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Alcohólicos Anónimos llega a su mayoría de edad: Una breve historia de un movimiento singular
Alcohólicos Anónimos llega a su mayoría de edad: Una breve historia de un movimiento singular
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Alcohólicos Anónimos llega a su mayoría de edad: Una breve historia de un movimiento singular

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About this ebook

Bill W., cofundador de A.A., cuenta la historia del desarrollo de A.A. desde sus comienzos en Nueva York y Akron en los primeros años de la década de los años treinta hasta su difusión y crecimiento en los Estados Unidos y en otros países. Por medio de una multitud de anécdotas y historias personales, vemos representado el poder dramático del programa de recuperación de Doce Pasos de A.A. — un programa singular no solo por su enfoque sobre el tratamiento del alcoholismo sino también por su impacto espiritual e influencia social.
Bill relata la evolución de los Doce Pasos, las Doce Tradiciones y los Doce Conceptos para el Servicio Mundial —los principios y prácticas que protegen los Tres Legados de Recuperación, Unidad y Servicio de A.A.— y describe cómo en 1955 los miembros fundadores transmitieron a la Comunidad (todos los miembros de A.A.) la responsabilidad de estos Legados. El los capítulos finales de A.A. llega a su mayoría de edad los “amigos de A.A.” de los tiempos pioneros, entre ellos el Dr. Silkworth y el padre Ed Dowling, personas muy influyentes en esos primeros tiempos, comparten sus perspectivas. Con 18 páginas de fotografías de los Archivos Históricos.
Para los interesados en la historia de A.A. y cómo ha resistido la prueba del tiempo, A.A. llega a su mayoría de edad ofrece una amplia perspectiva sobre el desarrollo de este movimiento pionero.
A.A. llega a su mayoría de edad ha sido aprobado por la Conferencia de Servicios Generales.
LanguageEspañol
Release dateFeb 17, 2015
ISBN9781940889962
Alcohólicos Anónimos llega a su mayoría de edad: Una breve historia de un movimiento singular
Author

Alcoholics Anonymous World Services, Inc.

Alcoholics Anonymous World Services, Inc. (A.A.W.S.) is the corporate publishing arm of Alcoholics Anonymous, a worldwide fellowship that today numbers over two million individuals recovering from alcoholism. Best known as the publisher of the "Big Book," A.A.W.S.’s mission is to carry the message of recovery from alcoholism through print, ebooks, audio books, video, PSAs and more.

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    Alcohólicos Anónimos llega a su mayoría de edad - Alcoholics Anonymous World Services, Inc.

    Prólogo

    Este libro se ha escrito para los miembros de A.A. y sus amigos. Es para todos los que se interesen en conocer la historia de los comienzos de A.A., en saber cómo han evolucionado sus principios de Recuperación, Unidad y Servicio y cuáles han sido los medios por los que la comunidad se ha desarrollado y ha llevado su mensaje a todas partes del mundo. Les presentamos aquí una perspectiva interna y sumamente amplia sobre A.A.

    La primera parte del libro ofrece un bosquejo panorámico de la histórica Convención de St. Louis en la que la comunidad de Alcohólicos Anónimos llegó a su mayoría de edad y asumió la plena responsabilidad de todos sus asuntos.

    En la segunda parte se incluyen tres charlas, revisadas y ampliadas, sobre la historia de Recuperación, Unidad y Servicio en A.A., que Bill W., cofundador de A.A., dio en la reunión de St. Louis.

    La tercera parte está dedicada a unas alocuciones pronunciadas por varios amigos de A.A., todos eminentes en sus respectivos campos: el Dr. Harry M. Tiebout, psiquiatra; el Dr. W.W. Bauer, de la Asociación Médica Norteamericana; el padre Edward Dowling, de la orden jesuita; el Dr. Samuel M. Shoemaker, clérigo episcopaliano; y el Sr. Bernard B. Smith, abogado neoyorquino y antiguo presidente de la Junta de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos. Estos amigos hablan acerca de su relación con Alcohólicos Anónimos, la parte que desempeñaron en su desarrollo y sus ideas referentes a lo que el futuro puede tener reservado para esta sociedad.

    Queridos amigos:

    Al leer las siguientes páginas, verán que el contenido histórico no está presentado en orden cronológico convencional.

    Para los propósitos específicos de este libro, se ha considerado preferible poner un énfasis especial en la Recuperación, Unidad y Servicio, contando las historias de los acontecimientos cruciales en el desarrollo de cada uno de estos Legados. De esta manera se enfoca la atención sobre cada concepto separada e individualmente. No obstante, puede que algunos miembros prefieran empezar su lectura en la página 51, a partir de la cual empieza la historia de los comienzos de A.A. tal como se relaciona con nuestro programa de recuperación actual.

    De vez en cuando se han puesto reparos al título de este libro, A.A. llega a su mayoría de edad, porque a alguna gente le sugiere la idea de que los A.A. realmente creemos que ya somos adultos; que hemos logrado una gran madurez emocional.

    En realidad la frase llega a su mayoría de edad la empleamos en un sentido muy diferente. Decimos simplemente que hemos llegado al período de la vida en el que tenemos que enfrentarnos a las responsabilidades adultas y cumplir con ellas lo mejor que podamos. Con este fin tratamos de confiar en nosotros mismos — y en Dios.

    Su fiel servidor

    Bill W.

    marzo de 1967

    I

    Cuando A.A. llegó a su mayoría de edad

    POR BILL W.,

    cofundador de Alcohólicos Anónimos

    DURANTE los tres primeros días de julio de 1955, Alcohólicos Anónimos celebró en St. Louis una convención para conmemorar el 20º aniversario de su fundación. En esa ocasión nuestra comunidad declaró que había cumplido la edad de asumir plena responsabilidad y recibió de sus fundadores y miembros pioneros el cargo permanente de cuidar los tres grandes Legados de Recuperación, Unidad y Servicio.

    Siempre recordaré esos tres días como una de las mejores experiencias de mi vida.

    A las cuatro de la tarde del último día, unos 5,000 miembros de A.A. con sus familias y amigos estaban sentados en el Auditorio Kiel de St. Louis. Había representación de todos los estados de los EE.UU. y de todas las provincias del Canadá. Algunos de los presentes habían viajado desde países remotos para asistir. En el tablado del auditorio estaba reunida la Conferencia de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos, incluyendo a unos 75 delegados de los Estados Unidos y Canadá, los custodios de la Junta de Servicios Generales de A.A., los directores y personal de nuestros servicios generales de Nueva York, mi esposa Lois, mi madre y yo.

    La Conferencia de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos estaba a punto de asumir la custodia de las Doce Tradiciones de A.A. y de sus servicios mundiales. Iba a ser nombrada la sucesora permanente de los fundadores de A.A. Hablando en nombre del cofundador, el Dr. Bob, y de todos nuestros miembros pioneros, hice la entrega de los Tres Legados de Alcohólicos Anónimos a nuestra Sociedad en su totalidad y a su Conferencia representativa. Desde ese momento A.A. se ha dirigido a sí misma, dedicada a servir a Dios y cumplir con sus designios mientras que estuviera destinada, bajo la Providencia divina, a existir.

    Muchos eventos de los días anteriores habían conducido a ese momento. El efecto total fue que 5,000 personas tuvieron una visión de A.A. como nunca antes habían conocido. Vieron en líneas generales la historia de A.A. Con algunos de nosotros, los veteranos, volvieron a vivir las experiencias emocionantes que acabaron en la creación de los Doce Pasos de la recuperación y el libro Alcohólicos Anónimos. Se les contó cómo las Tradiciones de A.A. fueron martilladas en los yunques de experiencia de los grupos. Escucharon la historia de cómo A.A. había establecido cabezas de puente en setenta países de ultramar. Y cuando vieron todos los asuntos de A.A. entregados completamente a sus manos, alcanzaron una comprensión nueva de la responsabilidad de cada individuo para con toda la Comunidad.

    En esa Convención se reconoció por primera vez a gran escala que nadie había inventado Alcohólicos Anónimos, que muchas corrientes de influencia y muchos individuos, algunos de ellos no alcohólicos, habían contribuido, por la gracia de Dios, a lograr el objetivo de A.A.

    Algunos de nuestros amigos no alcohólicos de la medicina, del clero y de la Junta de Custodios de A.A. habían viajado largas distancias por caminos calurosos y polvorientos para llegar a St. Louis y participar en esa ocasión feliz y contarnos sus propias experiencias de participación en el desarrollo de A.A. Entre otros hombres eminentes, estuvo presente el clérigo Sam Shoemaker, cuyas enseñanzas servían al comienzo para inspirarnos al Dr. Bob y a mí. Presente también estuvo nuestro querido padre Dowling¹, cuya inspiración personal y cuya recomendación de A.A. al mundo, contribuyeron tanto a que nuestra sociedad sea lo que ha llegado a ser. Y el Dr. Harry Tiebout², nuestro primer amigo del campo de psiquiatría, que ya desde los comienzos había incorporado los conceptos de A.A. en su propio trabajo y cuyo sentido del humor, humildad, perspicacia y valor han significado muchísimo para todos nosotros.

    Fue el Dr. Tiebout quien, con la ayuda del Dr. Kirby Collier, de Rochester, y Dwight Anderson, de Nueva York, convenció a la Sociedad Médica del estado de Nueva York en 1944 y, posteriormente, en 1949, a la Asociación Psiquiátrica Americana, de permitirme a mí, un hombre profano en la medicina, presentar ponencias sobre A.A. en sus reuniones anuales, así acelerando la aceptación de A.A., poco conocida en aquel entonces, por parte de los médicos de todas partes del mundo.

    El valor, en aquel entonces y hoy todavía, de la aportación del Dr. Tiebout es inapreciable. Cuando conocimos por primera vez a Harry, tenía el puesto de Jefe de Psiquiatría en uno de los mejores sanatorios de los Estados Unidos. Su pericia profesional era bien reconocida tanto por sus pacientes como por sus colegas. En ese entonces, el arte moderno de la psiquiatría estaba pasando de su juventud y empezando a atraer la atención del mundo como uno de los grandes avances de nuestra época. El proceso de explorar los misterios y los motivos del inconsciente del ser humano ya estaba en pleno desarrollo.

    Naturalmente, los exploradores, representantes de las varias escuelas de psiquiatría, estaban en desacuerdo sustancial referente al verdadero significado de los nuevos descubrimientos. Mientras los seguidores de Carl Jung veían valor, significación y realidad en la fe religiosa, la gran mayoría de los psiquiatras de esa era no lo veían así. En su mayor parte se aferraban a la opinión de Sigmund Freud de que la religión es una fantasía consoladora de la inmadurez de la humanidad; que al llegar a su madurez bajo la luz del conocimiento moderno, el ser humano no necesitaría tal apoyo.

    Tal era el fondo sobre el que el Dr. Harry, en 1939, vio entre sus propios pacientes dos recuperaciones espectaculares. Estos pacientes, Marty y Grennie, habían sido casos muy difíciles, como alcohólicos y como neuróticos. Cuando, tras una corta experiencia de los principios de A.A., los dos súbitamente dejaron de beber (a propósito, para siempre) e inmediatamente tuvieron un asombroso cambio de perspectiva y actitud, Harry se quedó maravillado. También se sintió asombrado al descubrir que por fin, como psiquiatra, podía comunicarse con los dos, aunque hacía solamente dos semanas, todo intento de hacerlo había chocado contra un muro de obstinada resistencia. Para Harry, ésta fue una revelación de nuevas realidades. Como científico y hombre de valor, Harry se enfrentaba encaradamente con estas realidades. Y no siempre en la intimidad de su propio consultorio. En cuanto se sintío firmemente convencido, se puso a abogar por A.A. ante sus colegas profesionales y el público en general (ver en el Apéndice E:b una ponencia del Dr. Tiebout)³. A gran riesgo para su reputación profesional, Dr. Harry, desde entonces, ha seguido recomendando a A.A. y su trabajo a los profesionales de la psiquiatría.

    En la mesa redonda de médicos de la Convención el Dr. Tiebout participó junto con el Dr. W. W. Bauer, de la Asociación Médica Norteamericana, que ofreció la mano de amistad a A.A. y nos recomendó calurosamente.

    A estos buenos amigos nuestros de la medicina no les sorprendió en absoluto el testimonio del Dr. Earle M., el miembro de A.A. participante en la mesa redonda. Persona de renombre en los círculos médicos de todas partes del país, el Dr. Earle declaró categóricamente que, a pesar de sus conocimientos médicos, incluyendo la psiquiatría, se había visto humildemente obligado a aprender los principios de A.A. por intermedio de un carnicero. Así confirmó todo lo que el Dr. Harry nos había dicho con respecto a la necesidad de desinflar el ego engreído del alcohólico antes de que se una a A.A. y después de hacerlo.

    Las charlas inspiradoras de estos médicos nos recordaron la gran ayuda que los amigos de A.A. del campo de medicina nos habían dado a lo largo de los años. Muchos de los A.A. asistentes a la Convención habían asistido también a la sesión vespertina celebrada en el teatro de la Ópera de San Francisco en 1951 en la que fue otorgado a Alcohólicos Anónimos el Premio Lasker, donativo de Albert y Mary Lasker, por parte de los 12,000 médicos de la Asociación de Salud Pública de Norte América.⁴

    Los textos de los discursos pronunciados ante la Convención por el Rev. Sam Shoemaker⁵, el padre Edward Dowling, el Dr. Harry Tiebout y el Dr. W. W. Bauer aparecen posteriormente en este libro empezando en la página 235. Junto con estos discursos publicamos la charla de otro amigo, Bernard B. Smith, que nos ha servido fiel y brillantemente los años recién pasados como presidente de la Junta de Servicios Generales de A.A. Siempre lo recordaremos como el no alcohólico cuya destreza y habilidad singulares para reconciliar puntos de vista diferentes fueron los factores decisivos en la formación de la Conferencia de Servicios Generales, entidad de la que depende grandemente el futuro de A.A. Al igual que los demás oradores, Bernard Smith nos dice no sólo lo que A.A. significa para los alcohólicos y el público en general, sino también lo que han significado para él los principios de A.A. que ha puesto en práctica en su propia vida.

    Otros de nuestros viejos amigos hicieron contribuciones inspiradoras a la reunión. Sus alocuciones, y de hecho todas las reuniones en St. Louis, fueron grabadas en cinta en su totalidad y así están disponibles. [Estas cintas ya no están disponibles]. Lamentamos no poder incluirlas todas debido al espacio limitado de este volumen.

    Por ejemplo, el primer día de la Convención, uno de los amigos más antiguos y apreciados de A.A., Leonard V. Harrison, presidió una sesión titulada A.A. y la industria. Leonard, que todavía es uno de los custodios, se ha granjeado nuestro cariño durante sus más de diez años de servicio en nuestra Junta. Precedió a Bernard Smith como presidente de la Junta y ayudó a nuestra Comunidad a sobrellevar su muy inseguro período de adolescencia, una época en que nadie podía decir si nuestra sociedad se mantendría unida o se desintegraría totalmente. No hay palabras para describir lo que significó para nosotros los A.A. su sabio consejo y su pulso firme en ese período turbulento.

    Luego el Sr. Harrison nos presentó a un nuevo amigo, Henry Mielcarek, contratado por Allis-Chalmers para atender el programa de alcoholismo en esa gran compañía. Con la competente ayuda de Dave, un miembro de A.A. con un puesto parecido en la compañía Dupont, el Sr. Mielcarek abrió los ojos de la audiencia a las posibilidades de la aplicación de A.A. y sus principios en la industria. Nuestra visión de A.A. en la industria fue ampliada aún más por el orador final, el Dr. John L. Norris⁶ de la compañía Eastman-Kodak. Había venido a la Convención con doble papel. Uno de los pioneros en introducir A.A. en la industria, él fue también durante mucho tiempo custodio de la Junta de Servicios Generales de A.A., un trabajador muy dedicado y generoso. Nuevamente nosotros los que estábamos sentados en el auditorio, nos preguntamos: ¿Qué podríamos haber hecho sin amigos como estos?

    El segundo día de la Convención hubo una reunión sobre A.A. en las instituciones. Los oradores nos guiaron en un recorrido por lo que antes habían sido los fosos más sombríos en los que los alcohólicos podían encontrarse sufriendo: la prisión y el hospital mental. Se nos dijo que una nueva esperanza y una nueva luz habían entrado en esos lugares que en tiempos pasados eran de total oscuridad. La mayoría de nosotros nos quedamos asombrados al enterarnos de los avances que ha hecho A.A., con grupos en 265 hospitales y 335 prisiones⁷ de todo el mundo. Anteriormente sólo el 20 por ciento de los alcohólicos liberados de las prisiones o las instituciones lograban mantenerse alejados de la bebida. Pero desde la llegada de A.A., el 80 por ciento de los liberados han encontrado la libertad permanente.

    Dos miembros de A.A. avivaron este panel y nuevamente nuestros fieles amigos no alcohólicos estaban representados. Entre ellos estaba el Dr. O. Arnold Kilpatrick, psiquiatra director de una institución mental de Nueva York, que nos informó sobre los maravillosos progresos de A.A. en su hospital. A continuación habló el Sr. Austin MacCormack, antiguo comisario de correccionales de la ciudad de Nueva York, y ahora profesor de criminología en la Universidad de California. Este hombre era un viejo amigo nuestro, un amable y dedicado colega que había servido mucho tiempo como custodio en la época de la Fundación Alcohólica de A.A. Cuando se trasladó al oeste, fue un beneficio para California y una pérdida correspondiente para la Sede de A.A. Y ahora estaba de nuevo con nosotros contándonos que se había mantenido en contacto con las autoridades de prisiones de todas partes de América. Así como el Dr. Kilpatrick había conformado el progreso de A.A. en las instituciones mentales, así también Austin MacCormack, con la autoridad nacida de la experiencia, nos informó sobre la creciente influencia de los grupos de A.A. en las prisiones. De nuevo nuestra visión se amplió y se alegraron nuestros espíritus.

    Durante la reunión se celebraron muchas reuniones regulares de A.A. En esas reuniones, y en los pasillos, cafeterías y habitaciones de hotel, estábamos constante y agradecidamente pensando en nuestros amigos y en todo lo que la Providencia les había encomendado hacer por nosotros. A menudo pensábamos en los que no estaban allí con nosotros: los que habían fallecido, los que estaban enfermos, y los que simplemente no pudieron asistir. Entre estos últimos echamos mucho de menos a los custodios Jack Alexander, Frank Amos, el Dr. Leonard Strong, Jr., y Frank Gulden.

    Sobre todo, por supuesto, hablamos acerca del cofundador, el Dr. Bob, y su esposa, Anne. Algunos de nosotros podíamos recordar aquellos primeros días de 1935 en Akron donde se encendió la chispa que se convertiría en el primer grupo de A.A. Algunos podíamos volver a contar las historias que se habían contado en la sala de estar del Dr. Bob en su casa de la Avenida Ardmore. Y podíamos recordar a Anne sentada en un rincón de la sala frente a la chimenea leyendo de la Biblia la advertencia de Santiago de que la fe sin obras es fe muerta. De hecho teníamos con nosotros en la Convención al joven Bob y su hermana Sue, que habían visto los comienzos del primer grupo de A.A. También estaba allí el marido de Sue, Ernie, el A.A. número cuatro. Y el buen Bill D., el A.A. número tres, estaba representado por su viuda, Henrietta.

    Todos estábamos rebosantes de alegría de ver a Ethel, la mujer de la región Akron-Cleveland con más tiempo de sobriedad, cuya historia conmovedora ahora se puede leer en la Segunda Edición del libro de A.A. Ella nos hizo recordar a todos los pioneros de Akron, una docena y media de ellos, cuyas historias formaron la espina dorsal de la primera edición del libro Alcohólicos Anónimos, y quienes, junto con el Dr. Bob, habían creado el primer grupo de A.A. del mundo.

    Según se iban desenvolviendo las historias, vimos al Dr. Bob entrando por la puerta del hospital de Santo Tomás, el primer hospital religioso en aceptar a posibles miembros de A.A. para tratamiento en plan regular. Allí se desarrolló la magnífica colaboración entre el Dr. Bob y la incomparable Sor Ignacia⁸, de las Hermanas de la Caridad de San Agustín. Su nombre nos trae a la mente la clásica historia acerca del primer borracho que trataron ella y el Dr. Bob. La supervisora nocturna de la planta donde trabajaba la Hermana Ignacia no tenía mucha simpatía por los alcohólicos, especialmente por los que sufrían de los delirium tremens, y el Dr. Bob había llegado solicitando un cuarto privado para su primer cliente. Sor Ignacia le dijo: Doctor, no tenemos camas ni mucho menos un cuarto privado; pero haré lo que pueda. Y luego, con astucia, introdujo en la floristería del hospital al primer tembloroso candidato de A.A. para admisión. Desde ese comienzo inseguro de hospitalización en nuestra época pionera, vimos al creciente desfile de enfermos alcohólicos pasar por las puertas del Hospital de Santo Tomás y salir de nuevo al mundo, la mayoría de ellos para no volver nunca al hospital excepto para visitar a otros. Desde 1939 hasta el día que el Dr. Bob nos dejó en 1950, más de 5,000 alcohólicos habían recibido tratamiento. Y así la obra del Dr. Bob, su esposa Anne, Sor Ignacia y los pioneros de Akron nos ofrece un ejemplo de la puesta en práctica de los Doce Pasos de A.A. que servirá para siempre.

    Esta gran tradición vive todavía encarnada en la persona de Sor Ignacia. Ella sigue realizando su obra animada por el amor en el Hospital de la Caridad San Vicente en Cleveland, donde los agradecidos A.A. del área han contribuido con energía y dinero para reconstruir un viejo pabellón del edificio al que han puesto el nombre de la Sala del Rosario reservado para el uso exclusivo de Sor Ignacia y sus colaboradores. Ya han tratado a más de 5,000 casos.⁹

    Muchos miembros de A.A. creen hoy día que entre las vías más seguras hacia la sobriedad figuran las ofrecidas por los hospitales religiosos que cooperan con nosotros. Sin duda aquellos que han pasado por el Hospital Santo Tomás de Akron, y el de San Vicente de Cleveland, coincidirán con esta opinión. Esperamos que, con el tiempo, los hospitales afiliados a todas las religiones sigan el ejemplo de estos dos magníficos pioneros. Lo que han logrado Sor Ignacia y sus colegas en Santo Tomás es un comienzo formidable. Pero es posible que en el futuro sean reconocidos más debido a las grandes obras inspiradas y motivadas por su ejemplo.

    En 1949, diez años después de iniciar los trabajos pioneros del Dr. Bob y la Hermana Ignacia, los A.A. de todo el estado de Ohio se dieron profunda cuenta de la importancia de ese trabajo. Se formó un comité encargado de colocar una placa conmemorativa en el pabellón para alcohólicos del Hospital Santo Tomás, para expresar claramente lo que muchos de nosotros creíamos y sentíamos. Me pidieron que escribiera el texto y que presidiera la ceremonia de dedicación. Anne había fallecido recientemente pero el Dr. Bob podía estar con nosotros. Como era costumbre en ella, la Hermana Ignacia no quiso que se inscribiera su nombre en la placa. El sábado, 8 de abril de 1949, por la tarde, celebramos la ceremonia de desvelar la placa conmemorativa y la presentamos al hospital. Lleva inscritas las siguientes palabras:

    CON AGRADECIMIENTO

    LOS AMIGOS DEL DR. BOB Y ANNE S.

    DEDICAMOS CON CARIÑO ESTA PLACA

    CONMEMORATIVA

    A LAS HERMANAS Y AL PERSONAL

    DEL HOSPITAL SANTO TOMÁS

    DE AKRON, LUGAR DE NACIMIENTO DE

    ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS, EL HOSPITAL SANTO TOMÁS

    FUE LA PRIMERA INSTITUCIÓN RELIGIOSA EN ABRIR SUS

    PUERTAS A NUESTRA SOCIEDAD

    QUE LA DEVOCIÓN CARIÑOSA DE QUIENES

    TRABAJABAN AQUÍ SIRVA PARA TODOS NOSOTROS

    COMO UN MAGNÍFICO Y MARAVILLOSO

    EJEMPLO DE LA GRACIA DE DIOS

    Todos se acuerdan de la famosa y final advertencia del Dr. Bob a Alcohólicos Anónimos: No estropeemos esta cosa; mantengámoslo sencillo. Y yo me acuerdo del homenaje a su gran sencillez y fortaleza que le rendí en el A.A. Grapevine

    Después de decir serenamente a quien le atendía, Creo que ha llegado la hora, el Dr. Bob falleció el 16 de noviembre de 1950 al mediodía. Así terminó la enfermedad que le había consumido, y en el curso de la cual nos enseñó tan claramente que la gran fe puede superar las graves angustias. Murió como había vivido, supremamente consciente de que en la casa de su Padre hay muchas moradas.

    Todos los que le conocieron se sentían inundados de recuerdos. Pero ¿quién podría saber cuáles eran los pensamientos y los sentimientos de los 5,000 enfermos de los que él se había ocupado personalmente, y a los que había dado gratuitamente su atención médica? ¿Quién podría recoger las reflexiones de sus conciudadanos que le habían visto hundirse hasta casi perderse en el olvido para luego alcanzar un renombre mundial anónimo? ¿Quién podría expresar la gratitud de las decenas de millares de familias de A.A. que habían oído hablar tanto de él, sin haberlo conocido cara a cara? ¿Cuáles eran las emociones de la gente más cercana a él mientras reflexionaban agradecidamente sobre el misterio de su regeneración hace quince años y de sus vastas consecuencias? No se podría comprender ni la más mínima parte de esa gran bendición. Sólo se podría decir: ¡Qué gran milagro ha obrado Dios!

    El Dr. Bob nunca habría querido que nadie le considerara un santo o un superhombre. Tampoco habría deseado que le alabáramos o que lloráramos su muerte. Casi se le puede oír decir, Me parece que se están pasando. No me deben tomar tan en serio. Yo sólo era uno de los primeros eslabones de esa cadena de circunstancias providenciales que se llama A.A. Por gracia y por suerte este eslabón no se rompió; a pesar de que mis defectos y mis fracasos pudieran haber tenido esta desgraciada consecuencia. Sólo era un alcohólico más que trataba de arreglármelas — con la gracia de Dios. Olvídenme, pero vayan y hagan lo mismo. Añadan sólidamente su propio eslabón a nuestra cadena. Con la ayuda de Dios, forjen una cadena fuerte y segura. Así es como el Dr. Bob se valoraría a sí mismo y nos aconsejaría.

    En una reunión en 1950, unos pocos meses después del fallecimiento del Dr. Bob, la primera Conferencia de Servicios Generales aprobó por votación que se presentara a cada uno de los herederos del Dr. Bob, sus hijos Bob junior y Sue, un pergamino, con la siguiente inscripción:

    DR. BOB

    EN MEMORIA

    Alcohólicos Anónimos en este documento deja constancia de su agradecimiento eterno por la vida y las obras del Dr. Robert Holbrook S., uno de sus Cofundadores.

    Conocido afectuosamente como Dr. Bob, se recuperó del alcoholismo el 10 de junio de 1935; en ese mismo año contribuyó a la formación del primer Grupo de Alcohólicos Anónimos; él y su buena esposa atendían a ese faro con tanta diligencia que con el tiempo su luz acabó atravesando el mundo. El día de su fallecimiento, el 16 de noviembre de 1950, ya había ayudado física y espiritualmente a incontables compañeros de aflicción.

    La suya era una humildad que declina todo honor, una integridad que no se compromete nunca; una devoción al hombre y a Dios que como un radiante ejemplo brillará para siempre.

    La Comunidad Mundial de Alcohólicos Anónimos presenta este testimonio de gratitud a los herederos del Dr. Bob y Anne S.

    Al pensar en estos primeros días en Akron, nos acordamos también de la época pionera en el Este; de las dificultades que encontramos para iniciar el Grupo Número Dos de A.A. en la ciudad de Nueva York en el otoño de 1935. Al comienzo de ese año, antes de mi primer encuentro con el Dr. Bob, yo había trabajado con muchos alcohólicos, pero hasta mi regreso a la ciudad en septiembre, no había tenido ningún éxito en Nueva York. Conté a los miembros de la Convención cómo la idea había empezado a cristalizar; les hablé de las primeras reuniones en el salón de estar de mi casa de la calle Clinton 182, Brooklyn; de las visitas a la Misión del Calvario y al Hospital Towns de Nueva York en febril búsqueda de nuevos candidatos; de los muy pocos que lograron la sobriedad y los muchos que fracasaron estrepitosamente. Mi esposa, Lois, relató que durante tres años nuestra casa de la calle Clinton había estado, del sótano al ático, llena de alcohólicos de todo tipo y condición, quienes, para nuestra gran consternación, habían vuelto a beber, todos fracasados según parecía. (Algunos de ellos lograron la sobriedad más tarde, tal vez a pesar de nosotros.)

    En Akron, en las casas del Dr. Bob y Wally, el tratamiento casero tuvo mejores resultados. De hecho, es probable que Wally y su mujer sentaran un récord de casos tratados en casa y rehabilitaciones de principiantes de A.A. El porcentaje de éxito fue muy alto y durante un tiempo otros muchos habitantes de Akron siguieron su ejemplo en sus propios hogares. Como dijo Lois, era como un maravilloso laboratorio en el que experimentamos y aprendimos por la dura experiencia.

    Recordé a los de Nueva Jersey, presentes en la Convención, las primeras reuniones en Upper Montclair y South Orange así como en Monsey, Nueva York, cuando Lois y yo nos trasladamos allí alrededor de la fecha en que el libro de A.A. salió de imprenta en la primavera de 1939, después de perder por ejecución hipotecaria la casa de los padres de Lois en Brooklyn donde habíamos estado viviendo. El clima era templado y vivíamos en una casa de verano al borde de un lago tranquilo del oeste de Nueva Jersey, en la que un buen compañero de A.A. y su madre amablemente nos habían dejado instalarnos. Otro amigo nos prestó su automóvil. Les conté que habíamos pasado el verano tratando de arreglar el desastroso estado económico del libro de A.A. que, en cuanto a ingresos producidos, había fracasado totalmente después de su publicación. Nos resultó difícil evitar una visita del sheriff a nuestra pequeña oficina de la calle William 17, Newark, donde se había escrito la mayor parte del libro.

    Asistimos a la primera reunión de A.A. de Nueva Jersey, celebrada en el verano de 1939, en la casa de Upper Montclair de Henry P., mi socio en la empresa ahora insegura del libro. Allí conocimos a Bob y Mag V., que se convertirían en nuestros grandes amigos. Cuando en el Día de Acción de Gracias, empezó a caer una nevada en nuestra casa de verano, nos invitaron a pasar el invierno con ellos en su casa de Monsey, Nueva York.

    Ese invierno con Bob y Mag fue a la vez duro y emocionante. Nadie tenía dinero. Su casa, que había sido una gran mansión, se había convertido en un lugar destartalado. La caldera de la calefacción y la bomba de agua se turnaban en fallar. Un antepasado de familia de Mag había añadido dos habitaciones grandes a la casa, una arriba y otra abajo, que no tenían calefacción. La habitación de arriba era tan fría que la llamaban Siberia. Tratamos de remediar esta situación instalando una estufa de carbón de segunda mano que costó $3.75. Continuamente amenazaba con romperse y nunca me explicaré cómo logramos evitar quemar la casa. No obstante, era una época muy feliz; además de compartir con nosotros todo lo que tenían, Bob y Mag eran efusivamente alegres.

    Lo que nos provocó la mayor emoción fue la formación del primer grupo en un hospital mental. Bob había estado hablando con el Dr. Russell E. Blaisdell, director del Hospital Rockland State de Nueva York, una institución mental, situada a poca distancia. El Dr. Blaisdell inmediatamente había aceptado la idea de probar A.A. con sus pacientes alcohólicos. Nos dio libre acceso al pabellón y al poco tiempo nos permitió iniciar una reunión en el hospital. Los resultados eran tan buenos que pocos meses después, dio permiso a multitud de alcohólicos internados a ir en autobús a las reuniones de A.A. que para entonces se había establecido en South Orange, Nueva Jersey y en la ciudad de Nueva York. Para el director de una institución mental eso era sin duda correr un gran riesgo. Pero los alcohólicos no le defraudaron. Al mismo tiempo se estableció una reunión regular de A.A. en el mismo Rockland. Los casos más desesperados que se pudiera imaginar empezaron a recuperarse y a no recaer al ser dados de alta del hospital. Así comenzó la primera colaboración de A.A. con un hospital mental, una experiencia que se ha repetido más de 200 veces. El Dr. Blaisdell había escrito una página luminosa en los anales del alcoholismo.

    En este aspecto, vale mencionar que dos o tres alcohólicos fueron dados de alta de los Hospitales Greystone y Overbrook de New Jersey para entrar en A.A., recomendados por médicos amigos nuestros. Pero el Hospital Rockland, en el que el Dr. Blaisdell sirvió como director, fue el primero en cooperar plenamente con A.A.

    Finalmente, Lois y yo volvimos a cruzar el río Hudson para instalarnos en la ciudad de Nueva York. En ese entonces se estaban realizando pequeñas reuniones de A.A. en la sastrería de Bert, un recién llegado. Esta reunión más tarde se trasladó a una pequeña sala de Steinway Hall y de allí a un sitio permanente cuando se abrió el primer club de A.A., The Old Twenty-Fourth. Lois y yo nos fuimos a vivir allí.

    Al echar una mirada atrás y recordar estos escenarios neoyorquinos de nuestros primeros años, a menudo veíamos pasar entre las imágenes aquella del benigno doctor que amaba a los borrachos, William D. Silkworth, en aquel entonces jefe de medicina del Hospital Charles B. Towns de Nueva York, hombre que figura entre los auténticos cofundadores de A.A. Él nos explicó la naturaleza de nuestra enfermedad. Nos dio los instrumentos para penetrar el más duro ego alcohólico, esas frases demoledoras que empleaba para describir nuestra enfermedad: la obsesión mental que nos compele a beber y la alergia física que nos condena a volvernos locos o morir. Esas fueron las indispensables contraseñas. El Dr. Silkworth nos enseñó a cultivar el terreno negro de la desesperación del que ha florecido desde entonces todo despertar espiritual de nuestra Comunidad. En diciembre de 1934, después de mi propia repentina y abrumadora experiencia espiritual, este hombre de ciencia se había sentado humildemente junto a mi cama, diciéndome en tono tranquilizador: No, Bill, no estás alucinando. Sea lo que sea lo que hayas experimentado, más vale que te aferres a eso; es mucho mejor que lo que tenías hace tan sólo una hora. Esas eran magníficas palabras para el porvenir de A.A. ¿Quién más pudiera haberlas dicho?

    Cuando quise trabajar con otros alcohólicos, el Dr. Silkworth me ofreció la posibilidad de hacerlo allí mismo en su hospital, a gran riesgo de su reputación profesional.

    Tras seis meses de fracasos en mis intentos de ayudar a lograr la sobriedad a otros borrachos, volvió a recordarme la observación del profesor William James de que las experiencias espirituales verdaderamente transformadoras casi siempre se originan en la calamidad y el colapso total. Deja de sermonearles, dijo el Dr. Silkworth, "y preséntales primero los crudos hechos médicos. Puede que esto les impresione tanto que estén dispuestos a hacer cualquier cosa para recuperarse. Luego puede que acepten esas ideas de psicología moral tuyas, e incluso un Poder Superior".

    Cuatro años más tarde, el Dr. Silkworth ayudó a convertir al Sr. Charles B. Towns; dueño del hospital, en un gran entusiasta de A.A. y le recomendó que nos prestara $2,500 para empezar la preparación del libro Alcohólicos Anónimos — suma que, dicho sea de paso, más tarde se elevó a más de $4,000. Luego, como nuestro único amigo de la medicina en aquel entonces, el buen doctor se atrevió a escribir la Introducción de nuestro libro, en el que permanece hasta hoy en día y en el que tenemos la intención de guardarla para siempre.

    Tal vez nunca habrá ningún médico que preste tanta dedicada atención a tantos alcohólicos como lo hizo el Dr. Silkworth. Se calcula que en su vida vio la asombrosa cantidad de 40,000 de ellos. Antes de morir en 1951, y en estrecha cooperación con A.A. y nuestra dinámica enfermera pelirroja, Teddy, había atendido a casi 10,000 alcohólicos en el Hospital Knickerbocker de Nueva York. Ninguno de sus pacientes olvidará jamás la experiencia, y la mayoría de ellos están sobrios hoy. Silky y Teddy fueron grandemente inspirados por el Dr. Bob y Sor Ignacia en Akron y siempre se considerarán como sus homólogos de la costa este de nuestra época pionera. Estas cuatro personas sentaron un magnífico ejemplo así como las bases para la maravillosa colaboración con la medicina que disfrutamos hoy día.

    No podríamos despedirnos de Nueva York sin rendir agradecido tributo a los individuos que hicieron posibles los servicios mundiales de hoy día: los pioneros de la Fundación Alcohólica, el precursor de la Junta de Servicios Generales de A.A.

    El primero en orden de aparición fue el Dr. Leonard V. Strong, Jr., mi cuñado. Cuando Lois y yo estábamos solos, abandonados, él, junto con mi madre, nos ayudó a superar la peor fase de mi alcoholismo. Fue el Dr. Strong quien me presentó al Sr. Willard Richardson, uno de los mejores servidores de Dios y de los seres humanos que jamás conoceré. Esa presentación tuvo como resultado directo la formación de la Fundación Alcohólica. La firme fe, sabiduría y espiritualidad de Dick Richardson nos sirvieron como anclas seguras durante los temporales que tuvo que capear nuestro centro de servicio, todavía en estado embrionario, en esos primeros años, y él contagió su convicción y entusiasmo a otros que trabajaron tan diligentemente para nosotros. Con gran cuidado y devoción generosa, el Dr. Strong sirvió como secretario de nuestra Junta de Custodios desde su formación en 1938 hasta su jubilación en 1955.

    Dick Richardson era buen amigo y confidente de los Rockefeller, John D., padre e hijo. De ahí que el Sr. Rockefeller, Jr., se interesara profundamente en A.A. Vio que el poco dinero que teníamos era suficiente para lanzar nuestro proyecto de servicio, pero no suficiente para profesionalizarlo y decidió celebrar una cena en 1940 a la que invitaría a muchos amigos suyos para que nos pudieran conocer y ver A.A. con sus propios ojos. Esa cena, en la que dieron charlas el Dr. Harry Emerson Fosdick y el Dr. Foster Kennedy, neurólogo, sirvió como una importante recomendación de nuestra Comunidad ante el público en una época en que éramos muy pocos y desconocidos. Organizar una cena de este tipo podría haberle convertido al Sr Rockefeller en el hazmerreír de todos. No obstante, lo hizo, dando muy poco de su fortuna y muchísimo de sí mismo.

    El Sr. Richardson animó a otros amigos suyos a ayudarnos. Entre ellos, estaba el Sr. Albert Scott, jefe de una compañía de ingeniería y presidente de la junta de custodios de la iglesia Riverside de Nueva York, quien a finales de 1937 presidió la famosa reunión en la oficina del Sr. Rockefeller, la primera en que algunos alcohólicos nos reunimos con nuestros nuevos amigos. En esa reunión el Sr. Scott hizo esta pregunta perspicaz e histórica: ¿no estropearía esta cosa el dinero? El Dr. Bob, el Dr. Silkworth y yo asistimos a esa reunión y también estaban otros dos amigos del Sr. Richardson que estaban destinados a ejercer una gran influencia en nuestros asuntos.

    Al comienzo de la primavera de 1938, nuestros nuevos amigos nos ayudaron a organizar la Fundación Alcohólica, y el Sr. A. LeRoy Chipman sirvió incansablemente muchos años como tesorero. En 1940 parecía deseable que la Fundación tomara posesión de Works Publishing, Inc., la pequeña compañía que habíamos formado para editar el libro, y dos años más tarde el Sr. Chipman hizo la mayor parte del trabajo para recaudar los $8,000 que se necesitaban para pagar a los accionistas y al Sr. Charles B. Towns; de esta manera la Fundación se convirtió en la propietaria exclusiva del libro de A.A. y se aseguró que la custodia del libro estuviera en manos de nuestra sociedad de forma vitalicia. Recientemente el Sr. Chipman tuvo que retirarse de la Junta de Custodios debido a una enfermedad y para su desilusión no pudo venir a St. Louis. Ni tampoco pudo estar con nosotros Dick Richardson, porque había fallecido unos años atrás.

    Presente en esa reunión a principios de 1940 estuvo otro amigo del Sr. Richardson, Frank Amos, editor ejecutivo de un periódico, director de una agencia publicitaria, y custodio recién jubilado de A.A. En 1938 Frank fue a Akron para conocer al Dr. Bob y hacer una detallada investigación de lo que había sucedido allí. Su informe elogioso acerca del Dr. Bob

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