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ESCLAVA DE PALABRAS

por Andrea López Altares


“Mis manos están sangrándome. La presión de las cadenas en
mis muñecas empieza a dejarme una gran marca visible con el
paso de los días, mis manos están
desgarrándose poco a poco. Empiezo a
odiar el sonido de las olas al chocarse
contra las rocas. Antes me parecía algo
perfecto. Aquel sonido sí que daba paz;
el romper de las olas en la orilla o en
cualquier acantilado de estas tierras.
Podía pasar horas escuchándolo,
viéndolo, observando cómo aquel
movimiento era constante, jamás se
paraba. Intentaba encontrar algún
punto en que dejara de hacerlo, pero
fuera donde fuera, siempre rompía una
ola y tras ella empezaba la siguiente y
así sucesivamente. Era algo tan simple
como maravilloso, pero ahora aquellas olas habían tornado su
color, me parecía una tortura tener que soportar aquel sonido. El
agua fría se apoderaba ola tras ola, de mi cuerpo desnudo. Hasta
en noches como ésta, tenía que sentir aquella humedad
constante sobre mí. ¿Hasta cuándo tendría que soportar aquello?

Lo único que tenía libre eran mis pies, pero incluso se


encontraban llenos de magulladuras a causa de las rocas que
estaban constantemente bajo ellos. A veces jugaba a intentar
poder andar, imaginándome que las cadenas que cubrían mis
manos eran transparentes. Entonces conseguía huir tan lejos de

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aquel sitio que todo por lo que había pasado me parecía una
pesadilla; pero una vez más aquel monstruo emergía tras las olas
y me hacía despertarme. Sabía que la vida para mí ahora era un
sueño y que esto es lo que me tocaba vivir. Vivir siendo una
prisionera, una princesa atada bajo cadenas a una roca, una
esclava que cumplía un castigo por un acto que ni siquiera había
cometido, un sacrificio por el bien del pueblo. Entonces en estos
momentos, me pregunto: ¿por qué mi madre no pensó en mí?,
¿por qué yo y no ella? Yo no cometí jamás un acto contra los
mismos dioses, jamás yo me comparé con ninguno de ellos. ¿En
qué hora salieron aquellas malditas palabras de su detestable
boca?

Mi belleza fue comparada con la de las Nereidas por Casiopea,


mi madre. Aquel acto desencadenó la furia de Poseidón. Éste
decidió inundar la Tierra y enviar al monstruo marino Ceto, para
que acabase con los hombres y el ganado. Pero mi padre,
consultando a un oráculo, halló la solución. Casarme con el
mismo monstruo marino. Esa fue la más noble decisión. Yo, una
princesa, casada con un monstruo que jamás me podrá dar un
futuro lejos de estas piedras y estas cadenas. ¿Acaso yo no
merezco algo más?, ¿acaso no podré disfrutar de mi juventud?,
¿y de mi libertad?

Las noches de luna llena como ésta me hacen pensar en mi futuro


y en lo que sería mi vida si los dioses no me hubieran deparado
ser una víctima inocente que afronta un triste destino
condicionado, no por mis acciones, sino por las de aquellos que
me rodean. Aún soy joven, me queda mucho por vivir, pero no en
este lugar, no de esta manera. ¿Aún hay esperanzas para mí?

Las estrellas hoy quedan cegadas por la luz de la luna, pero


siempre suelo mirar las constelaciones que se ven desde aquí. Los
cielos albergan a héroes, semidioses y humanos. ¿No hay un
héroe o humano que pueda salvarme de esta soledad?, ¿no hay

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nadie que vaya a arriesgar su vida por la mía?, ¿no tendré un
futuro?

El sol y su bella luz me despiertan como cada mañana. “¡Sálvame


tú, Apolo, que desde tu carro traes el día!”. Intentos en vano,
éste es mi destino y he de afrontarlo. Supongo que ya me he
hecho a la idea, pero jamás paro de pensar que algo puede
cambiar, que aunque toda esperanza haya muerto, no puedo
terminar aquí. Las lágrimas vuelven a recorrer mi rostro, no sé
como aún me pueden quedar fuerzas, poco a poco me voy
desvaneciendo. No quiero vivir así, voy a cerrar los ojos y no
despertar jamás. Tal vez Ceto se canse de esperar y me devore y
tal vez la muerte sea mi única salvación. Quiero gritar que acabe
conmigo, pero ya no puedo. “

A lo lejos se vislumbra la figura de un


hombre que vuela gracias a unas
sandalias. Vuela ligero como si fuera
un pájaro. Respira la libertad, la
gloria por haber matado a Medusa.
Es Perseo, un semidiós, hijo de
Dánae y Zeus. Vuelve a casa feliz por
su victoria, vuela en todas las
direcciones, pero algo le hace pararse y bajar hasta la superficie.
La ha visto.

Andrómeda se ha quedado adormecida y no es capaz de abrir los


ojos para atisbar la imagen de aquel semidiós. Presa del ruido de
unos pasos cercanos, los abre.

- Tranquila, no te haré daño.

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Perseo comenzó a acercarse poco a poco, intentando liberar las
cadenas de sus diminutas muñecas dañadas.

- ¿Quién te ha hecho esto?

“¿De quién es esa extraña voz?, ¿mis ojos y mis oídos me están
engañando?, ¿es real? Intento responder a sus preguntas y la voz
no me sale, he esperado durante tanto tiempo este momento... “

- Mi nombre es Perseo. ¿Cuál es el tuyo?

“Habla Andrómeda -me decía a mí misma-, dile aunque sea una


palabra. Él te salvará.”

Mis esfuerzos no eran suficientes. Cuando mi boca se abría, no


salía ninguna palabra. Él me miraba con aquellos ojos esperando
una respuesta, pero al ver que no hablaba, su frente comenzaba
a llenarse de arrugas y sus ojos volaban en otra dirección.
Entonces comencé a llorar, por primera vez en mucho tiempo
sentí miedo, miedo a que no me salvara, miedo a que me
abandonara aquel desconocido. Pero entonces, él habló.”

- Yo te salvaré.

“Y aquellas palabras ya me salvaron. Aunque no pudiera


terminar con el monstruo, él lo intentaría. Él sería mi héroe, él me
liberaría. Entonces, la vida y cada minuto de sufrimiento, habrá
valido la pena.”

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