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Pontificia Universidad Católica de Chile


College UC // Instituto de Ciencia Política
Daniel Enrique Corvalán

Decisión última: Voluntad de una comunidad.


Tabla de abreviaturas:
Marsilio de Padua, El defensor de la paz………………………………………………...Def.

El hombre en tanto ζῷον πολιτικόν busca la vida en comunidad pues ésta le permite
alcanzar el bien vivir que no obtiene por sí mismo por lo cual necesita de la asociación.
Éste bien vivir lo alcanza dentro de la ciudad o el reino, como Marsilio de Padua indica en
El defensor de la paz. La ciudad [o el reino, (en adelante se hará referencia a la ciudad
englobando a ambos conceptos)], cual figura animada, se compone de diferentes partes y la
ejecución de las acciones que a cada de una de las partes le compete por naturaleza y según
la razón hacen saludable a esta ciudad, generando así tranquilidad. Las partes, a las que
hace referencia Padua, son los oficios que en la ciudad se ejercen, que nacen de la división
del trabajo y buscan alcanzar la causa final perfecta de la ciudad a partir de la comunión.
Dentro de las seis clases a las que Padua hace referencia, me limitaré y centraré en dos en
particular, la sacerdotal y la judicial o deliberativa.

“El vivir mismo y el bien vivir es conveniente al hombre de dos modos, uno temporal
o intramundano, y otro eterno, o, como se acostumbra a decir, celeste.” (Def, I, IV, §3). Del
primero se hará cargo el legislador, del segundo, el sacerdote. Cada uno, cumpliendo la
función que le corresponde dentro de la ciudad, está sometido a la comunidad civil, en
tanto partícipe de la ciudad. La ley humana sólo regula aquellos actos transeúntes según la
definición de Padua (en Def, I, V, §4), mientras que lo que la ley humana no puede regular,
por tratarse de temas que sobrepasan al poder de la misma, constituyen la ley divina, la cual
incita a la virtud y aparta de los vicios en tanto se contextualizan dentro de una realidad
metafísica por la que motivan a realizar o no ciertos actos argumentando el devenir
posterior del alma, que depende del comportamiento terrenal, moderando de esta forma
tanto los actos transeúntes como los inmanentes del género humano. De aquí que existan
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cosas lícitas de acuerdo a la ley humana, que son condenables de acuerdo a la ley divina, y
viceversa.

El fin de la parte sacerdotal, constituyente de la ciudad, es la enseñanza y la


divulgación de la ley evangélica, proclamada por Dios a través de profetas o del “Verbo
encarnado”, la cual induce a la eterna felicidad post mortem. El Papado, quien encabeza la
organización eclesiástica, tiene como única facultad el llamado “poder de llaves” que se
basa en un pasaje bíblico ubicado en Mt. 16: 19. Por tanto es limitado el poder de la Iglesia
y no puede ser considerada una societas perfecta pues no es autosuficiente en tanto
comunidad. En consecuencia es necesario el sometimiento de ésta ante la comunidad civil,
pues es menor la perfección de la primera.

La institución del régimen, sobre el que se ordenará la comunidad civil, debe ser
decisión colectiva, siendo el gobernante electo por toda la comunidad, aduciendo que de
esta forma se deja conformes a los súbditos y sus dictámenes se apegarán al bien común y
no al beneficio propio de quien las emite. La elección permite por tanto escoger al mejor
gobernante y hace del gobierno duradero, al evitar divisiones intestinas. Es necesario,
además, la instauración de leyes, pues así se evita la intromisión de las pasiones o la
ignorancia en las decisiones de orden cívico por parte del juez. Las leyes son necesarias
para mantener el orden y la tranquilidad dentro de la ciudad. Sólo el legislador tiene la
autoridad de dar leyes, y para Padua:

El legislador o la causa eficiente primera y propia de la ley es el pueblo, o sea, la totalidad de


los ciudadanos, o la parte prevalente de él, por su elección y voluntad expresada de palabra en
la asamblea general de los ciudadanos, imponiendo o determinando algo que hacer u omitir
acerca de los actos humanos civiles bajo pena o castigo temporal.

Por tanto la comunidad de ciudadanos (universitas civium) está facultada de participar


del gobierno consultivo o judicial, haciendo leyes óptimas, según Padua, pues será una
mejor ley aquella que es sometida al juicio de quienes se someterán a ésta, ya que es de
utilidad común. Como el todo es mayor que la parte es la comunidad de ciudadanos quien
debe discernir sobre las leyes sobre las que se basará la convivencia entre sus miembros.
Padua, sin embargo, apunta a que hay personas mejor preparadas en lo referente a la
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creación de leyes, y debiese ser esta minoría la que propusiese las leyes que posteriormente
el conjunto, el pueblo en su totalidad, modificará o no a gusto suyo.

Se deja atrás, por tanto, aquella máxima medieval que manifestaba que quod pacluit
principi, legis habet vigorem. Pues la ley debe ser elegida por la comunidad de ciudadanos,
sustrayendo de esto al gobernante, quien puede proponer leyes, pero no discernir si deben
ser promulgadas como tal o no, pues quién busca un gobierno duradero y el bien común
debe tener consentimiento del pueblo sobre el cuál sus leyes recaerán.

Padua, dentro de la Iglesia, identifica a un grupo análogo a la universitas civium, es la


comunidad de creyentes (universitas fidelium), y le atribuye las mismas características que
la comunidad de ciudadanos.

En la organización de la Iglesia de la época, el Papa había adquirido demasiado


poder, siendo éste un simple sacerdote que ha sido investido como Sumo Pontífice,
haciéndolo superior a los demás presbíteros. El Papa tomaba decisiones arbitrarias que
afectaban a la comunidad de creyentes en su totalidad, y es por tanto menester, según
Padua, el advertir que debe ser la universitas fidelium quien defina los asuntos importantes
del dogma eclesiástico. Esto fundamentado en que es la comunidad quien tiene la decisión
última y su consentimiento es necesario para imponer la propuesta de alguien respecto a un
tema que le afecta directamente a la comunidad.

De la misma forma en que la comunidad de ciudadanos, en tanto persona ficta, se


organizaba en una asamblea para deliberar tal como una persona natural lo haría en lo
relativo a las leyes que la gobernarán, pues sólo de ella emana la ley, así también la
comunidad de creyentes como persona ficta debiese deliberar en concilios aquellos asuntos
que la afecten directamente en el ámbito específico en que se ve involucrada, la religión.
Siguiendo la misma línea, es la comunidad civil quien debe elegir a la cabeza de la Iglesia.
Así Padua permite que el poder político se inmiscuya en las decisiones de aquella societas
subordinada al gobierno civil.

Referencias:

Padua, M. d. (1989). El defensor de la paz. Madrid: Tecnos.

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