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Universidad de Santiago de Chile

Facultad de Humanidades
Departamento de Historia
Licenciatura en Estudios Internacionales

Salidas a la crisis de 1920:


Populismo o movimientos sociales

Cátedra : Historia de
Chile II
Profesor : Patricio García
Alumna : Ivana Navarro
Fecha : 18 de Junio de
2010

Salidas a la crisis: populismo o movimientos sociales


Cuando analizamos la crisis económica, política y social que se suscita en el país
desde 1920 podemos apreciar que viene a romper con el orden institucional establecido,
desplazando el sistema Parlamentario, orientando el poder político al Ejecutivo que en el
período fue adquiriendo fortaleza y puso fin a la Republica Parlamentaria con la
Constitución de 1925, que a la vez sirvió de aliento a la política de masas (Drake, 1992). En
este sentido cabe preguntarse de qué manera se desarrollaron las distintas posibles salidas a
la crisis y poner cierto énfasis en aquella que resultó ser la más aceptada: la populista.

Si consideramos la teoría populista propuesta por Ernesto Laclau, podríamos


reflexionar que la crisis económica, política y social mencionada anteriormente representa
una ruptura populista, ya que en ella encontramos una dicotomización de lo social, donde
los trabajadores se vieron como participes de la vida política a través de la preocupación
que manifestó el señor Alessandri ante los problemas que demandaban frente a los
privilegios que siempre había obtenido la oligarquía, y la manera en que ella abusaba de su
fuerza de trabajo en beneficio propio; es decir, se configuraban como un actor colectivo
social y político, en contraposición a una elite dirigente que hasta entonces no los había
considerado en el panorama gubernativo. Así, los obreros se enfrentaban a un orden
existente que jamás les había considerado como actores sociales relevantes y a una
institucionalidad que nunca se encargó de tomar sus demandas y resolverlas con eficacia y
legitimidad. Por lo anterior, los trabajadores se aferraron a esta nueva tendencia política
denominada populismo, que consistía en una ruptura con lo existente, y que les prometía
su integración a la vida pública y la institucionalización de sus demandas. Cabe destacar
que los obreros salitreros del norte del país fueron aquellos que mayor respaldo le otorgaron
al candidato populista que se presentaba en la elección presidencial de 1920, representando
a la Alianza Liberal, sin embargo, cabe una mayor explicación del tema que vendrá a
conformar el desarrollo de la idea del populismo alessandrista que se planteará más
adelante en el trabajo.

Para un mayor entendimiento del tema es necesario dilucidar el cambio que sufrió la
institucionalidad política y la manera en que esto repercutió en los hechos que se suscitaron
a partir de 1920. En este sentido hay que partir por caracterizar, a grandes rasgos, la
estructura política tradicional, que tenía su base en una República Parlamentaria la cual
estaba al servicio de las clases superiores, que mantenían el control del Parlamento y
elegían presidentes de su circulo. Dicha estructura contaba con un sistema de partidos
antiguos que se dividían entre Liberales y Conservadores, y que también representaban los
intereses de las clases altas (Drake, 1992). Es innegable que la elite poseía un control total
sobre las instituciones políticas, por lo que las áreas económicas que a ellos pertenecían
eran independientes de la regulación gubernamental, y en este sentido, algunas instituciones
públicas económicas como la SOFOFA y la SNA ayudaban a consolidar el liderazgo de la
elite. Así, es posible afirmar que la institucionalidad tradicional estaba controlada, y por
ende, por completo al servicio de las clases dominantes. Dicha institucionalidad comienza a
verse interrumpida por la expansión de la clase media surgida a partir de la urbanización
social y económica que había comenzado a fines del siglo XIX, las que se identificaban con
el Partido Radical. También merman su autoridad el surgimiento de la política de protestas
(Drake, 1992) protagonizada por el surgimiento de los trabajadores que comenzaban a
separarse cada vez más de las clases medias; éstos se agrupaban en movimientos de
izquierda que manifestaban el descontento de los obreros ante la crisis post Primera Guerra
Mundial. Sus ideas políticas reformistas y revolucionarias provenían de este mismo modo
de los pensamientos foráneos que movían la guerra mundial. Respecto a esta última
irrupción a la institucionalidad tradicional es que surge una de las opciones de salida a la
crisis: el movimiento obrero, que será tratado a continuación. En este escenario podemos
apreciar la crisis política, y es también teatro donde se desatan los problemas económicos y
sociales que desencadenarán en “la cuestión social”, donde a partir de las molestias de la
clase trabajadora por su precariedad de vida suscitada por la urbanización y la
consolidación de la producción capitalista, surgen nuevos actores políticos como Partidos,
Sindicatos y Organizaciones obreras, así como la idea de populismo; es decir, se generó una
politización a partir de la cuestión social, que se canalizará a través de dos vertientes
tratadas inmediatamente.

La politización de la cuestión social primeramente tomó forma como una


politización rupturista o revolucionaria, que surge de los sectores populares y se funda en
una visión clasista de la sociedad y por ende, en la lucha de clases como condición
necesaria para corregir los males sociales (Pinto y Valdivia, 2001). Esta vertiente adopta la
forma de un Movimiento Obrero, que se funda y concentra en las minas salitreras del norte
de Chile, específicamente en Iquique y Tarapacá, que su propulsor Luis Emilio Recabarren
consideraba la posible cuna de la superación de la cuestión social a partir del socialismo
que había experimentado en Argentina y que pretendía adaptar a la realidad nacional. En
este sentido, una de las primeras preocupaciones de Recabarren fue crear conciencia entre
los obreros de su situación y de los factores que la determinaban, aludiendo al capitalismo y
a los abusos que las clases dirigentes perpetraban en ellos, las que sin embargo seguían a la
cabeza de la nación por su estrategia clientelista o de cohecho a la hora de las elecciones. A
ello que había que comenzar a oponerse si se quería salir del estado de pobreza en el que se
encontraban, por lo que para lograr crear conciencia Recabarren fundó “El Grito Popular”,
un diario que no solo debía servir “…como vocero del partido y medio de información,
sino que pasaría a convertirse en un centro de instrucción y sociabilidad popular en torno
al que debía girar todo el ambicioso programa de “regeneración moral”…” (Pinto y
Valdivia, 2001, p. 33). Es importante destacar el rol que cumplía debido a que fue en gran
medida el medio de propagación de las ideas socialistas y posteriormente comunistas en el
sector obrero, cuando al cierre de “El Grito Popular” surge “El Despertar de los
Trabajadores”. Este medio facilitó la rápida penetración del discurso, que se veía reflejado
en el aumento de la circulación que se apreció mayormente respecto el segundo. Asimismo,
Recabarren realizaba conferencias con la misma orientación, crear conciencia de que los
obreros debían levantarse como un actor político fundamental. De ser una obra personal de
Recabarren pasó a ganar adeptos que se unieron a sus filas y contribuyeron con la creación
de revistas, panfletos, y discursos del mismo tinte ideológico. Desde ese momento ya se
comenzaba a dejar ver un repudio a las ideas socialistas que se propagaban por la pampa
entre los obreros, por parte de las Ligas Patrióticas. Con toda la expansión de las ideas
socialistas surge en 1909 como resultado de esfuerzo de la sindicalización de Federación
Obrera de Chile (FOCh), que respondía más a una lógica regional que social, ya que
respondía a los requerimientos de los obreros del salitre, donde se había fundado; y
posteriormente en 1912 nace el Partido Obrero Socialista bajo la tutela de Recabarren, que
no tuvo mucho éxito en cuanto a militantes o electores, sin embargo, sus ideas se habían
arraigado en lo profundo de la clase trabajadora y continuaban su expansión, así, se superó
el estado de inercia en el que se encontraban los obreros y se reemplazó las antiguas
diversiones como la cantina y el prostíbulo por la instauración de centros socio-culturales,
asimismo “…proliferaron en puertos y oficinas las escuelas nocturnas, los grupos de
lectura y las bibliotecas populares de inspiración socialista” (Pinto y Valdivia, 2001, p.
43).

Habiendo ya comprendido su rol social y existiendo los vínculos necesarios a través de las
organizaciones sindicales, los obreros comenzaron a manifestarse a través de lo que
consideraban su mayor arma contra la clase dominante y el Estado ineficiente: la huelga; en
este sentido Salazar plantea que “Desde el termino de la Primera Guerra Mundial se
observó un aumento importante de la movilización huelguística de varios gremios de
trabajadores […] lo cual, ciertamente, terminó por movilizar también, ya en perspectiva
nacional, a la FOCh” (Salazar, 2009, p. 42), es decir, ya las ideas de reivindicación obrero
no eran solo parte del sector minero, sino que habían adquirido un carácter nacional con el
paso de los años, y también a consecuencia de las terribles migraciones internas a las que
fueron sometidos por esos mismos años los pobladores de las salitreras nortinas, los que,
cuando la demanda exterior decayó, quedaron en paro y tuvieron que trasladarse por el país
en busca de empleo, hecho que agravó aún más la condición precaria de la clase
trabajadora, y por ende el descontento. Aún así “…ni los rigores de la cesantía ni la
violencia de la recesión, que en su peor momento significó el desplazamiento de unos doce
mil obreros y sus familias hacia las provincias del sur, lograron revertir del todo el ciclo
ascendente en el que se hallaba embarcado el movimiento social” (Pinto y Valdivia, 2001,
p. 56). Otro medio de manifestación del descontento obrero eran los paros, uno de los más
destacados fue el del gremio marítimo en torno a “la redondilla”, aquí las clases
dominantes comenzaban a notar el poder que había adquirido el movimiento obrero, que ya
no necesitaba de “agitadores” o “subversivos” (como se había caracterizado a Recabarren y
Lafferte, entre otros) que fomentaran las movilizaciones huelguísticas o las paralizaciones.
Si bien la mayoría de los gremios y sindicatos habían surgido a partir de las ideas
promovidas por el socialismo, algunos de ellos (principalmente los cargadores) comenzaron
a apartarse de aquel, calificándolo como un instrumento más del sistema capitalista.
Asimismo, los sectores anarquistas del movimiento obrero contribuían a quitarle peso a la
facción socialista del movimiento a través de campañas de difamación, lo que provocó el
fracaso de la unión gremial.
Así como comenzaban los conflictos al interior del movimiento obrero, empezaba
un vinculo del mismo con el movimiento estudiantil, que en 1906 crea la Federación de
Estudiantes de Chile con el objetivo de educar a los trabajadores donde a cambio
obtuvieron una nueva perspectiva social, donde cobró importancia el ideal obrero marcado
por la lucha de clases y por la autoliberación. Además a través de su participación en la
Asamblea Obrera de Alimentación Nacional (AOAN), un comité encargado de realizar la
justicia y redención requerida por los trabajadores, y orientada a solucionar el problema de
falta de alimentos a raíz de la pobreza de la clase obrera, y a fomentar la autoeducación a
través de las sociedades mutuales y mancomunales; ayudaron a llevar a cabo un
movimiento representativo y organizado que unía las demandas de bienestar social de los
trabajadores con las preocupaciones que adquirían los estudiantes al ver la situación en la
que vivían los trabajadores; así “…los trabajadores de la FOCH, los profesores de la
AGPCH y los estudiantes de la FECH reaccionaron reagrupándose contra el Estado
Docente y, a la ves, para levantar, en actitud constituyente y acción directa, su propio
proyecto educativo.” (Salazar, 2009, p. 54)

Esa unión viene a reforzar la idea de la solidez que adquirió el movimiento obrero,
el que a pesar de las represiones y matanzas, no claudicó ante el poder del Estado ni de la
oligarquía constituyéndose en un actor social de peso en el período de crisis y la posteridad.

Habiendo ya conocido el contexto de crisis institucional chilena, y tras haber


desarrollado la vertiente de politización rupturista surgida a modo de nuevos movimientos
sociales donde destaca el obrero, debemos abocarnos a lo que fue la vía de politización no
rupturista o de conciliación social, también denominada “populista” de la cual se hizo
atisbos al comienzo del trabajo; esta vía estaba orientada a la no violencia y a la prevención
de ella, ya que el Estado vendría a ser capaz de responder a las demandas de forma
ordenada e institucional, por lo que no habría espacio para desordenes sociales, aquí encaja
perfectamente el alessandrismo surgido en 1920 a partir de su discurso democratizador y de
armonía social. En este sentido, Alessadri viene a irrumpir en la política como un caudillo
de la causa obrera, con la propuesta de un Estado benefactor capaz de solucionar la grave
crisis social y laboral en la cual estaban insertos los trabajadores. Así aparece “como único
político capaz de cautelar los intereses generales de la nación, estableciendo canales
institucionales para resolver los conflictos entre capital y trabajo” (Pinto y Valdivia, 2001,
p. 107), que habían sido el motivo del movimiento obrero. Postulaba que “…una
legislación social reguladora y el papel paternalista del Estado eran los mecanismos más
adecuados para resolver la cuestión social, y simultáneamente garantizar el crecimiento
económico.” (Pinto y Valdivia, 2001, p. 107), y consideraba que la única manera de lograr
dicho propósito era incluyendo a aquellos actores sociales que habían sido marginados y
que por la fecha cobraban gran importancia. A través de su discurso el León de Tarapacá,
como fue llamado Alessandri, creó un fuerte vínculo entre los trabajadores y su persona,
que se traduciría en “…un acuerdo en que los obreros renunciaban a la apatía […] contra
el sistema a cambio de un orden que accedía a considerar las necesidades y derechos
populares” (Pinto y Valdivia, 2001, p. 114), sin embargo no lograba a la fecha de 1920
generar confianza en el sector obrero socialista, cosa que lograría en cierta medida con el
correr de los años.

La coyuntura histórica no acompaño del todo al actuar del León de Tarapacá, ya que
en vista del recrudecimiento de la crisis económica y por ende la social, se hicieron patentes
más demandas populares, que a veces eran imposibles de cubrir y que en algunos casos
derivaron en matanzas y atropellos a los derechos de los trabajadores, quienes sin embargo
no depusieron su fidelidad ante dicha figura carismática que había venido en su ayuda
cuando más lo necesitaban, ya que al final de cuentas durante su gestión había otorgado
ciertos dividendos a la clase obrera. Respecto a ese último punto es que recaen las raíces de
la fidelidad de los obreros para con Alessandri, ya que éste tuvo la capacidad de ofrecer
soluciones concretas y relativamente rápidas a los trabajadores y además se constituyó
como regulador de las relaciones entre el trabajo y el capital. Es importante hacer un
contraste respecto a las dificultades que tuvo el movimiento socialista y comunista a la hora
de consolidarse como un actor institucional capaz de cubrir las demandas de los obreros, y
la facilidad con la que Alessandri obtuvo el apoyo. Sin embargo, son aquellas dos
características mencionadas arriba la clave del éxito del León.

Se ha hablado ya de dos salidas a la crisis, una que no tuvo éxito que venía de la
mano del movimiento obrero y del pensamiento socialista y comunista que buscaba una
ruptura total con el orden establecido; y otra que sí, que venía de la mano de Alessandri y
proponía una política de masas, es decir, populista; sin embargo, no fueron las únicas dos
alternativas que surgieron en el periodo. También nació la alternativa militar, de la mano de
Luis Altamirano, que manifestaba descontento ante la política existente, ya que los oficiales
se veían mermados también por el alza del costo de la vida y por un código laboral
insuficiente. Con la irrupción de las Fuerzas Armadas en el gobierno de Alessandri, éste
consideró que su autoridad había sido irrespetada por lo que dejó su cargo y el país quedó
bajo la tutela de una Junta militar a mediados de 1924, sin embargo, esta junta se vio
presionada por los conservadores que buscaban restablecer el orden político previo a 1920,
por lo que Carlos Ibañez del Campo y su compañero Marmaduque Grove impusieron su
propia Junta y comenzaron una serie de reformas, entre las que contaba volver a poner a
Alessandri a cargo en enero de 1925 (Drake, 1992). Así, una nueva opción de salida a la
crisis de representación resultaba derrotada y sacaba a relucir nuevamente el éxito de
Alessandri al volver a instaurarlo en el gobierno.

Se puede inferir, considerando lo anterior, que el éxito del León de Tarapacá con su
proposición populista, por sobre las propuestas de salida a la crisis a través de medios
revolucionarios como lo era el movimiento obrero o por la vía militar, es que la tradición
nacional avala los procesos institucionales, Chile se caracteriza por tener estabilidad
institucional desde la época de independencia por la rápida consolidación de un Estado
centralizado, por lo que una salida no institucional no corresponde a una opción dentro del
imaginario nacional. (Boeninger, 2007)
Bibliografía

• Boeninger, Edgardo. (2007) Políticas públicas en democracia. Institucionalidad y


experiencia chilena 1990-2006. Santiago, Chile.

• Drake, Paul. (1992) Socialismo y Populismo Chile 1936 – 1973. Valparaíso, Chile.

• Laclau, Ernesto. (2005) La deriva populista y la centroizquierda latinoamericana.


Revista Cepal. Santiago, Chile.

• Pinto, Julio. Valdivia, Verónica (2001) ¿Revolución proletaria o Querida Chusma?


LOM ediciones. Santiago, Chile.

• Salazar, Gabriel. Caudillos contra el pueblo soberano. 2009. Obtenido en:


http://www.opech.cl/aulas/4_dolencia_historica.pdf [Consulta: 16 de Junio de 2010]

• Salazar, Gabriel. Del poder constituyente de asalariados e intelectuales (Chile,


siglo XX y XXI). 2009. Santiago, Chile. LOM ediciones.

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