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Artículo escrito por Gilberto Álvarez Moctezuma

Club Toastmasters Veracruz-Victor Gardoqui Zurita

“Cuando tan torpe la razón se halla, mejor habla, señor, quien mejor calla”.
Pedro Antonio Calderón de la Barca.

Cuan complejo es estudiar el origen de las palabras. Los hombres primitivos antes de desarrollar el
habla se comunicaban a través de gestos, ruidos y el manejo adecuado del silencio. Estoy seguro
que no fueron las necesidades básicas de supervivencia las que arrancaron las primeras palabras a
nuestros antepasados, fueron en cambio los sentimientos. Y es que se puede perseguir a la presa en
silencio, se puede arrancar la fruta del árbol sin exclamar voz alguna, pero el odio, el amor, la
alegría y la tristeza dictan acentos, gritos, quejas: he aquí las más antiguas palabras inventadas,
pero también manifiesta el eje medular de mi discurso, si son los sentimientos los que
verdaderamente invitan a la expresión oral perdidos estamos en un mar de confusión ya que si Dios
hubiese dado boca a los sentimientos, jamás conoceríamos el silencio.

Un amanecer hermoso, cargado de color, repleto de aroma en manos de un poeta puede convertirse
en la imagen mental más dulce y agradable, más por cada palabra que se escriba dejaran de
escribirse diez mil más que quizás no existen, viene entonces la reflexión de que las palabras no
corresponden a la realidad, y que jamás podrán hacerlo.

Cuántas veces hemos visto a un ser querido llorar con suma tristeza y en un sincero afán de
consuelo y empatía lo llevamos a nuestro pecho sin decir palabra alguna. Cuantos sentimientos
pueden brotar en ese momento y sin embargo no existe en todo el universo cantidad suficiente de
palabras para describirlos, es ahí cuando noble y salvador se presenta el silencio quien en simple
afonía describe lo que las palabras no pueden.

La comunicación oral es un proceso aprendido, no nacemos hablando, el silencio nace, las palabras
se hacen. Aprendemos a gesticular palabras escuchando e imitando a quienes nos rodean. Aún más,
la lengua que nos une a todos en el momento de nacer, es el silencio, el idioma universal. Por ello
la necesidad de aprender ahora la gramática del silencio, el idioma que escapó de la Torre de Babel
y que se expande en todas las lenguas escabulléndose de toda raza. Las palabras simplemente
serían remaches en la gran cadena del silencio. Confucio alguna vez ejemplificó esto como una
rueda de bicicleta, en la cual los rayos convergían en el centro, pero en realidad la circunferencia
no la hacían ellos, sino los espacios vacíos que daban a la vista la imagen del círculo. Esta es la
analogía más exacta, mientras el silencio es quien da forma a la comunicación, las palabras son
simples nudos que concatenan los espacios vacíos invadidos de lenguaje.
En el silencio se encuentra la reflexión, se trata de anteponer la reflexión a la acción, tomarse el
tiempo de asimilar las ideas en un mundo sin palabras que propicien la confusión. La palabra es
ciencia, el silencio es arte. El orador que solo vive de las palabras terminará enclaustrándose en la
falsa comunicación, en la comunicación incompleta y convertirá a la palabra de esclava en ama
cruel, tal como fue castigada la ninfa eco y tal como ella nos desvaneceremos ante el Narciso del
silencio. Lope de Velarde escribía en 1916: “Las víctimas de la palabra se cuentan por millares”, es
preciso callar para saber, guardar silencio mientras las palabras exuberantes e innecesarias se
mezclan en un hablar atropellado. Un amigo decía, no hables para que no vean lo tonto que eres, es
mejor callar y pasar por sabio que hablar incongruencias, solo se debe hablar cuando lo que vas a
decir es más hermoso que el silencio. Un verdadero orador, un inteligente orador no solo debe ser
experto en la comunicación oral o el manejo de las palabras, debe aprender a manejar el idioma
universal, el idioma del silencio, ya que es mucho más lo que un hombre retransmite a otro a través
del silencio que a través de las palabras.

El mismo manual de Toastmasters destaca la importancia del uso del silencio dentro de un discurso,
las pausas o silencios bien programados y ejecutados agregan impacto al discurso, para enfatizar los
puntos importantes, para respirar, para puntualizar o para atraer la atención.

Por más experto que sea el orador en el arte de la palabra, si no sabe utilizar el silencio, no ha
aprendido a hablar.

Terminaré aludiendo a Shakespeare que en boca de su personaje Hamlet describía el más exacto
propósito de la afonía, hoy he lanzado mis palabras como esbozo de ironía contra quienes manchan
el aire con vocablos innecesarios y confunden la comunicación con logorrea, el que tenga oídos para
oír que las escuche, el resto… es silencio.

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