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Nadie lee el instructivo. Por lo general se procede rápidamente a usar el objeto.

Lo que no se toma en cuenta es que el aparente aburrimiento informativo que


un manual de operación del usuario brinda sobre los usos y cuidados de un
aparato, transforma el uso de éste en una experiencia completa y tranquila de
utilizarlo. Además que tras terminar de leer las páginas llenas de letras, la
impaciencia es tal, que usar finalmente el producto es, además, aderezado por
una cierta sensación de logro.

Para cierta clase de análisis del diseño, hubo que hacerse la biografía del
Palacio de Bellas Artes; tras dibujar una y otra vez las fachadas, leer sobre su
hundimiento e informarse cuanto es posible a distancia sobre tal edificio, llegó
el momento en que al estar finalmente en dicho palacio, el discurso del guía de
visita parece un tanto austero. Pero sucede al mismo tiempo un efecto que sólo
se consigue gracias al fanatismo por su estudio. Y es que el hecho de estudiar
desde lejos edificios importantes para la historia de la Arquitectura tiene
ópticas extrañas. En el transcurso de la carrera parece un tanto lamentable
tener que ver colores, texturas y escalas sólo en foto. Se llega incluso a decir,
Pani es muy bueno, Norten es magnífico, Gerry es malo, sin saber hasta qué
grado se simpatiza o no en realidad, con el fotógrafo de la publicación que
hayamos visto. Se observa la arquitectura según el presupuesto de la editorial.
O la profundidad del investigador biográfico.

Los primeros semestres se escucha sobre el ícono de la arquitectura mexicana,


el creador del minimalismo mexicano. Después, se empiezan a ver en algunos
diseños muros color rosa, amarillos, azules en
tonos bastante vivos. Cuando se comienzan a
poner ollas en los patios, el camino está
tomado, se es fuertemente influido por Luis
Barragán. Ya en semestres más ancianos, se
empieza a querer conseguir una configuración
espacial que no revele a primera vista todos los
espacios que encierran los muros colindantes.
Y cuando <como en mi caso> hasta entonces
se tiene la oportunidad de sacar una cita e ir a
su casa, la experiencia es de verdad emocionante. En un pequeño porcentaje,
es la sensación que todo bien patrimonial brinda; saber que se está en el lugar
donde vivió alguien, donde sucedió algo. Y entonces dan paso al recibidor, que
aisla con una densa luz amarillo ambar el espacio interior del exterior, y que
hace pensar que lo que sigue es aún mejor. Se abre la puerta y el remate
visual es un muro rosa que contrasta con un el amarillo desde el que se le
observa. Pero el piso, sin el menor ajuste, perfectamente modulado y un techo
sin socket para foco ni mucho menos, un inmaculado continente. Así comienza
un místico recorrido lleno de perspectivas. En los planos se ve que el muro
cierra el flujo, estando ahí es fácil ver cómo el grupo que visita suelta una
exhalación al respirar la atmósfera rosa del hall, iluminada por una gran
ventana y combinada con amarillo al pasar por un cuadro de Matías Goeritz
hecho específicamente para ese cubo de luz. 5 puertas y una escalera por las
que sin saberlo; porque de verdad no se sabe, pueden conducir a toda la casa,
o a un solo espacio. Es totalmente distinta la percepción supuesta de un
espacio al ver un plano, al ver incluso la mejor de las fotos o el mejor de los
videos. Hay, definitivamente algo en la arquitectura que es más que sólo
contenido y continente, no es sólo pintura y textura. Es como la diferencia
entre oír el mejor de los discos o presenciar el mejor de los conciertos. La
sensación es exactamente la misma. La correlación entre colores, luz,
temperatura, materiales, olores, proporciones y texturas estimulan de manera
muy distinta a los sentidos. Distinto a observar un cuadro, a ver una escultura.
En la casa Barragán se puede entender que la arquitectura es un arte que no
sólo se contempla, sino que se vive.

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