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El Simbolismo en el Arte

como Identidad Colectiva


Ars Symbolica

Diversidad de lenguajes y de categorías


discursivas definen hoy los modos y los
medios del arte y los fenómenos estéticos, y
derivan nuevas condiciones para su
interpretación e interlocución. En ellos se
despliega un continente de metalenguajes y
visiones del mundo, que edificados sobre el
fundamento estructural del símbolo como
identidad colectiva, se hacen cada vez más
trascendentes y universales para entender
las dinámicas propias de la contem-
poraneidad.
Margarita Guerra
T oda cultura establece formas simbólicas y a través de ellas
organiza la vida, sintetizándola en signos plenos de sentido.
En la cotidianidad vivimos, casi siempre sin percatarnos,
inmersos en un “universo simbólico” el cual, sin embargo, no somos
capaces de comprender en su cabal profundidad y complejidad,
pues sólo observamos lo externo de su configuración, a lo sumo
vemos en ellos un mero espejismo conceptual de signos con-
vencionales relativos a la expresión de nuestra cotidianidad, así, por
ejemplo, un triángulo representa peligro, un círculo lo relacionamos
a menudo con la globalidad, el cuadrado con la extensión o
delimitación de algo, y de esta misma manera superficial hemos
elaborado un sin fin de “símbolos” que nos sirven como guía o
referencia a connotaciones concretas de nuestro día a día.
Sin embargo, a pesar de ese uso paupérrimo y superficial que le
damos, no podemos dejar de afirmar que comprenden un alto nivel
de expresividad; y es que precisamente esa expresividad es la clave
misteriosa del símbolo, puesto que, surgió naturalmente de la
necesidad de expresión en un medio que trasciende las limitaciones
de las palabras, y se comprende como un «ente universal» ya que
tiene vida propia en el subconsciente de cada uno de nosotros, y por
ende, todos tenemos la capacidad innata de comprenderlos.

El arte tiene la peculiaridad de consumarse dentro de una estructura


simbólica que reinterpreta la concepción del mundo, es el universo
del artista en conjunción con la experiencia fenoménica en que se
enriquece su mundo, a través de un empirismo interactivo entre la
realidad física y la subjetividad espiritual, que comulga con su
psicología intrínseca. Sin embargo, existe una yuxtaposición del
juicio estético, desde el punto de vista conceptual y operativo, que
conforman un micromundo de realidades estrechamente vinculadas
entre sí y que denotan el sentido y el significado de la obra de arte.
La gestión de la obra comienza por una aprehensión bifurcada de
los sentidos del artista, en derroteros distintos pero comple-
mentarios, como ya lo hemos indicado, no obstante, plus ultra de la
simple elaboración y plasmación del objeto artístico, desde un plano
psíquico-intelectual a un plano material, lo cual no deja de ser un
proceso interesante ya que comprende la esencia de la función
simbólica, pues el desempeño del símbolo es precisamente servir de
herramienta para la complementariedad fenoménica de los planos
objetivo y subjetivo, es un umbral que comunica dos realidades, es
el intersticio de la doble naturaleza del hombre; aparte de esta triple
interacción, donde la obra de arte se coloca como un hemistiquio
entre los dos planos encontrados, creando un triángulo del proceso
estético (plano psíquico/obra de arte/plano físico) existe una
conexión mucho más compleja que transforma este triángulo en un
tríptico que representa el anverso y el reverso de este proceso de
aprehensión, ya que, una vez expuesta la obra de arte a los ojos del
espectador se reinicia otro proceso ambivalente, inversamente
proporcional, que configura su sentido y significado.
Por tanto, la obra de arte lejos de ser un objeto estático, un vestigio
mudo o una simple concepción de goce estético, comprende valores
tan dinámicos y significantes, que muy difícilmente pueda verse
suplantado por cualquier otro medio comunicante, incluso la
palabra, que participa de los mismos procesos interactivos de
aprehensión, pero que se halla desprovista de la subjetividad
implícita de la imagen, claro está siempre habrá que hacer la
salvedad de que el lenguaje puede estar también inmerso en lo
metafórico, y en este caso, se asemeja al arte simbólico, pero la
diferencia estriba en que la metáfora es un hecho intelectivo que
traspone un elemento significativo por otro, mientras que la
expresión simbólica es una concepción íntima y profunda que radica
en nuestro ser y que ciertamente puede valerse de la metáfora para
cumplir su acción comunicativa hacia el exterior, no en vano la
sabiduría popular nos dice “una imagen vale más que mil palabras”
y es que la imagen, por su cualidad directa de aprehensión, nos
conduce, no sólo a la intelección de la forma, sino a la identificación
del objeto en la reciprocidad fenoménica, implicándose valores tanto
intrínsecos como extrínsecos, lo que ciertamente hace que cada
juicio valorativo tenga una identidad individual, concebido, no
obstante, en una visión colectiva.

E.J.Ríos.

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