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EL AMANECER DE UN PUEBLO
LA REBELIÓN DE LOS MACABEOS
Primera Parte

Por Jaime Bel Ventura

Hatikva (La Esperanza)


(Himno Nacional de Israel)

Mientras en lo profundo del corazón


palpite un alma judía,
y dirigiéndose hacia el Oriente
un ojo aviste a Sión,
no se habrá perdido nuestra esperanza;
la esperanza de dos mil años,
de ser un pueblo libre en nuestra tierra:
la tierra de Sión y Jerusalén.(*)

(*)Kol od baleivav p'nima


Nefesh yehudi homiah
Ulfa'atei mizraj kadima
Á'in letzion tzofi'a
Od lo avda tikvateinu
Hatikva bat shnot alpaa'im
Lihi'ot am jofshi beartzeinu
Eretz Tzion v'Yerushala'im
2

CAPÍTULO I
Matatías, el sacerdote de Modín

Matatías, moribundo, estaba postrado en su lecho. Shaddai*, el Todopoderoso, le reclamaba al lado de


los justos y en esa paz que da el momento del tránsito a la otra vida, la eterna, sentía en lo más profundo
de su agotado corazón, que había cumplido sobradamente con su fe y con su pueblo.
En absoluto se sentía un héroe, pero sabía que su nombre iba a sobrevivirle al igual que lo hiciera con el
de otros grandes hombres.
En esos momentos pensaba en Abraham, en José, en Moisés, en Josué, en Gedeón, en Caleb, en
David, en Salomón, en Elías, en Daniel, y en tantos otros caudillos que habían conducido a su pueblo
hacia un camino de victoria y libertad. Hacia la independencia de su nación.
También pensaba en sus cinco hijos, sumidos en la encarnizada y desigual lucha que él había iniciado
unos años antes contra los enemigos que ocupaban su tierra. Esa tierra nacida del mismo Génesis. Esa
tierra nacida en los orígenes de la historia. Esa tierra capaz de amar y de odiar como solo ella sabe
hacerlo. Esa tierra llamada Eretz Yisrael, la Tierra de Israela.
Su mente, sumida en una confusa nebulosa de recuerdos, se remontaba a tiempos pretéritos.
Se sentía transportado, sin él quererlo, a Modín 1, la aldea donde él y sus hijos, y sus hermanos, habían
luchado tenazmente para conseguir que se cumpliera la Sagrada Ley. Para conseguir qué, con el
esfuerzo de todos ellos, se estableciera de nuevo el reino. Ese reino que jamás habría de sucumbir por
ser un mandato divino. Ese reino que tenían que heredar sus propios hijos, y los hijos de sus hijos, y así,
generación tras generación, hasta cumplirse la voluntad del Creador, convirtiéndoles, a él y a todos sus
hermanos, en el pueblo elegido hasta el fin de los tiempos.
Esa Sagrada Ley que, en forma de tablas de piedra, el Todopoderoso había entregado a Moisés, por
segunda vez, en la cumbre del monte Horeb, en la península del Sinaí, durante el éxodo que le había
llevado de Egipto a la Tierra Prometida. A Canaán. La tierra de sus antepasados. A esa tierra que desde
donde le alcanzaba su memoria, siempre había sido un nido de conflictos. Tierra de luchas constantes
desde tiempos anteriores a Samuel, a Saúl, a David. Recordaba él, por lo que Juan, su padre, le había
contado que, solamente Salomón, el gran Salomón, había sido un magnifico rey para su pueblo. Su
sabiduría y su templanza, habían dado a la tierra de Israel una gran época de estabilidad y de paz.
Mandó construir el Templo dedicado a Yahvé, al Altísimo. Un Templo que su padre, el rey David, había
visto en sueños. Cultivó profundamente los saberes de sus antepasados, los visibles y los ocultos.
Gobernó con tal equidad y justicia que fue modelo en el mundo conocido hasta entonces. Fue el espejo
donde todos los judíos de bien hubiesen querido verse reflejados. Y su sellob, de todos los judíos,
emblema fue.
Sin embargo, todo eso era el pasado. Los tiempos habían cambiado y, ahora, como antes contra los
amórreos, los moabitas, los amonitas, los jebuseos, los filisteos, y otros pueblos, Israel, la Tierra
Prometida, estaba una vez más, en pie de guerra.
Una guerra larga, sanguinaria y cruel, como todas las guerras, que les enfrentaba a sus vecinos
macedonios de Siria y a la corriente política que de ellos se derivaba.
Una guerra contra la dinastía seléucida de los sirios macedónios. Falsa dinastía ya que vino impuesta,
tras la muerte del gran Alejandro Magno c, por los sucesores de éste, los cuales se repartieron su
Imperiod, y la otra contra los traidores a su propio pueblo y a la Sagrada Alianza de sus antepasados con
el Todopoderoso, los helenistas saduceos.
Eso lo sabía Matatías y, de hecho, lo sabían todos sus contemporáneos ya que habían sido instruidos
por sus antepasados. Sus padres, y antes de estos sus abuelos, les habían contado que tras la repentina
muerte del macedonio Alejandro, hijo de Filipo, sus generales, entre ellos Ptolomeo, Lisarco, Casandro y
Seléuco se repartieron el Imperio dando comienzo a una serie de guerras fraticidas entre ellos motivadas
por el afán de poder.
Como si de un botín de guerra se tratara., Ptolomeo I Soter, hijo de Lagos, fue el primero en adueñarse
de la Tierra de Israel.
Muchos años mas tarde, Seléuco IV, conquistó esa tierra e hizo retroceder a las tropas ptolemaicas
hasta sus dominios en Egipto.
Fue él, Seléuco, quien dio comienzo a esa triste dinastía, la seléucida. Dinastía que dio seres
aborrecibles y despreciables, sin que nadie supiera, en esos tiempos, los sufrimientos que le esperaban
al, de por sí, vapuleado pueblo de Israel.

1
Pequeña aldea situada al noroeste de Jerusalén.
3

Matatías, sacerdote de la familia de Yoraib, recordaba en esos momentos de transito hacia la otra vida
(él era de la corriente de los hasidim2, de los asídeos, y por lo tanto creía, entre otras cosas, en la
resurrección de la carne), las historias que le contaba Juan, su padre, cuando era niño.
“Hijo mío, le decía, no son los ideales los que matan a los hombres… ¡ni la religión!...
“Es la sed de poder, de dominio, de riqueza por lo que los hombres que gobiernan hacen que se
enfrenten los pueblos… y por esas causas intentan destruir y aniquilar a sus semejantes…
“No cuentan los seres humanos. Cuenta la ambición… el deseo de poder… La codicia sin
límites”

***

En esos momentos vino a su memoria la fatídica mañana en la que vino a verle, enviado por el Gran
Sanedrín3 de Jerusalén, su viejo amigo y pariente, el anciano Eleazar.
- “Has de estar preparado por que hoy vendrá a hacerte una visita Heliodoro, el visir, el ministro de
Seléuco, el rey sirio.
- “Preparado ¿para qué? –contestó Matatías.
- “Habrás de ofrecer un sacrificio en honor del rey.
- “¿Un sacrificio, dices?...
- “Sí. –repuso Eleazar.
- “Yo nada más ofrezco sacrificios al Omnipotente. –dijo al punto Matatías.
- “Pero ya conoces las órdenes del rey sobre las ofrendas. No te atreverás a contravenirlas ¿verdad?
Piensa que me envía el Sanedrín, y, más aún, Jasón, el Kohen Gadol, Sumo Sacerdote4
- “Mira, Eleazar, eres el marido de mi hermana, mi cuñado, y no quisiera importunarte pero has de
saber que no reconozco la autoridad de ese traidor que se llama Jesús y que ahora, siguiendo las
costumbres griegas, se hace llamar Jasón Antioqueno y que además, se hace pasar por sumo
sacerdote después de haberle arrebatado el sagrado cargo a su hermano, el gran Onías III5, hijo de
Simón, volviéndole vilmente la espalda a todo su pueblo. Comprenderás, querido hermano, que no
voy ni siquiera a recibir a ese impostor ni al tal Heliodoro por muy visir que sea de ese desequilibrado
rey de los sirios.
- “También es tu rey. –dijo Eleazar alzando la voz.
- “¿Mi rey has dicho? –contestó de inmediato Matatías alzando aún más la voz y con la cara
enrojecida por la ira-, yo no obedezco a ningún rey terrenal y solo me debo al Todopoderoso, único
rey de Israel. Tampoco me debo al usurpador del sumo sacerdocio; solamente me debo a los
2
Traducido: los creyentes.
3
El Sanedrín (‫ )סנהדרין‬era, en el Antiguo Israel, una asamblea o consejo de sabios estructurado en 23 jueces en cada ciudad judía.
A su vez, el Gran Sanedrín era la asamblea o corte suprema de 71 miembros del pueblo de Israel. El Sanedrín funcionaba como un
cuerpo judicial cuya jurisdicción no se limitaba solamente a asuntos religiosos sino que también actuaba en el ámbito civil.
Funcionó durante la época de la dominación romana de Israel, desde la etapa final del Segundo templo de Jerusalén hasta el s. V.
Estaba dirigida por un sumo sacerdote. Tenía competencias sobre la doctrina religiosa judía, establecer el calendario de fiestas y
regular la vida religiosa del país. Como gobierno político, elaborar y aprobar las leyes, verificar el cumplimiento del marco legal y
juzgar los delitos. Estos poderes estaban limitados por las autoridades romanas. Así por ejemplo, si el Sanedrín condenaba a
muerte a una persona, no podía aplicarse la sentencia sin la autorización del gobernador o procurador romano. Se sabe que en el
Gran Sanedrín existían tres partidos: los saduceos, los fariseos y los zelotes.
4
Sumo Sacerdote de Israel (del hebreo ‫ )כהן גדול‬nombre dado al más alto puesto religioso del antiguo pueblo de Israel. El sumo
sacerdote coordinaba el culto y los sacrificios, primero en el tabernáculo, luego en el Templo de Jerusalén. De acuerdo con la
tradición bíblica, apenas los descendientes de Aarón, hermano de Moisés, podían ser elevados al cargo, aún cuando esta norma
fuera abolida posteriormente a causa de eventos políticos.
5
Onías III, Sumo Sacerdote de Jerusalén 177-174 a EC Hijo y sucesor de Simón II, ensalzado por el libro de Daniel como “Príncipe
Mesías” (Dn 9, 25) y “Príncipe de una Alianza” (Dn 11, 22), se apareció a Judas Macabeo antes de la Batalla de Adasá (2M 15, 11-
16). En 177 a EC, el sirio Heliodoro, tesorero de Seleuco IV, intentó expoliar el tesoro del Templo de Jerusalén, lo que sólo pudo
ser evitado mediante la intervención divina. Onías fue desposeído de su cargo en 174 a EC, merced a las intrigas de su hermano
Jesús, que cambió su nombre por el griego Jasón, y le suplantó como Sumo Sacerdote con el beneplácito de Antíoco IV. Tras
edificar un gimnasio y una efebía en Jerusalén, Jasón fue destituido hacia el 172 a EC por Antíoco, que nombró en su lugar
Menelao, hijo del administrador del Templo, Simón Bilgá, que no pertenecía al linaje de los sumos sacerdotes, descendientes de
Aarón y Sadoc. Tuvo que refugiarse en Dafne, cerca de Antioquía, pero finalmente fue asesinado por orden de Menelao.
4

sacerdotes ungidos de la casta de Aarón tal y como lo dispuso Salomón, el rey Sabio. Y por último al
Mesías al que todos los judíos de bien esperamos. Esa es mi ultima palabra”.
Dicho esto, dio media vuelta y dio por terminada la conversación.

***

En su delirio agónico, Matatías, recordaba lo feliz que había sido su infancia rodeado de sus padres,
hermanos y abuelos.
Simón ben Yoraib, su abuelo materno, era sadúceo, descendiente de la estirpe de Sadoq y, por lo tanto,
al igual que los aaronitas, tenía pleno derecho dinástico al sumo pontificado. Era de talante conservador
y no entendía las corrientes aperturistas de su nieto mayor y le decía:
- “No debes seguir las tendencias licenciosas de esos iluminados que se hacen llamar asídeos y tratan
de fundar los zugote
- “¿Por qué, abuelo? Porque no piensan como tú, ¿quizás? –Le repuso Matatías.
- “No hijo. Porque la tradición tiene que perdurar de generación en generación y esos a los que tú
sigues pretenden reformar lo que hemos defendido durante tantos años. La tradición y la Ley
solamente pueden ser transmitidas oralmente de padres a hijos y no de manera escrita como
pretendéis vosotros.
- “Pero la palabra puede ser olvidada, sin embargo lo escrito, escrito está. –repuso el muchacho-.
Además, nosotros no pretendemos modificar la tradición, solamente las leyes pues estas, para ser
verdaderamente justas, han de estar acorde a los tiempos en que se viven.
- “Verdaderamente la insolencia es una virtud de los jóvenes. ¿Crees tú que tus padres, y los padres
de tus padres y así hasta setenta generaciones hemos sido injustos? –le contestó el abuelo.
Nosotros, como pueblo, hemos estado perseguidos y nos han querido aniquilar desde el principio de
los tiempos. Piensa en el éxodo de Egipto, en el exilio en Babilonia, en la vuelta a nuestra casa, en
las bárbaras invasiones de los persas, de los partos, de los griegos, de los sirios… ¿Qué habría sido
de nosotros sin nuestra tradición y sin nuestras leyes? No olvides que fueron Esdrás y Nehemías los
que reconstruyeron la sociedad judía y ellos eran hombres temerosos de Elohim, el Altísimo y, por lo
tanto, seguidores de la Alianza, de la tradición y de la Ley de Moisés.
- “Pero nosotros no pretendemos cambiar la tradición que es nuestro signo diferenciador del resto de
las naciones, solamente defendemos que las leyes puedan ser actualizadas conforme la necesidad
del momento…
- “¡Calla insensato!... –contestó el abuelo rojo de ira y a punto de rasgarse la túnica-… Las leyes están
escritas por Adonai, el Todopoderoso, y entregadas a Moisés en el Sinaí, y no hay hombre en este
mundo que pueda contradecir la Ley del Omnipotente. Además, que son esas tonterías de creer en
los Ángeles, en la resurrección de los muertos y otras herejías. ¿Cuándo ha dicho Él nada de eso?...
Y a ti que te gusta lo escrito y ni siquiera sabes escribir ¿dónde está eso escrito de puño y letra del
Señor?... ¿dónde están esas tablas?... Seguro que en el Arca de la Alianza, aunque la tengan los
filisteosf, no.”…
El abuelo, el gran Simón ben Yoraib, sacerdote y Nasí, presidente del Consejo de Ancianos, el Gran
Sanedrín, por ser el de mayor edad, sabía que la conversación no quedaba ahí. Conocía bien a su nieto
y sabía que lucharía por defender sus ideas allá donde fuese necesario, sin embargo, también sabía que
la conciencia judía de su nieto estaba por encima de las entelequias de las sinagogas. Su nieto, ante
todo, era judío de fe y de tradición. Era fervoroso creyente y abnegado nacionalista. ¡Quería a su nieto!

***

Su mente bullía en imágenes desordenadas que saltaban de un recuerdo a otro con tal frenesí que daba
la impresión de que quería hacer un repaso rápido a esa larga vida que Dios le había concedido.
Recordaba momentos de felicidad y de amargura. Grandes gotas de sudor perlaban sus blancas sienes
y empapaban su larga barba blanca. No estaba solo. A su lado junto a la cabecera del lecho se
encontraban Abigail y Esther, las dos ancianas esposas que le iban a sobrevivir. Maríanne, su primera
mujer y madre de Simón, su primogénito, había fallecido años antes y a Raquel la habían enterrado
hacía solamente unas semanas ya que no había podido soportar la duras exigencias que la vida en
clandestinidad y las circunstancias que la guerra imponían.
5

Después de vagar jornadas enteras por el desierto de Judea montando y desmontando el campamento a
diario y cambiando el rumbo con la misma frecuencia, por fin habían dado con un refugio natural, casi
inaccesible, que les permitía estar al resguardo de las partidas mercenarias que el rey sirio les enviaba
desde el norte. Habían encontrado unas cuantas grutas en lo alto de una colina a orillas del Mar Muerto.
Se encontraban en Qumrán. Los hombres habían picado la piedra y construido nuevas cuevas donde
resguardarse. Las mujeres las habían preparado de tal forma que la vida allí fuese lo menos dura
posible. Sin embargo, la inclemencia del clima y la presencia de animales salvajes habían hecho
estragos entre sus seguidores. Además de los peligros propios del desierto: víboras, culebras, alacranes,
hienas, zorras… había que contar que durante la noche la temperatura bajaba más allá de donde el agua
se convierte en hielo, y durante el día el calor se hacía tan insoportable que las hojas de sus cuchillos
calentadas al sol, les servían como cauterizantes de las picaduras de insectos y reptiles.
No obstante no cundía el desánimo entre sus seguidores, la mayoría asídeos como él. Una sola idea
ocupaba sus cabezas: la recuperación del reino que Dios les había entregado y la de su identidad como
pueblo. Israel luchaba por su independencia. ¡Los traidores debían pagar con su sangre la afrenta que
habían hecho a su orgullo nacional!

***

- ¿Dónde están mis hijos? –dijo Matatías con una voz casi apagada.
- José y Azarías han ido a darles aviso. Pronto estarán aquí ayer partieron hacia Siquem, en Samaria,
donde están buscando nuevos seguidores. –le contestó, casi al oído, Abigail que era quien más
cerca de él se hallaba-.
- Pocos seguidores encontrarán en Samaria, dijo el anciano.
- Ya han recorrido las tierras al este del Jordán. En Galaad se les han unido todos los judíos mayores
de catorce años. Son ya más de diez mil.
- Pocos seguidores encontrarán en Samaria, repitió Matatías.
- Pero en Samaria también hay judíos, intervino Esther que era samaritana.
- Pocos… Muy pocos… musitó Matatías volviendo a caer en un estado de sopor agónico.

***

En su ensoñación Matatías recordaba en esos momentos la visita que le había anunciado su cuñado
Eleazar, pero no era el ministro quien venía a Modín si no un enviado especial del nuevo rey de Siria,
Antíoco IV, Epífanes, sucesor de su hermano Seléuco que había muerto asesinado por su ministro de
Hacienda: el visir Heliodoro, que a su vez fue muerto poco después por orden del nuevo rey, su
cómplice. Ahora el esbirro del rey y asesino del ministro estaba frente a él:
- “Tú eres sacerdote ilustre y grande en esta ciudad, apoyado por muchos hijos y parientes; acércate,
pues, el primero y haz conforme al decreto del rey, como hacen todas las naciones, los hombres de
Judá y los que quedaron en Jerusalén. Y seréis tú y tu casa de los amigos del rey, y seréis
enriquecidos, tú y tus hijos, de plata y oro y muchas mercedes”.
A lo que contestó Matatías diciendo en alta voz:
- “Aunque todas las naciones que formen el imperio abandonen el culto de sus padres y se sometan a
vuestros mandatos, yo y mis hijos y mis hermanos viviremos en la Alianza de nuestros padres.
Líbrenos Dios de abandonar la Ley y sus preceptos. No escucharemos las órdenes del rey para
salirnos de nuestro culto, ni a la derecha ni a la izquierda”6
El enviado del rey echó mano de su espada y desenvainándola se dirigió amenazadoramente hacia el
altar a la vez que ordenaba a su tropa que rodeara al obstinado anciano y a sus hijos. Justo en ese
instante, Fines, el representante de Jasón, el sumo sacerdote usurpador, se interpuso entre la espada de
Arcadio, así se llamaba el enviado real, y de Matatías, el anciano sacerdote de Modín.
- “¡Alto!, no derrames sangre en este altar sagrado… yo haré el sacrificio y quemaré incienso en honor
de nuestro querido rey Antíoco…

6
I Mac 2, 17-22.
6

Matatías rojo de ira se rasgó las vestiduras y, como él, repitieron el gesto todos sus hijos, y sus
hermanos y el pueblo entero que junto a ellos estaba, incluido Eleazar, su cuñado, el presidente del
Consejo de Ancianos, el Sanedrín.
- “Has equivocado tu papel, Fines. –gritó-. Hace años otro Fines que nada tiene que ver contigo, pues
deshonras hasta el nombre que llevas, dio muerte a Zambrí, hijo de Salom, por pretender profanar
nuestro culto. Eres un traidor a Dios y a tu pueblo y eso solamente se desagravia con sangre”.
Dicho esto se dirigió ágilmente hacia el altar de los holocaustos y cogiendo el cuchillo curvo preparado
para el sacrificio degolló a Fines, acto seguido se abalanzó sobre Arcadio que, inmóvil ante la sorpresa
de ver a aquel anciano con los ojos enrojecidos por la ira, no supo parar el golpe y recibió una mortal
cuchillada en el corazón.
Al ver esto, sus hijos, con Judas a la cabeza, se lanzaron contra la tropa que escoltaba al enviado real y
con piedras y con sus propias manos, pues carecían de armas, mataron a todo aquel que opuso
resistencia.
Todo ocurrió muy rápidamente. Eleazar, que estaba completamente asustado por los momentos que
acababa de vivir, dijo con voz temblorosa a su cuñado:
- “Has hecho lo que tenías que hacer, pero ya sabes que a partir de ahora la furia y la cólera de ese
rey impío caerá sobre Israel y que por ti morirán muchos hombres, ancianos y jóvenes, también
mujeres, y niños.
- “Por mí no, Eleazar, por mí no… –contestó Matatías que estaba empapado con la sangre de sus
enemigos y con el semblante serio debido a la situación- ¿cuantos judíos han muerto ya por no
acatar el culto de los goyim7, los extranjeros?, ¿cuántas mujeres por circuncidar a sus hijos?, ¿a
cuántos recién nacidos han asesinado para que disminuyese la población judía?... Ya ves Eleazar,
ninguno de ellos han muerto por mí. Han muerto por ellos… Por los que nos oprimen… ¡no por mí!...
Seguidamente, dirigiéndose a la gente de su pueblo allí presente les dijo:
- “¡Todo el que sienta celo por la Ley y sostenga la alianza, sígame!”8.
Había dado comienzo la rebelión de los judíos contra los sirios ocupantes. Comenzaba así la lucha hacia
su independencia. ¡Ya no había vuelta atrás!
- “¡Enterrad este cuchillo, esta infectado con la sangre inmunda de estos paganos! –ordenó
arrojándolo al suelo con furia. Y tú, Eleazar ¿que vas a hacer ahora? –preguntó Matatías
dirigiéndose a su cuñado.
- “Volveré a Jerusalén, al Templo, a presidir el Consejo de Ancianos, desde ese lugar también puedo
luchar a favor de nuestra fe, de nuestra Ley y de nuestro pueblo. –contestó-.
Él no lo podía saber, pero unos meses después del inicio de la rebelión llegó al campamento de Matatías
la noticia de su atroz muerte. Había sido ejecutado, por medio de crueles azotes, al negarse a comer
carne de cerdo. Matatías y sus hijos rasgaron sus vestiduras, se pusieron ropas de saco y ungieron sus
cabezas con ceniza guardándole un profundo shiv’ah9, el duelo a aquel venerable anciano que tampoco
se dejó doblegar por los abominables decretos de un rey loco que gobernaba a sangre y fuego sobre la
ciudad de David. Por primera vez Matatías y sus seguidores rezaron públicamente una nueva oración, el
kadish10.

7
El primer uso registrado de goy –en plural goyim– aparece en el Tanaj o Pentateuco en (Bereshit / Génesis 10:5) en referencia a
naciones ajenas a Israel, donde se promete a Abraham que sus descendientes formarán un goy gadol o una gran nación. Esta
palabra o sus derivados se usa en 550 ocasiones en el Tanaj (Antiguo Testamento).
8
I Mac 2, 27
9

El shiv'ah es un práctica judía de luto en la que la gente modifica su comportamiento como expresión de su dolor. En Occidente,
típicamente, se cubren los espejos y se hace un pequeño desgarro en una prenda de vestir que simboliza el dolor emocional,
practica que se solía hacer en los tiempos del templo de Jerusalén, al recibir la noticia de la muerte de un familiar el dolor llevaba a
la persona a desgarrarse las ropas. En la Shiv’ah por lo general no se afeitan, ni se bañan, ni se cuidan estéticamente hasta el
entierro de ese ser querido. La shivá post-entierro consta de rezos todos los días en la sinagoga por el difunto y no participar de
fiestas con motivos de alegría. La shivá post-entierro dura 11 meses para los hijos del difunto, y un mes para el esposo/a,
hermanos y padres del difunto/a. Luego de que termina en su totalidad la shivá, ya sean 11 meses o un mes, se hace un rezo
todos los años en la fecha del cumpleaños del fallecido, y en la fecha en la que se conmemora su fallecimiento.
10

El Kadish (del arameo, ‫ש‬ׁ ‫ַקִּדי‬, cercano al hebreo kadosh, ambos con el significado de "santificado") es uno de los rezos principales
de la religión judía, cuyo texto está escrito casi por completo en arameo. El kadish es un panegírico a Dios, al que se le pide
acelere la redención y la venida del Mesías. Es una plegaria que se reza sólo en público, por lo cual es necesario un minián de diez
varones como mínimo, según el judaísmo ortodoxo, los reformistas y conservadores (masorti) también cuentan a las mujeres, para
elevar la oración.
7

CAPITULO II
Los Macabeos, casta de héroes

Cinco hijos había tenido Matatías con tres de sus cuatro mujeres (Raquel no le había dado
descendencia). El primogénito, aunque por pocos días, era Simón al que llamaban Tasí, era reflexivo y
serio de talante. Tres días después, pues era hijo de la segunda esposa de su padre, venía Judas al que
llamaban Macabeo11, fuerte, robusto, hombre de acción, inteligente y con gran capacidad de liderazgo.
Le seguía Juan, llamado Caddis, resuelto y de gran atractivo para el sexo opuesto. Mas tarde llegaría
Eleazar, llamado Avarán, de gran arrojo y de sobrado valor, lugarteniente de su hermano Judas. Y, por
último, el pequeño, Jonatan, de sobrenombre Apfús, quien, a pesar de su juventud, era fuerte de
carácter, astuto y carente de escrúpulos y, al igual que su hermano Judas, tenía gran influencia sobre
sus subordinados.
Todos ellos adoraban a su padre del que pretendían heredar su recto proceder y su gran amor a su
pueblo y a los suyos. Su padre también los adoraba. Los había educado con rectitud no exenta de
dulzura. Les había transmitido a lo largo de sus años el profundo amor que sentía por la Gran Tierra de
Israel y por sus tradiciones. Les había inculcado un profundo amor a Dios y un celoso respeto hacia las
Leyes de sus antepasados.
Eran asídeos al igual que su padre. Y como su padre comprendían que las leyes no son inmutables y
que deben de progresar en razón a los tiempos en que se viven. Como en aquella ocasión que una tropa
siria destacada en Jerusalén persiguió a un grupo de seguidores de Matatías hacia el desierto y dando
alcance al campamento en shabbat12, conminaron a los rebeldes a que salieran de sus tiendas y
acataran el decreto del rey profanando así el día sábado. A lo que ellos se negaron siendo pasados por
las armas sin oponer ningún tipo de resistencia. Llegado esto a oídos de Matatías reunió a sus
seguidores y les dijo:
- “Si todos hacemos como nuestros hermanos han hecho, no combatiendo contra los gentiles por
nuestras vidas y por nuestras leyes, pronto nos exterminarán de la tierra”.13
Desde ese día tomaron la determinación de combatir fuera el día que fuese, incluido el sábado. Ese
había sido el consejo de su Jefe el cual terminaba con una orden tajante: realizar sacrificios y expiar sus
pecados por matar a los gentiles y profanar el shabbat. ¡Así era Matatías!

***

Los centinelas vieron como se acercaba a su refugio-fortaleza de Qumrán un caballo a galope tendido.
Sin duda debía de ser un mensajero de Judas, el Macabeo, que había hecho adelantarse para dar aviso
a su padre de la llegada de sus tropas. Uno de ellos fue a dar aviso a la guardia que había al pie de la
colina y ordenó a uno de ellos que fuera a darle la noticia a Abigail para que se la transmitiera a
Matatías.
El jinete al llegar ante las rocas escarpadas que había al pie del refugio, se apeó de su caballo y pidió
por ver a Matatías desconociendo el estado en que se hallaba el anciano.
- El gran sacerdote está muy grave ¿qué noticias traes de Judas?
- Vengo con importantes novedades de la ciudad de David, aun no he visto a Judas ni a sus
hermanos. –indicó el mensajero.
- Sube, pero no se si Matatías te recibirá, está muy enfermo. –dijo el centinela.
Trepo ágilmente por las rocas tan deprisa que ni siquiera se dolía por los arañazos que le producían los
salientes afilados de las mismas. Al llegar a la cueva que servía de morada del gran sacerdote pidió verle
para entregarle el mensaje que traía. Salió inmediatamente Abigail.
- Matatías esta muy enfermo, no creemos que pase de esta noche. ¿Qué novedades traes de
Jerusalén que tanto urgen en molestar a mi anciano marido?

11
Martillo sería la traducción más aproximada de la palabra hebrea Maqqabi (Macabeo).
12
Shabbat (en hebreo: ‫ שבת‬shabbāt - "descanso"), el séptimo día de la semana judía, debe según las prescripciones de la Torá ser
celebrado en primer lugar mediante la abstención de cualquier clase de trabajo. El Shabat comienza el viernes con la puesta del sol
y termina después del anochecer el sábado. El Shabat es en el ethos judío una señal de la relación entre Dios y el pueblo judío. La
celebración del Shabat está prescrita entre los Diez Mandamientos recibidos por Moisés.
13
I Mac 2, 40
8

- Dicen que Jasón, caído en desgracia, ha sido destituido por Antioco y ha huido fuera de Jerusalén
junto a sus sirvientes pero parece ser que aún anda por Israel. –contestó casi sin resuello el
mensajero ante la mirada atónita de Abigail.
- ¡Por fin!..., ¡Elhoim ha escuchado nuestras plegarias! ¡Ha huido el impostor!... ¡Alabado sea el Señor
de los Cielos!... Voy a ver si Matatías está consciente.
Dicho esto entro en un hueco que había en la pared, tapado por una jarapa de burda lana que ella
misma había tejido, donde reposaba Matatías.
- Ya lo he oído todo, Abigail, aunque me cuesta creerlo… ¿Dónde están mis hijos?... Hay que partir de
inmediato hacia Jerusalén… ¿Quién es el nuevo sumo sacerdote?... ¿Han purificado ya el
Templo?... ¿Dónde está mi manto?... ¿Y mi espada?... Que ensillen mi caballo y que dispongan una
escolta de inmediato. He de ir a Jerus…
En ese momento y dejando la frase a medio acabar, Matatías volvió a desmayarse de nuevo.
- Está muy mal, ¿verdad? –preguntó el mensajero.
- Si, muy mal. –dijo con suma tristeza Abigail que llevaba más de cuarenta años a su lado y ahora veía
como la vida se le escapaba en el poco aliento que le quedaba.
- El nuevo sumo sacerdote es Menahem, de la estirpe de los Tobíadas, hermano de Simón el preboste
del templo que denunció a Onías. Lo primero que ha hecho es cambiarse el nombre por Menelao y
nombrar a su otro hermano, Lisímaco, como nuevo preboste y entregar trescientos talentos de plata
para las arcas del rey. –dijo el mensajero.
- ¿Estás seguro de que Jasón ha huido? –preguntó Abigail.
- Eso se dice en la ciudad.
- Y, ¿a qué se debe ese rumor? –dijo la mujer que, con buen sentido, sospechaba que tales noticias
no eran ciertas.
- No lo sé, pero todos los grandes han sido llamados a Antioquia. Hasta Apolonio, el gobernador de
Fenicia y Celesiria, que se encontraba en Samaria ha sido llamado a Palacio.
- ¿Se encontraba en Samaria has dicho?
- Sí.
- Entonces cuando venga Judas nos informará con detalle de lo sucedido. Viene de Siquem en estos
momentos y seguro que sus espías se habrán enterado de lo sucedido. –repuso ella-. Ve a los
comedores y di que te den algo de beber y de comer después, si quieres, podrás descansar hasta
que llegue el momento de tu partida a Jerusalén.
- Me quedo con lo primero, señora, lo segundo no puedo pues debo de partir a uña de caballo. Si tus
sospechas son ciertas debo de avisar a mis compañeros de la ciudad para que estén prestos a la
acción. Siento mucha tristeza en mi corazón por el estado en que he visto a Matatías. –y se rasgó la
túnica que llevaba para protegerse del polvo del camino.
- No digas nada en Jerusalén de lo que has visto. No sería prudente que el pueblo se desalentara al
saber de la gravedad del estado de su jefe.
- Así lo haré, señora. Así lo haré… –y se retiró sollozando.

***

Los hijos de Matatías y su ejército se encontraban acampados en la ladera del monte Ebal a poca
distancia de Siquem y a cubierto de los posibles ataques de los sirios y de las tropas mercenarias de
Apolonio, el cruel gobernador de Fenicia y Celesiria.
Era Siquem la ciudad por donde Abraham entró en Canaán. En ella Jacob y Josué alzaron sendos
altares de piedra labrada que jamás habían tenido contacto con el hierro. Cientos de años antes, en
Siquem, Josué, selló con gran ceremonia la Sagrada Alianza entre las doce tribus, hecho que puede
considerarse como el inicio de una gran nación: Israel14.
A media tarde habían llegado al campamento de los macabeos, José y Azarías, hombres de la absoluta
confianza de los hijos de Matatías, trayendo la mala noticia sobre el estado de salud de su padre.

14
Josué 8, 30-35.
9

- Vuestro padre quiere veros pues él sabe que va a ser esa la última vez que lo haga. –dijo Azarías.
- ¿Cómo está él? –preguntó Simón Tasí.
- Muy mal. Verdaderamente muy mal. –contestó José.
- Bien, partiremos Juan, Jonatan y yo, -dijo Simón- en avanzadilla con la mitad de nuestro ejercito.
Después junto a Judas y Eleazar partiréis el resto del ejército cuando el campamento esté
despejado. En una jornada, si no perdemos tiempo, podemos estar junto a él.
- De acuerdo, -repuso Judas-, vosotros, -dirigiéndose a José y a Azarías-, reponed fuerzas, comed y
bebed algo, saldremos al despuntar el alba. Que desmonten el campamento de inmediato; recoger
todos los pertrechos; volvemos Qumrán. –ordenó a sus lugartenientes y las órdenes empezaron a
distribuirse por todo el campamento que obedeció rápida y disciplinadamente.
Tan pronto los caballos y la escolta estuvieron dispuestos, Simón y sus otros hermanos, excepto Judas y
Eleazar, salieron hacia el desierto de Judea. Empezaba a oscurecer. ¡Cabalgarían toda la noche!

***

Jasón y Menelao se odiaban mutuamente. Ambos eran grandes conspiradores y su crueldad era
manifiesta. Su única pretensión en la vida estaba dominada por la codicia y el afán de poder. Eran
manipuladores y la conjura y la confabulación corrían fluidamente por sus venas.
Jasón, fanático seguidor del helenismo, había usurpado, con engaños y sucias estratagemas, el sumo
sacerdocio a su propio hermano, Onías; sin embargo, era de la estirpe de las veinticuatro familias de la
casta sacerdotal con derecho al pontificado. Para destituir a su hermano se hizo servir de la gran
necesidad de dinero que Seléuco, el rey los sirios, tenía que pagar por sus estrepitosas y atribuladas
campañas de conquista y expansión. Para ello utilizó al preboste del templo, el insidioso Simón,
curiosamente hermano de su gran enemigo Menelao.
Aunque, en esos momentos, Seléuco había sido asesinado, Antíoco, su hermano y sucesor, optó por
mantenerlo en el cargo, a pesar de la costumbre existente de que los nuevos reyes pusieran en ese
cargo a personas de su entera confianza.
Jasón supo ganarse su favor con la entrega de miles de talentos de plata y oro con lo que el Tesoro del
Templo, el gazofilacio, había quedado completamente exhausto. También ordenó consagrarlo en honor a
Zeus Olímpico, así como que se construyesen un gimnasio y una efebía en las dependencias aledañas
al mismo. Pero la peor de sus felonías, la que el pueblo no le perdonaba, había sido la de ser el
inspirador de la destitución de su hermano Onías que tuvo que exiliarse primero en las tierras de
Ptolomeo, en Egipto y, después, en Dafne, junto a Antioquia de Orontes, la capital del reino sirio donde
construyó un templo a semejanza del de la Ciudad Sagrada de David.
Menelao pertenecía a la casta de los Tobíadas, que si bien eran extremadamente ricos, su estirpe no les
daba derecho a optar al sumo sacerdocio. Pertenecían a la tribu de Benjamín. Eran laicos cuya máxima
aspiración terminaba con el cargo de preboste, guardián y administrador del gazofilacio, el Tesoro.
Su enfrentamiento personal y el odio que se profesaban habían logrado provocar una grave división
entre los habitantes de Jerusalén.
Por un lado estaban los judíos que, abjurando de su tradición y de Dios, se habían convertido en
colaboracionistas de los siriomacedónios y que, en su mayoría aristócratas y ricos terratenientes, habían
formado un partido de tendencia helenista, griega, cuyo jefe espiritual y político era el fanático Jasón. De
otra parte estaban los judíos que no renegaban de Dios ni de la tradición pero se mostraban
condescendientes con los ocupantes de su pueblo siempre y cuando, éstos, respetaran sus propiedades
y sobre todo sus privilegios, siendo su jefe político Menelao. Todos ellos formaban el partido saduceo.
Por último, estaban los creyentes, los asídeos, gente del pueblo llano que siguiendo la tradición de sus
antepasados y su fe en Elhoim, el Altísimo, se habían agrupado en un partido de carácter nacionalista e
independentista que se hacia llamar: farisim15, los fariseos y cuyo jefe natural y por derecho era Matatías,
el sacerdote ahora moribundo.
Menelao era consciente de que si bien Jasón ocupaba el sillón del sumo pontificado, no tenía muchos
seguidores entre las facciones enfrentadas en Jerusalén. Era odiado por los dos bandos opuestos: el
saduceo y el fariseo, y esperaba el momento oportuno para deshacerse de él.
Jasón tampoco ignoraba que tenía pocos partidarios y que su cargo y hasta su propia vida corrían grave
peligro así que, junto a su corte de aduladores y de algunos levitas seguidores de su política, había

15
Equivalente a: los separados.
10

hecho propagar el rumor según el cual Menelao iba anunciando por toda la ciudad que Antíoco, el rey,
había muerto asesinado por su sobrino Demetrio; que él mismo había sido destituido y que había tenido
que huir, y qué, junto a su hermano Lisímaco, habían ocupado los dos cargos mas importantes de
Jerusalén: el sumo sacerdocio y el control del Tesoro.
Con esta calumnia esperaba del rey una fulminante y furiosa reacción que acabara por fin con la vida
de su enemigo, a sabiendas de lo supersticioso que era Antíoco con respecto al anuncio de su muerte y
el odio que sentía por Demetrio, el hijo de su hermano.
Efectivamente, el bulo llegó hasta la corte siria, sin embargo, Antíoco, el loco rey sirio, aconsejado por
Andrónico, su chambelán, que le puso al corriente sobre las inmensas riquezas de Menelao y de su
hermano Lisímaco, se limitó a convocar a los implicados a su palacio real en Antioquia. A su vez, el rey,
había dispuesto que Apolonio, a la sazón gobernador de Fenicia y Celesiria, acompañara a la comitiva,
de forma discreta pero sin descuidar su vigilancia, durante el trayecto de sus honorables invitados.
Jasón, así lo creía él, quedaba libre de toda sospecha. ¡El complot contra Menelao y Lisímaco había
funcionado! ¡Iban a ser ajusticiados en presencia de su rey! Que poco sabía Jasón sobre la astucia de
Antíoco IV, Epífanes, el rey de los sirios… ¡Que poco le conocía!

***

Al amanecer ya se vislumbraban allá en el horizonte las solitarias y escarpadas colinas de Qumrán.


Únicamente les quedaba atravesar el desierto de Judea, la zona más dura del trayecto pues no había
sitio donde resguardarse, salvo las dunas.
Simón, Juan y Jonatan iban a la cabeza de los cinco mil hombres que formaban la mitad del poderoso
ejército que seguía fervorosamente las órdenes de su anciano padre, ahora agonizante.
Simón era consciente de la desmoralización provocada en sus tropas tras la noticia sobre la salud de
Matatías, su padre. Necesitaban un nuevo Jefe. ¿Quién de ellos podía ser? –decía para sí mismo-. Su
hermano Juan era valiente pero estaba más interesado en satisfacer los placeres mundanos que en
dirigir una lucha que se preveía larga, era un hedonista. Eleazar la persona mas fiel que jamás había
conocido, capaz de entregar su vida por la justa causa que les había llevado a la guerra, sin embargo era
incapaz de dar órdenes, simplemente se limitaba a ponerse a la cabeza de sus tropas y que estas le
siguieran. Tal era su arrojo, pero no era un jefe nato. Jonatan, el más joven, era ambicioso pero le faltaba
madurar. Su vigor e ímpetu, propios de su edad, no eran suficientes para ponerle al mando de más de
diez mil hombres. Su valentía se tornaba imprudencia las más de las veces; definitivamente no era el
adecuado, de momento, para dirigir a sus hombres; ponerlo al mando sería como cometer un suicidio
colectivo.
Solamente quedaban Judas y él. Los dos estaban suficientemente capacitados para suceder a su padre.
Él, por ser el mayor, era serio en su actitud y sereno en sus decisiones. Su carácter era templado y
racional, por lo general prefería el dialogo a la acción pero no rehuía de ésta cuando las circunstancias
así lo aconsejaban, no obstante no sabía anticiparse a los hechos, era excesivamente confiado lo que a
lo largo de su vida le había provocado y le iba a provocar infinidad de situaciones embarazosas, en
conclusión: no era un buen estratega. Judas hablaba poco pero cuando lo hacían los demás escuchaban
con atención y respeto. Valiente en sus acciones había demostrado desde el inicio de la rebelión su gran
capacidad de mando y su gran sentido de la anticipación ante el enemigo. Su sistema de ataque tenía
desorientados a los sirios. Golpear16 y retirarse velozmente, esa era su manera de guerrear,
preferiblemente al anochecer. El gran conocimiento que tenía sobre el terreno de operaciones dejaba a
sus enemigos en clara desventaja. Su norma: el factor sorpresa y la emboscada. Su eficacia:
demostrada. Sin duda era el más capacitado para suceder a su padre. Así lo pensaba Simón y así
pensaba proponérselo a su padre aunque sabía que la última decisión la tomaría Matatías guiado por la
sabiduría que le otorgaba su experiencia. “Evidentemente elegiría lo mejor para su pueblo”. –se dijo a sí
mismo.

***

El paso de la comitiva que llevaba a Menelao y Lisímaco hacia Antioquia fue observado de lejos por
Judas Macabeo y su tropa aunque dadas las circunstancias decidió no intervenir. Eso sí envió

16
Golpear como un martillo haciendo honor a su apellido.
11

observadores para que le detallaran el motivo de tan especial viaje así como de la nutrida escolta
capitaneada por su eterno enemigo, el gobernador Apolonio.
La columna del Macabeo siguió cabalgando al galope en dirección sudeste hasta enfilar el desierto de
Judea. A la cabeza de la misma iban Eleazar y él. Un poco mas atrasado iba José. Azarías dirigía el
grupo de informadores que debían de traerles noticias de la caravana y de la escolta.
Judas iba pensando sobre la delicada salud de su padre y el efecto desmoralizante que tal suceso
ejercía sobre la totalidad del ejército y de los hombres y mujeres que, junto a su ganado, seguían la
estela de su padre. Aunque le dolía, tal era el amor que sentía por su progenitor, sabía que tenían que
llamar a Consejo y nombrar a un nuevo Jefe. La lucha por la independencia no podía detenerse por la
muerte de ese gran hombre. Israel estaba por encima de todos ellos. Y por encima de Israel estaba
Shaddai, el Omnipotente.
Pensaba, mientras cabalgaba, cual de sus hermanos podía ser el más adecuado para suceder al
anciano Matatías. Juan no era práctico. Era un gran idealista y un soñador pero a los pueblos no se les
rescata del oprobio con grandes ideas y sueños ilusorios. No era el más adecuado; su forma de ver la
vida no le capacitaba para acometer la gran tarea de devolver a Israel su independencia y a su pueblo el
orgullo de ser los elegidos de Yahvé. Eleazar era un gran hombre, bondadoso, leal y valeroso en el
combate, pero tímido en sus relaciones con los demás. Ni sabía ni le gustaba dar órdenes sobre todo si
éstas ponían en grave peligro a quienes las recibían. Prefería hacer las cosas él y que los suyos le
siguieran. Carecía de dotes de mando y se exponía demasiado en el combate. De ser él el elegido
pronto tendrían que reunir de nuevo al Consejo para buscarle sucesor. Además, a un pueblo se le dirige
con rigor y con firmeza. Eso es lo que el pueblo espera de su jefe y Eleazar tampoco era el adecuado
para ocupar el puesto que su padre pronto iba a dejar vacante. Jonatan, su hermano pequeño, era aún
muy joven para hacerse cargo de la dirección de la rebelión. Aunque sabía de su gran capacidad e
intuición todavía no estaba lo suficientemente preparado para asumir tan grave responsabilidad. No le
cabía duda que pasados unos años, no demasiados, sería un gran jefe; dotes, no le faltaban… y
ambición, tampoco. Él, con la ayuda de su hermano mayor, Simón, se encargarían de instruirlo
adecuadamente; lo primero por donde deberían empezar, sin duda, sería en enderezar su carácter
estaba demasiado mimado por Esther, su madre.
Ya solo quedaban Simón y él. Simón había sido como un segundo padre para todos ellos. Era cordial,
reflexivo, prudente, equitativo, amigo de todos ellos. Le tenían un gran respeto y seguro que el pueblo y
el ejercito verían con buenos ojos que el fuese el elegido para suceder a su padre.
Él, Judas, se descartaba para asumir el papel de sucesor, no se veía con las condiciones suficientes
como para ser el heredero de la empresa que su padre había iniciado. Dejaba la elección al anciano
sabio que yacía moribundo esperando la llegada de todos ellos.
Indudablemente, su padre, Matatías, sabría elegir lo mejor para Israel y para su pueblo. –se dijo a sí
mismo.

***

Debido al inmenso calor que hacía en el desierto, Simón decidió dar un respiro a sus tropas y ordenó a
sus hombres que se pararan a descansar y que instalaran tiendas para protegerse del sol mientras
esperaban la llegada del resto del ejercito conducido por Judas. A su vez dio las órdenes oportunas para
que un destacamento se adelantara para avisar a los de Qumrán de su próxima llegada y una patrulla
para que se acercase a los manantiales del río Jordán, algo más al norte de donde se encontraban, con
el fin de llenar los odres de agua fresca de sus fuentes.
- Sobre todo no os acerquéis a Jericó, aún no sabemos cuantos seguidores tenemos en esa ciudad. –
ordenó Simón a la patrulla.
- Así lo haremos, Simón. –contesto Ezequiel, el jefe de la misma.
- ¡Suerte hermanos!
A Jonatan las órdenes no le gustaron y, por primera vez, discutió con su hermano mayor sobre las
mismas.
- No debemos pararnos ahora, solamente estamos a ciento cincuenta o doscientos estadios17 de
Qumrán y cuanto antes lleguemos antes veremos a padre, dijo.

17
Medida griega que consta de 600 pies y cuyo valor no es igual dependiendo de la región. En este caso se trata del estadio vulgar
que equivale a 198 metros.
12

- La tropa está exhausta, estamos cabalgando desde ayer al anochecer y se merecen un descanso;
entre tanto, esperaremos la llegada de Judas y de Eleazar con el resto del ejercito. –repuso Simón.
- Pero a Judas no le va a gustar que estemos expuestos en medio del desierto.
- Judas lo entenderá, además en medio del desierto no se libran batallas.
- Sus órdenes eran que nos adelantáramos.
- Y mis órdenes son que le esperemos. ¡Y basta! –dijo Simón dando por terminada la insubordinación
de su hermano pequeño.
La rabia se notaba en los ojos de Jonatan que se retiro de inmediato diciendo en voz baja mientras se
iba: “Judas se enfadará y tú me las pagarás”… Ese era otro de los defectos juveniles de Jonatan: el
rencor.
Pasadas unas horas vieron a lo lejos como, desde el noroeste, se acercaba un nutrido grupo de
hombres a pie con varios jinetes a la cabeza.
- Pronto, a las armas. –ordenó Simón.
- ¿Cuántos pueden ser? –le pregunto Juan que estaba a su lado.
- Parece que son más de mil hombres. –contestó.
- ¡Nos atacan! –dijo Jonatan, que venía corriendo con la espada en la mano.
- Aún no nos ha atacado nadie y si lo piensan hacer no creo que salgan bien parados. –dijo Juan a su
hermano pequeño.
- Juan, ordena a los lanceros y arqueros que se dispongan en posición de combate. –le dijo Simón.
La posición de combate era en tres filas. En la primera y en posición de rodillas se ponían los lanceros
provistos de largas azagayas, lanzas, de más de seis codos18 que apuntaban al frente con el objeto de
parar un posible ataque frontal de la caballería enemiga. Detrás de ellos y también de rodillas un primer
grupo de arqueros y un segundo grupo tras los mismos pero en posición de pie. Cuando el enemigo
estaba lo suficientemente cerca, se retiraban los arqueros dando paso a la infantería.
- Jonatan di a Nicomedes que disponga dos escuadrones de caballería para cubrir los flancos de los
arqueros. La infantería que esté dispuesta para repeler el ataque enemigo.-ordenó Simón
- Si hubieras hecho caso a Judas ahora no estaríamos en este aprieto. –espetó Jonatan.
- ¡Obedece a tu hermano! –grito Simón.
Jonatan se asustó ante semejante grito y salió corriendo en busca de Nicomedes, el jefe de la caballería.
- Juan, ¿crees que ha sido una imprudencia detenernos?
- Por supuesto que no, Simón. De haber continuado muchos hombres habrían caído por el esfuerzo.
Judas habría obrado igual. ¿De qué sirve un ejército extenuado?
Un jinete se adelantó al grupo de hombres que caminaban pausadamente pero sin pararse. Se trataba
de Ezequiel, el jefe de la patrulla macabea.
- Haz que se retiren los arqueros, los lanceros y la infantería. –ordenó de nuevo Simón. Juan cumplió
la orden de inmediato.
- Jonatan, di a Nicomedes que se adelante con un grupo de jinetes y que ayude a Ezequiel.
- ¡Puedo ir yo también? -preguntó.
- No. Tú te quedas a mi lado.
Jonatan le devolvió, de nuevo, una mirada furiosa. Era la segunda vez en poco rato.
Cuando llegaron Nicomedes y Ezequiel informaron a Simón, a Juan y a Jonatan:
- Estábamos acercándonos a los manantiales del río Jordán, cuando vimos a lo lejos un numeroso
grupo de hombres y mujeres que se dirigían en dirección nuestra. –dijo Ezequiel.
- ¿De donde vienen? –preguntó Simón.
- De todas partes. De Gerasa, de Pela, de Masfá, de Bosor, de Jericó. –contestó Ezequiel.

18
Medida de longitud que consta de dos palmos o veinticuatro dedos. El codo vulgar equivale a 0,450 m., y el codo regio a 0,525,
también llamado codo mayor.
13

- ¿Qué quieren?
- Vienen a unirse a nosotros. Son más de mil entre todos.
- ¿Son judíos? –pregunto Jonatan.
- Que iban a ser si no. –repuso Nicomedes.
- ¿Están circuncidados? –insistió Jonatan ante la sorpresa de los presentes.
- Si son judíos claro que estarán circuncidados.
- ¿Cómo lo sabéis? ¿Lo habéis comprobado? –seguía insistiendo Jonatan.
- ¿Cómo quieres que lo comprobemos, Jonatan? –dijo Ezequiel.
- Me parece que es muy fácil saber si un hombre está circuncidado. Solamente tienes que examinar
cierta parte de su cuerpo. –contestó Jonatan.
Todos lanzaron una sonora carcajada, a excepción de Ezequiel que enrojeció de pudor.

***

Apolonio, montado en su caballo blanco guarnecido con arneses de oro y plata, se acercó a la carroza
que transportaba a los dos hermanos y dirigiéndose a Menelao le preguntó:
- ¿Deseas hacer un alto en el camino?
- No. –contestó. Quisiera llegar cuanto antes a Antioquia, estoy ardiendo en deseos de postrarme ante
el Magnifico y presentarle todos mis respetos y los de mi familia.
- ¿Sabéis a que se debe tan nutrida escolta, gobernador? No somos personas tan importantes como
para ser protegidos por tan valerosos caballeros. –dijo Lisímaco al que se le notaban claramente sus
tendencias homosexuales.
- Lo ignoro, Lisímaco, pero son órdenes del rey y debo cumplirlas sin más.
- Pero estos muchachos van pertrechados como para una guerra y no hemos visto a nadie hostil por
el camino. –insistió Lisímaco atusándose las cejas con el dedo corazón de su mano derecha mojado
previamente en saliva.
- Sí, más bien parece que estemos prisioneros del rey. –dejó caer Menelao.
- Nada más lejos de la voluntad real que os sintáis como rehenes. La escolta es para vuestra
seguridad y protección. –contestó Apolonio.
- Y… ¿por eso estáis vos al mando, gobernador? –seguía insistiendo Lisímaco.
- Mi presencia se debe a que he sido citado por su Majestad para tratar asuntos de Estado. –dijo el
gobernador. El comandante de la guardia que os escolta es Sóstrates.
- Guapo… muy guapo es el joven general Sóstrates. Salúdale de mi parte, gobernador. –dijo Lisímaco
haciendo un gesto obsceno con la lengua.
- Así lo haré.
- Bien pensado, repuso Menelao, podríamos descansar en Bet San, o ¿debería decir Escitópolis,
gobernador?
Apolonio lo miró fijamente con semblante despectivo y dijo: “Escitópolis”. Dicho esto giro grupas y se
alejó para ordenar que se detuvieran en la siguiente ciudad. Mientras se alejaba, pensaba: “Perros
judíos, pronto vais a saber para que habéis sido llamados a la Corte”.

***

¡Ya llegan!... ¡Ya llegan!... –gritó Jonatan fuera de si señalando hacía el noroeste donde se distinguía
claramente la polvareda que levantaba un ejercito en las ardientes arenas del desierto.
Inmediatamente montó en su cabalgadura y salió corriendo al encuentro de sus hermanos Judas, el
Macabeo y Eleazar Avarán.
14

- Este muchacho es demasiado impulsivo. –musitó Simón mientras el caballo del pequeño de los
hermanos galopaba en dirección al grupo que se les acercaba.
- Es propio de su edad, solamente tiene dieciséis años. –dijo Nicomedes, que le había oído.
- Como siga así no cumplirá los cuarenta. –sentenció con gesto preocupado Simón.
- Creo que pocos de nosotros cumpliremos esa edad. –repuso Nicomedes.
- Yo también lo creo, -contestó Simón. que entonces contaba con treinta y cuatro años, y cambiando
de tema le preguntó: ¿Sabes si Ezequiel ha terminado de separar a los hombres recién llegados?
Aunque la reflexión de Jonatan sobre la circuncisión de los varones les había sorprendido, llegaron a la
conclusión que entre ellos podían ocultarse espías de los sirios por lo que Simón había ordenado a
Ezequiel que hiciera tres grupos con los varones. Los que tenían familia con antecedentes judíos
avalados por sus convecinos; los que teniendo familia eran extraños al grupo en el que habían llegado, y
aquellos que eran solteros o que viajando solos, o acompañados, eran completamente desconocidos por
los demás.
- Ya está terminando de realizar la separación de los varones.-dijo Nicomedes.
- Ve con él y ayúdale. Quiero que a la llegada de Judas la selección ya esté realizada. –ordenó Simón.
- A tus órdenes, Simón. Y se alejó hacia donde Ezequiel estaba llevando a cabo la tarea.

***

Bet San es una bella ciudad a orillas del río Jordán a unos seiscientos estadios19 al norte de Jerusalén.
Al estar por debajo del nivel del mar el aire se vuelve más cálido y seco. Está rodeada de montañas
rocosas de color ocre oscuro y sus tierras son fértiles donde las haya. El valle que se abre hacia el sur
siguiendo el curso del río es frondoso, con una vegetación exuberante de un color verde esmeralda.
Tierra rica en trigo y algodón, el paisaje está rodeado de árboles frutales donde abundan las palmeras de
dátiles y plátanos, los limoneros, los granados, las cepas de vid, los sicomoros y otros que le
proporcionan una belleza y un aroma especial.
Los griegos, primero, y los sirios después, se habían fijado en lo agradable que era la naturaleza del
lugar y la bonanza de su clima por lo que se decidieron a reconstruir la ciudad y dotarla de edificios y
plazas de gran esplendor. También la repoblaron con gentes aliadas de ellos venidas de Escitia, una fría
región situada a orillas del Mar Negro, en el Cáucaso. Los escítas eran altos, rubios, con ojos azules y la
piel muy blanca. Nada que ver con la raza semita que hasta entonces había poblado la ciudad. Eran
gentiles y cambiaron el nombre de Bet San por el de Escitópolis, ciudad de los escitas. Odiaban a los
judíos, auténticos propietarios de aquellos vergeles y los tenían recluidos en los sucios arrabales de la
ciudad viviendo como verdaderos animales. Les habían despojado de sus tierras y arrebatado su
tradición pero no habían podido quebrantar su voluntad y su férrea fe en el Creador. Seguían
practicando, clandestinamente, los preceptos de la Torah, la ley de Moisés. Por ello constantemente
había ejecuciones públicas en tan bello paraje.
- Por fin podré quitarme el polvo del camino, -dijo Lisímaco ordenando a su criado que le preparara un
baño templado, ni muy frío ni muy caliente, los afeites y los perfumes.
- No creo que estemos para fiestas esta noche. –repuso Menelao que también ordenó que le
preparasen otro baño para él.
- Pues Apolonio, que ha sido muy cortés al prestarnos este alojamiento, ha dicho que esta noche
quería invitarnos a una frugal cena y una fiesta muy especial, dada nuestra categoría y que por nada
del mundo permitiría que nos la perdiésemos. –le contestó su hermano.
- No me fío de Apolonio. No me gusta su mirada. Hay algo en ese hombre que me asusta… –dijo
Menelao quedándose pensativo.
- Estupideces, hermano. Tú siempre con tus manías persecutorias, es de Jasón de quién te debes de
cuidar, no del gobernador además, me ha prometido que me sentaré al lado de Sóstrates durante la
cena que ofrecerá en nuestro honor. ¿No te parece maravilloso, hermano?... Sentado al lado de
Sóstrates, con lo apuesto y viril que es… ¡Sin duda será una magnífica noche!...

19
Aproximadamente unos 118 Km.
15

Y diciendo esto se alejo dando ligeros saltitos mientras giraba sobre sí mismo y cantaba y reía a la vez
repitiendo: Sóstrates… Sóstrates… ¡que feliz me vas a hacer esta noche, amor mío!...

***

Jasón llamó a Gedalías, el levita que era jefe de su guardia personal y a Aristos, su chambelán.
- En esta lista que te entrego están los nombres de mis enemigos, vuelve a Jerusalén detenlos y
hazlos ejecutar de inmediato. –dijo mientras le tendía la nota a Aristos. Éste la leyó minuciosamente
y dijo…
- Pero Jasón, aquí hay nombres de personas muy importantes… muy influyentes… Yo…
- ¿Tienes algún problema, Aristos? –le cortó el sumo sacerdote.
- ¿No deberías esperar a que Menelao estuviera muerto?... –preguntó.
- ¡Menelao!... ¡Menelao!... –dijo abriendo los brazos y haciendo grandes gesticulaciones. ¡Odio hasta
ese nombre!... –dijo gritando al cielo-. Ya repuesto y mirando fijamente a los ojos de Aristos le espetó
entre dientes: Menelao, si no está muerto, pronto lo estará…
- Pero, Jasón… Yo no puedo… –balbuceó tembloroso.
- No puedes ¿qué? –preguntó Jasón, cada vez más histérico.
- Jasón, no puedo… –repitió sollozando.
- ¿Qué? –preguntó completamente fuera de sí y con los ojos casi salidos de sus orbitas.
- A mis padres… a mis hermanos… –dijo en un puro llanto.
- ¡Son mis enemigos!... –dijo gritando mientras daba vueltas alrededor de Aristos pero sin perderle la
cara.
- A ellos no les puedo hacer ejecutar, Jasón… ¡Entiéndelo!... –dijo entre gemidos.
- ¡Llora!... ¡llora!... –respondió meneando la cabeza de arriba abajo.
Gedalías, asombrado por la escena, observaba sin intervenir esperando que Jasón le diera alguna
orden. Aristos se había postrado de rodillas en posición suplicante.
- ¡Son mi familia, Jasón!... ¡Perdónales!... ¡Hazlo por mí!... –suplicaba Aristos con los dedos de las
manos entrelazados como si estuviera implorando.
- ¿Tu familia?... –dijo entre dientes mientras encorvaba el torso para poder mirarlo fijamente a los
ojos-. ¡Tu familia, si!... También está la mía… ¿no has visto los nombres de mis cinco sobrinos, hijos
de Onías?... ¿y el de dos de mis esposas?... –sus palabras salían como escupidas de su boca.
- Ellos tampoco…. ellos tampoco deben morir, Jasón. –contestó mientras se abrazaba fuertemente a
las rodillas del sumo sacerdote.
- Gedalías, ¡la espada, pronto! –gritó con terror Jasón.
Gedalías desenvainó de inmediato su espada y con el mismo ímpetu descargó un golpe en la espalda de
Aristos que se soltó de inmediato del sumo sacerdote y cayó de bruces malherido.
- ¡Remátalo! –ordenó Jasón.
- A ellos no… a ellos no… a ellos no… –susurraba gemebundo Aristos
Gedalías agarro del pelo a Aristos y con un rápido movimiento lo degolló. La sangre empezó a brotar a
borbotones desde la yugular seccionada. A cada latido del corazón la sangre bombeada salía a chorro
fuera del cuerpo. El corazón dejó de latir, la sangre de manar. Aristos estaba exangüe. Muerto. Gedalías
soltó la cabeza que, al caer, rebotó sobre el suelo del atrio del Templo. Se agachó y recogió la nota con
la lista de nombres que ya estaba manchada de sangre. Mirando fijamente a Jasón le hizo un gesto
inquisitivo con los hombros.
- Ya sabes lo que tienes que hacer. –le dijo Jasón cuyo efod 20 de un blanco impoluto ahora aparecía
salpicado con grandes manchas de roja sangre. Sangre de Aristos, su chambelán… su amante…

20
Túnica de lino blanco que los sumos sacerdotes vestían debajo del pectoral.
16

***

Judas sonrió al ver la llegada de su hermano Jonatan. ¿No podías esperar a que llegáramos? –le dijo.
- No, tenía que verte cuanto antes. Simón ha ordenado esta mañana que las tropas acamparan y tú
ordenaste…
- Yo, ¿qué ordené, Jonatan?...
- Pues tú ordenaste que nos adelantáramos y que…
- Y os habéis adelantado. Además la idea partió de Simón, pues no era conveniente que viajara todo
el ejercito al completo, de esta manera si uno de nosotros era atacado el otro podía llegar junto a
nuestro padre.
- Pero acampando quedamos expuestos a un ataque. Tú dijiste que la táctica era golpear sin ser
vistos y escapar rápidamente.
- Y ¿quién es tan iluso de pensar que un ejército acampado en mitad de un desierto que llega desde
los confines del valle del Jordán hasta los oasis de Ein Guedi puede verse sorprendido? ¿Tú?...
- Bueno, yo… pensaba… como dijiste… –balbuceó Jonatan.
- Bien, hermanito, deja la guerra para los hombres. Tú todavía tienes que madurar mucho. –dijo Judas
al momento que pretendía dar una palmada en el hombro de su hermano, pero éste, de un brusco
movimiento impidió la caricia.
- Eleazar, ¿no te parece que las tropas de Simón han aumentado?... –preguntó Judas.
- Sí, yo diría que se han doblado. –contestó Eleazar.
- Han venido de los pueblos del norte. –dijo Jonatan que aún tenía el ceño fruncido.
- Espero que no haya espías infiltrados entre ellos. –dijo Judas.
- Yo dije que miraran si estaban circuncidados, pero, como siempre, se rieron de mí. –dijo con rabia
contenida Jonatan manteniendo la cabeza baja.
- Buena idea, hermano. Buena idea. –contestó satisfecho Judas mientras Eleazar asentía con la
cabeza.
“Por fin había acertado en algo” –pensó Jonatan. “Judas es el único que me entiende”, se dijo a sí
mismo. Y esbozó una sonrisa pícara e infantil.

***

Apolonio, como buen anfitrión, había preparado un magnifico banquete que ofreció cortésmente a sus
invitados. Esto excedía las órdenes del rey pero Apolonio, conocedor (a través de las confidencias que
su amigo Andrónico le había hecho saber por medio del sobrino de éste, el general Sóstrates), de las
grandes riquezas y del inmenso poder que tenía la familia de los Tobíadas, pensaba que si el rey
ordenaba su ejecución podía convertirlos en rehenes y pedir un suculento rescate por ellos, o, si bien, el
rey les concedía su favor y sustituía a Jasón por ellos, él gozaría de la amistad de los nuevos jerarcas
judíos. De una forma o de otra, Apolonio, estaba decidido a sacar partido, a pesar del odio que sentía
hacia todos los judíos, granjeándose la confianza de sus invitados.
La mesa estaba dispuesta al estilo griego. Un gran tablero frente al cual se recostaban los invitados
principales y, a cada extremo de éste dos tableros más, uno a cada lado con lo que la mesa dejaba en el
centro un amplio espacio donde iban a tener lugar las actuaciones de acróbatas y bailarinas. En el fondo,
tras las columnas, un grupo de músicos que, con sus cítaras y arpas, amenizaría la cena.
Las tablas estaban cubiertas de elegantes manteles de lino de un color blanco impoluto. Delante de cada
invitado estaba dispuesto un ritón21 de oro puro en forma de asta de toro; en la parte anterior al ritón
había un plato de plata y, junto a este, un pequeño aguamanil, lleno de agua perfumada con pétalos de
rosa, donde los comensales podían limpiar sus dedos. Los cuchillos para cortar la carne habían sido

21
Recipiente a modo de vaso con el que ingerir líquidos.
17

suprimidos por motivos de seguridad. Los tridentes para pincharla, también. Todos debían comer con los
dedos.
Menelao se sentía halagado por el boato que Apolonio había desplegado en su honor, todo lo contrario
que Lisímaco contrariado al ver que no le habían sentado junto a Sóstrates si no junto a un joven efebo
con más afeites y perfumes que él y con unas facciones claramente afeminadas, sin embargo, junto al
resto de varones de la mesa se habían recostado vistosas meretrices, exageradamente maquilladas,
llenas en carnes, con grandes pechos desnudos y anchas caderas.
Cuando salieron los criados con las cráteras22 de vino de Corinto sirvieron primero al anfitrión y, después,
a los invitados por orden de preferencia. Menelao estaba sentado a la derecha de Apolonio lo que
significaba el honor que éste le dispensaba.
Una vez servido el vino nadie lo probó hasta que un esclavo negro, que estaba detrás del gobernador,
cogiendo el ritón de éste, sorbió un trago. Al ver que nada le ocurría todos los comensales se dispusieron
a beber tranquilamente. Esta operación se iba a repetir cada vez que se escanciaban de nuevo los
ritones de vino.
Inmediatamente salieron los criados con las bandejas de lo que iba a ser esta frugal cena: perdices
rellenas de semillas de granada, ojos asados de cordero lechal, huevos de codorniz crudos, pavo relleno
de castañas con salsa agridulce, ensalada de higos y hojas de lechuga, falafel envuelto en pan de pita
con salsa de sésamo y otras viandas que iban a servir de entrante.
Los músicos habían empezado a amenizar la cena tañendo sus instrumentos de forma delicada de
manera que la música no entorpeciera las conversaciones entre los comensales.
- Eres generoso, Apolonio, creía que nos ibas a ofrecer una frugal cena y has hecho preparar un
banquete en toda su formalidad. Te estoy sumamente agradecido por este detalle. Es un verdadero
honor para mí. –dijo Menelao acercándose a la oreja del gobernador haciendo un gesto como de
taparse la boca.
- Nada de eso, mi querido Menelao, solamente cumplo con los deseos de Su Majestad, el rey, para
que os sintáis, tú y tu hermano, en la hospitalidad que os merecéis. –mintió descaradamente
Apolonio.
- Me temo que nuestro bien amado rey Antíoco no nos hace ir a la corte con sanas intenciones…
¿verdad, gobernador? –repuso Menelao.
- ¿Qué te hace pensar de esa manera?... Tus asuntos con Jasón, ¿quizás?
- Algo de eso creo yo que ha de ser. Jasón es despreciable, manipulador y mezquino, a saber que
intriga habrá urdido para que Su Majestad me llame con tanta premura. No creo que se trate de la
simple entrega de dinero como me ha hecho creer Jasón, más bien pienso que esa es una simple
excusa para convencerme de que no pasa nada. Tampoco creo que Antíoco tenga preferencias
especiales para que seamos mi hermano y yo quienes hagamos entrega de dicho capital. –dijo
Menelao.
- Tú no debes cuestionar los deseos del Rey de los Reyes. ¡Eso es una grave ofensa! Muchas
naciones se han postrado a sus pies y muchos son los hombres que han dado y darán la vida por él.
Has de saber que sus deseos son Ley. –repuso airadamente Antíoco alzando la voz por encima de
la música de fondo.
- Nada más lejos de mi intención ofender a nuestro amado rey y a ti, mi generoso anfitrión, pero
convendrás conmigo que la situación, cuando menos, resulta harto sospechosa. –contestó
delicadamente Menelao.
- Si las intenciones del rey hubiesen sido acabar con tu vida debido a la vil traición que has cometido,
da por seguro que te habrías ahorrado este viaje. Estarías más muerto que la pechuga de perdiz que
me acabo de comer.
Apolonio, al ver los ojos desorbitados de su invitado, se dio cuenta que había ido demasiado lejos en la
conversación y que estaba rozando un terreno peligroso pues se estaba interponiendo, seguramente, en
los planes que Antíoco tenía reservados a los hermanos Tobíadas.
- Pero no hagas caso de esas supercherías, el Rey sabe que es Jasón quien ha promovido el rumor
de tu deslealtad hacia él. –dijo intentando rectificar.
Vil traición… Deslealtad al rey… La cara de Menelao se iba desencajando por momentos. Su tono
cetrino se estaba convirtiendo en grisáceo. Parecía que estaba al borde de un colapso. Jasón, con sus
falsedades, había llegado muy lejos esta vez. Tenia que reaccionar. Tenía que pensar, cuando estuviera

22
Anforas con las que servir las bebidas
18

ante el rey, cual iban a ser sus descargos… pero descargos ¿de qué?... él no había hecho ni dicho nada
que pudiera ofender o molestar al rey… ¡todo lo contrario!... el esperaba grandes mercedes del rey. No
había más remedio: tenía que acabar con Jasón al coste que fuera o éste lo haría con él.
- ¿Te encuentras bien, Menelao? –le pregunto cínicamente el gobernador.
- No, disculpa… quisiera retirarme… –le contestó con voz débil.
- ¡No puedes! –repuso el gobernador airadamente. Perdona, -rectificó-, quiero decir que sería un
agravio al resto de comensales si tu, mi invitado principal, te retiraras de la mesa… Si quieres
llamaré a mi médico personal para que te haga un reconocimiento… –dijo en tono suave.
- No, no te preocupes… ya se me está pasando… seguramente ha sido este vino de Corinto sin
rebajar. –trató de excusarse Menelao.
- Eneas, que cambien el vino y que lo traigan mezclado con agua y especias esta vez. –ordenó el
gobernador a su criado.
- Y tú, Lisímaco, -dijo cambiando el rumbo de la conversación, parece que no te está gustando la
comida, apenas has probado bocado.
- Estoy muy agotado por el viaje y apenas tengo hambre. –contestó secamente Lisímaco.
- Parece que tampoco te ha gustado la compañía que te he buscado. Horacio, -dijo dirigiéndose al
efebo que estaba recostado junto a Lisímaco, no estas agasajando a mi invitado como se merece.
¿quieres poner más empeño?
- ¡Oh!, no es necesario mi querido gobernador, -dijo Lisímaco -, tampoco tengo ganas de intimar esta
noche.
“¡Maldito embustero!”, -pensó Lisímaco. “Me prometió sentarme junto a Sóstrates y me pone a este
afeminado a mi lado. ¡Si va mas perfumado que yo!... ¡A mí lo que me gustan son los hombres viriles no
las gacelas salvajes de las efebías, esas se las dejo a Jasón y a mi hermano!.... A mí o muy hombres o
muy niños… ¡Eso es lo que me gusta!... “ -se decía a sí mismo.
Los criados volvieron a entrar con cráteras de nuevo vino, esta vez era de la tierra, de Jericó y,
seguramente, sería de mayor agrado a los invitados judíos. Estaba rebajado en agua de azahar y
mezclado con clavo y lo sirvieron en las copas de cristal de Fenicia que acababan de depositar junto a
los ritones. Como la vez anterior nadie bebió hasta que el esclavo negro probó el vino y nada le pasó.
Detrás de los criados que habían traído el vino entraron otros con nuevas viandas, esta vez se trataba de
faisán acompañado de manzanas hervidas al vino, cabritillos al sarmiento con salsa de almendras,
cochinillo asado, pescados frescos del lago Genesaret, en Galilea, adobados en vinagre con ajos y
cilantro, sicomoros, dátiles con miel y otras exquisiteces.
- Prueba los pescados, Lisímaco –dijo el gobernador-, el ajo junto con el cilantro y el vinagre son
afrodisíacos y hacen hervir la sangre dando más apetencia a su carne. –continuó con sorna y en
clara referencia a sus gustos sexuales.
- Ya he comido bastante por hoy, querido. –contestó sin más formalismo y con clara actitud de enojo.
- Horacio, levántate y ocupa el sitio de Sóstrates y que él ocupe el tuyo. Dile que yo lo ordeno. –dijo
Apolonio.
Al momento Sóstrates estaba sentado junto a Lisímaco. Los ojos de éste empezaron a brillar de una
forma tan exagerada que parecía que en unos instantes le iban a brotar grandes lágrimas. Ardía en
deseos inconfesables. Su entrepierna empezaba a notar el efecto que la presencia que aquel hermoso,
viril y valeroso guerrero ejercía sobre su miembro. Estaba empezando a tener una erección.
- ¿Qué has dicho del pescado, queridísimo gobernador? –dijo sensualmente, casi relamiéndose los
labios. ¿Afrodisíaco, tal vez?...
- No creo que te haga falta ningún afrodisíaco esta noche. –le contestó pícaramente el gobernador.

***

Los dos ejércitos ya se habían encontrado. Judas, Eleazar y Jonatan se apearon de sus cabalgaduras y
se dirigieron hacia donde se encontraban Simón y Juan y se saludaron.
- Shalom, hermanos.
19

- Shalom. –contestaron ambos.


- Judas, -empezó a hablar Simón, esta mañana he hecho acampar al ejercito con el fin de que
repusiera fuerzas y he enviado un destacamento a Qumrán para anunciar nuestra llegada. También
he mandado una patrulla por agua de los manantiales del Jordán y en el camino, Ezequiel, se ha
encontrado con este numeroso grupo de hombres, mujeres y ganado que quieren unirse a nosotros.
–dijo señalando hacia donde se encontraban.
- Sí, ya lo sé. Me lo ha comentado Jonatan nada más llegar a mi encuentro. ¿son todos judíos? –
preguntó Judas a su hermano.
- Como verás hay tres grupos, el más grande son judíos y están avalados por familia y amigos, el
segundo grupo no dispone de parientes conocidos pero los varones están circuncidados, a los seis
del último grupo no los conoce nadie pero cuatro están circuncidados y dos no. –le contestó Simón
mientras Juan, Ezequiel y Nicomedes asentían con la cabeza pues ellos habían comprobado sus
prepucios.
- Que me traigan a esos dos que no están circuncidados. –ordenó Judas.
Judas se introdujo en una de las tiendas para protegerse del inmenso calor que hacía a pesar de que el
sol empezaba a declinar. Se sentó en el sitial que utilizado para actos solemnes y aguardó la llegada
ante su presencia de aquellos hombres.
- ¿Quiénes sois? –les preguntó al tenerlos ante él.
- Somos judíos de Gamala, en la Galilea, y enterados de que ese gran hombre llamado Matatías
conduce a nuestro pueblo hacia la libertad, decidimos seguir al grupo con el que hemos llegado para
unirnos a sus tropas. –dijo uno de ellos.
- ¿Cómo os llaman? –les preguntó Judas.
- Me llaman Bartolomé, hijo de Mateo, -dijo el primero de ellos mientras el otro permanecía en silencio
y con la mirada hacia el suelo.
- Y tú, ¿por qué no hablas? –interrogó de nuevo Judas.
- A mi me llaman Simeón y también soy hijo de Mateo, somos hermanos. –dijo el segundo con voz
trémula y sin levantar la mirada del suelo.
- ¿Qué edad tenéis? –preguntó de nuevo.
- Yo tengo 19 años, -dijo el primero-, y él 17. –mientras señalaba con el dedo a su hermano.
- ¿Por qué no estáis circuncidados? –siguió Judas interrogando.
- Verás, señor, cuando nacimos un edicto del rey de los sirios impidió a nuestros padres cumplir con la
Sagrada Ley de la Alianza.
- ¿Para quién trabajáis? –continuó interrogando.
- Somos pastores. –contestó el mayor.
- ¿Pastores de qué?...
- De ovejas, señor. –seguía contestando el mayor de los hermanos.
- ¿Y dónde están vuestros rebaños? ¡Contesta tú! –dijo señalando al menor de ellos.
- Los dejamos en nuestra hacienda, señor. –respondió de nuevo con la cabeza agachada.
- Y, ¿quién cuidará de ellos? –continuó interrogando Judas.
- Bueno, señor, en Gamala hay más pastores… Ellos podrán hacerse cargo de nuestros rebaños
mientras dure nuestra ausencia… –dijo el pequeño de los hermanos con la mirada fija en un
hipotético punto del horizonte.
- ¿Por qué no miras a la cara cuando hablas? –siguió inquiriendo Judas.
- Por respeto, señor.
- ¿Por respeto o por miedo? Que los ejecuten inmediatamente y que echen sus despojos a las hienas.
–ordenó tajante Judas
- ¡Pero Judas!... –exclamó Ezequiel.
20

- ¡Que los ejecuten! Son espías. –resolvió.


- ¿Cómo lo sabes tan categóricamente? –preguntó Nicomedes.
- Porque el decreto que prohibía la circuncisión lo firmó Seléuco hace 11 años, además ¿a cuantos
pastores conoces que abandonen sus rebaños? –le contestó Judas mirando la cara de aprobación
que ponían sus hermanos a excepción de Jonatan que no comprendía muy bien lo que pasaba con
dos jóvenes que eran más o menos de su edad.

***

A Menelao no se le iban de la cabeza las palabras que le había dicho el gobernador: “vil traidor y desleal
al rey”… Sin duda Antíoco quería recibirlos en Palacio para ordenar personalmente su ejecución. Esta
vez Jasón había llegado demasiado lejos, pero por nada del mundo iba a permitirle que se saliera con la
suya. Convencería al rey de que todo lo que había llegado a sus oídos era una injusta maquinación de
Jasón y los suyos. ¡Claro que sí, lo iba a convencer! Pero, convencerlo ¿cómo?... y, ¿de qué?... Su
cabeza no paraba de dar vueltas. “Es el rey y puede conseguir lo que quiera”, se decía a sí mismo.
Estaba nervioso, muy nervioso. ¿Qué es lo que más quiere el rey?, pensaba… ¡Dinero!, eso es, dinero…
Pero Jasón ya le ha dado casi todo el oro y la plata que estaban depositados en el Templo… Su cerebro
estaba a punto de estallar… Reuniré a mi familia… Eso es, reuniré a mi familia… Ellos me prestarán
dinero… Naturalmente que me prestarán dinero, ¡mucho dinero!... ¿Cómo no lo había pensado antes?,
se preguntaba… ¡Sí, dinero, eso es!... pero ¿cuánto?... que más da, nuestras vidas valen todo el oro y la
plata del mundo… doscientos… o cuatrocientos… no, no… Mil, mil talentos de plata y seiscientos de oro
es lo que le voy a ofrecer por nuestras vidas… seguro que aceptará… ¡nuestras vidas a cambio de ese
dinero que tanta falta le hace!... ¡ah, y la vida de Jasón!.... ¡Quiero la vida de Jasón!...
- ¿No comes más? –preguntó Apolonio. El cochinillo está sabrosísimo. ¡Ah!, disculpa, olvidaba que
vosotros, los judíos, no podéis comer carne de cerdo. Haré que lo retiren de la…
Antes de que acabara la frase, Menelao, ensimismado y absorto como estaba en sus pensamientos
había cogido un trozo de cochinillo, se lo había puesto en su boca y había comenzado a masticar.

***

Ha sido muy cruel ejecutar a esos muchachos, apenas eran unos adolescentes… –le decía Simón a su
hermano Judas.
- Eran enemigos de Israel y, además, espías de los sirios.- le contestó el Macabeo.
- Los podías haber dejado marchar, no habrían salido con vida del desierto. Las alimañas se hubieran
encargado de ellos. –insistió.
- Las hienas no tardaran en darse un buen festín. Aunque dudo que les apetezca la carne siria por
muy carroñeras que sean. –sentenció Judas.
Ambos estaban sentados a solas en un lugar algo apartado del campamento. Miraban al horizonte.
Empezaba a oscurecer. Una tarde plomiza. Sus pensamientos estaban con su padre.
- Necesitaremos un nuevo Jefe. –apuntó Simón.
- Padre sabrá lo que hacer. –contestó Judas.
- Voy a proponerle que seas tú. –dijo Simón.
- Yo voy a proponerte a ti como Jefe, eres el más adecuado.
- Pero el ejército te quiere a ti.
- Y a ti te quiere el pueblo. Cuando esto se acabe y los enemigos de Israel hayan desaparecido, el
ejército se trasladará a las fronteras para evitar nuevas invasiones, pero el pueblo continuará aquí. El
pueblo no necesita jefes militares si no jefes espirituales que les guíen en el culto de nuestros padres
y en la Sagrada Alianza con Dios Nuestro Señor. –le dijo Judas.
- Lo más sensato es que elija padre, el sabrá que hacer. –repuso Simón.
- Amén, así sea. –sentenció Judas.
21

Levantándose dio una cariñosa palmada en el hombro de su hermano mayor y se dirigió hacia el interior
del campamento llamó a sus lugartenientes y comenzó a impartir órdenes:
- Eleazar, que se preparen los hombres que han venido con Juan y Simón, partimos inmediatamente,
los que han venido con nosotros junto a los que se han agregado de Galilea, que descansen unas
horas más y que partan al alba.
En aquellos momentos, en la lejanía, se divisaba un grupo de jinetes que venían a galope dejando tras
de sí una larga estela de polvo. Era Azarías y su patrulla. Decidieron esperarlos, antes de partir.

***

Los acróbatas habían dado paso a las bailarinas que ejecutaban una sensual y hermosa danza. Los
criados habían traído ya los postres y los comensales empezaban a notar los efectos de la cantidad de
vino ingerido. La mayoría de ellos, hombres y mujeres, estaban completamente borrachos. Los platos
sucios con restos de comida y gran parte de las copas y ritones caídos sobre lo que antes habían sido
finos manteles de un color blanco resplandeciente. Menelao seguía pensativo mientras que Lisímaco,
ajeno a todo lo que le rodeaba a excepción de su apuesto general, era tan feliz que no paraba de emitir
estridentes risitas mientras susurraba obscenidades al oído de su acompañante, haciéndole caricias con
una mano mientras se masturbaba con la otra.
Lo que antes pretendía ser una cena frugal se había convertido ahora en una verdadera orgía dionisíaca.
Había mujeres que sin ningún tipo de recato copulaban con el comensal de su derecha mientras le
hacían una felación al de su izquierda. Efebos sodomizando y siendo sodomizados a su vez. Un
comensal eructó sonoramente, ¡la cena le había sentado de maravilla! Otros, hombres y mujeres, le
imitaron.
- “¡Esta es la sociedad que nos espera!” –pensó Menelao. “¡Mas parece una piara de cerdos que no
seres civilizados!” –exclamó para sus adentros. Entonces recordó el último bocado que se había
echado a la boca lo que le provocó grandes náuseas.
Apolonio, el gobernador, no era menos en el desenfreno. Tenía a dos meretrices junto a él. Mientras a
una de ellas la estaba sodomizando con un ritón a la otra le estaba realizando un cunilingus hasta que la
mujer, en pleno paroxismo orgásmico, se orinó en su cara. ¡Eso es!... ¡Sáciame la sed!..., decía, mientras
la orina gorgojeaba dentro de su boca y salía a borbotones por la comisura de sus labios mojando su
rubia barba y su larga cabellera rizada. De repente dio un brinco apartando a ambas mujerzuelas y
palmeó dos veces sus manos.
- ¡Basta ya!... –grito.
- ¡He dicho que basta ya!... insistió, pero a nadie parecían importarle sus palabras.
- ¡Que paréis, os ordeno!... –dijo mientras daba un fortísimo puñetazo sobre la mesa que hizo saltar
los pocos utensilios que en ella quedaban en pie, fue tan sonoro el ruido que sacó a Menelao de su
sopor y a Lisímaco de su tarea, escapándosele un agudo chillido mientras soltaba el miembro de
Sóstrates
Un silencio total se hizo en la sala. Los músicos habían dejado de tañer y las bailarinas de danzar. Los
comensales, atónitos y sorprendidos, no sabían que hacer. Se miraban unos a los otros con gesto de
extrañeza. Apolonio, con los pelos y la barba mojados, estaba rojo de ira y de vino. Respiró
profundamente y dijo con voz pastosa:
- Tengo un maravilloso fin de fiesta para todos vosotros que seguro os agradará. Vamos a celebrar un
juicio. ¡Venga, levantaos!... Venga, venga, ¡salid fuera!...
Casi todos se levantaron de la forma en que pudieron. Iban tambaleándose de un lado para otro. Unos
casi se arrastraban. Otros empezaban a vomitar en unas escudillas, o fuera de ellas, preparadas para la
ocasión. Algunos hombres mostraban sus miembros aún erectos. Las mujeres, las que iban medio
vestidas, sus pechos. La mayoría iban completamente desnudos. ¡La cena estaba siendo un éxito!
- Vosotros también, -dijo el gobernador dirigiéndose a Menelao y a su hermano Lisímaco, el fin de
fiesta es en honor vuestro… No os decepcionará…

***
22

Azarías y su patrulla habían llegado cansados, empapados en sudor y jadeantes. Estaban al borde de la
extenuación. Los cinco hermanos, con Judas y Simón a la cabeza, estaban expectantes. Querían saber
que noticias les traían de la extraña caravana que iba escoltada por el propio gobernador de Fenicia y
Celesiria. Esperaron a que bebieran agua y que se recobrasen del esfuerzo. Azarías fue el primero en
hablar.
- La caravana que se dirige al palacio real en Antioquia ahora está detenida en Bet San, de donde
venimos. Antíoco ha emplazado a Menelao y a Lisímaco con urgencia y les ha hecho acompañar de
una fuerte escolta armada comandada por el gobernador Apolonio en persona. –dijo respirando
entrecortadamente.
- ¿A los hermanos Tobíadas?... ¿Qué puede querer ese maldito rey de esos traidores? –preguntó
Simón.
- Parece ser que han sido denunciados por Jasón. –contestó Azarías ya algo más repuesto.
- Denunciados ¿Por qué? –interrogó Judas.
- Por haber dicho que Antíoco había muerto asesinado por Demetrio, su sobrino, y que Jasón había
sido sustituido por Menelao y Simón, el preboste, por Lisímaco. –contestó.
- ¿Y que le importa a ese miserable quién ocupe el sumo pontificado mientras le den todo el oro y
plata que roban del Templo? –continuó interrogando Judas.
- Eso no le ha importado, lo que sí lo ha hecho es que quisieran verle muerto, es muy supersticioso. –
respondió Azarías repuesto ya del cansancio.
- Muerto es como queremos verle todos. –dijo Eleazar mientras soltaba una estrepitosa carcajada y
los demás imitaban su acción.
- El caso es que todo es un rumor que, sobre ambos hermanos, han lanzado Jasón y su grupo de
acólitos. –comentó Azarías.
- Un rumor que nos puede llevar a una guerra civil entre saduceos moderados y fanáticos helenístas
si no se ataja a tiempo. –intervino Simón.
- Tienes razón, Simón. Hemos de cortar esto como sea. No nos hace falta una guerra dentro de otra. –
dijo Judas. ¿De qué más te has enterado? –le preguntó a Azarías.
- Jasón convenció del viaje a los Tobíadas diciéndoles que tenían que entregar personalmente,
trescientos talentos de plata al rey. –contestó.
- Cuando termine esta guerra tendremos que recuperar todo el dinero que los sirios y los fenicios le
han robado al pueblo de Israel. –dijo Jonatan que hasta entonces había estado callado y escuchando
atentamente.
- Así es, hermanito, pero creo que de esa tarea te deberás encargar tú. Esta guerra va a ser muy larga
y quizás nosotros no estemos para ver como termina. Tú si. –le contestó Judas mientras le daba un
cariñoso golpecito en el hombro. Bien, -continuó diciendo- Azarías tendrás que volver a Bet San en
cuanto hayas cogido fuerzas de nuevo y ver que más te cuentan nuestros hombres en la ciudad.
Nosotros hemos de partir ya. Simón ¿lo tienes todo dispuesto?
- Si, hermano.
- Pues a las monturas y en marcha. –ordenó.

***

- Menelao, -dijo el gobernador-. Parece que no has disfrutado de la cena, ahora si que lo harás.
Estaban al pie de la acrópolis. Habían sido dispuestas unas tarimas a modo de gradas para que Apolonio
y sus invitados pudieran ver sentados lo que en pocos instantes iba a dar comienzo. Algunos de los
invitados habían mudado sus ropas por otras limpias, otros iban vestidos con las mismas ropas sucias,
sudorosas y malolientes con las que habían salido de la orgía. Sóstrates se sentó detrás de Lisímaco.
Vestía armadura e iba armado. Detrás de la tribuna una cohorte de soldados montaban guardia en
posición de prevengan.
23

Frente a la tribuna unos criados iban amontonando pilones de paja y maderas alrededor de unos postes
clavados verticalmente en el suelo. Otros sacaban instrumentos de hierro que parecían tenazas,
punzones y martillos. Mas adelante un grupo de seis criados sacaron una gran olla en la que
presumiblemente había algo caliente, o muy caliente, casi hirviendo: era aceite. Para finalizar unas mulas
trajeron una especie de parrilla de hierro de enormes dimensiones. Sin duda todo aquello eran objetos
para el tormento.
Cuando todo estuvo a punto Apolonio dio órdenes al jefe de la guardia para que trajera a los prisioneros
que iban a ser juzgados.
Al poco fueron apareciendo seres desarrapados y sucios. Iban mezclados hombres, mujeres, ancianos y
niños. Sin ningún tipo de orden. Venían encadenados, de dos en dos, por sendos grilletes en sus cuellos.
Estaban famélicos, casi en los huesos. Los ojos, sin ninguna expresión, hundidos en sus cuencas. Los
pómulos les sobresalían. Las bocas desdentadas tenían una especie de rictus de sorpresa. La piel,
macilenta, era de un color indeterminado y llena de úlceras. La mayoría de ellos tenían grandes calvas
en el cuero cabelludo, los que conservaban el cuero cabelludo, claro está. Olían a sus propios orines y
excrementos. Todos iban encorvados, los mayores y los más jóvenes.
Alrededor de la tribuna y en la ladera de la acrópolis se habían instalado, de pie, los habitantes de
Escitópolis. Este era un espectáculo que por nada en el mundo querían perderse.
- ¿No hubiera sido mejor hacer este juicio en el anfiteatro?, preguntó Lisímaco cuya sensibilidad se
estaba viendo herida no tanto por los seres que tenía delante si no por su aspecto.
- El anfiteatro es para juegos, para atletas, gimnastas, luchadores. Estos son perros y a los perros se
les juzga en la calle. –contestó el gobernador.
- Y estos perros ¿de qué raza son?, preguntó de nuevo riéndose su propia gracia.
- ¡Son perros judíos! –sentenció Apolonio- y están acusados de grave traición al Rey quien ha
ordenado su ejecución después de que sean sometidos a grandes tormentos, su muerte ha de ser
lenta y muy dolorosa. Ordenes del Rey,
Menelao desfalleció al oir esas palabras y Lisímaco se estremeció de placer al notar como la punta de la
espada de Sóstrates, sentado tras él, le acariciaba la parte más sensual de su cuerpo: sus nalgas.
Los médicos personales de Apolonio tuvieron que hacerse cargo de Menelao, las torturas y la pública
ejecución no llegó a verlas. Lisímaco disfrutó sádicamente del horrendo espectáculo. Sin duda, ambos
hermanos, eran totalmente diferentes dentro de su maldad.

***

Matatías, despierta, ya han llegado tus hijos, le dijo Abigail a su marido que se había quedado
adormilado.
- Ya están aquí… ¿Dónde?...No los veo. Ya casi no veo nada. –dijo con la voz muy apagada el
patriarca de la familia.
- Aquí estamos… –le contestó Simón mientras todos ellos se acercaban a la cabecera de su litera.
- ¿Estáis todos?... –dijo con esfuerzo.
- Si, padre, todos… –respondió de nuevo Simón, por ser, él, el mayor de ellos.
- Jonatan, ¿estás ahí? –preguntó.
- ¿Y tú, Judas?
- Si, también estoy aquí.
- Eleazar, Juan ¿también estáis? No os veo.
- Estamos todos, padre. –dijo Eleazar mientras se enjuagaba unas enormes lagrimas que se le
desprendían de los ojos.
- ¡Oídme! –dijo incorporándose trabajosamente de la cama. Tengo algo que deciros.
Todos se irguieron y pusieron toda su atención para oír bien las palabras que su padre les iba a dirigir:
“Al presente triunfa la soberbia y el castigo, es tiempo de ruina y de furiosa cólera. Hijos míos,
mostraos celadores de la Ley y dad la vida por la alianza de nuestros mayores. Acordaos de las
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hazañas de vuestros padres en sus días y alcanzaréis gran gloria y nombre eterno. ¿No fue
Abraham hallado fiel en la tentación y le fue imputado a justicia?
“En el tiempo de la tribulación, José guardó la Ley, y vino a ser señor de Egipto. Fines, nuestro
padre, por su gran celo recibió la promesa del sacerdocio eterno. Josué, por la observancia de la
Ley, llegó a ser juez de Israel. Caleb, por su testimonio ante el pueblo recibió la heredad de la
tierra. David, por su misericordia, heredó el trono real por los siglos de los siglos. Elías, por su
gran celo de la Ley, fue arrebatado al cielo. Ananías, Azarías y Misael, por su fe, fueron librados
del fuego. Daniel, en su inocencia, fue libertado de la boca de los leones. Recorred de este modo
todas las generaciones, y veréis cómo ninguno que confía en Dios es confundido.
“No temáis las amenazas de ese malvado, porque su gloria se volverá en estiércol y en gusanos.
Hoy se engríe pero mañana no será hallado, porque se habrá vuelto al polvo y se habrán
disipado sus planes. Vosotros, hijos míos, cobrad ánimo, combatid varonilmente por la Ley, que
con esto vendréis a ser gloriosos.
“Yo sé que Simón, vuestro hermano, es hombre de consejo; oídle siempre y sea él vuestro
padre. Judas el Macabeo es fuerte y vigoroso desde su mocedad; que sea el capitán del ejército
y dirija la guerra contra las naciones.
“Atraed a vosotros a todos los cumplidores de la Ley y tomad severa venganza de los ultrajes a
vuestro pueblo. Dad a los gentiles su merecido y atended a la observancia de los preceptos de la
Ley.”23
- Yo os bendigo, hijos míos. Acercad vuestras cabezas. –pidió el anciano padre.
Todos obedecieron y Matatías impuso sus manos sobre la cabeza de cada uno de ellos.
- Antes de morir quiero saber una cosa… Antíoco ¿me ha precedido?
- No, padre. –contestaron casi al unísono.
- ¿Y, Jesús, ese usurpador que se hace llamar Jasón?
- Tampoco. –dijeron.
- Estad vigilantes con el usurpador y con ese otro… el jefe de los saduceos… ¿Cómo se llama?... –su
voz se iba haciendo cada vez más cadenciosa.
- Menelao, padre. Se llama Menelao. –contestó Simón.
- No es bueno para Israel que de comienzo una guerra entre los traidores helenístas seguidores del
abominable sirio y los saduceos que, aunque equivocados, son tan judíos como nosotros. –dijo con
una voz tan floja que ya casi no se le oía.
- No deberías agotarte. –intervino Abigail.
Matatías cerró los ojos para no volverlos a abrir más. Adonai, el Altísimo, lo llevaba al seno de los justos.
Corría el año 359424, de los judíos. Así daba comienzo el germen de una nueva dinastía, los Asmóneos.

23
I Mac 2, 50-70
24
Año 167 a EC, antes de la Era Común.
El calendario judío comienza con la Génesis del mundo, que aconteció, según la tradición judía, el día domingo 7 de octubre del
año 3761 a. C.; fecha equivalente al 1 del mes de Tishrei del año 1. De esta manera, el año gregoriano de 2009 equivale al año
hebreo de 5769 (que comenzó al atardecer del 29 de septiembre del 2008). Para convertir un año del calendario gregoriano a su
correspondiente hebreo, basta con sumar o restar la cifra de 3761 (2009 + 3761 = 5769).
25

CAPITULO III

Simón jefe del Gran Consejo de la Revolución y Judas, el Macabeo, capitán de los ejércitos
judíos de liberación.

Llevaban más de una semana en palacio y todavía no habían sido recibidos por Antíoco IV, Epífanes, el
rey sirio, el Rey de todos los Reyes. Menelao sufría constantes ataques de angustia por ignorar cual iba
a ser su futuro y por qué el rey no les recibía. Sus nervios estaban al borde del colapso a pesar de que
Andrónico, el chambelán real, le había manifestado en repetidas ocasiones que el motivo por el cual no
eran recibidos por el rey no era otro que el verse éste aquejado de fuertes dolores abdominales que le
tenían postrado en su lecho siendo atendido constantemente por sus médicos griegos y sus físicos
caldeos.
Sin embargo, Lisímaco, estaba completamente feliz. Andrónico, conocedor de sus tendencias sexuales,
le había proporcionado la compañía de tres esclavos que no pasaban los diez años de edad para que le
hicieran su estancia en palacio más llevadera. ¡Y vaya si se la hicieron!
Sóstrates había sido nombrado comandante de la acrópolis de Jerusalén y había partido hacia allí
inmediatamente después de haber contraído matrimonio con su prometida Laidocea, la hermana del rey.
La noticia de la boda le llegó a Lisímaco a través de un despechado lugarteniente del general recién
casado, sabedor éste, del dolor y los celos que causarían esa noticia al degenerado Lisímaco. Ignoraba
el militar que ese abyecto personaje tenía ya resuelta la compañía de sus abominables noches y que él
jamás sería su compañero de lecho.

***

Antíoco padecía una grave enfermedad de la que ni sus médicos ni sus físicos sabían hallar el remedio.
A pesar de toda la ciencia que acumulaban esos venerables siervos del rey, no habían obtenido ninguna
respuesta satisfactoria.
El rey se dabatía entre fuertes dolores abdominales y ninguna de las pócimas ni de los ungüentos que le
aplicaban hacían efecto sobre su real persona. Postrado en su cama, sufría de altas fiebres y todo
alimento que ingería, sólido o líquido, era vomitado al instante. Su grueso vientre estaba completamente
rígido y cuando alguno de sus médicos le oprimía en la zona derecha, entre el ombligo y la cadera,
lanzaba unos gritos de dolor que inmediatamente le provocaban un ataque de tos que aumentaba el gran
dolor que de por sí ya padecía. Solamente le disminuía ese dolor cuando le aplicaban compresas
enfriadas con la nieve helada que traían a diario del monte Hermón, al sureste de Antioquia, en la parte
alta de la Galilea.
Su estado de salud empeoraba día a día lo que tenía sumamente preocupados a sus doctos siervos.
Éstos, después de celebrar consejo entre ellos, decidieron que debían proponerle al rey la única solución
que se les ocurría.
- Decidme, majaderos, qué brebaje o qué veneno tenéis pensado suministrarme esta vez. ¿Eh? –le
preguntó a Amalec, su físico caldeo, que era el de mayor edad de entre ellos.
- Ni pócima ni ungüento nuevo os venimos a proponer, Majestad. –contestó.
- Si no es un brebaje ni un ungüento ¿que es?, ¡responded! –dijo el rey en un tono de voz alto y
agresivo.
- Es otro médico. –respondió Amalec casi susurrando y cabizbajo.
- ¿Otro médico?... ¿Has dicho otro médico?... Y ¿qué sois vosotros?... Atajo de inútiles… Ocho estáis
aquí delante de mí y pretendéis traerme a un nuevo médico. .. Que les azoten, los despellejen y que
echen sus cuerpos en agua hirviendo… ¡malditos impostores!... ¡otro médico, dicen!... ¡Fuera,
cumplid mis órdenes inmediatamente!... –del acaloro le dio un nuevo golpe de tos que lo hizo
enrojecer más de lo que la ira había conseguido, provocándole, de nuevo, unos fuertes dolores casi
insoportables. Se agarró con ambas manos del vientre y se recostó, en posición fetal, sobre su lado
derecho.
La guardia había rodeado al grupo de venerables ancianos cuya ciencia y sabiduría eran incapaces de
dar otra solución que la que habían propuesto al rey, cuando Andrónico, el chambelán, les hizo un gesto
para que no efectuaran el arresto y se dirigió al rey.
26

- Antíoco, amado rey. Señor de Señores. Amo de vidas y de haciendas. El más grande de los
emperadores donde los haya. Deberíais reconsiderar vuestra decisión, Majestad.
- ¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera y a pedirme que revoque una orden?... Guardia, ¡que
lo ejecuten también!
- ¡Oh, Gran Basilio!, ¡Rey de todos los Reyes! No os dais cuenta que lo único que pretenden es
salvaros la vida. Ellos darían la vida por vos. ¡Yo mismo lo haría si ello sirviera para que vos vivierais
mil años más! –contestó mientras dos guardias le prendían por ambos brazos.
- ¡Soltadle! –ordenó a la guardia. ¿Dónde está ese médico? –preguntó.
- Está en Damasco, mi señor. –contestó Amalec.
- ¿Es griego? –interrogó el rey.
- No, Majestad.
- ¿Es sirio? –insistió
- No, es judío.
- ¿Judío?... Pero, ¿os habéis vuelto todos locos?... volvió a enfurecerse Antíoco.
- Señor, es un hombre santo. Es miembro de una congregación judía que no bebe vino, que se
abstiene de mujer y que dedica su tiempo a la meditación y al ayuno. Es un terapeuta, un santo. Sus
votos le impiden infringir daño alguno a sus semejantes y tampoco hacen la guerra. –dijo Amalec.
- Si es tal y como tú lo describes, ¡no es un judío! –replicó el rey, todavía más enfurecido.
- Si es judío, Señor. Ellos les llaman nazareos y son muy queridos y respetados por su pueblo. –aclaró
Amalec.
- Bien. Haced venir a ese judío inmediatamente. –ordenó Antíoco. Si consigue curarme de mi mal y
sobrevivo –prosiguió diciendo-, todos vosotros seréis ejecutados por inútiles… que eso es lo que sois
¡un atajo de imbéciles! Y si muero, vosotros también moriréis por haberme engañado… y el judío,
también morirá… ¡ah!, Andrónico, tú también serás ejecutado. ¡Todos seréis ejecutados!...

***

Habían pasado ya dos semanas desde la muerte de Matatías, al cual habían enterrado, siguiendo todas
las medidas de seguridad posibles, en el panteón familiar de Modín, junto a las esposas e hijos que le
habían precedido. Los cinco hermanos guardaban severo luto y, debajo de sus armaduras, llevaban las
ropas de saco y todavía ungían sus largas cabelleras con ceniza. Tal y como habían sido los deseos de
su padre, Judas era jefe militar de un ejército que ya contaba con mas de diez mil combatientes. Simón,
ejercía de jefe del Consejo Supremo de la Revolución, de la Gran Asamblea de Jerusalén. Así pues, uno
se encargaba de los asuntos militares y el otro de la labor política y religiosa. Juan y Eleazar habían
acatado con respeto la decisión paterna y eran los lugartenientes de sus hermanos; sin embargo,
Jonatan no estaba conforme con la misma. Estaba a punto de cumplir diecisiete años, hacía mas de tres
y medio que era Bar Mitzvahg y, a pesar de no haber cumplido los veinte, quería que le dieran el mando
de una columna, de un Grupo de ejército. Está bien, había dicho su hermano Judas, ya tienes una edad
en la que debes empezar a conocer el arte de dirigir la guerra
Piensa, Jonatan, -le dijo Judas- que cuando dos ejércitos se encuentran frente a frente, los soldados de
un bando buscan al jefe del otro, y viceversa, para matarlo. Eso es una forma de evitar que se alarguen
los combates y que mueran más soldados. La vida del jefe de un grupo de ejército es el mayor botín. Por
lo tanto, tus lugartenientes deben de proteger tus flancos y tu espalda para evitar ser muerto a traición.
Pero no huyas nunca. ¡Jamás debes huir!, ese acto de cobardía desmoraliza a las tropas y hará que
nunca más vuelvan a luchar a tu lado. La voluntad de un ejército reside en la voluntad de su Jefe. El
valor en el combate es lo que más apreciarán tus soldados. No les defraudes y ellos no te defraudarán.
Lucha con convicción y ellos darán la vida por ti. ¿De acuerdo hermanito?
- No me llames hermanito, ya soy un hombre. Pronto cumpliré diecisiete años. –le contestó airado.
- ¡Todo un hombre, claro!... pero, piensa, has de ser un hombre para vivir, no para morir… para eso no
tengas tanta prisa. –le replicó Judas.
- Morir en el campo de batalla es un gran honor para todo soldado… –le espetó.
27

- Lo que es un honor para todo hombre, soldado o no, es morir con la conciencia de haber cumplido
con un sagrado deber. –rebatió Judas- La conciencia será tu mayor Juez, y tu conciencia, hoy por
hoy, ha de estar al lado de tu pueblo.
- ¡Ya estoy al lado de mi pueblo, pero casi siempre en la retaguardia!...
- Jonatan, en la retaguardia también se ganan batallas. He decidido ponerte al mando de una división
que se encargará de la seguridad directa de nuestro pueblo. Desde ahora te encargarás de cuidar
que a los nuestros no les ocurra nada desde la retaguardia. Te harás cargo de la defensa de toda la
Idumea hasta los confines del desierto del Sur, el Neguev. Tendrás que establecer puntos de
defensa en Hebrón, Bet Sur, Maresá, Ein Guedí, Masada y Beer Sheva. Pondré mil quinientos
hombres bajo tus órdenes. ¡Cuídalos!
- Así se hará, hermano. ¿Cuándo parto hacia el sur? –preguntó Jonatan.
- En cuanto estén pertrechados y listos, partiréis. –respondió Judas. ¡Ah!, cuídate tú también
hermanito… Esta vez su inmensa felicidad hizo que no replicara a su hermano mayor por el
apelativo.

***

Antíoco había conseguido dormirse cuando Andrónico entro es sus aposentos y le anunció en voz baja
para no alterar su despertar.
- Majestad… –susurró el chambelán. Majestad… –insistió de nuevo.
- ¿Qué?... ¿Quién?... ¿Qué ocurre?... ¿Qué sucede?... –balbuceó Antíoco mirando como un poseso
hacia todos los lados.
- El judío, Majestad. El judío ya está aquí. –le dijo Andrónico.
- Y ¿qué esperas para hacerle pasar, idiota? –rugió el rey.
Entró el terapeuta seguido de los ocho siervos que cuidaban de la salud del soberano. Todos caminaban
encorvados hacia delante, con la vista hacia el suelo y con los brazos abiertos en señal de respeto hacia
el rey, excepto él cuya obediencia solo se la debía a Yahvé, su Dios.
No era demasiado alto pero su extrema delgadez lo hacía parecer. Su piel cetrina estaba requemada por
los efectos del sol del desierto donde pasaba grandes temporadas de ayuno. Su pelo era tan largo que,
de no llevarlo recogido en una especie de turbante, le habría llegado más allá de media pierna. Su barba,
también larga, le sobrepasaba el final del esternón. Vestía una larga túnica de un color blanco
inmaculado sujeta con un sencillo cordón de esparto trenzado. Al costado llevaba una pequeña bolsa.
No eran medicinas lo que llevaba, eran cigarras e higos secos que le servían de alimento.
- ¿Este es el judío que me ha de curar? –preguntó el rey al tenerlo frente a él.
- Si, Gran Señor. Él es. –respondió Amalec sin levantar la vista del suelo.
- ¿Cómo te llamas, judío? –le pregunto Antíoco.
- Dositeo, es mi nombre. –respondió el terapeuta.
- ¿Por qué me miras a la cara?... –dijo malhumorado ante tamaña falta de respeto.
- He de ver los síntomas en tus ojos.
- ¿Por qué me tuteas, bastardo?... ¿Acaso te he dado yo el título de Amigo del Rey?... –rugió el rey
cada vez más enfurecido.
- Soy amigo de todo lo que me rodea, de los animales, de las plantas, del cielo, de la tierra… No
necesito tu permiso para ser amigo de ellos, incluido tú.
- ¡Insolente!... ¡Mal nacido!... ¡Guardia, prendedle!... –gritó rojo de ira cuando de pronto le sobrevino un
nuevo ataque de tos que le hizo recordar los dolores que padecía y también el motivo por el cual
tenía delante de él a aquel extraño personaje al que no parecía darle miedo su cólera.
- Pero, Señor… Vuestra enfermedad… –dijo suavemente Andrónico temiendo un nuevo ataque del
soberano.
- Está bien… Primero que me cure y después… ¡Que le azoten por insolente!... doscientos cuarenta
latigazos y así aprenderá a comportarse ante su rey.
28

***

Azarías había llegado con nuevas noticias sobre Menelao y su hermano. Les había seguido hasta
Antioquia y allí se había puesto de acuerdo con los hombres que tenían infiltrados en Palacio para que le
tuvieran al corriente de las novedades.
- ¿Qué tal te fue por Bet San? –le interrogó Simón, jefe del Consejo Supremo.
- Un horror, Simón… Un verdadero horror. –le contestó.
- Pero ¿qué ocurrió?... –inquirió Eleazar.
- Apolonio ofreció un gran banquete y los trató como auténticos invitados reales. –respondió.
- ¿Qué tiene eso de particular?... –interrogó Simón.
- Sabemos por Ezequiel, el cual se hace llamar Eneas para no levantar sospechas y que es un criado
del gobernador, que Apolonio trata de sacar partido de los hermanos Tobíadas. Si el rey los
condena, fingirán un secuestro y, convertidos en rehenes, sacarán un suculento rescate por ellos. Y
si el rey les perdona y los devuelve a Jerusalén confirmados en sus cargos, cosa más que probable,
Apolonio solicitará del rey que le conceda el gobierno de la ciudad y así también podrá obtener
beneficio de la amistad de los jerarcas. –dijo Azarías.
- Y, ¿cómo lo supo Ezequiel? –preguntó Simón de nuevo.
- Escuchó una conversación entre el gobernador y Sóstrates que ahora, además de ser el cuñado del
rey, es comandante de la acrópolis encargado de la exacción de impuestos, y desde esta posición
privilegiada esperan, ambos, ayudar a Demetrio, sobrino del rey, a formar un gran ejército y
derrocarlo.
- ¿Estás seguro de ello, Azarías? –preguntó Judas que hasta ese momento escuchaba en silencio.
- Ezequiel es mi hijo.
Hubo un denso silencio.
- Ignorábamos que tuvieras un hijo. –dijo Simón.
- Bueno, mi hermano murió luchando en las calles de Bet San. Yo me casé con su mujer, mi cuñada,
como manda la Ley del Levítico; ella también murió poco después de unas fiebres. Entonces mi hijo
quedó al cuidado de mis suegros mientras yo continué luchando por nuestra causa. Cuando cumplió
doce años entro al servicio doméstico del gobernador y yo ordené a mi hijo que mantuviera su
empleo por si podía sernos útil desde las cocinas del palacete, y ahí está. –respondió Azarías-.
Después de la guerra, si el Todopoderoso permite que sobrevivamos, se reunirá de nuevo conmigo
en Jerusalén.
- Siento mucho haber puesto en duda a tu hijo, no sabía que lo tenías, sigue manteniéndolo en
secreto, eso nos ayudará… –dijo Judas. ¿Qué más pasó en Bet San?
- Bueno, después de la cena hubo un terrible acontecimiento. –contestó mientras las lágrimas
empezaban a brotar de sus oscuros ojos.
Casí sin poder hablar ya que se la había hecho un nudo en la garganta, prosiguió con la voz casi
apagada…
- Hubo un juicio al pie de la acrópolis –dijo.
- ¿Un juicio?... dijeron todos al unísono
- ¿Contra quién? –preguntó Eleazar.
- Contra quienes, diría yo… –contestó Azarías sollozando abiertamente.
- Bueno, ¿contra quienes?... –preguntó impaciente Judas.
- Contra los judíos de la ciudad. –dijo sin más y guardó un sepulcral silencio.
- Pero ¿contra todos?... –insistió Judas.
- Contra todos, sí. –respondió dando un gran suspiro.
- ¿Ancianos?... ¿Mujeres?... ¿Niños?.... –preguntó incrédulo Simón.
29

- Sí, niños también… ¡Horrible!... ¡Fue horrible! –dijo entrecortado por un llanto que le salía de lo más
profundo de su espíritu- Jamás vi tanta crueldad. Vi. morir en la hoguera a mujeres que llevaban a
sus hijos agarrados del pecho intentando chupar de un seno completamente seco…. Vi a ancianos
ser torturados hasta morir por negarse a abjurar de Yahvé… Vi a jóvenes morir descuartizados por
negarse a ingerir carne de cerdo… Vi… –gemía- Vi, el infierno… Vi, -dijo entre sollozos-, como
lanzaban desde las murallas de la acrópolis a mujeres con sus hijos en brazos ¡a más de diez codos
de altura!... –lloraba amargamente- Vi como a una embarazada le arrancaban a su hijo de su vientre
y le daban muerte golpeándolo contra el suelo… y después a ella la metían en aceite hirviendo…
- ¿Y qué hacían Menelao y Lisímaco ante ese brutal ataque? –preguntó Eleazar.
- Menelao se desmayó pensando en lo que le podría ocurrir a él, Lisímaco disfruto como un
depravado… -dijo entre sollozos sin casi poder hablar-.
- No sigas… no sigas. Por favor… –le interrumpió Simón llorando también él.
- Israel ni olvidará a sus hermanos, ni perdonará a sus enemigos. ¡Su sangre será lavada con la
sangre de los sirios! –bramó Judas.

***

El terapeuta seguía observando detenidamente los ojos del rey. Estaban enrojecidos por la ira y por la
fiebre. Después palpó con suavidad su abdomen. Estaba rígido. Dirigió sus dedos hacia la parte
derecha entre el ombligo y la cadera y presionó levemente. El rey soltó un grito de dolor. Volvió a
presionar. El rey volvió a emitir un gemido.
- ¿Le habéis hecho algún enema? –preguntó a los médicos.
- No. –contestaron ellos.
- Menos mal. Le habríais matado. –dijo.
- ¿Matado?
- Sí.
- ¿Qué tiene? –estaban nerviosos.
Dositeo no contestó. Frotó las palmas de sus manos fuertemente durante unos segundos y después las
dirigió hacia la zona que producía tan horrible dolor al rey. Sus manos desprendían un calor tan
agradable que el rey pensaba que ya le estaba curando. Después pidió una crátera con agua caliente y
un cuchillo bien afilado.
- ¿Un cuchillo?... ¿Te has vuelto loco, extranjero?... –exclamó aturdido Andrónico.
- Un cuchillo, sí… y que esté bien afilado. Hay que extirpar. –dijo sin inmutarse el nazareo.
- Nadie puede acercar un cuchillo al rey. –dijo Amalec.
- Pues morirá sin remedio. Hay que extirpar. –repitió Dositeo, el terapeuta.
El rey no daba crédito a lo que oía pero se daba cuenta de que el tacto que había hecho aquel extraño le
había producido una sensación de alivio que hacía días que no notaba. Y dijo:
- Dadle el cuchillo. No se atreverá a matar a su rey. – ordenó. ¡Este no puede ser judío! –exclamó.
- Soy judío y creyente y mi fe me impide hacer daño a mis semejantes, el cuchillo lo necesito para
curarte.
- Pero, ¿qué es lo que tiene? –preguntó otro de los físicos.
- Tiene una parte de sus tripas que se ha podrido y es necesario cortar la putrefacción. –dijo.
- ¿Y, tú cómo lo sabes? –le preguntó Andrónico.
- He visto muchas veces hacer esto con otras gentes.
- Y tú, ¿lo has hecho alguna vez? –continuó Andrónico.
- No. –contestó lacónico.
- Y… y, ¿dónde lo has visto? –balbuceó Amalec.
30

- En Shamarkanda. Una tierra lejana. Más allá de Persia. –dijo con voz serena.
- Y ¿cómo sabes donde debes de cortar?... –dijo otro de los médicos.
- Noté el calor de la putrefacción cuando impuse mis manos sobre su vientre. –respondió Dositeo.
- Bueno, basta ya… empieza con la carnicería… –dijo el rey que empezaba a impacientarse con tanta
discusión.
Dositeo tanteó de nuevo el vientre del rey… e hizo un profundo corte de donde empezó a manar
abundante sangre negruzca.

***

Menelao ya no sabía que hacer. Sus nervios no le respondían y cada vez estaba más paranoico. No
quería comer pues temía que el rey mandara envenenarlo. No se atrevía a salir a los jardines pues
pensaba que un arquero con un certero flechazo en medio de su corazón podía acabar con su vida. Casi
no dormía pues temía ser ahogado con su propio cojín. En una palabra, no vivía.
Un día desesperado pidió a un sirviente que le hiciera llegar un mensaje a Andrónico. Decía así:
“Necesito ver a Su Excelencia con toda urgencia. Tengo grandes noticias
que darle. ¿Quieres ver aumentada tu fortuna personal?
Menelao”.
Al leer el mensaje Andrónico se echó a reír a carcajadas. “Será iluso el judío este. ¿No cree que puede
hacerme más rico de lo que ya soy?”. No obstante en su mente quedó impreso ese detalle: “¿Quieres
ver aumentada tu fortuna personal?”. ¿Por qué no?, pensó. Y fue a verlo.
- ¿Qué quieres, Menelao? -le preguntó nada más verlo.
- Señor, Excelencia… que bien que hayáis aceptado venir a verme. Estaba volviéndome medio loco
en esta soledad e incertidumbre… –dijo haciendo grandes y serviles reverencias.
- “Medio loco, loco del todo”, pensó Andrónico. ¿Qué es eso de que puedes aumentar mi fortuna
personal? –le espetó de golpe haciendo un gesto de desprecio hacia la servil actitud que había
adoptado el judío.
- Os puedo hacer muy rico, Excelencia. ¡Muy rico! –dijo nerviosamente.
- Dime, ¿De qué se trata?
- Bien, iré sin rodeos. Si conseguís que el rey se ponga de mi favor y me conceda el honor de ser
Sumo Sacerdote de Jerusalén yo os daré grandes riquezas en oro y plata. Tantas que pasareis por
ser más rico que el propio rey.
- ¿Y si te ejecuta?...
- Pero, Excelencia, vos sois Amigo del Rey, su chambelán, su consejero más importante… vos tenéis
todo el poder en la corte. –dijo titubeando.
- Tranquilizaos. El rey está en Damasco y pronto estará de nuevo en Antioquia y os recibirá. No
temáis, no vais a ser ejecutado… por el momento. –dijo con una cínica sonrisa que iluminó sus
pequeños ojos de rapaz.
- Os haré rico, ¡muy rico!, Excelencia.
- Eso espero, Menelao. Que no olvides nunca el gran favor que te hago si interfiero por ti ante el rey.
Por cierto ¿qué le has ofrecido a Apolonio?... ¿Más riquezas?... Menelao… mide bien lo que ofreces,
el rey también querrá su parte…
Y diciendo esto se dio media vuelta y dejó a Menelao con la boca abierta…

***

Antíoco estaba de un humor formidable. Su dolor había desaparecido y la herida había cicatrizado muy
bien. Dositeo, el terapeuta, se había marchado tal y como había venido, en silencio, pero sus médicos y
físicos fueron ejecutados inmediatamente después de la intervención del nazareo. Ahora buscaba
desesperadamente a Dositeo, pues solo a él debía la vida, y ofrecía hasta diez talentos de plata a quién
31

le proporcionara su paradero ya que ni sus espías daban con él. “¿Habrá marchado de nuevo a
Shamarkanda?”, se preguntaba a si mismo.
Tal era su estado de ánimo que nombro a su medio hermano Lísias comandante en Jefe del Estado
Mayor de todos sus ejércitos y regente, en el caso de que él falleciera, de su reino, Siria, hasta que su
primogénito, también llamado Antíoco, llegara a la edad de trece años y pudiera gobernar con su sabio
consejo. La primera medida que tomó, en virtud de su nuevo cargo, fue ordenar a sus mejores
generales: Ptolomeo, Nicanor y Gorgías, marchar hacia Partia25 y sofocar la insurrección que se había
producido en aquellos dominios. Al gobernador de Celesiria, Fenicia y, ahora, Samaria, Apolonio, le
ordenó que, de una vez por todas, acabara con la vida de los rebeldes judíos y sobre todo de Judas, el
Macabeo, poniendo el precio de dos mil talentos de plata por su cabeza.
A su vez, Andrónico aprovechó el buen humor del rey para hablarle de los hermanos Tobíadas que
llevaban ya más de siete semanas en Palacio sin que el rey los hubiera recibido.
- Menelao… ¿Quién es Menelao? –preguntó Antíoco.
- El gentilhombre de Israel que ha venido a traeros trescientos sesenta talentos de plata de parte del
sumo sacerdote, Jasón. –respondió el chambelán.
- ¡Ah!, sí… ya recuerdo. ¿pero no había que ejecutarlo por haber dicho que yo había sido asesinado?
–dijo.
- Majestad, ese rumor fue obra del malvado Jasón que es un insidioso que odia a los Tobíadas. –
rebatió Andrónico.
- Bien, ¿qué quiere?...
- Quiere mostrar sus respetos a Vuestra Majestad y ofreceros una suma muy superior a la que todavía
no os ha pagado Jasón.
- ¿De que suma se trata?
- De cuatrocientos talentos de oro.
- ¿Del Templo?
- No, Majestad, de su propia fortuna.
- ¿Tan rico es?
- Su familia es inmensamente rica, respetada e influyente.
- Y, ¿a cambio de qué me ofrece ese dinero?...
- Quiere ser sumo sacerdote.
- ¡Todos los judíos quieren ser sumos sacerdotes!... ¿qué tendrá ese cargo?...
- Poder, Majestad… ¡Poder! –dijo grandilocuente Andrónico.
- Prepara el nombramiento.
- En seguida, mi rey… y de Jasón ¿qué hacemos? –preguntó sutilmente.
- ¡Destitúyelo!... No. Mejor, ¡que lo ejecuten! No cumple su palabra. Aún me debe mil ochocientos
talentos de plata. –sentenció Antíoco.

***

Doce semanas y ni siquiera se digna a recibirnos… ¡que insulto!, le dijo Menelao a su hermano en la
caravana que les llevaba de vuelta a Jerusalén.
- Esta vez no vamos tan bien escoltados. –dijo Lisímaco.
- Esta vez no hay miedo a que huyamos… –dijo con una leve sonrisa Menelao.
- ¿Qué harás con Jasón cuando lleguemos?
- Ordenaré que lo ejecuten por impío.
- Solo a él.

25
En Mesopotamia, la actual Irak.
32

- A él y a todos sus seguidores, y a su familia y la de sus seguidores. ¡Todos morirán! –dijo con un
destello de furia en los ojos.
- Jasón solo tiene a su hermano Onías en Dafne. –dijo Lisímaco.
- Andrónico se hará cargo de él. Le he pagado mucho dinero para librarme de ese santón.
- Y de Apolonio ¿qué se sabe?...
- Ahora también gobierna en Samaria. Será nuestro fiel aliado, hermano.
- Y de Sóstrates… ¿qué se sabe de Sóstrates?... –dijo sin dar importancia a sus palabras.
- Ha sido nombrado comandante de la ciudadela de Jerusalén, pero está casado.
- Ya lo sé… con la hermana del rey.
- ¿Y…?
- Es gorda y fea, aun creo que tendré alguna oportunidad con él.
- ¿Cuándo cambiarás, Lisímaco? –dijo Menelao con un tono de preocupación.
- ¡Jamás!.

***

Las tropas de los Macabeos asediaban de tal forma a las guarniciones esparcidas por todo Israel que el
rey, harto ya de la situación, había ordenado a Apolonio preparar un poderoso ejército y marchar sobre
Judea tomando Jerusalén que había sido abandonada cobardemente por Sóstrates, comandante de la
plaza.
Más de sesenta mil infantes, dos mil caballeros y doscientos elefantes así como carros y otras máquinas
de guerra tuvo pronto dispuesto el gobernador de Celesiria, Fenicia y, ahora, de Samaria.
Enterado Judas de las tropas que se desplazaban desde el norte puso en marcha a su ejército y se
dispuso a salir a su encuentro y entablar batalla. Partió de Qumrán al mando de sus hombres junto a sus
hermanos Simón y Juan, cada uno de los cuales mandaba un cuerpo de ejército. En esta ocasión ordenó
a Eleazar que se quedara con el resto de sus seguidores, ancianos, mujeres y niños y se preocupara de
su salud espiritual haciéndose cargo de la lectura de los libros sagrados de la Ley, de la Torah. A su vez
avisó a Jonatan por medio de palomas mensajeras para que reforzara la frontera sur en previsión de un
posible ataque enemigo y que enviara varias columnas de caballería hacia Jerusalén para cubrir la
retaguardia de la ciudad.
Sabía por sus espías que las tropas sirias avanzaban por la línea de la costa y que al llegar a Jope26 se
desviarían al sureste para alcanzar la carretera que les llevaría a Jerusalén. Decidió que el encuentro
tendría lugar entre Guezer y Emaús.
Los sirios establecieron su campamento en las afueras de Emaús. Judas ordenó a su hermano Juan que
circunvalara Emaús y atacara al alba desde el monte Adda en el noroeste de la posición. A su hermano
Simón que lo hiciera por Emaús atacando el centro del ejército de Apolonio. El escogió el ataque por el
flanco izquierdo, por el desfiladero que iba de Guezer a Emaús. Lugar por donde, sin duda, las tropas
atacadas intentarían obtener refugio. Podía atacar de frente a las tropas enemigas, la retaguardia estaba
totalmente garantizada con las columnas enviadas por Jonatan, lo que ignoraba Judas es que su
hermano menor iba al frente de las mismas contraviniendo así las órdenes dadas por él.
Así se hizo.
Al alba, despuntar el sol, Juan y sus tropas lanzaron un feroz ataque que fue seguido de una brutal
acometida del ejército de Simón.
Los sirios desbordados, asustados y medio dormidos empezaron a replegarse hacia el oeste, hacia el
desfiladero donde Judas esperaba con su ejército.
En ese momento, la lucha ya había comenzado. Ambos ejércitos se habían encontrado en el centro del
desfiladero y había comenzado una pelea sin cuartel. Los sirios eran, en número, muy superiores a los
judíos pero el ardor del combate era, sin ningún género de duda, judío.
Luchaban, plenamente convencidos, por su Tierra contra un ejército invasor. Luchaban, heroicamente,
por su libertad, por su religión… y, por su independencia. Verdaderamente, creían en su lucha y Yahvé
les daba fuerzas y confianza para vencer a tan numeroso enemigo.
26
La actual Jaffa
33

Muchos sirios huían en desbandada cuando al fondo, sobre un caballo blanco, se distinguió la imagen de
un guerrero que lucía armadura y espuelas de oro al igual que su espada, su casco y su escudo. Era
Apolonio, el cruel gobernador de Celesiria, Fenicia y, ahora, de Samaria, que exhortaba a sus soldados
para que volvieran al combate. Al otro lado del desfiladero se distinguió la majestuosa figura de Judas, el
Macabeo, que espoleando violentamente a su caballo tordo, y a veloz galope, se dirigió a presentar
singular combate hacia donde estaba el general sirio. La lucha fue corta pero encarnizada. Ambos
contendientes eran grandes esgrimistas y arrojaban un valor fuera de lo normal. En un momento de la
pelea y en un alarde de destreza, Judas, tras un ágil movimiento de muñeca, hincó su espada en el
reluciente y dorado escudo de Apolonio atravesándolo y hundiendo más de media estocada en la coraza
del sirio a la altura del abdomen. Éste, con una horrible mueca de dolor, abrió los ojos hasta sacarlos
prácticamente de sus órbitas a la vez que lanzaba un grito desgarrador que denotaba la gravedad de la
herida. En ese momento, Judas, desclavó con violencia la espada y Apolonio cayó del caballo quedando
postrado de rodillas en el suelo cogiendo, con ambas manos, las vísceras que se escapaban por la
mortal herida.
Lentamente, Judas, se apeó de su caballo, blandió su espada hacia el cielo, y empuñándola con ambas
manos, descargó un certero golpe en el cuello de su enemigo. La cabeza de Apolonio salió rodando
desprendida, ya, del casco que la protegía y su cuerpo se desvaneció desmadejado a los pies del
Macabeo. Éste se desplazó a paso muy lento hasta donde la cabeza había dejado de rodar y,
agachándose, cogió con su mano diestra la espada de oro del guerrero vencido, después, con su mano
izquierda, cogió la cabeza sujetándola por la larga cabellera pelirroja y, levantándola a la vista de todos,
agitó violentamente ambos brazos abiertos en cruz, mientras lanzaba aterradores y feroces gritos a todo
pulmón.
¡Por Yahvé! ¡Por Israel! ¡Victoria! ¡Bet San ha sido vengada! ¡Victoria!...
Así estuvo largo rato percatándose del efecto desmoralizador que tal escena provocaba en las tropas del
gobernador sirio los cuales huían en todas direcciones sin coger ningún rumbo determinado.

***

Demetrio era el hijo primogénito de Seléuco, el hermano del actual rey, y había sido educado, como
príncipe, para suceder a su padre que había muerto asesinado por Heliodoro, su primer ministro,
instigado por Antíoco. Jamás había conocido personalmente a su tío pues durante su infancia, éste,
había estado como rehén en Roma con el fin de que se cumpliera el pago por compensaciones de
guerra que el Senado romano había impuesto a Antíoco III, su abuelo, al firmar el tratado de paz de
Apamea, bastantes años antes. Ahora estaba educándose en Roma.
Desde su secuestro, Demetrio, odiaba a toda su familia pues durante todos aquellos años nadie había
hecho absolutamente nada en su favor y, aunque su vida en Roma se desarrollaba de manera cómoda
junto a otros rehenes, no dejaba de ser un prisionero.
La única visita que recibió durante sus años de secuestro fue en una ocasión en la que Heliodoro, primer
ministro de Seléuco, encabezó una embajada siria al senado romano para tratar el tema de los partos,
sus vecinos del noreste. El resultado de esa visita fue la muerte del rey y la posterior usurpación del
trono por parte de Antíoco. Demetrio, el legítimo heredero, tuvo que huir y exiliarse para salvar su vida.
Desde entonces había jurado odio eterno a su tío, el rey que ocupaba ilegítimamente el trono de Siria.
Ahora, la venganza por la muerte de su padre iba por fin a poderse materializar. Aunque ya había
llegado a sus oídos la muerte en combate del gobernador Apolonio, aún le quedaban aliados de
confianza. Entre ellos se encontraban su propia tía Laodicea, hermana de su padre, y el marido de esta,
el general Sóstrates, antiguo comandante de la ciudadela de Jerusalén. Otros poderosos e influyentes
prohombres de Siria, se habían conjurado para destituir al rey ilegítimo al precio que fuera, entre ellos
Báquides, el señor de la guerra. Los enemigos a abatir eran Lísias, el futuro regente y Antíoco hijo del
rey y, por lo tanto, primo hermano suyo.

***

Serón, comandante en jefe de la guardia real, al saber la noticia de la muerte en combate de su íntimo
amigo Apolonio, formó un gran ejército y, sin consultarlo al rey, dispuso su marcha en dirección a Judea.
A la altura de Bet Horón se encontraron con las tropas de Judas Macabeo y entablaron una cruel batalla
que, pese a la inferioridad numérica de los judíos, puso a los sirios en desbandada dejando por los
34

caminos muertos y malheridos. Serón y los pocos oficiales y soldados que le quedaban se refugiaron en
tierra de filisteos27 para desde allí, siguiendo la carretera de la costa, volver a Siria.
Al enterarse de esta nueva derrota, Antíoco montó en cólera de forma tan violenta que empezó a romper
todo lo que hallaba a su alcance. Estaba al borde de un ataque de esquizofrenia. ¡Andrónico!...
¡Andrónico!... No recordaba que su chambelán ya no estaba con él. Había ordenado su ejecución
inmediata, después de desprenderle de la túnica púrpura y de desposeerlo, públicamente, de todos sus
honores y cargos, al enterarse de que, cumpliendo los deseos de Menelao y a cambio de una inmensa
cantidad de oro, había sido el brazo ejecutor en el asesinato de Onías, hermano del traidor Jasón.
- Majestad, Andrónico ya no está entre nosotros. –dijo Lísias su nuevo primer ministro, chambelán de
la corte y preceptor de su hijo al que se llamó de sobrenombre Eupator.
El rey dirigió la mirada hacia su visir pero sus ojos no parecían ver nada, estaban desorbitados, como
perdidos. Un hilillo de baba, espesa y muy blanca, salía de la comisura de sus labios.
El visir llamó a los médicos del rey los cuales llegaron de inmediato. Uno de ellos saco de una pequeña
bolsa que llevaba anudada a su cintura, un pequeño frasco cuyo liquido hizo ingerir al rey. Otro le colocó
una escudilla bajo su barbilla. El rey vomitó entre grandes arcadas y profundas náuseas. En pocos
segundos parecía recuperado. Pidió que le trajeran un ritón de vino rebajado en agua y miel. El vino
tenía que ser de Galilea, le sentaba mejor.
- Lisias, disponlo todo para que mi ejército cobre la soldada de un año entero y también los
donativos28.
- Pero… Majestad, el tesoro del reino está casi en ruina. No tendremos suficiente dinero para
satisfacer tales cantidades. –le contestó Lísias con prudencia.
- Bien, pues partiré hacia Persia, nos deben los anabasis, los impuestos, del último año. –Hizo un
gesto a los médicos indicando que ya se encontraba bien y dijo: Decidle a Filipo que venga, quiero
verle.
Filipo era su hermano de leche y la única persona de la que él se fiaba plenamente.
- ¿Me llamabas, hermano? –dijo al entrar.
- Si, Filipo. Voy a partir de inmediato hacia tierras persas. Debo cobrar los impuestos que me
adeudan. Tú te quedarás aquí junto a Lísias y el joven Antíoco cuidando de los negocios del reino.
Entonces dirigiéndose a su visir le ordenó:
- Lísias, ve con mi hijo y hazte cargo de él.
- Si, mi Señor, como tú ordenes. –le contestó mientras caminaba hacia atrás con el torso encorvado y
los brazos abiertos en señal de sumo respeto.
Cuando el visir ya hubo salido de la estancia…
- Filipo, en mi ausencia, quiero que vigiles de cerca a Lísias, no es de fiar. Es taimado y ambicioso en
exceso. Cuando vuelva de mi viaje ya veré que hago con él. Mientras tanto no lo pierdas de vista.
- Si, hermano. Así lo haré… –y se retiró de la estancia real dejando solo a Antíoco.
“Menelao tampoco ha pagado lo que prometió… también tendré que cuidarme de él a mi vuelta…” –
pensó para sí.

***

La venganza de Jasón había sido tan brutal que ni los más ancianos de Jerusalén recordaban una noche
tan sangrienta como aquella. Gedalías, al mando de un escuadrón de caballería, había cumplido
fielmente las órdenes del sumo sacerdote. En una sola noche habían sido detenidos y asesinados más
de dos mil seguidores de Menelao. El partido sadúceo parecía estar tocado de muerte cuando de pronto
corrió la noticia por toda la ciudad de que Menelao y su hermano Lisímaco estaban de camino de vuelta
a Judea después de haber sido perdonados por el rey sirio quien, además, les había otorgado las más
altas jerarquías del templo: el sumo pontificado y el control del tesoro.

27
Conocida actualmente como la franja de Gaza
28
Sobresueldo extra que los reyes de la época donaban a sus soldados para asegurarse su fidelidad. Con el tiempo, el donativo,
se tornó en costumbre de obligado cumplimiento si se querían evitar las sublevaciones militares.
35

Jasón, advertido por sus espías de que la noticia era cierta, tuvo que huir precipitadamente de la ciudad
de David29 y abandonar todas sus posesiones. Huyó a tierras de Ammón 30, al oriente del Jordán,
disfrazado de mujer y completamente solo. Aprovechó las sombras de la noche. Nadie quiso ayudarle. Y
él, juró volver…
¡Volveré!... –dijo mientras cruzaba la puerta de los Peces.

***

Lísias mandó llamar a palacio a los señores de la guerra que eran de su confianza y que estaban en la
campaña contra los partos. También mando a Serón que se reuniera con ellos.
Rápidamente fueron llegando Ptolomeo, hijo de Dorímenes, el general Gorgías y Nicanor, su predilecto.
Todos se pusieron inmediatamente a sus órdenes.
- El rey me ha ordenado que con la mitad de sus ejércitos arrase Judea y, en especial, Jerusalén,
hasta que no quede en todo Israel, piedra sobre piedra. Hemos de vengar la muerte de Apolonio. –
les dijo.
- Uniremos nuestros hombres a los tuyos, Lísias. –apuntó Gorgías.
- Yo llevaré mis elefantes. –contestó Ptolomeo.
- Hablaré con mis amigos, los filisteos31, y también se unirán a nosotros. Serón ha reunido allí
numeroso ejército. –intervino Nicanor.
- Bien. Preparémonos pues. Saldremos en cuanto las tropas estén pertrechadas. Yo llevaré conmigo a
Eupator, el hijo del rey. He de cuidar de su salud y protegerle con mi vida, si fuese necesario. –les
dijo a todos ellos Lísias.
Pronto, los espías, se pusieron a informar sobre los movimientos de tropas sirias hasta que esas noticias
llegaron al campamento de Judas. Sin duda los servicios de inteligencia junto a su estrategia de guerra
de guerrillas, eran las mejores armas del caudillo judío.
- El enemigo está reuniendo un numeroso ejército que pronto avanzará hacia nosotros. Salen tropas
de Sidón, de Damasco, de Tiro, de Sarepta, de Antioquia. Dicen que Lísias ha conseguido unir a los
generales Gorgías, Ptolomeo y Nicanor, y que Serón al mando de un numeroso ejercito filisteo
también vendrá hacia nosotros por el suroeste. –dijo Simón en tono pesimista.
- Lo sé, hermano… Los espías de Jonatan también han dicho que muchos idumeos suben hacia el
norte para unirse al ejército de Gorgías. –le contestó Judas con el semblante serio.
- Habrá que reunir a cuantos hombres estén disponibles para combatir. –comentó Eleazar que estaba
junto a ellos.
- Una gran cantidad de mercaderes fenicios y, sobre todo, samaritanos, siguen a los ejércitos para
comprar como esclavos a los que quedemos con vida. Llevan gran cantidad de oro y plata.
Tendremos que proteger a nuestras mujeres, ancianos e hijos. –dijo Simón con serenidad no exenta
de preocupación.
Viendo Judas y sus hermanos que las calamidades se multiplicaban y que los ejércitos acampaban en
sus confines, y conocedores de las órdenes dadas por el rey de destruir y exterminar al pueblo, se
dijeron unos a otros: “Defendamos a nuestro pueblo contra esos planes de destrucción y luchemos por
nuestra nación y por el santuario”, y resolvieron disponerse para la guerra, orando y pidiendo a Dios
clemencia y misericordia.32

***

La ciudad de Jerusalén estaba casi desierta, solamente caminaban por ella los extranjeros residentes en
la ciudadela. Todos los demás habían huido, desde el sumo sacerdote; Menelao, al último de los

29
Jerusalén
30
La actual Jordania.
31
Actualmente conocidos como palestinos
32
I Mac 3, 42-44
36

levitas33; desde el nuevo comandante de la ciudadela hasta el último de sus soldados. Jerusalén era una
ciudad desolada. Las huellas de la matanza que había ordenado Jasón aún estaban visibles en sus
calles. Se olía a muerte y destrucción.
Judas ordenó a sus jefes militares que reunieran a todos aquellos hombres que, según la Ley, podían
empuñar un arma. No podían unírseles los que edificaban casas, los que habían tomado mujer, los que
habían plantado una viña, ni los tímidos34.
- Dirigíos a Masfá35. Allí nos encontraremos todos. Yo reuniré los vestidos sacerdotales, los diezmos y
las primicias y haré venir a los nazareos que hayan cumplido los días de su consagración. –les
ordenó Judas.
Una vez reunidas todas sus tropas incluidas las del sur comandadas por Jonatan, Judas se dirigió a las
mismas diciéndoles:
“Preparaos y portaos como valientes, prontos a luchar mañana temprano contra estas gentes que se han
reunido contra nosotros para destruirnos y destruir el santuario. Mejor es morir combatiendo que
contemplar las calamidades de nuestro pueblo y del santuario. En todo caso, hágase la voluntad del
cielo”.36
Y levantando el campamento, se dirigieron hacia el sur de Emaús…

***

Gorgías, con cinco mil infantes y mil jinetes, la mitad de su ejército, se dirigió hacia el campamento de los
judíos, que aún creía en Masfá, para atacarles de noche y por sorpresa. Cuando llegaron allí sus tropas,
el campamento de los judíos estaba vacío. Han huido esos cobardes, -pensó Gorgías con satisfacción37.
Pero se equivocaba… Judas había decidido atacar al amanecer a las tropas sirias que estaban
acampadas cerca de Emaús y ahí se había dirigido con la totalidad de su ejército. Al llegar a lo alto de
las colinas observó el campamento de los gentiles38 y viéndolo atrincherado y fuertemente defendido y
rodeado por la caballería, se dirigió a sus hombres y les arengó de esta forma: “Recordad cómo fueron
salvados nuestros padres en el mar Rojo cuando el Faraón los perseguía con su ejército”39… Y ordenó
atacar…
Los soldados sirios viéndose atacados por sorpresa salieron de sus tiendas dispuestos a entablar
combate. La lucha fue feroz, encarnizada. Las tropas judías salían de todas las laderas de las colinas
colindantes al campamento. Eran miles, muchos miles de hombres que gritando aterradoramente se
dirigían blandiendo sus armas contra un enemigo cada vez más asustado. Los muertos y los heridos se
iban amontonando en el suelo de tal manera que las tropas tenían que saltar sobre ellos para abrirse
paso. El olor a sangre y a humo impregnaba todos los rincones del campamento de los sirios. Las llamas
ascendían varios metros por encima de las cabezas de los combatientes. Empezaba ya a notarse el olor
a carne quemada.
Las tropas sirias viéndose completamente desbordadas empezaron a huir en todas las direcciones.
Fueron perseguidos hasta Guezer, hasta los llanos de Idumea, de Azoto y de Jamnia; los rezagados
cayeron todos al filo de la espada, quedando en el campo hasta tres mil de ellos40.
El ejército de Gorgías venía ya de vuelta cuando desde lo lejos divisaron las columnas de humo que
salían por detrás de las montañas donde sabían que se encontraba su campamento base.
Gorgías ordenó que se adelantara una avanzadilla. A su vuelta contaron lo que allí había sucedido lo que
provocó un gran espanto entre los sirios que huyeron hacia tierra de filisteos desde donde siguieron el
camino de la costa hasta Meggido al noroeste de Israel.
En el Valle de Yzreel, al pie del monte Carmelo, estaba acampado el grueso del ejército sirio con Lísias y
Antíoco Eupator, el príncipe heredero, a su mando quienes al enterarse del desastre ocurrido decidieron
esperar y tomarse un respiro para reorganizar a sus ejércitos.
Casi un año después ya disponían de sesenta mil infantes y más de cinco mil jinetes con el que acabar
con aquellos bastardos judíos, en cumplimiento de lo ordenado por el rey.
33
De la tribu de Leví eran sacerdotes y guardianes del Templo.
34
I Mac 3, 56. Tímidos, en este caso, se refiere a enfermos mentales.
35
Ciudad situada al noroeste de Jerusalén, cerca de Bet-Él, ciudad santa. Casa del Señor en hebreo.
36
I Mac 3, 58-60
37
I Mac 4, 5
38
Gentil es todo aquel que no profesa la religión judía.
39
I Mac 4, 9
40
I Mac 4, 15
37

Preparó a tan poderoso ejército y partió, por el camino de la costa, hacia el sur, hacia Idumea…

***

Durante ese periodo de entre guerras, el ejército de Judas aumentó con los voluntarios que iban viniendo
de todos los confines de Israel. Llegaban de los cuatro puntos cardinales e incluso de ultramar. De tierras
lejanas más allá del mar Mediterráneo. Ese mar al que los romanos llamaban Mare Nostrum, el mar
nuestro. Siempre plagado de piratas que hacían muy peligrosa la navegación. Ese es el caso de Jonás,
un judío que se había establecido en Hispania, Span, como la llamaban los fenicios. Su nombre
significaba “tierra de conejos” y él contaba historias increíbles de aquellas inhóspitas y salvajes tierras,
Así como de sus pobladores. El hablaba de una tribu a cuyos miembros se les llamaba Íberos… pero
habían muchas más tribus, cada cual más salvaje si cabe. Los romanos que se habían adueñado de
aquellas tierras mantenían luchas constantes con sus auténticos pobladores. Los romanos se
adueñaban de todo. E imponían su Ley y su paz, la Pax Romana.
Habían descubierto yacimientos de plata, de oro, de hierro y de otros minerales y piedras preciosas que
él no conocía. Las tierras eran muy fértiles. En ellas crecían todo tipo de cereales, de frutas, de
hortalizas. Y había caza… ¡mucha caza!
Por todo ello, Hispania le interesaba Roma y había enviado allí a sus legiones con sus flamantes
cónsules al mando de ellas. Habían invadido la península y exterminado a pueblos enteros, a otros los
habían expulsado de allí. Pero había un pueblo, cartaginés, -dijo Jonás que se llamaba-, que era
comerciante y sobre todo guerrero, que le había plantado cara a los romanos. Eran muy valientes. Sus
antepasados les habían contado las hazañas de aquellos ilustres guerreros que, en una ocasión
traspasaron los Pirineos y los Alpes con sus elefantes para atacar a la mismísima Roma. Su Jefe,
Aníbal, -dijo que así se llamaba ese general-. Procedía de Cartago 41, en el norte de África. ¡Eran
orgullosos y valientes aquellos bravos guerreros! –repetía sin cesar-. Ningún pueblo hasta entonces
había tenido la osadía de llegar tan cerca de la capital de la invencible República romana –dijo-.
Sus antepasados se habían establecido en una ciudad de la costa, Cartago Nova la llamaban los
romanos42. Se dedicaban al comercio naval y al préstamo. La ciudad había sido reconstruida sobre un
antiguo castro íbero por un tal Amilcar, al que llamaban Barca, padre del valeroso general de los
elefantes, -contaba Jasón-. También fundó otras ciudades, todas ellas en la costa, la más importante, al
noreste de Hispania la conquistaron a los layetanos43 y la llamaron Barca Nova44 en su honor. Pero
habían muchas tribus en esa ciudad y aunque los más importantes eran los ya nombrados layetanos…
habían muchos más. –decía, como recordando.
Jonás era un buen hombre y se unió a las tropas macabeas como uno más. Decía tener setenta años.
Aparentaba más.

***

Las tropas de Ptolomeo, Gorgías y Serón que el año anterior habían sido derrotadas por Judas en
Emaús, acamparon en Betsur junto a las de Lisias y Antíoco, el príncipe. Traían toda clase de pertrechos
y máquinas de guerra. Jamás se había visto por aquellos parajes un ejército tan poderoso. Los espías de
Judas fueron a informarle inmediatamente.
- Son más de sesenta mil hombres. –le dijo uno de sus espías quebrantado por el miedo
- Y cinco o seis mil caballos. –dijo otro más asustado aún.
- Elefantes también traen… –continuó el primero.
- Si, si, por lo menos ochenta o cien elefantes… -dijo el otro.
- ¿Qué piensas hacer, Judas? –preguntó Simón que estaba junto a él.
- Atacar. –contestó lacónico.
- ¿Atacar?... Pero si solo disponemos de diez mil guerreros, Judas…
- Atacaremos. Ahora dejadme, quiero rezar. –les dijo Judas.
41
Antigua ciudad de Túnez que fue destruida totalmente por los romanos algunos años mas tarde
42
Actual Cartagena en la región autónoma de Murcia.
43
Pueblo íbero de las costas nororientales de Hispania
44
Actual Barcelona en Cataluña, España.
38

“Bendito seas, Salvador de Israel, que quebrantaste el ímpetu del gigante por mano de tu siervo
David y entregaste el campamento de los filisteos en poder de Jonatan, hijo de Saúl, y de su
escudero. Da este campo a manos de tu pueblo Israel y queden avergonzados su ejército y su
caballería. Infúndeles miedo, abate la presuntuosa confianza en su fortaleza y avergüéncense de
su derrota. Derrótalos por la espada de los que te aman y entonen cánticos de loor todos los que
conocen tu nombre”…45
Cuando terminó su oración montó sobre su caballo, se puso el frente de sus tropas y atacó con su gente
en el desfiladero de Betzacaria, cuya entrada era muy angosta y difícil y, antes que ambos ejércitos
iniciaran el combate, su hermano Eleazar viendo que un elefante era mayor que los otros y que además
iba pertrechado con una gran torre adornada de oro y plata, pensó que en él venían Antíoco, el príncipe
y Lisias, el regente. Corriendo de entre los suyos y zafándose de sus enemigos, llegó hasta el elefante
hiriéndolo en el vientre derribándolo sobre si mismo muriendo aplastado inmediatamente.
En la primera embestida entre los dos ejércitos los sirios ya habían superado las tres mil bajas. El ardor
que los judíos ponían en el combate movidos por su fe era tal que viéndolo Gorgías, que había intentado
cogerlos por sorpresa, ordenó inmediatamente la retirada y huyó hacia el oeste a la ciudad de Yannia
pasando de allí a Ascalón donde tenía muchos seguidores.
El campo quedó sembrado de cadáveres. Entre ellos estaba el del general Serón cuya cabeza cortada
fue tomada como trofeo por las tropas del Macabeo.
No obstante y dada la diferencia en número entre ambos ejércitos, los sirios salieron victoriosos del
encuentro y Judas y los suyos debieron retirarse hacia la comarca de Gnofnítica con el fin de replegar
sus fuerzas. Con ellos se llevaron el cadáver del infortunado Eleazar.
Lisias y Antíoco, el príncipe, marcharon hacia Jerusalén donde después de permanecer unos días
tomaron camino de vuelta a Antioquia con el fin de pasar allí el invierno y recomponer su ejercito con el
objetivo de volver sobre Judea46.

- ¡Ese Judas es un demonio! Se nos ha vuelto a escapar. –dijo el pequeño príncipe.


- ¡Alguna forma habrá de vencerle!... –exclamó el regente.
- Simula una paz con él, y cuando esté confiado… ¡Asesínale!... –le contestó. Contaba, solamente,
ocho años de edad.
Antes de partir se apropiaron de lo poco que quedaba en el Templo y dispusieron que se quedara una
tropa permanente en la ciudadela del Acra con el fin de proteger la guarnición y los intereses del reino es
decir, el tesoro del Templo.

***

Los de Judas, sabiendo de la marcha del regente y el príncipe con el grueso del ejército sirio, marcharon
hacia Jerusalén poniendo sitio a la ciudadela. Después de encarnizada lucha hicieron huir a los que
sobrevivieron al ataque e entraron triunfalmente en la ciudad. Las gentes abrían las ventanas con temor
y al ver que se trataba de ellos salía de sus casas llenas de júbilo y felicidad.
Judas se adelantó y subió al monte Sión. Desde allí lo que divisaba era aterrador. El santuario estaba
destrozado, el altar profanado, quemadas las puertas, la hierba estaba tan crecida que los atrios
parecían más un bosque que un templo, las habitaciones destruidas47.
Judas no pudo resistir el impresionante y desolador paisaje. Estalló en lágrimas. Rasgó sus vestiduras se
cubrió la cabeza de cenizas y, postrado de rodillas en tierra, comenzó a clamar al cielo.
Una vez repuesto…
- Azarías, coge un destacamento y persigue a los huidos de la fortaleza. A los que encontréis
¡degolladlos! Nosotros purificaremos el Templo. –ordenó después de la tremenda impresión recibida.
- Habré de reunir al Consejo de los setenta. –dijo Simón.
- Sí, hazlo. Necesitamos a sacerdotes irreprochables que nos ayuden a limpiar este lugar profanado. –
le contestó con energía.

45
I Mac 4, 30-35
46
Extracto de Las Guerras de los Judíos de Flavio Josefo
47
Extracto interpretado de I Mac 4,38
39

- Lo primero que hay que hacer es destruir este altar que ha estado en contacto con ídolos paganos. –
dijo Jonatan que venía de perseguir a los últimos sirios que habían huido en desbandada.
- Así es, hermano. –le contestó Judas. Te cedo el martillo y el honor de hacerlo tú. –le contestó el
Macabeo.
Jonatan se apeó de su caballo, cogió el mazo que le ofrecía su hermano y soltó un gran golpe en el
centro del altar rompiéndolo al momento en seis grandes trozos. Pensó que el golpe lo daba en medio
del corazón del impío rey. Las piedras se desparramaron a sus pies. Se sentía orgulloso por el honor que
le había concedido Judas, su hermano preferido.
- ¿Qué hacemos con estas piedras inmundas? –preguntó satisfecho.
- Quedarán en el monte hasta que un hombre santo nos diga que podemos hacer con ellas. –contestó
Judas.
Los sacerdotes que había escogido el Consejo trajeron piedras sin labrar y sin que hubiesen sido
tocadas por objeto de hierro conforme prescribía la Ley e hicieron un nuevo altar de los holocaustos.
Repararon el santuario y el interior del templo, purificaron los atrios y trajeron nuevos vasos sagrados, la
mesa de los panes e introdujeron la menorah, el candelabro de siete brazos, y el altar de los perfumes.
Acto seguido uno de los sacerdotes le dijo a Judas que el sumo sacerdote Menelao estaba allí y pedía
verle.
- ¿Qué quiere ese perjuro y vil traidor? –dijo mientras desenvainaba la espada de oro que había
arrebatado a Apolonio. ¡Traédmelo!...
Varios soldados trajeron a empellones al obeso pontífice y lo arrojaron de un empujón a los pies de
Judas. Nadie lo había reconocido, estaba sucio, andrajoso y vestía ropas de saco al igual que todos los
demás.
- Soy el sumo sacerdote, Menelao. –dijo con voz altanera, mientras se levantaba y se sacudía
majestuosamente el polvo de sus ropas.
- Jerusalén no tiene sumo sacerdote, ese puesto está vacante. –le replicó Judas.
- Yo soy el sumo sacerdote y te exijo el respeto propio de mi cargo. –le insistió Menelao alzando la
barbilla y poniendo los brazos en jarras.
- Y ¿siendo tú el sumo sacerdote, has permitido que se ultraje el Templo sin dar tu vida por él? –le
gritó Judas.
- Yo nada podía hacer. Eran órdenes del rey. –dijo con ademán arrogante.
- Podías haber dado tu vida como muchos otros han hecho. –le espetó Judas.
- Eso habría creado un vacío de poder. No se puede dejar Jerusalén sin sumo sacerdote. Muchas son
las muertes que se han evitado al corresponder al rey. –dijo.
- Y muchas las que se han provocado por el mismo motivo. –dijo Judas airado.
- Yo no he tenido la culpa. –contestó con aire displicente.
- Tú y todos los cobardes como tú habéis tenido la culpa de la afrenta que se ha hecho a nuestro
pueblo. Y ¿a que has venido?
- Me corresponde a mí purificar el Templo. –y diciendo esto hizo ademán de dirigirse al altar.
- ¡Alto!. ¡Ni un paso más! Tú no eres digno de poner tus pies en el santuario. ¡A mi la guardia! –
ordenó.
Al momento un grupo de soldados rodeó a Menelao.
- ¡Tú no tienes autoridad para detenerme! –dijo disimulando su estupor.
- Tengo la autoridad que me concede Dios y mi pueblo. –le contestó irritado.
- Yo soy la máxima autoridad en la ciudad. –insistió
- Eso lo veremos. Soldados traedme un cerdo inmediatamente. –ordenó a la tropa.
- ¿Vas a celebrar algún holocausto? –preguntó Menelao en tono burlesco.
- Más o menos. –le contestó Judas.
Los soldados trajeron una gran cerda. ¿Qué hacemos con ella? –preguntaron.
40

- Abridla en canal, después le cortáis la cabeza a este bastardo y la metéis en sus entrañas. –dijo muy
seriamente Judas.
Un soldado desenvainó su espada y se dispuso a obedecer la orden de su Jefe. Cuando estaba a punto
de degollar al animal, intervino Simón:
- No puedes ordenar eso, Judas, no somos asesinos.
Otros soldados ya habían agarrado a Menelao de los brazos y se disponían a ponerlo de rodillas para
decapitarlo.
- ¡No, piedad!... Te lo ruego, Judas… –imploraba el sumo sacerdote.
- Judas, ¡no lo hagas!... Que sea el Consejo quien juzgue… –dijo Jonatan que había estado presente,
aunque sin decir nada, durante toda la escena.
- ¡Piedad, Señor!... ¡Piedad!... –sollozaba Menelao juntando sus manos en posición de orante.
- Está bien, ¡soltadle!... Que sea el Consejo. Pero sacarlo de mi vista. Es una rata inmunda.
Menelao era retirado a rastras por la tropa. Tras de sí iba dejando un rastro húmedo. ¡Se había orinado
encima!

***

El grupo de sacerdotes irreprochables que había escogido el Consejo presidido por Simón, eligió al más
anciano de ellos para que procediera a la purificación del templo.
Quemaron incienso en el altar, encendieron las lámparas del que lucían en el templo, colocaron los
panes sobre la mesa y colgaron las cortinas. De esa manera dieron fin a la obra.
En la mañana del día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, del año 3597 48, se levantaron de
madrugada y ofrecieron el sacrificio prescrito por la Ley en el nuevo altar de los holocaustos que habían
construido. Precisamente en la misma hora y día que le habían profanado los gentiles fue renovado con
cánticos, con cítaras, con arpas y con címbalos49.

***

Las aldeas vecinas pronto recelaron del nacionalismo incipiente y empezaron a tomar represalias contra
los judíos que con ellos habitaban. Así en Galaad, en Ptolemaida, en Hebrón, en Azoto… en todas las
ciudades de norte a sur y de este a oste, los judíos eran masacrados de forma atroz. No se respetaban
edades ni sexos. Ancianos, mujeres y niños eran asesinados sin que los gobernantes hicieran nada por
evitar el genocidio. ¡Había que exterminar al pueblo elegido!
Tales noticias llegaron al campamento de Judas y sus hermanos.
- Matan a familias enteras. No importa la edad, ni la condición, ni el sexo… ¡No dejan a ninguno de los
nuestros con vida!... ¡Hemos de intervenir, ya!.... –le decía Misael, el jefe del pueblo, a Judas.
- Judas, no te perdonan tus victorias y atacan a los débiles… ¡al pueblo indefenso!.... algo hemos de
hacer…. –intervino Yoab, el responsable del norte de Judea.
- Ayer me dijeron que habían asesinado a toda la familia de mi mujer mientras estaba inspeccionando
las ciudades de la costa samaritana… –dijo Azael, jefe del distrito.
- Algo hemos de hacer… Mis padres y hermanos viven amenazados de muerte… –espetó Azarías,
jefe de Jerusalén….
- A mí me ocurre lo mismo con los míos… –interrumpió José, hijo de Esdras, que junto a Azarías era
jefe de la ciudad de David.
- ¡Basta!... No quiero oir más… –les contestó Judas. Vamos a vengar inmediatamente a todos
nuestros hermanos. Van a saber a partir de hoy quienes somos los judíos. No hay nación en el
mundo capaz de apagar nuestras voces. Donde asesinen a un judío, diez nuevos judíos tienen que
venir a vengarlo. ¿Quieren sangre?... Pues sangre tendrán… ¡y no judía!... ¡Que sepan todos las

48
Año 164 a EC en el calendario gregoriano.
49
I Mac 4, 49-53
41

naciones qué, donde exterminen a un solo judío, miles de judíos vendrán a beber de su sangre
derramada!... ¡Ya no habrá piedad para ellos!...
Y empezó a impartir órdenes…
- Simón, hemos querido respetarlos y no nos han dejado; les hemos dejado seguir idolatrando a sus
dioses paganos, adoran a Bel, a Astarté y a otros dioses y nos persiguen y nos matan por nuestra fe
en Yahvé. ¡De hoy no pasa!.. Coge tres mil de nuestros hombres y te diriges a Galaad. Por el camino
extermina a todos los enemigos de Dios. Ni un incircunciso ha de quedar con la cabeza sobre los
hombros. Ni ancianos, ni adultos, ni niños… ¡exterminio total! ¡O ellos o nosotros!... Yo, junto a
Jonatan y tres mil hombres más, me dirigiré por tierras samaritanas haciendo lo mismo. En Galaad
nos encontraremos. José, Azarías, vosotros quedaros con el resto del ejército aquí, en Jerusalén,
cuidad de nuestras familias y de nuestro pueblo.

***

El Rey Antíoco IV, Epífanes, del que se decía era la imagen de Dios y el portador de la Victoria,
continuaba su expedición punitiva contra los partos cuando recibió la noticia del triunfo por parte de
Lisias y sus generales así como de la muerte de su querido Serón, el jefe de su guardia y de su
seguridad. También fue informado de que Judas, el Macabeo, había logrado replegar sus tropas en
Gnofnítica y que, tras la marcha del grueso del ejercito con Lisias y su hijo Antíoco hacia Antioquia, el
Macabeo había marchado contra Jerusalén diezmando a la guarnición que allí habían dejado.
- Tendré que ir yo en persona para acabar con ese maldito perro judío, hijo del mismísimo diablo –
bramó en pleno ataque de cólera- Ya arrasé Jerusalén una vez y volveré a hacerlo tantas veces
como haga falta. ¡Malditos bastardos! ¡Hijos de la hiena! Eneas, -ordenó-, haz venir a Filipo al
instante, ¡corre no tengo tiempo que perder! ¡Que vengan también los escribas!
A los pocos minutos Filipo, que el día anterior había llegado de Antioquia para informar al rey de las
malas noticias llegadas desde Judea, hacia acto de presencia en la tienda real.
- ¿Qué deseas, mi sublime Señor, Rey de todos los Reyes, espejo de la humani…?
- ¡Basta!, déjate de fárragos y de monsergas no tengo tiempo que perder. Enseguida quiero partir
hacia Judea para acabar, de una vez por todas con ese maldito judío al que llaman Macabeo.
¡Escribas, tomad nota! Yo, Antíoco IV, rey de los sirios y bla, bla, bla… ordeno y mando que a partir
de esta fecha, Filipo, mi hermano de leche y mi leal amigo, pase a ser chambelán de la corte, primer
ministro y preceptor del príncipe, mi hijo, Antíoco Eupator. Así mismo ordeno que se apresen y
ejecuten, por vil traición a su Rey, a Lísias, a Gorgías y a Serón… -en ese momento se quedó
pensativo, había olvidado que Serón había muerto-… No, a Serón no, que ha muerto valerosamente
en combate. Pero a esos dos cobardes si. ¡El lacre y mi sello! –gritó-
- ¿Ordenas algo más? –preguntó Filipo-
- Si. Parte inmediatamente hacia Antioquia y cumple mis órdenes. Eso es todo, nos veremos a mi
vuelta de Judea.
No se volvieron a ver. Meses después, Antíoco, el enajenado rey de los sirios, fallecería a consecuencia
de un súbito ataque de locura, poco después de emprender camino hacia Judea. La noticia corrió veloz
por todos los confines del imperio seléucida, de Partia, de Filistea, de Fenicia, de Roma, de Judea.
Judea, al conocer la noticia estalló de júbilo y toda la población judía celebró ese día con grandes
festejos.
Habían transcurrido tres años desde la muerte de Matatías, padre de los Macabeos, y, ahora, su brutal y
cruel enemigo era pasto de los gusanos. La justicia divina había triunfado. ¡Alabado sea Elhoim!
Esto ocurría a finales del año 359750 de los judíos.

50
Año 164 a de JC
42
43

CAPITULO IV
El umbral de una dinastía
Lisias enterado a través de espías infiltrados en la corte de las órdenes recibidas por Filipo y de que
Antíoco había partido hacia las tierras de Judea huyó junto a Antíoco, el príncipe, ahora ya tomado como
rehén, hacia Escitópolis51 en la baja Galilea, enviando mensajeros a sus generales Gorgías, Báquides y
Nicanor. Solamente los dos primeros respondieron a su llamada, Nicanor se había puesto del lado de
Demetrio que seguía en Roma conspirando para recuperar el trono que por herencia le correspondía y
que el Senado de la república romana solo reconocería tras la muerte del actual rey Antíoco IV que
acababa de partir hacia Judea para entablar batalla a los rebeldes nacionalistas judíos capitaneados por
los hermanos Macabeos.
Gorgías, que estaba refugiado en Asquelón52 desde su huida en la batalla de Bet Sur motivo por el que el
rey había ordenado su ejecución, envió rápidamente emisarios a Lisias para decirle que estaba formando
un gran ejército de filisteos, eternos enemigos de Judea, y de idumeos y que pensaba salir al encuentro
del rey para darle muerte. O él o yo, dijeron los emisarios de parte suya.
A su vez, Báquides, señor de la guerra que ahora vivía retirado y antaño fue Amigo del Rey, era un feroz
enemigo de Filipo, el hermano de leche del rey y ahora primer ministro del Imperio, por lo que se
disponía ir a su encuentro y darle muerte. Jamás le perdonaría a Antíoco IV haberle dado títulos y
honores a su enemigo y no haberlo nombrado a él Jefe de su guardia Real tras la muerte de Serón.
Pocos meses después llegaba la triste noticia del fallecimiento de Antíoco IV Epífanes, Rey de todos los
Reyes, cuando se dirigía hacia Judea.
Los tres conjurados se habían reunido junto a un numeroso ejército en Siquem, Samaria, en la ladera sur
del monte Garizim.
- Ha muerto el rey. ¡Viva el Rey! –vitoreaban las tropas ante la figura infantil de Antíoco V, Eupator,
solamente tenía nueve años de edad.
- ¡Salud!, Báquides. –dijo Lisias.
- ¡Salud!, Gorgías. –repitió.
- ¡Salud!, Lisias. –contestaron ambos.
- Ya tenemos nuevo Rey, ¡esto hay que celebrarlo! Bebamos vino. –ofreció Lisias como buen anfitrión,
y juntos los tres entraron en la tienda real.
- Como veréis, a nuestro joven rey le están haciendo una armadura a su medida, pero tomad asiento
amigos tenemos mucho que beber y mucho de que hablar. –dio unas palmadas y acaecieron dos
criados con cráteras y copas para el vino.
Los criados escanciaron el vino y sorbieron un trago para ver que no estaba envenenado, una vez hecha
la comprobación los tres amigos se dispusieron a pasar una larga velada.
- ¿Qué se sabe de Filón? –inquirió Lisias.
- Ha muerto. –dijo secamente Báquides.
- ¿Estas seguro? –volvió a preguntar Lisias.
- Seguro. Maté a ese efebo con mis propias manos. Y como chillaba el muy puerco. Parecía una
plañidera rogándome por su vida. –contesto secamente Báquides.
- Pues celebrémoslo. –dijo Lisias alzando su copa.
- Celebrémoslo. –dijeron todos al unísono.
- Y el Rey, ¿Qué hará respecto a esa muerte? –quiso saber Gorgías.
- ¡Nada!, el Regente soy yo y el rey no hará nada que yo no le ordene. Es solamente un niño. –repuso
Lisias.
- Un niño, si, pero tan cruel o más que su padre. –intervino Báquides.
- Os digo, amigos míos, que no debéis preocuparos del asunto, dejadlo todo en mis manos. –
sentenció Lisias.
- Y con el traidor de Nicanor, ¿qué hacemos? –preguntó Gorgías.

51
Ciudad helenizada antes llamada Bet San.
52
Ciudad y puerto marítimo en lo que hoy se conoce como franja de Gaza y que en la antigüedad era la tierra de los filisteos.
44

- Olvidaos de Nicanor, tenemos cosas más importantes en las que pensar. Por lo pronto, tu Báquides
serás el nuevo Jefe de la guardia Real y tu Gorgías gobernador de Celesiria, Samaria y Judea. –dijo
solemne Lisias.
- Y, ¿con Demetrio? –se interesó Gorgías.
- Roma no reconocerá jamás a Demetrio. Su padre, Seléuco IV, luchó contra los romanos aliándose
con Farnaces, rey del Ponto y enemigo mortal de Roma. Lo envenenó su ministro de Hacienda,
Heliodoro, inducido por su hermano menor Antíoco con el apoyo tácito del Senado romano. El
Senado de la República reconoció inmediatamente al nuevo Rey. ¿Creéis que llegara a gobernar
algún día en Siria? –dijo soltando una sonora carcajada.
- No os preocupéis tenemos al jovencito Rey para muchos años y yo como su regente estaré siempre
a su lado, ja, ja, ja. –siguió riendo su ocurrencia, todos rieron.
Y siguieron bebiendo hasta altas horas de la madrugada. Al amanecer Gorgias partió hacia Jerusalén un
día más tarde hicieron lo propio el príncipe, Lisias y Báquides partiendo hacia Antioquia donde se tenían
que hacer las exequias por el difunto rey y la coronación de su hijo Antíoco V Eupator.

***

Judas reunió al Consejo Supremo de la Revolución presidido por su hermano Simón, al Gran Sanedrín, a
sus hermanos Jonatan y Juan y también convocó a sus jefes militares.
- Os he hecho llamar a todos por que quiero someter a vuestra consideración una serie de decisiones
que he tenido que tomar y, dada su trascendencia, quiero saber vuestra opinión y, si es necesario,
someterlas a votación. –dijo Judas a modo de preámbulo.
- En primer lugar, Antíoco IV ha fallecido y en Siria estarán noventa días de riguroso luto con sus
funerales, transcurrido ese tiempo, harán la ceremonia de coronación del nuevo Rey Antíoco V. He
decidido que aprovechemos ese tiempo para reforzar nuestras fortificaciones del norte. –dijo.
- ¿Y si rompen el ritual y aprovechan la dispersión de nuestras tropas para atacar Jerusalén? –
preguntó Jonatan.
- Dudo que se atrevan a profanar el luto, el pueblo no se lo perdonaría a los nuevos gobernantes. Pero
si así ocurriera la mitad de tu grupo de ejército vendrá a reforzar la ciudadela de Jerusalén y la otra
mitad quedará contigo en Hebrón por si se necesita. Y esta vez cumple mis órdenes a rajatabla.
¿Entendido? –dijo Judas alzando un poco el tono de voz.
- Si, entendido. –contestó Jonatan.
- Los destacamentos que tienes en Gerar, Maresá y Beer Sheva seguirán donde están para vigilar de
cerca la tierra de los filisteos y si es necesario los nabateos, nuestros aliados, nos echaran una mano
por el sur. –continuó ordenando Judas.
- ¿Alguien tiene algún reparo en esta primera consideración? –preguntó a los reunidos. Todos
negaron con el gesto.
- La segunda consideración tiene que ver con el Sanedrín. –dijo posando su mirada en los miembros
del Consejo.
- Sabéis que estamos sin Sumo Sacerdote pues Menelao o Menahem como realmente se llama, está
detenido y encarcelado en la fortaleza de Jericó. Propongo que entre los setenta que formáis el
Consejo elijáis a siete y de entre esos siete a uno que, por su nobleza, ejerza el cargo a satisfacción
de todo el pueblo israelita. Y también os propongo que devolvamos a Menelao a los sirios pues si
ellos lo pusieron que acarreen ahora con él. ¿qué opináis? –dijo. Todos asintieron, salvo José, el
más anciano de los sacerdotes.
- ¿Por qué no te elegimos a ti, Judas? Tú eres sacerdote. Tú purificaste el Templo y has instaurado la
Fiesta de la Purificación53. Tú nos has devuelto nuestras tradiciones más ancestrales. –le inquirió
José.
- Yo ya tengo bastante con ser vuestro Jefe Militar y Capitán de todos los ejércitos de Israel. –le
contestó. Un murmullo general avaló su teoría.

53
La fiesta de la Purificación también llamada de la Iluminaría o Hanuká (candelabro) se celebra durante ocho días, del 25 de
kislev (noveno mes según la Biblia) al 2 de tevet (o el 3 de tevet, cuando kislev cuenta con sólo 29 días). Durante esta festividad se
prende un candelabro de ocho brazos (más uno mayor). En la primera noche únicamente se prende el brazo mayor y una vela, y
cada noche se va aumentando una vela, hasta el último día en el que todo el candelabro se enciende completo. Este hecho
conmemora el milagro del aceite encontrado por Judas en el desolado Templo y que duró ocho días encendido.
45

- Pero el pueblo vería con buenos ojos que tú ostentaras ambos cargos. –insistió.
- No José, al pueblo hay que darle lo que necesita que son: un Jefe Militar y un Sumo Sacerdote
ambos por separado de modo que en el caso de que Yahvé tenga a bien llevarse a alguno de ellos
no se genere un vacío de poder. ¿Estáis todos de acuerdo? –preguntó. Todos asintieron incluso
José.
- Entonces –dijo Judas-, nos reuniremos dentro de tres días y me diréis el nombre del nuevo Sumo
Sacerdote. Y de Menelao ¿Qué me decís? –preguntó.
- Que lo juzgue el Sanedrín según nuestra Ley mosaica. –contestó la gran mayoría.
- De acuerdo, que lo juzgue el Gran Consejo. –respondió.
- Y una ultima consideración. Todos sabéis que cualquiera de nosotros está dispuesto a morir por el
Gran Israel y por nuestra independencia. Todos estamos expuestos, incluido yo. ¿de acuerdo? –
todos asintieron-. Bien, os propongo que, en el caso de que yo perezca en combate sea nombrado
mi sucesor Jonatan, mi hermano menor. ¿qué opináis?
- ¿Por que no nombramos a Simón o a Juan, tu hermano Jonatan parece muy joven para un cargo de
tanta responsabilidad? –preguntó José de nuevo. Esta observación contrarió mucho a Jonatan que
lanzó una severa mirada cual si de un dardo se tratara.
- Simón es vuestro Jefe Político y tengo reservado para el que presida una comitiva diplomática que
viajará a Roma para entrevistarse con el Senado romano. Y Juan es más eficaz como Gobernador
de la ciudad de David. –le contestó al anciano.
- Si todos estáis de acuerdo, Jonatan me sucederá en el caso de que algo me ocurriera en el campo
de batalla. Y diciendo esto levantó la reunión.

***

Los sirios habían observado piadosamente el luto por su rey pero, con el permiso del Senado, solamente
durante treinta días y después habían celebrado los fastos de coronación del joven Rey.
Pasados los festejos, Lisias movilizó a su ejército y puso marcha, junto al joven rey, hacia Jerusalén, con
el fin de reunirse allí con Gorgias y dejando a Báquides como responsable del orden en la capital,
Antioquia.
Cuando al cabo de una semana entraron en tierras de Samaria, sus avanzadillas observaron que el
ejército rebelde estaba desperdigado haciendo obras de fortificación en su frontera del norte, en Lidda,
Perea, Arimatea, Gerasa. Mikmas. Entonces Lisias tomo la determinación de montar su campamento en
Siquem desde donde envió emisarios a Gorgias y a Báquides para que supieran de su localización y
ordenó que inmediatamente partiese una columna de mil soldados de caballería en apoyo de la
guarnición de la Ciudad Sagrada así como impartió las oportunas ordenes para que Gorgias se reuniera
con el en su campamento.
Rápidamente Judas, informado por sus espías, ordenó el repliegue de sus tropas hacia el sur, dirección
a la ciudad de Jerusalén. Allí asediaron a la guarnición siria y se parapetaron en la fortaleza del Templo.
Al tiempo, Jonatan, desoyendo las órdenes de su hermano mayor, subió con sus tropas desde Hebrón,
Maresá, Ein Guedi y Qumrán camino de Jerusalén. Ha falta de pocos estadios de la ciudad se topó con
la caballería de Judas que se replegaba más hacia el sur pues los sirios habían entrado en Jerusalén,
habían levantado el asedio de su guarnición y habían hecho huir a los que se parapetaban en la
fortaleza.
- ¿Qué haces aquí? Te dije que por nada del mundo dejaras desprotegidas las guarniciones del sur. –
le recriminó Judas.
- Los nabateos al mando de Pánfilas están cubriendo la retaguardia, yo solamente he venido a
ayudarte, creí que te habían hecho prisionero o que te podían haber matado. –replicó Jonatan.
- Bien, ya estas aquí y, eso, ya no tiene remedio. –le repuso Judas. ¿Dónde está el grueso de
nuestras fuerzas?
- En Hebrón. –contestó Jonatan.
- ¿Hay noticias de Simón y de su comitiva diplomática en Roma? –inquirió Judas.
- No, no hay noticias de Roma. –respondió Jonatan. Y de Juan, ¿Qué se sabe? ¿Estaba en
Jerusalén? –preguntó a su hermano.
46

- Si, pero tuvo tiempo de reunir a sus hombres y hacer frente al invasor. –dijo Judas.
- Pronto tendremos noticias de él. –concluyó Jonatan.

***

Las cosas no iban nada bien en Antioquia ni en Damasco. Un enviado de Báquides había informado a
Lisias de que Demetrio había salido de Roma con permiso del Senado y su nave había recalado en
Chipre. Nicanor se había encontrado con él en la isla.
- Llamad a Judas el Macabeo, quiero parlamentar con él. –ordenó a su lugarteniente Heliocasto.
- Mandaré emisarios en todas las direcciones para que lo localicen pues debe estar escondido en las
montañas. –repuso el lugarteniente
- Envía un solo emisario a Bet Sur, ahí está Judas junto a su hermano Jonatan. –dijo Lisias con cierto
cinismo.
- ¿Pero como lo sabéis, excelencia? -dijo aturdido Heliocasto.
- Eneas, que en realidad se llama Ezequiel, nuestro simpático criado no es galileo, es judío. Hace
algún tiempo, cuando pasó del servicio de Apolonio al de Palacio, lo supe, pero me he servido de él
a mi antojo haciéndole escuchar informaciones falsas que luego transmitía a su padre, Azarías,
general de Judas, y a su vez, éste, las transmitía al Consejo Supremo de la Revolución. Ya ves, me
ha servido y me servirá. ¡Ah!, que el emisario sea el propio Eneas. Disponlo ya. –ordenó. Y que se
persone aquí Gorgías de inmediato.
- ¿Preguntabas por mí, Lisias? –dijo Gorgías mientras entraba en los aposentos del Regente.
- Sí, hemos de hablar de un asunto muy grave. –le dijo ofreciéndole un asiento con un gesto de la
mano.
- Tú dirás, ¿qué ocurre? -dijo con cierto temor.
- No temas, no va contigo. Es de Demetrio de quién tenemos que hablar.
- ¿Demetrio? –replicó asombrado.
- Ha salido de Roma con la anuencia del Senado y ha recalado en Chipre, allí se ha reunido con
Nicanor. –dijo en tono severo y preocupado mientras atusaba su rizada barba.
- O sea, que ya ha empezado. –reflexionó Gorgías.
- Parece ser que sí. –contesto sin levantar la cabeza y atusando más aun su negra barba.
- Y el Rey, ¿Lo sabe?
- El Rey esta jugando con criados de su misma edad, aun no ha cumplido los diez años. –contesto
airadamente.
- ¿Entonces…? –dejó la pregunta en el aire.
- Entonces he mandado llamar a Judas el Macabeo, quiero pactar con él. –dijo mirando fijamente a los
ojos de Gorgías para escrutar su reacción.
- ¿A Judas? –musitó.
- Si, a Judas, y no repitas más lo que yo digo, Gorgías, me sacas de quicio. –espeto en tono furioso.
- Pero Judas es nuestro enemigo. –balbuceó Gorgías.
- Ya se que es nuestro enemigo. Lo que le voy a proponer jamás lo cumpliremos sin embargo, eso nos
dará un tiempo precioso para que Antíoco Eupator y yo nos desplacemos hasta Antioquia y
arreglemos los asuntos que se mueven por allí. Hay que aplastar a todos los seguidores de
Demetrio, mientras tú te quedarás aquí, en Jerusalén, para observar que nuestras condiciones se
cumplen. Tomarás hoy mismo el cargo de Gobernador de toda Judea. –le dijo suavemente y
acercándose un poco más a su rostro le susurró: en ti tengo puesta toda mi confianza, no me
defraudes.

***
47

Eneas había llegado al campamento de Judas en Bet Sur y solicitó verle pues le traía un mensaje del
mismísimo Lisias.
- Tengo que ver a Judas. –dijo al instante a un centinela.
- Judas esta descansando. –le contestó.
- Pero es muy importante que hable con él, me lo ha encomendado Lisias, el Regente, en persona. –
añadió.
- Veré que puedo hacer. Y dando media vuelta se fue hacia la tienda de su Capitán.
En pocos minutos, Judas estaba frente al muchacho.
- ¿No eres tú, Ezequiel, el hijo de Azarías? –le preguntó.
- Si, rabí. El mismo y traigo un mensaje para ti del Regente Lisias. –contestó.
- No me llames rabí, no lo soy. ¿Cuál es el mensaje? –le inquirió.
- Lisias quiere pactar la paz contigo. –dijo con poca convicción. Quiere verte en Jerusalén cuanto
antes.
- “Es una trampa”, -pensó Judas. ¿Ha dicho algo más?
- Sí, que el trato será beneficioso tanto para Siria como para Israel. –respondió el muchacho.
- “Sigo pensando que es una trampa” –Judas se había quedado como meditabundo. ¿Dónde quiere
que sea el encuentro? –siguió preguntando.
- En Jerusalén, señor. En la residencia del Gobernador.
- Jerusalén no tiene ni tendrá jamás un gobernador extranjero. –dijo alzando la voz lleno de ira. ¿Ha
dicho algo más? –volvió a preguntar.
- El no, pero hace tres días oí a un emisario de Báquides que Demetrio pensaba volver a Siria y que el
general Nicanor le apoyaba. Roma también. Está en Chipre y piensa reunir un gran ejército de
seguidores. –le dijo.
- “Demetrio vuelve de Roma y destronará a Antíoco su primo” –seguía meditando Judas. ¿Sospecha
alguien de ti? –le interrogó.
- No. Soy un simple criado y todos creen que soy galileo.
- Lo dirán por el pelo que llevas recogido a modo de coleta. –le contestó Judas sonriendo por primera
vez desde que habían comenzado la conversación. ¡Corre! Ve a ver a tu padre cuya tienda está al
lado de la mía, le darás una gran alegría. Ya estás hecho un buen mozo. ¿Cuántos años tienes? –le
preguntó en tono distendido.
- Catorce, rabí.
- Te dije antes que no me llames rabí, no lo soy. Soy un simple soldado y todos creen que soy un gran
estratega. –le contesto entre risas.
- ¿Qué le contesto a Lisias, señor? –pregunto azorado el chico.
- ¡Ah sí! Se me olvidaba. Dile que enviaré un mensajero para decirle lugar, fecha y hora y las
condiciones del encuentro. Mientras tanto pensaré en su oferta. “Una trampa, seguro que se trata de
una burda trampa” –seguía pensando el Macabeo.

***

Demetrio estaba departiendo amigablemente con Nicanor bajo la suave y cálida brisa de la costa
chipriota. Ambos se conocían desde niños antes de que Demetrio partiese hacia Roma tomado como
rehén. Nicanor, hijo de Patroclo, general de las tropas de Seléuco IV, padre de Demetrio, era algo más
mayor que el, tenía cuarenta y dos años, Demetrio treinta y nueve.
- ¿Qué crees que hará Báquides cuando nos vea entrar en Damasco? –preguntó Demetrio.
- Báquides es un mercenario sin ningún tipo de ideal. Ni Patria, ni Rey. No hará nada que a él no le
convenga. Solamente le interesan el poder y las riquezas. Lo conozco muy bien. Hemos luchado
muchas veces y no siempre en el mismo bando. –le dijo Nicanor.
- ¿Es sobornable? –quiso saber Demetrio.
- Es un ser aborrecible. Por dinero cualquier cosa. –le contestó.
48

- “Es una hiena” –pensó Demetrio. ¿Servirá para nuestros planes? –siguió preguntando.
- ¿Cuánto y qué piensas ofrecerle? –repuso Nicanor.
- Algo que satisfaga su avaricia y su sed de poder. Le daré Jerusalén y su Templo.
Ambos soltaron una sonora carcajada al tiempo que se servían más vino del lugar.

***
- Unos sacerdotes del Templo ruegan ser recibidos por Vuestra Excelencia. –dijo un criado a Lisias
que en ese momento estaba redactando unos Reales Decretos para que el rey los firmara, se trataba
de las órdenes de ejecución de Demetrio y Nicanor así como la de todos sus seguidores y las
familias de estos. ¿Qué decías Malco? ¡Ah, sí! Los sacerdotes, diles que pasen los recibiré de
inmediato, hoy me siento generoso, especialmente generoso. Gorgías estaba a su lado exultante de
felicidad al ver a Lisias tan contento.
Al momento siete sacerdotes vestidos con sus túnicas hacían entrada en los aposentos del Regente.
- Bien, y, ¿que quieren hoy estos ilustres sacerdotes del Templo? –dijo con un cierto tono sarcástico.
- Excelencia, hemos venido… -dijo el mayor y portavoz de los siete- hemos venido a pediros favor.
- ¿Favor? ¿Qué puedo hacer por vosotros? –contestó haciendo un guiño a Gorgías.
- Como sabéis el cargo de Sumo Sacerdote del Templo está vacante… y,,,
- ¿Vacante, decís?
- Sí, Excelencia.
- No es Menelao el Sumo Sacerdote.
- No Excelencia, Menelao es un usurpador y además no es de la casta sacerdotal ni sadiquita ni
aaronita.
- Pero… ¿no lo nombró el Rey Antíoco IV, padre de nuestro actual Rey? –preguntó Lisias.
- Si, Excelencia. Pero al morir el Rey el nombramiento ha quedado anulado pues su hijo Antíoco
Eupator no lo ha confirmado en el cargo. –insistió el sacerdote.
- Pues lo confirmará por eso no os preocupéis. –dijo en tono completamente sardónico.
- Pero es que no queremos que lo confirme, Excelencia.
- Entonces, ¿qué queréis? –preguntó lleno de curiosidad.
- Que sea ajusticiado.
- ¿Ajusticiado? –exclamó Lisias. Pero, ¿por qué?...
- Por traición, Excelencia.
- ¿Por traición a quién? ¿Al Rey?
- Por traición a su pueblo. –contestó quedamente.
- ¡Ah!, por traición a su pueblo. ¡Vaya, eso si que es grave! –dijo guiñando de nuevo el ojo a Gorgías
que asistía complacido con la conversación.
- Bueno, le diré al Rey que ordene su ejecución pública. –dijo y añadió: Gorgías ocúpate de preparar
un pelotón de arqueros.
- Excelencia, queremos que muera según manda nuestra Ley ajusticiar a los traidores.
- ¿Y cómo lo manda vuestra Ley? –inquirió.
- Debe ser arrojado desde la torre más alta del Templo al foso de las cenizas de los holocaustos.
- ¡Qué horror! ¿Has oído Gorgías?
- Si, ¡que espanto! –respondió el general.
- Bien, explicaré al Rey cuales son vuestras demandas y seguro que os complacerá Menelao no goza
de la estima de este gobierno y, además, habrá un judío menos. ¡Retiraos! Ya os haré saber el día
de la ejecución. ¡Al foso de las cenizas!, ¡Serán salvajes! Estos judíos están por civilizar –le dijo a
Gorgías cuando ya los sacerdotes habían salido de la estancia.
49

***

Simón había llegado de Roma junto con su comitiva diplomática y se dirigía de inmediato a reunirse con
sus hermanos ha darles las noticias más recientes de la gran metrópoli.
Su llegada al campamento de Bet Sur llenó de júbilo a los que allí estaban destacados, Judas, al oir el
griterío, salió de su tienda para ver que ocurría y se encontró con su hermano mayor y ambos se
fundieron en un fuerte y emocionado abrazo.
- ¿Qué tal por Roma, hermano? –preguntó Judas.
- No del todo bien. –respondió. El Senado –continuó explicando- no quiso recibirnos pues no
representamos a ninguna nación siendo sus únicos interlocutores los sirios aunque no se fían mucho
de ellos.
- Pero ¿no te recibió nadie? –preguntó impaciente Jonatan que se había unido a sus hermanos.
- A título personal fuimos recibidos por varios senadores que ni siquiera dieron su nombre a conocer
por temor a represalias de sus compañeros del Senado. Roma es un hervidero de complots y
maquinaciones. –contestó apesadumbrado. ¡Un fracaso! –dijo.
- No, hermano. –rebatió Judas. Ahora ya saben que existimos, que somos de carne y hueso, que no
somos una leyenda ni un invento de los sirios. Ya va bien que nos conozcan. –insistió.
- Lo único que sacamos en claro de esos senadores es que Demetrio vuelve a Siria a hacerse con el
trono que ocupa, según él ilegalmente, su primo hermano Antíoco Eupator. Que el Senado se ha
tapado los ojos haciendo creer que Demetrio ha escapado de su bonito cautiverio y que no apoyarán
una insurrección en la zona. Sin duda eso iba por nosotros. De todas formas se fían poco de
Demetrio pero menos aun de Lisias, el cual no goza de grandes simpatías en Roma.
- Lo de Demetrio ya lo sabíamos. –intervino Judas. Y Lisias está dispuesto a ofrecernos un tratado de
paz que ponga fin a tantos años de hostilidades.
- No te fíes, es una trampa. -dijo Jonatan.
- Si parece una trampa, no te fíes hermano. –indicó Simón.
- Yo también pienso así. -les contestó a ambos a la vez-. No contéis nada de esto a nuestros hombres
no sea que se desmoralicen al saber que Roma no nos apoya y sí a Demetrio.

***

- Nicanor -ordenó Demetrio-, haz lo preparativos pertinentes, partimos hacia Damasco.


- Lo que tú digas mi Rey. –contestó al punto.
Nicanor empezó a impartir órdenes a sus subordinados con el fin de que prepararan las galeras 54 con las
que se disponían a zarpar hacia Sidón, en la costa fenicia, y reunirse allí con los enviados de Báquides y
un numeroso ejercito preparado con el propósito de atacar a los leales a Antioco V y Lisias.
Después de dos días y sus correspondientes noches al fin llegaron a la costa fenicia encontrándose allí
con las tropas que les esperaban y, poniéndose al frente de ellas, emprendieron la marcha hacia la
conquista del trono de Siria.

***

Lisias no esperó a su reunión con Judas Macabeo pues las noticias que le llegaban a través de sus
espías no hacían presagiar nada bueno ni en la capital, Antioquia, ni en Damasco. Sus esbirros le habían
informado de que Báquides, el Jefe de la Guardia Real, era leal a Demetrio y Nicanor y de que estaba
54
La galera existe desde la antigüedad. Originalmente, usaba una fila de remeros por cada lado de la embarcación. Tiempo
después, los fenicios inventaron una galera con dos filas de remeros en dos órdenes, una superior y una más abajo, que era más
veloz sin perder maniobrabilidad; esta evolución de la galera se llamó birreme. En la Antigua Grecia crearon y usaron el trirreme,
galera de tres filas de remeros. Los antiguos romanos, y antes de ellos los cartagineses, llegaron a utilizar el quinquerreme, que
constaba de cinco remeros distribuidos en tres órdenes, con dos hombres en el orden superior, dos en el medio y uno en el inferior.
Lo común era usar birremes.
50

disponiendo un numeroso y potente ejército para marchar contra él y el rey. Ante esas perspectivas tan
sombrías decidió partir junto a Antioco, el rey, para hacer frente a la situación habida cuenta de que
contaban con una gran parte de seguidores que le ayudarían, llegado el momento, a deshacerse de los
traidores.
En su lugar dejó al gobernador Gorgias encargado de establecer negociaciones de paz con el Macabeo
a cambio de la vida de Menelao y de una tímida apertura hacía el restablecimiento del culto y de
costumbres religiosas tales como la observancia del Sabbath y de la circuncisión de los varones recién
nacidos. Sin embargo, no les permitiría nombrar Sumo Sacerdote ni preboste del Tesoro, esos cargos
así como la recaudación de impuestos debían ser responsabilidad de la corte siria. La ultima condición
que exigían los sirios era la total deposición de las armas, la disolución del ejercito revolucionario y la
entrega de Judas para ser juzgado según las leyes del reino seléucida.
El mismo día de la marcha de Lisias y del rey Judas había enviado a Jerusalén a un emisario para
informar de que estaba de acuerdo con la reunión pero que esta debía celebrarse en los llanos de Bet
Zacaria, al norte de Hebrón y al sur de la ciudad de David, y con la única presencia del regente y de él
mismo. Ambos podían llevar de dos a tres lugartenientes como medida de seguridad. La fecha, al
amanecer del tercer día después de la llegada del emisario.

***

En Damasco se estaban librando crueles combates entre los seguidores de ambos bandos. Báquides se
había empleado a fondo y ya había eliminado a numerosos seguidores de Lisias así como a toda su
familia, mujeres, hijos concubinas y los hijos de éstas.
Hacía ya ocho días que la comitiva real amparada por un pequeño ejercito había salido de Judea y
estaban ya a poca distancia de Damasco. A su vez, Demetrio llevaba junto a su poderoso ejército cinco
días de marcha e iban acercándose a Damasco por el oeste. Pronto se encontrarían.

***

Judas, que no se fiaba de la honradez de los sirios se hizo acompañar por su hermano Juan y por
Azarías, su general de mayor confianza. Los dos eran lugartenientes suyos. Se acercaron con
precaución hasta el lugar de encuentro y esperaron la llegada de sus interlocutores. Al poco tiempo, por
lo alto de una loma vieron acercarse a cuatro hombres en sus monturas.
- Esos no son ni Lisias ni sus lugartenientes. –dijo Juan.
- Ya lo veo. –contestó Judas.
- El niño tampoco parece que sea el rey. –comentó Azarías.
- Os dije que esto era una trampa. –intervino Juan.
- Estad alerta. –concluyo Judas y todos pusieron su mano en la empuñadura de su espada esperando
a ver que sucedía.
Momentos después el gobernador Gorgias, el Jefe de su guardia, un oficial de alto rango y Eneas, el
pequeño criado que había hecho de intermediario con Judas estaban frente a ellos. Se hizo un denso
silencio entre todos los presentes. La expresión de Azarías, padre de Eneas, era de completo estupor.
- ¿Qué hace aquí este niño? –pregunto enojado Judas.
- Es nuestra garantía de que no nos vais a traicionar. Sabemos que es un espía vuestro. –respondió
Gorgias. La cara de Azarías cogió un color mortecino.
- Nuestro trato era parlamentar con Lisias ¿Dónde está? –siguió Judas.
- Hace unos días debió partir hacia la capital con asuntos urgentes que resolver y me ha delegado a
mí para parlamentar contigo. –dijo el gobernador.
- Yo nada tengo que decir si no está el regente. -Espetó Judas malhumorado.
- ¡Espera a lo que tengo que decirte! Menelao ha sido ajusticiado tal y como queríais. Ha sido lanzado
desde un pináculo del templo hasta el foso de las cenizas. Ha muerto aquejado de grandes dolores.
¿Qué dices ahora? –le pregunto el sirio.
- ¿Eso es todo lo que tienes que decirme? –inquirió Judas.
51

- No. El rey, en un acto de magnanimidad os permitirá ejercer el culto: podréis respetar el shabbat y
circuncidar a vuestros recién nacidos. –dijo Gorgias con cara de complacencia.
- ¿Llamas un acto de magnanimidad a lo que solamente es restablecer un derecho que jamás hemos
perdido? No necesitamos la autorización ni de este ni de ningún otro hombre en la tierra, por muy rey
que sea de los suyos, para seguir los mandamientos de nuestra Alianza con Yahvé. –le contestó
airado Judas.
Los caballos que notaban la agitación de sus jinetes empezaron a resoplar y a ponerse muy nerviosos
moviendo las patas como si quisieran salir corriendo.
- Aún hay más, judío. –dijo enojadamente Gorgias.
- Más ¿dices? No hay nada más de que hablar. –dijo Judas haciendo un movimiento lateral a la brida
de su cabalgadura con intención de ponerla en marcha.
- ¡Espera! –gritó el gobernador. No podréis elegir al sumo sacerdote ni cobrar los impuestos.
Judas miró a sus compañeros y todos ellos se pusieron a reír escandalosamente ante la mirada atónita
de los sirios.
- Y tú, Judas, deberás dejar las armas y disolver a esa pandilla que te sigue y entregarte para ser
juzgado en Siria. –dijo Gorgias cada vez mas enojado.
- ¿Dejar las armas? –contestó mientras desempuñaba su espada. ¡Jamás! Mientras en mi tierra haya
un solo enemigo para oprobio de Dios y de mi pueblo.
Todos en ese mismo instante desempuñaron sus armas y se enzarzaron en una feroz contienda. Judas
contra Gorgias, el resto, todos contra todos. Azarías corrió a proteger a su hijo Eneas y mató al oficial
que quería asesinarlo. De la espesura de un bosque cercano salio a todo galope un numeroso grupo de
soldados sirios dispuestos a unirse a la lucha y a apresar o dar muerte a los judíos. Sin saber de donde
venía apareció de pronto Jonatan acompañado de dos escuadrones de caballería e hicieron frente a los
sirios ante la cara de sorpresa de los combatientes.
La lucha duró poco. Los sirios huyeron dirección norte, hacia Jerusalén. Azarías yacía muerto a los pies
de su caballo. Junto a él, llorando desconsoladamente, estaba su hijo Eleazar el Joven, jamás volvería a
utilizar el nombre griego de Eneas.

***

Demetrio entró triunfante en Damasco. El pueblo le vitoreaba lleno de júbilo. Sus enemigos estaban o
muertos o habían huido al saber la noticia de la muerte del rey Antioco V y de su regente Lisias.
Fue al Templo de Zeus y después de realizar las ofrendas por la victoria obtenida se autoproclamo rey
haciéndose llamar a partir de entonces Demetrio I Soter. Corría el año 162 a EC. Inmediatamente partió
junto a Nicanor y Báquides hacia Antioquia.
A su llegada a la capital del Imperio recibió la noticia de la derrota de Gorgias en Bet Zacaria lo que hizo
que entrara en un auténtico ataque de ira.
- Que vengan inmediatamente Nicanor y Báquides, he de hablar con ellos. –ordenó a su criado.
- Nos has mandado llamar Excelencia. –preguntó Nicanor.
- Os habéis enterado de lo del cobarde de Gorgias. –dijo malhumorado.
- ¿Qué ha ocurrido? –inquirió al punto Báquides.
- Ha sido derrotado de nuevo por ese… Judas, creo que se llama. –contestó airadamente. ¿Quién es
ese judío que desde que he salido de Roma solamente oigo hablar de el? –pregunto quedándose a
la espera de una respuesta convincente.
- Es un rebelde, Demetrio. –dijo Nicanor.
- ¿Un rebelde? ¿Un judío rebelde?
- Si. –dijo secamente Nicanor.
- Es el cabecilla de una banda de facinerosos que hostiga a nuestras tropas por toda Judea. –añadió
Báquides.
- Pues habrá que acabar con él. –sentenció el rey.
52

***

Azarías fue enterrado con honores de Jefe del Pueblo y se le guardaron siete días de riguroso luto
durante los cuales se rezó el kadish en señal de shiv’ah, de duelo. Todos vistieron túnicas de saco y
ungieron de ceniza sus cabezas tal y como lo ordena la Ley.
- Eleazar -dijo Judas-, ya eres bar mitvah, ya eres un judío con la obligación de defender a Dios, a tu
religión, a tu gente y a Israel. Serás lugarteniente de Jonatan y, si es necesario, le protegerás con tu
vida. Que el sacrificio de tu padre, Azarías y, de tantos otros, no haya sido en vano.
- Si Judas, así lo haré. –respondió el muchacho-
El orgullo inundaba su semblante ante la nueva misión que le encomendaba su Caudillo. Atrás quedaban
dos años de sufrimiento y vergüenza en la corte de aquellos sirios que ahora serían sus enemigos
irreconciliables. Había de vengar la muerte de su queridísimo padre y seguir su valeroso ejemplo. La Ley
del Talión: ¡Ojo por ojo y diente por diente!55, -se juró a sí mismo.

* * *

Nicanor, por órdenes expresas de Demetrio I había organizado un poderoso ejército y había emprendido
camino a Judea con el fin de encontrar al Macabeo y a sus hermanos y acabar con ellos a cualquier
precio. La orden de Demetrio había sido taxativa: Tráeme la cabeza del judío para colgarla en la puerta
principal de la ciudad para escarnio de todos los judíos.
Los informantes del general sirio, agentes al servicio del Macabeo, le habían dicho tras ser torturados
brutalmente, que el grueso de las fuerzas de Judas estaba acampado en las inmediaciones de Bet
Horón, al noroeste de Jerusalén. Nicanor, haciendo caso de tales informes se dirigió desde Gador hacia
el sur por la ladera oriental del río Jordán y a la altura de la aldea de Mikmas, que estaba al otro lado del
río, ordenó a su ejército que lo cruzara para después dirigirse a través del Valle de las Hienas ya en
territorio de Benjamín, en Judea, hacia su objetivo, Bet Horón, con el fin de pillarlo por sorpresa.
Desconocedor de esa parte del territorio judío ignoraba que para llegar a su destino debía de atravesar
un angosto desfiladero que se conocía como el Valle de la Muerte que Judas conocía palmo a palmo. Su
aldea más importante era Adasá56 donde el ejército judío quedó a la espera de la llegada de los sirios.
Judas ordenó montar avanzadillas a lo largo del desfiladero para que le mantuvieran en conocimiento de
los movimientos sirios. Estas avanzadillas se comunicaban con el Estado Mayor de Judas a través de
palomas mensajeras que en todo momento surcaban los aires manteniendo informado el ejército judío
del Macabeo.
- ¿Qué mensaje lleva la paloma, Judas? –preguntó Juan.
- Acaban de entrar en el Valle de las Hienas cerca de Gador a doce estadios de aquí. En primer lugar
va una falange de infantes flanqueada por caballería y a poca distancia les sigue Nicanor con el
grueso de sus fuerzas. –le contestó Judas.
- ¿Informa de cuantos son? –inquirió Juan.
- Si. Unos ocho mil infantes y dos mil soldados de caballería. Además cerrando la retaguardia llevan
una compañía de elefantes. –contestó con el semblante serio.
- ¿Otra vez elefantes? –interrumpió Juan que, evidentemente, odiaba a esos mastodontes después de
lo ocurrido a su hermano Eleazar.
- No creo que podamos con ellos. ¡Nos superan de cinco a uno!. –exclamó Juan.
- No creas hermano, cuando lleguen al desfiladero de la Muerte no podrán seguir con esa formación y
deberán estirar el contingente ya que juntos no darían el ancho del barranco con lo que nos dejará
en una clara ventaja. Además los elefantes tendrán que pasar de uno en uno en fila. –le estimuló el
caudillo judío.
- ¡Tienes razón! –reflexionó Juan.

55
El término ley del talión (latín: lex talionis) se refiere a un principio jurídico de justicia retributiva en el que la norma imponía un
castigo que se identificaba con el crimen cometido. De esta manera, no sólo se habla de una pena equivalente, sino de una pena
idéntica. La expresión más famosa de la ley del talión es "ojo por ojo, diente por diente" aparecida en el Éxodo veterotestamentario.
Históricamente, constituye el primer intento por establecer una proporcionalidad entre daño recibido en un crimen y daño producido
en el castigo, siendo así el primer límite a la venganza.
56
“Ciudad Nueva”, a un día de camino de Guezer, a 8 Km. Al NO de Jerusalén y a 10 al E. de Bet Horón.
53

- Juan –ordenó Judas- coge un grupo de ejército de mil quinientos hombres y dirígete hacía Guezer
para que puedas pillarlos por sorpresa por su retaguardia y cortarles una posible retirada. Juan, tu
irás hacia Gabaón y cubrirás esa zona, coge mil hombres. Tú, Esdrías, envía palomas a Jerusalén y
da aviso a Jonatan para que emprenda camino hacia aquí por si las tropas de Nicanor lograran
rebasar nuestras líneas. –siguió ordenando. Yo esperaré la llegada de los sirios aquí, en las afueras
de Adasá.
Un nuevo mensaje traído por las palomas les avisó de que las tropas sirias estaban a menos de un día
de ser avistadas por el ejército nacionalista judío.
- ¿Todos preparados? A vuestros puestos. –ordenó el Macabeo.
Ambos ejércitos se encontraron casi al final de la hondonada y se enzarzaron en una desigual batalla.
A pesar de la ventaja en número de los sirios, la lucha se estaba decantando en favor de los judíos que
luchaban ardorosamente en defensa de su religión, por la libertad de su pueblo y por la independencia
nacional de Eretz Yisrael. Adonai, les seguía dando fuerza para vencer a tan numeroso y potente
enemigo. Pronto la avanzadilla siria empezó a huir en estampida.
A lo lejos, Judas divisó a un jinete montado sobre un caballo blanco que con una lujosa armadura de oro
y espada en su mano derecha arengaba a sus soldados y se disponía a entrar en combate. Era Nicanor.
Judas espoleó su caballo alazán en dirección a su viejo enemigo y, dando estocadas a ciegas tanto a
diestra como siniestra llegó a la altura de este. Ambos hombres se miraron fijamente a los ojos y se
dispusieron a entablar una feroz lucha. Los dos eran bravos y orgullosos. En un momento determinado
del combate Judas recibió una fuerte estocada en el casco que lo dejó levemente aturdido lo que le hizo
que perdiera el equilibrio y cayera de su montura quedando postrado de rodillas y dando la espalda a
Nicanor. El guerrero sirio se apeó lentamente de su caballo y, creyéndose vencedor de la contienda se
dirigió parsimonioso hacia Judas, que seguía aturdido y postrado en el suelo, y dirigiendo su espada
hacia su cuello con intención de degollarle lanzó una mirada cargada de arrogancia hacia los judíos que,
atónitos, contemplaban tan triste escena. Nicanor, riendo como un poseso, alzó la espada con el fin de
proyectar una certera estocada en el cuello de su rival cuando en esa fracción de segundos y con un
rapidísimo movimiento Judas haciendo pasar su espada por debajo de su axila y dando un ligero giro de
cintura hirió a su oponente con una mortal herida en el bajo vientre, a la altura de la ingle. La risa de
Nicanor se transformó inmediatamente en un gutural quejido de dolor.
Como pudo y apoyándose en su espada Judas se incorporó, despojó del casco a su enemigo y,
asiéndolo de su larga y rizada cabellera, alzó su cabeza. Con una destreza propia de un gran guerrero y
acumulada en mil batallas soltó un certero golpe de espada en el cuello de su oponente cortándole la
cabeza al instante. El cuerpo cayó desmadejado en el suelo bañado en un gran charco de sangre. Acto
seguido la alzó sobre sus hombros y espada en mano gritó: ¡Ha muerto aquel que tantos sufrimientos
infringió a mi pueblo! Sirios rendíos si no queréis que a todos vosotros os pase lo mismo. Los soldados
sirios emprendieron alocadamente la fuga.
Y acto seguido ordenó a sus hombres que le entregaran cortada la mano derecha de Nicanor y que
descuartizaran su cuerpo para ser alimento de las hienas. Era el 13 de adar del año 160 a. de la EC.

***

Roma estaba pasando un trágico y luctuoso momento dado que uno de los dos cónsulesh de la
República había hallado la muerte en combate. Se trataba de Lucio Emilio Paulo57 Así pues Roma se
hallaba de nuevo inmersa en unas elecciones que le restaban capacidad para hacerse cargo de
problemas lejanos a ella. Alcimo se hallaba aun en la capital de la República cuando recibió una
inesperada visita.
- Salve Alcimo, que la paz sea contigo. –le dijo el visitante.
- Shalom aleijem, ¿a que debo el honor? –pregunto el judío-. Mis criados me han informado de que
eres un enviado especial de mi amigo el rey Demetrio de Siria.
- Así es. -contestó-. Vengo de parte de él, del Rey de todos los Reyes.

57
fue un cónsul de la República romana. Elegido cónsul por primera vez en el 219 a. C. junto a Marco Livio Salinator, derrotó a
Demetrio de Faros en la Segunda Guerra Ilírica, forzándole a huir a la corte de Filipo V de Macedonia. A su regreso a Roma, un
Arco del Triunfo fue construido en su honor. Nombrado cónsul de nuevo durante la Segunda Guerra Púnica, comandó el mayor
ejército romano reunido hasta la fecha junto a Cayo Terencio Varrón, con quien se turnaba diariamente el mando de las tropas. El
mando correspondió a Varrón durante la batalla de Cannas, que resultó en una total derrota y su muerte. Fue padre de Lucio Emilio
Paulo Macedónico, y su hija Emilia Tercia casó con Escipión el Africano.
54

- Y ¿qué desea de este humilde servidor, tan noble Señor? –continuó Alcimo.
- Desea veros cuanto antes en la corte de Antioquia, la capital del reino. –le dijo el emisario.
- Y, ¿por casualidad, te ha informado del motivo de esa cita tan urgente? –preguntó taimadamente,
casi en un susurro, como no dándole importancia a la pregunta.
- Mira Alcimo, me llamo Gedalias y soy judío como tú y soy el Jefe de los levitas del Templo de
Jerusalén. ¡Es evidente que se el motivo de que exija tu presencia en Palacio! Ya me advirtió
Demetrio de que eras muy astuto. –espetó su interlocutor dándole a entender de que no diera más
rodeos inútiles.
- Entonces… tú dirás. –prosiguió Alcimo con un cierto aire de petulancia.
- Has de saber que Jerusalén está sin Sumo Sacerdote, el último fue ejecutado por orden de Lisias a
petición del Sanedrín judío. –contestó el levita sin alzar el tono de voz.
- ¡Ah!, no lo sabía –mintió Alcimo. ¿Y Jasón? ¿No ha vuelto tal y como había prometido? –siguió
mintiendo sutilmente Alcimo.
- Si, reunió un numeroso grupo de hombres e intentó entrar desde Chipre pero su intentona fue
abortada y yo mismo le dí muerte, pero eso tú ya lo sabias así que no me hagas perder el tiempo
proporcionándote esa clase de noticias. –le contestó algo irritado Gedalias.
- Así que tú crees que me va a ofrecer el sumo sacerdocio ¿es así? –le preguntó mientras frotaba sus
manos con fruición.
- Lo que yo creo es que debemos prepararnos para partir lo antes posible, entre las virtudes de
Demetrio no se encuentra la paciencia. –dijo el emisario a la vez que se disponía a marchar-. Vendré
en una hora a recogerte, en el puerto de Ostia tenemos preparada una galera que nos llevará hasta
Sidón. ¡Date prisa, no disponemos de todo el día!
- “Es muy insolente el levita, algún día le haré pagar estas palabras tan despectivas que me ha
dirigido” –pensó Alcimo mientras sus ojos hundidos y su nariz aguileña se dirigían hacia el emisario-.
De acuerdo, Gedalias, en una hora estaré presto a salir, a un Rey no se le puede hacer esperar. –
continuó frotándose las manos como si quisiera calentárselas.

***

Demetrio se acababa de enterar de la trágica muerte de su gran amigo Nicanor, su más preciado
general, con el que había compartido sus confidencias de la infancia y de la adolescencia, el que le
ayudó, incondicionalmente, a recuperar el trono del reino. Estaba desesperado, no dejaba de llorar… y
de golpearse violentamente la cabeza…
Daba vueltas como un poseso de un lado a otro del salón de audiencias en Palacio. Su chambelán,
Porfirio, temía por su vida. Su esposa y sus concubinas lloraban de dolor al ver la desesperación del rey.
- Nicanor… Nicanor… -no cesaba de repetir el nombre de su amigo, de su confidente.
- Majestad, deberíais descansar. ¿Os acompaño a vuestros aposentos? –inquirió su esposa Berenice
de Macedonia.
Demetrio estaba ido, no escuchaba lo que le decían. Había caído en una especie de locura transitoria.
De repente empezó a tener convulsiones y cayó al suelo desmayado aunque la agitación continuaba
provocándole violentos temblores. De pronto comenzó a sacar borbotones de una baba blanquinosa y
espesa de su boca. Tenía náuseas y su estado era febril. Entre varios criados lo cogieron
cuidadosamente y lo llevaron a sus habitaciones, con ellos iba Berenice que realmente amaba a su
esposo.
- Llamad a los físicos inmediatamente, hay que saber que le ocurre a mi querido esposo, el Rey. –
ordenó compungida Berenice.
Los médicos griegos acudieron rápidamente al ver la gravedad que les habían informado los sirvientes.
- Majestad, ¿le han ocurrido otras veces estos ataques? –pregunto el galeno más antiguo y, por ende,
más experimentado.
- No Pericatres. Es la primera vez que le he visto algo así. –contestó entre sollozos la reina que veía el
estado de su marido.
55

- Podría tratarse de epilepsiai, nuestro antepasado y maestro Hipócrates ya la tenía debidamente


estudiada aunque se desconocen, de momento, sus orígenes podría venir producida por fatiga
emocional o por un traumatismo sufrido en el campo de batalla. ¿Ha sufrido algún contratiempo el
rey? –preguntó tímidamente el médico.
- Nicanor ha muerto en combate. –repodó secamente la reina.
- ¿Nicanor muerto? Por todos los dioses. Eso ha sido un duro golpe para su Majestad, el rey. Eran
casi hermanos. –se lamentó Pericatres. Luchando contra los partos ¿quizás?
- No, contra los rebeldes judíos. –respondió la reina.
- ¡Por Zeus! Que mala noticia. Dejadle descansar. Si, como me temo, se trata de esa rara
enfermedad que ya era conocida por los babilonios, solamente el descanso aliviará su dolor.
Posiblemente cuando despierte no recordará lo sucedido. –dijo solícito el físico.
- ¿No le da ninguna medicina? –quiso saber la reina.
- No. Solamente paños de agua helada para hacerle bajar la fiebre. En unas horas se recobrará del
todo. Tened fe en los dioses, Majestad. –concluyó Pericatres.

***

Judas y sus hombres entraron triunfantes en Jerusalén. El pueblo los recibió con gritos de júbilo y
llamaba Mesíasj a Judas. Todo el pueblo repetía sin cesar ¡Hallêluyáh 58!... ¡Hallêluyáh!... Judas, nuestro
Rey… Judas, el Rey Ungido de Israel.
Estas exclamaciones molestaron sobremanera a Judas que rápidamente convocó al Consejo Supremo
de la Revolución y al Gran Sanedrín.
- Sin duda mi pueblo ha enloquecido… -se repetía Judas-. Llamarme el Mesías cuando desciendo de
Asmón, decirme que soy el Ungido cuando ni siquiera llevo la sangre de David… Eso es fruto, sin
duda, de tantos años de lucha y de violencia. El pueblo de Israel está fatigado, ¡no quiere más
guerra!... –no cesaba de repetírselo.
- Judas, te esperan los consejos reunidos en el Templo. –le comentó Juan, su hermano-. ¡Vamos!, no
hay que hacer esperar a los ancianos ni a los doctores de la ley.
Ambos se encaminaron en comitiva, junto a los generales de su ejército, hacia el atrio de los hombres,
no sin antes haber dejado sus armas y corazas en el campamento custodiadas por centinelas. Dentro de
un saco llevaban la cabeza y la mano derecha de Nicanor.
- En el día de hoy, 13 de adar he querido dirigirme a vosotros para comunicaros dos cosas muy
importantes para todos nosotros. –comenzó a decir Judas-. Hoy hemos dado muerte a un indigno, su
nombre: Nicanor. Aquí tenéis su cabeza y la mano con la que empuñaba su espada. –dicho esto
extrajo ambos despojos del saco.
La cara de Nicanor estaba completamente amoratada por efecto del traumatismo al ser cortada. Los ojos
muy abiertos y desorbitados. La lengua salía hacia fuera de su boca abierta casi seis dedos. El pelo
pegajoso aún por la sangre que, ya reseca, le había mojado toda la cabellera la cual se había tornado de
un negro granate. Las facciones de la cara llenas de polvo seco lo que aún hacía más fantasmagórico su
semblante.
- Aquí lo tenéis. –gritó el Macabeo.
- Y aquí está su mano derecha. –gritó Juan.
El pueblo volvió a dar muestras de júbilo y a gritar ensordecedoramente: ¡Judas, el Mesías!...
¡Hallelûyáh!... Judas, Rey de Israel… ¡Hosanna!... Bendito aquel que viene en el nombre de Adonai…
- ¡Basta! ¡Silencio!... –ordenó al pueblo elevando sus brazos al cielo. ¡Yo no soy el Mesías! ¡No soy el
Rey de Israel! ¿Lo entendéis, hermanos míos?...

58
La palabra aleluya, (←halaluiah(latín)← ‫[ ַהְּללּוָיּה‬Halləluya, Halləlûyāh](hebreo), '¡Alaben a Dios! ¡Gloria al señor!' es una exclamación de
júbilo originaria del judaísmo muy común en esta religión y también en el cristianismo que la adoptó para su uso litúrgico. Para la
mayoría de los cristianos, esta es la palabra más alegre para alabar al Señor. Aleluya: adaptación de la expresión hebrea hallet -lu-
Yáh, que significa “alaben [ustedes] a Yah” o “alabad a Yah”. Yah: abreviación poética del nombre divino, Yahve. Aparece más de
cincuenta veces en la Biblia, a menudo formando parte de la expresión aleluya.
56

Un largo silencio recorrió todo el atrio hasta el extremo que en él se oía el murmullo que hacían las
mujeres en su atrio (ambos estaban separados) al comentarse, entre ellas, la negativa de Judas a ser el
Ungido.
- Algún día llegará en que se cumplan las profecías de Isaías y un Rey descendiente de la casa de
David morará entre nosotros y reinará. ¡Yo también lo espero así!... pero hermanos, ese hombre no
soy yo. –les dijo Judas en tono solemne.
Y continuó…
- También os digo que, de la misma forma que reconozco no ser el Elegido, otros vendrán que, por
ansías de vanidad o, simplemente, por querer levantar el ánimo del pueblo de Israel se harán pasar
por los verdaderos Mesías, los Ungidos. Pronto reconoceréis a los embaucadores, los falsos Mesías.
El Mesías que todos esperamos será un hombre prodigioso, creyente, celoso de la Ley y con un
profundo amor al único Dios. ¡Alabado sea su nombre!
- ¡Amén! –contestaron con unanimidad los congregados en el atrio.
- El rey que esperamos nos liberará de todo yugo extranjero. Nos devolverá la libertad y la
independencia. Restituirá nuestras tradiciones, nuestro culto y reparará el daño que nos han
inflingido los goyim. ¡Alabado sea el Todopoderoso!
Entonces desde la multitud se oyó decir: “Tu ya nos has devuelto todo aquello que los goyim querían
arrebatarnos, has purificado el Templo y nos has devuelto la confianza como pueblo”.
- Yo solamente me he ocupado de seguir las enseñanzas y los consejos de mi padre, Matatías, al que
todos conocíais y junto con mis hermanos a los que también conocéis y muchos de vosotros hemos
luchado por nuestra religión, por nuestra tierra y por nuestra independencia. ¡Nada más! Solamente
soy el capitán de nuestro ejército. –les respondió, y dicho esto volvió a levantar la cabeza del
miserable general diciendo a sus convecinos: A partir de hoy, esta cabeza y esta mano derecha se
mostrarán clavadas en dos estacas aquí junto a la puerta que da entrada al atrio de los hombres,
para mayor escarnio y mofa de los sirios.
Dicho esto se encaminó, entre la multitud que se agolpaba a él con la intención de tocarle la mano, hacia
la puerta del atrio que a partir de ese día sería conocida como puerta de Nicanor.
A la salida se repitió la misma escena en el atrio de las mujeres. Todas ellas querían tocar las manos del
Macabeo y una le dijo: ¡Rabí!… Ya os he dicho que no me llaméis rabí… ¡no lo soy!

***

Alcimo y Gedalias se presentaron ante Demetrio que estaba acompañado por Báquides al cual le estaba
impartiendo órdenes directas que incumbían a Judea. Haciendo una exagerada y servil reverencia
Alcimo se dirigió al Rey.
- Majestad… -dijo sin poder acabar la frase al ser cortado por el soberano.
- Siéntate, ya te diré yo cuando puedes hablar. –le espetó tajante, y siguió hablando con su general
sin hacer caso de la presencia de los dos judíos.
Desde la derrota y muerte de Nicanor, el Rey se había vuelto más irascible y taciturno. Había prohibido
los juegos a perpetuidad y no permitía que nadie riera en su presencia. La corte guardaba un
rigurosísimo luto y las señales de duelo se multiplicaban. El ambiente era tenebroso y sombrío. La
tristeza del rey se transmitía en el ambiente.
- Alcimo, tengo una misión para ti. –dijo sin mostrar el menor atisbo de cordialidad. De momento te
nombro Sumo Sacerdote de los judíos. Partirás junto a Báquides y Gedalias hoy mismo hacia
Jerusalén.
- Pero mi rey… -intentó decir Alcimo.
- ¡Calla!, solamente hablarás cuando yo te lo diga. –le cortó tajante Demetrio-. No me importa si estáis
cansados del largo viaje desde Roma hay cosas mas urgentes que resolver y reparar vuestra salud,
que ahora me pertenece, es totalmente secundario. ¡Y no me vuelvas a interrumpir si quieres
mantener la cabeza sobre los hombros!.. –al decir esto, inevitablemente, le vino a la memoria la atroz
muerte de Nicanor-. Iras a Jerusalén con Báquides e intentarás negociar la paz con el Gran
Sanedrín, a cambio quiero la captura de ese bandido al que todos llaman el Macabeo. ¡Lo quiero
vivo! ¿Has entendido bien mis órdenes?.
- Si, Majestad, se hará como vos ordenáis. –dijo Alcimo con voz temblorosa.
57

***

Judas, después de pasar por Qumrán junto al grueso de sus fuerzas, se retiró al norte, a la Alta Galilea,
cerca de Gamala. Allí estableció sus cuarteles donde se le unieron numerosos grupos de zelotes
llegados desde todo el territorio y se dispuso a pasar una larga temporada ahora que los sirios estaban
en guerra con los partos y parecían haberse olvidado de Judea pero el descanso duraría solamente unos
meses. Camino de Jerusalén iba una larga caravana en la que viajaba el nuevo Sumo Sacerdote
Alcimo, nombrado por Demetrio, el general Báquides que iba a hacerse cargo de la gobernación de
Judea y Gedalias que tenía que hacerse con el control de la guardia del Templo, los levitas.
- Cuando lleguemos a Jerusalén reuniré al Gran Sanedrín quiero conocerlos a todos después de tanto
tiempo en Roma no conoceré a muchos de esos nuevos sacerdotes que se hacen llamar asídeos. –
dijo Alcimo-. Tú haz lo propio con los levitas entre unos y otros alguien habrá que nos sirva para
nuestros propósitos.
- Dicen que los fariseos son más nacionalistas que los asídeos y por eso se separaron de ellos. –
rebatió Gedalias. Entre los levitas me consta que la mayoría son nacionalistas y que simpatizan con
los fariseos a excepción de esos que se hacen llamar zelotes que son una escisión de ellos mismos.
- Me da igual. –contestó secamente el sumo sacerdote. Yo pertenezco al partido de los saduceos y
nada tenemos que ver con el resto de esas sectas.
- No creas, Alcimo, se comenta que muchos terratenientes y aristócratas pertenecientes a tu partido
también han tomado simpatía por los rebeldes. –continuó Gedalias.
- Así que estamos rodeados de traidores, ¿no es así? –inquirió Alcimo.
- De los traidores y de los rebeldes ya me encargaré yo. –interrumpió Báquides.

***

- Me han llegado malas noticias de mis informadores… -comenzó diciendo Judas a sus lugartenientes.
- ¿De que se trata? –preguntó Juan.
- Mitridates I k, rey de los partos, quiere firmar una paz con Demetrio con el fin de que este le garantice
la Ruta de la Seda hasta Samarkanda59 allá por Uzbekistán y el Camino Real60 de Persia, a cambio
le devolverá a los sirios Herat61. –dijo Judas.
- Pero eso a nosotros ni nos va ni nos viene. –intervino Juan.
- Precisamente eso, no. Pero si Demetrio deja de luchar contra los partos podrá reunir un gran ejercito
y volver contra Judea y eso si que nos perjudica. –reflexionó Judas ante sus hermanos.
- ¿Qué quieres que hagamos? –le pregunto Juan de nuevo.
- Prepararnos. –sentenció Judas mientras afilaba su espada con un pedernal. Además también me
han dicho que en Jerusalén hay un nuevo Sumo Sacerdote y que el general Báquides, el nuevo
gobernador sirio sustituto de Nicanor, está haciendo una gran limpieza entre los saduceos y levitas
que no son leales a Alcimo, así se llama el nuevo kohen gadol, impuesto por Demetrio. También
detienen a fariseos, esenios y zelotes y a muchos de ellos los ejecutan acusados de simpatizar con
nosotros.
- ¡Eso es una infamia! –se exaltó Juan. ¿Se sabe algo de nuestros hermanos Simon y Jonatan? –
preguntó.
- Ellos están bien. Simón está en Modín y Jonatan en Hebrón. –les calmó Judas. Pronto se reunirán
ambos en Jerusalén para comprobar de cerca el alcance de la situación.
59
Samarcanda es una de las ciudades más antiguas del mundo aún habitadas. Dada su ubicación, Samarcanda prosperó debido a
estar localizada en la ruta de la seda entre China y Europa. Llegó a ser una de las ciudades más grandes de Asia Central.
60
El recorrido del Camino Real Persa ha podido ser reconstruido a partir de los escritos de Heródoto, la investigación arqueológica
y otras fuentes históricas. Comenzaba en el oeste, en Sardes (a unas 60 millas al este de Izmir, en la actual Turquía), se dirigía al
este, a través de lo que ahora sería la sección centro-norte de Turquía, hacia la antigua capital Asiria de Nínive (actual Mosul, en
Iraq). Luego seguía hacia el sur hacia Babilonia (hoy Bagdad, en Iraq). Cerca de Babilonia, se cree que se dividía en dos tramos,
uno que se dirigiría hacia el noreste y luego al oeste, a través de Ecbatana y siguiendo la ruta de la seda. La otra continuaba al
este, a través de la futura capital del imperio persa, Susa, (actual Irán) y luego al sudeste, hacia Persépolis.
61
En la actual Afganistán
58

- Entonces ante la duda de que ellos estén preparando un nuevo ataque a Judea, nosotros
deberíamos hacer lo mismo: prepararnos. –dijo Juan.
- Que algo preparan es seguro pues también me han informado que el gobernador Báquides está
reclutando tropas mercenarias entre tracios, gálatas, frisios, macedonios, idumeos y, sobre todo,
filisteos. –dijo con un tono de honda preocupación Judas, el Macabeo. No perdamos más tiempo y
pongámonos manos a la obra. –sentenció dando la conversación por terminada.

***

Gedalias había hecho varios prisioneros entre las gentes sencillas de Jerusalén a los que interrogaba
bajo torturas para saber si eran seguidores de los insurrectos.
- Si me dices lo que quiero oír dejarás de sufrir inmediatamente… ¡contesta!... ¿Dónde está Judas, el
bandido?...
- No lo se… arrrgh… no lo se… -gemía y gritaba desesperadamente el cautivo mientras le arrancaban
otra uña de los dedos del pie derecho.
- ¿Dónde está Judas, perro?...
- Que no lo se…. ¡lo juro!... arrrgh… -gritaba de nuevo con un sonido gutural y ensordecedor.
- ¡Habla insensato!... y dejarás de sufrir… -volvía a la carga el Jefe de los levitas.
- Arrrgh… No lo se…
- Por última vez… ¿dónde está? ¿dónde se esconde?... ¡habla!...
Un silencio sepulcral se hizo patente en la mesa de torturas. El prisionero había perdido el conocimiento.
Gedalias estaba empapado en sudor y jadeaba. No cabe duda que disfrutaba con el sufrimiento de los
demás. ¡Traedme a otro a este ya podéis ejecutarlo, no hablará! –ordenó a uno de sus subordinados.
En ese instante hizo su aparición Alcimo en la sala donde se estaba torturando a los infelices prisioneros.
- ¿Algún resultado hasta ahora, Gedalias?
- No, pero pronto lo conseguiré. -contestó mientras se secaba el sudor de la frente.
- Pues date prisa, ya llevas más de cien ejecuciones sin obtener nada positivo. ¡Son tercos estos
malditos asídeos! –dijo en tono de enojo Alcimo. Si ves que no obtienes resultados pronto comienza
con sus madres o sus mujeres y sus hijas, verás que rápido hablan estos malditos bastardos.
Fuera del habitáculo que servia de sala de torturas se empezaron a oír unas voces que cada vez subían
más de tono.
- ¿Qué ocurre centinela? –preguntó Gedalias muy enfadado.
- Señor, aquí hay un loco que, enterado de que buscamos al Macabeo, dice que quiere colaborar con
nosotros y que no quiere recompensa alguna. Que lo suyo es una venganza personal –contestó al
momento el levita que hacía guardia en la puerta.
- ¡Hazle pasar inmediatamente! Quiero conocer a ese loco. –ordenó Alcimo en tono enérgico.
- Si, Excelencia.
Al momento ante ellos se encontraba un hombre de edad indeterminada, con el pelo enmarañado, sucio
de polvo y despidiendo un fuerte hedor a sudor. Se notaba que acababa de llegar de un largo viaje.
- ¿Quién sois? –preguntó el Sumo Sacerdote.
- Mateo de Gamala, en la Galilea, Excelencia.
- ¿Y sabéis dónde están escondidos los Macabeos? –interrogó Gedalias.
- Si. Muy cerca de Gamala, de donde vengo. –respondió con firmeza el recién llegado.
- ¿Y decís que se trata de una venganza personal y que no queréis recompensa alguna? –inquirió
Alcimo.
- Así es. Mi única recompensa ha de ser ver muerto a Judas al que llaman el Macabeo. –dijo
secamente.
- ¿Y se puede saber que agravio te hizo para desear su muerte? –preguntó Alcimo con curiosidad
manifiesta.
59

- Ordenó ejecutar a mis hijos pequeños Bartolomé y Simeón, de 19 y 17 años. –respondió con la voz
cargada de odio.
- Y… ¿se puede saber por qué tomó una decisión tan grave ese Judas? –insistió Alcimo que
empezaba a percatarse que no era una trampa y que solo el deseo de vengarse movía a aquel
hombre a delatar al jefe de los rebeldes.
- Servían al rey sirio. En Galilea no todos somos rebeldes. Además, no estaban circuncidados. –
contestó sin apenas inmutarse.
- ¿Por qué tenemos que creerte?... ¿Quién nos dice que no eres un agente del bandido?... ¿Has
venido solo?... –preguntó Gedalias.
- No. He venido con mis otros dos hijos mayores y con mi hermano. Los he dejado en la taberna hasta
saber si aceptabais mis condiciones. Todos ellos lo vieron todo y se salvaron de ser ejecutados
porque estaban circuncidados. –contestó sin alterar el tono de su voz.
- Bien, Gedalias, -intervino Alcimo- que se tomen un baño y les den ropa limpia y algo de comer. Tú y
yo hemos de preparar la estrategia que nos permita detener al rebelde y enviárselo a Demetrio para
que cumpla su venganza.
- ¡La venganza ha de ser mía! –dijo Mateo alzando la voz.
- ¡Calla, insensato! La venganza será del Rey y tú podrás ver el sufrimiento de quien ordenó ejecutar a
tus hijos. ¡Centinela!... –gritó Alcimo. Acompaña a este hombre a reunirse con los suyos en la
taberna y que se cumplan mis órdenes de inmediato.
- Si, Excelencia. –contestó el levita.
- ¿Qué opinas? ¿Miente o no el Galileo? –pregunto Gedalias al Sumo Sacerdote.
- Esta claro que no y yo de eso entiendo bastante. Solamente le mueve el odio pero es cobarde para
matar al Macabeo con sus propias manos. ¡Nos necesita! –respondió Alcimo. No obstante ofréceles
dinero para el camino de vuelta.
- ¿Qué hacemos con el resto de los prisioneros? –dijo Gedalias.
- ¡Ejecútalos! –le contestó Alcimo. No me importa en la forma que lo hagas, ¡pero hazlo ya! Tenemos
prisa, hemos de establecer conjuntamente cual es el mejor plan para llevar a cabo nuestra acción.
Por lo pronto voy a comunicárselo a Báquides. Tiene que estar enterado de nuestros progresos y
enviar un emisario al Rey para que también esté enterado.

***

Las calles de Jerusalén estaban infectadas de soldados mercenarios de distintas naciones. Los había
macedonios, filisteos, idumeos, gálatas. Y de muchas otras naciones. Simón y Jonatan, debidamente
disfrazados, entraron en Jerusalén con solo dos días de diferencia. Ambos se alojaron en la casa de
Nicomedes, un fariseo doctor de la Ley y miembro del Sanedrín.
- Shalom, Simón. –dijo Jonatan que fue el último en llegar pues venía de Hebrón.
- Shalom aleijem. –contestó Simon mientras abrazaba a su hermano pequeño.
- ¿Qué tal las cosas por aquí? –inquirió Jonatan.
- Muy mal, muy mal. Nicomedes me ha contado las atrocidades cometidas por Alcimo y su sádico
esbirro Gedalias para con nuestros hermanos. Han matado a cientos de ellos. –dijo Simon con el
semblante sombrío y sin apenas voz.
- Y Nicomedes ¿dónde está? –pregunto de nuevo Jonatan.
- En la Sinagoga orando Kadish en recuerdo de nuestros hermanos vilmente asesinados. –contestó
Simon con la cabeza agachada.
- ¿Lo sabe Judas todo esto y el movimiento de tropas que hay? –volvió a preguntar el pequeño de los
hermanos.
- Hoy mismo ha partido un emisario hacia la Galilea para ponerlo al corriente. ¿Te apetece un baño? –
le preguntó Simón.
- Si, pero iremos a los baños públicos, no al mikveh62. No debemos levantar sospechas ante los
hombres de Gedalias o de Alcimo. –indicó Jonatan.

62
Baño ritual judío
60

- Bien, hermanito.
- No me llames hermanito, Simon.
Al pasar por la taberna, que estaba junto a la casa de Nicodemo, camino de los baños públicos se
cruzaron con Mateo de Gamala y sus acompañantes. Solamente Jonatan y el hermano de Mateo se
cruzaron una leve mirada que les dejó, a ambos, pensativos… ¿de que conozco yo esa cara?... –se
dijeron a sí mismos.

***

De nuevo en presencia de Alcimo y de Gedalias, los cuatro hombres de Gamala, ya aseados y


debidamente alimentados, recibieron instrucciones precisas de lo que debían decir al llegar junto a Judas
para convencerle de la trampa en la que tenía que caer.
- ¿Lo habéis entendido bien? –preguntó Alcimo.
- Si, Excelencia. –contestaron los cuatro al unísono.
- ¡Ya está! ¡Ya me acuerdo! Esa cara… ¿cómo podría yo haber olvidado esa cara?... –dijo en voz alta
Jeremías de Gamala, el hermano de Mateo.
- ¿Qué cara?... –preguntó sorprendido Alcimo.
- La de Jonatan, el hermano pequeño de Judas… el que comprobó quienes estábamos circuncidados
allá en el desierto de Judea cerca de Qumrán. –contestó nerviosamente, casi balbuceando,
Jeremías.
- ¿Estás seguro de eso? ¿Dónde lo has visto? ¿Iba solo? ¿Te ha reconocido el a ti?... –las preguntas
salían atropelladamente de la boca del Sumo Sacerdote.
- Seguro, segurísimo… ¿Cómo podría yo olvidar esa cara si estuve soñando con ella durante muchas
lunas?... Salían de una casa que hay justo al lado de la Taberna… Le acompañaba otra persona,
mayor que él, su hermano mayor creo que era… si, su hermano mayor, ese al que llaman Simon
Tasí… no creo que me haya reconocido… solamente cruzamos levemente nuestras miradas… no,
no me puede haber reconocido.
- Bien, Jeremías. Has hecho un gran servicio a Jerusalén. –le dijo Alcimo dándole una afectuosa
palmadita en la espalda-. Ahora debéis marcharos rápidamente os quedan ocho días hasta llegar a
la Galilea.
- Tomad. –dijo Gedalias mientras les acercaba una bolsa con unos cuantos siclos de plata. Son para
el camino –dijo. ¡cogedlos! –insistió.
- Esto no lo hacemos por dinero. No lo queremos. –dijo haciendo un gesto con la mano como de parar
la oferta que recibían del Templo.
- Mateo, ya sabemos que no lo hacéis por dinero. Eso está fuera de toda sospecha. Pero coged estas
monedas, os harán el camino de vuelta más agradable. –volvió a insistir Gedalias.
- De acuerdo, pero que conste que no lo hemos hecho por el dinero. –repitió Mateo.
- De acuerdo. Iros ya. Shalom.
- Shalom. –contestaron los cuatro.
- Que las bendiciones de Elohim sean con vosotros. –se despidió Alcimo.
Una vez habían salido Alcimo preguntó a Gedalias.
- ¿Quién vive en esa casa?
- Nicomedes, es fariseo y doctor de la Ley.
- ¿Sabes donde está ahora?
- Si, en la Sinagoga, orando un Kadish por los ajusticiados.
- Pues que se haga justicia también con él.

***

- Te veo pensativo, Jonatan. ¿Ocurre algo?... –preguntó Simon.


61

- No. Solamente una cara que he visto y no consigo recordar de quién se trata, no le pongo nombre a
esa cara… pero no es nada Simon. Ya me acordaré. Tampoco creo que tenga importancia, si fuese
de un enemigo seguro que lo recordaría.
- Bueno pues disfruta del baño, hermanito.
- No me llames hermanito, Simon. –dicho esto se avalazó sobre su hermano mayor intentando
sumergirle la cabeza en el agua. Jugaban como si de dos niños se tratara. Estaban verdaderamente
relajados como hacía mucho tiempo que no ocurría.
Pasada una hora decidieron poner fin al baño y se secaron en las termas, momentos después
rechazaban cordialmente el masaje que unos efebos les ofrecían y se vistieron dispuestos a emprender
el camino de vuelta lo más discretamente posible.
Al pasar por delante de la Sinagoga que estaba colindante con el edificio del Sanedrín vieron como unos
levitas fuertemente armados sacaban a empellones a un hombre de edad avanzada.
- ¡Nicodemo! –exclamó Simon haciendo ademán de salir corriendo en dirección a él con el fin de
socorrerle.
- Prudencia Simon. –le dijo Jonatan mientras lo sujetaba por la túnica. Recuerda para lo que estamos
en Jerusalén. Mañana hemos de partir al encuentro de nuestros hermanos.
- Tienes razón Jonatan, se me ha ido la cabeza al ver como tratan a ese pobre infeliz.
En ese momento llegó Alcimo acompañado de Gedalias, Los hermanos no conocían al primero aunque
sí al segundo. Vieron, aunque no oyeron, las instrucciones que daban a los levitas y, dando media
vuelta, se marcharon hacia el Sanedrín. Los levitas utilizando las mazas que llevaban para mantener el
orden público golpearon a Nicomedes hasta romperle todos los huesos y, dándolo por muerto, se
marcharon dejándolo tirado en el suelo. En ese momento se acercaron muchos curiosos. Simon y
Jonatan apartándose a codazos de la multitud se arrodillaron ante el anciano.
- Iros… Marchaos con Judas… Por mí ya no podéis hacer nada… Voy a reunirme con Shaddai, el
Todopoderoso… -decia entre jadeos agonizantes. No esperéis a mañana… iros ya… -dijo dando el
último suspiro.
Entre la multitud vieron a Yair, un sacerdote viejo amigo de Matatías, su padre. Se dirigieron a él y
dándole unas monedas le dijeron que las empleara en proporcionar un entierro digno para Nicomedes
que yacía inerme en el suelo. Yair las rechazó diciendo que él mismo correría con todos los gastos.
Inmediatamente salieron a toda prisa por la Puerta Vieja con el fin de no levantar sospechas. A su
izquierda se veía el monte de las calaveras, el Gólgota, donde los levitas ejecutaban por lapidación a los
condenados por el Sanedrín ya fueran ladrones, asesinos o adulteras.
En las afueras de la ciudad, junto a un cobertizo de pastores, les esperaban sus lugartenientes Esdrías y
Eleazar Ben Ararías con las cabalgaduras y sus armas ya preparadas por si surgía algún inconveniente
que les obligara a precipitar su marcha tal y como sucedió. De Jerusalén partían hacia Jericó, de ahí
hacia Mikmas, después a Bet San y de esa ciudad a Nazaret, de Nazaret a Magdala y de allí a Gamala.
En todas las ciudades y aldeas que cruzaban en el camino debían unírseles las tropas que habían salido
previa y escalonadamente desde Modín y desde Hebrón con el fin de no levantar sospechas. En total
unos seis mil jinetes. Si se daban prisa tardarían seis, máximo siete, días en llegar a su destino.

***

Báquides, ordenó acuartelar a las tropas auxiliares extranjeras imponiéndoles la férrea disciplina
castrense siria, a partir de este día no habría ya más permisos, ni se permitiría la ingesta de vino bajo
pena de flagelación, ni se permitirían pendencias bajo pena capital. A partir de este día solamente
existiría un duro entrenamiento hasta conseguir que las tropas mercenarias formasen falanges en orden
de ataque tal y como el ejército sirio venía haciendo desde tiempos del Gran Alejandro.
Alcimo y Gedalias fueron a visitar al gobernador. Ambos habían tomado la decisión de no contarle nada
de lo que había explicado Jeremías ni de que habían sido vistos en Jerusalén Simon y Jonatan,
hermanos de Judas el Macabeo. Así si algo no saliese como estaba previsto a ellos no podría culparles
nadie, en todo caso la culpa recaería en los de Gamala pues los acusarían de haber actuado como
agentes dobles.
- Salud, Báquides. –dijeron ambos hombres al entrar en los despachos del Palacio del Gobernador.
- Salud a los dos. –respondió el General. ¿Qué tal ha ido con nuestros “espías”?
62

- Bien, nada por lo que debas preocuparte. –contestó Alcimo. ¿Has enviado un emisario hacia la
Capital del Reino? –le preguntó.
- Naturalmente ya hace dos horas que ha partido. En seis o siete días, máximo ocho el Rey ya estará
enterado de nuestros progresos. –dijo poniendo mucho énfasis en “nuestros progresos”.
- Calculamos que es el tiempo máximo que tardarán en llegar a Gamala nuestros espías. –dijo
Gedalias.
- Esperemos que no haya ningún contratiempo. –sugirió Báquides. Ahora debéis dejarme trabajar,
estoy preparando al ejército, quiero salir en un par de días. Y se despidió cortésmente de ellos.

***

Poco antes de llegar a Jericó, Simon, Jonatan y sus lugartenientes, divisaron delante de ellos a cuatro
hombres que montados en cabalgaduras también se dirigían hacia el norte. Al llegar a su altura y
observando los bultos que llevaban en un par de mulas, Simon les preguntó:
- ¿Comerciantes?
- Si, de pieles curtidas. –contesto Mateo.
- ¿Y adónde os dirigís, buenos hombres?
- Hacia el norte, a Gamala. –volvió a responder Mateo.
- ¿Necesitáis ayuda o protección? Nosotros también nos dirigimos hacia allí y en estos días hay
muchas patrullas de tropas extranjeras y mercenarias. –se ofreció Simon.
- Nos hemos dado cuenta y estamos deseando llegar para informar a los oficiales de enlace de Judas
al que llaman Macabeo. –dijo Jeremías.
- ¿Conoces a Judas? –preguntó Jonatan que no había dejado de mirar a la cara de Jeremías. ¿Y a
sus hermanos?
- No, jamás los hemos visto pero sabemos que están acuartelados en las inmediaciones de Gamala,
posiblemente en Giscala o en Gofna. –respondió de nuevo Mateo.
- Y cual es el informe que queréis darle. –insistió Jonatan.
- Esta mañana, en la taberna, hemos oído hablar a unos soldados gálatas de que el Gobernador de
Jerusalén saldrá dentro de dos días con un numeroso ejército hacia Bet Horón pues allí piensa que
es donde el ejército de liberación tiene acuarteladas sus tropas. –contestó Jeremías que cada vez
estaba más nervioso pues Jonatan no dejaba de mirarle fijamente. Piensa atacarles de noche y por
sorpresa con todo el grueso de sus fuerzas –prosiguió- y si nos los encuentra allí pasara a cuchillo a
toda la población tal y como hicieron anteriormente en Bet San.
- “Otro Bet San, no por favor” –pensó Simon. ¿Sois judíos?... –preguntó a Mateo.
- De religión si pero, como ya te he dicho, somos galileos. –le contestó.
- Bien, Shalom, hermanos que tengáis un buen viaje. –se despidió Simon.
- Shalom, nos veremos en Galilea. –dijo Mateo.
Dicho esto los nacionalistas siguieron a todo galope dirección norte, no había tiempo que perder.
Jonatan no dejaba de pensar… “¿de qué conoceré yo esa cara?”...
- Me ha puesto nervioso ese tal Jonatan –le dijo Jeremías a su hermano Mateo.
- No te preocupes, no te ha reconocido. –le contesto quedamente.
- ¿Cómo lo sabes, Mateo? ¿Cómo puedes estar tan seguro?
- Si tuvieran la menor sospecha, nos habrían matado a todos en el mismo momento de descubrirnos.
–sentenció Mateo dando por terminada la conversación.

***

Al llegar a Jericó, ciudad que les era leal, Simon y Esdrías se dirigieron a la casa del Jefe del Pueblo,
Nataniel.
63

- ¿Tenemos mensajeras en Jericó? –preguntó Simon.


- Si, ¿por qué? –contestó Nataniel.
- Hemos de enviar un mensaje urgente a Judas. El mensaje ha de decir: “Báquides partirá en dos días
hacia Bet Horón con numeroso ejército. Cree que estamos acampados en esa zona y si no nos
encuentra pasara a cuchillo a toda la ciudad. Recuerda Bet San. Me dirijo a defender Bet Horón.
Agregate las tropas de Magdala, Nazaret y Bet San. Simon Tasi”. Envíala inmediatamente, Nataniel.
- A tus órdenes, Simon. ¿Preparo a las tropas?
- Si, pero quédate un batallón para defender Jericó y Doc si fuese necesario. ¡Ah! Envía otra
mensajera a Mikmas, allí están acantonadas las tropas de Jonatan, el mensaje debe poner: “Cambio
de rumbo dirigíos a Betzacaria. Allí nos reuniremos. Jonatan Apfus”.
En poco más de una hora todas las tropas de los Macabeos a excepción de aquellas que habían
quedado destacadas para defender las posiciones que ya se tenían ganadas, se movían en dirección
sur.
Judas bajaba desde las colinas de Gofna hacia Betzacaria evitando cruzar por caminos de primer orden.
Sabía que allí se reuniría con las tropas de su hermano Jonatan. Y que ambos, a pesar de la fatiga,
podrían dirigirse después a Bet Horón en auxilio de la ciudad defendida por Simón. El camino estaba
despejado y los colaboradores de Judas le habían comunicado que en Jerusalén había mucho
movimiento de tropas pero que aún no habían salido, salvo algunas avanzadillas, hacia Bet Horón.
Sin embargo no era así. Al llegar al desfiladero de Beerzet, en las inmediaciones de Betzacaria, donde
debían reunirse con las de Jonatan, las tropas nacionalistas macabeas de Judas se vieron sorprendidas
y rodeadas por las tropas sirias. Báquides había ordenado que se formaran dos columnas. Una debía
atacar la vanguardia de los insurrectos desde las colinas de Bet El y la otra columna hacer lo propio por
la retaguardia desde las de Berea obligándoles a replegarse hacia la ciudad de Elasá, justo en dirección
contraria de Bet Horón donde debía unirse a las tropas de Simon y lejos aún de Betzacaria donde le
esperaba Jonatan. Allí, en Elasá, quién si esperaba era el grueso del ejército sirio con Báquides a la
cabeza. Ambas columnas debían atacar simultáneamente con el fin de impedir una reacción inmediata
de Judas.
A pesar de la sorpresa inicial que supuso verse atacados por dos flancos a la vez, en las estribaciones
de Elasá se declaro un feroz combate en la que ambas partes demostraron tener un gran arrojo.
Las órdenes expresas de Báquides eran coger con vida al Macabeo. Había que cumplir con los deseos
de Demetrio y llevarlo vivo y encadenado a Damasco.
Las tropas de Judas, que se percataron de las intenciones del sirio, rodearon a su jefe haciendo círculos
concéntricos alrededor de él con el fin de impedir que ningún enemigo se le acercara. Lucharon
heroicamente hasta la extenuación. Cuando un contendiente de los que cubrían la seguridad de Judas
moría o resultaba herido, otro inmediatamente ocupaba su lugar. Los cadáveres se iban amontonando
alrededor de Judas lo que creaba una muralla humana de protección casi infranqueable pero cada vez
quedaban menos hombres para defender a su caudillo. Saúl, su lugarteniente más fiel, había muerto al
parar con su cuerpo una certera y mortal estocada dirigida contra su Jefe. Judas se defendía bravamente
y viendo la muerte inútil de sus subordinados se despojo de la armadura, del casco y de la espada de
Nicanor y, pasando desapercibido entre el enemigo pues ningún distintivo revelaba su identidad, a su
grito de guerra: “De Dios es la Victoria”, les hizo frente con el valor propio de lo que era: un bravo
guerrero. En un momento de la lucha Judas cayó mortalmente herido y su cuerpo fue escondido, al igual
que habían hecho con el de su lugarteniente Saúl, con el fin de no ser encontrados por el enemigo y
evitar, así, que profanasen sus cadáveres.
Terminada la lucha el paisaje era aterrador. Se filtraba un fuerte olor a muerte en el ambiente. Se oían
los gemidos y lamentos de los soldados malheridos. Olía a humo y a carne quemada. Se respiraba un
aroma empalagoso y dulzón, era el olor a sangre, ese mismo olor repugnante que, sin embargo, atrae a
los carroñeros. Hienas, buitres y cuervos; su festín estaba preparado. Pero los sirios, se quedaban sin
poder disfrutar del triunfo. El cadáver de Judas no aparecía de entre los miles de muertos. Báquides
debería volver a Damasco sin su preciado botín. Demetrio, el rey, jamás se lo iba a perdonar y él lo
sabía.
Optó por enviarle una carta al rey, a través de un emisario, explicándole lo ocurrido y rogándole que
tuviera misericordia con él. Acto seguido emprendió la huida hacia el sur, hacia el desierto del Negev,
concretamente a la ciudad de Beer Sheva, donde se encuentra el pozo de Abraham, allí, bajo la
protección de sus amigos y aliados los idumeos, estaría a salvo y podría gastar el botín que había
robado del Templo antes de salir al campo de batalla. Compraría una manada de camellos y se dedicaría
al comercio. Eso es, estaba decidido. Se haría comerciante. Si no le perdonaba Demetrio jamás daría
con él y si, por casualidad o por alguna delación, lo conseguía, Egipto estaba muy cerca y allí no se
atrevería a ir buscarle.
64

***
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CAPITULO V
La afianzamiento del linaje de Asmón

Habían pasado dos meses desde la batalla de Betzacaria, corría el año 3601 del calendario judío 63 y
Demetrio había afianzado su reinado; su hijo y futuro heredero, Nicator, había cumplido ya los 21 años
de edad y se había convertido en su único y mejor amigo y consejero. Padre e hijo se profesaban un
gran cariño, quizás el que él mismo no recibió de su padre Seleuco IV… ¡Pero no era feliz!... lo tenía
todo y no era feliz.
Desde la muerte de Nicanor su carácter, ya de por sí malicioso y taimado, se había vuelto más agrio e
irritable… después había algo que no lograba alejar de sus pensamientos… el fracaso de Báquides en la
captura del Macabeo… No acababa de entenderlo… ¡lo veía imposible!... ¿puede un cadáver esfumarse
delante de seis mil soldados?... ¡imposible, no lo entendía!...
Sin embargo lo que no le podía perdonar era su huída al sur, al desierto del Neguev. ¿Huir?... ¡eso
solamente lo podía hacer un cobarde y el general no lo era!... Se repetía una y otra vez… ¿Huir, o,
quizás… había hecho un pacto con el Macabeo y, éste, aun permanecía con vida, escondido, a saber
dónde, en cualquier confín del mundo?... a fin de cuentas su cadáver no había aparecido… y el de su
lugarteniente, Saúl, tampoco…
Luego estaba lo del oro y la plata… ¿Qué le obligó a robar del Templo doscientos talentos de plata y cien
de oro?... ¿sería ese el pago por dejar escapar con vida al maldito bandido?...
En esos instantes entro su hijo…
- Salud, padre –dijo Nicator inclinando reverencialmente la cabeza. ¿estás ocupado en algo?... –
inquirió.
- Salud, hijo mío… no, estaba imbuido en mis pensamientos… pero pasa y siéntate a mi lado quiero
hacerte un par de consultas… ¿tú que crees que ha pasado con Judas, ese judío al que llamaban el
Macabeo?...
- No lo se, padre, todo es muy extraño, pero yo creo… -quedándose callado como si pensara bien la
respuesta que iba a dar a su padre.
- Dí, hijo… -le apremió su padre, el rey.
- Es que podrían darse las dos circunstancias. Que hubiera sobornado a Báquides a cambio de su
vida… cosa muy dudosa porque ese bandido era muy orgulloso y quería mucho a su Tierra y a su
pueblo, o que realmente haya muerto y sus compañeros de armas lo hubieran enterrado allí mismo,
en Elasá, en el campo de batalla para que no pudiéramos hacernos con su cuerpo y profanarlo. Las
dos son opciones válidas. Pero eso solamente lo saben los que realmente estuvieron allí. Yo de ti
convocaría en audiencia a Gedalias, el esbirro de Alcimo, el sumo sacerdote para que iniciara una
profunda investigación sobre el caso… -volvió a guardar silencio.
- Puede ser que tengas razón… -dijo-, pero no lo voy a convocar, no obstante enviaré un emisario con
instrucciones autorizándole de forma expresa para que pueda realizar esa investigación.
- Espera, padre, hay otra posibilidad… -dijo Nicator.
- Tú dirás… -le contestó Demetrio.
- Tu tienes suficiente poder, de hecho eres el dueño absoluto de toda Judea, de Galilea, Samaria,
Fenicia, Celesiria, etc. ¿No es así? –preguntó el joven príncipe.
- Si, claro… ¿adónde quieres ir a parar?... –dijo el rey poniendo una expresión de sumo interés.
- Tu puedes nombrar y destituir al Sumo Sacerdote… ¿no es así?... –preguntó.
- Si. –dijo lacónicamente.
- Y puedes nombrar a quien tú quieras con el título de “Amigo del Rey”, ¿es cierto?...
- Lo es… pero ves al grano, hijo. –dijo con impaciencia Demetrio.
- Bien, en Judea aun tenemos dos problemas. El primero es, ¿cómo acabar de disolver a los bandas
rebeldes que ahora están descabezadas, si es que Judas ha muerto? y, el segundo, ¿qué hacer con
Alcimo, el Sumo Sacerdote, pues de todos es sabido que no juega limpio?... –ante un leve gesto de
Demetrio que denotaba que iba a intervenir, Nicator le dijo: No me interrumpas ahora, padre,
enseguida concluyo. Bien -prosiguió-, suponiendo que sea cierto que Judas haya muerto deberían
llamar a consejo a los jefes de la guerrilla (de los cuales sabemos que su jefe político es Simon),

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160 a EC.
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para que elijan un nuevo jefe tal y como hicieron cuando falleció Matatías. Si no llaman a consejo
solamente puede ser que cesan en la lucha armada o que Judas está vivo y, por lo tanto, sigue
llevando la estrategia de la banda…
Hizo un pequeño receso para servir, el mismo, dos copas de vino de Corinto sin rebajar y, continuó su
exposición después de dar un largo sorbo de su copa.
- En cuanto a Alcimo filtramos la noticia de que pretendes destituirlo y si su reacción es de cólera en
lugar de sometimiento, lo más probable es que intente ponerse en contacto con tus enemigos con la
intención de hacerte expulsar del trono; no olvides que ese tal Alejandro Balas, el bastardo que dice
ser hijo de tu tío Antioco IV, o sea, como aquel que dice, primo hermano tuyo, tiene pretensiones de
arrebatarte el trono de Siria para instalarse él. Para ello podrían intentar llegar a un acuerdo con los
rebeldes judíos. Si Judas está vivo jamás accedería pactar con los enemigos de lo que ellos creen
que es su nación, pero si verdaderamente está fallecido dependerá de si tienen un nuevo jefe o no. Y
para terminar, si nombran a un nuevo jefe deberías proponerle un cambio de política que, sin
perjudicar los intereses de Siria, nos permita disfrutar de un periodo de tranquilidad con el fin de
reponer nuestro Tesoro y poder utilizar más energías en el problema de los partos y de nuestras
fronteras con ellos. No debemos fiarnos de Mitrídates el rey de Partia. No olvides tampoco que tienes
cuentas pendientes con Timarco y Heráclido en Babilonia y con Ariarates en la Capadocia. Tampoco
estaría de más que pensaras en rehabilitar a Báquides, pues un fallo es humano y él demostró su
lealtad hacia ti y su arrepentimiento y pesar por no haber cumplido con tus deseos de traer vivo al
Macabeo. Eso sí, en el caso de que optes por perdonarlo que te devuelva los dineros que sustrajo
del Templo antes de su huida.
Volvió a sorber un trago del buen vino griego y se quedó mirando a su padre en espera de saber su
reacción. Demetrio había escuchado a su hijo con total atención, de hecho aun no había asimilado la
larga exposición de Nicator.
- Bueno, hijo mío… -empezó a hablar. Sabes el cariño que le profesaba a Nicanor y la fe que siempre
tuve en sus sabios consejos… Zeus ha oído mis plegarias y ha hecho de ti que me hagas olvidar el
gran vacío que quedó en mí tras su trágica muerte en combate. Como padre es una autentica
satisfacción saber que tengo el futuro de mi reino sentado frente a mí. Tus tutores griegos han hecho
una gran labor contigo, han conseguido que tengas la mente despejada y que seas rápido en el
análisis de las circunstancias. Voy a redactar los despachos e impartir las órdenes oportunas para
hacer todo lo que me has expuesto. ¡Gracias, Nicator!... Bueno todo no… lo de Báquides lo pensaré
detenidamente, aunque si accede a devolverme los dineros que me robó del Templo… En fin,
¡gracias de nuevo, hijo!
Verdaderamente Demetrio no era un rey al uso, el tiempo pasado en la república romana recibiendo una
exquisita educación griega, había hecho de él un ser que sabía escuchar y discernir. Había estudiado
profundamente la figura de Periclesl y lo que más feliz le podía hacer es pensar que podía pasar a la
historia como un seguidor aventajado de la democracia griega64. Sabía que Judea, bien llevada, era un
potencial campo de pruebas para poner en práctica las ideas griegas de Pericles de cómo gobernar y
administrar todo un imperio sin despreciar a sus pueblos. De hecho Israel se regía por una Asamblea de
principales y notables

***

Simon y Jonatan por motivos de seguridad habían decidido trasladar los restos mortales de Judas hacia
un lugar secreto y seguro pues temían que los partidarios de Demetrio, entre ellos Alcimo y Gedalias, se
hicieran con los cuerpos y los enviaran a Damasco donde, sin ningún género de duda, serían profanados
y ellos recompensados. Solamente unas cuantas personas de absoluta confianza sabían de su
ubicación. Entre esas personas, además de algunos miembros del Consejo Supremo de la Rebelión,
figuraban los seres más queridos, sus esposas e hijos. Todos estaban casados y tenían descendencia
pero lo mantenían en total secreto con el fin de proteger las vidas de los suyos. Solamente Jonatan, que
estaba felizmente casado, aun no había tenido descendencia con Miriam, su bella mujer.
“Para poder mantener el secreto de su situación matrimonial, las esposas e hijos de los
miembros de la cúpula del Consejo, viven resguardadas en la casa de los padres de ellas y, las
más de las veces, hacen ver que sus hijos e hijas son hermanos o hermanas y en algunos casos
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El término "democracia", se refiere al "demos-kratos" (δεμοσκρατοs; demos = pueblo, kratos = gobierno). La democracia floreció
en la Antigua Grecia, específicamente en la Atenas del siglo V a. C. (el siglo de Pericles). Por ello se le denomina frecuentemente
como democracia ateniense. Tuvo una vida relativamente prolongada en comparación con las democracias liberales actuales, pues
puede hablarse de período democrático en Atenas desde las reformas de Clístenes alrededor de 510 a. C. hasta la supresión de
las instituciones democráticas a causa de la hegemonía macedonia en 322 a. C. También hay que citar como antecedente al
sistema timocrático establecido en Atenas por la Constitución de Solón en el año 594 a. C.
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sobrinos o sobrinas. Gran parte del mérito en los triunfos de nuestro ejército se debe a la gran
abnegación de nuestras mujeres que, si bien no hacen la guerra en el campo de batalla, saben
ganar otra clase de batallas en la retaguardia. Indudablemente es fundamental su participación
en esta guerra contra el invasor”.
- Estas palabras las pronunció mi hermano Judas cuando fue nombrado Comandante en Jefe de
nuestro Ejército Nacional. –dijo Jonatan a los miembros del Consejo. Yo hoy las repito y las hago
mías. En nuestra situación cualquier precaución es poca para no ser apresados y ejecutados. Hoy
me habéis elegido como sucesor de mi gran admirado y amado hermano y espero ser merecedor de
la confianza que depositáis en mí. –dijo en un tono severo. No vamos a dar por concluida nuestra
lucha –prosiguió- mientras haya un solo invasor que pise nuestra querida tierra. La ingente tarea que
comenzamos todos junto a Matatías, nuestro padre, y que posteriormente lideró Judas, nuestro
hermano, aún no está concluida. No pactaremos con el enemigo –dijo- nada que no sea recobrar
nuestra soberanía. Queremos la paz, ¡si!... pero no a cualquier precio. No reconocemos la autoridad
de Alcimo, el Kohen Gadol, el sumo sacerdote, ni a ningún sacerdote que nos venga impuesto por
los paganos gentiles. Tampoco reconocemos las fronteras que nos impone el rey Demetrio pues
tampoco reconocemos su autoridad sobre Israel. Consideramos a los saduceos helenistas
colaboradores directos del poder sirio por lo tanto si son enemigos de la Patria, también lo son
nuestros…
Los miembros de la cúpula del Consejo que se hallaban secretamente reunidos en Séforis al abrigo de
sus habitantes, casi todos ellos seguidores de la insurrección, no cesaban de vitorear y aplaudir a su
nuevo capitán.
- ¡Jonatan príncipe de Israel!... -coreaban a plena voz-. ¡Jonatan Sumo Sacerdote!...
Jonatan hizo un gesto con los brazos pidiendo silencio con el fin de continuar su discurso de aceptación
del cargo.
- Gracias, pero no. –dijo lacónicamente-. Al igual que mi hermano Judas y respetando sus deseos, no
puedo aceptar que me otorguéis títulos que no se corresponden con el linaje de mi familia. No
olvidéis que por parte de mi padre provenimos de la estirpe de los Asmón y por la de mi madre de los
Yoraib. Al igual que Judas creo fervorosamente que no es bueno conjugar ambos cargos en una
misma persona por lo menos mientras dure la lucha armada con las naciones vecinas. Sin embargo
si que os tengo que decir que una vez expulsado el ejército invasor y recobrada nuestra soberanía
nacional es un tema que se puede volver a tratar, pero a día de hoy mi hermano Simón seguirá
rigiendo los asuntos politicos y espirituales de todos nosotros mientras que yo asumiré con todo mi
orgullo patriótico el puesto para el que me habéis elegido, el de comandante en Jefe de las fuerzas
de Liberación Nacional. –dijo, mientras nuevamente los aplausos y el fervor de sus seguidores
interrumpían su discurso.
- “Indudablemente está madurando muy deprisa” –pensó Simón con lágrimas en los ojos. “Cada año
pasado en campaña, y ya van siete, ha sido como si hubiéramos vivido esos mismos años
multiplicados por siete”… -pensaba ensimismado.
Volvió a levantar los brazos pidiendo la atención de sus seguidores.
- En el terreno militar es mi intención consolidar todo aquello que hemos conseguido durante estos
últimos años, si bien es mi objetivo dar un paso más decidido hacia soluciones diplomáticas y para
ello quiero contar con el consejo experto de mi hermano Simón y con vuestro apoyo. Pero que nadie
pierda un solo minuto en pensar que con ello vamos a pretender una solución a nuestra situación
política. Ni nos rendimos, ni nos rendiremos jamás. Israel es la tierra heredada de nuestros
antepasados, desde Abraham hasta hoy y no cederemos ni un ápice de terreno sin luchar por él a
vida o muerte.
De nuevo los ensordecedores vítores y aplausos apagaron su potente voz. El, pletórico al ver la
respuesta incondicional de los suyos, volvió a pedirles con el gesto de sus brazos que le dejaran
concluir.
- Bien, camaradas, compatriotas, amigos… cuando hablo de diplomacia no hablo de hacer concesión
alguna a nuestros enemigos, ¡que den ellos el primer paso y nos sentaremos a debatir! Cuando
hablo de diplomacia me refiero a unir más los lazos con aquellas naciones que hoy dominan el
mundo, Roma y Egipto. Cuando hablo de diplomacia no lo hago para mostrar ningún signo de
debilidad, quien nos crea débiles que venga aquí, a nuestro territorio, y pruebe de que somos
realmente capaces.
Nuevamente los aplausos interrumpen su alocución por lo que dando muestras de gratitud con los
gestos de aprobación de su cabeza y moviendo los brazos pidiendo que le dejen continuar concluye:
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- Un último mensaje quiero dirigir a nuestros más directos adversarios: Israel no se rinde; Israel no se
rendirá jamás; Israel será judío o no será.
Grandes aplausos y abrazos dan por terminado el acto celebrado en la sinagoga de Séforis. Jonatan no
se ha percatado pero entre los asistentes y recién llegados de Gamala se encuentran Mateo y su
hermano Jeremías.
- Simón –dijo Jonatan, creo llegado el momento de dar sepultura a los cuerpos embalsamados de
nuestro hermano en el panteón familiar de Modín.
- Desde luego, Jonatan. –le contestó.

***

- Majestad, -dijo el mayordomo del rey- unos hombres llegados de Séforis en la Galilea desean
humildemente ser recibidos en audiencia por vos. Dicen que el negocio que les trae es muy
interesante para Vuestra Majestad. “¿Qué sabrán esos insolentes cuales son los negocios que
interesan a su rey?” –pensó malhumorado.
- Está bien, pero dile a Nicator que se persone aquí y después hazlos pasar. –ordenó Demetrio.
- Padre, ¿me llamabas? –entro preguntando su hijo y ahora consejero.
- Sí, unos plebeyos dicen traerme lo que puede significar un buen negocio para mí, ¿Qué opinas? –
inquirió Demetrio.
- Escuchar no cuesta dinero, perder el tiempo sí por lo que, en mi opinión, si lo que te traen es
superfluo mándalos azotar con diez latigazos y así no volverán a molestarte y si verdaderamente es
interesante prémialos como es debido. –respondió Nicator.
- “¡Caramba con Nicator!” –pensó… Ismael, haz pasar a estos mis siervos inmediatamente, quiero
saber como premiarlos, si con el diez latigazos o con diez monedas de plata. . –dijo sonriendo la
genialidad de su hijo.
Acto seguido, en el salón de audiencias, hicieron acto de presencia el mayordomo y los dos hombres
recién llegados de Séforis. Se acercaron al Rey muy lentamente, con la mirada fija en el suelo, los
brazos abiertos en modo de súplica y la espalda encorvada de forma reverencial. Seis pasos antes de
llegar al Rey el mayordomo hizo que se parasen y les dijo que bajo ningún concepto debían levantar la
mirada. Dos guardias armados custodiaban sus flancos. Nicator, el príncipe, ocupaba un sitial a la diestra
de su padre, el Rey, como señal de la alta estima que éste sentía por él.
- Hablad, el Rey os escucha. –dijo solemnemente el mayordomo.
Mateo tomó primero la palabra.
- Señor, -dijo con hilo de voz trémula que casi hacia imperceptible lo que decía.
- Hablad más alto. –inquirió el mayordomo.
- Señor… Soy Mateo de Gamala y quien está a mi lado es mi hermano Jeremías de la misma ciudad.
Tenemos que contaros una cosa que os hará bien, Señor. –dijo ya algo más tranquilo.
- Decid. –espetó Ismael, el mayordomo.
- Hace dos meses informé a Alcimo, el Sumo Sacerdote, y a Gedalias el Jefe de su Guardia, de mi
intención de delatar al sedicioso Judas, el Macabeo, por el daño que me había inflingido a mí y mi
familia… pues sabía exactamente donde tenían montado el campamento en la Galilea. Alcimo
prefirió no decir nada al gobernador Báquides por si el asunto salía mal y prefirió montar una celada
que de haber salido mal hubiera tenido fatales consecuencias para toda mi familia pues nos
hubiesen acusado de traidores y de agentes al servicio del Macabeo. Pero salió bien.
- Al grano que no tenemos todo el día… -dijo impaciente Ismael.
- Perdón, señoría. –dijo quedamente Mateo. Pues cuando estábamos en Jerusalén preparando la
trampa que debíamos tender al sedicioso al salir de la taberna donde Alcimo nos había invitado a
unas exquisitas viandas…
- Al grano te he dich… El rey interrumpió con un gesto a su mayordomo y con otro gesto indicó a
Mateo que continuara.
- Como iba diciendo, -prosiguió el galileo. Mi hermano Jeremías al salir de la taberna reconoció a dos
hermanos del Macabeo. A Simón y a Jonatan. –y quedó en silencio, como mudo.
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El rey tapándose la boca con su mano izquierda giró su cuerpo hacia su lado derecho donde estaba
sentado Nicator, su hijo, y le hizo un leve comentario a la oreja. Entonces Nicator tomó la palabra
haciendo un gesto a Ismael para que no interviniese.
- ¿Dices que Judas inflingió un grave daño a ti y a tu familia, buen hombre?
- Si, mi príncipe. Ordenó ejecutar a mis hijos menores. –dijo Mateo sin levantar la mirada del suelo.
- ¿Ah, si? y, ¿Por qué? –preguntó Nicator.
- Les acusó de espiar a favor de Antíoco, el rey de Siria. –dijo sin que casi le saliera la voz por el nudo
que tenía en la garganta.
- ¿Y eso es lo que tanto le puede interesar a mi padre, el rey? –preguntó Nicator.
- No, alteza. Eso no. –contestó Mateo.
- ¿Podrías abreviar un poco? Mateo, has dicho que te llaman, ¿es así?
- Sí mi principe, pero es que estoy un poco nervioso. –contestó con voz temblorosa. Pero es que
nunca he estado frente a mi Rey y mucho menos con su hijo al lado.
- Tranquilo, Mateo. Cuéntanos eso que crees tan importante. –le calmó Nicator usando un tono de voz
muy sereno.
- Gracias, Señor. Pues hace tres días fuimos a la sinagoga de Séforis y allí estaban Jonatan, Simón y
otros miembros del Consejo Revolucionario que tenían una reunión secreta allí. –dijo suavemente
Mateo.
Demetrio, el rey, se irguió en su trono y se puso tenso. Nicator le dijo al galileo que continuara.
- El consejo acababa de nombrar a Jonatan capitán de las tropas sediciosas ocupando el lugar de su
hermano muerto. –dijo.
- ¿Muerto? ¿Estas seguro? –pregunto el príncipe.
- Si muerto, ese mismo día debían trasladar su cadáver embalsamado desde donde lo tenían
escondido hasta el panteón que la familia tiene en Modín. –dijo haciendo un intento de levantar la
mirada que frustró inmediatamente el soldado que estaba a su izquierda.
- ¿Estás seguro de lo que dices? –intervino Demetrio saltándose claramente el protocolo lo que
sorprendió a todos los presentes.
- Si, Majestad. –contestó con serena alegría Mateo al ver que su Rey le había dirigido la palabra a él
que era un simple plebeyo aunque el más leal de sus siervos.
- ¿Y donde están ahora los dos hermanos sobrevivientes? –interrogó Nicator.
- No lo se, alteza. Cambian constantemente de campamento para no ser descubiertos. –contestó
Mateo.
- Y tu, Jeremías ¿los reconocerias de nuevo? –le pregunto Nicator.
- Señor, me resultaría imposible olvidar esas caras. Sueño desde hace mucho tiempo con ellas. –le
contestó.
- ¿Ellos os han reconocido? –siguió interrogando Nicator.
- Naturalmente que no, mi príncipe. –dijo raudo Jeremías.
- ¿Cómo estás tan seguro? –siguió Nicator.
- Estaríamos muertos, Señor. –contestó lacónicamente.
Padre e hijo se cruzaron las miradas. Entonces el Rey volvió a tomar la palabra.
- Por vuestra lealtad y por el grande servicio que hoy nos habéis prestado seréis recompensados con
diez dracmas de plata. –ponderó el Rey,
- ¡Oh!, no, Majestad. No lo hacemos por dinero. -contestaron ambos hermanos al unísono.
- ¿Osáis hacer un desprecio al Rey? –dijo Ismael alzando la voz lo que provocó que Demetrio le
mandara callar con un gesto de la mano. Los hermanos galileos habían mudado su color facial.
Estaban sumamente pálidos y unas perlas de sudor frío empezaron a coronar sus frentes.
- Ismael, -ordenó el Rey- que atiendan debidamente, en las cocinas de palacio, a estos mis súbditos
dándoles un copioso almuerzo que les alivie de las penurias de su largo viaje y diez dracmas de
plata… ¡a cada uno, Ismael!
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El mayordomo hizo una gran reverencia poniendo la palma de su mano derecha a la altura de su
corazón y comenzó a caminar, junto a los dos hermanos, hacia atrás y sin levantar la cabeza en ningún
momento.

***

Sabiendo tanto Jonatan como Simón que Demetrio había puesto un alto precio a sus cabezas, hicieron
el traslado del cadáver de Judas a través de las montañas por zonas totalmente inhóspitas y
semisalvajes pero sin utilizar caminos abiertos que podían poner en riesgo su misión.
Al llegar a Modín esperaron a que oscureciera y, con la ayuda de las gentes del pueblo, dieron debida
sepultura al cadáver de su hermano Judas. El pueblo, compungido y en medio de grandes llantos y duelo
cubiertas sus cabezas de ceniza y vistiendo ropas de saco exclamaba: ¡Cómo ha caído el valiente, el
salvador de Israel!65
Terminado el sepelio ambos hermanos sabiendo el riesgo que corrían tomaron el camino del desierto de
Tecua y acamparon junto a las aguas de la cisterna de Asfar. Jonatan ordenó a su hermano Juan que al
frente de una tropa se dirigiera a la tierra de los nabateos, sus aliados, para que les custodiaran el
numeroso bagaje que llevaban consigo. De Madaba salieron los hijos de Jambri y dándoles alcance
exterminaron a todo el escuadrón, dando muerte a Juan.
Sabedores a través de su red de espías que “los hijos de Jambri celebraban una solemne boda con gran
pompa y conducían desde Madaba a la novia, hija de uno de los magnates de Canán. Y acordándose de
su hermano Juan, salieron, se ocultaron al abrigo de un monte, alzaron los ojos y vieron una caravana
regocijada y numerosa. Era el novio, que con sus amigos y hermanos salían al encuentro de la novia con
panderos, instrumentos músicos y muchas armas. Lanzándose fuera de su escondite, los de Jonatan los
atacaron, quedando heridos muchos y huyendo los restantes al monte, apoderándose los vencedores de
todos los despojos. Las bodas se convirtieron en llanto; el sonido de la música en lamentaciones; y
tomada venganza de la sangre de su hermano se volvieron a la ribera pantanosa del Jordán”66.

***
Demetrio extendió un pergamino a Nicator, su hijo y leal consejero.
- He seguido tus sabios consejos y he enviado una embajada a Báquides que me consta está en el
Neguev, concretamente en Beer Sheva ejerciendo de comerciante pero me cuentan mis
informadores que está muy abatido por no haber cumplido la misión que le encomendé.
- Un hombre de acción no puede ejercer de comerciante, es morir en vida. –replico Nicator. ¿Cuándo
esperas la vuelta de tus embajadores?
- En un par de días. Ordené que se mandaran las embajadas el mismo día que tu me lo propusiste y
de eso hace ya más de veinte días. –dijo Demetrio.
- ¿Has dicho las embajadas? ¿Cuántas has enviado?
- Dos, una a Báquides y otra a Jonatan. –contestó.
- ¿A Jonatan también? –preguntó con malicia el príncipe.
- Si, hijo, a Jonatan también. –dijo con una sonrisa burlona.
- Y, con Alcimo ¿que piensas hacer? –inquirió el joven consejero.
- Ya lo he hecho. Mandé, como tú me indicaste, que se corriera el rumor de que lo iba a destituir y a
poner en su lugar a un saduceo moderado. No perdió el tiempo. Gedalias que se ha convertido en
informante de todos sus movimientos me ha reportado todos los días las acciones que ha llevado a
cabo. Es tan ignorante y soberbio que no se ha dado cuenta que el Jefe de su Guardia es ahora su
mayor enemigo. Los dos están hechos por un mismo patrón.
- Era de esperar –dijo Nicator-, ¿Se ha puesto en contacto con Jonatan?
- No se atreve el muy cobarde pues sabe que el Macabeo lo ejecutaría al instante. Se ha puesto en
contacto con Alejandro Balas el bastardo que dice ser mi primo y, éste a su vez, lo ha hecho con los
romanos y con los babilonios.
- No es buena esa noticia… -dijo quedándose pensativo.
- ¿En que piensas? –le preguntó a su hijo.

65
I Mac 9, 21
66
I Mac 9, 37-42
71

- ¿Te ha contestado Jonatan?


- Todavía no.
- Lo hará, no te preocupes. –sentenció Nicator.

***
Los soldados sirios de la guarnición del Akra habían ocupado la torre Antonia por decisión directa del rey
Demetrio Soter. El templo era un hervidero de levitas de la guardia; los oficiales impartían órdenes a sus
subordinados que iban tomando posiciones en todos los rincones del recinto. Había guardias
fuertemente armados cubriendo los pórticos tanto en las entradas como en las salidas; los había en los
gazofilacios, el del oro, la pata y el grano; también los había en los atrios. No quedaba un solo rincón
donde no hubiera levitas o tropas mercenarias de apoyo.
En el Tabernáculo, junto al altar de los holocaustos, único lugar donde no habían penetrado los
soldados, aunque impedían que nadie saliera, estaban encerrados algunos miembros del Sanedrín
partidarios de Alcimo, el todavía sumo sacerdote.
Detrás del velo, junto al Arca de la Alianza, estaba Alcimo, solitario: ¡Todos le habían dado la espalda!
Con las facciones completamente desencajadas, iba de un lado hacia otro como sin rumbo. Los nervios,
totalmente desatados, le estaban gastando una mala pasada. Había caído en desgracia; el rey quería
prescindir de él y eso era un grave insulto a su dignidad y a la dignidad del alto cargo que ocupaba.
“¿Quién era el rey, ese advenedizo, para destituirlo?”… “¿Y Gedalias?”... “¿Por qué no está aquí ese
traidor?”... “Tengo que hacer ejecutar a todos los que me han traicionado”…, la mente de Alcimo era una
aglomeración desordenada de pensamientos.
- ¡Gedalias!... ¿Dónde está Gedalias?... Ordeno que se presente inmediatamente… -vociferó.
No obtuvo ninguna respuesta. Solamente se oía el ir y venir de las tropas, sus carreras, el ruido de sus
sandalias al golpear el empedrado del suelo. Definitivamente, su autoridad había sido anulada.
Salió hacia el altar y vio que en el atrio de los sacerdotes habían unos cuantos miembros del Sanedrín
que al verlo se giraron de espaldas.
- Nunca debiste ordenar que demolieran el muro de los profetas… -le dijo el único que se atrevió a
plantarse ante él.
Alcimo lo ignoró como si nada hubiera escuchado y siguió caminando en dirección a la puerta de Nicanor
que daba acceso al Tabernáculo. Unos levitas impidieron su salida amenazadoramente. Se volvió sobre
sus pasos y su mirada quedo fija en lo que antes había sido el muro, ahora derruido, de los profetas.
Repentinamente se puso la mano en el pecho mientras lanzaba un fuerte alarido de dolor y su mano
encrespada arrancaba violentamente el pectoral con las doce piedras67, emblema de su dignidad, y lo
lanzaba impetuosamente contra el suelo. Acto seguido y de manera súbita cayó de bruces al suelo.
Le había sobrevenido un ataque apoplético agudo y su corazón reventó. La sangre manaba de su boca
como si de un vomito se tratara. Los ojos desencajados y ya sin vida quedaron fijos en dirección al muro
que había ordenado derribar. La maldición de los profetas había caído sobre él.
En ese momento entró en el recinto, con aire marcial, un alto oficial sirio que se quedó frente al ya
cadáver del Sumo Sacerdote. Era el general Báquides, el rey, siguiendo los consejos que le había dado
su hijo, el príncipe Nicator, le había perdonado y rehabilitado en su cargo de Gobernador de Judea.
- ¡Introducir esos cofres en el gazofilacio del oro y de la plata!... –ordenó a los soldados que los
transportaban.
Restituyó en el Templo el dinero del que se había apropiado indebidamente antes de su huida Neguev y
al rey le había hecho entrega de los beneficios que había obtenido en la ruta del comercio.
Con la cabeza altiva, salido el mentón, los brazos en jarra con los puños cerrados y las piernas abiertas
se dirigió a los sacerdotes que allí se encontraban:
- Tengo órdenes directas de su Majestad Demetrio, Rey de todos los Reyes, de haceros presos
inmediatamente, -dijo. –Soldados, detenedles… - ordenó.
Acto seguido y a grandes zancadas abandonó el recinto del Tabernáculo. Su primera misión ya estaba
cumplida… Alcimo había muero.
Quedaba cumplir el resto de órdenes. Acabar con los Macabeos y sus seguidores…
Todo esto ocurría en el año de los judíos de 360268.
67
El pectoral simbolizada el poder supremo del sumo sacerdote sobre las doce tribus de Israel.
68
Año 159 a EC
72

***

Un grupo de notables se hallaba reunido en secreto en la casa de Isaac Tobías. Casi todos eran
sadúceos sin embargo entre ellos tambien se encontraba algún fariseo descontento con la elección de
Jonatan como capitán del ejercito de salvación nacional.
- Es demasiado joven, inexperto e impulsivo. Solamente nos traerá desgracias. –dijo el anfitrión.
- Tiene veintisiete años y cuando su hermano Judas asumió el mando tenía treinta y uno, no veo yo
tanta diferencia. –intervino Fileas.
- Pero su hermano Judas tenía mayores dotes de mando que este joven. –insistió Isaac, el anfitrión.
- No olvides, Isaac, que fue entrenado por el propio Judas. –intervino Neftalí.
- Si, pero Judas era más racional, más justo. –volvió a insistir.
- Sigo pensando que Jonatan no está preparado para esta misión. –insistió Isaac.
- Pero… ¿Qué le falta?... –preguntó de nuevo Neftalí.
- ¡Prudencia!… Neftalí… ¡prudencia!... –le increpó Gael, fariseo.
El saduceo Isaac Tobías era el hermano pequeño de los difuntos Menelao y Lisímaco y había jurado,
tras la muerte de estos, que no descansaría hasta haber terminado, a cualquier precio, con la vida de
todos los Macabeos. Quería destruir la estirpe y ahora veía que se arraigaban en el poder, Jonatan en el
ejército y Simón en la política. Pero su odio no le cegaba, era un felino de carácter y sabía esperar el
momento oportuno; sin embargo, el retorno de Báquides a la gobernación de Judea, le proporcionaba
una nueva oportunidad para conjurar contra ellos y eliminarlos definitivamente. Había invitado a esta
reunión al fariseo Fileas ben Jambri ya que, a pesar de ser del partido opuesto, sus familias mantenian
lazos comerciales y de amistad desde hacía varias generaciones.
- Fileas tu que eres miembro del Consejo de la Revolución ¿qué opináis en el seno de la misma sobre
la elección de Jonatan como capitán? –le preguntó Isaac.
- Te contestaré, viejo amigo, su elección fue muy ajustada. De los setenta que formamos el consejo
treinta y seis votaron a favor el resto, treinta y cuatro, en contra. Tu mismo puedes deducir el estado
de ánimo del consejo, Isaac. –contesto.
- Parece que estáis bastante divididos. –repuso.
- Evidentemente. Nuestra pretensión al iniciarse la revuelta era recuperar nuestras tradiciones y volver
al culto tras haber expulsado al invasor. Así nos lo hizo ver Matatías, primero, y Judas, después. Sin
embargo lo que ahora tenemos, si nadie lo impide, es la consolidación de una nueva dinastía, y ellos
no son los herederos del trono de David.
- ¿Tú crees que los treinta y cuatro que votaron en contra, en un momento determinado, se pondrían
de nuestro lado y, supongamos, apoyarían una posible eliminación de todos los miembros de la
familia? –le preguntó poniendo gran énfasis en cada una de las palabras y sin dejar de mirarlo
fijamente a los ojos.
- Como te habrás ya imaginado yo soy uno de esos treinta y cuatro y sí, por descontado que
estaríamos de acuerdo tanto en la destrucción de los Macabeos como en la de los miembros que les
apoyan y sus familias. –contestó decididamente Fileas.
- Bien amigo. –expresó con satisfacción y, dirigiéndose a los demás, dijo: Todos los que estamos hoy
reunidos aquí tenemos en nuestras manos el evitar que esta situación se torne en tiranía; de los
cincuenta ¿quién vota a favor de eliminar a los hermanos Macabeos y a todos aquellos que les
siguen y a sus familias? Alzad la mano izquierda quines votéis a favor.
Su mano fue la primera en alzarse, acto seguido la alzó Fileas. Poco a poco se iban levantando las
manos. Isaac con el dedo índice de su mano derecha iba señalando a aquellos que votaban a favor.
Quería unanimidad, sin embargo había dos indecisos Gael y Neftalí. Finalmente Gael elevó tímidamente
la mano. No lo hizo así, Neftalí.
- Neftalí me temo que deberás abandonar esta reunión al no estar de acuerdo con el resto ya que las
decisiones que tomemos a partir de este momento no pueden ser escuchadas por tus oídos. –le dijo
Isaac en tono despectivo. Samuel, -llamó a su criado- acompaña a Neftalí a la salida.
73

- Ya se cual es la salida. –dijo Neftalí mientras se levantaba con esa tranquilidad que te dan los años
vividos. Ya se cual es la salida. –repitió recalcando cada una de las palabras mientas movía la
cabeza con gesto afirmativo.
Los demás también lo sabían.

***

Alejandro Balas, apoyado por Roma que se sentía traicionada por Demetrio 69, se alzó en armas con una
parte del ejército sirio que le era fiel y tomó Ptolemaida en la costa de Fenicia. Ariárates, rey destronado
de Capadocia por los manejos de Demetrio, también se le unió.
Jonatan, a pesar de que, lógicamente, apoyaba a Balas, tenía graves cuestiones domésticas que
resolver. Por un lado existía la vacante del sumo sacerdocio y, por otro, barruntaba el malestar que había
entre los miembros del Consejo de la Revolución que presidía su hermano.
- Simón he decidido asumir el sumo sacerdocio y terminar de una vez por todas con esta situación de
vacío de poder. –le dijo Jonatan a su hermano.
- ¡No puedes hacerlo! No somos aaronitas, además lo prometiste el día que aceptaste el mando del
ejército. –le replicó Simón.
- Ese mismo ejército es el que me obliga a asumir el cargo, hermano, no quieren que esta situación se
prolongue ni un día más. Además, así demostraremos a Demetrio quienes gobiernan Israel.
- Pero Demetrio nos ha enviado una carta en la que propone devolvernos las libertades que su
hermano Antíoco IV nos arrebató a excepción de la elección del Sumo Sacerdote y del cobro de
impuestos. Tu decisión será como una nueva declaración de guerra al rey sirio.
- ¿Una nueva declaración de guerra, dices? ¡Seguimos en guerra! Demetrio no tiene ninguna
intención de pactar con nosotros. Envió la carta para intentar ponernos de su lado en contra de los
intereses de Alejandro que, por cierto, ha tomado Ptolemaida con ayuda de una parte del ejército de
Demetrio. Y si lo que desea es la paz ¿qué hace aquí Báquides?... ¡contesta!
- Báquides aún no se ha mostrado hostil –insistió Simón.
- Se mostrará. Se por Gael de una reunión secreta en casa de Isaac Tobías en la que por mayoría
votaron en poner al gobernador en conocimiento de nuestro paradero para prendernos y
asesinarnos. ¿Acaso eso no es una actitud hostil?
- ¿Conoces quienes han sido? –preguntó Simón.
- Si. Todos y cada uno de ellos. Algunos son del Consejo de la Revolución. Te sorprenderías de
conocer sus nombres. –respondió Jonatan.
- No quiero saberlos. Debemos actuar con celeridad y adelantarnos a esos traidores. –dijo seriamente
Simón.
- De acuerdo, de momento coge a todos tus hombres excepto a Odoaren y sus hermanos y tampoco
lo hagas con los hijos de Fasirón, ni con Fileas ben Jambri. Nos veremos en Betbasí. –le respondió
Jonatan.
- Y tú ¿qué harás?... –inquirió Simón.
- Voy a por ellos antes de que ellos vengan a por nosotros. –contestó Jonatan con el rostro rojo de ira.

***

- Amelec, haz venir a Nicator. –ordenó Demetrio a su ayudante de campo.


- ¿Me llamabas, padre? –dijo Nicator al entrar en la tienda real.
- ¿Qué haces con esa armadura puesta? ¡Quítatela al instante! Tú no vas a entrar en combate. –le
recriminó Demetrio con el ceño fruncido.
- ¡No me la quito! No soy ningún cobarde y quiero luchar a tu lado contra Alejandro. –le contestó
Nicator con genio.
69
Roma apoyó secretamente la entronización de Demetrio I Soter con la condición de que estableciera la paz con Judea pues la
guerra duraba ya cinco años y perjudicaba sus intereses en la zona. Demetrio no había cumplido aún su palabra y mantenía la
zona en guerra con Báquides como su principal valedor.
74

- ¡He dicho que tú no vendrás!... Tu postura es de agradecer y muestra un alto grado de valentía y
honor pero no dejaré que expongas tu vida. Si por desgracia caigo en combate y perdemos el
ejército irás a Creta con la familia de tu madre; allí tu tío Apolonio te ayudará a formar un nuevo y
poderoso ejercito con el que podrás vengar mi muerte y recuperar nuestro trono.
- Tienes razón, padre. Me he dejado llevar por la pasión que siento hacia ti. –reflexionó Nicator.
- Lo se. Jamás olvides tus raíces por eso es fundamental conservar el trono. Tú eres mi heredero y así
ha de seguir siendo… Pero no te he llamado por eso. –dijo Demetrio.
- ¿Qué te preocupa, padre?...
- Uno de nuestros espías me ha comunicado que el gobernador Báquides ha firmado la paz con
Jonatan a espaldas mías y que tiene la pretensión de unirse con sus tropas mercenarias a la causa
de Alejandro Balas. –dijo seriamente.
- Eso es traición, padre. –contestó Nicator lleno de cólera.
- Si, es traición, lo sé. Mi amigo Nicanor ya me avisó hace algún tiempo que Báquides no era
precisamente la persona más leal que él conocía. Sin embargo mira lo positivo, ahora, más que
nunca, nos conviene una paz con Jonatan. Tenemos información inequívoca que nos revela que
Alejandro quiere aliarse con él con el fin de crearnos dos frentes y así poder aplastar mejor a
nuestras fuerzas. Convendrás conmigo que si no actuamos rápidamente la situación se tornaría
impracticable. –le dijo mientras observaba cualquier tipo de reacción que pudiera tener su hijo.
- Y ¿qué harás al respecto?
- Ya lo he hecho. Quiero que leas esta carta… -le dijo mientras le entregaba una copia del pergamino
que había dirigido al líder judío.
“El rey Demetrio, al pueblo de los judíos, salud. Con gran alegría hemos sabido que os
habéis mantenido fieles a nuestra alianza y habéis perseverado en nuestra amistad y no
os habéis unido a nuestros enemigos. Perseverad, pues en vuestra fidelidad a nosotros,
y os recompensaremos con grandes mercedes por lo que hicierais en favor nuestro.
“Os condonaremos las deudas y os haremos mucha mercedes. Desde luego declaro a
todos los judíos exentos de tributos y del impuesto de la sal y del tributo de las coronas.
El tercio de la cosecha y la mitad de la de los árboles frutales, que a mí me toca percibir,
renuncio de hoy en adelante a percibirlos en la tierra de Judá y en los tres distritos a ella
anejos tomados de Samaria y Galilea, desde hoy para siempre.
“Jerusalén será ciudad santa y exenta, igual que su territorio, de diezmos y tributos.
“Renuncio también a la autoridad sobre la ciudadela de Jerusalén, y hago de ella entrega
al sumo sacerdote, que pondrá allí los hombres que escogiere para su guarnición.
”Todos los judíos que hayan sido llevados cautivos de tierra de Judá a cualquier parte de
mi reino, los doy por libres gratuitamente, y todos quedarán exentos de tributos, aun de
los de ganados.
“Todas las fiestas, los sábados, las neomenias, los días señalados y los tres días que
preceden y siguen a las fiestas, serán días de exención y franquicia para todos los judíos
de mi reino.
“Nadie tendrá autoridad para intentar contra ellos acción judicial ni molestarlos en
cualquier negocio.
“De los judíos serán incorporados al ejército del rey hasta treinta mil hombres, dándoles
el sueldo como a las demás tropas del rey, y de ellos serán puestos en las grandes
fortalezas del rey y asimismo nombrados para los negocios del reino que exigen
confianza. De ellos serán sus jefes y vivirán según sus leyes, como lo ha dispuesto el rey
en la tierra de Judá.
“Y los tres distritos tomados a Samaria e incorporados a Judea lo serán de modo que
formen una sola circunscripción y no obedezcan a otra autoridad que a la del Sumo
Sacerdote.
“De Ptolemaida y su distrito hago obsequio al santuario de Jerusalén para sufragar los
gastos del mismo. Doy cada año quince mil siclos de plata, pagaderos de los derechos
del rey en los lugares que nos pertenecen. Todo el sobrante que los empleados del fisco
no hayan entregado, como en los años anteriores, desde ahora los destino a las obras
del templo. Y los cinco mil siclos de plata que cada año percibíamos de los tributos del
75

templo, también los condonamos y se los entregamos a los sacerdotes que ejercen las
funciones sagradas.
“Cuantos se acojan al templo de Jerusalén y a todo su recinto, deudores de los
impuestos reales o de cualquier otra deuda, quedarán libres, y también cuanto tengan en
mi reino. Los gastos para edificar y restaurar el templo serán pagados de la hacienda
real. Los gastos para la edificación de los muros de Jerusalén y de las fortificaciones de
su recinto correrán también por cuenta del rey, y asimismo la edificación de las murallas
en Jerusalén” 70

Nicator que había leído la copia con mucha atención extendió el brazo y se la entregó a su padre que le
preguntó:
- ¿Qué opinas?
- No se lo va a creer.

***

Jonatan y Simón mandaron reunir en la explanada del templo a todo el pueblo, al ejército, al Gran
Sanedrín y al Consejo de la Revolución. Todos estaban presentes.
Tomó la palabra Simón.
- Queridos compatriotas –empezó diciendo-, nos hemos reunido todos porque, siguiendo la costumbre
de Judas de consultar las grandes decisiones, nosotros vamos a hacer lo mismo el día de hoy.
Hemos recibido dos sendas cartas de las que queremos haceros partícipes para después votar que
camino debemos de tomar pues como os daréis cuenta es transcendental. La primera carta se
recibió ayer y nos la envía Demetrio I Soter, rey de los sirios. La segunda, se acaba de recibir y nos
la envía Alejandro Balas, también rey de los sirios.
Una gran carcajada colectiva enmudeció la potente voz de Simón.
- Ahora –continuó- mi hermano, Jonatan os va a trasladar la lectura de las mismas. Prestad mucha
atención porque de la decisión que tomemos hoy dependerá en gran medida el futuro de nuestro
Eretz Yisrael.
Tomo la palabra Jonatan y comenzó por la lectura de la carta de Demetrio que constantemente se vio
interrumpida por los abucheos, las risas y los insultos que le propinaba el pueblo enardecido.
Una vez concluyó su lectura hizo una leve pausa mientras observaba la reacción de sus connacionales.
¡Silencio, por favor! Aun queda otra carta por leer. Os prometo que es algo más corta que esta que os
acabo de leer. Y acto seguido comenzó con la lectura de la carta que le había enviado Alejandro.
“El rey Alejandro a nuestro hermano Jonatan, salud. Hemos oído de ti que eres hombre
de valor y muy de ser amigo nuestro. Hoy te constituimos pues como Sumo Sacerdote
de tu nación y te concedemos el título de Amigo del Rey para que mires por nuestros
negocios y guardes nuestra amistad”71.
- ¿Habéis visto como era más corta? –dijo mientras se colocaba la túnica púrpura y la diadema de oro
que le había enviado Alejandro.
El pueblo saltó de júbilo al ver a su líder investido de púrpura y ciñendo la corona. Todos se abrazaban
entre sí. Había risas y llantos mezclados. La explosión de sentimientos era tal que emocionó a Simón
que, con voz ligeramente entrecortada, tomó inmediatamente la palabra.
- ¡Silencio!...
El griterío era ensordecedor. Los taberneros de Jerusalén empezaron a sacar jarras de vino con las que
invitaban a todo el pueblo. La dicha que sentía el pueblo era inconmensurable. Alejandro les ofrecía el
armisticio y devolvía al pueblo la dignidad que nunca le debieron arrebatar.
- ¡Silencio, hermanos!... ¡Silencio, por favor! –se desgañitaba Simón.
- ¡Por favor, querido pueblo!... –dijo Jonatan, quien tomó la palabra al ver el poco caso que hacían a
Simón- Una pregunta os he de hacer… quiero que me respondáis con la cabeza más que con el
corazón. ¿Cuál de las dos ofertas preferís?... La de Demetrio o… la de Alejandro.

70
I Mac 10, 25-45
71
I Mac 10, 18-20
76

- ¡Alejandro!... ¡Alejandro!... ¡Alejandro! –gritaba todo el pueblo sin cesar mientras bailaba y saltaba de
alegría.
No necesitaban más los dos hermanos. La satisfacción de ver como había reaccionado todo el pueblo de
Israel era ya suficiente. Simón abrazó emocionado y con lagrimas en los ojos a su hermano.
- ¡Shalom, Jonatan!... ¡Si padre y Judas estuvieran aquí!...
- Si, Simón… ¡si estuvieran aquí!... –le contestó mientras dos lagrimas recorrían sus mejillas… ¡A ellos
les debemos todo! A ellos y a Eleazar y a Juan…
- Si, Jonatan, a todos ellos se lo debemos… a todos los que han dado generosamente su vida por la
Gran Tierra de Israel. ¡A todos se lo debemos!

***

El combate fue largo y encarnizado. Ambos contendientes lucharon con valor y con hombría; sin
embargo, la suerte se decantó a favor de Alejandro que dando muerte a Demetrio, se alzó vencedor de
la batalla y, por ende, del trono del imperio Seléucida.
El pueblo judío colaboró activamente con su nuevo aliado, Alejandro Balas, y con el pueblo sirio. Jonatan
envió diez mil hombres para luchar al lado de los vencedores. Ayudó a construir maquinaria de guerra y
aprovisionó con grano a la población antes enemiga.
Roma también celebro el triunfo de Balas y lo reconoció casi de forma inmediata al igual que hizo
Ptolomeo VI, Filomentor, faraón de Egipto, quien consintió que Cleopatra Tea, su hija, se desposara con
el nuevo rey de Siria.
Demetrio Nicator tuvo que huir de Damasco precipitadamente hacia la isla de Creta tal y como su padre
le había dejado encomendado.
Esto ocurría en el año de los judíos de 361172. Hacía diecisiete años que había dado comienzo la
rebelión de un grupo de hombres capitaneados por el sacerdote asídeo Matatías y sus cinco hijos.

72
Año 150 a EC
77

CAPITULO VI
La aurora de un gran proyecto

A pesar de estar a mediados del noveno mes, en plena época de las lluvias, y a falta de pocas fechas
para la celebración de la januká, la fiesta de la Purificación del Templo instaurada años atrás por Judas
Macabeo; aquel era un día excepcionalmente caluroso. El sol ya estaba declinando hacia poniente, hacia
el mar Mediterráneo y no obstante hacia una temperatura que rebasaba los treinta y cinco grados.
Apenas se podían distinguir unas cuantas nubes deshilachadas sobre aquel cielo, entre rojizo y azul
amoratado con marcadas tonalidades anaranjadas. Hasta los animales en sus cuadras y corrales
parecían estar más inquietos que de costumbre; parecía que algo extraño barruntaban, incluso aquel
inmenso silencio era perturbador.
Simeón miró severamente a su mujer; ella le devolvió una mirada inquisidora. Levantándose
sigilosamente de la estera que les servía de mesa, se dirigió hacia la puerta de la vivienda y
desenvainando una espada que colgaba junto a la misma, la empuñó con su mano izquierda saliendo
hacia el exterior.
Dando cortos y cautelosos pasos, semiagachado y con todos sus sentidos en estado de alerta, comenzó
a caminar alrededor de su casa por si podía divisar algo que llamase su atención. No observó
absolutamente nada. Entonces se dirigió a las casas de sus convecinos, aquellos a los que tantas veces
había ayudado, y tampoco vio nada que pareciese anormal, a pesar de ello, los animales seguían
mostrando una extraña inquietud.
En aquel momento se paro, e incorporándose, alzó su mirada hacia el horizonte, hacia Mikmas, al
nordeste; después ladeo ligeramente su cabeza un poco más hacia su derecha y miro hacia las llanuras
de Jericó y, tras exhalar un hondo suspiro, acarició su espesa barba y, volviendo sobre sus pasos, se
dirigió de nuevo hacia su hogar.
Para el no era de extrañar aquella tranquilidad que acompañaba a los atardeceres de Adasá, la pequeña
ciudad donde él y su familia residían desde hacía ya más de catorce años, cuando alistado las tropas de
Judas ayudó a liberarla del yugo extranjero.
Sin embargo, aquel silencio…
Definitivamente aquel silencio no le gustaba y hasta los animales parecían estar de acuerdo con él. “Los
animales intuyen las tormentas y, aunque se pongan intranquilos, jamás se habían inquietado tanto”…
-pensó.
Hizo entonces ademán de entrar apartando la cortina que hacia las veces de puerta, pero antes volvió a
escrutar de nuevo a su alrededor. Sabía que el enemigo acechaba y podía volver a atacar en cualquier
momento y, de hecho, siempre estaba alerta y preparado para ello, pero aquellos días eran muy
especiales para él y no quería que nadie se los pudiera estropear.
- No te preocupes Ruth –dijo a su mujer en el momento que cruzaba la puerta- los animales están
intranquilos porque se acerca una tormenta. –El sabía que su mujer no le iba a creer pues conocía a
sus animales tanto o más que él pero ella callo. Fuera lo que fuese junto a su marido se encontraba
completamente segura.
Mientras decía eso depositó de nuevo la espada en su funda y la colgó y la colgó en su lugar, junto a la
puerta; luego, se dirigió hacia su mujer y cogiéndole los antebrazos con ambas manos, le dijo:
- Deseo que el Todopoderoso ilumine a nuestros hermanos para que no tengan problemas en su viaje
desde Mikmas y lleguen a nuestra casa antes de que la tormenta se acerque más. El cielo está muy
encapotado por las llanuras de Jericó y ya sabes tú lo que siempre nos trae el viento del Este. Anda
esposa mía, ve a descansar junto a Raquel; hoy la niña, que pronto se hará mujer, necesita de su
madre más que nunca.
Y, mirándola tiernamente, la besó en la frente disponiéndose de nuevo para salir al exterior, esta vez sin
armas, con el fin de demostrarle que podía dormir tranquila que el velaría hasta que llegara el feliz
momento que todos esperaban.
Ruth le devolvió una dulce mirada mientras él se dirigía hacia la puerta comprendiendo perfectamente su
inquietud y estado de ánimo. Después de todo lo que habían pasado juntos y con más de quince años de
convivencia en común, necesitaban únicamente de una mirada para comprender lo que pasaba por la
cabeza del uno o del otro y, sin decir ni una sola palabra, siguió fregando con arena y cuidadoso esmero
los utensilios que habían utilizado en la cena.
Mientras realizaba esa labor pensaba en su marido y en lo feliz y afortunada que le hacía sentirse.
78

Era Simeón, a sus treinta y cinco años bien cumplidos, hombre curtido, rudo en su carácter, esposo fiel,
generoso amante y mejor padre.
Para quienes no le conocían podía parecer hosco en sus formas pues era hombre de pocas palabras y
de acción decidida; más los suyos sabían que detrás de aquel corpachón de casi metro ochenta de
estatura, anchos el cuello y las espaldas, abundante barba y cabellera negra ensortijada, torso amplio y
velludo, robustos brazos, fuertes manos y ojos negros, penetrante la mirada cual espada afilada, había
un hombre de una fe profunda, temeroso de Dios, justo en sus obras y en sus decisiones, amigo leal
para con sus amigos y, sin embargo, cruel y despiadado para con sus enemigos o para aquellos que
quisieran hacer daño a los suyos o a su pueblo. Por ello, como premio a sus virtudes, todo el pueblo le
aclamó unánimemente cuando Judas lo nombró Jefe del Pueblo después de reconquistada la ciudad y
expulsadas las temibles hordas sirias.

CONTINUARÁ.... (DE VENTA EN LIBRERÍAS)...


79
*
NOTAS
*
Datos obtenidos de la Sagrada Biblia de Nácar-Colunga.

YAHVE: usado en 6.823 ocasiones es el que más se repite, también puede verse en su tetragrama YHWH (Ex 3,14).
ADONAI: plural mayestático de la palabra hebrea "Adon", El Señor, que, siempre a causa del respeto a su nombre, sustituyó a Yahvé en la
lectura de la Biblia desde el s. III a EC. Los escribas solían transcribir las vocales de Adonai (E,O,A en hebreo) debajo de las palabras del
tetragrama YHWH, los lectores occidentales, sin caer en la cuenta de esta fórmula, solían leer juntas las consonantes YHWH y las vocales
EOA con lo que venía a ser YEHOWAH o Jehová, que es, como se ve, un puro barbarismo.
ELOHIM: aparece 2.550 veces. Plural mayestático de la palabra Eloah (en árabe Llah, de donde proviene Al-llah y que a dado lugar a
Allah), proveniente de la palabra El que para todos los pueblos semitas designaba a la divinidad. Se puede decir que con este nombre (El),
convertido en Elohim o simplemente acompañado de los adjetivos Altísimo o Todopoderoso, los patriarcas conocieron el verdadero nombre
de Dios. Entre los orientales, El, seguirá siendo el padre de los dioses o el Dios Supremo.
EL-ELYON: significa, el Altísimo (nombre propio de un dios fenicio) usado en Gén 14, 18 y 22.
SHADDAI: aparece 301 veces, se interpreta como "el Todopoderoso". En alguna ocasión puede verse trascrito como El-Shaddai.

Notas extraídas de Wikipedia y de Internet


a
La Tierra de Israel (en hebreo: ‫ ארץ ישראל‬Eretz Yisrael) es un término histórico empleado en las tradiciones judía y cristiana para referirse
a los antiguos reinos de Judá e Israel, es decir, al territorio de los antiguos israelitas. La Tierra de Yisrael recibe también el nombre de la
Tierra Prometida por los judíos. Los cristianos usan a menudo la denominación Tierra Santa. La Tierra de Yisrael ha sido conocida como
Palestina (a veces incluyendo zonas de Jordania, Siria y Egipto) desde la época romana hasta el presente. Hoy día los movimientos
sionistas siguen utilizando el concepto asociándolo al moderno Estado de Israel.
b
La Estrella de David (en hebreo ‫מגן דוד‬, Magen David o Mogen Dovid en Hebreo Ashkenazi), también llamada escudo de David o sello de
Salomón, es uno de los símbolos del judaísmo. Aunque tradicionalmente el distintivo religioso del culto judío fue la menorá, el candelabro
ritual de siete brazos, el emblema —compuesto por dos triángulos equiláteros superpuestos, formando una estrella de seis puntas— se
empleó frecuentemente para distinguir las comunidades y distritos reservados para los judíos a partir de la Edad Media. Con el
establecimiento del Estado de Israel, la estrella de David sobre la bandera azul y blanca se convirtió en el símbolo del estado tal y como
hubiese querido el fundador del sionismo Teodoro Herzl.
c
El 13 de junio del 323 a EC, Alejandro murió en el palacio de Nabucodonosor II de Babilonia. Le faltaba poco más de un mes para cumplir
los 33. Existen varias teorías sobre la causa de su muerte, que incluyen envenenamiento por parte de los hijos de Antípatro (Casandro y
Yolas, siendo éste último copero de Alejandro) u otros, enfermedad (se sugiere que pudo ser la fiebre del Nilo), o una recaída de la malaria
que contrajo en el 336 a EC Se sabe que el 2 de junio Alejandro participó en un banquete organizado por su amigo Medio de Larisa. Tras
beber copiosamente, inmediatamente antes o después de su baño, le metieron en la cama por encontrarse gravemente enfermo. Los
rumores de su enfermedad circulaban entre las tropas, que se pusieron cada vez más nerviosas. El 12 de junio, los generales decidieron
dejar pasar a los soldados para que vieran a su rey vivo por última vez, de uno en uno. Ya que el rey estaba demasiado enfermo como para
hablar, les hacía gestos de reconocimiento con la mirada y las manos. El día después, Alejandro ya estaba muerto. La teoría del
envenenamiento deriva de la historia que sostenían en la antigüedad Justino y Curcio. Según ellos, Casandro, hijo de Antípatro, regente de
Grecia, transportó el veneno a Babilonia con una mula, y el copero real de Alejandro, Yolas, hermano de Casandro y amante de Medio de
Larisa, se lo administró. Muchos tenían razones de peso para deshacerse de Alejandro. Las sustancias mortales que podrían haber matado
a Alejandro en una o más dosis incluyen el heléboro y la estricnina. Según la opinión de Robin Lane Fox, el argumento más fuerte contra la
teoría del envenenamiento es el hecho de que pasaron doce días entre el comienzo de la enfermedad y su muerte y en el mundo antiguo
no había, con casi toda probabilidad, venenos que tuvieran efectos de tan larga duración. La cultura guerrera de Macedonia favorecía la
espada antes que la estricnina, y muchos historiadores antiguos, como Plutarco y Arriano, mantuvieron que Alejandro no fue envenenado
sino que murió por causas naturales, como la malaria o la fiebre tifoidea, dos enfermedades comunes en Babilonia. En 1998 un artículo del
New England Journal of Medicine atribuyó su muerte a la fiebre tifoidea complicada por una perforación gastrointestinal y parálisis
ascendiente. Otras enfermedades podrían haberlo agravado, como la pancreatitis aguda o la fiebre del Nilo. Recientemente, otros han
propuesto que Alejandro pudo haber muerto víctima de un mal tratamiento de sus síntomas. Se le pudo haber administrado heléboro, que
en aquella época se usaba mucho en medicina pero que era letal en dosis altas, de forma irresponsable para acelerar la recuperación del
impaciente rey, con resultados catastróficos. Hipótesis parecidas a estas citan a menudo que la salud de Alejandro había caído a niveles
bajísimos tras años de beber copiosamente y también a consecuencia de sus muchas y graves heridas (especialmente la del pulmón, en la
India, que casi le quita la vida), y que por tanto era cuestión de tiempo que una enfermedad u otra le matara definitivamente. Ninguna
hipótesis puede considerarse como irrefutable, ya que la muerte de Alejandro se ha reinterpretado varias veces a lo largo de la historia. Lo
que sí tenemos como cierto es que Alejandro murió tras sufrir fiebres altas el 13 de junio del 323 a EC En su lecho de muerte, sus
generales le preguntaron a quién legaría su reino. Ya que Alejandro no tenía ningún heredero legítimo y obvio (su hijo Alejandro IV nacería
tras su muerte, y su otro hijo era de una concubina, no de una esposa), era una cuestión de vital importancia. Se debate mucho lo que
Alejandro respondió: algunos creen que dijo Krat'eroi (‘al más fuerte’) y otros que dijo Krater'oi (‘a Crátero’). Esto es posible porque la
pronunciación griega de ‘el más fuerte’ y ‘Crátero’ difieren sólo por la posición de la sílaba acentuada. La mayoría de los historiadores creen
que si Alejandro hubiera tenido la intención de elegir a uno de sus generales obviamente hubiera elegido a Crátero porque era el
comandante de la parte más grande del ejército, la infantería, porque había demostrado ser un excelente estratega, y porque tenía las
cualidades del macedonio ideal. Pero Crátero no estaba presente, y los otros pudieron haber elegido oír Krat'eroi, ‘el más fuerte’. Fuera cual
fuese su respuesta, Crátero no parecía ansiar el cargo. Entonces, el imperio se dividió entre sus sucesores, los diádocos.

d
Cuando Alejandro Magno murió el 13 de junio del 323 a EC, algunos de los generales del soberano Alejandro no pensaban en dividirse el
imperio entre ellos. En primer lugar, porque su lealtad hacia el rey fallecido, hacia sus herederos y hacia la familia real era muy fuerte, si no
lo era entre todos sus generales, por lo menos lo era entre la inmensa mayoría de sus soldados. La idea de un único imperio perduró
durante 20 años desde que las fuerzas resistieron el ataque de Antígono I Monóftalmos pero todos los demás generales estuvieron en su
contra y le presentaron batalla en Ipso, en el año 301 a EC, en Frigia, en el centro de Asia Menor. Murió en la contienda. Su hijo fue
Demetrio Poliorcetes, que llegó a ser rey de Macedonia. Padre e hijo fueron los mayores instigadores y en parte responsables de todas las
intrigas y peleas que hubo entre los generales a la muerte de Alejandro.
Algunos, entre ellos Pérdicas, prefirieron la opción de fortalecer el gobierno central y la organización de forma drástica. Ptolomeo, y otros
generales preferían la constitución de una asamblea con líderes que gobernaran con una sola forma de gobierno justa y disciplinada,
cubierta con una estructura la cual diera una autonomía ejemplar y fuerte a las provincias y que temieran con únicamente mencionar el
nombre de Macedonia. En ambos casos, se decidió esperar el nacimiento del niño de Roxana, la viuda de Alejandro. Si se trataba de un
varón sería rey. Pérdicas y Leonato, serían los tutores temporales principales del bebé que Roxana tuviera. Eumenes, medio hermano de
Alejandro es proclamado rey bajo el nombre de "Filipo III Arrideo", pero los derechos del niño por nacer se conservaron, y el niño al nacer
iba a ser proclamado rey con el nombre de Alejandro IV de Macedonia.

Pérdicas gobernador del reino. Crátero (el funcionario al que, sin duda, Alejandro le tuvo mayor confianza después de Hefestión), se
convirtió en tutor de Filipo III, por su epilepsia y su retraso mental. Crátero Antipatro de Macedonia conservó la regencia de Macedonia y
Grecia, mientras que su hijo Casandro, que llegó a Babilonia, poco antes de la muerte de su padre, se colocó a la cabeza del batallón que
cubría el flanco derecho de las falanges. Seleuco recibió el derecho al mando de la caballería.

Para marcar su nueva autoridad, Pérdicas hizo ejecutar rápidamente a Méléagre entre una treintena de insurgentes de la falange.

Por decisión de la Junta de Gobierno de Babilonia, el Imperio se dividió en satrapías. Ptolomeo recibió Egipto (la satrapía más rica y más
poblada) y planeó grandes ambiciones para el futuro. Lisímaco recibió Tracia, a donde acudió rápidamente para hacer frente a las
revueltas. Leonato recibió Frigia. Peithon recibió Media. Peceustas recibió Persis. Filotas recibió Cilicia. Archon recibió Babilonia. Asandro
recibió Caria. Atropates, uno de los pocos gobernantes asiáticos que permanecía en su puesto, conservó Atropatene. Eumenes de Cardia
recibió Capadocia y Paflagonia con la condición de que las conquistase, ya que ninguno de estos dos territorios fueron tomados por
Alejandro.

e
En hebreo, el termino "zugot" indica el plural de dos objetos idénticos, (como en castellano par de medias o par de guantes). Este nombre
fue dado a las sucesivos "pares" de rabinos que fueron guías en la interpretación de la Ley en su generación. De acuerdo a la tradición, uno
era el presidente (Nasí) del Sanedrín, y el otro el vicepresidente o "Padre de la corte" (av beit din). Específicamente se refiere a cinco pares
de sabios que dirigieron el gran Sanedrín (Beit Din HaGadol) desde aprox. -150 EC cuando el segundo estado de Judea fue establecido
como estado independiente hasta el fin del mandato como Nasí de Hillel (el anciano)( aprox. año 0 EC). Luego los cargos de Presidente y
Vicepresidente se mantuvieron, pero no fueron Zugot. Con el ascenso de estado judío independiente bajo la dinastía de los Hasmoneos, se
fortaleció el rol de los tribunales, desplazando las figuras de los sacerdotes hacia los maestro s en la ley, los rabinos. El Sumo Sacerdote
(Koen Gadol) pasó de ser la máxima autoridad legal y espiritual a una figura que encabezaba los servicios del templo pero que estaba
subordinada al gran Sanedrín. Este cesó de existir luego de la destrucción del segundo templo en el 70 EC.

El título de av beit din existía antes del período de los Zugot. Su propósito era supervisar el Sanedrín. El cargo de Nasí (presidente) fue una
nueva institución que se inició durante este período. Durante la primera generación de Zugot, los judíos que apoyaban al sector griego en
Israel tomaron control sobre la institución del Koen Gadol, y nombraron sus simpatizantes en este cargo. Esto llevó a los líderes religiosos a
elegir un Nasí, para proveer una alternativa a la creciente corrupción de la casta sacerdotal. Esta fue la base del posterior enfrentamiento
entre Saduceos y Fariseos.

f
Los filisteos (en hebreo: ‫תים‬ִּ ‫ש‬ ְ , pəlištīm lit. 'invasores', árabe : ‫ بليستوسين‬bilīstūsiyyīn) fueron un pueblo de la Antigüedad, del cual existen
ְׁ ‫פִל‬
testimonios en diferentes fuentes textuales (asirias, hebreas, egipcias) o arqueológicas. Los filisteos aparecen en las fuentes egipcias del
siglo XII a EC, donde son presentados como los enemigos de Egipto venidos del norte, mezclados con otras poblaciones hostiles conocidas
colectivamente por los antiguos egipcios bajo el nombre de Pueblos del Mar. Tras su enfrentamiento con los egipcios, los filisteos se
establecieron en la costa suroeste de Canaán, es decir, en la región central de la actual Franja de Gaza. En contextos posteriores, este
territorio sería denominado Filistea. Sus ciudades dominaron la región hasta la conquista asiria de Tiglatpileser III en el año 732 a EC.
Seguidamente, fueron sometidos a los imperios regionales y parecen haber sido asimilados progresivamente. Las últimas menciones a los
filisteos datan del siglo II a EC, en la Biblia.

g
Bar Mitzvah (hebreo: ‫בר מצוה‬, "obligado por el precepto"), Bat Mitzvah (‫בת מצוה‬, "obligada por el precepto") o Bar Mitzvah en pronunciación
Ashkenazi, son los términos para describir el alcance de la madurez de un adolescente (varón y mujer) judío. De acuerdo a la halajá,
cuando un niño o niña judía alcanza la mayoría de edad (12 años para las niñas, 13 años para los varones), se vuelve responsable de sus
actos y se convierte en Bar Mitzvá ‫מְצָוה‬
ִ -‫בר‬
ַּ (varón) o Bat Mitzvá ‫מְצָוה‬
ִ -‫בת‬
ַּ (mujer). En hebreo, las palabras "ben" o "bat" significan, además de
"niño" o "niña" respectivamente, "sujeto a" o "sometido a" (una ley, un castigo o unas obligaciones); por lo que la expresión se refiere a que
el mozo o moza se somete en lo sucesivo al mandamiento de la halajá judía. El plural es benei mitzván (masculino) o benot mitzvá
(femenino). Antes de los 12/13 años, son los padres quienes son responsables de la atención que sus hijos le dé a las leyes y tradiciones
judías. Luego son los niños los que asumen la responsabilidad de sus actos según las leyes, tradiciones y ética judía. Además, a esta edad
ya pueden participar en la comunidad como un miembro completo. Tradicionalmente, el padre del chico o chica agradece a Dios que ya no
será castigado por los pecados de su hijo o hija. (Genesis Rabba, Toldot 23:11) Habitualmente, los términos "bar mitzvá" y "bat mitzvá" se
usan para referirse a la ceremonia o celebración que habitualmente le acompaña. Sin embargo, en realidad el término hace alusión a la
"condición legal" de la persona desde el punto de vista de la ley judía. La ceremonia en sí misma no cambia el estatus del participante ni le
otorga derechos o responsabilidades adicionales más allá de los que conlleva el cumplir 12 o 13 años. Hoy en día la ceremonia consiste en
que el Bar Mitzvah o Bat Mitzvah es llamado a leer de la Torá y/o el Haftarah, en caso de que esta tome lugar en el Sabat. Sin embargo, la
ceremonia varía según el grado de observancia de la comunidad. La mayoría de los judíos ortodoxos rechazan que una mujer lea en
público de la Torá o dirija la ceremonia mientras haya una minyán a disposición. A pesar de eso, la celebración de una niña que se
convierta en Bat Mitzvah ha ido ganando adeptos en el Judaísmo ortodoxo moderno. Para los judíos sefarditas, un chico alcanza recién su
mayoría de edad al cumplir los catorce años.
h
Llevó el nombre de Cónsul la magistratura romana creada para sustituir a la monarquía al frente del Estado (Véase Roma (República)).
Cada año se elegían dos cónsules. Progresivamente van perdiendo atribuciones: primero algunas facultades judiciales civiles y criminales
(delegadas en Cuestores o Decenviros nombrados en cada caso); después sus decisiones debieron ser refrendadas por el Senado; luego
pierde la administración del Tesoro (en favor de los Cuestores) y la de los archivos públicos; más tarde perdió el control de las arcas del
ejército (en favor de los Cuestores Militares); posteriormente pierde sus funciones de censor (en favor de los Censores) y de nombrar las
vacantes del Senado (también atribuidas a los Censores); después perdió la facultad de nombrar Cuestores (que pasó a los comicios
tribunados); luego perdió otras atribuciones judiciales (en favor del Pretor); posteriormente las competencias sobre fiestas, policía y
mercados (en favor de los Ediles Curules), y también la facultad de nombrar dictador (que pasó al Senado). Finalmente solo conservaba
algunas funciones, pero significativas, parte del poder legislativo y el mando del Ejército. Las funciones de los cónsules, al aumentar el
territorio, hubieron de ser delegadas para cada provincia: primero en cuestores insulares con funciones consulares (en las islas desde el
227 a. C.) y después con la figura del procónsul (o propretor) para Hispania Citerior y Ulterior (197 a. C.). En el 190 a. C. se estableció que
para acceder al Consulado debía haberse pasado con anterioridad por las magistraturas inferiores, con un tiempo de inactividad prefijado
entre cada magistratura (véase cursus honorum). Como ocurrió con la censura, esta disposición hizo que el consulado fuera accesible casi
en exclusiva a la aristocracia.

i
Apenas ninguna otra enfermedad nos permite remontarnos en la historia de la medicina tanto como la epilepsia; existen numerosas
referencias desde los primeros tiempos de la historia que constatan que esta enfermedad ha acompañado al hombre desde sus orígenes,
está enfermedad era considerada como una de las enfermedades crónicas más habituales. El concepto de "Epilepsia" se deriva de la
palabra griega "epilambaneim", que significa "ser agarrado, atacado". Epilepsia es pues "ataque" o "enfermedad que se manifiesta por
medio de ataques". (Termino utilizado actualmente crisis.) Dado que hay diferentes enfermedades que producen crisis, es mejor hablar de
epilepsias. En antiguos textos mesopotámicos se describen ya sus síntomas típicos como enfermedad bennu. Se comprueba también que
no era infrecuente: en el código de Hammurabi, cuerpo legislativo de la Babilonia del siglo XVII a. C., se establece que, si se descubre que
un esclavo adquirido recientemente sufre bennu, este puede ser devuelto a su anterior propietario en el plazo de un mes. El cuerpo de
quien padece una crisis epiléptica parece no obedecer a su dueño, sino a voluntad ajena. De ahí que se relacionara con la deidad. Los
seguidores de la religión tibetana bon tenían por elegidos a quienes la padecían, mientras que en la antigüedad judeocristiana se
consideraba su padecimiento como un castigo divino o como obra de demonios. El Evangelio de Marcos (9, 17-18) incluye una descripción
de la época que ilustra a la perfección una crisis epiléptica: "Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu inmundo, y dondequiera
que se apodera de él, le derriba y le hace echar espumarajos y rechinar los dientes y se queda rígido..." La pretendida curación consistía
habitualmente en la expulsión del espíritu maligno mediante un poderoso exorcismo.[cita requerida] Pero no tardó en cuestionarse el origen
preternatural de la epilepsia. En el siglo V a. C., Hipócrates observó en soldados y gladiadores que las heridas por traumatismo
craneoencefálico se asociaban con cierta frecuencia a ataques epilépticos, desconcertantemente similares a los que observaba en sus
propios pacientes; y el mismísimo Julio César sufría esta afección. Galeno (130-200 d. C.) llegaría a la misma conclusión que Hipócrates.
En la Edad Media se perdió ese legado médico. Se volvió a atribuir a la epilepsia una causa sobrenatural. Los enfermos y sus familiares
rezaban, implorando ayuda, a la Virgen María y a San Valentín, en particular. De hecho, en algunos países se conocía la epilepsia como
mal de San Valentín. Debido al estigma bíblico, se la llamó morbus sacer, y se dividió por mucho tiempo en grand mal y petit mal. El primero
hacía referencia a las convulsiones caracterizadas por inconsciencia, el paciente se caía al suelo y en algunos casos se contorsionaba,
apretaba los dientes y emanaba espuma de la boca. El petit mal se caracteriza por un efímero momento de inconsciencia, a menudo
quienes rodean al paciente no se percatan del ataque. Aún se considera con gran recelo este trastorno neurológico por los que conocen
poco sobre él.

j
El Mesías judío, (‫ )משיח‬o Mashiaj, o Moshiaj, tradicionalmente se ha referido a un futuro Rey judío de la línea davídica (descendiente de
David Bíblico) que será "ungido" (en el hebreo, mashiaj-‫"( משיח‬Mesías") significa "ungido" con santa aceite de oliva) e investido para
gobernar a los judíos. En el hebreo estándar el Mesías a menudo es mencionado ‫ מלך המשיח‬Mélej Ja'Mašía, literalmente "el Rey ungido".
Hoy, varias denominaciones judías tienen desacuerdos agudos sobre este sujeto y lo que se espera de él. El entendimiento predominante
judío del moshiaj ("el Mesías") está basado en las escrituras de Maimónides, (el Rambam). Sus creencias sobre el Mesías están recogidas
en su Mishné Torá, su compendio de 14 volúmenes de la ley judía, en la sección Hiljot Melajim Umiljamoteihem, capítulo 11. Aquí denomina
a un rey judío humano, que no es de origen divino como lo es Jesús para el cristianismo, aunque tendría cercanía al dios judío (quizás
como Moisés). También se encuentra en las plegarias diarias ya que es un fundamento en la vida judía creer con fe completa que el
mashiaj llegara en cada DIA. El Mesías judío debe de garantizar las fronteras bíblicas del reino judío prometido en la Torá a Israel y la
protección del pueblo judío entre otras cosas. Para algunas ramas del judaísmo, especialmente la hasidí, el Mesías se manifestaría en la
humanidad solo dadas ciertas condiciones, por lo cual cada generación generaría un "candidato" a ser el Mesías, que asumiría tal condición
si se cumplen los presupuestos necesarios. Además, el Mesías se contaría entre los 36 hombres justos, los Tzadikim.

k
Mitrídates I fue rey de Partia en el periodo 171 a. C.-138 a. C. Hijo de Priapatios y sucesor de su hermano Fraates I. Convirtió a Partia en
una potencia política, expandiendo su imperio hacia el Este, Sur y Oeste. Durante su reinado, los partos conquistaron Herat (167 a. C.),
Babilonia (144 a. C.), Media (141 a. C.) y Persia (139 a. C.) En primer lugar se dirigió al Este, derrotando a Eucrátides I, rey del Reino
Grecobactriano.1 Esto le dio el control de Bactriana, Margiana y Aria, incluyendo la ciudad de Herat. Estas victorias dieron a Partia el control
de las rutas de comercio terrestre entre el Este y el Oeste Ruta de la Seda y Camino Real Persa). Esto se tradujo en el aumento de riqueza
y poder, y fueron conservados celosamente por los Arsácidas, que consiguieron mantener el dominio directo de las tierras a través de las
que pasaban la mayor parte de las rutas. En 139 a. C. Mitrídates capturó al seléucida Demetrio II, manteniéndole cautivo durante 10 años,
mientras consolidaba sus conquistas. Demetrio se casó más tarde con Rodoguna, una hija de Mitrídates, con la que tuvo varios hijos. Las
victorias partas rompieron los débiles lazos que mantenían con los griegos del Oeste, que habían sustentado el helenismo del Reino Greco
Bactriano, aunque Mitrídates promovió activamente el helenismo en las áreas que controlaba, y se autotitula Filo heleno en sus monedas.
Las monedas acuñadas durante su reinado muestran por primera vez el retrato de estilo griego en Partía, mostrando la diadema real,
símbolo típico griego de la realeza. Mitrídates reanudó la acuñación de monedas, suspendido desde Rasases II, quien se vio obligado a
someterse a Antioco III.
l
Pericles (495 a. C.- 429 a. C.) (en gr. Περικλῆς, “rodeado de gloria”), fue un importante e influyente político y orador ateniense en los
momentos de la edad de oro de la ciudad (en concreto, entre las guerras Médicas y las del Peloponeso). Descendía por línea materna de la
familia de los Alcmeónidas. Fue el principal estratega de Grecia. Gran dirigente, un hombre honesto y virtuoso. Llamado el Olímpico, por su
imponente voz y por sus excepcionales dotes de orador. Tuvo tanta influencia en la sociedad ateniense que Tucídides, un historiador
coetáneo, lo denominó como “el primer ciudadano de Atenas”. Pericles convirtió a la Confederación de Delos en el Imperio ateniense, y
dirigió a sus compatriotas durante los primeros dos años de la Guerra del Peloponeso. El periodo en el que Pericles gobernó Atenas a
veces es conocido como el “Siglo de Pericles”, aunque ese período a veces puede abarcar fechas tan recientes como las Guerras Médicas
o tan tardías como el siglo siguiente. Promocionó las artes y la literatura. Por esta razón Atenas tiene la reputación de haber sido el centro
educacional y cultural de la Antigua Grecia. Comenzó un ambicioso proyecto que llevó a la construcción de la mayoría de las estructuras
supervivientes en la Acrópolis de Atenas, incluyendo el Partenón, así como de otros monumentos como los Propileos. Su programa
embelleció la ciudad y sirvió para exhibir su gloria, a la vez que dio empleo a muchos ciudadanos. Además, Pericles defendió hasta tal
punto la democracia griega que algunos de sus críticos le consideran populista.

Rival de Cimón en 459 a. C. y jefe del partido democrático. Después de la muerte de Cimón, condenó a Tucídides (el político, no el
historiador) al ostracismo. Fundó en sólidas bases la potencia naval y colonial de Atenas, sometió la isla de Eubea en 446 a. C., la de
Samos en 440 a. C. e hizo tomar parte a Atenas en la Guerra del Peloponeso.

Discípulo de Anaxágoras de Clazómenes y de Zenón de Elea, fue amigo de Fidias y atrajo a Atenas al arquitecto Hipodamo de Mileto, al
filósofo Protágoras, y al historiador Heródoto. En su época brillaron Sófocles y Eurípides, máximas figuras del teatro griego y destacó el
círculo de Aspasia.

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