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Familias de antes – algunas historias

Por: Víctor Mendoza Padilla


Trabajador Social
Candidato a Magister en Trabajo Social Universidad Nacional de Colombia.
12 de diciembre de 2010

Caso 1
“Con una mirada uno sabia que tenia que irse, porque estaba en conversaciones
de adultos…” refiere Doña Ingrid, quien a sus 75 años de edad, rememora con
nostalgia la muerte de su progenitora cuando ella contaba con siete años de edad
y residía en la ciudad de Manizalez, “cuando era campo y a uno le tocaba trabajar
atendiendo a los empleados de la finca o recogiendo café” (…) “…no tuve niñez
porque había que producir para poder comer y que de estudios nada porque
imagínese usted que hace mas de 65 años le estoy hablando y a las mujeres no
nos daban estudio porque decían que eso no servía para nada…”

A la edad de 17 años sale de las labores del campo para ir en búsqueda de


nuevas metas y conoce a quien fuese “el único hombre que conocí1 y no porque
quise, sino porque me violo…”, continua narrando entre sollozos. “Como yo no
tenía a nadie que me apoyara y me daba miedo decir lo que me hacía por que le
decían a una que era una sucia campesina que quien sabe si no era una la que lo
provocaba pues tuvimos los primeros hijos…además a una le enseñan que los
niños nacen por una ventana y yo todavía creía eso cuando ese señor me abuso”
(…) “… como estaba sola en la ciudad me toco irme a vivir con ese señor… con el
tiempo fui cogiéndole cariño a los niños y de paso a él porque nos mantenía
dentro de todo bien… ”.

Dio a luz un total de ocho hijos, todos con el mismo sujeto que en reiteradas
ocasiones le maltrataba. Hacia 1954 aproximadamente, nace el primero de sus
hijos según recuerda, pero “no había plata para atenderlos y como yo no sabía ser
mama, los niños se me morían, según porque yo tenía una maldición”, hecho que
se repitió con los cuatro primeros, quienes fallecieron recién nacidos por
problemas de bronconeumonía. Con la creencia de estar bajo los efectos de un
hechizo, una maldición o quién sabe qué clase de mala suerte, transcurrían sus
días entre trabajar en casas en el “servicio domestico2” y los continuos golpes de
su compañero.

“eso fue así hasta que nacieron las niñas… hoy día vivo con una de ellas y porque
la mayor de todas tiene lupus y artrosis… pero hay nos ayudamos” (…) “cuando
me fui con ese señor pensé que la familia era para tratarse bien y con amor, yo
era de ir a misa todos los domingos y eso era lo que enseñaban, pero la realidad
es diferente” (…) “la relación con el papá de las niñas es mala, él vive en otro lado
y ni ellas ni yo queremos saber nada de ese señor… así es mejor… que siga con
1
Haciendo referencia a relaciones de tipo genital o coital (RAE).
2
Realizando oficios varios
su vida que ya bastante sufrimos nosotras a su lado…” (…) “… aun trabajo
vendiendo en dulces en un puestecito cerca de una universidad… con eso logre
sacar a mis hijas adelante… la que esta enfermita es profesional… las otras
estudiaron también y le estamos pagando la carrera en la universidad a la menor
entre todas… es que creo que las mujeres nos ayudamos más que los hombres, y
no nos maltratamos tanto porque cuando decidimos irnos a vivir con alguien es
porque creemos que es la persona que Dios nos dio…” concluye diciendo con un
halito de esperanza, como forma de afrontar lo adverso de su vida en todo este
tiempo.

Caso 2

“Antes la familia era más unida… no me crie con mi mamá sino con un tío y mi
abuela hasta que cumplí los 14 años…” refiere doña Isabel, quien a sus 58 años
de edad vive sola en una pieza hacia el suroriente de la ciudad, donde por
compañía tiene a “Carola… así le puse a la gata que siempre está conmigo, y se
ha convertido en mi fiel amiga y confidente; no tengo a nadie más, porque mis
hijas…” (…) “… son cuatro pero no tienen nada que ver conmigo, son altaneras y
dicen que por mi es que se desgraciaron la vida… que si yo no me hubiera
separado de su papá ellas tendrían mejor vida ahora…”.

Detrás de esta aparente soledad, que se inicia en el municipio de Florida Blanca


(Santander), se encierra la historia de una mujer que desde temprana edad quedo
al cuidado de su abuela materna, luego de que su progenitora se marchase sin dar
explicación alguna.

Contando con cinco años de edad ya era la responsable de atender a su tío


materno y los hijos de este, so pena de ser golpeada “…con lo que hubiese, lo
primero que encontraban, con eso me daban…” cualquiera de ellos sino se llegase
a ejecutar la orden impartida. “Eso eran gritos de tráigame la comida pinga… esta
nació fue para vaga, sino sirve que se marche o consiga marido rápido a ver si
aprende…” eran las frases que constantemente escuchaba de su primeros
educadores, por eso al plantearse construir una familia sus ojos estaban puestos
en algo diverso. “… esperaba que todo fuera bonito, sin malos tratos, con respeto
y todos queriéndonos, yo creo que si existen familias así, sino que a mí me toco
de las peorcitas” dice entre risas.

Atenta a los cambios que se podrían presentar en el transcurso de su vida,


recuerda que cuando tenia 10 años reapareció su madre, “y entonces vi como una
esperanza de que todo fuera mejor… porque me mandaron esa misma noche a
recoger todas mis cosas para que me fuera con ella… uno piensa que por ser la
mamá lo van a tratar bien, y como ella llego con marido mis tíos se alegraron y se
pusieron a tomar con ese señor…” (…) “… entonces las cosas fueron diferentes
porque ya entre a estudiar y eran tan diferentes que ya no tenía quien me gritara o
quien me pegara… pero si quien me tocara y me manoseara toda…” (…) “… no le
dije nada a mi mamá por miedo, porque ese era su marido… el desgraciado ese
cada vez que mi mamá salía él se aprovechaba para tocarme…”.
Durante seis años resistió no sólo las continuas embestidas de su padrastro, sino
algo que marcará aun hoy su vida, “… el no tener nunca una muñeca, porque
según si había para los cuadernos no había para juguetes… pero cuales
cuadernos si estudie sólo dos años y el resto fue en la casa y de vez en cuando
que me mandaban donde una señora que me enseñaba… llegue a tercero de
primaria, pero eso no importa…” (…) “… lo que yo digo es como pueden dejar a
un niño sin juguete, eso no se hace ¿verdad?...”.

Con 16 años cumplidos y cansada del maltrato, con la imperiosa necesidad de


abandonar la zona de conflicto en la cual habitaba y buscar nuevos rumbos,
decide irse a vivir con Idelfonso, a quien conocía desde hacía varios años, porque
“…él era el que me vendía las cosas en la tienda del pueblo y siempre me decía
que yo era bonita y que algún día soñaba con ser mi marido…y como no tenía
para donde irme acepte vivir con él, eso sí a los tres días nos hicieron casar por la
iglesia para no estar en pecado” (…) “… como si eso garantizará la felicidad de
gente” afirma. “… cuando eso yo pensaba que los niños nacían por la boca…y que
boca”, refiere riendo.

De esta unión fue que nacieron sus cuatro hijas con las cuales mantiene poca
comunicación, y de ellas recibió tres nietos de quienes refiere “son unos amores,
porque me respetan y me dicen “abuelita yo la quiero mucho”… es que siempre es
necesario oír a alguien que le diga a uno que lo quiere…” (…) “… con lo pongo
que tengo les compro juguetes… a mis hijas siempre les compraba muñecas…
como no tuve dije que a ellas no les faltarían…”. De su marido recuerda que le
abandono hace aproximadamente 20 años, luego de que este asumiera sobre ella
la violencia intrafamiliar “que jamás pensé encontrar otra vez… porque se mostro
al inicio como un hombre bueno, yo le tenia siempre su comida lista, su ropita
almidonada como le gustaba… pero eso no fue sino que pasara el tiempo y se iba
para donde las putas… como le hacia el reclamo entonces a pegarme con lo
primero que veía…” (…) “…si como cuando vivía donde mi tio… y me canse de
eso…” (…) “mis hijas no lo entendieron y por eso me hechan la culpa de que yo
les quite al papá… pero eso no es vida para ningún ser humano…” (…) “… por
eso me quedo con carola… ni me pega ni le pego y es como la muñeca que nunca
tuve… porque jugamos las dos, yo la cuido y ella me espera a que llegue para
consentirme y acariciarme…” cuenta mientras toma el último sorbo de su café.

Caso 3

Guaré Anshijia3 con cierto tono de timidez musita una mujer de estatura baja y
figura menuda que casi se pierde entre el manto de color rojizo que cubre su
cuerpo. Con la piel quemada por el sol y de una sonrisa amplia, a sus 70 años de
edad aproximadamente, está acompañada de una adolescente de 17 años en la
sala de espera de una de las IPS para indígenas en Riohacha mientras espera ser
atendida por el galeno de turno.

3
Que en Wayuunaiki, lengua de la cultura Wayuu quiere decir “Amigo Bienvenido”.
Tanto para Maritza (la joven), como para su abuela Tranquilina Epinayú, el ver
transitar personas diferentes de piel y forma de hablar se ha vuelto costumbre en
Süchiimma4, si se tiene en cuenta que “…hasta hace 20 años atrás cuando venia uno a
visitar aquí era para comerciar algo, y no por llegar al hospital como es ahora, porque uno
tenía en la ranchería a su médico que le quitaba los males del espíritu y las dolencias del
cuerpo…” cuenta en voz de la nieta la anciana señora, quien no habla el idioma español
porque a las mujeres de su pueblo no se les permitía aprender la lengua de los “blancos”.

A la edad de doce años ya tenía E´ichi5, al cual se la habían ofrecido por una dote de 150
chivos y cinco mulas, mas algunas perlas que no recuerda su total, pero que dieron
alegría a su familia; con él compartía momentos felices, porque como toda familia wayuu
el respeto por el hombre de la casa es lo más importante. Recuerda como
“…Ashavalüinapa waya maalia6 para ir a cuidar las kalinas y la alimentación era
con Jime (pez), jisot (camaron), kaa´ula (chivo) y arroz o maíz… se vivía bien,
tranquilos en comunidad como debe ser una familia”.

Como todo en este mundo va modificando refiere Tranquilina, el paso de los años
en sus costumbres también ha cambiado a las mujeres, “…ya no se atiende al
marido como antes… eso se transmitía de madre a hijas, pero como salen de su
casa y no gustan dormir en chinchorros y wayuunaiki matujainsai ashajaua (no
sabe hablar wayuunaiki) todo eso es va perdiendo…” (…) “Wayuu anashi taya
(soy buen wayuu), porque todavía cuido a mi marido y lo respeto, e hice para él su
Kapotera-Chakara7, para que sepan todas que él tiene mujer…” cuenta sonriendo.

En su explicación sobre la posición que ocupa cada uno de los miembros de la


familia, esta mujer nos enseña que la misma se representa con los dedos de la
mano de la siguiente forma: dedo pulgar para la abuela, dedo índice para
progenitora, dedo medio o corazón para el tío (materno), dedo anular para
significar al hijo y el dedo meñique para indicar al nieto; lo que deja entrever la
importancia que tiene el hermano de la progenitora dentro del grupo familiar, al
ocupar el lugar central.

Por su parte Maritza espera encontrar algún día un hombre como su abuelo, sabe
que aun cuando en la ranchería que habita las tradiciones se van perdiendo, ella
espera aprender más de su Oushuu (abuela)“...porque sino me va mal en la vida,
uno tiene que respetar a los viejos del pueblo para que ellos le den a uno la
bendición y el vaya bien en todo… además de que es mi abuela la quiero y por
eso siempre la acompaño a todos lados para que no esté solita y bueno, también
porque no habla nada de castellano y yo le sirvo de interprete si se puede decir
así… ”; Dando cuenta con esto del tipo de relaciones que se pueden entretejer en
la comunidad (familia) wayuu, entre nietos y abuelos.

4
Riohacha o "Tierra del Río" en lengua wayuu
5
Marido
6
Nos levantábamos temprano
7
Mochila para hombre
Madre de nueve hijos vivos y dos fallecidos, asegura que nunca le ha faltado nada
y que todos ellos permanecen unidos por un vinculo que va mas allá de la sangre;
pues sus sobrinos, también son como hermanos de sus hijos, y por tanto deben
respeto a la cabeza de la familia. “…en la comunidad, todos nos llamamos primos,
que es como si nos dijéramos hermanos, Yaya kepiasa supushwa tapushiwa8,
porque desde pequeños así nos enseñaron, y si hay un problema que resolver
todos participamos en la solución… la decisión la toman los hombres, pero
nosotras mujeres también ayudamos a aconsejar a los maridos que se puede
hacer…” concluye diciendo, mientras se despide con una sonrisa y un ajaa
(adiós), para ingresar a su cita médica.

8
aquí vive toda mi familia

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