ADOLPHE GESCHÉ
Pienso que esto es así para casi todos nosotros. Si fuese norteafricano o
asiático sería ahora musulmán o budista. Salvo en casos de conversión, sucede
como si heredásemos la fe en la que hemos nacido.
Esto parece ser una objeción a la fe. Por ello he puesto entre comillas el
"porque".
Reconociendo la dificultad que crea lo que acabo de admitir, puedo decir en
verdad que yo he "asumido" esta fe que he recibido. He descubierto que la fe
cristiana merece ser creída. Sin negar el valor de otras religiones, creo en la
excelencia de la rama judeo-cristiana.
Y la razón es ésta. Se ofrecen al hombre dos grandes posibilidades. Por una
parte la religión, la cual implica el riesgo de elevar a Dios a una cumbre tan
exclusiva que no haya lugar para el hombre. Por otra parte se ofrece al hombre
el humanismo, que es una afirmación tal del hombre que comporta el riesgo de
denegar al hombre toda apertura a la trascendencia. El hombre queda como
encerrado en el hombre.
Tomemos el término "fe" sin darle por el momento una connotación religiosa.
¿Puede vivirse sin fe?. Se puede vivir sin fe religiosa; pero no se puede vivir
sin ningún tipo de fe. La palabra latina fides es la raíz de palabras como
"confianza", "confidencia"., Algo semejante se podría decir del término latino
credere, que ha dado lugar a "creer", "crédito"... y que se halla en muchas
expresiones coloquiales. Si estos términos pasan a nuestro vocabulario
cotidiano es porque expresan y representan una dimensión "natural" de
nuestra existencia. Se trata de una dimensión que nos constituye y sin la cual
nos resultaría difícil comprendernos. En realidad el creer es tan inherente al
hombre como, el pensar, amar, trabajar... Es un comportamiento que permite
este descentramiento de sí mismo que es indispensable para vivir con los
demás. Desde aquí la fe en Dios me aparece como una actitud digna del
hombre ya que dice algo importante acerca del hombre. El creyente no tiene el
deber de justificarse continuamente como si sólo el no creyente viviese en la
actitud sensata.
No puedo creer que mi ser profundo se engañe tan radicalmente que en este
caso haya inventado pura y simplemente su objeto. "El ser habla", afirma
Heidegger. Mi ser habla, y seguramente ésta sea la mejor manera de entrar en
la verdad; mejor, a veces, que a través de la simple razón. Es cierto que puedo
equivocarme en las representaciones, perfiles y denominaciones. Es posible
que me pueda engañar. Pero no fundamentalmente.
Supuesto que, según la fe cristiana, somos templo de Dios, ¿no será también
un camino auténtico el interrogar a nuestro ser profundo?. No temamos la
realidad que hay en nosotros y escuchar en el fondo un soplo tenue pero casi
palpable.
La Escritura me aparece como un gran libro de historias que Dios nos narra.
Creo en Dios porque esta historia que El nos narra se entreteje con mi propia
historia, viene a aportarme un hilo, de tal modo que así puedo encontrarme y
construirme a mí mismo. Insisto sobre el término "historia" porque Dios no me
llega como una "sustancia" ni como Alguien inmóvil. Tomando el paradigma del
camino de Emaús, Dios me aparece como Alguien que me acompaña, Alguien
que se hilvana en mi historia, siguiendo el ritmo mismo de mi propia historia y
de mi propia andadura. Sin turbar mi itinerario sino respetando las
sinuosidades de mi ruta y las curvas de mi camino.
Un dios como Moloch estaría oprimiendo mi historia y mi ser; si así fuese, creo
que yo hubiese tomado los caminos de la increencia y del rechazo. Pero un
Dios de la historia es totalmente distinto. Es un Dios que respeta el tiempo,
respeta mi tiempo. No está aquí de una sola vez y de modo inexorable sino
que permite lo olvidemos y lo desconozcamos un tiempo. Acoge los altibajos
de mi existencia y mis propios ritmos. Un Dios histórico - y éste es uno de los
rasgos de nuestra tradición judeo-cristiana - es un Dios que, como un amigo,
sabe cuándo es el momento oportuno y cuándo no lo es. Es un Dios que sabe
adaptarse y comprender. En la historia veo una presencia de Dios de carácter
más flexible, más acogedora de lo que soy.
Creo que esta categoría de historia es de capital importancia. Quien dice
historia, dice que no todo está dictado o decidido de antemano. La realidad se
va haciendo en un recorrido, en un trayecto. Tendré el tiempo de respirar junto
al pozo (samaritana), tendré el derecho de equivocarme (Pedro), tendré el
derecho de luchar y permanecer ante El (Jacob) tendré el derecho de discutir
(Job), y también el de gritar en el borde de mi sufrimiento (Jesús). Como
también tendré, en otras circunstancias, el tiempo y el derecho de introducir
otros acentos: el del amor, la felicidad y la alegría (María en el Magnificat).
De esta manera Dios no me viene dado de una vez, sino a medida que me voy
construyendo a mí mismo. Desde esta perspectiva he comprendido que la
principal razón está en saber quién me acompaña y cómo lo hace. Sin negar la
importancia del problema sobre la existencia de Dios creo que la cuestión
sobre el "si existe" está precedida por la cuestión sobre el "qué es".
Creo que cuando se ha descubierto así el lugar de Dios en la propia vida, Dios
se hace creíble. Se convierte en una de las realidades de mi existencia, sin
duda la mayor, pero una "solamente". Dios ha creado en nosotros la urdimbre
de la tela. A nosotros toca enhebrar la trama.
Capítulo 4 de:
Adolphe Gesché "Dios" (en "DIOS PARA PENSAR". Colección Verdad e Imagen. Sígueme.
Salamanca).