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Las teteras como síntoma cultural

Pablo Ben
Universidad de Buenos Aires

En este artículo pretendemos realizar una caracterización de lo que la jerga gay porteña
denomina “teteras”, es decir, aquellos baños públicos de varones en los cuales se realizan contactos
sexuales de diverso tipo. La palabra proviene de “tomar el té” itérmino que hasta hace algunas
décadas todavía era conocido en el argot pero que hoy ha caído en desuso y que refiere a la fellatio
realizada entre dos varones, actividad que era predominante hasta que la extensión de la
información acerca del HIV la ha hecho caer en desusoii.
Nuestro trabajo se refiere a los baños de la ciudad de Buenos Aires. Si bien pueden hallarse
referencias de prácticas sexuales en teteras desde hace medio siglo, nuestro análisis se sitúa
empíricamente en la década de 1990-2000.
En este artículo señalaremos el tipo de actividades sexuales que se realizan en estos ámbitos, las
formas de realización de las mismas, el tipo arquitectónico de baño en que se desarrollan y los
motivos por los cuales se eligen, los códigos internos que se implementan en esta situación, etciii. A
partir de esta descripción empírica nos interesaría señalar algunas cuestiones respecto del lugar que
ocupan las teteras en el seno de la cultura más general, realizando una discusión en relación a su
inserción en el eje público-privado, considerando la invisibilización y tomando en cuenta el modo
en que este tipo de prácticas sexuales se encuentran enmarcadas en lo que Judith Butler
denominaría la “matriz heterosexual”iv. Para esto último realizaremos un análisis que tomará en
cuenta ciertos aspectos del psicoanálisis que pueden resultar fructiferos para una teoría de la cultura
una vez reformuladas algunas de sus connotaciones más incisivas.

Prácticas sexuales
En primer lugar, estableceremos que nos referimos a una experiencia que es propia sólo de las
relaciones homosexuales y en particular de las relaciones entre varones. No existen teteras
femeninasv, con lo cual no queremos afirmar que nunca ha habido una relación sexual entre dos
mujeres en un baño público, del mismo modo que también deberíamos reconocer que debe haber
existido alguna relación heterosexual en este ámbito. Sin embargo, la característica de la tetera es
que no resulta una práctica aislada, sino una manifestación en la que participan miles de personas,
acerca de la cual existe una representación, un discurso, códigos ejercidos regularmente, etc.
Del mismo modo que podríamos reconocer al matrimonio como una institución, en el sentido de
una práctica que por su repetición y extensión en el tiempo se encuentran tipificadas bajo ciertos
sentidos culturales, lo mismo podríamos sostener respecto de la tetera. Si bien ambas son
instituciones distintas respecto de su extensión, de su reconocimiento, de su nivel de
institucionalización y legitimidad, etc.; esto no niega a la tetera una consistencia diferente de la
práctica aislada y por lo tanto, más cercana a aquellas uniones entre personas que son propias de
una institución.
Si bien desde principios de siglo se ha cuestionado la idea de que sólo una relación entre
personas de sexos “opuestos” de carácter genital constituye una “verdadera” actividad sexual, sin
embargo, aún hoy sigue prevaleciendo la idea de que las relaciones no genitales o no heterosexuales
caen por fuera de la clasificación. En este sentido, aún cuando se considere sexual una relación
entre dos varones, se supone que, a imitación de una práctica heterosexual, se tratará al menos en
sus aspectos definitivos, de una penetración anal.
La práctica más corriente en las teteras no es sin embargo esta, ni tampoco la fellatio. La primera
resulta una actividad complicada en un ámbito caracterizado por lo furtivo, y la segunda se ha
extinguido debido a que la necesidad de utilizar profilácticos complejiza su ejecución, sin contar
que además este aditamento no suele ser considerado placentero para la mayoría de las personas,
sino que más bien se presenta como una inevitabilidad a respetar.
En general, el contacto corporal esta sujeto a su mínima expresión en la tetera: despojarse de la
vestimenta no es muy corriente, aunque a veces sucede, y tampoco es común algún tipo de roce. En
realidad las zonas que sostienen mayor actividad son las manos, el pene y el ano, siendo esta última
menos recurrente. La mayoría de los varones que concurren a teteras suelen tocarse mutuamente las
zonas genitales, en ocasiones también la región anal, y a veces se pueden producir también besos,
aunque con menor frecuencia.
De todos modos, el aspecto que prevalece no es el de contacto corporal sino más bien una
sujeción a lo visual en la cual suele existir un cierto atractivo por lo oculto, lo peligroso, lo múltiple
y lo sorpresivo. La tetera está sujeta a una serie de normativas relativamente rígidas en las que sólo
participan aquellas personas que las conocen y este “pertenecer” implica también un factor al que se
reconoce como placentero. Como veremos, en cierta medida, esta institución ha contribuido al
sostenimiento de una identidad sexual que no siempre es desplegada en otros ámbitos.
El reconocimiento del aspecto visual como predominante es importante porque rompe con el
modelo de interpretación heterosexista que supone que el placer siempre se construye, aún en
relaciones entre personas del mismo sexo, sobre la base de algún tipo de “imitación” de la
penetración que un pene ejerce sobre una vagina (y no al revés). En los tres ensayos de Freíd, por
ejemplo, esta actividad, si bien no aparece como la única, si es considerada el celos en el que se
culmina, el patrón. La mirada es para el psicoanálisis clásico un recurso secundario y previo que
luego se dirige hacia aquella actividad que puede tener resultados reproductivos. La tetera rompe
con este esquema en tanto lo visual se presenta como eje y el contacto corporal no suele trascender
ciertas partes que ya hemos mencionado.
La importancia de lo visual reside también en otra característica que define a la tetera, la
multiplicidad. Allí la relación sexual no se desarrolla entre dos personas, sino que tiene lugar entre
todos los participantes que se encuentran en el lugar en ese momento. En algunas ocasiones los
contactos corporales se realizan entre dos personas y el resto mira, en otras, los contactos son
colectivos, y en ocasiones puede darse que simplemente se produzca un autoerotismo en cada
participante que tiene su eje en la mirada al resto. La forma concreta que adoptará tendrá que ver
con los deseos de cada una de las personas y el modo en que se entrelacen en un momento concreto.

Arquitectura y ubicación
La forma de los baños no es aleatoria porque permitirá el ocultamiento de la práctica o la
expondrá de un modo que resultará poco conveniente. El primer factor importante es la relación
entre el lugar en el que están situados los mingitorios y la ubicación de la puerta de entrada. Si esta
última se encuentra instalada de modo tal que al abrirla se puede tener una vista directa de los
mingitorios, la zona donde se desarrolla la práctica sexual se encuentra altamente expuesta al
descubrimiento por parte de personas que no la consideran legítima, y por lo tanto el grado de
riesgo suele excluir este tipo de baños.
El tipo arquitectónico ideal estaría compuesto por una puerta, en lo posible altamente ruidosa
cuando se la abre, que da acceso a los lavabos, ocultando los mingitorios detrás de alguna pared o
vuelta de pasillo, o luego de una segunda puerta. De este modo, cuando se percibe el ruido de la
primera puerta, se está en condiciones de abandonar toda actividad y suspenderla hasta que el sujeto
que ingresa sea identificado como otro participante o se vuelva a retirar sin sospechar nada de lo
que estaba ocurriendo antes de su llegada.
No todos los baños responden a este tipo, en ciertas ocasiones se pueden observar teteras que
tienen cierta exposición, sin embargo, en ellas el grado de riesgo es mayor y algunas personas
prefieren no participar.
En realidad el tipo arquitectónico no es el único factor para que un baño se constituya en tetera.
Además es necesario que se desarrolle una tradición que instituya al lugar como tal, un rumor que
transmita la información de unos sujetos a otros, por esta razón, se lamentan algunos participantes,
en algunos lugares muy seguros, no hay teteras, ya que nadie concurre allí porque la repetición de la
práctica demuestra que nadie lo hace.
Las personas que practican relaciones sexuales en teteras conocen sólo un número limitado de
lugares donde se practica, que corrientemente son baños que se encuentran enclavados en algún
itinerario cotidiano que el sujeto realiza. Cuando la misma persona se desplaza por una zona a la
que no suele concurrir frecuentemente, no conoce los lugares específicos, y se guía, si pretende
participar de alguna actividad, por algunos parámetros generales que suelen funcionar en algunas
zonas. Nos referiremos a un ejemplo que ya hoy no existe por cuestiones de seguridad: los “Pumper
Nic”.
Cualquier persona que participara asiduamente en las teteras sabía que los “Pumper Nic” tienen
fama de poseer baños en los cuales se desarrolla esta práctica, razón por la cual estando fuera de su
recorrido cotidiano entraría a un negocio de esta cadena si es que lo tuviera la oportunidad y el
deseo de llevar adelante una relación sexual. Otro lugar, también desaparecido sino en franca
extinción, son los baños de las estaciones de trenes.
La existencia de un parámetro que establece que algunas categorías de negocios o de lugares
suelen tener teteras resulta una profecía autocumplida, dado que, por ejemplo, cuando se abría un
nuevo local de “Pumper Nic” rápidamente se constituía una tetera como resultado de este saber que
instituía a esta cadena como un lugar altamente posible.
Las teteras suelen estar ubicadas en lugares con una alta densidad poblacional, porque allí la
ciudad hace posible el anonimato que invisibiliza a los participantes. Quienes participan de las
teteras suponen que las personas que concurren a los baños por otros motivos no suelen percibir lo
que ocurre, pero que sospechan algo sin saber muy claramente que ocurre. Hemos entrevistado a
algunas personas que suelen concurrir a bares donde hay teteras y que no participan de ellas y se les
ha preguntado si tenían idea de que ocurriera algo en el baño. En general la gente que entra a los
baños esporádicamente no percibe lo que ocurre, pero si lo hacen los mozos del lugar, o quienes
trabajan cotidianamente cerca del baño, por este motivo, aunque nada sea probado existe una
sospecha que recae sobre quienes practican las teteras, son identificados. Esto es lo que impide que
la tetera tenga lugar por ejemplo en un barrio.
Las zonas suburbanas donde no existe una alta circulación de personas y donde el anonimato
disminuye son lugares donde quienes practican relaciones sexuales en los baños pueden ser
identificados y por lo tanto las teteras se ubican en las zonas comerciales, de tránsito, céntricas, o en
zonas alejadas de lugares de vivienda donde casi nadie concurre.

Códigos
El desarrollo de un código que permita la comunicación entre quienes participan de la tetera y
quienes no es un factor clave para la existencia de estas. En realidad el código que se practica en las
teteras es parte de un argot, que no sólo es lingüístico, propio de los varones gays.
En primer lugar, del mismo modo que el placer encuentra uno de sus ejes más importantes en la
mirada, ocurre lo mismo con el código, que en realidad es parte de la práctica sexual y cuyo
ejercicio suele ser identificado como un momento guiado por el deseo. Las miradas son una forma
importante de comunicación entre los varones gays, existe una instancia que podríamos denominar
“mirada de reconocimiento” que es crucial.
En una entrevista, un varón gay de cincuenta años relata el modo en que reconoce a otro gay que
camina por la calle en dirección contraria. La identificación se realiza por la mirada, esa persona
realiza un gesto que el entrevistado reconoce como un guiño peculiar que tiene sentido, en cambio,
para el resto de las personas no es identificable. A pesar de que esta es una de las maneras más
importantes de reconocerse entre varones gays, cuando se exige una definición exacta del gesto se
encuentra con la imposibilidad de la enunciación. El código puede ser señalado por el lenguaje,
pero no es traducible a él porque se realiza con señas corporales.
Además de esta mirada de reconocimiento existe otra que indica que la persona que la realiza
tiene cierto deseo de aquella a la cual dirige esta expresión. Ambos signos son distinguibles, y si
bien pueden provocar confusión son considerados como instancias diversas. Una mirada, la de
reconocimiento, señala la pertenencia al grupo, resulta un aviso respecto de la fiabilidad de la
persona que la emite como para que delante de ella se puedan realizar o decir actos o palabras que
serían censurados por quienes no hicieran este gesto de admisión. La otra mirada va más allá, señala
un deseo.
Sin embargo, estos dos signos no son propios exclusivamente de los baños, y en algunas
ocasiones no son conocidos ni desempeñados por quienes practican relaciones sexuales allí. Esto es
así porque muchas de las personas que participan de las teteras no son gays, es decir, no tienen han
construido una identidad que recorre su vida y que los hace pensarse a sí mismos como sujetos que
desean a otras personas del mismo sexo.
Muchos varones que concurren a los baños, quizá la mayoría, tienen una identidad heterosexual,
usan anillos de casamiento que indican su estado civil, su deseo hacia personas del mismo sexo no
es conocido por nadie más que aquellos con quienes lo practican, y recurren a las teteras porque
estas resultan el lugar más rápido y seguro donde se puede tener un contacto sexual sin
compromisos que vayan más allá del mismovi.
¿Poseen las teteras un efecto de incremento libidinal particular? Algunas de las personas que
hemos entrevistado nos manifestaron precisamente que experimentaban tal efecto, que se
relacionaba por las condiciones en que se realizaba el encuentro sexual. La situación, el peligro de
estar haciendo algo prohibido en un lugar donde se sabe que la vigilancia existe y puede llegar en
cualquier momento, quizás el desafío a la incertidumbre, otorgan a las relaciones sexuales una
potencia propia de las teteras.
Para las personas gays la tetera es sólo una posibilidad entre otras, ya que existen ámbitos como
la calle Santa Fé donde cotidianamente circulan gays y es posible establecer contacto, porque
pueden concurrir a locales de sociabilidad gay, comprar revistas, conocer a amigos de amigos, etc.
En cambio, las personas que no desarrollan una identidad gay y por lo tanto se encuentran ajenas a
estos ámbitos, suelen temer recurrir a ellos porque allí podrían ser reconocidos y se destruiría la
doble vida que construyen, por esta razón los baños son uno de los pocos lugares donde pueden
concurrir.
Recientemente, con el surgimiento de otros ámbitos, como los contactos a través de líneas
telefónicas, del chat en internet, etc. ; permiten nuevos accesos a quienes no poseen una identidad
gay. De todos modos, las teteras tienen una peculiaridad que las distancia de estos ámbitos, en ellas
el carácter furtivo suele ser asociado a una negación de lo que allí ocurre. Si una persona concurre a
una tetera, puede sostener una autorrepresentación que identifique esta práctica como algo que se
hizo al pasar, sin buscarlo mucho, en cambio, participar de otros ámbitos más comprometidos
requiere que el sujeto asuma su propio deseo y construya alguna relación entre este y su identidad.
Las teteras garantizan un no-lugar que hace posible que personas identificadas como heterosexuales
participen de él.
Estas personas suelen desarrollar los códigos propios de las teteras, pero no insertan este
lenguaje en el contexto más general del argot gay. Esto significa que en algunos casos no suelen
practicar esta “mirada de reconocimiento” de la que hablábamos, sino que se manejan de otro
modo. Por este motivo, vamos a establecer ahora algunos códigos que no sólo son propios de las
personas que poseen identidad gay, sino también de aquellas que practican relaciones sexuales en
baños públicos sin asumirse como tales.
La forma más clara de demostrar interés por llevar adelante algún tipo de contacto suele ser
esperar unos instantes sin orinar ni realizar ninguna otra actividad, sin mirar a las demás personas y
permaneciendo en silencio sin actuar y, ocultando los propios genitales a la mirada de los demás.
Luego de esto se observa si los demás están observando, lo que significa mirar hacia donde está
alguna de las otras personas sin detenerse en los ojos tomando nota de si la otra persona está
haciendo lo mismo. En caso de que la otra persona realice la misma acción, la acción que prosigue
es mirar a los ojos y observar la expresión. Depende de lo que se haya observado se esperan unos
instantes o se prosigue con alguna de estas dos formas de mirar, directa o elusiva. Estas dos formas
no siempre se suceden y relacionan del mismo modo, su vinculación o el modo en que se eligen
dependen de varios factores, como por ejemplo, la “confianza” que inspire la otra persona, las
acciones que realiza, el modo en que se dirige, y el lugar donde se encuentra. En aquellos lugares
donde las teteras son muy frecuentes se suele actuar más rápidamente y se utilizan miradas directas,
en cambio, en los lugares no tan tradicionales las precauciones son mayores.
La concurrencia frecuente hace que muchas personas se conozcan mutuamente y que cuando
entren se las incorpore de modo inmediato a las prácticas que están teniendo lugar. Puede ocurrir
que algunas personas se reconozcan mutuamente y otras no, por lo tanto, la persona que entra
mirará a quien conozca en busca de una respuesta, si esta persona prosigue o indica que no hay
problemas, entonces se continúa, sino el proceso continúa como en el caso de que nadie se conozca.
Cuando se avisa algo verbalmente se suele decir que alguien “está en la joda”, o, en lenguaje
más arcaico, que “entiende”, o simplemente que “está todo bien”. Sin embargo, muchas veces el
lenguaje es también visual, se esboza una sonrisa que tranquilice a la otra persona, o se le hace
algún gesto que exprese deseo. En general se suele hablar bajo, porque se supone que se puede
escuchar, pero además en algunos baños la ventilación los une a la cocina u otro lugar y se escucha
fácilmente, lo cual obliga al silencio. En ocasiones se puede escuchar dentro del baño alguna
agresión de quienes no participan pero notan lo que allí ocurre y que hablan por la ventilación.
Otro gesto común es el cabeceo, un movimiento que demanda que alguien se acerque para poder
establecer algún contacto.
Algunas personas suelen participar sólo con la mirada y se disponen en lugares donde pueden
avisar si alguien entra para que el riesgo disminuya, cuando esto ocurre las otras personas suelen
descubrirse un poco más el cuerpo o contactarse con mayor intensidad. Esta disposición también es
un código fundamentalmente visual porque no se suele enunciar sino que la persona que desea
mirar y avisar se dispone en un lugar elegido para esta actividad y hace un gesto, un cabeceo o una
mirada, para que las otras personas se acerquen mutuamente y lleven adelante sus prácticas
sexuales.
El conjunto del código visual tiene la característica de que quienes lo practican no pueden
describirlo con precisión ni indicar los modos en que se realiza, es decir, que fundamentalmente no
es traducible a términos.
Las personas que se conocen a través de las teteras, además, no suelen hablar mutuamente, se
reconocen, pero no saben sus nombres, no saben de sus vidas, ni han tenido otro tipo de contacto.
En general cuando se encuentran por fuera de los baños realizan una mirada de reconocimiento,
pero no se saludan, porque si alguien les preguntara a quien han saludado no podrían responder, y
porque si bien se puede sostener una charla, cosa que a veces puede ocurrir, esto es poco común, se
encuentra por fuera del código. Además, normalmente se encuentra a estas personas al entrar o al
salir de las teteras, y allí no puede evidenciarse que las personas que se conocen mutuamente son
casualmente todas aquellas de las que seguramente se sospecha por la asiduidad con la que
concurren al baño y porque permanecen en él más de lo que se considera común.
Si alguien quiere verse y desarrollar otro tipo de relación entonces intenta llevar a la persona que
desea a un lugar lejos de la tetera, media cuadra o más. Para hacer esto una de las personas mira
fijamente y señala con la cabeza la puerta, luego se va afuera mientras sigue mirando. Al salir se
observa, una vez caminado unos cuantos pasos, si la otra persona sigue detrás, sin mirarla
directamente, luego se camina fuera del lugar, hasta que se produce el acercamiento, en el cual se
suele comenzar con un saludo o con una pregunta acerca de cómo está uno o que tenía ganas de
hacer. Sin embargo esto es poco común.
A veces, cuando no se puede llevar adelante una actividad en un baño se mira a una persona de
este modo para conducirla a otro lugar que es un baño seguro (según el tipo arquitectónico) pero
que no es conocido como tetera, o a otra tetera cercana.
Normalmente las teteras están enlazadas en circuitos, por lo cual se circula de una en otra hasta
encontrar el ambiente más propicio o la persona deseada. A veces se identifica a una persona como
participante sin haberlo visto actuar porque se lo ve sucesivamente en dos lugares o más.
De todos modos, existen una serie de cuidados, porque en ocasiones existe policía de civil
controlando, que se hacen pasar por participantes, o bien personas que saben de la actividad y se
hacen pasar por policías para cobrar una coima. La única forma de seguridad frente a estas personas
está en el código, por eso quienes mejor manejan el código son claramente identificados. Muchas
veces se evita a la policía o a los personajes molestos porque ellos no participan de un código que
les permita acceder a las teteras. Ingresan y abruptamente suelen hacer propuestas que los
evidencian como tales y que provocan la negativa de todas las personas que se retiran
inmediatamente.
Los personajes identificados como molestos suelen ser señalados. En algunos baños hay grafittis
donde se describen las características físicas de las personas que irrumpen de este modo y se invoca
cuidado frente a ellos. En otros casos, cuando una de las personas reconoce al sujeto que realiza
estas prácticas, o al policía de civil, se retira inmediatamente de un modo notorio y mirando
seriamente de modo que el resto note el peligro.
Nuevamente aquí la fuerza de lo visual es importante, la mirada que connota peligro debe ser
entendida por los demás pero no debe ser identificada como signo por quien es el sujeto señalado.
En ocasiones, la persona que conocía y avisó, se retira y espera a que salga otra persona
acercándose y explicando quién es el que irrumpió. De este modo, existen una serie de rumores que
comparten quienes concurren a las teteras. En ocasiones, cuando se encuentran por fuera de ellas
suelen comentarse este tipo de pormenores y de este modo circula la información. Se identifican
lugares a los que ya no es conveniente ir, lugares nuevos recientemente constituidos, lugares donde
se puede llevar a una persona que se encuentra en una tetera, etc. Este tipo de datos y
conversaciones resultan de gran utilidad y las charlas al respecto suelen ser consideradas parte de la
diversión.
Si bien la policía de civil ha ido disminuyendo gradualmente su intervención, se han
incrementado otro tipo de obstáculos. En primer lugar, la crisis económica ha contribuido a crear un
sector de varones que se dedican a molestar aunque de vez en cuando también mantienen
actividades sexuales. Pero además, la privatización y remodelación que ha sido practicada
masivamente en bares, estaciones y todo tipo de locales, ha afectado y dislocado las prácticas de un
modo cualitativo.
Respecto de los varones que molestan, se puede decir que su incremento ha producido una
escisión. Las teteras solían ser un espacio en el cual se reunía gente de cualquier clase social, de
cualquier procedencia, sin importar el tipo de rasgos físicos. Muchos de los participantes explican
que en ocasiones suele no tener importancia quien es la otra persona, y se sostiene que la gente con
la que se suele tener relaciones en la tetera es frecuentemente alguien que se rechazaría en otro
ámbito porque sólo se lo desea para un placer furtivo.
En la actualidad algunas personas de clase media rechazan a quienes no conozcan y vayan
vestidos de un modo que los identifique como desclasados, porque supone la existencia de un
riesgo. En cambio, la “buena vestimenta” suele ser un indicador de acceso, así como también el
hecho de que una persona sea notoriamente gay. Se desconfía de aquellas personas que no se las
identifica claramente como poseedoras de tal identidad, salvo que se las conozca de antemano.

Lo público y lo privado
La relación entre lo público y lo privado es un eje importante para situar la tetera, de modo que
realizaremos una breve discusión al respecto. En primer lugar tomaremos en cuenta a los baños en
el marco de este eje, y luego consideraremos la relación de género que existe entre lo público y lo
privado para poder situar a las teteras en este marco y desde allí comprender algunas de sus
implicancias.
Las teteras se producen en baños públicos, que como bien dice su nombre, pertenecen a esta
esfera. Sin embargo esta pertenencia resulta conflictiva por varios motivos. Por un lado, el baño
público suele estar en locales privados, como bares, estaciones de servicio o de tren, o negocios en
general, y por esta razón los/as dueños/as del lugar suelen controlar su acceso de un modo que es
considerado legítimo. Muchos de los baños donde se desarrollan las teteras suelen tener una
inscripción que afirma que allí solo pueden concurrir los clientes del lugar.
Este carácter privado de los baños públicos se ha acentuado en los últimos tiempos cada vez
más. En el pasado los baños solían ser lugares descuidados, sucios, en los que no había jabón o
papel higiénico y el acceso a ellos no estaba tan controlado. A lo largo de la década del noventa el
nivel de competencia entre los bares los llevó a la remodelación permanente y a un cuidado de los
baños que antes no se tenía, con lo cual el acceso a ellos se ha restringido cada vez más.
En muchos bares, por ejemplo, los dueños colocan dispositivos similares a los de los porteros
eléctricos que se controlan desde la caja y que permiten el acceso a los baños sólo cuando se
identifica a un cliente. A veces las teteras han sobrevivido a estos dispositivos, pero normalmente el
efecto suele ser contrario.
Otras formas de evitar el acceso a los baños consiste en dejarlos abiertos poniendo sillas que
impidan que la puerta sea cerrada, de modo que el lugar se vuelve inseguro porque no se puede
saber cuando ingresa alguien.
El efecto de estas medidas, de todos modos, está relacionado con la capacidad que poseen de
“espantar” por el hecho mismo de que señalan una voluntad de combatir la tetera que los
participantes identifican claramente y que incluso debaten entre sí: “no vayas más a..., porque ahora
ponen una silla...”, o porque “te abren desde la caja”.
Una de las medidas más drásticas suele ser dirigirse a las personas que se considera sospechosas
y decirles que no pueden entrar al baño si no son clientes o en su versión más frontal, preguntarles
porque concurren tan seguido. En general no se suelen producir acusaciones directas porque no
existen pruebas, pero la sola mención de un mozo o personal del lugar suele disuadir a la
concurrencia.
Esta estrategia, de todos modos, no es la más común, porque puede ser problemática para los
mozos o el personal ya que estos/as no siempre identifican con precisión a todas las personas, en
algunos casos se confunden, y quienes no participan de las teteras y son interpelados de este modo
suelen ofenderse y considerar que la pregunta es un maltrato innecesario, con lo cual los efectos
comerciales de estas medidas pueden ser contraproducentes. Por esta razón en general se controla el
acceso a la puerta sin realizar interpelaciones.
El control de la puerta ha sido bastante efectivo. De alrededor de cincuenta baños que hemos
considerado en nuestra muestra, unos treinta y cinco se encuentran clausurados en cuanto teteras
debido a las remodelaciones que han afectado la arquitectura ideal, los métodos de control de la
puerta, o las interpelaciones. Las estaciones de trenes ahora se encuentran cercadas y no permiten
entrar a quienes no tienen boletos, y además han incluido los servicios de personas que se dedican a
vigilar el lugar, por eso son uno de los casos más evidentes de desaparición de las teteras, salvo dos
excepciones flagrantes que no serán mencionadas ni discutidas por cuestiones de seguridad.
Este tipo de controles existieron en otros momentos, y solían ser obviados con re-ocalizaciones
de las teteras que se producían permanentemente. De hecho en algunos casos actuales ha ocurrido
esto, pero en el presente la magnitud de las remodelaciones y reapropiación de los baños como
espacio privado de los bares y otros locales ha sido tan profundo que se ha producido una
dislocación que afecta la supervivencia de la tetera como práctica, por lo menos en la extensión que
había llegado a tener.
De modo que por un lado los baños son públicos, en el sentido de que su acceso no es
restringido, pero a su vez son privados porque se restringe en cierto modo el acceso a partir de la
propiedad de los mismo y más recientemente de una reapropiación del espacio por motivos
comerciales. Por otro lado, los baños también son privados en otro sentido.
El baño de un bar es considerado por las personas que a él concurren, y ahora no nos referimos a
quienes participan de las teteras, como un lugar donde debe existir cierta privacidad. A diferencia
de otras regiones de un negocio, donde la clientela considera lícita la colocación de una cámara de
video, el baño es tenido como un espacio que no debe ser observado. Es por este motivo que el
control de las actividades que se realizan en un baño resulta complicado porque si quien ejerce la
vigilancia se confunde e interroga a alguien que ni siquiera sabe de la existencia de las teteras,
puede haber un problema.
En nuestra cultura se considera que las actividades que se realizan en un baño son “privadas” y
por eso no debieran estar sujetas a control, al mismo tiempo, por supuesto, se supone que estas
actividades no debieran incluir ninguna práctica sexual. De hecho la división en baño de mujeres y
baño de varones se supone que conjura la posibilidad de que las actividades higiénicas converjan
con las sexuales, sin embargo, esta idea subyacente a la división sexual de los baños no es más que
parte del heterosexismo dominante en las concepciones sobre lo erótico. Allí donde se ha
pretendido excluir la sexualidad suponiendo que esta sólo podía ser heterosexual, ha surgido
precisamente lo que se encuentra excluido, las practicas homosexuales.
El surgimiento de las teteras no es casual, sino que es un producto de la relación peculiar que se
instituye en esos espacios entre lo público y lo privado, es por esto que en un momento en que estas
dos esferas se relocalizan, la tetera se encuentre en una crisis que al obligue a ser replanteada o
desaparecer. Para comprender esto debemos analizar las características de género que posee la
dicotomía público-privado.
En primer lugar, como ha explorado el feminismo desde hace ya varias décadas, lo público es el
lugar por excelencia de la masculinidadvii. El mundo del trabajo, el mundo de la política, han sido
asociados con los varones del mismo modo que el hogar, la escuela y otros ámbitos propios de lo
“afectivo” y lo “íntimo” han sido considerados como femeninos. Recordemos que aún hoy un
hombre público es un personaje destacado mientras que una mujer pública es una prostituta, con lo
cual se marcan claramente las formas de acceso a lo público que se tienen reservadas para cada
género.
A esta correlación entre lo público y lo masculino, lo privado y lo femenino, debe agregarse otro
factor, la relación entre el eje dicotómico que estamos discutiendo respecto del par
heterosexualidad-homosexualidad. Desde los estudios de gays y lesbianas se ha señalado que lo
público no sólo se encuentra relacionado con lo masculino, sino además con lo heterosexualviii,
veamos porqué.
La heterosexualidad es un fenómeno público por excelencia, en ella lo íntimo es exhibido
incluso sin que se lo perciba. La parafernalia simbólica heterosexual pasa normalmente
desapercibida porque se la considera “natural”, “normal”, sin embargo, cuando la despojamos de
este carácter, cuando interrogamos la constitución social de la sexualidad, podemos observar los
modos compulsivosix mediante los cuales se impone, se despliega y se exhibe la heterosexualidad,
en oposición al silencio requerido para las prácticas, deseos y afectos entre personas del mismo
sexo.
Los anillos de boda, las fotos en las billeteras, sobre los escritorios, los cuadritos con fotos de los
hijos, de las parejas, los besos en público, las caricias, las miradas afectuosas. Todas estas son
expresiones que están permitidas para la heterosexualidad y que se encuentran prohibidas si se trata
de homosexuales o de lesbianas. Los heterosexuales son visibles, los homosexuales somos
invisibles, todo el mundo, salvo prueba de lo contrario, asume la heterosexualidad de quien tiene
enfrente. Sólo recientemente las personas gays hemos obtenido una cuota de visibilidad, razón por
la cual muchas personas suelen pensar que existe ahora una igualdad aunque todavía no es posible
para la mayor parte de los homosexuales identificarse como gays abiertamente en sus trabajos x,
lugares de estudio, con las amistades, la familia, etc.
La invisibilidad es una característica fundante de la identidad homosexual, aunque hoy sea
arduamente combatida desde el activismo de gays y lesbianasxi. La invisibilidad empuja a la
homosexualidad hacia el “closet”, hacia lo privado, y de hecho es muy común escuchar decir a
alguien que respeta a los homosexuales porque la sexualidad es algo privado xii. Esta postura
seudoliberal no es más que una hipocresía que obvia el derecho que poseen los heterosexuales a
exponer sus deseos públicamente en oposición al silencio que se exige a gays y lesbianas.
Esta relación entre heterosexualidad y mundo público se encuentra sellada legalmente, ya que es
corriente que la homosexualidad sea permitida “en privado” pero que se penalicen sus
manifestaciones públicas, a pesar de que en este momento se están ganando algunas batallas legales.
El código napoleónico, en el que se inspiran gran cantidad de países, incluida la Argentina,
estableció la permisividad de la manifestación homosexual privada y penalizó la publicidad. La
legalidad inglesa, que pertenece a otra tradición ha permitido desde 1967 la homosexualidad, pero
en privado.
La ilegalidad de la homosexualidad en el ámbito público se expresa en muchos países a través de
la prohibición de la publicación de materiales educativos que refieran positivamente a la
homosexualidad, del impedimento de matrimonio entre personas del mismo sexo, de la censura de
todo tipo. Hasta que no exista algún tipo de igualdad legal y no se desarrolle una cultura que
denuncie al heterosexismo, no será posible la manifestación pública de la homosexualidadxiii.
Es por esto que el carácter privado de la homosexualidad la empuja hacia aquellos lugares en los
que lo público se encuentra limitado, disminuido, cercenado. En la actualidad un varón y una mujer
pueden conocerse en su trabajo, en el colegio o la universidad, en casa de amigos, y en cualquier
otro ámbito. En cambio las personas que desean a otras de su mismo sexo sólo pueden conocerse en
locales de sociabilidad gay-lésbica en los cuales hay que pagar para ingresar, en líneas telefónicas
que también deben ser abonadas o en otras actividades que también requieren un aporte económico,
como los chats de Internet, los avisos publicados en revistas gay-lésbicas, etc.
Los ámbitos gratuitos en los que se pueden conocer los varones gays son muy restringidos,
fundamentalmente se trata de la calle Santa Fe, donde transitan una gran cantidad de personas gays
y existe un “gire” en el cual se puede “levantar” a alguien, pero esta posibilidad sólo establece el
contacto, luego es necesario disponer de algún lugar, no sólo para establecer relaciones sexuales,
sino también porque cualquier tipo de expresión afectiva sólo se puede realizar en privadoxiv. En la
actualidad algunas lesbianas y algunos gays se animan a tomarse de la mano o besarse o abrazarse
en público, pero todavía resulta un gesto de activista, porque es necesario estar preparado para
cualquier ataque cuando se realizan este tipo de acciones, no se las puede asumir con la
“naturalidad” con la que la desempeñan las personas heterosexuales.xv
Es curioso que las manifestaciones de afecto gay-lésbico sean vistas corrientemente como un
modo desmesurado de ponerse un cartel y proclamar la propia sexualidad cuando esta “debiera ser
privada”, no se aplica la misma vara para las personas heterosexuales, ni se considera el despliegue
que estas realizan como una exageración sino más bien como una manifestación positiva.
Por todos estos motivos, las teteras son uno de los lugares a donde se empuja a la sexualidad
gay, aún cuando existe una imagen ideológica que invierte los términos. El heterosexismo
dominante en nuestra cultura realiza una identificación imaginaria según la cual si los gays son los
que practican determinado tipo de sexualidad es porque eso es lo que su deseo les dicta, lo que sus
impulsos biológicos ordenan.
Si bien las personas que concurren a las teteras suelen considerar que no han sido empujadas allí,
podemos observar en esta actitud una resignificación de lo opresivo en tanto placentero, de hecho el
ocultamiento, el pertenecer a un grupo que tiene sus códigos cerrados, el ejercicio de ese código,
suelen ser considerados gratificantes y positivos, con lo cual se resiste la opresión de la cultura
dominante. Sin embargo esta resignificación, que tiene sus aspectos positivos, tiene por otro lado el
defecto de impedir ver cual es el contexto en el cual se desarrollan ciertas actividades.
Si las teteras han surgido, es porque la homosexualidad esta forzada a actuar en lo privado, en lo
oculto, en lo invisible. Es por ese motivo que la actividad homosexual se desarrolla allí donde se
pensó conjurar la sexualidad impidiendo las relaciones heterosexuales, es decir, en los baños
públicos afectados por la división sexual.
La visión moral heterosexista que condena la existencia de las teteras y la señala como uno de
los síntomas de la “depravación homosexual”, de la “degeneración” propia de estos “enfermos”,
olvida que la homosexualidad está marcada por la su retracción al ámbito de lo privado. Aquello
que ha sido negado retorna y se desplaza allí donde no se lo preveía. La homosexualidad sufre una
condena de desaparición, es reprimida culturalmente, y por eso emerge en gran medida en áreas
privadas de acceso restringido o en zonas donde sus prácticas son furtivas, ilegales, clandestinas. La
compulsión a la heterosexualidad y la prohibición del carácter público de la homosexualidad
generan un resituamiento de esta en los ámbitos en que se dispone que la sexualidad no debiera
existir, allí donde la sexualidad es conjurada.
En este sentido consideramos que podría sostenerse un uso de los conceptos de conciente e
inconciente freudiano para una teoría de la cultura. La homosexualidad no sólo es reprimida por las
personas heterosexuales y enviada al inconciente, como bien explicó Freud, sino que además es
reprimida de las manifestaciones culturales visibles, es decir de la publicidad, y por lo tanto resurge
allí donde no puede ser visible, donde se oculta a través del carácter privado, de los códigos, etc.
Las formas de ocultamiento de las prácticas homosexuales constituyen una delimitación entre
aquello que puede ser conocido en el conjunto de la cultura, que es de “público conocimiento” y
aquello de lo que ni siquiera se imagina su existencia. Y la tetera es precisamente esta práctica
caracterizada por su invisibilidad, por el efecto de la represión heterosexista que la instituye como
un no-lugar, porque de hecho la invisibilidad y el desconocimiento son a la vez los factores que
estructuran los marcos de posibilidad de la existencia de la tetera.
Si en los baños públicos no existen relaciones heterosexuales esto es porque el deseo por
personas del “otro” sexo es considerado posible y por lo tanto conjurado a través de la división
sexual de los baños, en tanto que la omisión de la posibilidad de un deseo homosexual hace posible
las teteras. A su vez los códigos, que no casualmente son extralingüísticos, y las identidades y
prácticas invisibles, son las que hacen que se puedan desarrollar las teteras con un riesgo menor.
Es notorio que la homosexualidad aflore precisamente allí donde se pretendió erradicar la
posibilidad de una relación sexual, en los baños públicos. Esto ocurre porque la homosexualidad no
es pensada como una práctica sexual posible.
Uno de los varones homosexuales que entrevistamos en Rosario comentaba que en cierto lugar
público cerca de una zona por la que circula mucha gente gay se esta construyendo un baño. Esta
persona se reía de quienes habían tenido la idea de poner un baño allí y decía “no saben lo que les
espera”, “no tienen ni idea”. Esta persona que sabía que yo era gay ni siquiera me explicó porque lo
decía, supuso que yo me daría cuenta, y me lo dijo arriba de un taxi, como afirmó luego, sabiendo
que el taxista no entendería porque era heterosexual. Finalmente esta persona concluyó diciendo, y
bueno, tienen “mentalidad hetero” xvi, es decir, no pueden prever la posibilidad del deseo
homosexualxvii.
La imposibilidad de la manifestación pública del deseo homosexual es equivalente a nivel
cultural a la imposibilidad del reconocimiento del mismo deseo en los/as individuos heterosexuales.
La negación, en un caso se produce reprimiendo y limitando al inconciente, sin por eso poder evitar
el retorno a través de síntomas. En el caso de la cultura la negación implica la represión de la
manifestación pública y la reemergencia del deseo homosexual en áreas invisibles privatizadas o en
los lugares donde precisamente se ha conjurado la posibilidad de la sexualidad, que siempre es
entendida como hetero. En realidad el nivel cultural y el individual se encuentra íntimamente
ligados, porque sólo en una cultura heterosexista existe una represión del deseo homosexual que lo
haga replegar al inconciente.
Las teteras, por lo tanto, no son más que un síntoma cultural, una reemergencia, que señala la
imposibilidad de llevar hasta sus últimas consecuencias la represión de la homosexualidad, que
marca el modo en que las regiones de lo urbano se encuentran claramente delimitadas por la
imposición compulsiva de la heterosexualidad, y que estas normativas son resistidas, porque a pesar
de todo, el deseo predomina, y se expresa de algún modo, en algún lugar. Desde luego, esta
expresión de la sexualidad posee sentidos diversos y capas de sentido en la misma comunidad
homosexual y entre quienes frecuentan las teteras. Por una parte, los baños son utilizados por un
importante número de gays. Por otra, ir a las teteras no está bien visto, sino que da cuenta de un tipo
de práctica que disminuye el status de lo que allí se hace. Salvo algunos casos, no existe una
reivindicación abierta y mayoritaria de la teteras. No hemos hallado en nuestras entrevistas
reflexiones sobre el significado de las teteras, sino más bien una práctica que se sabe que excede los
marcos establecidos de la sexualidad presuntamente “natural”.
iNOTAS
A pesar de que aquí trabajaremos sólo sobre la ciudad de Buenos Aires, el fenómeno de las teteras existe en otras
provincias también y en muchos otros países. En Estados Unidos e Inglaterra, de hecho, son denominadas “Tea Saloons”.
ii Sobre los efectos del HIV sobre las costumbres sexuales de gays, ver: Pollak, Michael. “La homosexualidad masculina o
¿La felicidad en el ghetto?”, en: Ariès, Ph.; Béjin, M.; Foucault M.; et als. Sexualidades Occidentales. Buenos Aires,
Barcelona, México. Paidos. 1987.
iii Estos datos empíricos han sido obtenidos mediante cincuenta entrevistas personales y mediante observaciones en los
baños públicos, se intentará revelar la menor información posible para garantizar la seguridad de las personas que participan
de las “teteras”.
iv Judith Butler. Gender Trouble: Feminism and the subversion of identity. New York. Routledge. 1990.
v Si bien no desarrollaremos esta cuestión aquí consideramos que la inexistencia de “teteras” femeninas tiene que ver con la
socialización diferente que opera sobre varones y mujeres, cuyos efectos actúan incluso en las personas homosexuales y
lesbianas. Nuestra cultura impulsa a los varones hacia el sexo y a las mujeres hacia el afecto, y esto se nota en la diversidad
que existe entre los gays, que desarrollan una alta promiscuidad y una gran cantidad de relaciones sexuales y las lesbianas,
que poseen una mayor orientación hacia lo afectivo. Esto son, de todos modos, sólo tendencias, pero sus efectos culturales
resultan significativos. Esta hipótesis sobre la diferencia entre la sociabilidad gay y aquella propia de las lesbianas puede
encontrarse desarrollada en Matthaei, Julie. “The Sexual Division of Labor, Sexuality, and Lesbian/Gay Liberation:
Towards a Marxist-Feminist Analysis of Sexuality in U. S. Capitalism”. En: Review of Radical Political Economics.
Volume 27. Number 2. June 1995.
vi Acerca de los varones que tienen prácticas sexuales con personas de su mismo sexo pero que tienen identidad
heterosexual, ver:Büntzly, Gerd “Gay Fathers in Straight Marriages”, y: van der Geest, Hans. “Homosexuality and
Marriage”, ambos en: De Cecco, John y Elia, John (eds.). If You Seduce a Straight Person, Can You Make Them Gay?
Issues in Biological Essentialism versus Social Constructionims in Gay and Lesbaian Identities. New Yorl. Haworth Press.
1993.
vii Moore, Henrieta. Antropología y feminismo. Valencia. Cátedra. 1991.
viii Mieli, Mario. Elementos de crítica homosexual. Barcelona. Anagrama. 1979; Weeks, Jeffrey. Sexualidad. México.
Paidos. 1998.
ix Rich, A. “Compulsive heterosexuality and lesbian existence”, en: Signs 5. 1980.
x En Estados Unidos se ha realizado un estudio sobre la situación de los varones gays en los lugares de trabajo, mostrando
la distancia que existe entre la expresión abierta que se permite a los heterosexuales y el silencio que se exige a la gente gay.
Considerando que la situación es mucho más favorable para las personas gays y lesbianas en este país, podemos sostener
que en Argentina resulta casi imposible revelar una identidad homosexual o lésbica en este contexto. Cfr. Woods, James, D.
The Corporate Closet. The Professional Lives of Gay Men in America. New York. Free Press. 1993.
xi Acerca de la importancia de la visibilidad como objetivo político, ver: Fratti, Gina y Batista Adriana. Liberación
homosexual. México, Posada, 1984; Ginberg, Allen. “Stonewall, el mensaje”, en: Debate Feminista. Año 5, vol. 10,
septiembre 1994; Duberman, Martin. Stonewall. Plume. New York. 1993; Plummer, Ken (editor). Modern Homosexualities.
London, Routledge, 1992; “Omosessuali e Stato. A curad di ARCI GAY Nazionale”, en: Quaderni di Critica Omosessuale.
Bologna. Centro di Documentazione IL CASERO. 1987; D'Emilio, John. Making Trouble. Essays on gay history, politics,
and the University. New York and London. Routledge. 1992. Herdt, Gilbert; Boxer, Andrew. Children of Horizons. How
gay and lesbian teens are leading a new way out of the closet. Boston. Beacon,1993; Adam, Barry D. The rise of a Gay and
Lesbian Movement. Boston. Twayne Publishers, G K. Hall & Co. 1987; Pullano, R. “Per una storia del movimento gay in
Italia”, en: Rivista de Sessulogia. Bologna. Vol. 16 no2 Parile/giugno 1992; .
xii Sobre la relación entre visibilidad e invisibilidad, ver: Kosofsky Sedgwick, Eve. Epistemology of the Closet. Berkley.
University of California Press. 1990.
xiii Sobre la situación de las personas homosexuales y lesbianas en Argentina, ver: Jauregui, Carlos. La homosexualidad en
la Argentina. Buenos Aires. Tarso.1987. Acevedo, Zelmar. Homosexualidad: Hacia la destrucción de los mitos. Buenos
Aires. Ediciones del Ser.1985.Y Kornblit, Ana Lía; Pecheny, Mario;Vujosevich Jorge. Gays y Lesbianas. Formación de la
identidad y derechos humanos.Buenos Aires, La colmena 1998. Este último libro adolesce de serias faltas y debiera ser
consultado con reservas.
xiv Cfr. Barnabé, Roberto. “La cittá e le differenze: Tra ghetto e integrazione urbana”, en Rivista di Sessuologia. Op. cit.
xv Sobre lugares de encuentro de gays varones y sus características, ver: Perlongher Nestor. El Negocio del deseo. La
prostitución masculina en San Pablo. Buenos Aires. Paidos. 1999.
xvi Si bien esta expresión no fue una referencia teórica, la idea, extendida entre gays y lesbianas, de que existe una forma de
razonar heterosexual que reprime ciertas cuestiones y obtura la percepción de muchos aspectos de las sexualidad, se
encuentra desarrollada en: Wittig, Monique. “The Straight Mind”, en: Lucia-Hoagland, Sarah y Penelope, Julia (eds.) For
Lesbians Only. A separatist Anthology.London. Only Women Press. 1988.
xvii Sobre esta imposibilidad, ver también el artículo de Wittig, Monique. “One is not born a woman”, en Lucia-Hoagland,
Sarah y Penelope, Julia (eds.), op. cit.

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