El
Maestro,
con
mucha tranquilidad y
calma, coloc una
magnfica mesita en
el
centro
de
la
enorme sala en la
que estaban reunidos
y encima de sta,
coloc un exquisito
jarrn de porcelana, y
en
l,
una
rosa
amarilla
de
extraordinaria belleza
y dijo: He aqu el
problema.
Asumir el puesto de
Honorable Guardin de
nuestro monasterio el
primer monje que lo
resuelva.
Los monjes se quedaron
como petrificados, en el
ms respetuoso silencio,
hundidos en sus
interrogantes internas