Esta experiencia que recibió la Iglesia por parte del papa Benedicto XVI al calor de
la oración especialmente de la Eucaristía, de la reflexión sobre nuestra vocación y
misión de discípulos que todo bautizado estamos llamados a realizar, todo esto en
un ambiente fraterno. Acompañados de la Santísima Virgen vivimos un verdadero
Pentecostés, experimentamos la luz y la fuerza del Espíritu Santo para hacer frente
a los grandes desafíos tanto de la sociedad en la que estamos inmersos como al
interior mismo de la Iglesia.
La fidelidad a Jesucristo nos exige combatir los males que dañan o destruyen la
vida como el aborto, el narcotráfico, el secuestro, la explotación sexual, la violencia
armada, el terrorismo y las guerras. En una sociedad cada vez más plural,
queremos ser integradores de fuerzas en la construcción de un mundo más justo,
reconciliado y solidario. Invitamos a todos los dirigentes de nuestras naciones a
defender la verdad y a velar por el inviolable derecho a la vida y dignidad de la
persona humana, desde su concepción hasta su muerte natural.
Ante tantos bautizados sin conciencia de su misión, con una identidad débil y
vulnerable; ante muchos creyentes que no participan en la misa dominical ni
reciben con regularidad los sacramentos y no se insertan activamente en la
comunidad eclesial nos comprometimos:
2.- A promover la formación de los laicos para que asuman su vocación específica
de ser hombres y mujeres de Iglesia en el corazón del mundo y hombres y mujeres
del mundo en el corazón de la Iglesia. Estimularemos la formación de cristianos en
los diferentes sectores de la sociedad para que contribuyan a la construcción de
una sociedad más justa y fraterna según los principios de la Doctrina Social de la
Iglesia.
Esto exige de todos nosotros obispos, sacerdotes, religiosas y fieles laicos una
revisión profunda de cómo estamos iniciando y alimentando la vivencia cristiana,
una profunda conversión personal y pastoral.
La tarea no es fácil pero nos consuela contar con la fuerza del Señor: «En el
mundo tendrán tribulaciones. Pero ¡Ánimo! Yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).
Nos alientan tantos hombres y mujeres de buena voluntad. Estamos seguros de
contar con la compañía de Ntra. Madre Santísima modelo de Discípula y Misionera.
CONCLUSIÓN
Se dice que Aparecida fue más que un documento. En una reunión con los 22
Presidentes de Conferencias Episcopales del Continente, casi a un año de
Aparecida, algunos dijeron que “Aparecida no es un libro, es un acontecimiento”; el
de Brasil dijo que “Aparecida es un tiempo nuevo en la Iglesia del Brasil, podemos
hablar de un antes y un después de Aparecida”.
OBJETIVOS
Nos encontramos pues ante una nueva etapa del camino en la aplicación del
Vaticano II a la Iglesia en Latinoamérica. Camino de la continuidad, no de la
ruptura. Camino de comunión ante todo con Dios Padre, y con su Hijo Jesucristo
en el Espíritu Santo y, por consiguiente, de comunión entre nosotros, en la unidad
del único Cuerpo de Cristo; un camino orientado también por el Sínodo de la Iglesia
en América, para mantener viva y firme el don de la fe en el pueblo
latinoamericano.
La Iglesia en esta parte del mundo ha vivido estas etapas siempre en estrecha y
constante unión con el Sucesor de Pedro. Esta fidelidad a la persona del Santo
Padre y al Magisterio de la Iglesia han sido características esenciales de nuestro
andar.
TRABAJO SOBRE LAS APARECIDAS
INTEGRANTES:
MARCIAL PATERNINA
RENZO CASTELLÓN
FREDY ZAMBRANO
JESÚS BARÓN
INTEGRANTES:
MARCIAL PATERNINA
RENZO CASTELLÓN
FREDY ZAMBRANO
JESÚS BARÓN
JHON ALCÁZAR