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Prologo

En el año 3015 D.C, el mundo se vio sumido en un desastre natural que


casi acabó con todo rastro de vida humana en el planeta. Gran parte de los
continentes se vio sepultada completamente por los mares. Y muchas de las
grandes potencias del momento, como ser Estados Unidos y Rusia,
sufrieron pérdidas insalvables.
Fue como si alguna de las tantas divinidades que el mismísimo hombre
concibió a lo largo de la historia, se hubiera cansado de los pecadores, y les
hubiera otorgado el castigo divino que habían buscado durante tantos miles
de años.
Aquellos que lograron sobrevivir a este desastre, lo llamaron con suma
vehemencia: “El Apocalipsis”.

Fue recién doscientos años después que el mundo empezó a recuperarse,


pero muy lentamente. Además, esta recuperación vino acompañada por el
inicio de una lucha encarnizada por el poder.
Aquellas potencias que habían logrado resistir la adversidad, se alzaron
en guerra contra aquellas que quedaron prácticamente acabadas, y así, una
era de colonización y expansión constante de territorios dio inicio. La
misma terminó revolucionando al mundo entero en su totalidad.

Así pues, fue como se el Imperio Dorado Germánica se erigió como la


potencia más poderosa del planeta, ocupando prácticamente un tercio del
mismo, y dominando prácticamente todos los eslabones de la economía en
el planeta. Nadie podía hacerle frente.

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Regresando al Apocalipsis, algunos de los que lograron sobrevivir a este


terrible desastre, afirmaron haber escuchado algo extraño justo en el
momento en el que el mismo dio inicio.
Unos lo describieron como un grito de guerra, digno de una divinidad
enfurecida; y otros más bien como un grito de desesperación, que luego fue
seguido por llanto. Uno tan pero tan grande, y tan pero tan triste, que ni la
misma eternidad hubiera alcanzado para describirlo.
Por supuesto que nadie se tomó enserio ninguna de estas dos
posibilidades, por el hecho de que, además de ser poco creíble, a nadie le
interesaba. Y tenían sus razones.

De todas formas, ninguna de estas personas que aportaron esa


descripción se percataron de algo muy importante: Ese no era el llanto de
una divinidad. Sino de un Ángel. Uno cuyos sentimientos desbordados
corrompieron su puro corazón, y decantaron el inicio del final.

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