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Daniel Medvedov

A pie hacia la Moraleja


MADRID
Reflexiones sobre el hacinamiento
humano en la ciudad moderna

Madrid
2010
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Dedicatoria

A Akira Kurosawa, con ocasión de los


100 años de su nacimiento


Nota

En RASHOMON (1950), película que


ganó un León de oro en Venecia, uno de
los protagonistas cuenta que “un
demonio quiso vivir entre los humanos
para observar cómo eran, y volvió al
infierno demasiado asustado . . .”

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El hombre moderno está hacinado en
las ciudades como en una cárcel de oro,
con barrotes invisibles. Si no tiene coche
no puede salir de ella, está atado a los
autobuses, a los trenes de cercanía, a la
autopista. Está encerrado en su propia
ratonera.
Hace unos días he querido ver si soy
capaz de ir de la plaza de Castilla, en
Madrid, a la Moraleja, unos 17 Km.
“más abajo”, donde trabajo, enseñando
Tai Chi Yao 384, en Holmes Place
Health Club, de Diversia, a pie. Son
como unos 17 kilómetros, casi nada.
Me levanto con ánimo en la mañana,
y luego de servir el desayuno a mis dos
niñas, me largo a pie rumbo a la
Moraleja.

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“¿Con quién vamos?” – grita el capitán
de un barco, al salir del puerto.
“¡Con Dios y la Virgen!” – gritan los
marineros y el bajel zarpa, sin mirar
para atrás . . .
Yo digo que la Virgen y Dios es uno
lo mismo, no son distintos, pero, ¿Qué
más da? . . .
¡Ay de mí! . . . Nada de aceras, había
que pasar arroyos y depresiones,
montículos y barrancos, autovías y
puentes, ¡parecía el infierno mismo!
Por supuesto que algún arrimado ha
llamado a la policía viendo un loco
transitando por los campos de alrededor
y acto seguido, dos motorizados me
paran y me estiran una multa,
dejándome ir, con las consabidas
averiguaciones.

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Me amenazaron que la próxima vez la
multa será mayor . . . Tenían toda la
razón . . .

Pero yo me he largado a mi aire, y


por mar y aire, llego al gimnasio, una
hora y media después. Los alumnos me
esperaban, tampoco era muy tarde, pero
como son gente fina, no quisieron hacer
la clase, pues no les gusta esperar. Los
he mirado con cierta condescendencia:
gente de Madrid, ¡qué voy a hacer!
Mientras llegaba, me imaginaba a
mi mismo por el Camino de Santiago, y
me di cuenta que las peregrinaciones
turísticas sin sentido son un
despropósito. ¡Más me valían a mi los
17 kilómetros de Madrid a la Moraleja,
que los 900 kilómetros desde
Roncesvalles hasta Santiago de

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Compostela!

Resulta que hoy, en esta pobre


sociedad citadina nuestra, se nos es
prohibido caminar de un sitio a otro sin
coche, sin bus, sin tren, sin avión. Ya
pronto viajaremos en naves espaciales
privadas, hasta el trabajo.
Te controlan hasta los cojones,
desde el pago de la luz, pasando por el
recibo del agua, y el Imagenio de
Telefónica, sin hablar del Facebook y
del correo electrónico!
Hace poco, un cabrón de
Inglaterra me robó el gmail público de
SCRIBD y empezó a mandar cartas a
todos mis amigos, pidiendo dinero en mi
nombre. Algunos de ellos, hipócritas, se
las dieron que no se daban cuenta que
era un spam y me llamaron por teléfono

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diciéndome: Oye, Daniel, ¿estás en
Escocia, o qué? ¿Necesitas dinero para
regresar?
¡No, noo, no necesito nada, amigo, es un
SCAM, un Spam, un robo de identidad,
pues el texto de la carta era tan
impersonal que todos los comemierda
del mundo se darían cuenta de ello.
No me he sentido mal, pero la
actitud de los congéneres me ha dejado
algo atónito.
Mientras caminaba hacia la
Moraleja, entre valles y coches, me veía
a mi mismo por el camino de KISO, en
Japón, donde sí he hecho el peregrinaje
a los Templos Zen de la zona de Kyoto,
con mi excelso amigo William Scott
Wilson, en el invierno del 2006. Ni hay
comparación entre esto y la Moraleja,
en el buen sentido de la palabra.

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Pasará mucho tiempo hasta que los
jóvenes se percaten del control férreo
que ejerce un puñado de mequetrefes en
nuestras vidas privadas.
Pero, bueno, ahí vamos, espantando
las moscas como el barón de
Munchausen, y dejando nuestras
monturas en la torre de la iglesia.
Hay unos lamas tibetanos que poseen
el carisma de viajar por los desiertos del
Tibet grandes distancias, a grandes
velocidades, caminando pero casi
deslizándose, a gran velocidad. He visto
algunos . . . Yo también tengo la suerte
de haber recibido como regalo no
merecido, el carisma de viajar rápido
por mis propios pies. Pero no me ha
servido de nada en Madrid, aunque
practico cada día, junto con mi niña, el
caminar hasta Arturo Soria a pie, por

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supuesto, desde el estadio Bernabeu.
Las comodidades del viajar no son
buenas para los niños. La sed y el dolor
muscular de las piernas, la respiración
controlada y el dolor del bazo, sin
embargo, son una bendición.
Así deberíamos educar a los
chiquillos, a joderse desde pequeños,
para no ser unos pobres inútiles, como
la mayoría de los jóvenes de la ciudad
moderna.
Mis reflexiones sobre la ciudad
moderna me llevan hacia una actitud
crítica de la electricidad, de la
comunicación vial, del hacinamiento
elegante y del control de las autoridades
para con el gran público, cuya mayoría
son gente buena y discreta, elegante y
atenta. Pero los tratan como a
delincuentes, no dejo de verlo. ¿Qué hay
que hacer??Qué solución darle a este

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problema?

Pues, qué digo, nada hay que hacer.


La solución es apretarse los cinturones y
tratar de ser menos dependientes de las
comodidades de la ciudad . . .
Cuantos menos necesidades y menos
obligaciones para con la ciudad, mejor.
Y el resto, ¡sálvense quien pueda!
Tampoco es la solución de oro el
retirarse a la montaña . . . Ahora
entiendo al pobre diablo de
RASHOMON que al devolverse al quinto
infierno, gritó despavorido:

¡Mamma mía!


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