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Abducción al limbo

Fue ya tarde en la noche, no redisponía a hacer nada específico cuando ella entró.

Ella, tan alta como yo; de piel clara, suave y delicada; sus ojos eran del miel mas oscuro
jamás visto, la mirada profunda como quien quiere escudriñar las más oscuras esquinas, como
quien quiere hurgar en secretos.

Su pelo era negro, el cual caía libremente algo más debajo de sus hombros, negro
como noche desierta de luna y estrellas, abundante y perfectamente lacio, y finos por demás.

Llevaba un vestido negro tela ligera y fresca sin lentejuela alguna, le llegaba hasta justo
debajo de las pantorrillas, aunque la abertura del lado derecho calaba hasta algo más de la
mitad del muslo dejado ver unas piernas imponentes juguetear con el vestido; hacia el norte y
detrás se erigía la espalda donde la tela no alcanzó y en contraposición, el busto; escote
pronunciado mas no vulgar que en combinación con su calzado; tacos altos decorados con
preciosas piezas producto del mejor esfuerzo de todas las hadas y envidia de las princesas de
todos los cuentos le hacían lucir esbelta.

Alrededor de su cuello y en combinación con los zarcillos y el calzado un collar de


piedras preciosas que de seguro habrían hecho correr al diamante más puro.

Sus labios, retocaos de un color innombrable era el acento a su magnanimidad.

A ella solo la había imaginado y cuando la vi supe lo pobre que era mi imaginación.

Era la primera vez que en mi habitación entraba, mas le pareció familiar así que no
tardo, dio dos pasos seguros aunque cortos, extendió su mano derecha hacia mi como
invitación, dibujó en su cara un intento de sonrisa y con la voz más imnotica y convincente y
sin dejar de ser sutil y femenina dijo: -Ven. Con toda seguridad pues sabe que nadie puede
resistirse.
Sentí mi cuerpo dividió en píxeles, y por cada uno de ellos correr un torrente del sudor
más frió. Le miré a la cara y pretendí no admirarme por su belleza y a continuación dije:

–Permíteme hacer algo primero.

Así que caminó de forma provocativa hacia la cama, se sentó en el borde, cursando su
pierna izquierda sobre la derecha mientras el vestido era llamado por la gravedad, dejando ver
en esas piernas un pasaje al infinito; y dijo: –Te he esperado todo este tiempo, un poco más no
me hará desesperar. –Con su mano izquierda ponía su pelo tras oreja mientras la derecha
yacía sobre su regazo.

Tome asiento en mi escritorio frente a la ventana, miré hacia fuera, al cielo, y vi que la
luna solo dejaba ver el ultimo haz de su cuarto menguante antes del novilunio, justo antes de
irse de vacaciones; vi las pocas estrellas, que brillaban como despidiéndose. –Deben ser
alrededor de las tres. –Me dije mientras tomaba un par de hojas y una péndola con tinta roja.

Y comencé a escribir:

…¿Por qué es mi vida un continuo error? ¿Por qué siempre obtuve lo contrario a lo que
siempre quise?...

…Siempre preguntaré por que el mundo da vueltas mezclando peligrosamente


personas, situaciones, vidas; mi vida…

…¿Cómo puede la felicidad correr tan a prisa o tan lejos, si realmente brota desde
dentro de nosotros mismos? ¿Por qué no hacemos el bien que queremos y provocamos el mal
que queremos evitar? ¿Por qué mentimos a la gente? O peor aun ¿Por qué nos mentimos a
nosotros mismos?...

Y así fue divagando mi mente hasta que con la péndola en tinta roja vacié en el papel
blanco el negro de mi alma.
Al terminar como de costumbre, puse mi nombre al final de la hoja, firmé y como
fecha escribí: “El día de mi muerte”.

No bien me había percatado de ello cuando ella se levantó con la misma


majestuosidad que antes describí, caminó hacia mi y por mi espaldas puso sus manos sobre
mis hombros y sentí el frió que los osos polares no han sentido jamás, entonces sentí su beso
en mi cabeza y empecé a perder lo ultimo que tenia; empecé a perderme a mi mismo. En este
punto ya me besaba el cuello mientras una brisa no fría atravesaba la ventana haciendo
aumentar la humedad de nuestros cuerpos; aunque realmente mi sudor era provocado por el
miedo. Sus manos estaban ancladas entre mis hombros y mi cuello, mientras ella me
mordisqueaba la oreja y me susurraba cosas que no recuerdo.

Traté de ser fuerte, de seguir escribiendo pero perdí la noción del espacio y del
tiempo, de mí.

He escuchado rumores que dicen que morí, yo solo se que aun sigo aquí.

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