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Antes de Leer:

No estaría de más que te escucharas las siguientes


canciones:
- The Doors-The End  link:
http://www.youtube.com/watch?v=GGXeXm0uMDo
- Konsumo Respeto- Herida de Guerra  link:
http://www.youtube.com/watch?v=vM_zXXi5-74

Ah, y antes de que se me olvide: Unas dudas de unos fans


inquietos (de los pocos que tengo xD) me preguntaron si Máximo no
era demasiado joven. Veréis, Máximo pertenece a la raza de los
hume, que comparte casi todos los genes con las humana, pero con
la diferencia de que los humes viven 1.5 veces más que un humano
normal. Así, Máximo tendría 24 años actualmente.

Sin más que decir, disfrutad del capítulo.

***************************************************
Por el barranco de divagamientos que era en ese
momento la cabeza de Lidia, se asomaban muchas ideas,
pero la más importante, la que la corroía por dentro era:
¿Dónde estoy?

Enseguida lo recordó todo de golpe, como un jarro de


agua fría: La partida de póker, todo el dinero que ganó, el
nu mou de la lengua de oro… sí, lo recordaba todo muy
lúcido, y recordó también su pelea con esos tipejos
indeseables, los dos bangaas tumbados en el suelo, y ese…
Le vino a la cabeza la imagen de la monstruosa araña
gigante. Tembló de miedo. Y de pronto, también recordó a
la figura que vino a atacar a esa “cosa”… Sí, esa persona,
fuera quien fuera, la había salvado. Pero, ¿Quién era?

- Eh…tsss… despierta, dormilona- Le dijo una


voz familiar.

“Espera…esta voz me suena…” pensó ella cuando


abrió los ojos.
Lidia se encontraba tumbada en una cama en un lo
que le parecía ser un apartamento. El sol vespertino se
filtraba tímidamente por una ventana pequeña a su
izquierda. Al lado de la cama, una mesilla, sobre la que
había una bandeja con un cuenco de sopa, y un trozo de
mizpo, un pan moguri muy apreciado y extendido por todo
el país. Lidia desvió la mirada a la derecha, y se topó de
frente con una mirada de ojos azules prístinos, que
reflejaban su propia cara, llena de estupor y asombro.

- Vaya, ya se ha despertado la Bella Durmiente. ¿Has


dormido bien?- Le preguntó Máximo.

- ¡Tú eres el chico del bar…!- hizo una pausa, al


darse cuenta de que no sabía su nombre- ¿Cómo te llamas?
- Normalmente, cuando quieres saber el nombre de
alguien, te presentas primero. Es una norma de “educación
básica”- Le reprochó Máximo con tono instructivo- Pero
bueno… Yo soy Máximo N. River. Máximo para los
amigos. ¿Y tú quién eres?
- L-Lidia.- Dijo, dubitativa.
- Lidia ¿qué-más?- Dijo Máximo, un tanto impaciente
ante la duda de Lidia- Anda que también…ayer hablando
un buen rato, y tú dándome largas para no decirme tu
nombre…
- Si no quiero decirte mi nombre es mi problema.-
dijo Lidia, sin pensar. Al momento se arrepintió de que
esas palabras hubieran salido de su boca.
- Vale…pues bien, Lidia No-se-qué…- empezó
Máximo, un poco escamado por la actitud de su actual
inquilina- Resulta que este es MI apartamento. Que YO
me he molestado en buscar a alguien para que te curara
esas heridas mortales. ¿Y sabes quién fue el que te salvó
anoche de ese antoleón? ¿Lo adivinas no? Sí, niñata
desagradecida, fui YO, el mismo que viste y calza. Así
que lo mejor va a ser que te calles, te comas la comida que
YO te he preparado y que descanses para que cuanto antes
te vayas de aquí y me dejes tranquilo escuchar música.

Lidia se quedó un tanto atontada. Le sorprendió de


golpe tanta información. ¿Era este el apartamento de ese
chico del que acababa de saber el nombre, “Máximo”?
¿De verdad eran tan graves sus heridas? ¿Estaría bueno el
desayuno que le había preparado? Desde luego ese mizpo
tenía buena pinta…

-Lo siento, no he pensado lo que decía. Perdona- se


disculpó Lidia, ya avergonzada de lo que había dicho.
Pero, para su sorpresa, Lidia no encontró reproche en
la mirada de Máximo, sino arrepentimiento.

-No, perdóname tú. He dormido como un tronco esta


noche y estoy que me tiro a la yugular…- dijo Máximo, un
tanto decepcionado.
-Eem…dirás que has dormido muy mal, ¿no?
-No, yo es que soy muy raro, y cuanto más duermo de
peor humor estoy. He dormido 11 horas11 fíjate tú…-
respondió Máximo, en un tono explicativo, un tanto raro.-
Hoy va a llover; me duele la espalda…-terminó.
-Vaya…- dijo Lidia, extrañada por el extraño
comportamiento de Máximo. A pesar de haber dormido
once horas tal y como decía, tenía una ojeras
impresionantes, y le había cambiado un poco la cara,
ahora más salvaje y descontrolada. Su voz se había vuelto
notablemente grave y profunda, mucho más que su tono
anterior, un poco más agudo, intermedio para los hume.

1
11 horas: Máximo suele tener estos trastornos serios del sueño. Quizá Nadine le hizo
una vez un chequeo, pero no halló pruebas concluyentes de porqué le pasaba esto.
-Bueno, lo mejor va a ser que te comas la comida que
te he preparado y que descanses.- Propuso Máximo, y se
retiró a un rincón apartado, en una esquina entre un
mueble y la pared. Se sentó en una silla en la que Lidia
apreció que seguramente no le llegarían los pies al suelo.
Habían apoyadas dos katanas, bastante decoradas en la
funda, que Máximo cogió con cuidado y cariño.

“Esas deben ser las espadas con las que atacó al


bichejo ese” pensó Lidia, aún sin tocar la comida que
había puesto Máximo en su regazo. “Pero, ¿qué va a
hacer?” se preguntó.

Máximo cogió de un estante cercano un bote de un


líquido (transparente, al parecer), y unos bastoncillos
grandes, en forma de bola, no superior al tamaño de una
avellana. Se volvió a sentar en la silla y abrió el bote
pequeño. El recipiente despidió un olor profundo, que se
metía en la nariz.

“¿Alcohol? ¿Qué pretende hacer?” Lidia tenía


curiosidad por su hospitalario salvador. Siguió mirando
como empapaba los bastoncillos del alcohol, y cuando se
disponía a hacer lo que fuera que quisiera hacer, se paró
un momento y le devolvió la mirada, como si tuviera ojos
en la parte superior de la cabeza, y hubiera estado viéndola
desde el principio.

- Cómete la sopa. Se te va a enfriar… Por cierto, ¿Por


qué siempre se dice que se va a enfriar? ¿La sopa está
mejor caliente? A mí me gusta más fría… aunque tampoco
se porque me gusta fría…bah, déjame, estoy divagando.
Cómetela, anda.
- ¿Qué haces?- preguntó Lidia, curiosa.
- Limpiar mi katana. Necesita un mantenimiento
periódico y exhaustivo. Cualquier cosa, el polvo, o...la
sangre pueden estropear su filo.
Lidia quedó un tanto sorprendida por esa explicación
tan efusiva. Pero le llamó la atención el extraño énfasis
que puso en la palabra "sangre". Entonces surgió una
pregunta en su cabeza, que casi le hizo decirse a sí misma
"idiota".
- ¿Qué pasó anoche? ¿Y esos tipos? ¿Qué hiciste con
ellos?- preguntó, como si le fuera la vida en ello.
- ¡Bueno bueno! ¡Tranquila! Te lo cuento todo…-
repuso Máximo con tranquilidad.- Empezó cuando ese
tipo transformado de antoleón te atacó, ¿Te acuerdas?
Pues eso, que…-
-¿Pero porqué se transformó el idiota ese? ¿Y cómo
lo hizo? ¿Por qué me desmayé?- Dijo Lidia antes de que
pudiera seguir.
- ¿Me quieres dejar explicártelo? Bueno, la cuestión
es que ese tipo era un “metamorfomago nu mou”, o
simplemente “morfo”. El caso es que son un mous
entrenados específicamente para transformarse en
monstruos de los que absorben las almas. Las acumulan en
pequeñas esferas redondas, que cambian de color
dependiendo del alma que almacenen. Por eso la apostó en
la mesa, porque nadie más podría usarla a menos que fuera
un morfo. Pero su punto débil es que sólo se puede
transformar en un monstruo a la vez, y una vez que lo
hacen agotan toda su magia.- Tras ese párrafo, Máximo
hizo un breve mutis y continuó explicando- Ese morfo era
muy bueno. Se transformó en un antoleón, una tarántula
venenosa gigante, que suele habitar por las tierras baldías
de Danzig, el desierto en el que habitan las tribus Raguas.-
Lidia escuchaba con interés. No recordaba nada desde que
ese bicho le escupió. Solo una sensación de ardor en el
pecho, y después vio a esa figura que al parecer era
Máximo, y se desmayó.
-Cuando ataqué a ese morfo,- continuó Máximo- tú
estabas muy malherida, con un charco de veneno en el
pecho. Tu vida corría peligro, y eso estaba a la vista hasta
para el idiota más inexperto. No me demoré mucho, y en
cinco minutos ya estábamos de camino a casa de mi
amiga. No dudé ni un segundo en…
- ¿Quién es tu amiga? ¿Qué pasó con el bicho?-
Interrumpió Lidia, de nuevo.
- ¿Es que te gusta interrumpirme para que me
enfade?- Preguntó retóricamente Máximo. En la cara de
Lidia se dibujó una sonrisilla maliciosa. La verdad es que
Lidia no era así de preguntona normalmente, pero no sabía
porqué cabrear a ese sujeto que la había acogido le
causaba mucha diversión.
-Pues resulta que mi amiga es una médica buenísima.
Te curó las heridas con una rapidez asombrosa.-Dijo, sin
prestarle mucho interés a la conversación, inmerso en
limpiar su katana.
-Ajá... ¿Y con esos tipos? ¿Qué les?...- Preguntó, pero
antes de que tuviera ocasión de preguntar algo más,
Máximo ya había terminado de limpiar una katana, y al
desenvainar la otra, Lidia no necesitó más explicaciones:
La espada estaba resquebrajada, casi fundida en algunas
partes, tanto que resultaba difícil imaginarse como se
podría usar eso en combate.
- Al clavarle esta espada al antoleón ya sabía que iba
a destrozar la espada, pero era eso, o...- Aclaró Máximo,
aún sosteniendo en sus manos la espada deforme.
Sin embargo, a Lidia le quedó una duda por disipar.
- Pero... ¿Lo mataste?- Preguntó.
- ¡Jajá! No te preocupes mujer, cuando un morfo es
derrotado en su forma de monstruo, regresa a su forma
original y normalmente no se despierta hasta dentro de un
buen rato… ¡Ah! El dinero que ganaste se quedó ahí, y lo
malo es que esta mañana he ido a ver si estaba, pero no
había ni rastro de esos tipos, y menos del dinero.
- Bueno, entonces supongo que me tengo que...- Dijo
Lidia, y se dio cuenta de algo muy importante: No llevaba
la misma ropa que ayer, y ahora que lo pensaba, el pelo no
le olía igual que ayer. Dirigió una mirada punzante,
mezcla de pudor y rabia, a su "anfitrión". Máximo,
percatándose de esto, se apresuró a aclararle la situación a
su huésped.
- ¡No, no, no! ¡No es lo que piensas! Mi amiga te
prestó su ropa2 (por cierto, tenéis la misma talla, al
parecer) y me hizo darte una medicina por la noche. Tu
ropa estaba desgarrada, y la tuvimos que tirar.
Pero Lidia ya sabía que esa ropa, obviamente, no era
suya: llevaba un pijama de dos piezas, una camisa naranja
y morada y unos pantalones a juego. "Si no fuera porque
no estaba consciente"- pensó ella- "no me habría puesto
esto ni loca".
De pronto, una sensación de incomodidad invadió a
Lidia. Se sintió extraña, en una casa desconocida, y con la
ropa interior de una chica a la que ni siquiera le había visto
la cara.
- Yo...me voy- sentenció.
- ¡Ah no! ¡Tú no te vas! Quédate y descansa hasta
que venga mi amiga.
- Que no...Me voy...-hizo un amago para levantarse-
Me voy ahor... ¡AAAHH!
2
Detalle pervertido: Braguitas verde fosforito y sujetador amarillo… ¿talla?
¡Pervertido! :3
Lidia cayó al suelo y se llevó la mano a la tripa.
Había forzado su cuerpo a levantarse.
- Quieta quieta, estate tranquila, que te vas a hacer
daño de verdad.- Dijo Máximo, mientras la ayudaba a
incorporarse.- Nadine dijo que debías hacer reposo
absoluto durante...
- ¿Nadine?- preguntó la inquilina.
- Sí, Nadine, Nadine Watts. Mi amiga.- resopló
Máximo.- Descansa, que no vas a poder moverte en unos
días.
- Pues si me tengo que quedar aquí me tienes que
traer una campana.- dijo ufanamente Lidia.
- ¡Anda, mira con la niña! ¡Si me ha salido caprichosa
y todo!- hizo rabiar Máximo, con tono picajoso.
Lidia hizo un gesto de evidente desasosiego, algo
parecido a un "JUM" un poco más elegante. Máximo hizo
caso omiso y se volvió al fregador de la cocina. Empezó a
machacar algo en un mortero y a hervir agua. Al cabo de
un rato volvió a la cama y con un cuenco que emanaba un
olor relajante, con un tono verde pepino. Máximo le tendió
el cuenco a la atractiva muchacha, con desgana:
- Toma. Infusión de muscmaloi3. Es muy buena para
las heridas y el veneno.
Lidia miró primero al cuenco humeante, expidiendo
un olor que invitaba a beberse eso de un trago. Y luego, a
los ojos de ese chico de más o menos su edad, que la
miraba profundamente con unos ojos azules que dejarían
pasmada a cualquier viera de la ciudad de Fiume.
- ¿Por… por qué me salvaste?-se limitó a decir. El
rostro de Máximo se tornó sombrío.

3
Infusión de muscmaloi: Infusión contra el veneno hecha con muscmaloi, una hierba
muy común, que puede encontrarse en todos lados, morada y de muy buen olor.
- Para que no te pasara…como a…ella…- dijo, con la
voz entrecortada. Lidia no sabía de qué iba eso, pero si
había una cosa que no quería saber, era esa.
- Gracias- dijo solamente.
- ¡Bah, no es nada mujer! Machacas las hierbas, y
luego...
- No, no por la infusión- dijo Lidia con un tono
inusitadamente suave, que casi ni parecía su voz.- Gracias
por todo, por salvarme, y...por cuidarme…gracias-
terminó.
Máximo se quedó un poco sorprendido. No sólo
porque pareciera que ese papel de niña inocente no iba con
ella, sino porque hasta parecía que se obligaba a sí misma
a agradecerle todo a Máximo. Mirándola a los ojos, y sin
percatarse el muy idiota, no se le ocurrió otra cosa que
decir:
- Bueno, para eso están los amigos, ¿no?

*RRRRIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII
NG*
- ¡Vaya, ahí está Nadine!- dijo Máximo con una
premura casi nerviosa, por la evidente tensión de la actual
situación.
Lidia dio un suspiro ahogado por el ruido de la puerta
al abrirse. "¿Cómo será esa tal Nadine?" pensó Lidia, con
una mal disimulada tristeza en el rostro. Cerró los ojos al
oír una voz que se acercaba del vestíbulo a la habitación.
- ¿QUÉ, CÓMO ESTÁ LA ENFERMA?- Dijo una
voz un tanto chillona, con un deje cansado. Lidia abrió los
ojos. ¡Y cuál fue su sorpresa! Una señora mayor, de unos
sesenta y pocos años, la estaba mirando. Vestida con un
chal amarillo chillón y una falda verde fosforito, y un pelo
rojo entrecano que hacía juego con su particular estilo de
vestir, y que refulgía a la luz vespertina, eran lo que más le
destacaba, así, a simple vista, a Lidia.
"¡JA! ¿A esta es que se le ha muerto la estilista?"
pensó Lidia.- ¿Quién eres tú?- preguntó, incrédula.
- ¿Yo? Nadine Watts, ¿Y tú, cariño?- Preguntó la
anciana mujer, con una impropia vivacidad para su edad.
- Lidia, señora- respondió la joven, poniendo un
extraño énfasis en la palabra "señora".
- ¡Oh, por favor cariño, llámame Nadine!- dijo, como
si le repeliera aquella palabra4.
- Vale, Nadine.

Nadine inspeccionó a Lidia exhaustivamente durante


lo que duró la conversación. Pulso, temperatura, y vendas
fue lo que se preocupó de mirar.
- Has mejorado mucho- le dijo a Lidia, pero mirando
a Máximo, que acababa de entrar en la habitación.- pero te
queda por lo menos un día de reposo. Menos mal que está
Maximín aquí para cuidarte, cariño.
- ¡JAJAJAJAJAAAYY!- se rió Lidia, pero se dolió al
momento por la herida en su tripa- ¿"Maximín"? ¡JAJAJA!
- Cariño, va a ser mejor que no te rías mucho con esa
herida mientras se te cierra- le explicó Nadine, un tanto
apesadumbrada.
- ¿Me quedará cicatriz?- preguntó con prisa.
- ¡NADINE! ¡TE DIJE QUE NO ME LLAMARAS
ASÍ!- saltó, colérico, Máximo.
- Está bieen, de acueeerdo. Perdona.- le dijo Nadine,
como quien dice "claro, claro" a un loco.

4
Resulta evidente que a Nadine no le gusta que le mencionen su edad. Las malas
lenguas dicen que tiene setenta y cuatro años, pero la verdadera cifra es menor.
Máximo se quedó con la mirada recelosa, fiándose
poco y menos de esa disculpa.
- No te preocupes, cariño, no te va a quedar ninguna
cicatriz.
- Fiuu, menos mal.- respiró Lidia aliviada, con una
mano puesta en el pecho.
- Pero necesito hacer un poco más del remedio que te
di ayer; aquí traigo los ingredientes- enseñó una bolsa
blanca pequeña que traía consigo- Maximí...- Máximo le
dirigió una advertencia en forma de mirada desafiante-
Máximo, hijo, tráeme el libro, anda- terminó la anciana,
con una mirada de superioridad, queriendo dar a entender
que había dicho "Máximo", y no ese mote que tan poco le
gustaba a Máximo.
-*suspiro* Vooooy...- dijo el joven, moviéndose
pesadamente.
"Hay que ver que raro que es ese chico" pensó Lidia,
que observaba con atención lo que iba a hacer Máximo.
Levantó la bonita alfombra de precioso bordado exótico
del suelo de tatami, y se descubrió una puerta corredera
con un orificio para abrirla. Corrió la deslizadera y Lidia
vio lo que había escondido: cientos de libros en una
librería que estaba tumbada en el suelo, por lo que se veía,
muy bien ordenados. Máximo vaciló un momento y cogió
uno con el lomo gordo, de un color verde oscuro, en el que
ponía "Remedios caseros de la tía Fuuka5". Después, puso
el tomo encima de la mesa, y abriéndolo por la página
marcada, se apartó y le dirigió a Nadine una mirada
resuelta, diciendo "todo tuyo".
Después de estar Nadine un buen rato leyendo, en el
que reinó un silencio sepulcral en toda la habitación, cogió

5
Fuuka: Fuuka Fullbuster, o simplemente “La abuela Fuuka” es una afamada alquimista
especializada en remedios naturales.
dos bols grandes de un estante, y empezó a preparar una
mezcla.
- Anda que sí Nadine, -rompió el silencio Máximo-
una médico profesional y no sabes preparar un simple
remedio...
Nadine le miró fulminantemente, queriéndolo
estrangular con la mirada.
Se limitó a callarse y a volver a lo suyo. Al medio
minuto, al ver que la mezcla le estaba saliendo bien, dijo:
- Ya verás como te vas a poner bien enseguida,
cariño- le dijo a Lidia, con una sonrisa en los labios. La
joven le devolvió la sonrisa.
- ¡Vaamos, si no tiene naaa!- dijo Máximo.
Las dos mujeres le dirigieron casi inmediatamente
una mirada furibunda, y a Máximo le sorprendió lo mucho
que se parecían la joven y la anciana.
- Casi parecéis la misma persona, ¿sabéis?- dijo el
chico, y al instante se dijo "Lo estás arreglando Máximo".
Entendido de la situación que se le avecinaba, se volvió a
decir "¡Oh oh! ¡Situación peligrosa! Táctica evasiva
número 3: ¡ADELANTE!"
- Bueno, yo me voy yendo, ¿vale chicas? Voy a ver
si... Bueno, voy a ver al sensei, ¿vale? ¡ADIOS!- dijo
musicalmente, haciendo caso omiso del tortazo que
seguramente se habría llevado si se hubiera quedado un
poco más en esa habitación. Tenso, cogió la katana que
todavía tenía viva y salió de su propio apartamento.

Al salir el edificio, hasta se sintió molesto porque


parecía que le habían echado de su propia casa. "Maldita
sea..." pensó "si hasta parezco un extraño en mi propia
casa. Y para colmo no voy a poder descansar; que mala
pata...". Y se dio cuenta de que empezaron a caer las
primeras gotas de lluvia, que había predicho hacía una
hora.
- ¡Anda, llueve! ¡Mola!- dijo, sonriéndose.

Iba vagando por las calles, como quien arrastra sus


pies tranquilo por la moqueta de su casa un domingo, y
antes de haberse dado cuenta, ya había llegado al dôjo de
su maestro. Un edificio pequeño, en madera, destartalado
y bastante viejo, se presentaba ante él. Pero a unos 100
metros de llegar a su destino, se topó con un pequeño
individuo que le resultaba familiar.

- ¡Anda, Spade! ¿Cómo tú por aquí?- saludó Máximo


a su conocido, y le tendió la mano.
- ¡Cuánto tiempo sin verte Máximo, kupó!- dijo el
hombrecillo, mientras le estrechaba la mano.

El chico en cuestión era de estatura baja,


aproximadamente un metro veinte. El cuerpo recubierto de
un corto pelaje blanco, cara pequeña, ojos grandes y
expresión muy vivaz; Y unas orejas de gato; Pero llamaba
la atención un pompón de tamaño medio, color negro, que
sobresalía desde su nuca, extendiéndose con un pequeño
hilo de piel.

Pertenecía a la raza de los “moguri”. Los moguri eran


una de las razas más inteligentes del mundo. Eran en
general, ingenieros o inventores, y tenían en su haber la
invención de muchos de los cachivaches de los que hoy
día disfrutaba todo el mundo. El pompón de Spade era
negro, pero la tonalidad cambiaba para cada moguri; Ese
pompón en especial, era apreciadísimo para ellos, y no
consentían que se “mancillase”6 su pompón.

- Creo que tengo información que te puede gustar…


¡Kupopó!- dijo Spade, hablando muy rápido.
- ¿Ah, sí? Suéltalo- le dijo. El moguri le hizo un gesto
con los dedos. Máximo ya sabía lo que significaba. Se
rascó los bolsillos y sacó la calderilla que le quedaba de
ayer. Unos 500 guiles.
Se los puso en la mano, y pareció que le había dado el
elixir de la eterna juventud. Se le iluminó la cara, y soltó
de pronto:

- Bueno, parece ser que la hija de la reina ha


desaparecido, pero como nadie sabe ni como es ni cómo se
llama, pos7… ¡Kupopó! Es todo lo que sé…- dijo,
encorvado y con voz trémula.
- Okay, Spade, gracias por la información.- se
despidió Máximo.
- No hay de qué, kupó.

Máximo siguió su camino, cantando una canción que


le animaba mucho:

- ¡Acabo en el sueloo! ¡Voy borracho y SIN RAZÓN!


¡Hoy no tengo miedoo! ¡Hoy me siento un GANADOR!
¡Soy capaz de todoo, aunque nada pueda hacer!
¡Empinando el codoo, no he parado de beber!- Cantaba
Máximo, y parecía casi como si su cerebro fuera un
reproductor de música, gris y pegajoso.
6
Pompones: Los moguris piensan que sus pompones son los que los identifican como
raza, y no consienten que se los “coman”. Porque sí, los pompones de los moguris se los
pueden comer los “zampamoguris”, criaturillas verdes y pequeñas que aprovechan cada
vez que pueden para darse un festín de pompones.
7
Pos: Palabra igual a “pues”.
Y, al entrar Máximo al gimnasio, saliendo de su boca
un sonoro “¡Buenas, Maestro!” Sólo se encontró con el sol
de la tarde horadando el bonito suelo de madera de
caobla8, una carta y una de las espadas de su maestro
encima. Se quedó un poco sorprendido. Su maestro no
solía moverse del edificio, incluso para comprar, mandaba
a Máximo a comprar comida.

Teniendo la vista fija en la carta, sin poder fijarse en


nada más, se agachó y recogió lentamente la misiva,
aparentemente de su maestro, que tenía un sello de un vivo
color verde.

***********************************************
****

En casa de Máximo, Nadine y Lidia charlaban:

- Nadine…-dijo Lidia, al fijarse en una foto de


Máximo con un hombre mayor, de unos cincuenta años,
con el pelo corto, una cicatriz en un ojo, y una viva
expresión.
- Dime, cielo.-
- ¿Es ese el maestro de Máximo?- preguntó la joven.
- Sí, ¿por qué, cariño?- respondió.
- ¿Por qué tiene el pelo…?
- Es así, lo tiene de nacimiento. A Maximín le
encanta.
- Y… ¿Tan bueno es con la espada?- dijo.
- Oh, por supuesto, cielo. Anda, tómate esto.
Le tendió un vaso con un mejunje verde. Lidia le dio
un trago.
8
Caobla: También pronunciado “caoblá” es el nombre de una madera, muy apreciada
por su pureza y superficie blanquecina.
- ¡PUAJ! ¡Está asqueroso, Nadine!
- Ya lo sé, pero por eso te va a curar pronto.
Descansa, cielo.

***********************************************
****

Y allí, absorto en la imagen de aquella misiva


desconocida, Máximo quedó cegado por el rojo sol de la
media tarde. Teniéndola entre las manos, casi con temor,
se mantuvo durante casi un minuto. Habiendo considerado
todas las posibilidades que esa carta implicaría,
desenvainó su espada y quitó el sello color verde alga,
adornado con un elegante letra “O”. Con una mano
temblorosa9 (cosa que no le solía pasar) abrió el sobre y
sacó la carta. Reconoció la letra enseguida, echa
tranquilamente con un pincel, barra de tinta y tintero.
Procedió a leer mentalmente:

Máximo:
Si estás leyendo esto, significa que ya me he marchado.
No te preocupes, me marcho a investigar sobre una
organización llamada “Raven”. No sé si volveré, pero no
me sigas, no quiero involucrarte en esto. Si nos volvemos
a ver, quiero pedirte una cosa: Vive, Máximo. Cuando te
conocí, eras un muchacho alegre, lleno de sueños y
esperanzas, y desde que pasó lo de Erika… no has sido el
mismo. Te volviste arisco y renunciaste a todo. No querías
saber nada de esa “Utopía” que querías crear junto con tus
nakama10s. Sigue viviendo, y estoy seguro de que nos

9
Nota: A Máximo normalmente solo le tiemblan las piernas al estar con una chica que
le gusta.
10
Nakamas: Compañero, camarada, amigo, en general alguien que está siempre a tu lado y nunca te falla.
encontraremos por el camino. Te dejo esa katana que tanto
te gustó en el escaparate de Viander’s.
Atentamente
F.O.
p.d. dile a Nadine que adiós.

Durante los 30 segundos que tardó Máximo en leer


esa carta, el rostro pasó desde estupefacción, primero, y
amistosa afectividad después. Sin embargo, se quedó un
poco dudoso acerca de algo. “¿”Raven”? ¿Menudo cliché,
no?” pensó. No sabía que hacer.

Se quedó pensando, y despacio, se levantó y cogió le


espada que su maestro le había comprado. Era perfecta, tal
y como la vio aquel día, en el que estaba en el escaparate
de Viander’s, la tienda de katanas más importante de
Acrol. Máximo y su maestro se habían fijado en ella un
día caluroso de verano, en una de las escasas salidas del
maestro. Él mismo puso en duda que Máximo hubiera
elegido esa espada, al decir Máximo que “esa espada debía
ser suya”, y dijo que seguramente él no había elegido a la
espada, sino que ella le había elegido a él.

Máximo se quedó un poco dudoso, ante la reflexión


que le planteaba su maestro. En ese momento no lo
entendió muy bien, pero el maestro le aseguró que lo
entendería.

Salió lentamente del dôjo de su mentor, cantando


lentamente la canción The End, del grupo The Doors.
Hacía ya bastante tiempo que no cantaba esa canción...
***********************************************
****

- Vaya, está empezando a llover… sol con lluvia, que


raro…- anunció Nadine, con tono misterioso.
Lidia estaba pensativa, mirando solo por la pequeña
ventana del apartamento de Máximo, que dejaba entrever
a una tímida nube que descargaba sus trémulas lágrimas al
ser compañera del astro rey, que esa tarde en especial,
estaba imponente, rojo como nunca, que casi te dejaba
ciego con solo atisbar una mirada, por muy inocente que
fuera. Ante la conversación con Nadine, la joven hizo
como quien, nunca mejor dicho, oye llover.
- ¡Cariño, cariño!- masculló la mujer.
- Sí, ¿qué pasa?- respondió Lidia, sorprendida por la
inesperada gravedad de la voz de Nadine.
- Te estaba diciendo que los atardeceres como éste
significan que algo va a cambiar. ¿En qué pensabas, cielo?
- No, en nada…cosas mías…- soltó, como quien le
sigue la conversación a alguien tremendamente aburrido- a
lo mejor tienes razón en lo de los cambios… ¿Oye, porqué
crees que Máximo me salvó?- añadió, como acordándose
de algo súbitamente.
- Oh, bueno…tal vez porque le gustes…- adujo la
anciana. Lidia se sonrojó hasta ponerse como un tomate.
La anciana rió por lo bajo- O tal vez…
- “O tal vez…” ¿qué?- preguntó la joven, curiosa.
La mujer se limitó a hacer mutis, bajando al cabeza.
Lidia entendió, y no insistió más en ese tema.

***********************************************
****
El melenudo, frustrado espadachín caminaba por las
calles semidesiertas de Acrol, sintiendo como se le mojaba
el pelo; Olía la tierra mojada, que tanto le agradaba; Casi
podía sentir el calor de las chimeneas de las casas en las
que las madres ofrecían chocolate caliente a sus hijos,
mojados por estar jugando bajo la lluvia, y que ahora
estaban cubiertos con una mantita suave. Pero Máximo
estaba pensando, caminando sin parar, lentamente y
cantando la misma canción: The End.
Pensaba y pensaba, pero no podía saber qué hacer sin
su maestro. Cavilando, se dio una de sus “conversaciones
mentales múltiples11”:
-Joooder… ¿Qué vamos a hacer ahora?- dijo una voz
antipática.
- Os diré lo que hay que hacer: pasar de todo y de
todos- respondió una voz quejumbrosa.
- ¿Pero que haremos sin el maestro?- dijo una tercera
voz, desesperada.
Entonces, las más de 20 voces empezaron a resonar
en el cabezón de Máximo. Pero una de ellas se impuso y
se hizo escuchar.
- Lo que hay que hacer es, la Utopía. Reunirlos a
todos de nuevo, y empezar el plan.
- Si, hombre, y ¿Cómo?- dijo otra, con un tono de
superioridad.
La otra voz se quedó pensando, y allí acabó la
conversación.
Máximo tropezó con un tipo con armadura. Pero no una
armadura cualquiera. Hierro real, el hierro que usaban…

11
Conversaciones mentales múltiples: Una de las peculiaridades de Máximo. Su cerebro
se divide en varias vocecillas, cada una de las cuales tiene una opinión diferente. Ni el
propio Máximo sabe porqué ni cuando le dan estos ataques de división de personalidad.
Máximo, manchado de barro, con la haramaki12 rota,
tenía la cara resplandeciente, y una sonrisa de las suyas, de
esas que le hacían parecer que estaba planeando un plan
malvado, se le dibujó perversamente en los labios. Había
encontrado las respuestas que buscaba en aquel tipo con
un yelmo de hierro que le preguntaba “¿Amigo, estás
bien?”. Máximo había encontrado un juez.
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12
Haramaki: Faja de diferentes colores y estilos, que suelen llevar los samuráis para
sujetar sus espadas.
AGRADECIMIENTOS
1. A todos mis nakamas.
2. A Scribd.com
3. A safecreative.com
4. A Cristóbal y Juan Diego, por aguantar mi pesadez
y hacer las fotos que necesitaba.
5. A ti, que me lees hasta los agradecimientos.

Novela online. Alejandro Collado. Todos los derechos


reservados.

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