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Articulos ric Vai Yo Director Asociado del Center for U.S.-Mexican Seudies, University of California, San Diego. Entre sus, publicaciones més recientes destacan Mexican Regions: Comparative Histary and Development, Center for US.-Mexican Studies, University of California San Diego, San Diego, 1992; The Orher Rebellion: Popn- lar Violence, Ideology, and the Mexican Struggle for Independence, 1810-1821, Stanford University Press, Stanford, 2001; “Material Life in che Colonial Latin American Countryside” en Louisa S. Hoberman y Susan M, Socolow (coords.), Rural Society in Colonial Latin America, University of New Mexico Press, Albuquerque, 1996; “Dreamscape with Figures and Fences: Culeural Contention and Discourse in the Late Colonial Mexican Countryside” en Serge Gruzinski y Nathan Wachtel (coords.), Le Nowsean Mon- de-Mondes Nowseans: Llexperionce americaine, Ediciones de la EHESS, Paris, 1994; "The New Cultural His- tory Comes co Old Mexico”, Hispanic American Historical Review, atin. 79, 1999; “The Native Ameti- cans of Western Mexico from the Conquest to the Present’, capitulo del volumen sobre Mesoamérica coordinado por R. E. W. Adams y Murdo J. MacLeod, The Cambridge History of the Native Peoples of the Americas, Cambridge University Press, Nueva York, 2000. v Resumen Abstract Este articulo intenta encontrar puntos de acer- | The article attempts to find common points camiento y hallazgos comunes en los tres | of approach and findings among the three articulos que se comentan en esta introduc- articles being introduced, rather than syn- cién, més que sintetizarlos. Se han idencifi- | thesizing them. Three themes are singled out cado tres temas para esta discusién: los pa- | for this discussion: the patients of La Casta- ciences de La Castafieda como subalternos; la fieda as subalterns; the history of La Castafie- historia de La Castafieda como un proyecto | da as a self-conscious modernization project; ambicioso de modernizacién y la relacién | and the relationship of insticutional psychi- entre la psiquiatria institucional y el Estado atry to the Mexican State, both before and mexicano, ambos antes y después de la revo- | after che Revolution of 1910. While the his- lucién de 1910. Mientras que la historia del tory of the Manicomio General tells us much Manicomio General nos dice mucho sobre | about ideas of modernization in México and las ideas de modernizacién en México y las | of che successful and unsuccessful interven invervenciones exitosas y no exitosas del Es- | tions of the Mexican Scate in medical prac- tado mexicano en la practica médica y la psi- | tice and psychiatry, it is more difficult to quiatria, es més dificil distinguir vendencias , discern trends in cultural history ehrough en la historia culeural, a través de los expe- | the record of psychiatric patients and the dientes de los pacientes psiquiétricos y el | treatment of the mad. Beyond this, there are tratamiento del enfermo. Mis allé de eso | definite and somewhat frustrating limits to existen limites definitivos y fruscrantes para | illuminating wich such studies the internal echar luz, por medio de estudios de este tipo, | world of the mentally afflicted and the cul- sobre el mundo interno de los pacientes y so- | cural meaning of their behavior within Me- bre el significado cultural de su comporta- | xican society. miento dentro de la sociedad mexicana. Palabras clave: Key words: Subalternos, modernizacién, historia Subalterns, modernization, cultural history, cultural, revolucién, psiquiatrfa. revolution, psychiatry. Estudio introductorio Ascenso y cafda de una loca utopia Eric Van Young a Castafieda, el famoso hospital I psiquidtrico de la ciudad de Mé- rxico (0 Manicomio General, como se Iamaba oficialmente), fue inaugu- rado en la vispera misma de la épica revolucién de 1910 como uno de los grandes ejemplos del orden y progreso del porfiriato. Fue clausurado sélo has- ta 1968, afio de otra convulsién en la vida ptiblica mexicana (el de los acon- tecimientos de Tlatelolco), en el que empez6 {a interrumpida y atin incom- pleta desintegracién del régimen pues- to en el poder por la misma revolucién cuyo comienzo coincidié casi exacta- mente con la fundacién del Manico- mio General. Por ende, la vida de esa institucién cranscurrié de manera con- currence con la de Ja revolucién mexi- cana y su prolongada secuela, trazando asf un irénico puente entre el antiguo régimen y el régimen revolucionario. Sin embargo, la ironia puede asumir muchas formas, y en este caso hay un dejo de ironia no sélo en la concurren- cia de las cronologias del manicomio y de la revolucién, sino también en un nivel histérico mas profundo. La his- toria de La Castafieda representa una cierta visin estatista compartida por los regimenes pre y posrevoluciona- rios, que es s6lo uno de varios hilos de continuidad a través de Jo que hemos ‘Secuencia, nueva época [14] solido considerar el enorme cisma so- cial, cultural y politico de 1910-1920. El Manicomio General, un proyecto modernizador que en cierto sentido era arcaico desde el principio, comparte ciertas caracteristicas genéricas —tama- io, costo, retérica progresisca para jus- tificar su concepcién, y descuido en lo cocante a los detalles, las fuentes de apo- yoa largo plazo y la realidad social— de otros proyectos porfirianos cardios, como la monumental arquitectura publica, las grandes celebraciones pti- blicas, el mejoramiento de la infraes- cructura a escala nacional y otras for- mas de ingenieria social." En lo que toca al régimen postevolucionario, re- sulta tentador ver una relacién tipol6- gica (si no es que genealdgica) entre la construccién de la grandiosa institu- cién psiquidtrica y algunas otras obras ambiciosas del Estado mexicano, como, por ejemplo, los proyectos niléticos de las cuencas’ riberefias (Tepalcatepec, Papaloapan, Mayo-Yaqui, etc.) que se emprendieron en México a partir de Ios afios veinte. Después de todo, des- 1 Gran parce de mis reflexiones sobre La Cas- tafieda como una proyeccién del poder del Esta- do, y de un momento cultural especifico en la historia de México, han sido inspiradas por el su- gerente libro de Scott, Seeing, 1998. num. 51, sept.-dic. 2001 de cierto punto de vista, no hay canta diferencia entre restringir, eratar y dar asilo a los perturbados mentales en nombre de los principios humanos y del bien piblico, y restringir, canalizar y redirigir vastas cantidades de agua por mor del progreso, la prosperidad y el mismo bien publico. Ambos pro- yectos parecen orientados por una es- pecie de impulso fara6nico (hidrauli- cismo, podriamos Ilamarlo) por parte del Estado.? Los tres fascinantes ensayos sobre la historia del Manicomio General de la ciudad de México que se publican en este naimeto de Secuencia son prueba de cudn sugestiva puede ser la historia de la psiquiatria y la locura para iluminar no s6lo las relaciones entre los indivi duos y el Estado sino también, en el sentido més amplio, la historia culeu- ral de un orden social dado. Después de todo, ¢qué podria mostrar mejor el sistema bésico -y a veces encubierto— de creencias y valores de una sociedad que las distinciones pablicamente ar- ticuladas encre lo sano y Io insano, lo normal y lo anormal, lo enfermo y lo bueno, lo funcional y lo disfuncional, lo incluido y lo excluido y las cons- erucciones sociales de la realidad y la irrealidad? Ademéé, como subgénero 2 Uno de los grandes proyectos fluviales del ‘México posrevolucionario; véase Barkin y Timo- thy, Regional, 1970; y en cuanto a algunos de sus antecedentes prerrevolucionarios en politicas de agua, que vuelven a indicar cierta continuidad, Kroeber, Man, 1983. El producto politico de la relacién entre la irtigacién en gran escala y las formas cada vez mas coetcitivas de la organiza ci6n del Estado, que é1 bautiz6 como “sociedad hidréulica” esté tomado, por supuesto, de Witt- fogel, Oriental, 1957. 12 hist6rico, el estudio de la psiquiacria y Ia locura’ se encuentra en una intere- sante interseccién de diversos conjun- cos tematicos més grandes: la historia de la cultura (como ya he sefialado), pero también las de la medicina y la ciencia, la de las politicas pablicas, y Ia biografia de la formacién del Estado para mencionar solamente las més ob- vias, Las maneras en que, desde la Ilus- tracién, la culeura occidencal (europea), y aquellas culeuras nacionales dentro de su esfera de poder e influencia, han Hegado a juzgar como conducta acep- table 0 inaceptable de sus individuos (ya patologizar algunas conductas como criminales, etc.), y la manera en que las tecnologias epistemoldgicas, discur- sivas ¢ institucionales fueron, a su vez, situadas dentro de la meta narrativa de Ja modernidad, fueron por supuesto explicitamente centrales para la agen- da de investigaci6n de Michel Foucault en’ su Historia de la locura y en otras obras. Siguiendo a Foucaule, en las iil- timas décadas se ha desarrollado una verdadera industria en pequefia escala a propésito de la historia de la locura y Ia psiquiatria en los siglos XVII y XIX, en especial en Francia, Gran Bretafia y Estados Unidos. Aparte de los nume- 10808 trabajos histéricos sobre México > Foucault, Folie, 1961. Para un panorama reciente sobre la historia de la psiquiatrfa, véase Shorter, History, 1997. La historiografia sobre la psiquiatria y la locura es muy amplia y crece constancemente, Algunos ejemplos de las mejo- res obras de los diltimos veinticinco afios, toma- dos de mi biblioteca personal casi al azar, son los siguientes, en Francia: Goldstein, Console, 1987, y Castel, Regulation, 1988; en Espafia, Alvarez Uria, Miserables, 1983; en Ia Gran Bretafia, Por- ter, Saial, 1987, y Mind-Forg'd, 1987; y Scull, Eric Van Youna de dos de los presentes ensayistas, las historiadoras Ma. Cristina Sacristén y Cristina Rivera-Garza, se ha vuelto evi- dente el creciente interés sobre estos temas en América Latina.4 Aunque en algunos puntos se tocan y en ciertos aspectos se traslapan en cuanto a enfo- ques ¢ hipétesis generales (por ejem- plo en que, no obstante cualquier otra cosa que pueda haber sido, la funda- cién del Manicomio General era un proyecto de modernizacién que con- fiaba en sus recursos, si bien a final de cuentas result6 fallido) los tres ensayos aqui presentados en realidad son bas- tante distintos, y por ello se: comple- mentan muy bien. Los tres se desen- vuelven a lo largo de un eje comin, que va de la historia de la salud pibli- ca y sus politicas (Sacristén), pasando por la vida interna de una “insticucién total” involuntariamente porosa (Ri- vera-Garza) hasta el método y la epis- cemologia de la historia clinica -o en este caso, la ausencia de historia (Car vajal)-, de manera que el lector esta a punto de emprender un viaje desde el exterior al interior a lo largo de una urayectoria de creciente interioridad. Lo Museums, 1979; Klaus Dotner se ocupa de Gran Bretafia, Francia y Alemania en Ciudadanos, 1974; y respecto a Estados Unidos, Dwyer, Homes, 1987; Grob, Mental, 1983; y Mad, 1994; y Scull, Socal, 1989. 4 Sobre Peri, véase por ejemplo, Ruiz, Psi- quiasras, 1994; Valdizén, Locos, 1988; sobre Ar- sgentina, donde cradicionalmente existe un fuerte movimiento psicoanalitico, véase Plotkin, Freud, 2001, y los crabajos recopilados por Vezzetti (coord.), Nacimiento, 1988; Lacura, 1983; y Aven- swras, 1996. Para México, esté el trabajo pionero de naturaleza semipopular, Somolinos, Historia, 1976. ASCENSO Y CAIDA DE UNA LOCA UTOPIA que quisiera hacer en las siguientes pa- ginas es poner en primer plano algu- nos de los puntos que se abordan en estos ensayos, algunos de los hallazgos que les son comunes, y algunas de las interrogantes a que dan lugar. Ademés de las interesantisimas cosas que los autores nos cuentan acerca de la préc- tica misma de la psiquiatrfa durante la primera mitad del siglo xx (Carvajal se remonta un poco més atrds), sus des- cubrimientos parecen conjuntarse al- rededor de tres temas centrales aunque intimamente interrelacionados: 1) la ca pacidad de los historiadores culturales para recobrar la experiencia subjetiva de subalternos ~en este caso, pacientes psiquidericos; 2) la relacién entre el Estado, los individuos con perturba- ciones mentales, la comunidad médica y la sociedad en general; 3) el proceso de modernizacién en México, en espe- cial cal como era concebido cuando se fand6 La Castafieda en el cambio de si- glo. Tocaré brevemente cada uno de ellos, considerando en especial 1a his- toria de la psiquiacria y de la locura como historia cultural. ‘Los LOCOS COMO SUBALTERNOS En algunos aspectos existe muchisima informacién —y en otros, notable- mente poca— sobre las personas que se hallan en el centro de estos estudios: los pacientes psiquidericos y los asila- dos del Manicomio General. Aqui, como en muchos otros casos, los limi- tes del conocimiento de los historiado- res estan relacionados de manera direc- ta con la ambigiiedad o la ausencia de fuentes primarias, lo que restringe de 13 Entrada al Manicomio General, 1910. Fondo Casssola 1, inv. 88278, © CONACULTA-INAH-SINAPO-FOTOTECA NACIONAL mis a Fachada del Manicomio de La Castafieda adornada con motivo de su inauguracién, 1910. Fondo Culhuncan, inv, 3852, © CONACULTA:INAH-SINAFO:FOTOTECA NACIONAL manera notable nuestra reconstruccién de la experiencia subjetiva de la locu- ra, si no es que de la historia misma de la psiquiacria como préctica social y cientifica. Como Cristina Rivera-Gar- za lo ha sefialado en otro trabajo, es posible recobrar algo de las voces de los pacientes psiquidtricos en didlogo con la institucién médica, y especial- mente si no dejamos que los “médicos de locos” dominen la conversacién.> En el arciculo que leeremos, Rivera- Garza argumenta de manera convin- cente en general que pacientes y doc- cores “negociaban” su conocimiento, experiencia e idiosincrasias dia con dia hasta llegar a la realidad de la locura y su tratamiento en el México moderno (creando asi, por cierto, una “cultura” de la practica cotidiana dentro de la propia institucién, en contraposicién al estricto apego a las normas prescritas asentadas en las regulaciones procedi- mentales del manicomio). Ma. Cristina Sacristén ha hecho algo muy semejan- te sobre un periodo anterior, basando su trabajo sustancialmente en los ar- chivos de la Inquisicién (que sin duda presentan problemas diferentes de in- terpretacién). No es necesario asumir la postura antipsiquidtrica de un R. D Laing o un Thomas Szasz para recono- cer que la descripcién de la percurba- cién mental en un individuo dado —ya fuese hecha por doctores, funcionarios 9 "Médico de locos” ("Mad-doctor”) es una expresién briténica vircualmente ineraducible que se empleaba en los siglos XVI y XIX para re- ferirse a los médicos especializados en la psiquia- tria de antafio 0 a aquellos médicos que estaban a cargo de los asilos de los enfermos mentales; véa- se, por ejemplo, Scull, Madbouses, 1981 ASCENSO Y CAIDA DE UNA LOCA UTOPIA legales, miembros de la familia u otras personas~ con frecuencia estaba influi- da, si no es que totalmente decermi- nada, por consideraciones politicas, morales 0 de otro tipo y que en codas partes y en toda época ha sido cons- truida socialmente. Sin embargo, hace falta decir algo sobre las opiniones de los psiquiatras con formacién médica, cuando dejaron diagnésticos decalla- dos, observaciones clinicas e historias, como se suponia que tenian que hacet aunque no siempre lo lograban. Ade- mis, necesitamos recordar que si bien muchos alcohélicos, epilépticos y otras gentes a las que hoy no consideraria- mos como enfermos mentales iban a dar a La Castafieda, a veces por perio- dos largos, muchas de las personas que estaban internadas alli no eran simples excéntricos, sino individuos profunda- mente disfuncionales que vivian en cir cunstancias criticas, ya fuese a causa de desequilibrios mentales o por déficits neuroldgicos. ¢Esos individuos eran sim- plemente excéntricos 0 desdichados, 0 estaban perturbados mentalmente? @El Manicomio General era una insti- tucién médica orientada por benignos impulsos cientificos y sociales, 0 una especie de Gulag siniestro? A’ riesgo de caricaturizarlo, quizé la manera mas sencilla de plantear este asunto sea preguntar: ¢Quién esta loco, y quién lo decide? ‘Aqui hay un complejo problema epistemolégico, pero tratémoslo como si fuera solamente metodolégico. En los tilcimos afios han surgido dificulta- des similares en la esfera de lo que lla- mamos historia "subalterna”, es decir, Ia recuperacién e interpretacin de las ideas y motivos de los grupos sociales 15 subordinados: campesinos, indigentes, mujeres, jévenes, esclavos, las personas privadas de derechos politicos, grupos minoritarios, y algunos otros. ¢Cémo sabe el historiador qué motiva a esa gente cuando se involucra en acciones plblicas, o cémo entienden el mundo, © cudn seriamente toman las ideas su- puestamente hegeménicas, dado’ que Ja mayorfa de las veces son analfabetas y por tanto no se hallan inscritos en los registtos hist6ricos excepto como ob- jetos, y entran a ese registro s6lo cuan- do rozan al Estado o a otra institucién productora de registros? Este es un problema particularmente dificil cuan- do se hallan implicados los procesos mentales no articulados o las formas expresivas habituales, en tanto que el historiador tiene la descripcién de una cortiente de comportamiento (una re- belién, por ejemplo) pero poca eviden- cia de los actores hist6ricos en cuanto a los porqués de su conducta o las im- plicitas imagenes mentales del mundo en el que ellos vivian. Esto tiene un nimero importante de implicaciones, de las que sélo. citaré dos. La primera © Para un andlisis reciente sobre estos asuntos dentro del contexto de la historia cultural mexi- cana, véase el ntimeto de Hispanic American Histo- rical Review, vol. 79, nim. 2, mayo, 1999, dedi- cado a “Mexico's New Cultural History: Una lucha libre?,” en especial mi articulo, “The New Cultural History Comes to Old México,” pp. 211-247, Desde hace mucho tiempo los antropé- logos han hecho una distincién entre la descrip- cién de la conducta de un actor desde un punto de vista etic, Ia de un observador externo, y el punto de vista emic, que es el del propio actor. Para un anilisis de este concepto, véase Harris, Cultural, 1980. 16 es que estudiar a ese tipo de gente —los perturbados mentales, en este caso~ inevitablemente se convierce en una especie de ejercicio redentor, como cuando hablamos de “darle voz” a los subalternos, o de dotar a esos actores hist6ricos con una “agencia”. La se- gunda es que los historiadores y otros observadores de tales grupos tienden a desarrollar una estructura de inferen- cia implicita que imputa al actor un motivo o un proceso mental a partir de su accién o su resultado ~en este caso, la locura a partir de su discurso 0 de sus actos descatriados. Aunque ésta puede ser una inferencia razonable, no siempre nos adentra en la subjetividad del actor, sino que s6lo proyecta hacia el interior su status como objeto. Si verdaderamente estamos interesados en reconstruir el mundo interno de los perturbados mentales (0, para el caso, del criminal, el revolucionario, o el di- sidente) para abrir brecha en la histo- ria culcural, éa es una manera de pro- ceder muy cuestionable. Ponderando todo ello, podria ser titil considerar a los pacientes psiquidtricos como subal- ternos dentro de un sistema social es- tructurado (aunque poroso) que contie- ne (y que ejemplifica en si mismo, desde luego) ideas culturales hechas de significados ~es decir, de representacio- nes simbélicas que se intertelacionan. El ensayo de Alberto Carvajal abor- da estos asuntos de una manera parti- cularmente fascinante al ocuparse de uno de los extremos del espectro: las 409 mujeres “sin historia” que fueron transferidas del Hospital del Divino Salvador (conocido informalmence como La Canoa) a La Castafieda, cuan- do el Manicomio General abrié sus Eric VAN YOUNG puertas en visperas de Ja revolucién mexicana. La estrategia de Carvajal es considerar los regiseros de esas pa- cientes como una fuente en la historia de la psiquiatria, y al hacerlo encuen- cra en ellos un silencio abrumador. En ausencia de historias personales (bio- grafias), que sefialen la historia de cada mujer, se inventé con a historia de su estado de enfermedad. Sin duda esto se hizo de conformidad con un estricto modelo médico, pero en total desa- cuerdo con un modelo psicoanalitico, que es quintaesencialmente histérico —es decir, que busca la etiologia de la enfermedad en la historia particular del paciente. Como sefiala Rivera-Garza, Ia inclusi6n en los registros clinicos de “informacién acerca del pasado de la paciente”, legé a ser la practica pres- crica en La Castafieda, asi como una descripcién de la evolucién de la enfer- medad, aunque no siempre fuese muy profundo lo que se sabia sobre la con- dicién previa de la paciente. La histo- ria de la mayoria de esas 409 mujeres fue, por ende, “esctita en sus cuerpos” en el sentido de que la mera descrip- cién de sus caracteristicas conductua- les (siguiendo un eje sincténico) y los sincomas de sus enfermedades sustitu- yeron las historias de sus vidas (si- guiendo un eje diacrénico). Es decir, se convirtieron en forografias ambulan- tes. Registrar que muchas de ellas su- frian formas de amnesia neuroldgica 0 psicogénica encubria la ausencia de historia. Carvajal argumenta de mane- ra reveladora que lo que Ilevé a susti- tuir clasificacién por historia/biografia (volveremos a ver esto en mi anilisis del manicomio como proyecto del me- xicano) no era una falta de discerni- ASCENSO Y CAIDA DE UNA LOCA UTOPIA miento médico sino un exceso de dis- cernimiento. Para decirlo de otra ma- nera, estas mujeres fueron victimadas por una mania de aplicar tipologias abstractas que, por la naturaleza de la estructura de autoridad en juego den- tro del ambiente institucional en el que se encontraban, suplantaba el pro- pio entendimiento 0 “relato” que las pacientes tenian de su enfermedad. Ade- més, aunque un pequefio porcentaje de estas pacientes femeninas transferi- das (12 de 409, casi 3%) por lo menos contaba con el registro fragmentario de los incerrogatorios (cuestionarios médicos) que se les hicieron cuando se les admiti6 en La Canoa, no se les dio a estos ningéin uso durante el periodo en que estuvieron internadas en La Castafieda. En todo caso, en estos do- cumentos habia poco espacio para una “historia” adecuada debido a su nacu- raleza formulisea y sumamente trunca, como lo aclara Carvajal.’ Permitaseme brindar algunos bre- ves ejemplos de los silencios de estos registros médicos y también de los in- teresantes materiales que a veces con- tienen, o que se les pueden extraer des- de la perspectiva de la historia culeu- ral mexicana. Natalia Cefiudo, por ejemplo, fue admitida en el Hospital de Mujeres Dementes el 4 de febrero de 1907, transferida a La Castafieda el 1 de octubre de 1910, donde fallecié por demencia precoz y tuberculosis el 7 Problemas similares de informacién e intet- pretacién limitadas surgen al investigar la parti= cipacién subalterna en acontecimientos politicos © acciones colectivas; para un extenso anilisis de estos asuntos, véase Van Young, “Lézaro”, 1995; y también mi libro, Orber, 2001 22 de agosto de 1913. Tomando en cuenta cudnto tiempo vivi6 en ambos hospitales, su registro es extremada- mente parco, pues en su mayor parte consiste en el interrogatorio inicial he- cho en 1907 (contestado en realidad por su madre) con unas cuantas notas manuscritas por el médico de admi sién que luego fueron transcritas a ma- quina al reverso del propio interroga- torio. Tenemos su edad, ocupacién, status marital, domicilio, una breve descrip- cién de los comienzos de su enferme- dad, una historia médica familiar muy esquemitica (aparentemente su padre murié de cirrosis hepética a conse- cuencia de alcoholismo) y una fotogra- fia en la cual de hecho se le ve agica~ da. Desde el punto de vista médico, nos puede servir de algo la descripcién de su enfermedad (“empez6 con un ac- ceso furioso de delirio de persecu- cién...”) 0 la historia de la familia, pero es de muy poca utilidad inmedia~ ta para el historiador cultural —no hay nada sobre el contenido de su sistema alucinatorio por ejemplo. Elena Al- duenda, por otra parte, fue admitida en La Castafieda el 7 de abril de 1911 (después de dos admisiones anteriores y dos altas en el Hospital de Mujeres Dementes), s6lo para ser dada de alta en mayo de 1914, aunque todavia su fria de una “locura incermitente”. Su registro entrega considerablemente més informacién que el de Cefiudo =sobre su historia médica, el efecto que cuvo sobre ella la muerte de su ja en un accidente ocurrido en una ® Archivo Hist6rico de la Secretaria de Salud y Asistencia (AHSSA), Manicomio General (MG) Ex- pedientes Clinicos (£0), caja 10, 1907. 18 construccién algunos afios antes, una breve. descripcin de su carrera como cantante, etc. Desde el punto de vista del historiador cultural, uno de los fragmentos de informacién mas tenta- dores que hay en el registro es un co- mentario sobre su “logorrea marcada” cuando se halla en un estado agitado, y su constanee “renegar de Dios” duran- te tales episodios maniacos. Pero a me- nos que conozcamos la naturaleza de esa logortea, lo que decfa 0 cémo blas- femaba, es muy poco lo que podemos decir acerca del sistema de ideas carac- teristico de su enfermedad, y cierta- mente nada sobre cémo podrfa rela- cionarse su ideacién con la culcura del México de fin-de-sidele.? Por tleimo, en el extremo minimalista tenemos el triste registro de Victoria Chavez, ad- micida inicialmente en el Hospital de Mujeres Dementes en 1884 y transfe- rida a La Castafieda en algiin momen- to de 1910, s6lo para morir alli en di- ciembre de ese mismo afio. Adems del certificado de su entierro en el Pan- te6n Municipal en Mixcoac, no hay otto registro sobre ella, una mujer ver- daderamente carente de historia."° La conclusién més bien poco sorprenden- ® AHSSA, MG, EC, caja 1, exp. 14, 1899. Para un magistral anlisis reciente de los significados de la blasfemia (tcolégico, representacional, de ‘géneso, y culeural), en el que “renegar de Dios” ‘ocupa un espacio central, véase Villa-Flores, “De- fending”, 2001. Desde Ia perspectiva del histo- riador cultural, casi es preferible tener registros de la Inquisicién para trabajar, ya que el Sanco Oficio estaba muy preocupado con la ideacién y sus contenidos blasfemos o heréticos, mas que con una serie de acontecimientos conductuales. 1© AUISSA, MG, EC, caja 1, exp. 13, 1884. Eric Van YOuNG te que se puede extraer de todo esto es que esos registros psiquidericos proto modernos tienen importancia pero una utilidad limitada si se trata de escribir una historia cultural que abarque a grupos subalcernos. La CASTANEDA Y EL MEXICANO. Como lo sefialan Sacristén y Rivera- Garza, los ciudadanos ordinarios sa- bian muy poco sobre la vida interna del Manicomio General, de manera que en cierto sentido esa institucién legs a ser una especie de Estado dentro del Estado. Debido en parte a esa falta de transparencia, y en parte a la fascina- cién virtualmente universal hacia la Jocura (incluso a su erotizaci6n, podria decirse) y a nuestra simulténea repul- sién hacia ella, se cre6 una leyenda ne- gra en torno del Manicomio General que tiene paralelos en otras sociedades modernas. Uno s6lo puede imaginar los horripilances rumores que se repe- tian sobre la instituci6n, los mitos que generaba, las referencias en broma que se hacian sobre ella en las conversacio- nes cotidianas 0 cémo se le invocaba para atemorizar a los hijos descarriados y hacer que obedecieran." Los perié- dicos de la ciudad de México la pre- sentaban como una especie de Bedlam (la famosa casa de locos en Londres), ¥ Recuerdo vividamente que hace unos afios tun amigo mio que habia crecido en el estado de Connecticut me dijo que tratando de disciplinar- Jo cuando él era un nifio su madre habia invoca- do la imagen de un famoso hospital psiquitrico, diciéndole “;Vas a hacer que me leven a Grays- tone!” AASCENSO Y CAIDA DE UNA LOCA UTOPIA un reino demencial donde a veces se cometian abusos contra los internos, 0 los propios internos abusaban unos de otros, y el desorden reinaba.!? Sin em- bargo, la institucién no estaba separa- da del todo de la sociedad mexicana contemporinea ni podria haberlo esta- do. Sus paredes eran muy porosas en muchos sentidos: por ejemplo, los pa- cientes ingresaban con su cultura y sus novedades; el régimen terapéutico in- clufa Ja lectura de algunas novelas, por Jo menos, y la presentacién de algunas peliculas y actividades musicales, y la jerarquia social ineerna reproducia en parte la de la sociedad mexicana en su Conjunto (en términos de género sexual, clase, etc.), aunque en una versi6n ra- dicalmente comprimida. Ademés, aun- que Carvajal implica una indiferencia reciproca por parce del manicomio y de la revolucién que marcé la primera década de su existencia, el hecho es que esos diez afios de violencia politica afectaron profundamente a la institu- cién, si bien de manera indirecta. No s6lo tres de los internos y un profesor se unieron a los zapatistas en 1915, #2 Esta prictica periodistica (podemos supo- net que teflida de cierto sensacionalismo, pero posiblemente hecha también con una desintere- sada indignacién reformista) estaba bien estable- cida mucho ances de que existiera La Castafieda. Véase, por ejemplo, el reportaje sobre diversos “abusos” en el Hospital de San Hipélico impreso cn los periédicos de la ciudad de México E/ Mo- nitor Republicano (1878), El siglo XIX (1879), y EL Univerial (1890), junto con el andlisis interno de Jos funcionarios gubernamentales, que se hallan, respectivamente, en AH8SA, Beneficencia Pablica (sp) Establecimientos Hospitalarios (ev), Hospi- tal de San Hipélico (st), leg. 2, exp. 30, 1878; leg. 3, exp. 4, 1879; leg. 4, exp. 26, 1890. 19 como sefiala Rivera-Garza, sino que de- bido a las condiciones de la revolucién La Castafieda se habia deteriorado has- ta llegar a una situacién deplorable en 1918, con una concomitante decaden- cia en la calidad del cuidado médico. En realidad, en este aspecto la historia del Manicomio General es paralela a la del pais en su conjuneo durante esa década, en que se pas6 del optimismo porfiriano a la ruina revolucionaria. ‘Ademés, la sostenida decadencia de la insticuci6n socavé el creciente triunfa- lismo engastado en la narrativa del Es- tado sobre el cambio revolucionario y la purificacién en nombre del bien pi- blico Dada esa compleja interrelaci6n en- tre el Manicomio General y la socie- dad toda, ¢qué podemos decir sobre la vida de la insticucién como historia cultural? En primer lugar, La Castafie~ da era en cierto sentido el hospital psi- quidcrico de la nacién, no sélo de la ciudad de México. Aunque gran parte de su poblacién provenia del entorno inmediato de la ciudad (el Estado de México y el Distrito Federal), también habja internos de los mds ‘distances rincones del pais. Pero, como lo sefiala Carvajal, cuando Porfirio Diaz men- ciona en el informe presidencial anual de 1888 el plan de construir el hospi- tal, aduce como raz6n principal la de- manda de /a cultura de esta capital (el subrayado es de Carvajal y mio)."3 Eso "3 Sacristén subraya que se habian fundado unos cuantos hospitals o establecimientos espe- Cializados en medicina psiquidtrica en las afueras de las ciudades capicales de Guadalajara (1860), Veracruz (1898) y Mérida (1906). Vale la pena sefialar que todas estas ciudades estaban expues- 20 nos habla de la cremenda concentra- cién de recursos humanos, politicos y econémicos en el Distrito Federal, y de la hegemonfa espacial ~y por ende cul- tural que ejercia la capital sobre el resto del territorio nacional. En segundo lugar, en la historia del Manicomio General es evidente por Jo menos en un nivel subtexcual— que habja una buena dosis de ambivalen- cia, o quizés de confusin, por parte del Estado mexicano en cuanto a sus metas al establecer y mantener el hos- pital. La Castafieda estaba claramente disefiada para cumplir dentro de una especie de nicho muy especifico algo que es una de las funciones fundamen- tales de los Estados en general: el con- trol social, un punto que subrayan de varias maneras tanto Rivera-Garza como Sacristén. Cuando Rivera-Garza men- ciona ‘a los miembros de una comisin gubernamental encargada de desarro- Ilar planes para el manicomio y sefiala que basicamente se hallan de acuerdo con el poeta y periodista Manuel Gu- tiérrez Najera en que los muros de la instieucién eran una frontera que sepa- raba a los miembros de la sociedad me- xicana saludables y aptos de los débiles y corruptos, comprendemos de inme- diato que el conerol social consiste en Ja exclusion, 0 proteccién de la socie- dad, de la infeccién febril y el ejemplo cortuptor de los enfermos mentales. Sin embargo, en este tipo de discurso —muy comin en aquella época— no es claro a qué clase de contagio se temia tas en alguna medida a corrientes culturales ex- tranjeras, y por ende, que probablemente tenian tendencias cosmopolitas y modetnizadoras por impulso propio. Eric Van Youne “WNODWN VOR10LO1-O1VNIS-HVNI-VEINYNOD @ “PETEGE ‘Au! “UeDeNYND opuog ‘0161 "80398 ap ugtes ow.09 sou ~sa1Ur sounany so] v opeunsap sopawo> j> OUI|EGEY a8 UPISE>O v] EXE “TeA9PEJ OaLIISICT Jap OULdIGOs Jap 4 o>13eWOTEIP ‘Oprisy ap souviai29s “ZeIq. opYsog aiuapisaid Ja vOD ofwosTUvU Jap JenEneUT OD odsan Jap sosquiaray * exactamente, més allé de que se lasti- mara a los sanos o se intercumpieran sus actividades: zal crimen, a la mode- lacién conductual, a la tonteria? Pero como Foucault lo ha sefialado, y lo rei- tera Carvajal, la clasificacién de los lo- cos también era una forma de inclusion mediante la cual el Estado y sus exper- tos autorizados se hallaban facultados para fijarlos en el espacio social, trazan- do de esa manera una rejilla de “legi- bilidad”, como la ha llamado James Scott, sobre las actividades ilegibles de Ios perturbados mentales. Es a esta ne- gacién de la historia (en el ensayo de Carvajal, el borrar las biograffas y sus- tituirlas por la historia natural de una enfermedad) a la que los Estados exito- sos se vuelven tan adeptos que cuando pueden Ilenan el vacio con tradiciones inventadas.'4 Aqui, el discurso de ex- clusién podria servir, parad6jicamen- te, a los propésitos de inclusién a tra- vés de la accién del Estado. En tercer lugar, aunque los propé- sitos centrales del 'régimen del mani- comio eran el control social y el trata- miento humanitario de los perturbados mentales, la insticucién también incen- taba ser un establecimiento de ense- fianza_y un centro de investigacién ciencifica. Pero la imprevisién del Es- tado mexicano (y su falta de recursos durante y después de la revolucién, hay que decitlo) para satisfacer todas esas necesidades simulténeamente socava- ron tanto los propésitos humanitarios como los cientificos ¢ incluso dejaron a la psiquiatria en las sombras. Como lo subraya Sacristén al citar la opinién de \4 Hobsbawm y Ranger (comps.), Invention, 1983. 22 un médico del manicomio que anali- zaba la desastrosa siruacién de la insti- tucién en 1922-1923, la psiquiatria habfa perdido gran parte de su credibi- lidad y habfa Ilegado a ser considerada (por lo menos por ese comentarista) como “una actividad ‘literaturizance’ al alcance de médicos de imaginacién més 0 menos roméntica y exaltada”, una critica en la que los lectores reconoce- ran las fuertes resonancias de los actua- les debaces sobre la teoria y prdctica del psicoandlisis. En parte esto era un efecto de la manera en que la propia Castafieda habia cojeado desde su ori- gen: la sobrepoblacién y la falta de re-~ Cursos parecen haber sido problemas presentes desde el comienzo. La pobla~ cidn de pacientes ya habfa comenzado a crecer de manera inexorable a princi- pios de 1916, de manera que para me- diados de los afios treinta casi duplica~ ba la cantidad que originalmente se habia calculado acomodar."> Sacristén, 5 Mucho tiempo antes de que el Manicomio General abriera sus puertas, los hospitales psi- quisteicos de la capital sufirfan ese mismo tipo de sobrepoblacién y subfinanciamiento. El asesinato de un interno a manos de otro en 1877, por ejem- plo, impuls6 al director del Hospital de San Hi- pélito a informar al Ayuntamiento de la ciudad y a la Junta de Beneficencia Pablica sobre el cerri- ble sobrepoblamiento del hospital, que cena “un nimero [de infelices] tan ctecido, que no caben en este local;" AHSSA, BP, EH, HSH, leg. 2, exp. 6, fols. 21-4r. Hay que sefialar que ese tipo de sobre- poblamiento en los hospitales piiblicos, las pri- siones y los asilos no era privativa de México, ni para las condiciones de la época, ni para la histo- tin de tales insticuciones, como lo demuestra con claridad el sobrepoblamiento de las ptisiones es- tadunidenses en la actualidad, y la presién para ‘que se privaticen tales establecimientos. Eric Van Youne en particular, siviia las razones de ese crecimiento en la carencia de instala- ciones psiquidtricas en la mayorfa de los estados (un reflejo sostenido de Ja he- gemonia politica y econémica de la ca- pital frente al resto del pais), la renuen- cia o incapacidad de muchas familias para reincorporar en su seno a ex pa- cientes y la remisin al hospital por parte de las autoridades de mucha gen- te que en realidad no estaba mental- mente enferma. Ese temprano sobrepo- blamiento comenz6 a lastrar los obje- tivos de ensefianza e investigacién de la instieucién y resulta dificil dejar de lado la impresién de que para fina- les de los afios treinea el tratamiento en el manicomio no sdlo se habia “des- medicalizado” sino que ademés el lu- gar se habia convertido en una especie de bodega para pacientes que habian sido curados aparentemente pero que carecerian de recursos para sostenerse en caso de que fuesen dados de alta. Evidentemente, las reformas al régi- men interno y la remodelacién de La Castafieda hechas a principios de esa misma década no lograron detener esas tendencias, y para los afios cuarenta em- pez6 a cuestionarse el valor médico de toda forma de encarcelamiento psi- quiderico. A final de cuentas, como lo deja en claro Sacristén, los propésitos del Estado mexicano y los de la psi- quiatria médica positiva demostraron ser sustancialmente incompatibles ~el primero para aliviar los problemas sociales (especialmente bajo regimenes como el de Lazaro Cardenas), y la se- gunda para aliviar el sufrimiento hu- mano individual. Por tiltimo, estaba el asunto de la personalidad legal y la ciudadania den- ASCENSO Y CAIDA DE UNA LOCA UTOPIA tro de los muros de La Castafieda, que se hallaban en cierta tensién con el modelo médico de la autoridad y el tra- tamiento psiquidtrico. Rivera-Garza re- trata de manera convincente el ma- nicomio més como una comunidad pequefia que como la “institucién to- tal” goffmaniana. Pero en muchas for- mas era diferente de otras comunida- des, y no era la menor de ellas que los internos viviesen dentro de una jerar- quia social trunca conformada esencial- mente por dos clases, el personal mé- dico y los pacientes (aunque habfa una estratificaci6n entre los pacientes adi- nerados, que pagaban y recibian un mejor tratamiento, y los indigentes). Como lo sefiala Rivera-Garza, los pro- cedimientos obligatorios de “interdic- cidn” judicial establecidos para salva- guardar los derechos humanos de la gente contra el confinamiento ilegal, 0 Ios de las personas internadas contra los abusos, casi no se aplicaban. Ademés, el dictamen médico evidentemente anu- laba la intervencién legal del Estado en la mayoria de los casos. Esto signi- ficé que en una época de la historia me- xicana en que el discurso piblico sobre una ciudadanfa ampliada, un régimen socialmente inclusivo y una mexicani- dad unificadora eran especialmente vi- sibles luego de la revolucién, los inter- nos del Manicomio General se vieran efectivamente reducidos del status de ciudadanos al de sibditos.'© Aunque 16 Rivera-Garza menciona al paso el concep- to de “vida en reclusién” en relacién con estudios de otros regimenes psiquidtricos fuera de México, pero tal vez valga la pena extender esta idea a ‘otras formas no psiquidtricas de “reclusién,” que ¢s justamente lo que hizo Erving Goffman. En el 23 obviamente esto tuvo implicaciones para los propios pacientes, también re- velaba algo sobre la naturaleza contin- gente de una ciudadania establecida y garantizada por la autoridad de un Es- tado revolucionario, y en principio re- vocable, a diferencia de los derechos naturales o individuales, que serian in- violables.” EL MANICOMIO GENERAL COMO PROYECTO DE MODERNIZACION Casi es gratuito volver a sefialar, al pa- rafrasear o resumir lo que dicen los au- cores de estos eres excelentes ensayos, que la fundacién de La Castafieda fue parte de un proyecto modernizador muy amplio por parte del régimen de Diaz. Alberto Carvajal traza parte de esta historia en su ensayo, sefialando que aun cuando el establecimiento de un centro psiquidtrico fue planeado y dis- cutido pablicamente, se le dio priori- dad a otros proyectos hasta que co- menz6 su construccién en 1908, La elite porfirista (en especial los ingenie- ros y portavoces ideolégicos que cono- cemos como los “cientificos”) vio la fun- presente caso, pienso en las censiones entre una vida de reclusién, sujecién, y las exigencias de tuna ciudadania moderna, universalista. Lo que uno recuerda sobre este punto en particular es el ségimen conventual de las primeras érdenes reli- giosas modernas. Para conocer algunos intere- santes estudios recientes sobre la vida conventual que hablan sobre formas de sujecién en comuni- dades religiosas cerradas, véanse Burns, Colonial, 1999; Swain, “One Thousand”, 1993; y Lester, “Name”, 1999. 17 Scott, Seeing, 1998, n. 59, p. 364, cita a Jude, Past, 1992. 24 dacién de La Castafieda no s6lo como un signo de prosperidad y de progreso, que podria calcularse considerando in- dices relativos al propio pasado del pais, sino también como un signo del ingre- so de México al circulo encantado de las sociedades modernas, un criterio de medicién mas absoluco. Ese discur- so de modernidad se reflejaba en la pro- yeccién de México frente a las naciones Euroatlénticas, como Jo ha mostrado con brillancez Mauricio Tenorio-Trillo en su libro sobre la participacién de México en las ferias mundiales de la época porfiriana."® Aun cuando la ima- gen de México como una nacién mo- derna era promovida para el consumo interno, es claro que los porfiristas sen- tian que tenian (o deseaban tener) los ojos del mundo puestos en ellos, como cuando las autoridades emprendian pe- riddicamente esfuerzos para limpiar y embellecer la ciudad de México, suavi- zat las expresiones populares celebra- torias o suprimir crimenes y desviacio- nes. De hecho, uno tiene la impresién de que en ciertos sentidos el régimen de Diaz y sus aliados estaban més intere- sados en un simulacro de moderniza- cidn que en su sustancia. Y sin duda la expansién del Estado estaba vinculada con el avance de la modernizacién como proyecto, como causa y como efecto: las naciones modernas tenian Estados po- derosos, y los Estados poderosos esti- mulaban la modernizacién. El creci- miento de casi 1 000% de la burocracia porfiriana durance el régimen de Diaz, Ja expansién de los sistemas de comu- nicacién y de transporte (muy notable- 18 Véase Tenorio-Trillo, México, 1996. Eric Van Younc mente de los ferrocarriles) y el desarro- Io de métodos para contar y clasificar a la poblacién (los censos nacionales del porfiriato) eran signos de moderni zacién. Desde esta perspectiva, el tipo de esquemas de “gran clasificacién” que catacterizaba a la ciencia de ese perio- do, como sefiala Carvajal, y que se veia ejemplificado ‘en la practica psiquid- trica de la época, correspondia a la ne- cesidad que el Estado tenia de taxo- nomias sociales de gran escala para facilitar la legibilidad de la sociedad mexicana y su avance hacia la moder- nidad. Para la década de 1880, por lo me- nos, el impulso para este tipo de pro- greso -o por lo menos de sus modelos— en el campo de la ingenieria social y de la psiquiaeria institucional Hegé del extranjero, extraido de la experiencia médica/psiquidtrica de Europa y Esta- dos Unidos, dado que estos modelos eran concomitantes con la “civiliza- cién”. Aqui Sacriseén desarrolla un at- gumento revelador al sefialar que para Ta época de su fundacién el Manicomio General ya estaba basado en un mode- lo de grandes instituciones ampliamen- te desacreditado en los demés paises de Occidente; era, en otras palabras, una singular forma de modernizacién que ya era arcaica desde su inicio. Ella sefiala con sagacidad que el informe de la tl- tima comisién porfirista encargada del proyecto justificaba la escala del mani- comio, a pesar de las crecientes criticas sobre el modelo del hospital psiquia- trico, sobre la base de que la sociedad mexicana atin no habja evolucionado lo suficiente en términos sociales para tratar a los enfermos mentales como se hacia en Bélgica, por ejemplo. De esa ASCENSO Y CAIDA DE UNA LOCA UTOPIA manera el bajo nivel de confianza de los mexicanos en su capacidad para de- sarrollar sus propios medios para tratar enfermedades mentales, dados los re- cursos de la época y su “excesiva fe” (el término es de Sactistan) en los valores del aislamiento para tratar la locura, los Ievaba a adoptar una especie de modernizacién diluida 0 de segunda mano. Un aspecto de esta precipitada ca- rrera porfiriana hacia la modernidad que los autores de estos tres ensayos no analizan es el de sus afiejos anteceden- tes historicos. En realidad, las politicas sociales supuestamente ilustradas, pro- gresivas y modernizadoras del porfiria- to tenjan mucho en comiin con'las doc- trinas y las practicas del buen policia del petiodo borbénico, de poco mas de un siglo antes. Esos esfuerzos decayeron durante el siglo xix conforme el Esta- do mexicano se vio continuamente en- vuelto en violencia politica, inestabili- dad y una carencia crénica de recursos financieros, aunque nunca desapare- cieron del todo (es decir, el estableci- miento, por parte del emperador Ma- ximiliano, de la Junta de las Clases Menesterosas, por ejemplo). Aunque atin falta escribir la prehistoria de La Castafieda, compuesta por los viejos hospicales para dementes de la ciudad de México —La Canoa, San Hipélito, etc.-, existen algunos estudios recien- tes sobre politica social e instituciones publicas cuyos hallazgos guardan una impresionante similitud con Ia histo- ria del Manicomio General que se na- ra en estos tres ensayos. Por ejemplo, el seciente libro de Silvia M. Arcom sobre el Hospicio de Pobres de la ciu- dad de México durante el periodo com- 25 EI piiblico recorre los pabellones del Manicomio General el dia de su inauguraci6n, 1910. Genaro Garcia, Crénica oficial a las fistas del primer contenario de la indepondencia de Méxics, Talleres del Museo Nacional, 1911, p. 111 prendido entre 1774 y el ascenso de Diaz al poder, muestra que éste tuvo una trayectoria institucional més 0 menos parecida a la del manicomio. Fundado como obra pia para el mejo- ramiento social (con especial cuidado de que se inculcara a sus internos una fuerte ética del trabajo, habitos de limpieza, etc.), y bajo la influencia de ejemplos excranjeros, el hospicio acabé subfinanciado y sobrepoblado, sin que se le hicieran las reformas necesarias y convertido en objeto de muchas criti- cas ~orfanato y depésito para los po- bres en vez de positiva expresién insti- tucional de cambio social. EI punto de esta observacién no es, desde luego, que la modernidad como condicién, 6 él impulso hacia la mo- dernizacién como medio 0 proceso para alcanzarla, no sean diferentes del pasa- do premoderno de México, sino sim- plemente que el impulso de volverse mds moderno -més como Francia, In- glaterra o Estados Unidos, por ejem- plo~ tiene una larga genealogia. Desde Ia perspectiva de la interseccién entre el crecimiento del Estado mexicano (sea colonial o nacional) con su impe- rativo hacia la legibilidad e incluso a la homogeneizacién de la sociedad ci- vil, y la consecucién de esa condicién autosustentatoria de cambio a la que Ila- mamos modernidad, uno incluso pue- de buscar antecedentes distantes en el pasado colonial del México -en las mi- siones, reducciones, proyectos utépi- cos e instituciones de buen policéa del periodo borbénico. Si en este caso exis- te mayor continuidad a través de va- \ Atrom, Containing, 2000, ASCENSO Y CAIDA DE UNA LOCA UTOPIA rios siglos de Ia que uno podria supo- ner a primera vista, y un punto de in- flexién no fécilmente identificable, entonces debemos vernos impulsados a reafirmar nuestros esfuerzos por pe- riodizar la historia mexicana y, en el proceso, complicar considerablemence nuestras ideas sobre la politica cultural mexicana y la biografia del Estado me- xicano.® ARCHIVO, AHSSA Archivo Histérico de la Secretarfa de Salud y Asistencia BIBLIOGRAFIA ~Alvarez-Urfa, Fernando, Miserables y locos: Medicina mental y orden social en Espaita del si- glo xix, Editorial Tusquets, Madrid, 1983. -Arrom, Silvia Marina, Containing the Poor: The Mexico City Poor House, 1774-1871, Duke University Press, Durham, 2000. -Barkin, David y Timothy King, Regio- nal Economic Development: The River Basin Ap- proach in Mexico, Cambridge University Press, Cambridge, 1970. -Burns, Kathryn, Colonial Habits: Con- vents and the Spiritual Economy of Cuzco, Peru, Duke University Press, Durham, 1999. 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