El estímulo de la conciencia.
Todos tenemos la experiencia de que la conciencia aprueba o
desaprueba nuestras acciones según sean justas o injustas. Además de ese
juicio de la conciencia, sentimos también que ésta nos incita al bien y trata
de retraernos del mal. A este fenómeno solemos llamar vulgarmente "la voz
de la conciencia".
En la conciencia luchan a veces como dos YOS. El antagonismo
entre los dos "yo" es un hecho ínsito en la naturaleza humana. La
conciencia moral constituye un impulso hacia el "mejor yo" contra el
impulso o tendencia natural hacia el "otro yo". Se llama "mejor yo" al que
es conforme con la perfección y plenitud mostrada a la persona humana por
la luz de su razón. El "otro, el peor yo" es el mismo hombre
condescendiendo con las inclinaciones que contradicen a la razón y
perfección de la persona humana. Esta oposición es lo que suscita el
estímulo de la conciencia: no debes hacer esto, haz lo otro.
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6.- La obligación.
Es considerada por muchos, no sin razón, como el hecho decisivo de la
conciencia moral.
El núcleo de la moralidad lo constituyen los preceptos y prohibiciones a
que el hombre está ligado por la obligación.
Obligación se llama a la necesidad de adoptar una forma de conducta bajo
el mandato de la conciencia. Hay ciertamente actos moralmente buenos,
pero no obligatorios. No se presentan inexorablemente ligados a la
dignidad y sentido de la vida del hombre. Pero otros sí: v.g. evitar el mal.
El juicio teórico sobre el valor moral es más tranquilo, no "toca" a la
persona en su fondo. Es estático, teórico y contemplativo. El juicio sobre la
obligación difícilmente es meramente teórico. Lleva siempre una carga que
afecta a la voluntad, una urgencia autoritativa.
Los hombres de todas las culturas son guiados, en la vida práctica, por
ciertas normas o reglas que se les imponen desde dentro, a veces con gran
fuerza: "mi conciencia me lo dicta".
La ley de la conciencia expresa de modo perentorio el deber, cuyo
cumplimiento se exige de modo absoluto, siempre y en todas partes.
La explicación del deber incondicional para la libre decisión del hombre es
tema fundamental de la ética. Esta ha de tratar, pues, de la obligatoriedad
del deber o, en otras palabras, de la necesidad que comporta la obligación
en general.
Puesto que el hombre, como ser espiritual y libre, no está sometido a
ninguna coacción interna ni ha de ser coaccionado desde fuera, sólo resulta
posible guiarlo haciendo que, mediante el "tú debes" de la conciencia
moral, se ponga delante de su decisión el espejo de su propio ser. La fuente,
pues, de la obligación moral es el orden del ser.
La obligación se nos presenta como absoluta y condicionada. Absoluta,
puesto que es independiente de nuestros deseos e intereses; y condicionada,
pues no se fuerza como una ley física, sino que está condicionada a nuestra
libertad.
8.- La culpa.
Culpa es el reato de la decisión libre y, por lo mismo, imputable, contrario
a la ley moral y al valor ético. La violación de la ley mediante determinado
acto y la responsabilidad de ello es el primero de los rasgos que se
distinguen en la culpa. Ello presupone un juicio de conciencia sobre una
determinada acción u omisión.
Puesto que la obligación moral tiene su fundamento definitivo en la
voluntad legisladora de Dios, la acción culpable es "pecado", es decir, una
ofensa a la voluntad de Dios y a la "ley" establecida por El; más aún, una
ofensa a su majestad y bondad.
El hombre espiritualmente sano sólo siente la conciencia de culpa cuando
la violación de la ley ha sido consciente. De no serlo, la conciencia lo
absuelve.
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