene parangén cen la historia de la asimilacién judia en otros pal- ses. Investigar las circunstancias y condiciones de este fendmeno que, entre otras cosas, se manifes- t6 en una apabullante abundancia de talentos y de productividad cientifica e intelectual constituye una tarea hist6rica de primera categoria, que sin embargo, y por razones obvias, s6lo puede acome- terse hoy, cuando la historia de los judios alemanes ha terminado. La presente biografia se escribi6, es cierto, con conciencia de la destruccién de la co- munidad judia de Alemania (aunque, naturalmen- te, sin la menor sospecha de la dimensién que iba a adquirir la aniquilacién fisica del pueblo judio en Europa), pero entonces, poco antes de la subida de Hitler al poder, me falté la distancia en la que el fe- némeno se hace visible en su totalidad. Si este libro se considera una contribucién a la historia de los judfos alemanes, no puede pasarse por alto que en Gl s6lo se trata un aspecto de la problematica de la asimilaci6n, a saber: el modo en que asimilarse a la vida social e intelectual del mundo circundante re- percutié de manera concreta en una vida y pudo Convertirse asf en un destino personal. Por otra par- te, no hay que olvidar que la materia aqui tratada es, desde todos los puntos de vista, histérica, y que hoy es cosa del pasado no s6lo la historia de los ju- dios alemanes, sino también su problematica espe- cifica Es inherente a la naturaleza del método escogido que determinadas observaciones de cardcter psico- légico que parecen imponerse se hagan s6lo de pa- sada, y que en ningtin caso se comenten. El lector moderno no podré evitar constatar de inmediato que Rahel no era ni bonita ni atractiva, que todos os hombres con los que tuvo una relacién amorosa eran bastante mds jévenes que ella, y que su extraor- v inatia inteligencia y apasionada espontaneidad no dispontan de las dotes que le habrfan permitido transformar y objetivar la experiencia; y, por titi mo, que fue una personalidad tipicamente «romén- tica» y que el problema de la mujer -la distancia, entre lo que los hombres esperaban de la mujer cen general» y lo que ella podia dar 0, por st par- te, esperaba- se enmarcaba en la situacién de su. época y era virtualmente insalvable. Mi estudio, que al respecto menciona s6lo lo imprescindible, lo que forma parte del contexto de los hechos bio- {graficos, no podia tomar en cuenta todos esos as- pectos, pues de lo que se trataba era precisamente, dde no querer saber mas de fo que Rahel misma su- po, y no atribuirle, por medio de observaciones su- puestamente superiores, otro destino que el que tu- vo y vivid de manera consciente. He evitado, y con plena conciencia, recurrir a esa moderna indiscre- Cin que intenta desenmascarar los secretos ajenos y aspira a saber mas o cree descubrir mas cosas ue las que el otro supo 0 estuvo dispuesto a reve- lar, y he renunciado también al aparato -seudo- Cientifico a mi entender, y propio de esa clase de curiosidad- de la psicologia profunda, el psicoand- lisis, la grafologia, etc ‘Si me decid a sacar este manuscrito del cajén al que fue a parar tras una odisea de muchos afios, y en el que ha dormido tranquilamente hasta hoy, fue s6lo gracias al estimulo y la generosa ayuda del Ins- tituto Leo Baeck erusalén-Londres-Nueva York), ‘que publicé en Londres una version inglesa de la biografia con un apéndice de cartas y pasajes de los diarios de Rahel inéditos hasta la fecha; tras aparecer el libro en traduccién inglesa, no quise dejar de publicarlo en su versién original, y como espero que en la Alemania de hoy exista un interés, més que exclusivamente cientifico y académico por la historia y la fisonomia del judaismo alemén, he anadido a la ediciOn alemana una seleccién de ‘cartas de Rahel y renunciado al apéndice. Como es l6gico, es casi imposible editar un ma- nnuscrito redactado hace veinticinco afios, y que entonces no dejé listo para la imprenta, con el ne- cesario aparato de notas y referencias a las fuentes Y, aunque fuera posible, esa ahora mucho mas tiempo y mu- cchos mas esfuerzos de los que objetivamente po- drfan justificarse. No obstante, en la medida de lo posible, esa responsabilidad a ha asumido la Dra. Lotte Kohler, que ha controlado casi todas las citas, de mi original, ha confeccionado como ha podido la bibliografa a partir de mis viejas notas, y ha afiadi- do la tabla cronolégica. Para esta tarea nos ha fal- tado aqui, en los Estados Unidos, la bibliografia re- lativa a Rahel, formada en gran parte por articulos de revistas y ensayos incluidos en obras colectivas. Por Giltimo, y con mi colaboracién, la Dra. Kehler se ha encargado también de preparar la seleccién de cartas de Rahel incluida en la segunda parte del libro, y ha corregido, basdndose en las notas toma- das por mi en el Archivo Varnhagen, todas las car- tas, que s6lo posefamos en la version de Varnha- gen, es decir, tal como éste las publicé en el Buch des Andenkens de 1834. No necesito decir cuanto se lo agradezco. Sin su ayuda no habria podido si- uiera pensar en publicar este manuscrit. Nueva York, otofio de 1958 JUDIA Y SHLEMIHL* 1771-1795 «iQue historia! ;Una refugiada de Egipto y Palesti- 1a soy aqui, yes en vosotros donde encuentro ayuda, amor y cuidados! Con entusiasmo sublime pienso en los que fueron mis origenes y en todo ese esla- bonamiento del destino por el que los mas viejos recuerdos del género humano enlazan con el esta- do de cosas més reciente y que salva las més gran- des distancias en el tiempo y el espacio. Lo que en mi vida fue durante tanto tiempo la mayor ver- ‘guenza, la pena y la infelicidad més amargas ~ha- ber nacido judia-, no quisiera ahora que me faltara por nada del mundo.» Ast, segGn cuenta su esposo, Karl August Varnhagen von Ense, hablé Rahel en su lecho de muerte; necesité sesenta y tres afios para comprender algo que habia comenzado mil sete- Centos aftos antes de su nacimiento, que durante su vida dio un giro decisivo y cien aos después de su muerte -Rahel murié el 7 de marzo de 1833 conocié un final provisional. Puede ser muy dificil conocer la propia historia ‘cuando se nace en Berlin en 1771 y esa historia co- mienza mil setecientos afios antes en Jerusalén. Si * Teéemino yiddish usual en alemne inglés nrteamericano: el que ene la Schlamasse, sa negras, un spabrediablow; aqui pobreta, infli» (N del) a no se la conoce, y si uno no es, ademés, un cana- Ila, dispuesto siempre a aceptar lo que venga, a fal- sear lo desagradable con mentiras y a olvidar las ‘cosas buenas, la historia se venga y se convierte, con toda su grandeza, en destino personal, algo na- da placentero para el que tiene que cargar con ese destino, Es cierto que la historia de Rahel no se ha: ce més breve porque ella la olvidase, ni mas origi nal por haberlo vivido todo en la mas completa in- genuidad, como si fuera la primera vez; pero su impronta se hace sentir con mas fuerza cuando consigue -muy raras veces~ concretarse como des- tino individual, cuando afecta a un ser humano incapaz de atrincherarse detras de cualidades y ta- lentos o de ampararse bajo costumbres y conven- ciones como quien abre un paraguas en medio de la tormenta; cuando se puede ver como inculca por la fuerza algo de su significado a un ser humano, al pobre shlemih! al que todo eso le cae encima de la forma mas inesperada ‘gQué es el hombre sin su historia? Un producto de la naturaleza, nada personal.» La historia de la personalidad es mas antigua que el producto de la naturaleza, comienza antes que el destino indivi- dual, puede preservar o destruir lo que en nosotros. ‘es y Seguira siendo naturaleza. Pero la Historia con maydsculas, en la cual el insignificante hecho de nuestro nacimiento se pierde casi por completo, debe poder ser conocida y juzgada por el que es- pera de ella proteccién y ayuda. Esa historia golpea con la fuerza de un mazazo en la cabeza del «pro- ducto de la naturalezas, y no oftece salida alguna a lo que ese producto tiene de mas provechoso, lo deja que degenere ~ecomo una planta que crece hacia abajo, dentro de la tierra: las cualidades mas bellas se convierten en las mas repulsivas» Si estamos afincados en el mundo, podemos ver nuestra vida como la evolucién del «producto na- 2 tural», como continuidad y consecuencia de lo que siempre hemos sido. Entonces, el mundo se con- vierte, en el sentido mas amplio de Ia palabra, en escuela, y los hombres en educadores 0 corrupto- res. Lo triste es que la naturaleza humana, para evolucionar sin obstaculos, dependa de la suerte, como el trigo del buen tiempo. Pues si la vida fra- casa de verdad en las dos 0 tres cosas mas impor- tantes que naturalmente se esperan de ella, [a evo- lucién, Gnica continuidad en el tiempo que la naturaleza conoce, se trunca, y el dolor se vuelve abrumador. El hombre que se encomienda sélo a la naturaleza perece por inexperiencia, por incapaci- dad de comprender algo mas que a si mismo. La historia alemana s6lo conace un ejemplo de verdadera identidad entre naturaleza e historia: «Cuando yo cumplf dieciocho afios, también Ale- mania acababa de cumplirlos» (Goethe). Una Gni- ca vez pudo la evolucién, la evolucién mas natu- ral, adquirir un sentido capaz de soportar la vida, un significado capaz de iluminar la historia; s6lo tuna vez pudieron las «obras» no ser més que «frag- mentos de una gran confesiéns, porque mas tarde su historia se convirtié -esa vez y nunca mas—en la historia de la literatura alemana Ante tal identidad, ante tan grande, conocido y adorado ejemplo, también los mas sabios y talento- 305 pudieron ver tambalearse sus criterios, los mas sensatos y més cultos dejarse seducir por desmedi- das exigencias de felicidad y de una exagerada sen- sibilidad al dolor. Sin embargo, en esa identidad, la intangibilidad del origen se transforma en represen- tacién -no de algo definido, distinto, sino de sf mis- ma~en la cual aquel en quien se encarna la histo- ria puede, aun sin experiencia, conocer el mundo. En el Berlin de aquellos afios los judios podian crecer como nifios de pueblos primitivos. Tampoco Rabel aprendié nada, ni su propia historia ni la del 2 otro pueblo, Hacer dinero y estudiar la Ley eran los dos focos de la actividad del gueto. La riqueza y la educacién ayudaban a forzar sus puertas: los, “Manzjuden, los judios de las finanzas, con sus pri- vilegios generales, y Moses Mendelssohn. Los ju- se ha vuelto «despreciables (Schleier- machen). Friedlander quisiera perpetuar la lustra in de Mendelssohn, porque permite olvidar los propios origenes; no se ha dado cuenta de que esa Epoca ya ha pasado y de que las opiniones dle Her- der sobre el poder de la historia han colocado tam- bién la cuestin judia -al menos para los otros~ ba- jo una nueva luz; ya no se puede resolver con una scontroversia teoldgica» (Herder, Herder es el primero en Alemania que identifica 52 expresamente a los judios de su tiempo con su his- toria y con el Antiguo Testamento, es deci, el pri- mero que se esfuerza por comprender su historia como ellos mismos una vez la interpretaron: como historia del pueblo elegido. Para Herder, la didspo- ra.es el comienzo y la condicién previa de la in- fluencia de los judios sobre el género humano. Herder lama la atencién sobre su particular sent ‘miento de la vida, esa manera de aferrarse al pasa- do y de intentar retenerio en el presente. La lamen- tacién de los judios por la Jerusalén destruida desde tiempos inmemoriales, la esperada llegada el Mesias, no son, para Herder, supersticién, sino tun signo de que «en cierto modo, las ruinas de Je- rusalén... hunden sus cimientos...en el coraz6n del tiempo. La religin de los judios no es una fuente de prejuicios, ni tampoco la religin racional pro- ‘mulgada por Mendelssohn, sino «la herencia ina- lienable de su raza». Herder opina también que la historia de los judios, que procede de la Ley de Moisés, no puede separarse de ésta: se salva pe- rece con la observancia de la Ley. La historia judta en la didspora significé la conservacién de la reli= gidn de Palestina; al ser fieles a su propia historia los judios siguieron siendo extranjeros, el pueblo de Palestina, «un pueblo asidtico extrafio en Euro- pa, en nuestro continentes. Lo que se les concede no es su igualdad individual con todos los demas seres humanos, sino su especificidad colectiva e hist6rica. Esto no significa de ninguna manera re- rnunciar ala asimilacion; antes bien, reclamarla con mas vehemencia. Si en Lessing y Dohm la cuestién judia y su discusion estaban todavia guiadas por la exigencia de tolerancia, por la protesta contra la violacién de la dignidad humana de un pueblo ‘oprimido, por la vergtienza que producen las injus- ticias que la Europa cristiana comete por doquiet, fen Herder la emancipacién de los judios se vuelve 53 tna cuestién politica. Ahora la tarea no es tolerar otra religion ~como si se estuviera obligado a tole- rar muchos prejuicios~ ni mejorar una situacién so- cial deficiente, sino incorporar en el pueblo alemén y en Europa una nacién diferente. «Por mas que hoy esta Ley y los modos de vida y de pensamien- to que de ella se derivan formen parte de nuestros Estados, no es ya una controversia teolégica en la ‘que se discuta sobre opinién y fe, sino, lisa y lana- mente, una cuestion politica.» Escasa es la comprensién que muestran los judtos para con la nueva época y la nueva generaci6n, en las que Herder ejercié una influencia capital, y asi lo demuestran no s6lo los dos 0 tes «padres de fa- milia judfos» oficiales, sino también, casi sin ex cepcién, cada judio a titulo individual. Los judios s6lo comprenden una cosa: que su colectividad Ile~ va grabado el pasado de manera indeleble, y que s6lo individualmente es posible liberarse de él. El problema personal se agrava, los individuos afinan sus técticas, las salidas individuales aumentan y los judios se vuelven més refinados en lo psicologico ¥ _més imaginativos en lo social. La historia de los ju- dios alemanes se disuelve brevemente -hasta el primer decreto de emancipacién de 1812- en la historia de los casos individuales de aquellos que han conseguido liberarse. Henriette Herz es uno de ellos. A primera vista, su situaci6n es idéntica a la de Rahel. No es casual que sus nombres aparezcan unidos con tanta fre- Cuencia. Las Memorias de juventud de Henriette Herz, un ejemplo totalmente tipico, permiten ver que lo que en cierta medida es el dltimo obstaculo fisico a la asimilaci6n, a saber, la tradicién judia, ella lo supers ya en la juventud. Henriette se casa muy joven con el naturalista Marcus Herz, discfpu- lo de Kant, que goza en Berlin de una gran reputa- cién como médico y erudito. Sus discipulos, que st asisten a las conferencias que da en su casa, se ha- ccen amigos de Henriette y forman uno de los prime- 108 salones judios; de ellos aprende Henriette latin, sriego, un poco de sanscrito, matematicas y fsica. El Cristianismo, tal como se lo transmite Shleiermacher, se convierte en parte natural de su cultura, Pese a todo, se hace bautizar relativamente tarde; primero ha de esperar que muera su marido y luego su ma- dre. Henriette es respetada porque es una mujer muy virtuosa, y muy querida porque es muy her- mosa. Dicen que es fria: por inaccesible, porque nada le afecta. Cuando algn hombre se enamora de ella, Henriette escribe, ridicula y pretenciosa: «El don mas corrupto de los dioses lo ha cegado», pe- ro, en el fondo, de lo que sufre es simplemente de falta de experiencia. Mas tarde intentara echar rai- ces mediante el estudio, pero no entiende «las ideas generales ni su aplicacién». Con buen olfato se defiende contra toda pasién, contra toda entrada seria en el mundo; eno puede distinguir un error sobre las cosas de la tranquila naturaleza de las co- sas; . busca enseguida la aprobacién, o la sintonia con los demas», Henriette cree que es posible aprender a conocer el mundo y sobornar a la so- ciedad con la virtud. Y el mundo le da la razén, pues la respeta. Pero, «{Dioses del mundo! ;Cémo se puede vivir viviendo tan poco’», se pregunta Rahel. Qué ridi- cula parecerd la virtud cuando sea vieja, cuando la vida haya pasado ante esa estatua colosal» sin darle nada, espantada por tanta virtud. En la vejez la virtud no tiene mucho sentido; lo que queda es «un milagro de la insignificancia» y, «para escarnio de los hombres que se creen virtuosos, jlos dioses etemos dejan que la estatua se desmorone! Pero. parece injusto utilizar para tales propésitos un alma que, no obstante, sigue vivay. Nada aprendido, na- da experimentado, nada vivido ~cel viento soplé 56 alrededor de su cabeza erguida como alrededor de tun campanation Otro caso individual parecido: Dorothea Schle- gel. La hija menor de Moses Mendelssohn podria considerarse con cierta razén, y sin demasiada maldad, el producto més perfecto de la ortodoxia ingenua y ambigua de su padre. £1 le hizo impartir tuna educacién europea modema, y la cas6 des- pués, a la judia, sin pedirle su parecer, con un co- merciante judio de Berlin de buena reputacién. Re- sultado: Dorothea dejé marido y dos hijos para lanzarse a los brazos de Friedrich Schlegel como la palomilla a la luz. Los hijos de su primer matrimo- hio fueron, mds tarde, los més devotos pintores Cristianos de la época, los llamados «nazarenos. Dorothea no conace el mundo, sino a Schlegel; no pertenece al Romanticismo, sino a Schlegel; no se convierte al catolicismo, sino ala fe de Schlegel ‘Al quertia «erigirle un templo». Su amor es ciego, irrelexivo, expresion refleja de su atontamiento. In- cluso sus odiosas habladurias sobre Caroline Schle- gel -superior a ella en todo- ponen de manifiesto un resentimiento tan ingenuo, una parcialidad y una i comprensién tan pueriles, que dan ganas de olvidar- lasal instante. Lo importante es que ella consiguié li berarse, alarse aun hombre y dejar que él la llevara por el mundo. El mundo: nada mas que el marco pa- sajero de sus sentimientos, de todo el apasionamien- toy la agitacién de su alma. Cuando, en la vejez, la pasion remite, Dorothea se vuelve una santurrona. La vida golped una vez a Dorothea Schlegel: cuando conocié a Schlegel, cuando él la amo; pe- ro ella enseguida renuncié otra vez a su vida y la dedic6 a perpetuar ese instante. Su vida no puede narrarse porque no tiene historia, porque ella se tempeciné en conservar lo vivido una sola vez en el fulgor de un instante, entreg6 su vida a cambio de un instante. Otro ejemplo fo brindan las hermanas Marianne y Sarah Meier, hijas de una familia acaudalada que les proporcioné a ambas «una educacién distingui- da y una ensefianza formativa» (Varnhagen). Pero su inteligencia y su cultura s6lo las eapacitan para la vida mundana. Marianne se casaré con el princi- pe de Reuss tras cuya muerte llevara el titulo de se- fhora von Eybenberg, Sarah vive muchos aios feliz fen sui matrimonio con un noble de Livonia, el ba- r6n Grotthus. Las dos son sefioras de Ia alta socie- dad, rodeadas de reconocimiento y adulacién. Es conocida la relacién de ambas con Goethe. La ba- ronesa von Grotthus termina sus dias en la demen- cia de una vanidad patologica. La sefiora von Ey- benberg vive hasta la muerte en Viena, en el gran mundo, Allf, la ascensién social no es tan sorpren- dente; junto a ella tienen en Viena sus salones las hhermanas itzig, la seiora von Eskeles y la seftora von Arnstein. El Estado austriaco necesitaba dinero con mas urgencia que el prusiano, y sus maridos austriacos, judios de la corte 0 banqueros del Esta- do, gozan, en consecuencia, de la mas alta consi deracién. En los salones, sin embargo, los hombres pasan a un segundo plano, igual que Marcus Herz en el salén de Henriette. En aquel tiempo, la verda- dera asimilacion social la hacen las mujeres que tienen tiempo; los hombres estén demasiado ocu- ppados con el lado econdmico de la situacién. «En- tre los judios... las mujeres son cien veces mejores que los hombres» (Gentz). En todo caso, son acep- tadas en sociedad, aunque de vez en cuando las sorprenda algiin réchazo repentino, aunque sigan sin poder entrar en ciertas casas, aunque hasta un hombre como Gentz opine que sus recepciones srozan siempre la mauvaise société» y toda Viena repita la ocurrencia del principe de Ligne, que bau- tiz6 al barén Arnstein «le premier baron du Vieux testament. Estos pequefios agravios, que cualquie- ” raha de esperar en cualquier momento, despiertan en la baronesa Grotthus una vanidad desmesurada, yen la sefiora von Eybenberg, una «misantropia clarividente» (Varnhagen). Pero también inteligen: cia, astucia y el arte de «hacer que hasta el aburri- miento resulte entretenido» (Varnhagen). En lo que atafie a Rahel, ella no puede «aprender respuestas» como Henriette Herz. Serd, toda la vi- dda, una ignorante «que ha de consumirse tal cual». Ninguna tradicién le ha transmitido nada, en nin- guna historia estaba prevista su existencia, Sin ata- duras, por no haber nacido en ningan mundo de cultura; sin prejuicios, porque nadie, al parecer, ha juzgado antes que ella; y, hasta cigrto punto, en la paraddjica situacién del primer ser humano, obli- gada a apropiarse de todo como si lo encontrara por primera vez, Rahel depende totalmente de su espontaneidad. Una vez Herder exigié expresa- mente falta de prejuicios a los «judfos cultivadoss. En Henriette Herz, liberarse de todo preconcepto se transforma en apertura a cualquier cosa; todo puede aprenderse. Su independencia se manifiesta fen un talento sin sentido, carente de objeto. Rahel, al persistir en su ignorancia, es un auténtico ejem- plo de autonom/a, de independencia de un mundo histéricamente condicionado. De ahi esa manera dcida de describir cosas, per sonas, situaciones. Su ingenio, que ya la hacta te- mible de joven, no es més que su manera de ver las 08a5, libre de toda atadura. Rahel no vive dentro de ningan orden determinado, se niega a aprender- Jo. Con una agudeza consigue aproximar las no- clones mas distantes, descubrir la incoherencia en la coherencia aparentemente absoluta. Es este ras- go el que sus amigos alaban, su «gran originali- dad», que también llamé la atencién de Goethe; para sus enemigos, en cambio, es falta de estilo, desorden, un gusto injustificado por la paradoja. 8 Segin Gentz, Rahel escribe cartas «en las que las flores y los frutos yacen junto a las raices y la tierra, ‘como fueron arrancados del suelos. Rahel no tiene ri modelos ni tradicién que seguir y, por lo tanto, tampoco verdadera conciencia de las palabras que pueden ir juntas y las que no. Pero es original, de eso no hay duda, y nunca disimulard un asunto por consideraci6n a una expresién convencional. Sin embargo, pese a toda su originalidad, pese a st an- siedad por conquistar, Rahel encarna no sélo la fal- ta de prejuicios, sino también el vacio de quien siempre depende de las experiencias y necesita to- da una vida para cada opinién. Es demasiado joven para tener experiencia; esta demasiado aislada pa- ra saber dénde la vida podrfa sorprendera, Es de suponer también que era demasiado pru- dente pata aferrarse a un supuesto genio; «justa- mente por esa raz6n no puedo dejarme llevar a cie~ gas por nadie, por eso nunca adoro a nadie... de lo contrario, me habria enamorado de Goethe, él es el nico a quien adoro», le escribe a Veit inmediata- mente después de su encuentro con el escritor. Con toda seguridad, Rahel también era demasiado cu- riosa, y habla comenzado muy pronto a arreglarse- las sola, consigo misma y con el mundo. Sdlo le ‘queda, por tanto, la asimilacién social por el matri- monio, una solucién que en la época era moneda cortiente. Es dificil que, al menos al principio, el compromiso con Finckenstein haya sido otra cosa que una tentativa en esa direccién. Los Finckenstein son una de las familias mas an- tiguas de la nobleza prusiana. Con castillo familiar ‘en Madlitz, en el que crecieron Karl y sus tres her- manas, los seis forman una pequefia unidad per se, donde cada uno esté vinculado a los demas por el amor y una natural sensacién de pertenencia. Es cierto que Karl siente un carifio especial por su her- ‘mana mayor, cuya felicidad es para él «lo més sa- 5 60 grado», pero también este amor sélo es especial en apariencia, una expresion de la pertenencia al todo. ««En cuanto usted entre en esa casa, sera un miem- bro mas de la mas encantadora de las familias; a cambio, perdera toda libertad, dejaré por completo de ser un individuo que existe por si mismo y ya no tendrd usted voluntad propia» (Burgsdorf). La casa del conde Finckenstein pertenece al Cir- culo de la Marca electoral de Brandeburgo, que en los afios de las reformas se enfrent6 contra Harden. berg y Stein, bajo el liderato del viejo Finckenstein y de Ludwig August von der Marwitz. «Desde hace casi mas de cien afios (la noblezal no tiene practi camente ninguna importancia politica» (Harden- berg). La tlustracion y la burguesia Kabian penetra- do poco a poco en los circulos de la nobleza, y destruido sus fundamentos ideolégicos. Sélo la no- bleza rural segufa viviendo en sus tierras en una re- lativa seguridad, no contaminada por el espiritu de la €poca; por todo ello «el patriarcado y la familia estaban atin demasiado arraigados para que unas meras lecturas les produjeran alguna impresiéns (Ludwig August von der Marwitz). El elemento con- servador es la familia, en cuyo seno el miembro in- dividual no desempena casi papel alguno en cuan- to persona con un destino propio. No obstante, el individuo es insustituible en cuanto representante de su estamento y garante de la perpetuacién del grupo familiar. Que este individuo tiene derecho a una vida personal, que reivindique el derecho a ser feliz, es la «premisa basicamente falsa» de los tiem- pos modernos, de la que se derivan «todas esas en- diabladas ideas que desde entonces han puesto a Europa patas arriba» (Marwitz). El individuo es s6- lo el instante contra el cual se alza la memoria de la estirpe y la preocupacién por su perduracién. £1 individuo no es mas que el representante del constante e inmutable interés de la clase en cuan- to persona moral y, en consecuencia, inmortal» (Marwitz). El linaje, lo que distingue al noble de los demas, no pueden tepresentarlo los diputaclos como si fueran comporaciones burguesas, sino Gnicamen- te la persona. Asi, la persona lo es tado, el indi duo, nada. La escasa medida en que el individuo representa a la nobleza se refleja claramente en la «reforma de la nobleza» propuesta por Marwitz, ‘que sugiere que los hijos varones mas jévenes que rno heredan las tierras de la familia ~que, en interés de ésta, deben quedar indivisas— se retiren a la cla- se media y no gocen de ningtn privilegio ajeno a las otras clases de la poblaci6n. La disolucién de los estamentos, proceso que permitié a cada indivi- duo abandonar el suyo, provocé «una salvaje pre- sién desde abajo», porque cada «hijo de campesino» quiere y puede «ser artesano; todo hijo de artesano, empleado de oficina; todo hijo de oficinista, pres dente; todo maestro de escuela, sabio; todo comer- ciante 0 sabio, gran sefor». Esta disolucién de los vinculos del individuo a un determinado lugar del edificio social significa para Marwitz nada mas y nada menos que «la guerra del momento presente contra el pasado y el futuro, del individuo contra la familias Cuando Marwitz habla de burguesta, se refiere a {0s oficios y a los artesanos. Sin embargo, la pujan- te clase empresarial, que lucha por la libertad de ejercicio de los oficios, por la posibilidad de adqui- rirbienes inmuebles y que, en definitiva, asume «la Fenovacién revolucionaria del pais», solo es para él objeto de odio y desprecio, Ese burgués es sola: mente «lo que tiene» (Withelm Meister) y, por tan- to, se preocupa sélo por su vida y sus posibilidades de éxito. No pertenece a ningdin estamento en el antiguo sentido de la palabra, no representa nada, Sélo puede exhibir lo que tiene; y cuando quiere ‘aparentar» algo es «ridiculo y soso» al mismo tiem- 6 a po. Al no poder representar, no es «persona paibli- cas, sino hombre privado, y, si por casualidad con- sigue, pese a todo, entrar en la vida pablica, sub- siste junto a él una persona esencialmente privada con una determinada profesién y nada que ver con él en cuanto persona publica. De este hecho surgié la agran confusién de nuestro tiempo... creer que una y la misma persona podfa tener una doble opi nién, y manifestar las dos, una como hombre pri- vado, la otra como ciudadanos (Marwitz). Caracte- ristica de esta dualidad de la existencia burguesa es la diferencia que establece el escritor liberal Frie- drich Buchholz entre tener y ser. «A la pregunta “"aquién es tal?", no hay respuesta nds absurda que decir que es ministro, presidente... u otra cosa por el estilo, Esta respuesta sélo serfa aceptable si ha- blaramos del tener, pues entonces significarfa que alguien tiene un cargo de ministro o de presiden- te... que le permite representar a tantos... Pero el ser, cuando de verdad es rico, nunca aspira a mds que a la ocasién de manifestarse, y odia, por instin- to, podria decirse, todo tipo de representacién, por- que ésta es siempre sélo una apariencia.» Siendo representante de algo, el hombre era visible tal cual era. En la burguesia, que debe renunciar a la repre- sentacién, surge, tras la disolucién de los estamen- tos, el miedo a no poder ser ya visible, a no sentir- se ya seguro en la propia realidad. Wilhelm Meister intenta, mediante su formacién, aprender a repre- sentarse. Si lo consigue, seré una «persona publi- ca», no alguien que sdlo es y tiene. No obstante, el camino que conduce hacia la persona publica es privado. Meister se educa entre los que se mantie- rnen al margen de la sociedad, tanto de la burguesa como de la noble, y que, en consecuencia, pueden parecerlo todo, «En las tablas, la persona cultiva- da con todo su brillo parece tan personal como en las clases altas; el espiritu y el cuerpo deben ir al mismo paso, en cada esfuerzo, y alli podré ser y parecer igual que en cualquier otra parte» (Wilhelm Meister. En los salones se redinen los que han aprendido a representar lo que son por medio de la conversa Cidn. El actor es siempre «la apariencia» de si mis- ‘mo, el burgués ha aprendido a presentarse como in- dividuo, no como un ser que lleva deteés de él, sino simplemente como él mismo. Con la tlustracin el noble pierde gradualmente aquello que antes repre- sentaba, queda reducido a sf mismo, «aburguesa- dow. El mundo elegante sobrevive por mas tiempo fen la nobleza campesina, en la fortaleza familia. Si el individuo sale de la familia, sdlo puede ir a los circulos de la élite, donde no se le exige nada mas {que ser «miembro de la familias, y donde de ante- mano es acogido y respetado por ser quien es. Finckenstein viene a Berlin por razones profesio- rales, como quien marcha al exilio. En la ciudad burguesa, donde hasta los principes «se habrian despreciado a s{ mismos si hubieran vivido de otra manera y tenido aspiraciones distintas de las del burgués de una pequefa ciudad» (Marwit), en la Ciudad de los individuos, esta obligado a ser uno mas. Y mucho més al legar al salén de Rahel, un espacio neutral desde el punto de vista social, en el ‘que se dan cita representantes de todos los esta- mentos y donde a todo el mundo se le pide, como algo natural, que sea un individuo. Pero, como in- , por encima de todo lo que la vida y el tiempo podrian llegar a hacerle. «Soy como era», le escri- be a Veit, iy nunca, nunca, me encontraré cam- biada! Y si acaso me encontrara en el manicomio, ‘con una corona de papel en la cabeza, no se asus- 8 te, seré la amiga que usted conoce... Totalmente desintegrada, destruida, si, jpero no debe usted vol- ver a verme si es para encontrarme cambiadal» Sélo entonces, cuando tado ha terminado, sabe- mos «lo que todos sienten y lo que a todos les fal- tas, «No quiero ser respetada por ningtin don en particular, no quiero gozar de ningun privile do es un solo talento, pero éste lo he adquirido por mi misma, jun don tinico! Por él deberian distinguie- me, venerarme.» La vida ya se ocupé de distinguirla cuando la marcé con el estigma de la infelicidad, cuando imprimié en ella la «falta» y el eterno «dé ficit» del cual puede derivarse «lo que a todos les falta». . En esos afos la buhardilla de Rahel en la Jager- strasse recibe visitantes de todos los circulos del Ber- lin contemporaneo. Su «tinico don» se convierte en tuna especie de atracci6n, y su amistad con el prin- cipe Luis Fernando en una especie de propaganda. Entonces todavia era consciente de la oportunidad que significaba su marginalidad social, porque era real; por un breve momento Ilegé a estar orgullosa de ser judia: «Parece que él [el principe Luis Fer- nando} nunca hasta ahora disiruto de esta clase de relaciones. Aqui oir auténticas verdades de buhar- dilla. Hasta ahora s6lo conocfa a Mariane, pero la chica se ha bautizado y ahora es princesa y seftora von Eibenberg. sY e50 qué quiere decir?» Como Ra- hel es judia, todo el mundo es bienvenido en su ca- sa, y ella puede formar un circulo een el cual se es- forzaban por ser aceptados, con igual ansiedad, principes reales, embajadores extranjeros, artistas, sabios y hombres de negocios de todos los niveles, y también condesas y actrices, y donde cada uno de ellos no vale mas, pero tampoco nunca menos, de lo que puede hacer valer en virtud de su perso- nalidad cultivada» (Brinckmann). En la «personalidad cultivada» cree reconocer Brinckmann, més de treinta anos después de la muerte de Rahel, el elemento comin que cohesio- aba las vidas extraordinariamente diversas y dis- pares de los visitantes de la buhardilla. En el mo- ‘mento en que Brinckmann le escribe esas Iineas a Varnhagen, la frase ya es un cliché, y apenas per- mite reconocer la distancia que separaba a esas, personalidades y hasta qué punto todos los que fre- cuentaban el salén se sentian cohesionados solo gracias a Rahel, a su originalidad, su ingenio y su vivaz espontaneidad. A la Jagerstrasse acudian prin- cipes y barones de la casa reinante, el principe Luis Fernando -que decia de Rahel que era «una coma- drona moral, y que ayudaba a pari tan suavemen- te y sin dolor que incluso de las ideas mas ator- mentadas quedaba siempre un sentimiento de ternura» con su amante, Pauline Wiesel, pero también con su cunado, el principe Radziwill; acu- ian ministros y diplomaticos, el consejero aulico Stagemann (el mismo que veinte afios més tarde se negaria a recibir a Rahel, cuando ya era sefiora von Varnhagen); el embajador sueco Brinckmann; Peter von Gualtieri, que pertenecia a la sociedad de la corte, que nunca habia escrito nada y al que Rahel tenia por euno de los cuatro vanidosos» y, ademés, apreciaba mucho porque xera capaz de soportar tun grado més alto de sufrimiento que todos los hombres que conozco; simplemente no lo sopor- 6x; el conde Tilly, que hablaba etremendamente bien»: «Para él, soy un auditorio; para mi, él es co- ‘mo un director de escena de la vida». Junto a todos éstos, los amigos de juventud: ef médico judo Da- vid Veit y Wilhelm von Burgsdorff, que pasaba el tiempo inmerso en ese diletantismo aristocratico ue desde siempre habia sido privilegio de la no- bleza, pero que ahora adquiere nuevo valor y rango fen cuanto forma de autocultivarse. Mezclados con 86 ellos también acudian el famoso actor Fleck y «la Unzeimanns, de la que todos estin enamorados; Christel Eigensatz, amante de Gentz, y la sefiora Marchetti, famosa cantante, sin olvidar a la original condesa bohemia Pachta, que tras abandonar a su marido estaba viviendo con alain burgués, ni a la condesa Schlabrendorf, que a veces se vestia de hombre y més tarde tendria que irse a Paris con Ra- hel porque esperaba un hijo ilegitimo. Mucho mas légico era que los conocidos escritores y publicis- tas de la época se reunieran casi al completo en el salén de Rahel: los hermanos Humboldt, aunque niinguno de los dos la soportase, Friedrich Schlegel, Clemens von Brentano, Friedrich de la Motte Fou- qué, Ludwig y Friedrich Tieck, Chamisso, Gentz, Schleiermacher, el filblogo clasico Friedrich August ‘Wolf, Jean Paul, que la alabé con bellas y justas pa- labras: «Usted trata la vida poéticamente, y la vida hace lo mismo con usted.» Se podria prolongar la lista indefinidamente, pues Vamhagen lo archive todo con cuidado, tanto las personas como los, ‘cumplidos que hicieron a Rahel, y lo incorporé en sus Denkwirdigkeiten («Memorabilias) y su Gale- rie von Bildnissen («Galerfa de retratos»). De una cosa no cabe duda: durante una breve temporada, todos los que en la sociedad gozaban de un nom- bre y un rango dieron la espalda al orden y a las cconvenciones sociales, huyeron de todo eso. El sa- lon judio de Berlin era un espacio social fuera de la sociedad, y la buhardilla de Rahel se encontraba fuera incluso de las convenciones y costumbres del salén judio. Los judios excepcionales de Berlin tuvieron tres décadas de suerte en su busca de cultura y riqueza. El salén judio, el idilio tantas veces sofiado de una sociedad mixta, fue el producto de una constela- ccién casual en una época de transicién social. Los judios se convirtieron en los tapaagujeros entre un grupo social en decadencia y otro atin no estabili- zado. Nobles y actores, dos grupos fuera de la so- ciedad burguesa ~como los judios-, acostumbra- dos ambos a desempefiar un papel, a representar, a expresarse, a exhibir «lo que uno es», y no sola- mente, como los burgueses (segtin palabras de Wilhelm Meister), «a mostrar Io que uno tiene», encontraban en las casas judas un terreno y un eco que no podian esperar encontrar en ninguna otra parte. En el laxo entramado de las convencio- nes de la época, los judfos, como los actores, eran socialmente aceptables; la nobleza les certifica a ambos que, hasta cierto punto, pueden ser admiti- dosen la corte. Ni la cultura alemana ni los salones judios se fundaban en un estrato social determinado, aun cuando los salones fueran centros de reunién de grupos sociales cultos, una prueba del arraigo so. cial de los judios alemanes. De hecho, ocurre exactamente lo contrario: precisamente porque los judios estaban fuera de la sociedad fueron, durante lunos afios, una especie de terreno neutral en el que se reunian las personas de cultura. Y, de la misma manera que la influencia judta en el Estado se des- vanece en cuanto la burguesia comienza a tener un peso politico, el elemento judio sera otra vez ex- Cluido de la vida social -s6lo que esta vez mucho antes~ en cuanto aparezcan las primeras sefiales de una vida social propia de los burgueses cultos. En la vaga confusién idilica del salén judio de la época, era imposible operar con un principio de selecci6n basado en criterias sociales. Fuera de la sociedad, del tipo que sea, y de toda clase social determinada, reina una libertad increfble de todas las convenciones. Entre sus visitantes, Rahel tiene ‘muy pocos amigos de verdad; es, en ditima instan- cia, indiferente a todos, y, sin embargo, tiene mie- do de perderlos, aunque sdlo fuera a uno de ellos. o «Si lo pierdo a usted», le escribe a Brinckmann, «pierdo una gran parte de mi misma. Pues usted conoce un aspecto de mi que nadie mas conoce aparte de usted (sic) ..y que debe ser conacido, de lo contrario, esté muerto.» Rahel se cree superior, mas allé del juego de la vida, y, para evitar «estar muerta, busca el contacto con mucha gente. La desconfianza que a los demas les inspira su ambigiedad disminuye de un modo perceptible. Rahel se ha vuelto impenetrable, y oculta algo es- pecifico, cierta vergtienza que también podria con- fesar. Cada dia que pasa, a medida que el pasado se hace mas remoto, crece su necesidad de decir; crece el miedo a que se desvanezca aquello de lo que ahora es simbolo, a que pueda perder su reali dad. Rahel quisiera exhibirse, como un eespectacu- lon; todavia no sabe qué hacer consigo, con la ru nna de si misma. No cabe duda de que asi no se puede continuar, insistiendo en silencio en lo que hemos sido, esperando que la muerte venga por fin ‘a buscamnos. «Debo morir: pero muerta no estaré.» 3Cémo, entonces, seguir viviendo, cuando todo ha terminado? Schleiermacher Es posible que lo que a una persona le sucede ‘ocurra Gnicamente para completar su particular manera de ser. No se ha ecompletado» acaso el individuo en el «momento sublime» de recibir el impacto de lo infinito2; sno se ha desarrollado has- ta formar un «todo cerrado», no ha experimentado ya todo lo que es capaz de experimentar? JNo es cierto que después se petrifica como emblema viente de su idiosincrasia, que permanece inmuta- ble, fija, hasta la muerte? ;Qué mas puede desear el hombre que ser un eyo eternizado», ingresar, co- T | | | | | | mo parte, en el euniverso cuya infinita perfeccién se le ha revelado? De alli en adelante el individuo se desprende de la evana esperanza» y de la «vulgar lamentaciéne, pero sélo si consigue aferrarse al ins- tante que sya no es parte de la vida temporals. Quiza sea posible eludir la compulsién a continuar viviendo, con sus necesarias trivialidades, re do sin cesar el primer « momento sublime» que hi- z0 de la persona un individuo, manteniéndose en el «dmbito de la eternidad» que le fue garantizado en ese momento y al que el eyo eternizado» puede tegresar cuando lo desee porque es capaz, «en cualquier momento, de frenar y atravesar el flujo de la vida temporal». EI instante ha detenido el tiempo y la vida. Lo perfecto es siempre un asunto del pasado; en cuanto tal, s6lo puede entrar en de- clive. Todo pasado deviene creacién; todo futuro, declive, desintegracién de lo perfecto en el enveje- ccimiento y la muerte. Al igual que el hombre, aislado de todo lo futuro, se vuelve porcién de la naturale- a, «parte del universo», queda fuera del tiempo si su unicidad se fija en perfeccién; el tiempo dejé de ser el nexo de las cosas y de la vida. En ese momento, parece justo que la vida y la rea- lidad no tengan ya poder sobre la persona, que s6lo condicionen lo pasado, la existencia temporal, hasta su perfeccién. En todo caso, es asi como Schleier- macher crefa ajustar cuentas con la vida. Frente a la vida jug6 su triunfo mas alto: él mismo, el perfecto, el que «desde entonces nunca se perdié». Pero todo esto poco puede ayudar a Rahel. Ella no se ha vuelto un «individuo»; en lo que le ocu rid, no ha hecho la experiencia ni de sf misma ni del infinito. E incluso si hubiera creido que su rigi- dez, su desinterés, su mudez, eran signos de su sidiosincrasiay, a «perfeccién de su existencia par- ticular», jde qué le habria servido? 2Qué tiene uno, entonces, cuando no se tiene 2 més que a sf mismo? ;Qué se gana cuando se des- califica a la vida -que, al final, en la vejez, en la muerte, demuestra tener razén? {Si, pese a todo, es preciso «marchitarse» de alguna manera, como el mismo Schleiermacher, que asf confirmé algo que Schlegel dijo sobre él? La vida se ve privada de su. significado si queda fijada al «instante sublime», y si nos volvemos indiferentes a nuestro destino, la historia se destruye. ‘Si queremos seguir viviendo, hemos de intentar escapar de esa muerte de la perfeccién. Schleier- ‘macher habia fijado en la perfeccién las posibilida- des del ser humano; pero quizas esta perfeccién pueda disolverse, tal vez las posibilidgdes fijadas, sean susceptibles de variacién, sin qué el hombre pierda su «cardcters, sin dejar de ser «interesantes. Tal vez sea posible oponer a la vida, que continaa pasando por nosotros, otra realidad, hacer aparecer en [a variacién de las posibilidades, como por arte cde magia, una nueva realidad en la que luego la vi- da se vea obligada a desembocar. Schlegel Con la magia intentaban los romanticos elevar el mundo, y lo que la vida puede traer, a un nivel tan extraordinario que, ante lo esperado, la realidad no tuviera otro remedio que dimitir. La magia surge de lo ilimitado de los estados de nimo. El juego con las posibilidades crea la «confusion romantica», que disuelve la cerrazén del individuo de Schleier- macher hasta tal punto que, por un momento, pa- rece que la realidad fuera a irrumpir en forma de azar, como un ataque sorpresa. Pero esto seria ya lisa y llanamente lo extraordinario, el milagro, y de inguin modo el «azar puro y crudo» que golpes a Rahel cuando Finckenstein quiso que lo amara. La expectativa de algo extraordinario impide, en cier- to modo, que la realidad tome la palabra. A la es- pera del milagro que no se produce, la imaginacién evoca, para distraerse, las esituaciones mas intere- santesr, situaciones que no son imposibles, que pueden ocurir, como la muerte de la amada en Lu- Cinda. Sin embargo, puesto que la magia no tiene poder alguno sobre la realidad, dado que no puede {dejar morira la amada, slo es capaz de evocar es- tados de énimo que afectarfan al amante sila ama- da muriese Con esa evocacién del estado de dnimo futuro {que transforma toda realidad en la neutralizadora formula eso ya ha pasado», se consigue una sin- ‘gular preparaci6n a la realidad. En el estado de ani- mo fantaseado se prepara el hombre para el golpe directo, Todas las posibilidades, hasta las mas ex- tremas, se transforman en un pasado futuro a fin de neutralizar la angustia presente. En esta neutraliza~ Cién que se despliega el juego con las posibilida- des, que ~referido al individuo y su medio~ culmina en caos, La confusion se apodera de las posibilida- des, las hace jugar unas contra otras, no deja que riinguna domine, que ninguna se vuelva real; pero también la confusiGn queda sin efecto en aquel que se pasa la vida equilibrando y paraliza de inmedia~ to todo sus suefios con algo nuevo. Con ese acto de ‘equilibrio vuelve a cerrarse la estrecha fisura por la cual podria haber irtumpido la realidad. La elimi- rnacién mutua de los contrarios, la «armonta» del desorden, es la paradoja en la que se inscribe la contradiccién roméntica en cuanto tal. Cualquier discurso univoco introduce necesariamente el caos en el confuso mundo de las posibilidades, exacta- mente como cualquier univocidad de la vida des- truye la existencia del romantico. El peso de lo uni- voco no destruye s6lo el orden de la confusién, rompe también el encanto de la fantasia. Y si ter- 9 %0 mas que a sf mismo? :Qué se gana cuando se des- califica a la vida ~que, al final, en la vejez, en la muerte, demuestra tener raz6n? :Si, pese a todo, es preciso «marchitarse» de alguna manera, como el mismo Schleiermacher, que asf confirmé algo que Schlegel dijo sobre 61? La vida se ve privada de su significado si queda fijada al «instante sublime», y si nos volvemos indiferentes a nuestro destino, la historia se destruye. Si queremos seguir viviendo, hemos de intentar escapar de esa muerte de la pecteccién. Schleier- macher habia fijado en la perfeccion las posibilida- des del ser humano; pero quizas esta perfeccién pueda disolverse, tal vez las posibilidades fijadas sean susceptibles de variacién, sin que el hombre pierda su «cardcters, sin dejar de ser «interesante» Tal vez sea posible oponer a la vida, que contintia pasando por nosotros, otra realidad, hacer aparecer en la variacién de las posibilidades, como por arte de magia, una nueva realidad en la que luego la vi da se vea obligada a desembocar. Schlegel Con la magia intentaban los romadnticos elevar el, mundo, y lo que la vida puede traer, aun nivel tan extraordinario que, ante lo esperado, la realidad no tuviera otro remedio que dimitir. La magia surge de lo ilimitado de los estados de dnimo. El juego con las posibilidades crea la «confusién romantica», que disuelve la cerrazén del individuo de Schleier- macher hasta tal punto que, por un momento, pa- rece que la realidad fuera a irrumpir en forma de azar, como un ataque sorpresa. Pero esto seria ya lisa y llanamente lo extraordinario, el milagro, y de niingtin modo el «azar puro y crudo» que golpes a Rahel cuando Finckenstein quiso que lo amara. La expectativa de algo extraordinario impide, en cier- to modo, que la realidad tome la palabra. A la es- pera del milagro que no se produce, la imaginacién evoca, para distraerse, las esituaciones mas intere- santes», situaciones que no son imposibles, que pueden ocurrir, como la muerte de la amada en Lu cinda. Sin embargo, puesto que la magia no tiene poder alguno sobre la realidad, dado que no puede dejar morir a la amada, s6lo es capaz de evocar es- tados de Snimo que afectarian al amante si la ama- da muriese. Con esa evocacién del estado de énimo futuro que transforma toda realidad en la neutralizadora formula «eso ya ha pasado», se consigue una sin- gular preparacién a la realidad, En el estado de dni- mo fantaseado se prepara el hombre para el golpe directo. Todas las posibilidades, hasta las mas ex- tremas, se transforman en un pasado futuro a fin de neutralizar la angustia presente. En esta neutraliza- ccidn que se despliega el juego con las posibilida- des, que ~referido al individuo y su medio—culmina cen caos. La confusién se apodera de las posibilida- ds, las hace jugar unas contra otras, no deja que ninguna domine, que ninguna se vuelva real; pero también la confusién queda sin efecto en aquel que se pasa la vida equilibrando y paraliza de inmedia- to todo sus suefios con algo nuevo. Con ese acto de ‘equilibrio vuelve a cerrarse la estrecha fisura por la cual podria haber irrumpido la realidad. La elimi- nacién mutua de los contrarios, la «armonfas del desorden, es la paradoja en la que se inscribe la contradiccién romantica en cuanto tal. Cualquier discurso univoco introduce necesariamente el caos en el confuso mundo de las posibilidades, exacta- mente como cualquier univocidad de la vida des- truye la existencia del romantico. El peso de lo unt- voco no destruye sélo el orden de la confusién, rompe también el encanto de la fantasfa. Y si ter- ea 92 mina el encanto, lo nico capaz de mantener co- hesionado un «mundo autoformados y de conju- rarlo mentalmente una y otra vez, el hombre queda expuesto a la realidad del mundo, cuya banalidad se ha vuelto insoportable para su fantasfa, que ya lo habfa anticipado todo. O fa realidad destroza la magia y trae la sensatez, 0 ataca por la espalda en forma de «azar desagradable». En cualquier caso, siempre llega demasiado tarde. Por miedo a la tri- vialidad univoca y simplista de lo real, el romanti- oO se refugia en sf mismo, en sus propias contra- dicciones. Que exista una multiplicidad de sentides, y que sea duradera es la paradoja de la vida romantica. De la misma manera que la paradoja s6lo existe en el instante, en la exaltaci6n dltima de la reflexisn, y nunca perdura toda la vida, también la existencia paradéjica del roméntico sélo es posible como fase efimera. La continuidad de la vida impone a la cexistencia una l6gica simplificadora y confiere a su ccaracter fragmentario una realidad destructiva; trae, no «nuevas circunstancias y nuevas fuerzas» (Her- der), sino el tedio del tiempo vacio. Friedrich Schlegel no soports envejecer, no so- ports la monotonia de vivir. No estaba hecho para luchar contra el tiempo, su magia sélo resistia la engafiosa realidad del instante. Schlegel tenia el ‘mismo magnetismo personal que también hizo fa: mosa a Rahel en aquellos dias. También ella, una vez petrificada, supo adaptarse a las exigencias del instante. Era capaz de cautivar a todos los que se acercaban a ella, estaba en todo momento a la al- tura de la abigarrada mezcla que se daba cita en su saldn, estaba en su elemento cuando obligaba a to- dos y cada uno de sus invitados a decir s6lo lo que en cada momento se consideraba correcto. Nunca mas volvié a tener el carisma de esos dias, ni ese poder sobre los demés, nunca mas volvié a parecer tan enteramente ella misma con todo lo que era ex- clusivamente ella ‘La magia s6lo tiene poder sobre las personas, pe~ ro es impotente con el tiempo. No puede ordenar- Je que se detenga, ni impedir que nos hagamos vie- jos, ni la xabsurda regularidads a la cual finalmente sucumbimos sino tenemos la dudosa suerte de mo- rir jOvenes. La econfusién romantica» oftecta una oportuni- dad de permitir que irrumpiera la realidad. Schlegel la despreci6 porque no podia soportar su propia confusién como no fuera en la imaginacién, en un estado de dnimo encantado; nunca fundé de ver- dad, y consigo mismo, la confusién, pues aspiraba al equilibrio y a la armonta final. Wilhelm von Humboldt De todos los romanticos, s6lo Humbolat se tomé en serio la confusién y percibi6 pronto lo que uno tiene cuando no se tiene més que a si mismo «un cimbalo que resuena». No intenté lenar con la Jmaginaci6n ni con ninguna clase de productividad el evaciox que lo eaquejaba>. En 1821 Rahel aan dice de él que esiempre es algo mientras no es na: da; en cuanto se vuelve algo, enseguida pasa a ser nada». Mejor dicho, Humboldt intenté poner la confusién romantica en su vida no sélo imaginan- do cémo podia ser él y en que situaciones sentiria algo, sino jugando al juego imaginario del romanti- Cismo: disfrazarse, fingir emociones, esperando siempre llegar a ser de verdad aquello que sélo creia poder parecer. «EI principio segiin el cual una persona deberia haber pasado por muchas situaciones de toda clase festé tan arraigado en mf, que cualquier situacion fen la que todavia no haya estado me resulta agra- 93 dable precisamente por esa razén.» Aun no sit do mas que su vacio, y al parecer condenado a no, producir efecto alguno, Humboldt se las arregla pa- ra que una mujer se enamore de él. «Con esa simu- lacion me transformé en serio en lo que meramen- te queria parecer.» Desbordado por la realidad de la situacién, logré sentirse «inquieto», hablar ecasi como un tartamudo» y «besar con ardore la mano de la muchacha. En sus experimentos, no demues- tra la menor consideracién a los demés, 0 en todo caso la misma ~muy poca- que se tenia a si mismo. En el experimento, concede a la realidad la oportu- nidad de atraparlo. Sabe que eso es lo Gnico que lo atrapa, que lo emociona, aunque mds tarde, una vez cerradas las puertas detrés de él,’el ambiguo, no sucumba de nuevo a ese «vacio del corazén» que lo habia empujado a esa situacién. El exp mento, en el que deja de ser él mismo, esas situa- ines en las que siempre pretende ser otra cosa lo que en ese momento se requiriese para pasar por la experiencia, no permitian parlisis alguna, El evacfo del coraz6n: sigue siendo una manera de estar en el mundo, no se convierte en un atributo de su persona. Humboldt sabe que la realidad s6lo se sostiene si tiene un futuro; pero sabe también que en la més absurda regularidad subsiste todavia un resto de esa realidad. Y por eso puede perseve- rat, esperar. Son muchos los indicios que permiten suponer que también Caroline von Dachrdden, que mas tar- de fue su mujer, lo conocié en el curso de uno de sus experimentos. Lo sugiere, entre otras cosas, la curiosa disparidad entre las cartas de Humboldt a su prometida, en las que siempre se presenta como el inferior, e! necesitado de ayuda, y su diario, don- de la hace hablar con las mismas palabras con las que él, en realidad, le habla a ella: «No soy digna de ti, no sé hacer otra cosa que amar, pero eso si sé hacerlo.» En cualquier caso, este encuentro lo saca de la experimentacién; lleva tanto tiempo expo- niéndose a la vida que, al final, a vida lo ha tocado. El destino le llega vestido de felicidad, y en esa fe- licidad aprende que asi es la vida. Y fund6 su ma- trimonio en la felicidad. La felicidad a la que Humboldt debe el poder se- guir viviendo, y el esperar una larga vida, es mas que un mero y aislado golpe de suerte. El azar, que le llega como felicidad, se transforma para él en poder divino ~eno hay nada mas divino que la feli- cidad y la infelicidad». Esa primera felicidad es también la garantia de toda una vida, la prueba de que el destino no lo ha olvidado, y de que, si bien €s cierto que estamos a merced de poderes exter- nos, también es posible tener una relacién buena y cordial con ellos, llegar a un acuerdo. Entonces, to- do dolor individual sera amortiguado por la con- cordia, se transformara egracias al conacimiento que aporta su profundidad en un trabajo fecundo del alma». El sufrimiento ya no es capaz de seguir destrozando la continuidad de la vida, pues el hombre lo espera con sresignaciéns y ese somete {a él} de buen grado» lo que no tiene nada que ver con el goce masoquista del Julio de Lucinda, que se imagina, a propésito, la muerte de su amada, En Humboldt, el dolor sélo es aceptado cuando es real, como algo que puede ocuttirle al ser humano. Ast, con gratitud por la felicidad, y resignado volunta- riamente a la desgracia, el hombre debe ir al en- cuentro de los poderes divinos. En consecuencia, fo que importa no es «vivir feliz, sino completar su destino y agotar, cada cual a su manera, todas las posibilidades humanas» En la felicidad, el mundo se ha vuelto un «cos- mos» cerrado al cual el azar ya no tiene acceso, ‘Sélo una vez en la vida el poder divino toma la pa- labra: todo lo que sigue le imprime para siempre su 95 fisonomia espectfica, su sentido. Una vez entramos en este cosmos, nada, ningdn acto, ningin pensa- miento, puede perderse: todo tiene un efecto inme- diato. A ese cosmos Humboldt lo llama humani- dads, en la que «el Bien es auténomo y no esté ligado a una personalidad, y, como un bello senti- miento, enriquece a la humanidad, aunque no lle- gue nunca a pasar al mundo o a la acciéns. Para Humboldt, que se liberé de sf mismo en el experi- mento y quedé asf libre para la vida, no hay nada mas grande que la vida misma. La vida no precisa realizar nada, ni siquiera la cultura o la personali- dad. ¥, puesto que la vida continda, él puede mo- rar en la chumanidads: «Cuando me Ilpgue la hora de irme, querria dejar atrés las menos cosas posi- bles que no haya puesto en contacto conmigo.» La vida es el camino que permite «medir a toda la hu- manidad unica y exclusivamente por sf misma»; cada tramo de ese camino tiene un sentido para el todo, cada accién un efecto, «y aunque nunca na- die estuviera presente, dejaria su impronta en la na- turaleza inertes. Humboldt se enteeg6 a la vida, y la vida le sali6 bien: eso es lo que fo distingue; pues por su edisposicién natural» no estaba «desti- nado a grandes hazafias de la vida ni a obras im- portantes del espirituy. El era enadax, «un cimbalo que resuena», pero supo tomar todo lo que le fue dado -su «auténtica esfera es la vida mismar-, y tuvo suerte, (9g a LA HUIDA AL EXTRANJERO: EL BELLO MUNDO 1800-1801 Sila felicidad es realmente fa garantia de la con- tinuacién de la vida, la infelicidad, entonces, en cuanto experiencia capital de la vida, es una ver- dadera evergiienza». eTodo ha terminado en el mundo para mi, lo sé, y no consigo sentirlo, tengo lun coraz6n rojo, como los demés, y un destino os- ccuro, inconsolable, feo.» Rahel se avergtienza de lo inconsolable, de lo feo. Serfa absurdo pensar que no fue culpa de uno. Frente a la infelicidad, el ser humano no puede alzar la voz; pues, 2a quién po- demos repetirle constantemente: eyo no tengo la culpa»? Todo el mundo nos creer, nadie quiere la propia infelicidad. La everdadera infelicidads, la que «puede reconocerse en el hecho de que uno se avergtienza», es tan poderosa que acalla todas las excusas. Una vez nos hemos sometido al azar y re- nunciado a nuestra autonomia, una vez decidido que «no queremos ser de los que no apuestan su propio yo», hemos de dar por sentado que seremos infelices igual que podriamos haber sido felices, que seremos desgraciados como podriamos haber sido bendecidos por la dicha. La infelicidad y la vergllenza nos hacen ver todo lo que tenemos como si existiera s6lo para poner de manifiesto lo que no tenemos; [as sentimos cuando, «pese a todas las cualidades y los inmen- ” sos doness, nos falta siempre «el brillo, la culmina- cién de las cosas». Infelicidad y verguenza signif can que, si bien no hemos sido olvidados, st han dejado de tenemos en cuenta, como si no fuéramos dignos de vivir hasta el final una vida que nosotros no nos hemos dado, como si ni siquiera fuéramos dignos de conservar lo adquirido, ‘Todo lo que hacemos después de la llegada de la infelicidad tiene siempre un tinte de bajeza, la infe- licidad parece prohibir que la vida siga st curso. Solo el que muere de infelicidad conserva su no- bleza; s6lo entonces no es una vergiienza. «He vi- vido algo terrible, porque, precisamente, no me ha matado.» El que una vez conocié lq infelicidad, conserva la marca, y esa marca es algo mas que luna manera de distinguirse. Los olvidados por el destino atin tienen esperanzas, pero Rahel tuvo que huir «por nada». Sin ninguna esperanza. Huye de Berlin, al extranjero, porque ya no so- porta la vergienza. Porque esta condenada a seguir viviendo, a alegrarse cada dfa con la natural «ino- cencia de toda criatura». Ya no queda inocencia cuando «se conoce la auténtica infelicidads, «cuan- do, paralizados por el sufrimiento, por la humilla- n, hundiidos en la desesperacién, habriamos da- do con gusto la vida para no suftir: cuando todo, la naturaleza entera, se ha percibido como algo cruel». Antes, la felicidad era algo natural, ahora se ha vuelto ilegitima, una alegria con la que es imposi- ble estar de acuerdo, a la que uno simplemente se abandona. Lo enatural» se ha vuelto «artificial». La propia existencia -ya habiamos renunciado a ella, or desesperacién- regresa de pronto a nosotros con cada nuevo dia, como algo impuesto por la na- turaleza, la cruel naturaleza. La infelicidad trae la infamia. «Ya no somos pura criatura natural, ni her- ‘manas de objetos apacibles.» «Sé muy bien que el asunto cont ia.» Pero, {qué asunto? Lo que le ha ocurrido, ya pas6; scémo puede continuar el pasado? Rahel se va a Paris, pues «todos los que aqui queria me han maltrata- doo. {Quin la ha maltratado? ;Acaso no la han apreciado todos, admirado, colmado de reconoci- miento, de elogios? No ha conseguido acaso mas que los otras, aun sin ser rica ni hermosa, sin tener tuna posicin en el mundo y sin estar siquiera casa- da? ;No consiguié, gracias al encanto y la fascina- cidn de su persona, cautivar a todos los mas 0 me- nos famosos en la sociedad de su época? Sin embargo, es evidente que Rahel no queria someterlos a su magia; lo que ella esperaba era que alguien le preguntara como le iban las cosas. r de fascinacién era producto de su situaci6n; {Thin yal cabo, feomo pon saber fos demas au tenian que atravesar la coraza de su fascinacién pa- ra llegar a ella, es decir, a lo que le haba ocurridot Todos disfrutaron de! «espectéculo» que Rahel ofrecié a todo el mundo; nadie quiso admitir la ver dad que ella, sin transicién alguna, siempre estuvo dispuesta a proclamar a gritos. Rahel quiso luchar para decir la verdad, hizo de si misma algo impenetrable. En el fondo, no quiso hacer nada; se volvié cada vez mas eestrictas. An- te lo impenetrable, los demas acabaron retirando- se, igual que una vez sucumbieron a la fascinante Rahel, «Todo me rehtiye. Sélo yo no quiero huir.» Lo cierto es que esperé que su severidad, su miste- rio, su dureza, la hicieran visible, que su resistencia la hiciera perceptible. Pero, ay..., todo eso sélo sit- vi6 para hacerla molesta, torpe y pesada, como Wilhelm von Humboldt decia sin tapujos; le cost6 Ia egracia interior». El mundo esté lleno de opinio- nes, y la verdad no se hace visible s6lo porque al- guien la prociame en este mundo de la diversidad de opiniones. Quién es capaz de distinguir entre opinion y verdad? «Yo y la verdad... las dos invisi- 98 bles, las dos apagadas.» En el mundo de las opinio- nes la verdad s6lo es una opinién entre otras, Por eso el mundo la ha maltratado. La gente ha hecho el vacfo a la rechazada por el destino, a ella y asu verdad. «La gente no lo sabe: yo no lo diré; or eso me voy. No vayas a creer que espero que: all me reciban bien. {Dios nos guarde! La comedia vuelve 2 empezar.» La absurda regularidad que, después de toda la desesperacién, esta ahora en el ‘orden del dia, esa infame alegria de vivir propia de la juventud, reclama «nuevas flechas». La rigidez habria podido fijar definitivamente su vida; el des- precio por parte de los amigos, el rechazo que se repite una y otra vez, aunque a menudo sélo en pe- quefs detalles, ha derribado su murd infranquea- ble. Y hasta la verdad, que la vida otorga en forma de comprensién, se ve apagada, sin brillo, no pro- tege ya de los hombres. ;De qué sirve el silencio impenetrable, ser estrictos, estar més alla de todo, si «tenemos que trabajar para un mundo que no conocemos y que reclama imperiosamente para si todo, todo lo que amamost» La infelicidad le ha ensefiado de un solo golpe lo que es la vida. Una experiencia as{ de universal ofrece, cuando Rahel no impide ya que la vida siga su Curso, ciertas perspectivas de futuro. Todo vol- verd a repetirse, pues nadie lo ha comprendido. Asi, lentamente, Io vivido, cuanto més se hunde en el pasado, més irreal se vuelve; dia a dia se hace menos verdadero, menos concreto. Por eso Rahel «ces fiel y debe ser infiel; y es infiel y esta obligada a ser fiel», Debe seguir su camino porque al mun- do no le basta con lo ocurrido una vez: en ella to- davia no es bastante visible. Rahel «tiene que vol- ver a amar», «Sdlo que yo no podia seguir en esta tropa.» Serd atraida una vez mas por otro lugar del mundo; infiel s6lo en apariencia, y en realidad obedeciendo a a l6gica, al «asunto»; fiel, si, pero s6lo en apariencia, y en realidad, pese a todos los recuerdos, entregada a cosas nuevas, abierta a ‘cualquier nuevo azar. «Hay quien nace guerrero y quien nace jardinero; iyo debo lanzarme a la bata- Hlat ¥, como un soldado raso, hacer frente, inmévil, a las balas de los cafiones. No sé a quién obedez- 0; pero no me dan drdenes, me empujan.» Un sol- dado raso, un ser andnimo, sin posicion ni presti- glo, y en el que lo que ocurre se refleja con mas claridad porque no tiene nada que oponerle. «Me empujan»: sin tener en cuenta mis deseos ni mi vo- luntad; «no me dan 6rdenes», porque la orden im- plica un nombre, presupone que quien la recibe, el subordinado, tiene la posibilidad de rebelarse. S6- lo se empuja a aquel que no es nada ni nadie, s6lo un producto de las circunstancias, un juguete del destino. Asi, xempujaday, Rahel sale para Paris en julio de 1800. Deja en su ciudad un mont6n de gente a la que ha aprendido a querer; en Par's solo conoce a su amiga Caroline von Humboldt. Espera cosas nuevas, ha comprendido que en la vida ni siquiera la infelicidad tiene la tltima palabra. Ahora, cada nueva desdicha «s6lo sera mi sirvientay. Rahel se recupera De pronto, un buen dia, los dltimos afos reviven en toda su amargura cuando Rose, su hermana, se casa, y ha de desearle toda la felicidad que ella no iene; cuando percibe, en la distancia, el desprecio que [a familia -y no solamente en familia~ siente por ella y su infelicidad, una infelicidad que se considera pura extravagancia o estdpida mala suer= te de una muchacha sin encantos. Las cartas a la hermana son mas amargas y vulgares que todo lo escrito por Rahel. Por un momento se dirfa que se ve a sf misma como su familia parece obligada a verla, en la total vulgaridad de las «cosas comunes y corrientes, pero que hay que tener». Rahel ha 101 102 perdido un trozo de su inocencia al aprender, y en su propia came, que las «cosas comunes y corrien- tes» pueden hacer sentir su influencia incluso en la historia del amor. «La inocencia» sélo dura «mien- tras se desconoce la verdadera infelcidad»; justa- mente, una de las consecuencias de la infelicidad es hundimnos en esas vulgaridades a las que la fli- Cidad se cree superior. «Hay almas privilegiadas, espiritus reales, que conservan largo tiempo la ino- cencia, que a duras penas comprenden fo vulgar y to olvidan una y otra vez.» También ella volveré a olvidarlo, pero ahora Rahel ve su infelicidad en el nivel banal de la hermana, Rose se ha casado, ella no: «Ya lo ves, ti tienes suerte. (Si tuyjeras todo lo que a mi me falta, jya verias qué enorme es!)» La fenuncia a la generosidad ~aunque s6lo se trate de tun gesto— es un signo doloroso pero seguro de que empieza a vivir de nuevo, En medio de la desespe- racién, ha aprendido a amar la vida: «Mientras no amamos la vida, todo puede seguir igual.» La amarguta no es més que la desagradable con- secuencia de la melancolia, ese humor sombrio que no admite ningcn ingrediente>, que «no es una de esas tristezas que pasan y, como un rayo de sol entre las nubes, ensombrece o ilumina un pai- saje tinéndolo de una dulce melancolia». Cuando el melancélico sale de su tristeza, en la que el mundo y la vida y 6! mismo, su vida y su muerte, aun sin unos contornos nitidos, estaban pa- ra él tan presentes; cuando sale y olvida que su trs- teza fue la Gltima y defintiva, la que puede apare- cer en la vida de improviso, por cualquier motivo; cuando sale y s6lo oye que «todo ha terminado»; cuando empieza a compararse con los demés, co- mienza a amar otra vez la vida, es cierto, pero de alguna manera maldice su tristeza y hace de ella, tuna vez que ha pasado, una desdicha ordinara, Con cualquier pretexto olvida esa trabazén de los hechos que la melancolia te habia mostrado, la universalidad de ese estado de dnimo que no nece- sita pretexto alguno porque puede aparecer cuando menos se lo espera, porque hunde sus raices en el hecho de que no fuimos nosotros los que nos di- mos la vida, ni fa elegimos en libertad Es facil amar la vida en el extranjero. Nunca se €s tan duefio de uno mismo como cuando se es un total desconocido y cuando la vida esté exclusiva ‘mente en nuestras manos, En ese otro pais impene- trable y opaco desaparece todo lo personal, !o que sélo nos afecta a nosotros. Es facil superar la infeli- Cidad cuando, al no conocerla nadie, no puede ad- uirir la dimensién de la vergiienza, cuando no se refleja en incontables espejos y no revierte una y mil veces, concentrada, sobre nosotros. Es facil, mientras se es joven, entregarse a la pura energ(a Vital que nos aconseja borrar, olvidar. Es facil olv darse de uno mismo cuando la raiz de toda infeli idad, el enacimiento infames, no es conocido, ni advertido, y ademés no tiene importancia, Es agradable ser extranjero», perderse, no ser nadie, no tener nombre ni nada que nos haga re- cordar; y experimentar, probar, cosas que atin pue- den traernos la alegria; no dejarse atacar, ser, sin mas, perderse en todas las cosas bellas del mundo. Uno puede enamorarse de muchas cosas, de un bello jarrén, por ejemplo, del buen tiempo, de per- sonas hermosas. Todo lo bello tiene poder, todas » las cosas del mundo tienen un rostro, y pueden ser | bellas. «El buen tiempo, un buen clima, es lo mas hermoso que hay en fa tierra. Es un verdadero dios.» Hasta la felicidad puede surgir de un bello dia de verano, una felicidad totalmente inesperada para aquel que siempre la ha esperado s6lo de la gente. De «la gente no puede esperarse la felici- dade, pero es legitimo esperar, enamorarse sin pre- tensiones, sin miedo a correr ningsin peligro: «ES un 103 romano de veintidés afos, brigadier, una herida en el cuello y en la pierna, hermoso como un dios», le escribe Rahel a Brinckmann desde Paris en febrero de 1801. Ser de la «raza de los dioses» es suficien- te, como lo es sentirse, a su lado, nada excepcio- nal, sino sencillamente «fea». Pues, gracias a Dios, €I no tiene «un espiritu y una sensibilidad excep cionales» ni mucho menos; ademés, ya tiene un scompromiso». Rahel puede, sin miedo, «deleitar- se con su belleza>, aunque, en cierto sentido, eso también sea «ficheux. De lejos, relajada, es mas facil mantener vivos los vinculos naturales. Los hermanos y sus ninos se vuelven objeto de alegria y de preocupacién. En los ninos, en su inoceneia, reencontraba antes que en cualquier otra cosa su propia alegria de vivir, tuna legitimacin de su vitalidad, que ha adquirido no sin esfuerzo y que ha de defender sin pausa. Ra- hel se apega @ los nifios como més tarde a cual- uierjirén de la naturaleza, a todo lo que se man- tiene intacto, virgen de mundo, de sociedad, de historia personal. A todo lo que no puede entrar en su vida en forma de historia. «El trato con los nifios tiene también la ventaja de no tener en si casi nada de humano; nos alegra como un troz0 de jardin —y més y nos sosiega.» La distancia, la belleza, el tiempo, la mUsica y los nifios hacen la vida digna de ser vivida, y amada. Es en el extranjero, lejos de los deseos, de las es- eranzas, la infelicidad y la resignacién, donde Ra- hel aprende poco a poco, y feliz, a alegria «de ne- garse una existencia personal», a abrirse y disfrutar de lo nuevo sin referirlo constante y obstinadamen- te a sf misma; es allf donde conoce [a libertad de amar a alguien tal como es, sin pedirle ni exigirle nada. Este amigo, que le ha recomendado David Veit, es un comerciante de Hamburgo llamado Wil- helm Bokelmann, ocho afios més joven que ella, que ha venido a pasar dos meses en Paris. «Hasta ahora... queria s6lo con mis fuerzas; pero @ usted lo quiero con las suyas.» Hasta entonces, sus crispados esfuerzos por comprender a los de- mas siempre habian estado guiados por la manta de medirse con ellos, de verse reflejada en ellos. ‘Ahora se trata de auténtico aprecio: «{Cudnto amor se merece usted!» En la amistad con un hombre mucho mas joven, Rahel desaparece igual que en la ciudad extranjera, renuncia a sus propias fuerzas como ha renunciado a la atormentada preocupa- clon por sf misma. En esa actitud se mezcla ya algo de comprensién, comienza a ver que el mundo que no conace ~como los mundos que lleva en ella desde su nacimiento-, aun cuando no tenga nin: On derecho que hacer valer sobre él, estd ahf para ser conquistado, comprendido, siempre y cuando no insista neciamente en examinarlo todo desde su perspectiva, en preguntarse si la garantiza o la re- chaza, siempre y cuando comprenda que entre los seres humanos existen diferencias, que no todos los encuentros son igualmente casuales. Porque Bokel- mann exige «tanto amor como el que antes daba s6lo con gran esfuerzo, y con la manera mas noble y hermosa de mentirs. Sin embargo, todavia es de- ‘masiado pronto. As{ amara mas tarde a Alexander von der Marwitz; este amor parisino no tendré ma- yores consecuencias, llega de una forma demasia- do inesperada ses un objetivo que me habia pro- puesto no alcanzar nuncay-, quedara s6lo como un regalo, mas alld de la vida, cuyo curso se vio in- terrumpido por un bello paréntesis. Porque esta fe- licidad no tiene nada que ver con su infelicidad, puede Rahel no exigir nada, ni de ella ni del otro, ni esperar que esa felicidad tenga alguna conse- cuencia. «No pido nada de usted... y tampoco pido ya nada de mi. Ni siquiera me exijo amarlo, ni 105 amarlo siempre, fidelidad, nada!» Rahel acoge es- ta amistad como acepta el tiempo que hace, con el mismo agradecimiento y el mismo intenso placer; Hlegara incluso a quererlo «como se quiere a un ni- fo, una felicidad... que comparten todos... los que lo conocen. Y ahora yo lo he encontrado, ia ver quién se atreve a quitérmelo!» Pero, por mas que se confie a Bokelmann, no permite que altere su nueva vida. No tardaran en separarse. Bokelmann pronto se marcha de Paris. «Asf pues, acogerd usted en su interior todo un mundo, sin mi, y yo otro, sin us- ted.» Rahel lo suelta, deja que se vaya como quien deja que se marche una felicidad a la que no tiene derecho; lo habia disfrutado gratis, «el botin mas hermoso de toda mi vidas, y se sintio’xadulada» al ver que también a ella le tocaba algo en suerte, sin tantas complicaciones. No puede retenerlo mas que el tiempo que es posible conservar un bello dia de verano; no tiene mas derecho a é! que el que se tiene a todo lo que se recibe sin querer, a todo aquello para lo que ni el deseo ni la necesidad nos han preparado, es decir, todo lo que hace soporta- ble la vida, pero sin cambiarla. Bokelmann, un hombre al que ella juzg6 digno de ser querido, la ayud6 a ver que también el mun- do es digno de amor, la ensené a disfrutar, le ense- Ad que también en la pasividad total podemos aproximarnos al mundo si nos dejamos absorber por la realidad de las cosas. Ahora que él se ha ido, Rahel vuelve a replegarse en si misma, el mundo ya no se deja disfrutar, «muerto y mudo, malvado y terrible es el mundo entero, todo este mundo ilu- minado por el sol». Y es otra vez el dolor, no el pla- cer, «lo Gnico en Ia vida que permanece». No puede retenerlo, no tiene ningiin derecho a él, pero puede, en la distancia, desde la absoluta falta de exigencias, suplicarle que permanezca tal cual es. No es 61 lo que quiere, sino saber que exis. te; le basta «con haber posefdo, aungue sélo fuera un instante, un amigo tan tranquilo». Ahora bien: él no debe renegar de ese instante, debe seguir siendo su amigo, no integrarse en una sociedad extrafia que ‘no quiere saber nada de ella; tiene que seguir, lejos de ella, junto a ella, «No quiero verlo mas... pero, por favor, no cambie, compréndame siempre para que pueda contarselo todon; «tenga siempre el va- lor de herirse usted mismo con preguntas y dudas.... de destruir el mas encantador y cémodo edificio, el que aguantarfa toda una vida». No se deje usted edomar por ninguna buena moral protectora... ni seducir hasta la admiraci6ns. Bokelmann no debe acostumbrarse a nada, nial mundo, ni a sus ami- 805, ni a las cosas «que conace desde hace tiempo, ‘© que son viejas»; y tampoco a si mismo, a su «ma- nera de expresarsex ~sdlo ast seguird siendo su amigo. Eso es lo mas importante. Pues su falta de espe- cificidad, su independencia natural, en él le pare- cen libertad, lealtad insobornable, total falta de prejuicios. De todo eso recibe, para ella, una legiti- macién: su libertad no es otra cosa que la expre- si6n positiva de su natural falta de ataduras; en cambio, en él la libertad es un mérito propio, y por lo tanto peligra mas que la suya; pero solo una li- bertad asi puede garantizarle a Rahel que ella no es una «rarezay. No cambies, le suplica. «No tenga usted prejui- clos, consérvese libre en todos los sentidos de la palabra.» No se trata de nada determinado, pues toda determinacién es una traba que perturba «el juego vivo de la vida, y la vida no la hemos de eaceptar suspirando, como un deber, casi incons- cientemente», porque nos encadenarfamos a un mecanismo que después no hace mas que seguir girando solo. Bokelmann, si permanece al margen, si no se deja sobornar por el mundo, puede seguir 107 siendo su amigo tal cual lo ha conocido. Ella, que habia nacido al margen, puede plantarle cara al mundo junto con los que, por amor a la libertad, deciden quedarse fuera, y ponerse con ellos, codo. a codo, a buscar motivos para rechazar un mundo. malo y aspirar a uno mejor. Lo dificil es creer que: es posible fiarse de esos amigos cuando uno mismo. ho tuvo otra opcién y no sabe qué puede sentir al- guien que sf puede elegir «Si cambia, tendré que dejarlo.» Rahel no tiene intencién de permitir que el mundo o una persona determinada pretendan manipularla: de su carécter, de su sensacién de estar excluida. No va a serle fiel, no a él, el sefior Bokelmann de Hamburgo, tampoco a su amigo, que una vez tanto hizo por ella. En cuanto él se mezcle con el mundo, en cuanto se deje reclutar por todo aquello de lo que ella esté excluida y se excluye, lo dard por perdido para siempre. Y eso Rahel no piensa disimularlo con fidelidad de ninguna especie; tan poco le im- porta, en el fondo, el sefior Bokelmann de Ham- burgo. «Ni un solo mortal mas me retendra indig- namente.» Ast de independiente de él es Rahel. Pero necesita ganarse nuevos amigos. Pretender, Por orgullo, que se es capaz de mantenerse al mar. gen de todo es, en el fondo, una bravata. Bokel- mann despert6 su orgullo; ahora ella lo necesita para sostenerse. «Por desgracia vuelvo a sentir que depencio de usted, que todo mi coraje y mi empe- cinamiento con todo lo perdido vienen de usted.» Ni un solo momento quiere Rahel tenerlo para ella ~austed puede amar a quien quieras, pero necesi- ta su amistad como garantia de que no es la Gnica ‘que va asi por el mundo, echando bravatas. Tan de- endiente es. Independiente y dependiente, ast se volvié en Pa- ris, sHay una desesperacién en la que no se pide na- da, y también un estado de anim amoroso -ast lo llamaria yo- en el que tampoco. Yo conozco las dos cosas.» La desesperacién ha pasado, y el estado de 4nimo amoroso también; la vida le ha quitado lo que deseaba, y hace tiempo que la ha hundido en la de sesperacién que provoca la falta de deseo; la vida ccontinéa, y ella ya no puede desear lo que una vez ‘quiso, La desesperacién ha pasado; lo que queda, no 5 s6lo el dolor, la pena; queda también la renuncia a tenes, fa lecci6n de que la vida eno esta pensada pa- ra que las cosas permanezcans. Y esto se lo «de~ muestra no s6lo la muerte, sino, mas que nada, todo loimperiecto, y nuestras dolorosas y constantes vac- lacioness. Naturalmente, uno quiere poseer, conser- var y, ademés, tanto lo malo como lo bueno; pero, cuando nada cambia, lo que cambia es nuestro es. tado de énimo». Podemos secharle la culpa» a la vi- dda por no estar hecha para durat, por no permitir que nos demoremos en ella, por obligarnos a esperar y a renunciar, a desear y a darnos por vencidos, pero, mientras vivamos, la vida tiene raz6n. «Desea, pues, ¥¥ date por conforme; la vida es esto y nada més.» La renuncia a todo lo que uno quisiera conservar el pesar y la alegria, la esperanza de poser y el mis: ‘mo objeto poseido- es algo més que una mera re- nuncia a fa felicidad, algo més que aquella resigna- cién que hizo decir a Rahel ya al comienzo: «Me hace tan feliz no ser infeliz que hasta un ciego debe- ria poder ver que no puedo ser feliz» La resignacién de la veinteatiera era fruto de la falta de experiencia, ‘ceguera ante lo que la vida puede dar es el producto de muchas horas de aislamiento y de introspeccién. ‘Ahora, en su renuncia, se pone de manifiesto una dl tima reconciliacién con la vida que le ha sido dada asf y no de otra manera; esta resignacién es s6lo la ‘otra cara del darse por satisfecha. A fin de cuentas, no es tanto lo que le debe a la felicidad; el mundo, el bello mundo», la ha ayudado «a derribar este edifi- io de... noble dolor e innoble empecinamiento». no «SI, es bello», y se puede disfrutar de él, No sélo reparte golpes, pero tampoco es el refugio siempre: disponible, que nunca cambia. Sélo en la renuncia alcanza Rahel la dicha de disfrutar; durante un tiempo, el placer reemplaza para ella la realidad que habria querido retener y que, sin embargo, ha tenido que ver cémo se le escapaba de las manos, De pronto, la felicidad que s6lo da aquello que de- seamos y nos es accesible, le parece vergonzosa. «a felicidad mas digna de la tierra consiste en se- guir viviendo pese a todo lo que nos han quitado.» Lo que la felicidad podria darnos son s6lo objetos finitos, mortales, que disimulan el hecho de que la vida no esté hecha para permanecer en ella. «Lo que serfa divino, nadie puede poseerfo.» El placer no da lo que es divino, pero si real, algo con lo que podemos vivir y morir. «Finito, y lo Unico reals, es- 1 permitido a los que ya han experimentado la fi- nitud de la vida, a los que saben lo que la vida no puede dar, @ los que la vida no les ha dado precisa- mente lo que deseaban, El placer le hace conocer a Rahel una realidad de la cual no necesita esperar que la alcance tam- bién a ella; sdlo tiene que «abrir los ojos», abando- narse al ebello mundo», dejarse llevar. «La felici- dad no arroja a nuestros pies pétalos de rosa, pero nos permite abrir los ojos; reconozcamos, pues, y cuanto antes, que eso ya es mucho, y bebamos a largos tragos todos sus encantos. Si de verdad es encantadora, no querremos poseerla, pero si verla florecer. Después de todo, nuestras lagrimas, nues- tras penas més amargas, las provocan las ansias de poser; y nunca podemos poseer otra cosa que la capacidad de disfrutar Rahel regresa de Paris a Berlin rogando que na- die esté esperdndola, con la esperanza de que en- tretanto la hayan olvidado, de regresar, no a casa, sino a una nueva tierra extranjera donde continuar, libre de preocupaciones, la felicidad de Paris. «No le hable de mf a nadie... deje que crean.... que no pienso volver.» Ha olvidado lo que sabia en el mo- ‘mento de marcharse ~que el «asunto» iba a conti- nar, que todo iba a repetirse: «Mi alma esté tran- guila, mi dnimo equilibrado, y mi_espiritu ha recuperado la elasticidad necesaria.» Sin embargo, ya no ve cémo serd el futuro; en el placer, ha acce- dido a una parcela de realidad, eso basta. Ha apren- dido a renunciat. Por qué tendria que pasarle adn algo més? «Que él venga y me lo diga otra vez.» un MAGIA, BELLEZA, INSENSATEZ 1802-1804 Pronto alguien vendré de verdad a decirselo to- do por segunda vez. Pero, por ahora, Rahel esta tranquila, Berlin se ha vuelto aburrido y la gente, fia, como detenida en el tiempo; Rahel no se inte- resa por nadie y cada dia que pasa parece mas inal- canzable. El Giltimo a quien quiso fue Bokelmann, «el ultimo entre mi vida pasada y mi vida actual» Se hace amiga de todos los que la buscan, no para ayudarlos ~no hay consuelo»- sino para ser test- 0 de su dolor; no tanto por amor a los demas co- mo «por aficién a este jovencito, el dolor, con el que me une una vieja amistad. No ha renunciado a su antigua falta de criterios a la hora de escozer, ni pese al aburrimiento que le inspira la gente ni al rechazo que le provoca. Pero, si al principio esa falta de discemimiento fue expresi6n de su singula- ridad, de su falta de vinculos estables, ahora piensa ‘que no son las personas lo que importa, sino lo que les ocurte, su dolor, su vida y su muerte, Tiene bas- tante con saber de esa vida y esa muerte; para ella, no quiere nada mas, ni el dolor, ni la alegria. Sere- na, resuelta, asf es su actitud. «En mi pecho la gente se agolpa y muere como en un campo de batalla; ninguno sabe nada del otro, cada cual debe morir solo.» Rahel ya no est cen la batalla, ha olvidado que una vez se creyé na- cida para la guerra, no quiere tomar parte en nada ni dejarse decir nada por segunda vez. Lleva consi- go la monstruosa pretensién de ser ella misma el campo de batalla, mudo escenario de un espec- taculo, nada més, y, por eso mismo, lo que asegura la trabazén de escenas y personajes: «Puesto que no quiero la paz, y que hay tanta gente como are- ria en el mar, lo soporte todo igual que la tierra: na- die sabe si eso le duele, tal ver la tierra esté en cor tacto con otros seres.» No preocuparse mas por misma, no preguntarse mas por la felicidad y la in- felicidad, sino ser tan incuestionable como la tierra, de cuya realidad da testimonio todo aquel que an- da sobre ella. Si lo sabe todo, garantizara la cohe- siGn entre todos los hechos individuales que piden ser negados, desmentidos, anulados por la vida. Rahel no quiere dejarse liar otra vez, quiere ser ella misma el suelo que, inmutable, todo lo absorbe, y conservar todos los padecimientos que los otros no pueden retener porque el dia de mafiana se los arrebata de las manos. ~ Y se vuelve piadosa. Porque se sitda fuera de to- do lo terrenal, porque quiere ser el receptaculo de todo lo terrenal, necesita estar conectada a «otros seres», algo que la conecte con Dios, que ha de ser la Gltima garantia de su existencia: ella es su ehija» ¥ reposa sobre su «manto». Rahel no cree en el Dios de sus ancestros ni en el del cristianismo, y mucho menos en el Dios de la religiosidad «de moda», que ella, como todos los formados en el espiritu de la llustraci6n, detesta por su mojigateria. Rahel no necesita ni «fundadores» ni «pruebase; es, en ma- teria de religion, tan ajena y ciega a toda tradicién como en todo lo demas. Si la arrinconan, defiende su fe con cualquier argumento racional o defsta; to- ma del cristianismo lo que en cada momento le conviene, pero sélo para hacerse entender y no por necesidad de pertenecer a una confesién basada en una determinada revelacién de Dios concebida co- mo un hecho histérico. Su fe es asunto suyo y de nadie mas, no pretende convertir a nadie; respon- de, a lo sumo, a preguntas ditectas, y ni siquiera en sus diatios intimos ~que, por otra parte, no contie- nen nunca més de lo que podria haber escrito en sus cartas- tiene gran cosa que decir al respecto. ‘Asi como querria mantenerse fuera de la reali- dad y conformarse con disfrutar de lo real sin tan-, tas vueltas, proporcionar una base a la historia y a los destinos de muchos hombres sin siquiera tener una en la que apoyarse, necesita, a su vez, a Dios como el suelo sobre el cual tuvo lugar aquello que ha modelado su destino. Y de la misma manera que ya no puede probarse su realidad ~porque el | placer no nos muestra nuestra realidad, sino sien pre la més ajena, y lo més ajeno adquiere asf el grado maximo de realidad-, necesita también la esencia misma de lo desconocido —Dios~ como eprueba de nuestra existencias. Ella no es mas que un ser humano que desearia eparecerse a la tierra», que lo soporta todo, y por eso necesita, para repo- sar, el emanto de Dios». Dificilmente puede permi- tirse negar la existencia de Dios; si lo hiciera, se hundiria en un abismo. Es cierto que le garantiza la existencia cualquiera que la hace su confidente y la designa suelo y guardiana de su historia, pero tam- bién puede destrufrsela el primero que la abando- nna, que se cierra a ella, que la traiciona, ‘A finales de 1801 Rahel conoce a Friedrich Gentz. En los pocos meses que ambos viven en la misma ciudad ~Gentz parte para Inglaterra en 1802 ¥ mids tarde se radicard en Viena para siempre-, se decide el vaivén caracteristico de una relacién que dura hasta la vejez y la muerte: un amor nunca rea- lizado, una separacién que nunca se consuma; los olvidos de Gentz, que ella nunca se toma en serio porque es consciente del poder que él ejerce sobre Ms 16 ella, y la indignacién que siente por sus engahos, que él nunca se toma en serio porque es conscien- te del poder que ella tiene sobre él Como Schlegel y Humboldt, Gentz va en busca de la realidad. Se deja Hlevar por las posibilidades de disfrutar, por eel bello mundo»: ingenua, direc- tamente, sin reservas, y, en el placer, se deja devo- rar por esa belleza; se rinde también a su ego como algo de lo que no se puede disponer libremente; «goza de sf mismo» (Gentz), su yo le parece tan de- licioso como cualquier otto lugar del mundo. Cuan- do conocié a Rahel ya habia desmentido con vehe- mencia su entusiasmo inicial por la Revolucién francesa y optado abiertamente por e| statu quo; mas tarde lo sacrificaria todo por la realidad cipios, reputacién y un buen nombre para la poste- ridad. S6lo reconocié en el mundo a los represen- tantes del auténtico poder; puesto que entonces ‘Austria era, en Europa, sinénimo de poder, lleg6 a ser el més fiel consejero de Metternich, y luch6 contra todo lo que amenazaba con socavar ese po- der, el poder de los «gabinetes». Al final de su vida después de la Revolucién de julio en Francia-, su- po que habia luchado por una causa perdida, que sel espiritu de la época demuestra siempre ser el mas fuerte» (Gentz). De todos modos, aunque lo hu- biera sabido al comenzar su carrera politica, cuando ‘empez6 a «pensar como Burke pero siguié viviendo como Mirabeau» (Haym), tampoco habria podido tomar partido por algo que aGn estaba por ocurrir, por lo no oficial y, en consecuencia, inasible. Gentz no podia soportar la invisibilidad; era in creiblemente vanidoso: no porque se engafiara 0 se sratificara «haciéndose aduladoras visitas a sf mis- mos, sino tal vez porque aspiraba a disfrutar de suna felicidad sin complicaciones», porque no so- portaba ni un momento estar en desventaja, al mar- gen, apartado del mundo real. Incluso en la vejez, pese a la indiferencia y el hartazgo, se lo podia convencer con halagos. Pero Gentz no era sélo vanidoso; necesitaba al- go mas que «un asilo en el mundo», y logeé lo que ro lograron ni Schlegel ni, en el fondo, Wilhelm von Humboldt, a saber: intervenir activamente en. la realidad acomodéndose siempre a las circuns- tancias. Consiguié hacer y representar algo en un mundo que él jams tuvo intencién de cambiar. EL hecho de que, en efecto, el mundo puede cambiar, significaba para él una amenaza a sus relaciones con la realidad. Puesto que lo que existe es real, Gentz quiere conseguirlo a cualquier precio, y por eso sera enemigo encarnizado de la libertad de prensa, el defensor més Iicido del absolutismo, hasta el punto de negar, en beneficio de la politica de gabinete, la parte que tomé el pueblo en las guerras de liberacin y denegarle la Constitucién prometida. Sin ser un conservador, Gentz quiere conservar todo lo existente, yningiin conservadurismo lo to- m6 jams como referencia. Defendia la reacci6n desde una posturailustrada; su estilo, sus argumen- tos tenian tanta fama de «liberales» que fue nece- sario que llegara el liberal Varnhagen para descu- brir en él a.un gran escritor. Pero Gentz tampoco era liberal, y ningtin progeesista acepts jamas de él tun trozo de pan. Gentz es el ultimo romntico, el hombre que, mucho después de que sus amigos se volvieran prudentes y devotos yestrechos de mira, sigue negindose a aceptar las convenciones cuyas ‘manifestaciones politicas ha defendido. Sin erbar- 0, Gentz tampoco es un roméntico; al fin yal ca~ bo, é1 ha conseguido representar algo en el mundo, ha encontrado una forma de estar en contacto con Ja realidad sin sacrificium intellectus ni conversion. Si es ambiguo es porque no quiere otra cosa que la realidad, ni el bien ni el mal, sino la realidad sin 18 restricciones. Nunca comprendié los ataques de los, liberales, para quienes un hombre ilustrado y sin prejuicios sélo tiene derecho a existir si al mismo. tiempo reclama una politica ilustrada y en conse- cuencia, liberal. Tampoco comprendié nunca los ataques de los conservadores, que, por su parte, opinaban que el conservadurismo era un principio ue también convenia aplicar a la vida privada. Es- te ingenuo doble juego lo practica también en teo- tla thaciéndolo, por lo tanto, inutilizable para to- dos), cuando, por un lado, opone la «fragilidad humana» a la injusta arrogancia de la raz6n, y, por <1 otto, relativiza el principio de legitimidad al afir- mar que tampoco ésta es eabsoluta», sjno «nacida ‘en el tiempos, «comprendida en el tiempo» y ha de ser, ademas, émodificada por el tiempo». Gentz se interesa tan poco por un principio como por el ‘otro, a lo sumo por «el gran mundo de antano», cu- ya decadencia se ve obligado a presenciar sin po- der soportarla, como tampoco soporta su propia se- nescencia y la idea de la muerte. El hecho de que Gentz llegue a desempefar un papel en el mundo lo separa de su generacién, la generacién de los Schlegel y los Humboldt. Sin embargo, comparte con ellos el objetivo que aspi: raa alcanzar. De nada estaba mas orgulloso, ni ha- bia condecoracién de la que alardeara mas, que de «estar al corriente de todo»: «Lo sé todo, no hay nadie en el mundo que sepa de Ia historia de su tiempo lo que yo sé.» Del mismo modo, Hum- bold, cuando le Hlegue la hora de irse, querra de- jar detras las menos cosas posibles con las que él mismo no haya tenido contacto. Y también el vie- jo Schlegel quiere seguir el curso de la historia tuniversal «participando con el pensamiento». Par- ticipar en el mundo mediante el saber les parece a todos la mayor oportunidad, y puesto que Gentz ha logrado saberlo todo, en sus tltimos aos con- templa indiferente la decadencia de aquello a lo que su politica aspiraba. En este desinterés por to- do lo particular -y no en una conviccién y una mentalidad determinadas~ ha de verse el origen de la frase con la que Gentz concluye su eprofesién de fe politica»: Victrix causa dils placuit, sed victa Catoni. ‘Cuando Rahel conoce a Gentz, ya conoce los placeres y el bello mundo. Ya no esta en su poder dejarse llevar sin reservas por la realidad; el mundo se niega a acogerla, y ella ni siquiera es libre de re- nunciar a su libertad en beneficio de otra cosa. En caso de que los judios alemanes se hubieran hecho ilusiones al respecto, en esos afios precisamente se les recuerda sin rodeos cual es la realidad. Inofen- siva seflal de sucesos mucho més decisivos, desde principios del siglo xix atraviesa las provincias pru- sianas una ola de antisemitismo, provocada y re. presentada por el escrito de Grattenauer Contra los judios. El primer libelo moderno en el marco de una asimilacién adn pendiente, hizo desde el co- mienzo -segin testimonio del muy bien informado Gentz~ mucho dao a los judios, sobre todo en Berlin, A Grattenauer no le importan la cuestién re- ligiosa ni la tolerancia; no les reprocha a los judios falta de asimilacién, los ataca en bloque. Subraya que no habla «de tales 0 cuales judios..., ni de nin- gin individuo judio en particular, sino del judo en general, del judio tal cual es en todas partes y en ninguna». Para Grattenauer no hay diferencia algu- nna entre el judio culto 0 bautizado y los otros, Los judfos que, en apariencia, ya no se distinguen del resto de la poblacién, y que «para demostrar su cultura... comen publicamente cerdo el dia del sabbat.. y en los paseos aprenden de memoria la * Luciano, Parsalia 1,128: eLa causa del vencedoragradé a los doses, per lade los vencidos a Catén. (N. del t) 9 120 logica de Kiesewetters, le parecen mas tipicos que los judios de peies” y caftan. Todas estas opiniones, aunque repelentes y formuladas en un tono popu- lista, causan en Gentz -pese a que aprecia y qui re a Rahel- una fuerte impresién. Y no tnicamente en Gentz. Con pocas modificaciones, ligeramente retocado, siete afios més tarde todo Grattenauer rea- parece en los discursos patridticos de la Christlich- Deutsche Tischgesellschaft** es Grattenauer el padre de los argumentos que alli desarrollaron Brentano y Amim. Para quien pretende asimilarse a cualquier pre- Cio a la sociedad, no es nada conveniente mostrar tuna actitud altiva ante estos ataques. No obstante, del mismo modo que los judios se esfuerzan, en principio, por penetrar a titulo individual en la so- iedad, todo antisemita puede tener su «judio de excepciéns. Gentz quiere a Rahel, y en Viena, al tiempo que lee a Grattenauer, frecuenta las casas judias. El matrimonio Arnim seré, mas tarde, igual que Brentano, invitado habitual en casa de los Varnhagen, y sin modificar ni un dpice sus opinio- nes. Los judios de Berlin se consideran a si mismos, tuna excepcién. Y al igual que todo antisemita tenia su judio berlinés, todo judio berlinés conocia, co- mo minimo, dos judios askenazfes en comparacién con los cuales se sentia una excepcién. Sin embargo, lo que en cualquier caso subsiste, y aun en el més favorable, es la necesidad «de vol- verse siempre a legitimar. )Y por eso es tan desa- gradable ser judo!» La necesaria legitimacién im- * Yiddish sladares, mechones que llevan los judios onodo- sos sobre las seness.(N- del) ‘Sociedad antsemita y nacionaisa fundada en 1811 por ‘Arnim y Mlle, 2 a que pertenecieron, entre otro, Savigny Brentane, el general Clausewitz y Fichte: se autodizalvie en 1813. (N. deft) pide consagrarse de manera directa al mundo y a las circunstancias actuales, impide querer conser- var un mundo que obliga @ una conducta tan re- pulsiva. Lo que a Rahel siempre la separaré de Gentz es el no poder resignarse al estado de cosas cexistentes, y aunque renunciara incluso a la idea de cambiar el mundo, no le quedaria la totalidad de lo, real para poder someterse a ello, Rahel no puede ser «cémplices; lo Gnico que le queda del mundo sin restricciones es el sol, que brilla para todos por igual, las cosas bellas, que estén ahi para todos; y, ademés, si comenzara a interesarse por la socie- dad, estaria obligada a ser revolucionaria, 0, como opina Gentz, «andrquica». ‘Todo eso también la uniré a Gentz; después de todo, él no es un conservador. Para que se com- prenda su personalidad, esté obligado a desplegar tuna actitud liberal que s6lo puede encontrar en al- jgunos individuos, en los invisibles, los «no oficia- les», aquellos que no tienen ningtin poder. Nadie lo comprendié tan bien como Rahel. Ella vio que no era un hipécrita, comprendié su hambre de realidad, amé la ingenuidad con la que se entrega- ba a todo lo real; ella comprendié que esa inge- nuidad era su manera de ser sincero, que atenua- ba el lado doloroso que siempre tiene optar por el estado de cosas existente, pues es también una manera de enseftar todas las cartas, de mostrar las cosas tal como son. Por eso, Rahel fo queria preci- samente cuando «decia o hacia algo infantil... y € por esa raz6n que yo repet lo que dijo, con una sonrisa embobada y mirandome a los ojos: que es- taba tan contento de ser el més importante en Pra- 2a, y de que todas las autoridades, incluso las mas, altas, las grandes damas y los grandes sefiores, no tuvieran mas remedio que dirigirse a él. Pues cual- quier cretino, si es educado e hipécrita, siempre es lo bastante listo para callérselo; pero, quién tiene nr m2 el alma tan céndida, el corazén de un nifio, para decirlots Gentz la traicioné en mil y una ocasiones. A. Brinckmann le escribe: «Nunca hasta ahora una ju- diay subrayo, ni una sola~ ha conocido el amor verdadero», y luego, casi el mismo dia, le escribe a Rahel que nadie sabe amar como ella y, no conten- to con esto, le dice que es «la primera de las cria- turas de este mundo», Gentz la traiciona no sélo para la galeria; su actitud hacia ella tiene, desde el primer momento, dos caras. Para su vida privada Gentz depende de la comprensin de Rahel, pero detesta que lo comprendan porque lo aleja de la realidad a la que se ha consagrado. En el fondo, s6- lo puede escoger entre amarla oficiafmente 0 ne- garla oficialmente. Si quiere vivir en el mundo sin reservas, «el trato con un genio tan violentamente liberador, tan totalmente desorganizador como el de la Levi» esta condenado a ser sfatal», y «la pa si6n secreta que esta criatura grandiosa, audaz, di- vina y diabélica» (Gentz) siente por él puede vol- ‘A Gentz no le ha resultado sencillo tomar la de- CisiGn de resistirse a esa pasién, pues en ella habria encontrado otra oportunidad para la realidad, la ‘oportunidad de saber mas que nadie, de tenerlo to- do, pese al mundo. Habria podido oponer a la rea- lidad una segunda realidad, tan singular, tan nica, tan completa en si misma, que el mundo real a du- ras penas podria haberle respondido con un triunfo. mas alto: «{Sabe usted, querida amiga, por qué nuestra relacion es tan grande y perfecta? Usted es. Un ser infinitamente productivo; yo, un ser infinita- ‘mente receptivo; usted es un gran hombre; y yo, yo soy la primera de todas las mujeres que jamas han vivido. S¢ que si hubiera nacido fisicamente mujer, el mundo entero se habrfa rendido a mis plantas. Observe bien este hecho curioso: de mi soy inca- paz de arrancar la chispa més miserable. mi re= ceptividad no conoce limites... Su esprit, eterna- mente activo y fecundo {y no me refiero s6lo a la cabeza, sino al alma, todo), ha encontrado esta re- ceptividad sin limites y a8i hemos tratdo al mundo ideas y sentimientos y amores, y lenguajes, total- mente insditos. Lo que los dos juntos sabemos no lo sospecha ningin mortal. Ahora me reprocho con amargura no haber insistido més en disrutar de eso {ue usted llamaba “el poquito”. Porque no ha de: bido de existr nunca algo tan nuevo y extraordina- rio como la relacién fisica entre personas que han \uelto su ser intimo hacia el exterior. Yo también debo tenerlo, Prométame que lo tendré la proxima vez que nos veamos; si me lo promete solemne: mente, por escrito, le prometo que no volveré a ca- Rahel no le dio a Gentz lo que ella lamaba sel poquitos. tampoco la obligé, aunque tal vez lo queria de verdad. Ni un solo momento la quiso a ella y solamente a ella; lo que Gentz quiso fue una situacién, una relacién como cel mundo quiza rara vez haya conocido». ¥ precisamente poraue no la queria solamente a ella ~en todo caso, ni para amar ni para gozar, sino, como maximo, para compren- der-, precisamente por eso habria tenido que runciar a todo por ella, Este experimento le habs costado su ingenuidad, su buena conciencia, su posicién en el mundo, en una palabra, todo. Fue prudente no insist, y quedarse «cegado y embo- bado por los encantosfsicos de una criatura in nificantes (Gentz) En esos dias Rahel conoce también a don Rafael de Urquijo, secretario de la legacién espafola, un hombre muy bien plantado, y se enamora perdida- mente de él. ;Fue Gentz, con su ingenuo discurso sobre el placer, quien propické que se enamorara de Urquijo? ;Crey Rahel en serio que ella también ay 124 podria dejarse devorar entera? Después de todo, Urquijo s6lo es guapo ~como el romano de Parts, cuyo nico defecto era estar ya comprometido. Desde que conoce a Gentz, la realidad vuelve a atraerla. Desde que ha visto que el placer no nece- sita ser s6lo un hermoso paréntesis, la atrae con mas fuerza. De pronto, Rahel no quiere ser sélo el teatro de los sentimientos ajenos, también quiere su Parte. Ya no aspira a cosas extraordinarias, al gran amor 0 a casarse con un noble, sino a lo natural, lo cotidiano, lo que le corresponde a casi todo el mundo. Quiere, al menos, intentar cautivar al bello espafiol, como Gentz lo ha hecho con su bella ac- wiz, Gentz no goza de las cosas del muhdo porque. son hermosas, sino porque son reales. No se deja encandilar por la belleza, sino por la realidad. Pe- ro, a Rahel, del mundo que la ha rechazado sélo le queda un retal: lo que es bello. Por su misma naturaleza, lo bello esta aislado de todo lo demas. No hay camino que conduzca de lo que s6lo es bello a la realidad. Es cierto que la be- Hleza de un poema puede dar lugar a «pensamien- 105 infinitoss, pero estos pensamientos estén indi- solublemente unidos a la magia del instante y no conocen ayer ni mafiana. Un anochecer bello no es el anochecer de un dia determinado, no es sim: bolo de nada. Tal vez sea el anochecer puro, sin dia, sin noche. El dia y la noche vendran siempre a destruit la belleza de esa hora intermedia; y sdlo el lenguaje, capaz de nombrar lo bello, lo conserva en un eterno presente. EI anochecer real siempre hard pedazos la magia de la palabra «anochecers, y la continuacién de la vida siempre destruiré la belleza del crepuisculo. Al vasto horizonte de lo magico e impreciso siempre se opondré la preci- sién de lo que es. Siempre lo uno sera para lo otro. algo parecido a una carcel, aislada por altos muros; la vida siempre triunfa sobre ef hechizo, y, en su aislamiento, lo bello siempre permanece intacto € invicto a pesar de esa victoria. Pues lo bello insiste fen su capacidad de ser visto u ofdo, aun cuando no tenga efecto alguno 0 no sea mas que un monu- mento a si mismo. Lo bello preserva la magia, aun- que la realidad no se deje hechizar y e! tiempo, la sucesion de los dias, se esista a todo encantamien- to, La belleza extrae su poder de la magia aunque el tiempo sea mas poderoso: porque también mue- te el ser hechizado. El poder del tiempo golpea siempre a aquel que ya ha vivido y atin vivird. La ‘magia de lo bello alcanza al ser humano desnudo, ‘como si nunca hubiera vivido. En su aislamiento, lo bello parece borrar todo vinculo y empujar al hom- bre a la misma desnudez con la que se le presenta. El hombre puede abandonarse a lo bello igual que se entrega a la naturaleza. Al margen de todo lo que la vida nos da 0 nos niega, siempre nos que- ddan el éxtasisinfinito del primer dia de primavera, los calidos aromas del verano, que regresan una y otra vez. Asi como lo bello es invencible ~pese a la victoria de la vida, en cuyo abismo se hunde-, tam- bién es invencible el poder de las estaciones, per la certeza de su etemo retorno, Rahel se adhiere a la, ‘ms natural de las pasiones, a la «magia violenta», sucumbe ante el «objeto bello», y espera, asi, po- ner distancias a los demas. Espera incluso, gracias a la magia, liberarse de una vez por todas de su vie da, de la misma manera que es posible olvidarse de la vida ante la belleza o Ia felicidad que transmiten la tierra y el Arbol. En esa desnudez a la que se abandona cree encontrar lo que permanece, la par- te de sf misma que esté al margen de las circuns- tancias. ¥ espera descubrirse tal como es desde el principio. Se deja llevar por el amor como si fuera también, y solamente, parte de la naturaleza, y es- pera, después de haber sido vexcluida del mundo... 1s 126 por su nacimiento -la felicidad le ha negado la entrada», poder, en el amor, engafar a la suerte y a la infamia de su nacimiento. Lo bello no puede mezclamos en la realidad, pero si, quizé, librar- 1nos del destino inhumano de ser «igual a la tierra €en las relaciones con los otros seres». Tal vez la fe- licidad del que se entrega a la belleza humana sin ninguna pretensién sea la mas humana de las feli- cidades, similar a la felicidad que nos procuran el sol, el calor, la tierra, la felicidad de todas las cria- turas. Urquijo es un extranjero para quien Rahel no es judia; ante él no necesita legitimarse, é1 no lo com- prenderia. Por eso espera Rahel encontrar en él el ansiado asilo. Puede que precisamenté él, que no sabe nada de nada, que no tiene prejuicios -no los que ella conoce-, le oftezca un refugio a su lado humano, a ella tal como fue una vez, antes de que la vida la maltratara y la convirtiera en la shlemiht que es; a ella, la que nunca ha contado, y a sus do- tes, que la vida ha desdenado, Tal vez sea precisa mente él quien reconozca su verdadera naturaleza, © quien la redescubra, si ella se le entrega sin re- servas, sin fijarse en nada, sin hacer caso a nada mas que a la alegria esponténea que todo el mun- do encuentra en lo natural. Si, él ha de tomarla co- mo es desde siempre, como ella no se ha hecho a si misma —«telle que je suis, Dieu I'a voulu; et je vous aimes-.* Este amor no tendré nada que ver con ef resto de su vida, ni con su pasado, pues «je suis née pour vous aimer».t* El amor es un «regalo del cielo», la magia més intensa con la que puede la tierra atraer y cautivar cuando es hermosa: «|Mi corazén te pertenece para toda la vida! jEterna- ‘Dios ha querido que sea como soy; y yo a usted fo amo.» ‘ae nacido para amarlo.= mente, eternamente, bello objeto, lo embrujarés y lo poseeris» EI hechizo la saca de si misma. {Qué felicidad saberse liberado de uno mismo! «Sabias que mi corazén esté herido de felicidad al verse ast libera- do de sus cadenas?» Rahel habia intentado disfrutar del mundo, y considerado el placer como una prueba mas de la distancia que la separaba de él Hace tiempo que ha olvidado que todo se repetia No ha podido mantener as distancias, eso es todo, y ha llevado el placer hasta el encantamiento abso- tuto. «Dios ha puesto en mi alma lo que la naturale- 2a y las circunstancias le han negado ami rostro. Lo sabia, pero lo que hasta hoy no sabia es que Dios me concederia la indecible felicidad, la mas completa, la mas grande, de poder ensefiar esta al- ma.» Asi, en lugar de su feo destino, lo que ahora quiere ensefiar es el alma. Pero, zquién es ella si olvida su vida? ;Qué otra cosa podria ensefar co- ‘mo no sea que no es guapa, que es una shlemihl? A qué viene tanto presumir® Su alma fue bastante maltratada y mutilada en su juventud, y un alma rmutilada no es algo agradable a la vista. ;No ha entendido todavia que lo que la vida no tiene en cuenta es, precisamente, el alma, que la realidad de la vida y la muerte es més importante que los recovecos del almat Urquijo no tardaré en desbaratarle los proyectos. Eno quiere saber nada de su alma. Si él mismo ya tiene una, ypara qué cargar con otra? Tampoco le gusta ese amor desmedido y sin limite. Al margen de todo lo demés, no conviene a una mujer querer al hombre mucho mis de lo que el hombre la quie- re a ella, «ifs cierto que adn te hace feliz que te Auiera® ..Oh, perdoname que te hable siempre de lo mismo. Con gusto me impondrfa la obligacion de no mostrarte mi amor, no quiero que se vuelva w | | 128 tuna carga para ti, pero, si me quieres, demuéstra- melo, si te lo pido es porque lo necesito.» Es ob que Urquijo no tiene la menor intencién de con- vertirse en su refugio. ‘Ademés, junto a ella nunca se siente seguro. Cuanto menos comprende las cartas en las que Ra hel le implora un amor que él no conoce y que, con toda seguridad, no esta dispuesto a dar, mas celoso se pone. Urquijo convierte su vida en tn in fierno, y ella repite el viejo error: lo introduce en stu circulo de amistades, que no saben hacer otra cosa que burlarse de él. Pues s6lo ella es sensible al em- brujo. Entre sus amigos, Urquijo pierde toda sensa- cin de seguridad, y no sin raz6n, igual que una vez Finckenstein, y tiene celos. Tiene todos los pre- juicios espafioles, y sin duda piensa que Rahel tie- rhe un lio con todos los hombres que la visitan. To- do vuelve a fracasar por el hecho fortuito de que Urquijo sea como es. Y, como pese a todo, ella in- siste, puesto que no quiere abandonarlo como cejemplar defectuoso de la especie «hombre guapo>, se resigna de nuevo al azar, que a ella, la inclasifi- cada e inclasificable, puede sorprenderla desde to- das las direcciones. «jAh! {Por qué habré tenido que ser él quien me embrujarat» Cuando Urquijo se pone celoso, Rahel se da cuenta de que é! no es sélo un «bello objeto», sino tun hombre de care y hueso. Entonces sf se siente amada, s6lo entonces comienza la historia de amor. Una vez mas, Urquijo se vuelve fruto del azar, igual que Finckenstein, con el que «se dejé llevar por el azar cuando habria podida calcularlo. todo». Una vez mas, «el amor tiene mas importan- cia que su objetor. «Nos dejamos llevar por el ‘amor, bueno 0 malo, como por un mar, y la suerte, las fuerzas 0 la nataci6n nos llevan hasta la otra ori Ila, o el mar nos traga como si fuéramos de su pro- piedad. Por eso dice Goethe: "El que confia en el amor, ;pide consejo a la vidat”» Al avanzar la rela- cién, Urquijo parecer, cada vez més, el doble de Finckenstein: tampoco él quiere su amor, también éla rechaza, una vez mas se siente rechazada. «Ma plus sainte volonté est repoussée, foulée! ...et le premier besoin de mon coeur m’est refusé.»* Y otra vez él es tan «inocente como el hacha que corta la cabeza de un gran hombres, bien que, dentro de la, relacién, se vuelve més culpable. Urquijo no es tan correcto ni tan educado como Finckenstein; es un ‘mentiroso que se abre camino en el mundo a fuer- za de engafios, acostumbrado a que lo desprecien; un ecanalla y un cobardes, que afios después de la ruptura se acuerda de repente de ella cada vez que necesita dinero. Rahel no se percata de esta diferencia, Lo que le ‘ocurre desdibuja tanto a las personas que de algu- na manera éstas parecen existir solamente para in- terpretar su papel y hacer mutis. Lo que ocurre le impone al individuo su papel con tal fuerza que ya no tiene ocasin de ensefar sus diferencias. Este pasar por alto las diferencias individuales no se lo Feprocha solamente Humboldt, para quien no es otra cosa que falta de criterio. Gentz, cuando se entera del amorio con Urquijo, totalmente incom- prensible para él, escribe: «Me temo que Humboldt volverd a enloquecer de triunfo. iQué alimento pa- ra el odio que siente por la pequefial» La eleccién de Rahel parece una prueba innegable de todo lo que ella tiene de insoportable. Rahel no se defien- de; se limita a describirle a Gentz su amor, no su objeto. «Su amor», le contesta él, «me parecié en- cantador, magico, divino... pero entre ese amor y el objeto del mismo percibr... un abismo insondable. Siempre habia juzgado a Urquijo con benevolen- + siMi mas santa voluntad es rechazada, despreciadal jy enegada la mayor necesidad de mi corazén's 130 cia, pues no me parecié poser ninguna profundi- dad especial, me dio la impresién de que se dejaba deslizar por el tobogén de la vida... contento y con. una actitud totalmente inofensiva y satisfecha. Pero, een todo lo que tuve ocasién de ver y de saber de él, no encontré nunca un solo punto que me permitie ra siquiera sospechar que era un hombre capaz de encender en usted una pasién. Para ser breve: la estupefaccién més profunda me dejé sin habla. Urquijo me parecié un tipo de lo mas normal. Aho- ra bien, es cierto que yo no soy tan inferior a lo ‘normal como para pensar que solo hay que amar lo extraordinario; pero me dije que, si la profundidad del alma no aclaraba la cosa, deba dg emanar del objeto amado un soplo de voluptuosidad -el mis- ‘mo que, sin duda alguna, exhala Christel, la mujer que, en el fondo, usted nunca me perdoné.» Gentz habria debido admitir, al menos, que era tan inca- paz de comprender que justamente Urquijo ejerza sobre ella un «encanto irresistible» como Rahel de aceptar que 6! no consiga resistirse a la actriz Chris- tel Eigensatz, su relacién de entonces en Berlin, Lo innegable es que Gentz no se dejar engafiar jamas por los limites de una relacién como ésa, ni se de- jard, por ella, «arrastrar por el sufrimiento» o «des- trozar hasta la transparencia»; en cada momento sabra lo que vale la relacién. Pretender imitarlo fue tuna grave insensatez de Rahel. Lo desmedido de su pasion es, para Gentz, el «fenémeno paradéjico, inexplicable». «Regalar el corazén y la vida» aun objeto indigno es prueba de mal gusto, y una ofen- sa al legitimo deseo de dignidad y seguridad. Rahel tiene una provocadora falta de gracia, Hace mucho que Rahel sabe que no tiene «ni pizca de gracia; ni siquiera la que me permitiria comprender la causa». La causa hay que buscarla ena falta de una posicion en el mundo, en su con- dicién de excluida, cuyo motivo no comprende = | | muy bien. En que ella, si quiere vivir, ha de expo- nerse al azar, algo que percibe claramente pero que los demas no entienden; en que esta desorientada y no tiene posibilidad de escoger. En la desmesura con la que todo la afecta porque no sabe qué opo- nerle. «Tengo que dejar que todo me caiga encima ‘como en una tormenta, y sin paraguas.» 3De qué le sirve que nadie sepa tanto de tormentas, que nadie ensefie con tanta claridad qué es la tormenta, como. aquel que, por casualidad, no tiene paraguas y se cla hasta los huesos? ;Cémo puede ser prudente y conservar la sangre fifa el que ve que todo aquello de lo que se protegen los demés lo golpea brutal mente, y sin contar con la menor proteccién? La falta de gracia no se debe a que Rahel se dejé hechizar por Urquijo. e:Por qué no estar fuera de si? Hay en la vida hermosos paréntesis que no nos pertenecen, ni a nosotros ni a los demas. Digo que son hermosos porque nos dan una libertad que na- die en su sano juicio nos concederia, ni tampoco nosotros concederiamos a nadie.» La cosa se pone fea y desagradable cuando comienza a apegarse al objeto bello», cuando del embrujo nace una hi toria de amor, cuando, aun hechizada, se enfrenta otra vez al hecho de amar y ser amada y olvida por completo con quién tiene que vérselas. «También Urquijo podria haberme sido fiel si hubiera querido», cescribe en su diario después del ultimo encuentro con Finckenstein. Fea y desagradable cuando insis- te en apurar una vez més la copa de esa experien- cla ~eser sorprendidas—, cuando es ella la que, al precio de su dignidad, se niega a renunciar alo peor: porque en todo, incluso en lo peor, incluso en la ‘mentira, se revela todavia de lo que son capaces el amor y el azar cuando logran que un ser se arroje en brazos de otto. «Fue un largo asesinato.» Duré dos afios; los ce- los de Urquijo parecfan brotar de una gran pasién. nr Sin embargo, ninguno de los dos se interesaba por el otro come persona. «Je aime mais je ne Vestime ppas.»,* le repetfa Urquijo hasta el cansancio, como. si le hubiera quitado las palabras de la boca, sélo que, en boca de Rahel, también habrian carrespon- dido a la realidad. Era realmente absurdo que Ur- quijo le dijera que no podia estimarla; el espanol tenia ideas muy fijas sobre la mujer en general, de sus deberes, de la sumisién al hombre. Rahel debio de parecerle una especie de diablo, un «monstre», De su vida, que conocié por lo que ella misma le cont6, no podia inferir mas que su inocencia: sin duda habfa que tratarla de esa manera, pues en el fondo Finckenstein no se habia comportado de un modo muy diferente. Urquijo advierte Mucho antes que ella este paralelismo, producto de una solidari- dad ingenua entre los hombres, que a él le parece natural, contra toda especie de monstres: «Que veux-tu, Finck ta déja taitée comme cela, cela ne dit pas étre nouveau pour toi.»** Para él, lo peor es no poder quitarsela de enci- ma. Rahel ya no quiere aceptar lo que le dan, ni se- “guir pasando por alto lo que le quitan; esté a punto me de estallar de rebelién y de angustia: «Mais je te demande en grace, trompes-moi un peu! Il me le faut. Nommes-moi “vous” dans ton 4me, mais que ne Je trouve plus dans tes billets.x*** Rahel ya no quiere la verdad, y, sobre todo, ya no quiere ser la excepcién. Antes prefiere la mentira, renunciar a todos los seres queridos, a estar sola otra vez, de- sencantada y rechazada. Hace tiempo que sabe 4 -cTe amo, pero note apreci.» (det) “Qué quieres, Finck ya te uaté as, esto no debe de ser tuna novedad para ts (N del) “Pero te lo pido por favor, jenginame un poco! Lo nace sito, Trtame de “usted” ent alma, pero no quiero volt aver- oven tusbilletes« (Nd) ee I | quién es y quién no es Urquijo. Y si no lo supiera, las cartas de Gentz, los juicios de los amigos, no le dejan lugar a dudas. Tampoco reclama nada de su amor, ella es la nica responsable de la «peor baje- za de mi vida». «Tu n’as rien fat; fest arrivée une chose,* le confirma expresamente. «Toda la culpa es mfa, y cargaré con ella de buen grado.» Esto es lo que dice al principio, pero mas tarde no puede asumir la responsabilidad porque, al final, no pue~ de querer su propia desesperacién: porque se ha rendido a la magia, porque se ha sometido ciega- mente, porque su vida anterior y todo lo que habia aprendido la han abandonado, como si nunca hu- biera existido nadie més que Urquijo. Rahel su- cumbi6 realmente a Urquijo, como si hubiera sido la misma que era antes de conocer a Finckenstein. Y es0 es falso, Tiene més afios que entonces, y aunque todo pueda olvidarse, el tiempo se instala fen nosotros ytado cambia. El tiempo mismo prohibe quedarse en una vaga naturalidad. Rahel ha enve- jecido; lo que le ocurre, «le ocurre para siempre», sencillamente porque no queda tiempo para otra cosa. Con Finckenstein, s6lo en la desesperacién comprendis el caracter definitivo de las experien- cias; ahora las ve venir, y tiene miedo, cosa que an- tes no tenfa. Ya no provoca la ruptura; antes bien, trata de aplazarla todo lo que puede. Dos afios an- tes de la separacisn escribe: «Je veux me soumettre 2 tout; mais je ne veux pas anticiper la mort. Ne me faites pas mourir avant le temps.o** eMenti, La mentira més bella, la de una auténti- ca gran pasion.» ;Por qué no ha de estar permitida luna mentira asf cuando se trata de amar y ser ama- da, cuando no es posible amar y ser amada de otra +14 no has hecho nada; te he ocurido algo.» + cEstoydispuesta a someterme a todo; pero no quiero anti- ipa a muerte. No me hagas morir antes de tempo.» na mu manera? No hay suficiente verdad en la pasién, y fen su historia, para poder soportar la pequetia y despreciable mentira que un ser pequeno y despre- lable inventa por ella? Qué quiere decir digni- dad, qué quiere decir buen gusto? ;Acaso no re- funci6 también Gentz a su dignidad cuando prefirié la realidad, a cualquier precio? 2¥ no min- tig Rahel ya una vez, cuando amé a Finckenstein con esfuerzo, y la manera més noble y bella de mentir?s «Pero se trataba del valor, de la posibilidad de mi existencia.» Esta vez no podia mentir; nunca se de- 6 devorar por Finckenstein, con él sf se trataba s6- lode amar y ser amada. Ahora de lo que se trata es de liberarse de sf misma. Si uno tiesfe derecho a deshacerse de si mismo, ha de hacerlo sin ment ras, sin regalarse nunca 2 un objeto indigno; de lo ccontrario, habria preferido darle a Gentz «el poqui- to» y enviar xa Urquijo al diablo» (Gentz). Pero, como no lo hizo, es evidente que no renuncié del todo a ser el sostén de lo que ocutre, signo, ejem- plo. No dio testimonio -ni puede renunciar a ha- cerlo— por voluntad propia. Esta vez miente para ‘escapar de todo eso: «Ment, si, para concederle tuna prérroga a mi vida. Ment; no pronuncié las exigencias de mi corazén, los derechos de mi per- sona, para no escuchar el “no” asesino; me dejé as- fixiar; no queria dejarme apufalar: miserable co- bardia; queria, desdichada de mi, proteger la vida del corazén; me mostraba, me ocultaba, torcia y torcia y torcia.» Rahel miente para prolongar la vi- dda, como si la vida no continuara aunque ella no haga nada. Quiere dejarse devorar, pero se reserva todavia algunas cexigencias del coraz6n», y los «de techos de su persona», los calla. Esa es su mentira Nadie se deshace de s{ mismo. Cuando, al final, tratada como un trapo, puse ‘mi corazén sobre el pavés y exigi, espada en mano, el ouf con todas las letras, en la carta, entonces se termind de verdad. Mi alma ya lo sabia... Mientras le escribia, me rend: a la desesperacién, que ain no conocta; nadie la conoce, ni aella ni ala muer- te.» Por fin se da cuenta de que tiene que provocar el no; que Urquijo, después de tratarla asi, ya no es tn ebello objetos; que no ha tenido en cuenta pa- ra nada lo que ella al principio querta de él; que su comportamiento era mas paderoso que la ansiedad por liberarse de sf misma; que la desesperacién era parte de esa historia igual que la muerte es parte de la vida. La muerte: frente a la cual ninguna mentira sirve de nada, a ella no podemos decirle eno, no quiero». La desesperacién y la muerte: «Quien no les teme, no sabe lo que es no saber. Sin embargo, fa veces hay que elegirlas a las dos.» El que ya no puede elegir la muerte se priva indtilmente de su propia libertad de poder morir, se convierte en me- ra criatura a la que al final también se fa lleva la muerte. El que no puede escoger la desesperacion, desespera igual. La mentira y la inconsciencia no traen mas que la indecible humillacion de no hacer conscientemente lo que de una manera u otra se realiza en nosotros. «Creo que si el Gobernador de este mundo hubiera querido un solo ejemplo de un amor asi, con todas sus vueltas y todas sus posibili- dades, con toda su fuerza, su autenticidad y su pu- reza, unidas al mas alto grado de conciencia de sf mismo, y en consecuencia a la maxima capacidad de sufrimiento ~cuando el alma entera, como talla- da en facetas, devolverfa el reflejo de cada dolor— hhabria sido suficiente conmigo.» «eLas cosas mas oscuras y todo lo que hemos lef- do se verifican en nosotros como los dichos mas illados.» Rahel no es un ejemplo de fo especial, de lo extraordinario o marcado por alguna peculia- ridad, sino de «lo trillado», tanto de lo oscuro co- mo de lo claro, de lo que afecta e interesa a todos 135 16 pero que cada uno vive en un aislamiento tal que se siente facilmente tentado a considerarlo algo es- pecial y a esconderlo como un secreto, Rahel es un ejemplo de amor en su forma més banal, un ejem- plo de azar en su forma més caprichosa. Un ejem- plo viviente de todo lo que esos dichos afirman de la vida en general. Su amor por Urquijo es el «nau- fragion, la ederrota» que todo el mundo conoce y siente de vez en cuando, peto que no persigue a to- dos por igual hasta el amargo final, hasta la ultima consecuencia comprendida en el hecho mismo. Solo en la ultima y consecuente desesperacién se comprende con claridad qué significa naufragio, ‘qué significa derrota. El haberse convertido en ejemplo es el resumen que ella misma hace de es- ta situacién, que mas de una vez adquiere visos de ridiculo: «Qué crimen he cometido para que me vayan pasando de mano en mano hasta que la Dio- sa misma me sosiegue convirtiéndome en piedra?» «Soy tan Gnica como el mayor fenémeno de esta tierra.» No porque sea excepcional por naturaleza, sino porque la vida ha querido hacer un ejemplo de su persona. Por eso, eni el mas grande de los ar- tistas,filésofos o poetas esta por encima de mi. Es tamos hechos del mismo elemento, tenemos la misma categoria, somos tal para cual... A mi, en cambio, se me asigné la vida; y permaneci en el germen hasta que lleg6 mi siglo, y por fuera estoy toda cubierta de tierra, por eso lo digo yo misma.» Cuando Finckenstein la dej6, ella querfa ser un sig- no en el mundo, la portavoz de la seterna justicias. Pero el mundo no la reconocid, la vida se ocupé de. sacarla de ese estado de pettificacién y la obligé a seguir viviendo. «Por fuera toda cubierta de tierra», ‘no encontré un lenguaje para decirle al mundo 10 que le habia ocurrido. Y puesto que el mundo tam- poco lo confirms, dia a dra lo ocurrido fue hacién- dose menos real. Y todo empez6 de nuevo. Sin em- baargo, ahora «el cfrculo se ha cerrado», y lo més probable es que Rahel fuera «dando salto, eterna- mente, de infierno en infierno» si no existiera un fieno natural, un limite a la vitalidad, y, claro ests, {os afts; «si espirtu primordial no impidiera que mi naturaleza se desintegre». A partir de ahora, na- da se repetié tan facilmente; ahora s6lo debe bus- car que «una imagen defina la existencia» que, en si misma, no es suficiente: no hay una pizarra en la que la vida se escriba sola. La conciencia, y la co- municacién, forman parte del «ser ejemplar» por- que sélo «tiene un destino todo aquel que sabe qué destino tienes, y puede contarlo £Y yo pienso que soy uno de esos objetos que la hhumanidad pare y después ya no necesita ni puede peritirse», porque para muestra basta un ejemplo, siempre y cuando sea claro y sin complicaciones. Rahel tendria que haber renunciado a su cardcter ‘inico si hubiera ureflexionado correctamentes sobre su vida y dado a Gentz eel poquito». A cambio, po- dria haberse ganado el derecho de ser, junto a él, algo totalmente Gnico, una especie de ser perfecto, como el que debié de concebir el Romanticismo con su ideal del andrdgino, la esencia de la huma- nidad en uno de sus ejemplares. Pero, ante un pro- yecto tan inhumano, os dos habrian perdido todo contacto con la realidad, se habrian aislado, por un camino abstruso e ins6lito, de todo destino huma- no normal. Ninguno de los dos quiso que asf fuera. Ninguno de los dos pudo olvidar nunca esa posibi- lidad, y jamas pudieron perdonarse mutuamente no haber sido felices juntos. Los esfuerzos de Gentz por olvidar a Rahel nunca dieron resultado. El fue al ciinico que, es cierto, me olvidd -yo se lo predi- je mil veces~ y que, sin embargo, no puede olvi- darme, porque yo he realizado, mejor dicho, yo creé, uno de sus ideales morales». Ella sigue siendo €l precio que él ha tenido que pagar por la reali- a 18 dad. Gentz ni siquiera puede perdonarle que no se lo impidiera. En 1810, ocho afios después de la se- paracién, escribe:

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