El hombre en tanto ζῷον πολιτικόν busca la vida en comunidad pues ésta le permite
alcanzar el bien vivir que no obtiene por sí mismo por lo cual necesita de la asociación.
Éste bien vivir lo alcanza dentro de la ciudad o el reino, como Marsilio de Padua indica en
El defensor de la paz. La ciudad [o el reino, (en adelante se hará referencia a la ciudad
englobando a ambos conceptos)], cual figura animada, se compone de diferentes partes y la
ejecución de las acciones que a cada de una de las partes le compete por naturaleza y según
la razón hacen saludable a esta ciudad, generando así tranquilidad. Las partes, a las que
hace referencia Padua, son los oficios que en la ciudad se ejercen, que nacen de la división
del trabajo y buscan alcanzar la causa final perfecta de la ciudad a partir de la comunión.
Dentro de las seis clases a las que Padua hace referencia, me limitaré y centraré en dos en
particular, la sacerdotal y la judicial o deliberativa.
“El vivir mismo y el bien vivir es conveniente al hombre de dos modos, uno temporal
o intramundano, y otro eterno, o, como se acostumbra a decir, celeste.” (Def, I, IV, §3). Del
primero se hará cargo el legislador, del segundo, el sacerdote. Cada uno, cumpliendo la
función que le corresponde dentro de la ciudad, está sometido a la comunidad civil, en
tanto partícipe de la ciudad. La ley humana sólo regula aquellos actos transeúntes según la
definición de Padua (en Def, I, V, §4), mientras que lo que la ley humana no puede regular,
por tratarse de temas que sobrepasan al poder de la misma, constituyen la ley divina, la cual
incita a la virtud y aparta de los vicios en tanto se contextualizan dentro de una realidad
metafísica por la que motivan a realizar o no ciertos actos argumentando el devenir
posterior del alma, que depende del comportamiento terrenal, moderando de esta forma
tanto los actos transeúntes como los inmanentes del género humano. De aquí que existan
2
cosas lícitas de acuerdo a la ley humana, que son condenables de acuerdo a la ley divina, y
viceversa.
La institución del régimen, sobre el que se ordenará la comunidad civil, debe ser
decisión colectiva, siendo el gobernante electo por toda la comunidad, aduciendo que de
esta forma se deja conformes a los súbditos y sus dictámenes se apegarán al bien común y
no al beneficio propio de quien las emite. La elección permite por tanto escoger al mejor
gobernante y hace del gobierno duradero, al evitar divisiones intestinas. Es necesario,
además, la instauración de leyes, pues así se evita la intromisión de las pasiones o la
ignorancia en las decisiones de orden cívico por parte del juez. Las leyes son necesarias
para mantener el orden y la tranquilidad dentro de la ciudad. Sólo el legislador tiene la
autoridad de dar leyes, y para Padua:
creación de leyes, y debiese ser esta minoría la que propusiese las leyes que posteriormente
el conjunto, el pueblo en su totalidad, modificará o no a gusto suyo.
Se deja atrás, por tanto, aquella máxima medieval que manifestaba que quod pacluit
principi, legis habet vigorem. Pues la ley debe ser elegida por la comunidad de ciudadanos,
sustrayendo de esto al gobernante, quien puede proponer leyes, pero no discernir si deben
ser promulgadas como tal o no, pues quién busca un gobierno duradero y el bien común
debe tener consentimiento del pueblo sobre el cuál sus leyes recaerán.
Referencias: