de
Xavier Villaurrutia
ENIGMA EN UN ACTO
A Celestino Gorostiza
PERSONAJES:
EL EMPLEADO
UN MARIDO
UN CURIOSO
UN ABOGADO
TRES SEÑORAS
ESCENA I
El marido, el empleado
EL MARIDO.-... solo que, más bien que con el señor Fernández, estoy citado aquí en su
sala de espera y no sé...
(El empleado se inclina y sale por la puerta de la izquierda. El marido busca el asiento
menos visible y lo ocupa. Pausa. Se oye el timbre de la puerta de entrada. Reaparece el
empleado. Abre la puerta de entrada y aparece el curioso.)
ESCENA II
EL EMPLEADO.-Diga usted.
EL EMPLEADO.-Mis puntos de vista son, seguramente, tan diversos a los suyos, que, a lo
mejor, la persona que a mí me parece joven a usted le parece un superviviente.
EL EMPLEADO. Comparado con el señor padre del señor Fernández, el señor Fernández
es joven; comparado con el hijo del señor Fernández, el señor Fernández ya no es joven.
EL EMPLEADO.-EI señor Fernández no tiene secretos. ¿Por qué había de tener secretario?
Yo atiendo los teléfonos, recibo a los clientes. No tengo otra misión. Soy un simple
empleado.
EL CURIOSO.-No es mía la culpa: calla usted como un secretario particular y habla usted
como un poeta.
EL CURIOSO.- ¿Ambivalencia?
EL EMPLEADO.-Si usted quiere. Y, más todavía, dobles modos de ser que, como en mi
caso, son aparentemente enemigos.
EL CURIOSO.- ¿Y si yo le dijera a usted que soy dichoso y que no necesito explicarme los
tormentos que no sufro?
EL CURIOSO.- ¿Y ahora?
EL CURIOSO.-Es verdad.
(Se oye el timbre de la puerta de entrada. Los clientes vuelven a sus puestos y adoptan
actitudes de indiferencia. El empleado recobra su personalidad de empleado)
ESCENA III
(La señora entra en el privado. El empleado vuelve al punto de reunión y toma asiento. El
curioso ha vuelto a acercar la silla. Todo está como antes de la llegada de la primera
señora.)
(Entra una segunda señora, idéntica a la anterior. Podría jurarse que es la misma. Saca de
su bolsa de mano una tarjeta y la entrega al empleado, que la invita a entrar en el
privado.)
(Se oye por tercera vez la misma llamada del mismo timbre en la misma puerta. El curioso
y el empleado repiten inconscientemente los mismos gestos y movimientos. Todo vuelve a
ocupar su sitio inicial. Sólo el marido queda hecho una estatua cuando al oír la voz del
empleado aparece y entra una tercera señora idéntica las dos anteriores. Podría jurarse
que es también la misma.
EL MARIDO.- (Logrando al fin hablar] ¿Quién es?... (Al empleado.) ¿Quién es esa mujer?
EL MARIDO.- (Cogiendo la solapa del saco del empleado; con voz alterada.) ¿Quién es?
EL CURIOSO.-Si, respóndale.
EL EMPLEADO.- Tiene usted razón. Ahora no debo mentir, ni ocultar ni callar nada.
Ahora debo decir la verdad desnuda, en vez de hablarle como un empleado hipócrita.
EL CURIOSO.-¿Cuál de las tres? ¿Quieren saber sus nombres? Cada una de ellas entrega a
usted una tarjeta.
EL EMPLEADO.- Trataré de recordar por todos los medios que estén a mi alcance. Le diré
la verdad, toda la verdad. Venga usted conmigo. (Se dirige al privado seguido de cerca por
el curioso, que no pierde ocasión de probar que lo es, y por el marido. Entreabre la
puerta, mira y señala.) ¿Se refiere usted a la señora vestida de negro, a la señora del velo?
EL MARIDO.-Sí, a la señora.
EL CURIOSO.- Lunes.
EL EMPLEADO.- O, más bien, vino tres días seguidos a la misma hora, a esta hora... o tres
veces el mismo día.
(Al oír esta frase, el marido se derrumba abatido en la silla. Los dos lo rodean.)
EL EMPLEADO.- ¿Quién?
EL CURIOSO.- ¿Quién?
EL CURIOSO.-Naturalmente.
EL CURIOSO.- (Sin poder resistir más tiempo.) ¿Quién es ella? ¿Quién es?
EL MARIDO.- (Al empleado.) Usted lo ha adivinado. Lo leo en sus ojos. Dígaselo usted.
Yo no podría.
EL MARIDO.- Ahora todos lo sabemos. Fue ayer, por la noche, gracias a un anónimo, a
este anónimo.
(Saca un pliego. El curioso se apodera de él, lo devora más que lo lee; y se lo ofrece al
empleado, que lo toma y, sin mirado siquiera, lo pone en manos del marido.)
EL EMPLEADO.- (Se sienta. Y luego, con su voz más insinuante.) Es inútil: conozco su
estilo impersonal y directo. Durante varios siglos el hombre ha ejercitado esta forma
literaria que alcanza a veces una perfección clásica: al mismo tiempo ql1e dice cuanto tiene
que decir, el autor permanece cobardemente invisible. "Preséntese el lunes por la tarde en
el despacho del abogado Fernández y se convencerá de que su esposa lo engaña en sus pro-
pios ojos."
EL CURIOSO.- Menos.
EL EMPLEADO.-Espere usted: "Con ésta será la tercera vez que esposa visite al abogado
Fernández. Conoce el camino."
(El curioso y el marido quedan suspensos; el anónimo dice lo mismo, ni más ni menos.)
EL EMPLEADO.- (Dueño, más que nunca, de sí.) Nada sabía antes de que usted llegara,
antes de que las cosas sucedieran como sucedido. No soy el autor del anónimo. Tampoco
hay por qué admirarse de que haya podido leerlo. Se trata de un anónimo como otro
cualquiera. Yo los he escrito. Mejor dicho: mis personajes los han escrito. Y la realidad de
esta situación ha hecho posible que yo reproduzca literalmente el texto.
EL EMPLEADO.-Busque usted...
EL EMPLEADO.-Amnesia.
EL CURIOSO.- Eso es; amnesia. ¿He dicho amnesia? ... Buenas noches. (Se inclina y
sale.)
ESCENA V
El marido, el empleado
EL MARIDO.-Estoy seguro de que si usted no acude pronto, ella saldrá. Está impaciente.
Su llamada lo indica. Yo prefiero hablarle aquí y, si usted lo permite, hablarle sin luz.
(El empleado apaga la luz más viva. Queda una opaca luz de acuario.)
EL MARIDO.-Sí.
EL EMPLEADO.- ¡Qué nos importa lo que viene de fuera! Ahora nadie le molestará.
ESCENA VI
(Una pausa. Se abre la puerta del privado y aparece la primera señera. El marido da un
paso hacia ella. La señora hace un gesto de sorpresa al hallarse en un lugar casi sin luz;
duda si volver al privado, si llamar; se dispone al fin a salir cuando el marido se le acerca
y con una voz que quiere ser firme le dice.)
EL MARIDO.-¡Mariana! (Pausa.) ¿Por qué has venido? Lo sé todo gracias a este papel.
Podría matarte, pero tu cuerpo no sentiría la venganza que te reservo... (La señora,
sorprendida, hace un gesto que anuncia que va a hablar.) Ni una palabra. ¡Fuera de aquí!
¡En seguida! ¡No hables! ¡Aquí no! (Cubriéndose la cara.) ¡Aquí no!
(La primera señora ahoga un grito y sale aprovechando esté momento. Pausa. Cuando el
marido se descubre la cara, se abre la puerta del privado y aparece la segunda señora. El
marido, al verla, con una voz que cede.)
¿Por qué has vuelto? No sé si te has puesto ese velo para ocultar tu vergüenza o tu
desvergüenza... Mira, también yo he velado mi cara: he apagado la luz... También yo soy
un cobarde... ¡Si pudieras no volver! Vámonos de aquí. Vámonos... Si pudieras no volver...
Espera, espera.
(Busca su sombrero. No lo encuentra; lo encuentra al fin. Va a salir tras ella, pero algo lo
imanta a su espalda: es la tercera señora, que ha abierto la puerta del privado y que
aparece en el umbral. El marido al verla se dirige hacia ella y queda vencido, encogido,
trémulo hasta el final.)
Ya 1o ves. Aquí estoy. No puedo dejar de venir. Te espío. Te espero. Sigo tus pasos. No he
podido vengarme... Te reservaba un odio constante, diario, secreto... pero todo no ha sido
sino un amor nuevo, más agudo y más lúcido que el otro.
(La tercera señora cruza rápidamente la sala y antes de salir ahoga el mismo grito. El
marido queda anulado, inmóvil, sin fuerzas para seguirla, en medio de la sala. Pausa. Se
abre la puerta del fondo y entra el abogado. Se asombra de hallar oscura la sala. Se dirige
al conmutador. Enciende la luz. Encuentra el audífono descolgado. Lo toma y habla.)
ESCENA VII
El marido, el abogado
EL ABOGADO.- Bueno... Bueno... (Cuelga el audífono.)
TELÓN