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Angel Avatar: Preludio al Apocalipsis I 17

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CAPITULO I

Era un frío atardecer, en una de las ciudades más importantes del Imperio
Dorado Germánica: Réole.

A estas horas, la estación de trenes estaba prácticamente desierta. Y el


último tren había llegado hacía no más de quince minutos. Obviamente,
casi vacío.

La hermana Rémeny Stern era una monja adolescente de unos quince


años de edad. Tenía un largo cabello de color rojo fuego, y unos ojos azules
bien grandes. Solía vender flores en la entrada de la estación. Como su
iglesia estaba atravesando una delicada situación económica, realizaba este
trabajo para poder llevar aunque sea una moneda a casa. Era muy
responsable.
Siempre se quedaba hasta las diez de la noche, pero como hoy hacía un
frío de madres, prefirió pegar la vuelta un rato antes. Al fin y al cabo, no
andaba nadie, por lo que no iba a vender mucho más.
Así fue como cargó todo en su canasto, y empezó a circular por el andén
principal. Tenía pensado tomar por una de las vías del ferrocarril, a modo
de atajo, y así llegar más rápido a su iglesia. Total, la zona era bastante
tranquila. Ella recorría este camino a diario.
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Su vida era muy rutinaria: Levantarse a las 4 de la mañana. Darse una


ducha rápida, prepararse un desayuno rápido, como ser un té, y finalmente
ir a trabajar; no tenía tiempo siquiera para rezar. A la noche cenar, estar un
rato con su tutora, y finalmente acostarse a dormir. No albergaba ninguna
aspiración más que salvaguardar el bienestar de su tutora y su iglesia.

<< ¿Qué habrá preparado la madre Laura?? >>se preguntó,


refiriéndose estrictamente a la cena. Digamos que preguntarse esto durante
el regreso a casa también formaba parte de su rutina. Hoy especialmente
tenía muchas ganas de comer galletas caceras, y acompañarlas con un buen
café con leche. El remedio perfecto para el frío.

En eso, empezó a escuchar una voz, como hablando por teléfono, y como
a esas horas nunca había nadie allí, se le hizo muy extraño. Cuándo ladeó el
rostro para mirar hacia aquella dirección, divisó a un joven sacerdote de
largos cabellos plateados y ojos de color dorados, sentadito en uno de los
bancos de la estación. Nunca lo había visto antes. Ella pensó que lo más
seguro era que hubiera llegado en el ultimo tren.
El problema fue que el continuó hablando, más no tenía ningún teléfono
encima. En otras palabras, estaba hablando solo.
¿Acaso era un alcohólico? ¿O un drogadicto? Digamos que estas dos
posibilidades se pasaron por la cabeza de Rémeny, y si bien a simple vista
no parecía peligroso, decidió ir con cuidado. Ignorarlo, y alejarse de ahí lo
más rápido posible, no fuera a ser cosa que le llegase a hacer algo extraño.
De noche podía pasar cualquier cosa.

— ¡Ayyy noooo! —murmuró el sacerdote, hablando solo. —. ¡Ya te dije


que no me di cuentaaa! —. Aquí empezó a sacudirse, como un epiléptico
teniendo un ataque, y le puso la piel de gallina a Rémeny, que no vio la
hora de salir de ahí. —. ¡Auuu es verdaaaaaad! ¡Sin mapita no voy a saber
donde estoy! ¡Si tan solo hubiera alguien que me pudiera guiar…!
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<<Q… ¡¿QUÉ LE PASA A ESE?! >>se preguntó más que impactada al


verlo temblar así. <<. Lo mejor será que me vaya de aquí ahora mismo…
¡Debe estar borracho! >>.
Fue ahí que el la vio a la distancia, y como no podía ser de otra manera,
le pegó un grito, que involuntariamente le terminó haciendo dar un salto,
como si hubieran efectuado un disparo al aire.
<< ¡Mierda! ¡Ya me vio! >>pensó desesperada, y si bien estaba lista
para echarse a correr de un momento a otro, el no le dio tiempo. Poco a
poco se le empezó a acercar.
Finalmente ambos quedaron cara a cara.

—Disculpa que te moleste pero…—le dijo el sacerdote con un tono tan


pero tan amable, que la terminó sorprendiendo de lleno. No parecía estar
borracho, ni tampoco ser un drogadicto.
—N…No. ¿Qué se le ofrece?...—. Que descartase lo mencionado
anteriormente no quería decir que no estuviera nerviosa.
—Bueno, es que tuve un pequeño problema durante mi viaje en el tren, y
perdí mi mapita…
<< ¿Mapita? >>pensó extrañada. <<. Ah. Es decir que es extranjero.
>>
—Pues que pena…
—Si. Verás, yo estoy necesitando llegar a…—. En ese preciso momento
se dio cuenta de que la persona en frente suyo tenía cabellos de color rojo,
y por alguna razón no pudo evitar clavar la mirada en ellos. Esta acción se
prolongó por más de cinco segundos, sumamente silenciosos.
El problema fue que lo que el se puso a mirarle, fue el mechón que tenía
del lado derecho a la altura del pecho, debido a que el resto no se podía
apreciar bien por el manto de su hábito que cubría su cabeza, y Rémeny
terminó malinterpretando esto. Para ella, el no le estaba mirando el cabello.
¡Sino las tetas! En otras palabras ¡ERA UN VIOLADOR DISFRAZADO
DE SACERDOTE!
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—. Q… ¡¿QUÉ ESTÁ MIRANDO?! —le gritó ella, enardecida en


indignación, y se separó abruptamente de el— ¡¡DEJE DE MIRARME
LAS…!! —. Decir la palabra “Tetas” le daba muchísima vergüenza, por lo
que se tuvo que inventar a la marcha otra forma de decirlo. —… ¡EL
PECHO! —. Total, el mensaje seguía siendo el mismo.
El simplemente levantó la mirada, y dio un suspiro un tanto triste,
aparentemente relacionado con lo de su cabello.
—Cabellos rojos… Te pareces a ella…
<< ¿Eh? >>se preguntó ella, totalmente sorprendida por esta respuesta
casi inaudita. << ¿Ella? ¿Quién es “Ella”?...>>.
¿Acaso le estaba tomando el pelo? ¿O se estaba haciendo el tristón para
luego tomarla por sorpresa? Porque si era así, este tipo era lo peor de lo
peor. Un auténtico violador con todas sus letras.
A lo mejor era uno de esos sacerdotes violadores, protagonistas de la
mayor parte de los escándalos del mundo de la iglesia. No podía descartar
esa posibilidad.

—Mire…—le respondió finalmente, disimulando estar calmada—,


honestamente no se de que me habla. Pero yo…
— ¿Qué?
—Bueno… Lo que usted hace es de muy mal gusto.
— ¿Eh? —. El la miró con una cara inocente. —. No entiendo bien que
quieres decir. ¿Lo que yo hago? ¿Qué hago?...

Indignada por el hecho de que encima lo preguntase, ella se echó a correr


a toda prisa hacia la zona de las vías. No fuera a ser cosa que sus
presentimientos se hicieran realidad.
<< ¡ES LO PEOR DE LO PEOR! >>pensó con total sinceridad
mientras lo hacía.
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Cuándo finalmente llegó a la puntita del andén, y estuvo a punto de bajar


a la vía para salir por ahí, se dio cuenta de que el la venía siguiendo, y
claro, esto le aceleró de lleno las pulsaciones. ¡Me quiere violar! pensó.
Tras seguir corriendo a toda marcha durante un par de minutos más,
llegó a la zona donde la vía muerta que había tomado se unía con la vía
habilitada. En un costado había un pequeño alambrado con púas, y al otro
lado de este estaba la calle. Es decir, una buena oportunidad para lograr
sacárselo de encima.
A toda prisa saltó el alambrado, y se echó a correr en dirección al centro
de la ciudad, es decir, a donde había policías. Cuándo fue su turno de saltar,
el sacerdote no lo pudo hacer. Era de madera para estas cosas. Lo que hizo
en cambio, fue apoyar el trasero sobre el alambre superior, ósea, sentarse, y
realizar un movimiento de rotación con las piernas en alto. La clásica
“Sentadita” que muchos usan a la hora de tener que cruzar un paredón muy
grande. Gracias a esto, finalmente pudo tomar la calle, y logró alcanzar a
Rémeny a los pocos segundos.

Al volver a notar su presencia detrás suyo, ella empezó a ponerse muy


nerviosa, y luego decidió utilizar su “ultimo recurso”. Algo así como su
“arma infalible”.
<<Es persistente ese tipo...>>pensó, y luego sonrió maquiavélicamente.
<<. Pero vamos a ver si esta vez me puede seguir… ¡Jamás le entregaré
mi cuerpo virgen! >>.

Repentinamente cambió de dirección, y dobló hacia la izquierda,


tomando una calle un tanto angosta, donde casi ni circulaban autos.
Por inercia, el cura hizo lo propio.

Tras recorrer unas cinco manzanas a través de esa calle, finalmente se


detuvo en una esquina por demás complicada: Era el cruce con la avenida
principal de la ciudad. La misma estaba conformada por cuatro carriles, dos
en cada sentido; es decir que tenía unos cincuenta metros de ancho en total.
El tráfico de esta era terrible.
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Extrañamente, el semáforo estaba en verde para los peatones, es decir


que se podía cruzar, más ella se quedó quietita ahí, y por supuesto, también
el sacerdote. El solo avanzaba de acuerdo a si ella lo hacía. Pero digamos
que esto formaba parte del plan de esta.
Al ver que no cruzaba, empezó a sentirse un poquito extrañado. Pero
rápidamente dedujo que lo más probable era que ella fuese a esperar el
siguiente semáforo, para así poder cruzar con más tiempo. Más tranquila.

Pero esto no fue así.

Cuándo el semáforo cambió su color a rojo para los peatones, y los autos
reanudaron la marcha, ella empezó a cruzar a toda prisa la avenida. Este
acto prácticamente suicida lo dejó más que frito ¿Acaso quería ser
atropellada?
Pero lejos estuvo de serlo. Rémeny logró esquivar a todos y cada uno de
los autos que venían a gran velocidad hacia ella. Y si bien no se salvó de
los constantes bocinazos, y de la rabia de los conductores ante tal
imprudencia, ella parecía divertirse mientras lo hacía. Como una niña
pequeña jugando en el carrusel. Su condición atlética era perfecta,
independientemente de que su forma de entretención no fuera muy normal
que digamos.
Cuándo finalmente llegó al otro lado de la avenida, la gente que la había
visto hacer todas esas acrobacias le aplaudió efusivamente, y ella realizó
una leve reverencia para ellos, como si estuviera en un circo.
Luego dio un profundo suspiro, y se dispuso a reanudar la marcha, ahora
mucho más tranquila. Total, el semáforo iba a tardar de uno a dos minutos
en volver a cortar para que pudiera cruzar la gente. Tiempo suficiente para
alejarse medio kilómetro, y dejar muy pero muy atrás a su acosador.
Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, sintió que alguien le tomó el
tobillo derecho con la mano, y un extraño escalofrío le recorrió el cuerpo.
Sintió como si se lo hubiera atrapado una serpiente, o algún bicho
altamente desagradable.
Más fue su sorpresa al ver que se trataba del mismísimo sacerdote. Se
había cruzado la avenida junto con ella, solo que a el lo habían chocado por
todas partes. Estaba hecho polvo.
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—P…Por f…favor…—le suplicó el a ella desde el suelo, todo


tembloroso y con la voz entrecortada. —. L…Llévame… P…Porfis…
Ella se quedó sin palabras. ¿Llevarlo? ¿A donde? ¿A que la violase? ¡¡Ni
pensarlo!!
—A… ¡¿A tal punto quiere mi cuerpo virgen?! —le preguntó
finalmente.
—T… ¿Tu…C…Cuerpo?...—. No entendió a que venía eso.
—N… ¡No se haga el tonto! ¡SI NO DEJA DE SEGUIRME,
LLAMARÉ A LA POLICÍA!
—P…Pero es que yo…n…necesito ir a…
— ¡NO JODA! ¡SE LO ADVIERTO! ¡LLAMARÉ A LA POLICÍA! —.
—N…No. Y…Yo t…tengo q…que llegar a…la igle…

Ante su constante insistencia, Rémeny le pisó la cabeza para que se


callara, como si el fuera un insecto altamente desagradable arrastrándose
por el suelo. El hecho de que lo hiciera dejó horrorizados a los presentes.
Más aún así, el cura volvió a insistir.

—P…Porfisssss…—. Y de sus ojos salieron lágrimas.

Rémeny pareció conmoverse un poco, y esto lo ilusionó un poquito. Sin


embargo, antes de que pudiera siquiera decir “A”, ella volvió a pisarle la
cabeza, estampándole la boca contra el piso, y repitió esta acción una y otra
vez. Definitivamente lo estaba viendo como a una garrapata a la que había
que matar para poder quitársela de encima. Estas pisaditas se prolongaron
durante unos veinte segundos, hasta que el finalmente ya no pudo seguir
sujetándole el tobillo.
Tras ser soltada, Rémeny le sacó la lengua, y le dijo:

— ¡Ustedes los religiosos violadores son lo peor de lo peor!


¡DEGENERADO! ¡VAYA A SATISFACER SUS DESEOS A OTRA
PARTE!
Y tras decírselo, se echó a correr, dejándolo tirado como si nada. La
gente solo se quedó mirándolo temblar en el suelo. Daba lástima ver como
había quedado. Casi casi como para censurarlo.
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Algunos minutos más tarde, y ya habiéndose alejado como mínimo un


kilómetro, Rémeny frenó la marcha. Pero antes de respirar tranquila,
revoleó los ojos, y se aseguró de que el sacerdote no estuviera por ninguna
parte. Y en efecto, no estaba.

—Al fiiiin—suspiró finalmente, y luego cerró los ojos—. ¡Ese tipo era
un karma! ¡No me lo podía sacar de encima! Mira que venirse a esta ciudad
solo para violar jovencitas… ¡ES LO PEOR! Debería haberlo
denunciado…—. Aunque no tenía pruebas para hacerlo.
De repente se hizo escuchar una especie de chillido, y unas voces un
tanto sospechosas.

En un callejón que quedaba a unos cincuenta metros de donde ella estaba


de pie, tres pandilleros estaban golpeando a un pequeño perrito, que
naturalmente no podía hacer nada para defenderse.
Uno de ellos, el más alto, tenía un encendedor en la mano. Otro un bidón
con querosén. Tenían pensado rematarlo prendiéndolo fuego. Un acto de
crueldad extrema.

Por simple curiosidad, Rémeny se acercó al callejón, y cuando vio lo que


ellos estaban haciendo, se vio invadida por una furia incontenible, y sin
pensárselo dos veces, les hizo frente.

— ¡OIGAN USTEDES! ¡¿QUÉ DIABLOS ESTÁN HACIENDO?! —


les gritó, totalmente indignada por lo que le estaban haciendo al pobre
animal.
El que tenía el encendedor simplemente volteó a mirarla.
— ¿Eh? ¿Y tu quién diablos eres?
Sin intenciones de presentarse, ella les reclamó que detuvieran este
estúpido juego.
— ¡DEJENLO EN PAZ! ¡¿NO VEN QUE NO PUEDE
DEFENDERSE?!
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Lejos de mostrarse intimidados por su orden y por su grito, los tres


comenzaron a reírse. Al parecer, su pasatiempo era hacer estas cosas muy
seguido. Se aprovechaban de los pobres animales vagabundos, y los
sometían a estas torturas. En el caso de este perrito, ya le habían roto la
patita delantera derecha. En consecuencia, el pobre estaba pasando por un
dolor prácticamente indescriptible.

— ¡No jodas! —le recriminó por último el del encendedor, y luego la


miró con un gesto un tanto burlón. —. Piérdete. ¿No ves que estamos
“trabajando” ?... —. Y como esto último le causó gracia a sus otros dos
compañeros, los tres se echaron a reír a carcajadas.
Rémeny cerró el puño con fuerza. Su indignación fue en aumento, y
llegó un punto en el que ya no pudo aguantar más. Soltó su canasto, y se
puso en guardia.
—Me las pagarán…—murmuró rebosante de ira, más esto a ellos les
pareció bastante gracioso. ¿Qué podía hacer una monjita enanita como ella
contra tres pandilleros que incluso tenían a su disposición elementos como
para incendiarla también?
—Jah—se rió el del bidón con querosén—. Será mejor que no busques
problemas con nosotros hermanita…—. Y como estaba muy pero muy
confiado, le dejó el bidón al tercer pandillero, y empezó a acercarse a ella.
Tenía pensado acariciarle la cabeza, y burlársele un poco, haciendo alusión
a su baja estatura. Y de hecho lo hizo. —. Vamos. Vete a tu casa a tomar
leche. Sino, no crecerás ni un centímetro más…—. Repentinamente,
Rémeny le sujetó la mano con la que el le estaba acariciando la cabeza, y
empezó a apretársela. Y si bien al principio el se preguntó qué diablos
intentaba hacer, luego quedó frito al notar que ella lo superaba en fuerza. A
tal punto fue, que finalmente no pudo liberarse.
<<Q… ¡¿QUÉ DIABLOS ES ESTA MUJER?! >>se preguntó más que
impactado, e inmediatamente le dio un fuerte puñetazo en la cara con la
otra mano, para ver si así lo soltaba. Pero no. Lo único que consiguió con
eso, fue que ella ladease el rostro levemente, y claro, que se enojase aún
más.
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—Mira que golpear así a una mujer… Definitivamente, ustedes son lo


peor…—murmuró de forma intimidante Rémeny, al tiempo que escupió a
un lado. Tenía algo de sangre en la boca, fruto mismo del golpe.
<<E… ¡ES IMPOSIBLE! >>pensó más que aterrado el sujeto, y antes
de que pudiera responderle algo, ella le metió la traba con el pie derecho, y
lo hizo caer de traste al suelo, sin soltarle la mano en ningún momento.
Sus dos compañeros también se vieron muy sorprendidos por la fuerza
que ella estaba demostrando tener. Parecía estar acostumbrada a lidiar con
episodios como este.
Dispuesto a detenerla, el del encendedor corrió a toda velocidad con la
intención de ir directo a pegarle, aprovechándose de que tenía una mano
ocupada. Fue en eso que Rémeny giró levemente el cuerpo, y le terminó
lanzando a su compañero. Ambos se dieron un fuerte golpazo al chocarse,
y quedaron tendidos en el suelo.
Inmediatamente volteó a ver al último que quedaba en pie.

—Esta es mi última advertencia… ¡LARGO DE AQUÍ!

El tipo simplemente apretó los dientes, hundido por completo en la


impotencia. Nunca en su vida se imaginó que ella le iba a terminar
haciendo eso a sus dos compañeros, que en si eran sus hermanos. Sabía de
antemano que si el también lo intentaba, le iba a pasar lo mismo.
<<Maldita monja…>>pensó con rabia, más luego cerró los ojos, y
esbozó una sonrisa un tanto maquiavélica. <<. Pero ni creas que puedes
vencer a los hermanos Porromini así de fácil…>>

— ¡¿Y BIEN?! ¡¿SE VAN O NO SE VAN?! —les volvió a preguntar


enrabietada Rémeny. Daba la impresión de que si llegaban a demorarse
aunque fuera un segundo más, ella se les iba a lanzar como una leona
enfurecida.
—N…No te precipites…—le dijo el tipo que seguía en pie, y luego se
acercó a sus dos compañeros. Daba la impresión de que iba a ayudarlos a
levantarse, y se los iba a llevar de ahí. Aunque entre medio hubo un par de
susurros extraños entre ellos. Ella lo notó, e inmediatamente les llamó la
atención.
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— ¡¿QUÉ DIABLOS ESTÁN MURMURANDO?! ¡VAMOS! ¡LOS


QUIERO FUERA DE AQUÍ! —. Y para intimidarlos aún más, empezó a
hacer sonar sus dedos con el típico gesto de estarse preparando el puño para
golpear.
—Te dije que no te precipitaras…—le repitió el que seguía en pie—.
Aún te falta pelear contra mí.
¿Ósea que aún quería pelear? Según ella, estaba loco de remate.
— ¿Estás seguro de querer? Vencí a tus amigos, hermanos, o lo que sea,
con suma facilidad… ¿Acaso no te sirvió de advertencia?
—No es que no comprenda que eres mas fuerte que yo—cerró los ojos
—. Pero es el deber de un hermano mayor el proteger a sus hermanitos. Eso
es todo. Así que ponte en guardia.
Digamos que sus palabras tenían sentido, y Rémeny se lo encontró casi
de inmediato. En una pequeña muestra de respeto hacia su hermandad,
decidió darle el gusto. Aunque sabia que no iba a durar ni dos segundos.
—Esta bien… Te complaceré. Pero solo en honor a lo que dijiste.
<<Jeh…>>pensó maquiavélicamente el pandillero<<. Pues así me
gusta…>>

Ambos adoptaron sus posiciones de batalla predilectas, y fue en eso que


Rémeny se dio cuenta que este tipo era un tanto diferente de los otros dos.
Este si parecía saber artes marciales. Además, rebozaba de confianza. Esto
fue un claro indicador de que tenía que tener cuidado. Esta vez no iba a ser
tan fácil. Tenía que estar preparada para una batalla encarnizada, en la cual
no sabía si iba a poder ganar o no. O así debió haber sido, ya que en el
momento menos esperado escuchó nuevamente los chillidos del perrito.
Cuándo volteó a ver que le aquejaba, quedó totalmente impactada al ver
al tipo del encendedor ya recuperado, asomándole un cuchillo al cuello. Lo
estaba tomando como rehén.

<< ¡¡MIERDA!! >>fue lo que pensó ella en ese mismo instante. Se


había descuidado demasiado.
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Rápidamente se dispuso a ir a socorrerlo, sin embargo, el del encendedor


le anunció que si daba un solo paso más, lo iba a asesinar.
Lo siguiente, fue buscar una explicación en quién hasta hace unos pocos
segundos iba a ser su oponente. ¡¿Por qué jugar tan sucio?!

— ¡DILE ALGO A TU HERMANO! ¡ESO NO ES JUSTO!


El tipo simplemente se echó a reír a carcajadas. Este había sido su plan
desde un principio.
—Pues pregúntale a el si es justo o no…—le respondió con un tono
burlón, dejándole bien en claro lo mencionado previamente.
<< ¡MALDITOS TRAMPOSOS! ¡¡ME ENGAÑARON!! >>recriminó
ella luego, al tiempo que se vio obligada a bajar los brazos, y a quedarse
quietita. Todo por el bienestar del animal. Lo que menos quería era que
muriera.
—Bien hermana… Una sabia desición…—le dijo el que tenía al perrito
—. Créeme que a mi no me hubiera gustado ver como la sangre de esta
porquería ensucia el callejón. Por eso lo íbamos a prender fuego, para que
no ensucie…—. Y como si esto también hubiera sido un chiste, los tres se
volvieron a reír.
—Perdiste hermana…—agregó aquél que estaba frente a ella. —. Y no
te quejes sobre si es justo o no. En una batalla de vida o muerte todo se
vale. ¿Entiendes…? TODO…
Ella iba a responderle una grosería. No podían ser tan hijos de puta. Más
antes de que pudiera hacerlo, aquel que tenía al perrito en mano, le lanzó
sutilmente el cuchillo a aquel que estaba detrás de ella.
Todo fue muy rápido. Tanto, que ella no llegó a reaccionar. Y para
cuando recién lo hizo, este sujeto, sin piedad, le apuñaló la espalda,
hundiéndole por completo el cuchillo, que tenía unos siete centímetros de
largo. Esto la agarró totalmente por sorpresa, y al momento de sentir la
puñalada, abrió bien grandes los ojos. Lo siguiente que comenzó a
aflorarla, fue el dolor, que poco a poco se fue volviendo más y más intenso,
hasta que ya no pudo mantenerse en pie.
Angel Avatar: Preludio al Apocalipsis I 29
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Al notar que se iba a caer, el tipo soltó el cuchillo, y ella finalmente cayó
boca abajo, siempre con los ojos bien abiertos.

<<N…No puede ser…>>pensó totalmente confundida. No podía creer


lo que le acababa de ocurrir. Y el dolor tampoco le dejaba pensar mucho
que digamos. Su sangre empezó a esparcirse a su alrededor.

Los tres pandilleros se le acercaron, y empezaron a reírse de su derrota.

— ¡Nadie se mete con los hermanos Porromini! ¡¿Escuchaste?! —le


recriminó aquel que tenía al perrito, al tiempo que el que la apuñaló decidió
proponer algo.
— ¿Qué tal si la violamos?…—le preguntó a sus hermanos—. Su cuerpo
no está tan mal…
Esta idea no le gustó nada.
— ¡NO JODAS! —le respondieron al unísono. La idea de eyacular sobre
un cadáver no se les hacía para nada bonita. —. ¡Hazlo tú si quieres!
—Que aburridos son…—Miró a Rémeny tendida en el suelo. —. Pero
bueno. Mejor. Más para mí.
—Que va. Solo a ti se te puede ocurrir algo tan morboso como eso…

Como no querían ver como concretaba la violación, los otros dos


hermanos decidieron reanudar su acción de prender fuego al perrito. Y
luego, si les llegaba a sobrar algo de querosén, hacer lo propio con el
cuerpo de Rémeny. Iba a ser un gran espectáculo.

En eso, el hermano mayor, que ya estaba desabrochándose el cinturón de


su pantalón, sintió que alguien le tocó el hombro con el dedo. Enseguida
dio por hecho que se trataba de uno de sus hermanos, por lo que volteó
rápidamente.
Angel Avatar: Preludio al Apocalipsis I 30
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— ¿Qué? No me van a decir que ahora si les dio ganas—de penetrarla


también—. Decídanse de una vez, idio…—. Antes de que pudiera terminar
de hablar, se dio cuenta de que esa persona no era ninguno de sus
hermanos: Era el mismísimo sacerdote de cabellos plateados de la estación.
El supuesto “Violador”, según Rémeny.

—Disculpe…—le preguntó muy tímidamente al hermano mayor, que se


quedó en estado de sorpresa total por al menos cinco segundos. Ósea ¿Otro
religioso a esas horas por ese callejón? —, yo estoy buscando a una monjita
de cabellos rojos, que creo que pasó por aquí, y…—. Fue al adentrar la
mirada hacia el callejón que finalmente la divisó tirada en el suelo,
desangrándose. Esta cruenta imagen, por demás inesperada para el, lo
estremeció de arriba abajo. Como si le hubieran echado un baldazo de agua
helada en pleno verano.
Al verlo reaccionar de esa manera, el hermano mayor sonrió levemente,
y le preguntó con un tono un tanto burlón:
— ¿A quién dijo que estaba buscando padre?...—. Todo parecía indicar
que la siguiente víctima iba a ser el.

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