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EL SEXO DEL TERAPEUTA

DIANA MELISSA NIÑO RÁMIREZ


Código: 454274

Monografía presentada para optar al título de:


PSICOLOGA

Director:
Emilio Meluk

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA


FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS
El Sexo del Terapeuta 2

DEPARTAMENTO DE PSICOLOGÍA
BOGOTA, 2010
JUSTIFICACIÓN

En el proceso terapéutico se encuentran presentes una serie de factores que

generalmente no son tenidos en cuenta para el desarrollo del mismo y que pueden

influirlo ya sea de forma positiva o negativa, lo que para la psicología conductual sería

denominado como variables extrañas. Es importante resaltar el hecho de que la mayoría

de la literatura en el marco de la psicología clínica, se centra en el análisis y

entendimiento del consultante, pero muy pocas veces se refiere a factores del terapeuta.

Con respecto a esto, en un estudio realizado por Safran en 1994, se muestra que un 45%

del éxito terapéutico se debe a factores que son poco tenidos en cuenta y por

consiguiente poco estudiados; dentro de estos factores se encuentran los personales del

terapeuta, como la cultura, la experiencia, variables socioeconómicas y el sexo.

En este texto es de mi interés, abordar el tema del sexo del terapeuta como un

factor interviniente en el desarrollo del análisis. Por una parte, teniendo en cuenta que el

principal instrumento del trabajo analítico es la relación con otro; es decir que desde el

primer momento del proceso terapéutico el paciente establecerá una relación bipersonal

con el terapeuta, dado que éste es como una especie de lienzo en blanco sobre el cual el

paciente transferirá sus relaciones objetales. El sexo será un factor que difícilmente se

podrá ignorar y que desde el inicio, el hecho de que el paciente se enfrente a un

terapeuta mujer u hombre, tendrá a mi parecer cierta influencia sobre el desarrollo del

análisis. Durante algún tiempo se creyó que no existían diferencias significativas en que

un paciente fuese tratado o abordado por un terapeuta de sexo contrario; pero desde una

perspectiva psicoanalítica el sexo del terapeuta puede ser un disparador de las relaciones

objetales, en especial en el terreno de la transferencia erótica, que según lo planteado


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por Villalba (2004), suele ser más común en el caso de un paciente hombre y una

terapeuta mujer.

Por otra parte, estudios como el de Aguilar (2009) muestran que en casos

específicos la variable del sexo del terapeuta puede influenciar el éxito o el fracaso del

proceso terapéutico, como en aquellas situaciones de maltrato o violencia hacia la

mujer, en donde se han encontrado resultados favorables cuando la terapia es llevada a

cabo por una mujer, ya que ayuda a que el proceso sea más eficaz.

Finalmente, en otras situaciones el sexo del terapeuta puede representar un factor

negativo o hasta entrar en conflicto con la ética del psicólogo, como lo evidencia

Garriga (1990) en el texto Los abusos sexuales en el contexto de la relación terapéutica,

planteando que algunos de los pacientes afirmaban haber mantenido relaciones sexuales

con sus terapeutas en el marco de la relación terapéutica; hecho que se podría calificar

de abuso sexual, dada la desigualdad en la posición del rol de terapeuta y del paciente.

Los estudios estadísticos llevados a cabo por Pope, Spiegel, & Tabachnick muestran

que el 9,4% de los terapeutas se involucraron en intimidades sexuales con pacientes

mujeres, ante el 2,5% de las terapeutas con sus pacientes. Esto se puede dar, a pesar de

que el código ético contempla y prohíbe abiertamente estos tipos de conductas (Ley

1090 de 2006; Capítulo II – III), probablemente debido a una combinación de factores

entre los cuales existe un desconocimiento de la transferencia y la contratransferencia en

el proceso terapéutico.
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INTRODUCCIÓN

Las diferencias en cuanto a los roles sexuales parecen existir desde el origen de

la humanidad, o al menos la historia escrita y la mitología hablan de un mundo

organizado en función de los sexos y de los sentimientos y actitudes que suscitan esta

interacción: amores u odios, que están presentes en cualquier relación humana. Estos

sentimientos y actitudes son representantes de las relaciones tempranas de cada sujeto y

son proyectados en la relación terapéutica.

El sexo del analista es un factor personal que puede llegar a incidir en la

estructura del campo de análisis; puesto que el analista no es voz descorporizada y sus

características femeninas o masculinas son plenamente percibidas y de innegable

influencia en el campo transferencial y contratransferencial a partir del momento en que

el paciente consulta. Siendo este el interés del presente trabajo: entender la influencia

del sexo del analista en el desarrollo del proceso terapéutico.

La evidencia teórica muestra que la presencia del analista es una acción y el

paciente responde a ella ya sea de manera directa o en formas más sutiles; en el caso de

pacientes con patología graves (más aferrados a lo concreto y por ende con una

deficiente capacidad sublimatoria), el sexo del analista puede influir en el desarrollo de

fuertes transferencias de carácter erotizado o perverso, y como diría Winnicott (1958),

no representamos el objeto sino que somos el objeto. Mientras que en pacientes con

estructura neurótica, la variedad y heterogeneidad de las proyecciones llevan a una

menor importancia del sexo real del analista, aun así, las cualidades y actitudes propias

de cada sexo pueden tener cierta influencia en el proceso transferencial y


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contratransferencial. En consecuencia, podemos encontrar así variaciones en el

desarrollo de una transferencia erótica según sea el sexo de la díada analítica.

Puesto que la relación entre seres humanos es siempre de doble vía, de la misma

manera será tomada en este trabajo, es decir la interacción entre paciente y terapeuta

teniendo como eje central el sexo del analista, lo que guiará el desarrollo del proceso

terapéutico. Con este fin se abordará el concepto de transferencia, entendido como

aquellas “pulsiones, sentimientos, actitudes, fantasías y defensas respecto de una

persona actual que no conviene a esa persona sino son una repetición de reacciones

formadas en relación con personas importantes de la primera infancia, y desplazada

inconscientemente a figuras actuales” (Greenson, R. 1976) y contratransferencia,

entendida como el conjunto de las reacciones inconscientes del analista frente a la

persona del analizado y, especialmente, frente a la transferencia de éste.

Finalmente, a pesar que durante mucho tiempo se dudó en reconocer la

influencia de la persona del analista sobre la cura y sobre la estructura del campo

analítico; es a mi parecer innegable que las características de cada analista, influyen en

el proceso transferencial y contratransferencial con cada analizando, pudiendo ya sea

favorecer o perturbar el proceso de cambio. Siendo de mi interés abordar

específicamente el sexo del terapeuta, es decir, indagar respecto al hecho de encontrarse

con un analista hombre o mujer, puesto que puede favorecer u obstaculizar las

manifestaciones de sentimientos y reacciones transferenciales como diversas formas de

amor, odio y temor


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CAPÍTULO I

SOBRE LA TRANSFERENCIA

Definición de Transferencia.

En cualquier relación humana se da el surgimiento de toda clase de sentimientos,

actitudes y conductas; estas relaciones al ser llevadas al terreno de la psicoterapia toman

el nombre de “transferencia” o de “sentimientos transferenciales”. Esta transferencia en

el curso del tratamiento toma diversas formas y funciones, no sólo de índole positiva

sino también negativa; es importante resaltar que estos sentimientos son de origen

inconsciente, lo que lo distingue de la “alianza terapéutica” que se lleva a cabo en el

plano consciente y que ha sido mal llamada “transferencia positiva”.

La teoría de la transferencia fue introducida por Freud en 1912, siendo uno de

los mayores aportes y el pilar del tratamiento psicoanalítico; los sentimientos que

surgen en la relación terapéutica son regidos por contenidos inconscientes, y el paciente

traslada al terapeuta (o proyecta en la figura de este) aquellas fantasías o temores,

amores u odios que existen muy reprimidos en él. En la experiencia de Freud se

manifestaba como una serie de sentimientos eróticos mostrados por las analizadas hacia

la persona del analista, y que fueron considerados como un indeseable factor

perturbador. De igual forma, el psicoterapeuta experimenta sentimientos que pueden ser

de interés o desagrado, siendo en consecuencia, “una relación fundada en un estado

inconsciente común” (Jung, C. 1985).

Autores como Sigmund Freud (1901), Anna Freud (1966), Daniel Lagache

(1980) y Heinrich Racker (1986) han definido el fenómeno de la transferencia de la

siguiente forma:
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S, Freud en el epílogo del caso Dora (1901/1925) hace una exposición bastante

clara del concepto: Son reediciones, recreaciones de las emociones y fantasías

que a medida que el análisis avanza no pueden menos que despertarse y hacerse

concientes; pero lo característico de todo este género es la sustitución de una

persona anterior por la persona del médico. (…) toda una serie de vivencias

psíquicas anteriores no es revivida como algo pasado, sino como vínculo actual

con la persona del médico (p. 101).

A, Freud en El yo y los mecanismos de defensa se refiere a la transferencia

como: "Llamamos transferencia a todos aquellos impulsos experimentados por

el paciente en relación con el analista, que no dependen de la situación analítica

actual sino que remontan su origen a tempranas vinculaciones con el objeto aun

arcaicas reavivadas durante el análisis bajo la influencia del impulso repetitivo”.

(Citado por H, Mayer, 1989, p.112).

D, Lagache (1980) en La teoría de la transferencia la plantea como:

“Desplazamiento de afecto sobre la persona del analista” (p. 33)

H, Racker (1986) en Estudios sobre la técnica psicoanalítica la define como:

“Conjunto de fenómenos y procesos psicológicos del paciente referidos al analista y

derivados de otras relaciones de objetos anteriores” (p. 25).

Estas cuatro definiciones dejan abierta toda una serie de interrogantes respecto al

fenómeno de la transferencia y su observación en el campo de la clínica psicoanalítica.

A continuación realizaré una aproximación histórica de la transferencia, con el fin de

aclarar estos interrogantes.

Historia de la Transferencia.

La teoría de la transferencia empezó a sentar sus bases a partir del tratamiento

realizado por Breuer a Anna O, el cual terminó con un amor de transferencia y


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contratransferencia; desde que finalizó hasta la comunicación preliminar de 1893, Freud

fue madurando esta teoría.

En el capítulo IV de Sobre la psicoterapia de la histeria, Freud hace referencia

al concepto de transferencia, como una singular relación humana entre el analista y el

analizado a través de un falso enlace, entendiendo este falso enlace como

representaciones inconscientes y preconscientes, aquel por el cual se relevan en la

conciencia las figuras parentales de la infancia por la figura del analista, que emerge

durante el análisis; lo cual según Freud es un fenómeno regular y constante del proceso

analítico (Mayer, 1989).

Doble aspecto de la transferencia.

La transferencia se muestra como lo menciona Strachey, para explicar dos

procesos psicológicos distintos aunque no independientes; obstáculo y agente de cura

(Etchegoyen, 1986). Respecto a este doble aspecto de la transferencia, Fenichel

menciona en Teoría psicoanalítica de las neurosis (1957):

“La transferencia tiene un doble aspecto. Fundamentalmente debe ser

considerada como una forma de resistencia. El paciente se defiende volviendo a

vivir sus conflictos infantiles, para no recordarlos y discutirlos. Los actos

transferenciales, sirven para falsear el sentido de las situaciones originales, con

lo que la descarga obtenida es necesariamente insuficiente”. (…) “Por otro lado,

la trasferencia ofrece al analista una oportunidad única de observar directamente

el pasado de su paciente y comprender así el desarrollo de los conflictos de este”

(p 42).

Frente al aspecto resistencial de la transferencia Racker plantea que la aparición

de los sentimientos eróticos u hostiles hacia el analista interferían en la labor analítica.

Cuando surgían estos sentimientos, era en un momento en el que la investigación del


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pasado llegaba a un punto sensible: A alguno de los “complejos” psicológicos infantiles

reprimidos. El paciente, en lugar de recordar este complejo, reproducía el sentimiento

contenido en dicho complejo hacia el analista.

De igual manera, Freud realizo una aproximación a este doble aspecto de la

transferencia; en 1989 escribe Sobre la dinámica de la transferencia. Por una parte

expone que dadas las influencias de la infancia de cada individuo, se adquiere cierta

especificidad establecida para su vida amorosa, lo que da como resultado una

reproducción que se repite de forma regular a lo largo de la vida (compulsión a la

repetición). La experiencia analítica señala que en ocasiones algunos recuerdos no

pueden ser evocados, pero podían ser recuperados para la conciencia a través de su

repetición en la transferencia.

Por otra parte, plantea la situación de que en el análisis la transferencia se

encuentra al servicio de la resistencia al tratamiento. La resistencia acompaña cada paso

del proceso terapéutico, dependiendo de la intensidad y tenacidad de ésta como un

efecto y una expresión de la transferencia. Pero surge la pregunta acerca de la utilidad

de la transferencia como medio para la resistencia, puesto que un vinculo de apego

tierno o cariñoso puede favorecer la confesión (ante ti no me avergüenzo, puedo

decírtelo todo) no quedando claro por qué la obstaculiza. En este punto Freud hace una

aproximación al concepto, distinguiendo entre una transferencia “positiva” y una

“negativa”; en la transferencia positiva los sentimientos expresados son susceptibles de

conciencia y de la de sus persecuciones en lo inconsciente; de estos últimos, el análisis

evidencia que se remontan a fuentes eróticas, es decir que todos los vínculos de

sentimiento se enlazan genéticamente con la sexualidad y se han desarrollado por

debilitamiento de la meta sexual. Esta aproximación psicoanalítica muestra que las

personas de nuestra realidad pueden ser objetos sexuales en el inconsciente.


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El abandono de la persecución de los “recuerdos patógenos” por el apremio

asociativo a partir de los síntomas, es la medida del trabajo necesario para vencer a la

resistencia y liberar así la memoria (Freud, 1991b).

Para concluir con lo planteado por Freud, en las Conferencias de introducción al

psicoanálisis del año 1989 Freud se refiere al fenómeno de la transferencia cuando el

analizado es un hombre, planteando que en ellos sucede exactamente lo mismo que en

los pacientes femeninos; aunque en las formas sublimadas de la transferencia de hombre

a hombre son frecuentes y raras las exigencias sexuales. En los pacientes masculinos

observa el analista, con mayor frecuencia que en las mujeres, una transferencia hostil o

negativa (Freud, 1989 / 1926).

Abraham y Ferenczi

En complemento a la teoría de la transferencia planteada por Freud; Abraham y

Ferenczi publican dos trabajos; en el de Abraham Las diferencias psicosexuales entre

la histeria y la demencia precoz de 1908, señala que la demencia precoz imposibilita

una transferencia sexual, ya que implica el cese del amor objetal, la sustracción de la

libido del objeto y el retorno al autoerotismo. En este trabajo se resalta la capacidad de

transferir la libido, pero deja de lado la fijación en el pasado, no quedando clara la

diferencia entre amor y transferencia. Por su parte, en Ferenczi Introyection and

transference 1909, se enfatiza la importancia y generalidad de la transferencia, haciendo

referencia a ella como el mecanismo que a través de la fantasía inconsciente hace que

una experiencia olvidada sea puesta en contacto con un evento actual, siendo esta

tendencia el rasgo fundamental de los neuróticos que encuentran en el proceso analítico

las circunstancias más deseables para la aparición de la transferencia. Esta característica

neurótica, permite una clara diferencia entre la demencia precoz y la paranoia, puesto

que el demente precoz retira la libido del mundo externo y se hace autoerótico, mientras
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que el paranoico, no tolera dentro de sí los impulsos instintivos y se libera de ellos

proyectándolos en el mundo externo; en la neurosis, en lugar de expulsar los impulsos

desagradables, busca objetos en el mundo externo, es decir que incorpora objetos a su

yo2 para transferirles sus sentimientos. (Etchegoyen, 1986).

Melanie Klein Y Anna Freud

En 1926 Melanie Klein introduce la técnica del juego en el análisis de niños,

atendiendo de igual manera a la transferencia negativa y positiva, materna y paterna,

pero en 1927 Anna Freud critica las interpretaciones de Klein en Conferencias sobre

psicoanálisis infantil, negando el hecho de que el niño pueda establecer una

transferencia, puesto que su relación con los padres no se ha agotado. En el simposio

sobre análisis infantil del mismo año, Klein mantiene su postura, planteando que el

niño, ya ha establecido a sus padres como objetos internos y que los transfiere al

analista; de esta forma, si el juego es interpretado al igual que un sueño y los

comentarios del niño al jugar como asociaciones, se puede acceder al inconsciente sin

necesidad de un periodo previo (Etchegoyen).

Transferencia Positiva.

Este concepto se refiere a todos aquellos sentimientos de amor que surgen hacia

el analista, los cuales van desde el cariño, confianza, deseo, gusto, hasta la admiración y

el respeto. Generalmente se manifiesta el enamoramiento del paciente hacia su

terapeuta, sobre todo cuando son de sexo opuesto, aunque puede suceder entre personas

del mismo sexo. Este amor de transferencia puede resultar como un obstáculo al

proceso, puesto que debido a los sentimientos del paciente se dificulta el acceso al yo,

2
Según lo planteado por Freud, junto con el ello y el super-yo, el yo es la parte de la

personalidad que se organiza como consecuencia de la influencia del ambiente. El yo le permite

al sujeto superar las amenazas externas e internas, dada su capacidad para evaluar y comprender

la realidad. El yo se rige por el principio de realidad.


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como resultado el terapeuta puede producir sentimientos contratransferenciales que

posiblemente lo lleven a actuar de forma incorrecta, desde pretender al paciente hasta

reaccionar de manera violenta por la tentación que este amor representa.

Por lo general, los sentimientos de transferencia son ambivalentes puesto que su

naturaleza de relación con los objetos es más o menos infantil y así mismo se proyectan

sobre el psicoterapeuta, teniendo reacciones infantiles. De igual manera esta

ambivalencia de sentimientos domina la mayor parte de las relaciones íntimas con los

demás.

En la transferencia positiva se presentan componentes sexuales, que suelen ser la

causa de una resistencia más intensa, puesto que el paciente se siente avergonzado de su

amor o deseo sexual, por esto es necesario analizar la reacción de transferencia

libidinal. Comúnmente los analizados no reconocen los sentimientos sexuales, por lo

que la labor de aclarar estos elementos es labor del terapeuta. Cuando la transferencia se

mantiene positiva, marcada por un amor de carácter moderado todo parece ir por buen

camino, pero en ciertas situaciones el movimiento transferencial se intensifica y deviene

en pasional: En el odio o en el amor excesivo (Racker, 1986).

Transferencia Afectiva.

En este punto me remitiré a lo planteado por Jung en Teoría del psicoanálisis

(1969). La transferencia positiva trae consigo una serie de dificultades en la relación

entre analizado y analista, ya que este último queda asimilada sub especie a la familia,

es decir, a un deseo del paciente por asimilar al terapeuta a su medio ambiente

familiar.

El analizado obtiene doble ventaja en la relación de transferencia: Por un lado

obtiene una persona en la que supone una atención cariñosa equiparada al padre y a la

madre a la vez; y por otro lado, una persona extrafamiliar que por su condición ayuda
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al enfermo a cumplir con una de sus mas importantes y significativas tareas de una

manera desprovista de todo peligro ( P 162)

Jung (1961) también deja en claro, que aquellas mejorías que se presentan en los

comienzos del proceso terapéutico, no representan el éxito, sino que son en la mayoría

de casos, alivios pasajeros que apoyan el proceso de transferencia afectiva.

Transferencia Negativa.

A diferencia de la transferencia positiva, la negativa hace referencia a los

sentimientos basados en el odio en cualquiera de sus formas; puede manifestarse como

enojo, hostilidad, desconfianza, envidia, disgusto, resentimiento, fastidio, etc., estos

sentimientos por lo general se encuentran en la relación terapéutica, ya que su ausencia

sería sospechosa de represión o de cierto grado de coacción ejercida por el terapeuta,

pero se encuentran escondidos en actos que obedecen a la cultura o a los buenos

modales. El analizado se resiste a admitir estos sentimientos, terminando en el

abandono del proceso terapéutico por parte del paciente, en el caso de que este

abandono no se presente y persistan los sentimientos negativos, el sujeto percibirá la

psicoterapia como dolorosa e incomoda, pero es incapaz de dejarla, por lo que soporta

estos sentimientos solo para que termine pronto y poderse librar de ellos.

Esto se descubre como una resistencia, es decir, una actitud de defensa, un goce

masoquista, una defensa contra la transferencia positiva, o una combinación de los tres

aspectos. Si estos sentimientos se presentan al inicio de la psicoterapia es necesario

darle rápida elaboración antes de que el paciente abandone el tratamiento, aunque

también se pueden evidenciar en otra etapa de la psicoterapia, lo que muestra que aun

no es tiempo de dar por terminado el tratamiento, puesto que quedan sentimientos de

odio de transferencia. Así mismo estos sentimientos logran ser causa de un amor de

transferencia homosexual dirigido al terapeuta del mismo sexo, caracterizado por


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manifestaciones amorosas hacia el analista que producen una sensación de culpa en el

paciente, este tipo de sentimientos no implican que un sujeto sea homosexual sino que

pueden ser el reflejo de su temor hacia la homosexualidad. Sea cual fuese la forma en

que se presenten, estos sentimientos deben ser analizados y elaborados. Cabe destacar

que una transferencia negativa erótica, es cuando una transferencia amigable, amorosa,

acontece en excesivamente erótica (Greenson, 1976).

De esta forma, se evidencia cierta ambigüedad entre la transferencia positiva y la

transferencia negativa, por lo que la apreciación de negativo se puede referir al efecto

negativo del transcurso del análisis o a la cualidad de oposición propia de los

sentimientos transferenciales.

Una situación de gran importancia para la práctica analítica es que la relación

transferencial no puede ser enteramente positiva, sino que se debe enriquecer de la

transferencia negativa. De hecho los sentimientos negativos no siempre resultan ser un

obstáculo para el proceso analítico, en el caso de un paciente en periodo de transferencia

negativa, esta permite hacer conciente sus impulsos agresivos, lo que es un gran avance

para el análisis. Una y otra permiten el análisis completo de la transferencia en la

dimensión esencial de la ambivalencia.

A partir de lo planteado por Freud acerca de la transferencia negativa, esta se

divide en una positividad y una negatividad, la positividad queda ligada a la

representación del conflicto, mientras que la negatividad resulta mortífera, dado su

carácter desligador de las representaciones y de los movimientos de avance y retroceso

de la vida psíquica (Racker, 1986).

Manifestaciones de la Transferencia
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La transferencia en psicoterapia se puede expresar de diversas formas,

mencionaré a continuación algunos ejemplos: Si existe un deseo de afecto del paciente y

demás necesidades relacionadas con esto, se muestra a través de pedidos de objetos o

atenciones especiales. Cuando la transferencia es omnipotente se expresa en que el

paciente considera que el analista lo sabe todo; de igual manera se evidencia una

transferencia cuando el analizado consulta sobre la vida personal del terapeuta. La

transferencia competitiva manifiesta sentimientos competitivos que tuvo el paciente

con sus padres o hermanos, se ve en el caso de que el analizado hace observaciones

despectivas sobre el profesional o el set. La reacción del analista ante estas

manifestaciones debe ser la misma que ante cualquier otra actitud, es decir, debe

interpretar y en consecuencia evidenciar al paciente aquellos contenidos inconscientes

(Fenichel, 1957).

Greenson por su parte en Técnica y Práctica del Psicoanálisis describe las más

típicas manifestaciones de la transferencia y como se presentan dentro de la situación

analítica; es decir, reacciones del paciente que indican una transferencia, dentro de

estas manifestaciones se encuentra la impropiedad, la intensidad, la ambivalencia, los

caprichos y la tenacidad.

La Impropiedad: Se refiere a una reacción exagerada por parte del paciente

frente a una actuación del terapeuta. Por ejemplo, ante una situación en la que el

terapeuta falte al respeto del paciente, es normal que este responda con enojo, siendo

una actitud realista, mientras que si se pone furioso y no sólo enojado, o por el contrario

responda de manera indiferente, la intensidad de la actuación del paciente es un

indicador de que posiblemente nos encontramos ante una repetición o una reacción de

la infancia. Al igual que si reaccionara con enojo durante un tiempo prolongado o con

una carcajada.
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Como menciona Greenson, “La impropiedad de una reacción a una situación

actual es la señal principal de que la persona que desencadena la acción no es el objeto

decisivo o verdadero. Indica que la reacción probablemente tiene que ver y conviene a

un objeto del pasado”. (p. 160)

La intensidad: En este punto es importante tener en consideración la pertinencia

de la reacción por parte del paciente, puesto que puede ser realista y no transferencial.

En el análisis, una reacción intensa es un indicio seguro de transferencia, al igual que la

ausencia de ella, puesto que el analizando tal vez las tenga pero las esta conteniendo por

sentirse asustado o desconcertado, lo que sería una resistencia de transferencia, en

ocasiones es necesario analizar el miedo a reaccionar ante el analista para que el

paciente se anime a permitirse algunas reacciones.

En ocasiones se evidencia que el paciente reacciona de modo razonable ante

ciertas peculiaridades del analista, pero tienden a perturbarse por cualquier signo de

particularidad en otro analista o de la igual manera ante personas extrañas fuera de la

situación analítica; éste es un ejemplo claro de desplazamiento de transferencia, dado

por una defensa hacia los sentimientos trasnferenciales.

Puede suceder que un paciente no se interese mucho en su terapeuta durante un

periodo de tiempo, puesto que en su vida están sucediendo hechos importantes; aun así,

la ausencia prolongada de sentimientos, pensamientos o fantasías acerca del analista es

un fenómeno transferencial: Una resistencia.

La ambivalencia: Cualquier reacciones de transferencia se caracterizan por la

ambivalencia, la coexistencia de sentimientos contrapuestos en donde uno de los

aspectos del sentimiento es inconsciente. Es decir, que no hay amor hacia el analista sin

odio oculto, no hay anhelos sexuales sin repulsión oculta, etc. La ambivalencia puede

descubrirse fácilmente cuando sus sentimientos son caprichosos y cambian


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inesperadamente, o también puede suceder desplazando uno de los componentes a otra

persona, con frecuencia otro analista.

Se pueden presentarse reacciones preambivalentes en la transferencia; la figura

del analista se escinde en un objeto bueno y uno malo, los cuales viven de manera

separada en la mente del paciente.

Los caprichos: Otra característica de la transferencia es su mutabilidad. Los

sentimientos de transferencia suelen ser inconstantes y caprichosos, esto se presenta

como frecuencia en el inicio del análisis. Glover ha calificado estas reacciones como

transferencia flotantes. Greenson cita el ejemplo de una paciente la cual en una sesión,

costándole mucho admite el sentimiento de que esta enamorada del terapeuta, a la noche

siguiente siente culpabilidad por este sentimiento, al siguiente día percibe al terapeuta

como arrogante y desdeñoso para con sus pacientes y a la siguiente sesión, los intentos

de analizar sus sentimientos hostiles por parte del terapeuta los percibe como torpes

pero cariñosos. Este es un ejemplo e la mutabilidad resaltando el carácter caprichoso de

la transferencia.

La tenacidad: Es frecuente que las reacciones esporádicas se den al principio del

análisis, pero las reacciones prolongadas suelen aparecer al final, aunque no hay una

regla absoluta al respecto.

La tenacidad se caracteriza por que los pacientes adoptan para con el analista

sentimientos y actitudes que no ceden fácilmente a la interpretación, esto requiere un

largo periodo de análisis, a veces años y pueden llegar a ser relativamente intensas o

difíciles de descubrir.

Esto es así no sólo cuando se producen para con el analista sino también cuando

aparecen en relación con otras personas que no pertenecen al entorno o a la díada


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analítica. Las reacciones que no corresponden al carácter o al lugar son fenómenos de

transferencia.

CAPÍTULO II

CONTRATRANSFERENCIA
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Definición de Contratransferencia.

El concepto de contratransferencia ha tenido un desarrollo similar al de la

transferencia; puesto que igualmente, Freud la veía como un elemento perturbador del

proceso terapéutico. Posteriormente se le da el valor de instrumento técnico de gran

relevancia, ya que es una respuesta emocional a la transferencia y puede indicar al

analista qué es lo que sucede en el analizado, y su relación con el analista (Racker,

1986).

En la palabra contratransferencia el prefijo “contra” quiere decir, que así como el

analizado tiene su transferencia, el analista también experimenta ciertas emociones,

actitudes, sentimientos, entre otros, de origen inconsciente; siendo así que la

contratransferencia se define por la dirección, del analista al analizando. Se llama

transferencia a lo que proviene del paciente y contratransferencia a la respuesta del

analista y no al revés, si fuera a la inversa, la situación analítica no se habría constituido;

puesto que implica que el punto de partida es la transferencia del paciente (Etchegoyen,

H. 1991).

Autores como Sigmund Freud (1910), Paula Heimann (1950), Heinrich Racker

(1977), Laplanche y Pontalis (1996) se han referido al fenómeno de la

contratransferencia de la siguiente forma:

S, Freud se refiere por primera vez a la contratransferencia en Perspectivas

futuras del psicoanálisis mencionando que: “Nos hemos visto llevados a prestar

atención a la “contratransferencia” que se instala en el medico por el influjo que

el paciente ejerce sobre su sentir inconsciente… y no estamos lejos de exigirle

que la discierna dentro de sí y la domine””

P, Heimann, por su parte dice que: “la respuesta emocional del analista hacia su

paciente en la situación analítica representa una de las más importantes


El Sexo del Terapeuta 20

herramientas para este trabajo. La contratransferencia del analista es un

instrumento de indagación en el inconsciente del paciente”.

H, Racker en Estudios sobre técnica psicoanalítica menciona frente al concepto

que: “transferencia y contratransferencia representan una unidad dándose vida

mutuamente y creando la relación interpersonal de la situación analítica” y la define

como el conjunto de los sentimientos positivos o negativos del analista hacia el

analizando.

Laplanche y Pontalis definieron la contratransferencia como: “el conjunto de las

reacciones inconscientes del analista frente a las reacciones del analizado y,

especialmente frente a la transferencia de éste”

Historia de la Contratransferencia.

Frente al concepto de contratransferencia, Freud hace referencia solo en dos

ocasiones, y no en los historiales clínicos sino en su trabajo Las perspectivas futuras de

la terapia psicoanalítica (1910) y en Puntualizaciones sobre el amor de transferencia

(1915); en estos escritos Freud advierte sobre los riesgos que puede traer el

desconocimiento de la contratransferencia. A pesar de que Freud puntualizó muy poco

sobre la contratransferencia, creía que el analista debía ser capaz de manejar la

orientación de su inconsciente, razón por la cual le otorgaba gran relevancia al hecho de

que el analista sea analizado antes de iniciar la labor clínica; como lo indica:

“No basta que sea un individuo aproximadamente normal, se exige que se haya

sometido a la purificación psicoanalítica y haya adquirido conocimiento de sus

propios complejos, que pudieran perturbar su aprehensión del material de los

analizados... a cada una de las represiones no vencidas en el medico corresponde

un punto ciego en su percepción analítica” (Freud, 1910 pp. 1657).


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En su trabajo Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (1915), se refiere

de nuevo al riesgo que corre el analista al no manejar de manera adecuada la

contratransferencia. A pesar de que las observaciones de Freud frente a la

contratransferencia, la hacía ver como un obstáculo en el proceso analítico, es de

resaltar que la mencione en un trabajo en el que se refiere a las perspectivas futuras de

la terapia psicoanalítica; pareciera ser que Freud percibía que la comprensión y manejo

de la contratransferencia estarían conectadas con el progreso de la técnica psicoanalítica

(Etchegoyen, 1991).

Esta concepción de la contratransferencia como obstáculo, fue compartida por

diversos autores, como por ejemplo Jones, Abraham, Klein, Anna Freud y Hartmann.

Sin embargo, psicoanalistas como Theodoro Reik y Willhelm Reich fueron de los

primeros en reconocer la importancia de la contratransferencia, y en intentar delinear

una teoría sobre ella; dado que la intuición y el reconocimiento de sus propias

reacciones afectivas fueron mencionadas como elementos para comprender la

transferencia del analizando y la influencia que tendría en el analista.

Pero fue hasta los trabajos de de Paula Heimann (1950) y Heinrich Racker en

(1977) en Londres y Buenos Aires respectivamente, cuando se dio un cambio sustancial

en el modo de ver y utilizar la contratransferencia en el trabajo analítico; Heimann

postula que la respuesta emocional del analista hacia su paciente representa una

importante herramienta de trabajo; es decir que la contratransferencia es un instrumento

de indagación del inconsciente del paciente, teniendo en cuenta esto y que la relación

terapéutica es una relación bipersonal, Heimann (1950) dice:

“Lo que distingue esta relación de otras, no es la presencia de sentimientos sólo

en una parte, (el consultante), y la ausencia en la otra, (el analista), sino por
El Sexo del Terapeuta 22

encima de todo el grado de sentimientos experimentados y el uso que se haga de

ellos, siendo estos factores interdependientes”

Es este aspecto, el objetivo no es convertir al analista en una fortaleza

impenetrable, que realice interpretaciones a partir de un procedimiento puramente

intelectual, sino capacitarlo para sostener los sentimientos que son movilizados en él.

Por otra parte, en los planteamientos de Racker (1977) se señalan los

significados y usos de la contratransferencia, distinguiendo varios tipos entre los que se

encuentran: las ocurrencias contratransferenciales, en donde el analista se encuentra

pensando espontáneamente algo egodistónico, que de momento no se justifica, pero

después aparece de alguna forma en el material del analizando; y por otra parte se

encuentran las posiciones contratransferenciales, que son más permanentes e implican

un mayor conflicto en el analista. Igualmente, Racker distingue entre dos clases de

contratransferencia: la concordante y la complementaria, a las que me referiré mas

adelante.

Con estos autores, la contratransferencia deja de ser considerada sólo como un

obstáculo en el desarrollo del trabajo analítico, para reconocerse la utilidad que puede

ofrecer en el proceso psicoanalítico, considerándola como un instrumento de

investigación del inconsciente del paciente. (Casamadrid, 2006)

Desde una postura kleiniana y postkleiniana, se “aboga por el uso de la

contratransferencia como una fuente de información sobre el paciente; la

mayoría de los sucesivos trabajos sobre el tema, discute el modo como el

analista puede ser apartado de su equilibrio terapéutico por el paciente, pero

algunas veces puede usar esa perdida de posición para entender mejor la

situación terapéutica” (Spillius, 1988;11).

Bion. Aproximación a la contratransferencia


El Sexo del Terapeuta 23

En 1960 Bion señaló la realización de interpretaciones precipitadas producto de

la ansiedad como una de las manifestaciones más comunes de la contratransferencia;

este tipo de expresiones son comunes en los terapeutas jóvenes puesto que además de la

ansiedad muchas veces se introyecta en el yo ideal el modelo al que se aspira llegar,

dejando el camino libre a los errores de interpretación, ya que se descuida la atención

flotante por preguntarse cómo actuaría un buen terapeuta.

Además, la personalidad del terapeuta es clave en la medida en que puede influir

significativamente en el oscurecimiento de lo que ocurre en el aquí y el ahora. De igual

forma el sistema de valores socioculturales posee una gran relevancia en el proceso

terapéutico, debido a que puede generar barreras impidiendo el surgimiento de

manifestaciones autenticas de empatía (Klauber, 1991).

Pommier y Kernberg. Aproximación a la Contratransferencia

Pommier (1997), señala que según la estructura de personalidad de cada

consultante se movilizan distintos aspectos en la contratransferencia, dadas las

particularidades y exigencias de cada patología. En lo referente a la neurosis, se da la

identificación y la ambivalencia frente a los síntomas puesto que muchos conflictos

pueden ser comunes a la vida del terapeuta. Mientras que la psicosis va en contravía de

todo lo neurótico, ya que las posibilidades de comprensión son muy pocas porque son

altamente caóticas y primarias. Finalmente, en el caso de la perversión el proceso de

análisis, el analista es visto como un instrumento más para el encause de la libido y la

satisfacción del deseo.

Según lo planteado por Kernberg (2001) existe un continuo entre las psicosis y

las neurosis sintomáticas; indica que en el tratamiento con los fronterizos (límites) el

terapeuta experimenta reacciones emocionales intensas, debido a la transferencia

profunda y caótica del consultante. Esto exige capacidad para tolerar la tensión
El Sexo del Terapeuta 24

emocional y evitar la influencia de problemáticas propias del terapeuta que puedan ser

suscitadas dentro de la relación con el analizando.

Kernberg manifiesta que la contratransferencia es una herramienta diagnostica

de gran relevancia, ya que señala el grado de regresión del consultante, es decir, entre

más intensa sea la contratransferencia, el consultante se ubicará en un estado más

regresivo; lo cual resultará en una menor neutralidad y mayores fluctuaciones de

ansiedad. En ese sentido, la comprensión de la contratransferencia sirve no solo como

instrumento diagnostico, si no que permite el entendimiento de las relaciones objetales

del paciente, de este modo la atención flotante, la empatía y un buen manejo de los

procesos contratransferenciales pueden favorecer un mejor desempeño terapéutico.

Adicionalmente, para Kernberg la definición de contratransferencia no puede ser

restringida a lo patológico pero tampoco debe ser tan amplia que involucre cualquier

respuesta afectiva, por lo que critica los modelos centrados en la naturaleza

contradictoria y confusa de las comunicaciones patológicas y los excesivamente

centrados en los aspectos transferenciales, ya que desde la primer perspectiva se ignoran

las emociones del terapeuta y desde el segundo no se toma en cuenta las posibilidades

de esclarecimiento de relaciones primarias.

Tres visiones de la Contratransferencia

Gelso y Hayes (2002), al analizar las perspectivas iniciales sobre la

Contratransferencia, plantean que básicamente se pueden clasificar en tres visiones: la

clásica, la totalista y la complementaria. La visión clásica es la propuesta por Freud,

donde se le define como el conflicto inconsciente del terapeuta a causa de la

transferencia del consultante. Al ser un proceso de naturaleza inconsciente la

contratransferencia llega a involucrar elementos neuróticos originados en la infancia

del terapeuta, lo cual la hace algo indeseable, ya que puede nublar el entendimiento del
El Sexo del Terapeuta 25

analista llevando la terapia por caminos inadecuados, por lo cual es necesario que el

terapeuta trabaje sobre los asuntos conflictivos a modo de que los procesos

contratransferenciales tengan una presencia sea mínima.

La concepción totalista se origino en los años cincuenta con autoras como

Heimann y plantea que la contratransferencia representa todas las reacciones

emocionales del terapeuta hacia el paciente. Esto puede ser de utilidad ya que permite al

terapeuta entender aspectos ocultos de la vida inconsciente del consultante y la manera

en que impacta en los otros. Esta definición empezó a ganar popularidad a medida que

los terapeutas psicodinámicos empezaron a tratar con pacientes más problemáticos

como los limites y narcisistas, los cuales son capaces de suscitar fuertes reacciones

emocionales en el terapeuta, hecho que permitió conceptualizar la Contratransferencia

como algo inevitable que puede ser bastante benéfico si se comprende.

La visión de la Contratransferencia como una respuesta inevitable ante las

reacciones del paciente se traslapa con la tercera concepción, que la ve como un

complemento de la transferencia o del estilo relacional del paciente. En ese sentido el

paciente suscita reacciones en el terapeuta siguiendo la ley del talión, (ojo por ojo,

diente por diente) es decir ante buenas transferencias el terapeuta refleja

Contratransferencia positiva, y ante transferencias negativas la reacción del terapeuta

será contratransferencia negativa, obviamente se espera que el buen terapeuta ante las

transferencias negativas en lugar de responder con acciones busque comprenderlas.

Gelso y Hayes concluyen que estas tres visiones se pueden complementar

articulándose en una sola definición: “La Contratransferencia refiere a las reacciones

internas y externas del terapeuta en las cuales se involucran conflictos sin resolver que

usualmente son de orden inconsciente”.

Tipos de contratransferencia
El Sexo del Terapeuta 26

Contratransferencia normal

En 1956 Money – Kyrle en un trabajo sobre contratransferencia introduce el

concepto de contratransferencia normal; refiriéndose a esto como algo que se presenta

regularmente y que interviene en el proceso psicoanalítico. La contratransferencia

normal es aquella en la que el analista asume un papel parental, complementario al del

paciente; ya que si tenemos en cuenta que la transferencia consiste en reactivar

conflictos infantiles, la condición más conveniente a la contratransferencia es la

parental. En esta concepción de contratransferencia, se entiende por normal la norma y

no que el proceso sea totalmente sublimado y libre de conflicto. (etchegoyen, 1991)

El analista asume esa actitud contratransferencial a partir de una vivencia

inconsciente en la que se siente el padre o la madre del paciente. La situación asimétrica

permite dar una respuesta adecuada a lo que el paciente ha transferido; pero la respuesta

inicial del analista es sentir inconscientemente el impacto de la transferencia, que lo

ubica en un papel parental. Este planteamiento entra en contraste con lo planteado por

Racker, puesto que aquí se atribuye la mayor empatía a una contratransferencia de tipo

complementario.

Según este modelo, la contratransferencia puede ser instrumento a partir de una

doble identificación, con el sujeto y su objeto. “Este doble mecanismo se realiza por la

identificación proyectiva del yo infantil del analista en el paciente y por la identificación

introyectiva de la figura parental” (Etchegoyen, 1991). El analista asume el papel del

padre proyectado por el niño; pudiendo comprender el papel de niño no sólo por la

posición de padre, sino por una identificación proyectiva de su yo infantil en el

paciente.

Según Money-Kyrle, el analista necesita para desempañarse de la mejor forma

posible “una doble identificación, que a mi entender incluye las dos de Racker,
El Sexo del Terapeuta 27

concordante y complementaria. Si la identificación concordante se hace con el yo

infantil sufriente del analizado sin tener para nada en cuenta el objeto parental, lo más

probable es que el analista haya utilizado la identificación proyectiva no para

comprender el yo infantil de su analizado (empatía) sino para desembarazarse de un

aspecto infantil suyo que no puede tolerar dentro de si” (Etchegoyen, 1991)

En este planteamiento, el conflicto contratransferencial del analista, no sólo se

origina de su propio inconciente sino también de lo que el paciente experimenta o

proyecta. Margaret Little (1951), señala que el analizando no es sólo responsable de la

contratransferencia del analista sino que también padece sus efectos.

Aquí vale la pena mencionar lo que, Brainsky en Manual de psicología y

psicopatología dinámicas se refiere según lo que Grinberg llamó “contraidentificación

proyectiva”, este concepto tiene puntos similares con lo que Racker denomino

contratransferencia complementaria y que contrasta con la contratransferencia

concordante. Grinberg en su descripción y explicación de la contraidentificación

proyectiva resalta aquellos aspectos del paciente que tienden a producir respuestas

similares en diferentes analistas. La contraidentificación proyectiva es inevitable en el

proceso analítico, sin embargo, permite al analista salir de la contraactuación y rescatar

su misión de comprender.

En el caso de un paciente que ubica en el analista sentimientos de culpa con el

objetivo inconsciente de que éste realice las funciones de su propio superyó primitivo;

el impulso inicial puede llevar al analista a la contraidentificación con los aspectos

proyectados y la consecuencia puede ser un aspecto correctivo, disfrazado de

interpretación. Si, la reacción inicial es restringir y castigar, pero se da cuenta de esto y

lo concibe dentro de sí, en el contexto de la vida del paciente y en el de la relación

transferencial – contratransferencial, puede interpretar al paciente, que por ejemplo


El Sexo del Terapeuta 28

busca ser persecutoriamente sobreprotegido a través del castigo, para no asumir la

ineludible responsabilidad de encontrar sus propias escalas de valores (Brainsky 2003).

Contratransferencia Complementaria y Concordante

Ahora haré mención a lo planteado por Heinrich Racker frente al fenómeno de la

contratransferencia, y a la distinción que hace entre contratransferencia concordante y

complementaria.

En 1977 Racker menciona que la contratransferencia funciona de tres maneras:

Como obstáculo (escotomas o puntos ciegos), como instrumento para interpretar o

detectar qué es lo que esta pasando en el paciente, y como objeto de la nueva

experiencia de vida que es la situación analítica; experiencia distinta de la que tuvo

originalmente.

Diferencia dos categorías de contratransferencia: la complementaria, que puede

convertirse en obstáculo para la curación, y la concordante que deviene de la

contratransferencia positiva sublimada y que puede utilizarse como instrumento para la

comprensión del paciente; la distinción entre estas dos clases de contratransferencia

radica en la forma de identificación. En la contratransferencia concordante el analista

identifica su yo con el yo del analizando, mientras que en otros casos, el yo del analista

se identifica con objetos internos del analizando, siendo una contratransferencia

complementaria.

Desde lo planteado por Racker, las identificaciones concordantes son por lo

general empáticas y expresan la comprensión del analista, a diferencia de la

contratransferencia complementaria, puesto que implica un monto mayor de conflicto.

En la medida en que el analista fracasa en la identificación concordante se intensifica la

complementaria.
El Sexo del Terapeuta 29

Este planteamiento por parte de Racker, merece algunas observaciones; puesto

que la identificación concordante con el superyó3 del analizando es una identificación

con el objeto interno, es decir que la identificación del analista con el superyó del

analizando es concordante cuando hay coincidencia en la apreciación de la culpa y

complementaria cuando el analista cumple la función de censor, esto se complica en el

momento en que el analista se encuentra ante un paciente con autorreproches, porque la

identificación concordante no podría ser la más empática.

Ahora, frente a un tema de relevancia con respecto a los planteamientos de

Racker sobre la contratransferencia: la diferencia entre objetos parciales y totales, para

este autor “Cuanto mayor sea el conflicto entre las propias partes de la personalidad del

analista, tanto mayores serán las dificultades para realizar las identificaciones

concordantes en su totalidad” (pag 161). Se evidencia que a lo que Racker se refiere es a

las identificaciones concordantes con un objeto total; pero entonces lo que vale es la

integración más que la concordancia. A esto, Etchegoyen plantea que “la comprensión

o empatía del analista no depende de que se identifique concordante o

complementariamente sino del grado de conciencia que tenga del proceso, de la

plasticidad de las identificaciones y de la naturaleza objetal del vínculo.” (1991)

El uso corriente del término de contratransferencia se refiere a las

identificaciones complementarias y no a las concordantes; aun así, en ambos tipos de

contratransferencia entran en juego los procesos inconscientes del analista y su pasado.

Contratransferencia sexual

Para abordar el concepto de contratransferencia sexual, me remitiré al texto de

Michael Gorkin Varieties of sexualized countertransference. En donde se plantea que en


3
Según lo planteado por Freud, el superyó es la parte de la personalidad que se encarga de
observar y sancionar los instintos y experiencias del sujeto y que promueve la represión de los
contenidos psíquicos inaceptables
El Sexo del Terapeuta 30

el analista surgen una serie de fantasías y emociones como resultado de la transferencia

del paciente; que pueden variar en intensidad y estilo de analista a analista; es decir,

sentimientos sexuales que son evocados por un gran número de transferencias sexuales;

y pueden ser de carácter oral, anal, fálico o genital.

El autor, ha preferido denominar a este tipo de contratransferencia “sexualizada”

y no “erótica”, puesto que la transferencia erotizada (Greenson, 1967) se refiere a una

demanda egosintónica y casi delirante por parte del paciente a mantener relaciones

sexuales con el analista.

Gran parte de los trabajo sobre contratransferencia se refieren a los usos de ésta

en trastornos graves y psicóticos (preedipicos) en donde el analista enfrenta reacciones

contratransferenciales de tipo agresivo; precisamente por el carácter de los pacientes.

Es importante recalcar en este punto que se le ha dado mayor relevancia a la

contratransferencia agresiva, y se ha subestimado la utilidad de la contratransferencia

sexualizada en el tratamiento.

Muchos de las investigaciones sobre contratransferencia le restaron importancia

a las cuestiones edípicas, por lo que se dio un desinterés sobre temas sexuales en sí. La

principal excepción a esta tendencia se encuentra en Racker, quien examinando algunas

formas de contratransferencia sexualizada, en donde la paciente mujer reacciona en

alguna medida a la madre edípica (analista) y el paciente hombre, al padre edípico.

Tanto el complejo edípico positivo y negativo entran en juego.

CAPÍTULO III

SOBRE EL GÉNERO Y LA SEXUALIDAD


El Sexo del Terapeuta 31

Como se observó en los capítulos anteriores, el proceso analítico se ve mediado

por factores de carácter inconsciente que facilitan o perturban, esta relación bipersonal a

través de la transferencia y contratransferencia.

Dado que el analista no es una voz descorporizada y que sus características tanto

femeninas como masculinas son percibidas a partir del momento en el que consulta el

paciente; el sexo del analista es una variable que puede llegar a incidir en el campo de

análisis. En este punto, diversas perspectivas teóricas han abordado aquellas cualidades y

actitudes propias de cada sexo; a pesar de que estas aproximaciones nos darán luces de

tan discutidas diferencias, es de mi interés abordar el concepto de “sexo” desde una

perspectiva psicoanalítica.

Aproximaciones Teóricas

Autores como Melissa Hines y Jacquelynne Eccles (1950), afirman que el

comportamiento humano se ve influenciado por una serie de factores hormonales, junto

con influencias sociales y culturales. De este modo, el objetivo del presente apartado es

abordar, las características y diferencias en torno al sexo y a la sexualidad, explicadas

desde diferentes perspectivas teóricas.

Conducta sexual desde una perspectiva conductual

Esta perspectiva se basa en los planteamientos de Iván Pavlov sobre

condicionamiento clásico y los desarrollos teóricos de Frederic Skinner, acerca del

condicionamiento instrumental.

Desde este modelo nos podemos referir al fenómeno de “generalización de

estímulos”, observado por primera vez en los perros de Pavlov, en donde después de

emplear un factor ambiental como estímulo condicionado (EC), los perros emitían la

respuesta condicionada (RC) a otros estímulos similares. En resumen, no respondían de

manera diferencial a estímulos semejantes al EC original.


El Sexo del Terapeuta 32

La generalización a estímulos se estudió con mayor profundidad en las

investigaciones de Guttman y Kalish (1956), quienes inicialmente reforzaron palomas en

un programa de intervalo variable por picotear una tecla iluminada por una luz

anaranjada con una longitud de onda de 580 nm. Después del entrenamiento, se probó a

las aves con una gran variedad de colores distintos presentados en orden aleatorio sin

reforzamiento, y se registro la tasa de respuestas en presencia de cada color.

La tasa de picoteo tuvo lugar en respuesta a la luz originadle 580 nm, pero

también arrojaron números substanciales de picoteo las luces con onda de longitud de

570 y 590 nm, es decir que la respuesta se generalizo en los estímulos de 570 y 590 nm.

De igual forma, estudios de la etología, como los llevados a cabo por Konrad Lorenz

(1982), han encontrado efectos de generalización de estimulo en otras especies, lo cual

abre la posibilidad de que dicho efecto se dé en los humanos.

Dichos resultados, aplicados al contexto de la relación terapéutica, conducen a

pensar que se puede dar una generalización en el comportamiento (RC) entre alguna de

las personas de la díada analítica (EC) y una persona relevante en la vida ya sea del

paciente o del terapeuta, quien en este caso representaría al estímulo condicionado

original. Es posible que para el paciente, el terapeuta comparta ciertas características con

alguna persona de su vida, como el padre, la madre, la pareja, entre otros, presentando así

una respuesta generalizada entre ambas personas. De igual manera esto se puede dar en el

sentido contrario, en donde para el terapeuta, el paciente se asemeja a una persona

presente en su vida.

Por ejemplo, en el caso de un paciente que presenta conflictos con su padre (EC

original), al tener como terapeuta a un hombre (EC) y establecer una relación empática

con este, ayudará a solucionar dichos conflictos, puesto que dada la generalización entre
El Sexo del Terapeuta 33

los estímulos, el paciente aprende a actuar frente al padre a través de los

comportamientos adquiridos en la relación terapéutica.

Aprendizaje Social

Según esta perspectiva, los niños aprenden las conductas típicas de su sexo por

medio de la observación de los adultos, donde tienen gran relevancia los procesos de

modelamiento, moldeamiento y aprendizaje vicario (Bandura 1986). Este aprendizaje por

observación, permite que los niños imiten a los adultos de su mismo sexo, y así adquieran

conductas sexualmente típicas.

De igual manera, influye en la forma en que los niños reciben recompensas o

castigos a partir de sus conductas; puesto que desde muy pequeños, el comportamiento

masculino o femenino es moldeado por los padres; quienes premian o castigan las

conductas adecuadas o inadecuadas según el sexo correspondiente. Los padres reaccionan

a las diferencias innatas de comportamiento entre ambos sexos; en los bebés, los varones

reclaman más atención que las niñas, y los estudios apuntan a que los varones son por

naturaleza físicamente más agresivos que las mujeres (Maccoby y Jacklin, 1974; tomado

de Smith, E (2003), razón por la cual es probable que los padres castiguen a los varones

con más frecuencia.

Partiendo de esta perspectiva, sobre la cual los niños se vuelven sexualmente

típicos, puesto que el sexo es la base sobre la cual la cultura establece recompensas y

castigos, debemos pensar que tanto paciente como terapeuta son sujetos que se

encuentran inmersos en una cultura la cual moldeará y guiará muchos de sus

comportamientos y actitudes en la relación terapéutica.

Dada la relación terapéutica podemos encontrar consultante cuyos valores sociales

y esquemas culturales difieren de los del terapeuta. Debido a esto es necesario anticipar

los patrones que van a mediar la relación terapéutica, principalmente en la conducta de


El Sexo del Terapeuta 34

género ya que si bien cada cultura posee patrones específicos de comportamiento estos

van a influir la relación analítica, dado el género de cada uno de los participantes.

Perspectiva Neurológica

Respecto a la diferenciación sexual en las estructuras cerebrales, Arthur P. Arnold

y Roger Gorki (2001) establecieron un marco de conocimientos científicos para ayudar a

hacer más comprensible su posición de las diferencias estructurales del cerebro.

Es cierto que la función cerebral en ratas y otros mamíferos, presentan diferencias

estructurales en el cerebro según el sexo, algunas de estas diferencias están relacionadas

con la reproducción. De ahí que se pueda pensar que las diferencias estructurales

determinan el proceso de diferenciación sexual y, presumiblemente, la base de las

diferencias funcionales entre hombres y mujeres (Gorki, R, 2001).

La lista de diferencias en la estructura del cerebro humano es mucho más corta

que en otras especies como las ratas y éstas son menos pronunciadas. Gorki llevó a cabo

una serie de estudios en humanos, indicando que las diferencias observadas se encuentran

principalmente en tres estructuras: el hipotálamo, la comisura anterior y el cuerpo calloso.

En el caso del hipotálamo, se presentan diferencias en el núcleo preóptico, siendo 3 a 8

veces mayor en los varones. En consecuencia estas investigaciones han evidenciado mas

diferencias sexuales, relacionas con otras regiones del hipotálamo (Gorki, R, 2001)

Si tenemos en cuenta estas estructuras que difieren entre un sexo y otro, es

relevante tener en cuenta que, el hipotálamo cumple un papel importante en lo que

corresponde a las emociones y a los juicios sociales (Carlson, N. 2005), motivo por el

cual se podría explicar el hecho de que las mujeres tienden a percibirse más emotivas que

los hombres, por ende, una terapeuta se percibirá mas emotiva o comprensiva en

contraste a un terapeuta masculino, quien tenderá a ser más analítico y racional dadas sus

estructuras cerebrales (Kimura, D, 1992). No obstante, a través del desarrollo y la


El Sexo del Terapeuta 35

formación de cada terapeuta, es posible que el sexo femenino realice ejercicios

exhaustivamente analíticos, mientras que para el sexo masculino, dichos ejercicios estén

enfocados en la contención emocional.

Perspectiva antropológica

Dentro de este enfoque se pueden distinguir tres conjuntos de teorías,

dependiendo el énfasis que le dan a ciertos factores.

En primer lugar, los desarrollos iniciales en los albores de la antropología; en

segunda instancia, aquellas que derivan del enfoque funcionalista y que poseen una

influencia significativa de los postulados de Malinowsky en su obra The Scientific

Theory of Culture (1944); y por último, las enmarcadas dentro de la corriente

estructuralista, originadas a partir de la obra de Levis Strauss Anthropologie structurale

(1958).

A finales del siglo XIX y durante el siglo XX, se empiezan a desarrollar la

etnología y la antropología. Inicialmente Morgan en el año de 1877, postuló la idea del

colectivismo sexual primitivo, que conlleva necesariamente al matriarcado, ya que la

única manera de asegurar la filiación es por vía materna. Estos aportes fueron

cuestionados y rechazados, a pesar de la buena aceptación que tuvieron al principio.

El enfoque funcionalista se introduce en la antropología, sobre todo en los países

de habla anglosajona, en los años treinta. Según el funcionalismo, los sentimientos y

actitudes se hallan moldeados por el clima social y representan un papel activo en el

funcionamiento de las sociedades, pues son un instrumento que la sociedad emplea para

regular sus actividades. Este enfoque teórico afirma «la igualdad en la diferencia»; es

decir, que las mujeres y los hombres pertenecen a dos ámbitos diferentes, pero

complementarios y así han de mantenerse.


El Sexo del Terapeuta 36

Por su parte los desarrollos antropológicos en Europa, han sido influenciados por

el estructuralismo, el cual surge del estudio de la familia, otorgándole gran importancia al

“parentesco”. Según Lévi-Strauss, la “humanidad” surge con el nacimiento del

matrimonio, que ocurre debido a la prohibición del incesto y a la instauración de la

exogamia.

Actualmente, se están desarrollando una serie de estudios basados en las

diferencias en los modelos cognitivos entre uno y otro sexo. Estos surgieron porque

resultaron ser ventajosas desde el punto de vista evolutivo, y su significado reside

probablemente en un pasado muy lejano (Tomado de Macías, J, 2002).

Durante los millones de años que duró la evolución de las características de

nuestro cerebro, el hombre vivía en grupos de cazadores-recolectores. En una sociedad

así, la división del trabajo entre los sexos debería ser bastante marcada, actividades como

la caza y ciertas técnicas agrícolas se atribuyeron a los hombres por su mayor fortaleza y

tamaño. Los hombres necesitaban encontrar caminos a través de largas distancias y

habilidad para acertar a un blanco, mientras que las mujeres requerirían orientarse en

cortos recorridos, capacidad motriz fina y discriminación perceptiva a cambios en el

ambiente (Fisher, 1996, 1999: Tomado de Macias, 2002).

Los planteamientos antropológicos, acerca de las diferencias en el papel de cada

sexo dentro de las sociedades, aplicadas a las relaciones analíticas, permiten dar una

orientación acerca del juego de roles que se desempeña en la interacción. Es decir que en

la relación terapéutica el sexo influye puesto que las diferencias están marcadas no sólo

social, cultural o fisiológicamente, sino que existen determinantes evolutivos que afectan

el comportamiento masculino o femenino y la relación entre ambos.


El Sexo del Terapeuta 37

Perspectiva psicoanalítica

Desde edades muy tempranas se reconoce una masculinidad o feminidad en los

individuos, la cual se va moldeando hasta llegar a la edad adulta por medio de una serie

de procesos que se dan de manera distinta para el hombre y la mujer. Con el fin de

abordar el sexo del terapeuta, me referiré a dos fenómenos que juegan un papel crucial en

lo concerniente a la relación terapéutica: La fase preedipica y la fase edípica.

Fase Preedipica

Durante esta fase, predomina para ambos sexos la relación con la madre; puesto

que es el primer objeto amoroso en todos los seres humanos, debido a que esta ligada a la

provisión de alimentos y cuidado durante la crianza; el desarrollo posterior a los primeros

meses, tendrá vías distintas según el sexo, ya que en el niño sigue siendo su principal

objeto hasta que es reemplazado por otro, similar o derivado de ella.

Durante el período de lactancia, el niño aprende a amar a las personas que

satisfacen sus necesidades y le ayudan en su carencia de adaptación con el mundo

exterior; ama a los demás como una continuación de sus relaciones de lactancia con la

madre. El niño establece un vínculo de dependencia hacia las personas que lo cuidan, por

esta razón se genera una angustia que es la manifestación del sentimiento de perdida ante

la ausencia de la persona querida; por esta razón, el infante experimenta miedo ante

personas desconocidas y se asusta en la oscuridad porque en ella no ve a la persona

amada.

El término de fase preedipica aparece tardíamente en Freud, cuando se ve

inducido a precisar la sexualidad femenina y en particular, a insistir en la importancia, la

complejidad y la duración de la relación primaria entre la niña y su madre.

En el texto Sobre la sexualidad femenina (1931), Freud menciona respecto a la

fase preedipica y sus manifestaciones transferenciales en el análisis, lo siguiente:


El Sexo del Terapeuta 38

Todo lo relacionado con esta primera vinculación materna me pareció siempre tan

difícil de captar en el análisis, tan nebuloso y perdido en las tinieblas del pasado,

tan difícil de revivir, como si hubiese sido víctima de una represión

particularmente inexorable. Esta impresión mía probablemente obedeciera,

empero, a que las mujeres que se analizaron conmigo pudieron, precisamente por

ello, aferrarse a la misma vinculación paterna en la que otrora se refugiaron al

escapar de la fase previa en cuestión. Parecería, en efecto, que las analistas como

Jeanne Lampl-de-Groot y Helene Deutsch, por ser del sexo femenino, pudieron

captar estos hechos más fácil y claramente, porque contaban con la ventaja de

representar sustitutos maternos más adecuados en la situación transferencial con

las pacientes sometidas a su tratamiento.

Por otra parte, Winnicott (1965) quien centro sus estudios en la relación madre-

lactante y el desarrollo posterior del sujeto a partir de tal relación, planteó que durante el

primer año de vida, la díada madre-infante conforma una unidad; en este punto lo

importante es que se dé un equilibrio entre una madre suficientemente buena y una madre

“banalmente dedicada” al niño.

Una madre suficientemente buena es aquella que da lugar al desarrollo del

verdadero yo del niño, es decir acoge su gesto espontáneo, en el sentido de lo que el niño

quiere expresar, e interpretar su necesidad. A partir de la frustración va emergiendo en el

niño un falso yo que tiene función adaptativa, el cual puede darse en diferentes grados,

desde el menor que correspondería a un tipo de adaptación a las normas sociales, hasta

grados más patológicos que se alejan de lo intrínsecamente propio del sujeto.

Lo anterior hace referencia a dos conceptos que Winnicott denomino: el

verdadero self y el falso self. Este autor usa el término 'self' para describir tanto el Yo
El Sexo del Terapeuta 39

como el self como objeto, y lo hace como una organización psicosomática que emerge

desde un estado arcaico no integrado en etapas graduales.

En cuanto al verdadero self, hace referencia al corazón instintivo de la

personalidad, la capacidad del niño para reconocer y representar sus necesidades con

expresión propia. El verdadero self arcaico irá evolucionando hacia la gestación de un

mundo interno original y personal. Cuando el pequeño expresa su gesto espontáneo, esto

indica la existencia de un potencial verdadero self, que comenzará a tener vida a través de

la fuerza transmitida al débil yo del infante por la madre receptiva. Éste proceso de

desarrollo depende de la actitud y del comportamiento de la madre, puesto que la madre

suficientemente buena es receptiva a la ilusión de omnipotencia del pequeño y hasta

cierto punto la entiende. Esta aceptación repetida supondrá para el niño una ilusión de

verdad, con lo que el verdadero self se va consolidando, el cual solamente florecerá en

respuesta al repetido éxito de la complicidad de la madre ante el gesto espontáneo del

niño; de este modo el niño irá creyendo en esa realidad externa que no parece entrar en

competencia con su omnipotencia.

Por otra parte, el falso self, refiere a una estructura de defensa que asume

prematuramente las funciones maternas de cuidado y protección, de modo que el pequeño

se adapta al medio a la par que protege a su verdadero self, la fuente de sus impulsos más

personales, de supuestas amenazas, heridas o incluso de la destrucción.

Si la madre no es suficientemente buena, no es capaz de sentir y responder bien a

las necesidades del pequeño, sustituirá el gesto espontáneo de aquél por una conformidad

con su propio gesto materno, esta repetida conformidad llega a ser la base del falso self;

lo cual se debe en parte a la incapacidad de la madre para sintonizar con el niño. Para

Winnicott, en cada persona habría un falso y un verdadero self; el verdadero self expresa
El Sexo del Terapeuta 40

la autenticidad y la vitalidad de la persona, el cual estará en parte o en su totalidad oculto,

mientras que el falso self tiñe la existencia de un sentimiento de irrealidad. Dicho

sentimiento remite a las vivencias primarias de omnipotencia que experimenta el niño,

donde la interacción con su entorno y la figura que le brinda contención y los cuidados

fundamentales o básicos, generará en él el falso self.

Ahora bien, Winnicott en El delito: un desafío (1964), Señala que la relación entre

el verdadero self y el falso, es un principio explicativo del origen de los trastornos

psicóticos, cuando el punto de quiebre entre ambos self, implica una disociación total

para el sujeto. En el caso del proceso terapéutico, también se pueden evidenciar los

puntos en que convergen ambos self, y aquellos en los cuales se distancian, estos últimos

son el verdadero problema de la interacción terapéutica, ya que algunas características del

terapeuta, como lo es su sexo, pueden generar que el consultante manifieste malestar y

por lo tanto, no ponga de presente su verdadero self.

Siguiendo este hilo de ideas, para pensar en la relación analista – paciente nos

basaremos en la relación madre-bebé, el vínculo entre ambas relaciones, no radica en que

la primera sea una copia directa de la segunda, sino en un concepto que ha sido central en

la práctica psicoanalítica: la transferencia.

La madre (analista) se adapta a las necesidades del bebe (paciente), en estado de

salud y puede identificarse sin perder su propia identidad. Por parte del paciente, éste

puede buscar en una terapeuta mujer alguna de las características que Winnicot definió

como funciones maternas, dentro de las cuales se encuentran: el sostenimiento (holding),

la manipulación (handling), y la presentación objetal (objet-presenting). A continuación

profundizaré en cada una de estas:


El Sexo del Terapeuta 41

Sostenimiento (Holding): Esta función es un factor básico del cuidado materno

que corresponde al hecho de sostenerlo (emocionalmente) de manera apropiada.

Winnicott afirma “Por mi parte, me conformo con utilizar la palabra sostén y con

extender su significado a todo lo que la madre es y hace en este período (dependencia

absoluta)”. (Winnicott, D 1990). En el desarrollo emocional primitivo, la noción de

holding describe la función de la madre que permite la continuidad del self del bebé.

Manipulación (Handling): Esta función “contribuye a que se desarrolle en el niño

una asociación psicosomática que le permite percibir lo ‘real’ como contrario de lo

‘irreal”. La manipulación facilita la coordinación, la experiencia del funcionamiento

corporal y de la experiencia del self. La manipulación favorece la personalización del

bebé. (Winnicott, D. 1965).

Presentación objetal (Objet-presenting) Esta función consiste en mostrar

gradualmente los objetos de la realidad al niño, para que pueda hacer real su impulso

creativo. En la relación inicial de la madre con su bebé, “La presentación de objetos o

realización (esto es, hacer real el impulso creativo del niño) promueve en el bebé la

capacidad de relacionarse con objetos” (Winnicott, D 1980).

A medida en que la madre habilita en el bebé la capacidad de relacionarse con los

objetos, éste despliega su capacidad de habitar el mundo. La presentación objetal

promueve la realización del niño; mientras que las fallas maternas bloquean el desarrollo

de la capacidad del bebé para sentirse real.

Según la relación pre edípica y las funciones maternas, el paciente puede buscar

en el terapeuta tanto un sostén emocional como crear un vínculo de dependencia con éste,

de igual manera el terapeuta puede representar en muchos casos el principio de realidad


El Sexo del Terapeuta 42

para el paciente, la noción de principio de realidad remite al concepto de yo auxiliar, es

decir, el terapeuta se convierte en el ancla que evitará el hundimiento de las capacidades

del consultante para hacer frente a su entorno y las posibles angustias que esté

experimentando.

Fase edípica

Para abordar esta etapa es importante partir del hecho de que el padre y su

función, es la noción que articula en la obra de Freud el concepto de transferencia y el

Edipo.

En lo que respecta a la fase edípica, primero me remitiré al texto de S. Brainsky

Manual de Psicología Dinámica (1939), en donde aborda el complejo de Edipo y su

forma positiva. Este autor plantea que la fase edípica se evidencia en una serie de

fenómenos que marcan una relación con un objeto exterior. Entre el tercer y el quinto año

de vida; la libido se centra en el pene del niño y en el clítoris de la niña, además en el

niño se evidencia temor por la agresión hacia el pene, vivenciando cualquier ataque como

de aniquilación total; puesto que la zona erógena central representa narcisisticamente la

totalidad de la personalidad.

Durante este fenómeno, el niño comienza a sentir atracción sexual hacia la madre

y experimenta sentimientos ambivalentes de hostilidad y rivalidad hacia el padre, quien

posee sexualmente a la madre y representa el poder y la autoridad. Cuando el niño

descubre que hay personas que carecen de pene, imagina que el falo ha sido eliminado

por el padre, quién lo cortó por sentimientos similares a los que él experimenta, es decir,

por sus deseos incestuosos y actividades sexuales. Esta situación provocará lo que Freud

denominó “angustia de castración” o “angustia objetiva” lo cual dominará la vida del

niño.
El Sexo del Terapeuta 43

El temor a la castración es tan grande que moviliza una represión masiva, que

cohíbe los deseos incestuosos hacia la madre; esto conllevando a que el niño desarrolle

otra serie de mecanismos para reforzar la represión y elaborar la situación en la que se

encuentra frente a la pareja de los padres; incrementando el proceso de identificación con

el padre y transforma en ternura la sexualidad que sentía hacia la madre.

A partir de la disolución del complejo de Edipo se incorporan los valores sociales

y comunitarios, ya que se configura una nueva estructura funcional: el superyó.

En la niña el complejo de Edipo se da de manera diferente, pues ella se siente

despojada de un falo que sí tienen los niños y el padre, fantasea que la madre esconde el

pene del padre, que le corresponde a ella, con las implicaciones de fuerza y autoridad que

entrañan lo masculino.

Continuando con el desarrollo psicosexual, la niña descubrirá en un hermano o

compañero de juego el pene, reconociéndolo como semejante superior de su propio

órgano pequeño, cayendo en la envidia fálica (S. Freud, 1916).

A partir de estas vivencias, comienza a sentirse atraída por el padre y a

experimentar una intensa rivalidad hacia la madre, esto llevará a que entren en juego los

mecanismos de identificación con la madre y la sublimación de los sentimientos hacia el

padre. Posteriormente se estructura el superyó, pero con la diferencia de que en las niñas,

el complejo de Edipo no es eliminado por el temor a la castración, sino que persiste más y

se abandona lentamente. En relación a lo dicho anteriormente, Freud considera, que al

evitarse la confrontación con la inminente angustia de castración determina en la mujer

un superyó más débil y normas morales más laxas.

Como acabamos de ver, el complejo de Edipo se da de forma distinta según el

sexo del individuo, pero en la niña implica un problema más; ella debe abandonar a la
El Sexo del Terapeuta 44

madre y en su lugar adoptar al padre como objeto, mientras que en el niño, desde la fase

preedipica la madre sigue siendo el objeto.

En este sentido se evidencia un contraste en la conducta de ambos sexos, porque

cuando el niño descubre la zona genital de la niña, se muestra indeciso y poco interesado;

no ve nada y repudia su percepción, busca excusas para hacerla concordar con lo que

esperaba ver.

Es solo cuando una amenaza de castración ha llegado a influir sobre él, que dicha

observación se torna importante y significativa; mientras que en la niña, sabe que no

posee falo y quiere tenerlo. Se establece a partir de este momento el complejo de

masculinidad de la mujer, que puede llegar a dificultar su desarrollo hacia la feminidad si

no logra superarlo precozmente. Las consecuencias psíquicas de la envidia fálica son

muy diversas y trascendentes, un ejemplo es que una vez la mujer ha aceptado su herida

narcisista, desarróllase en ella un sentimiento de inferioridad (S. Freud, 1916).

En la niña, poco después de los primeros signos de la envidia fálica, se presenta

una corriente afectiva contraría a la masturbación que no puede ser atribuida a la

influencia de las personas que intervienen en su educación, esto advierte una ola de

represión que en la pubertad eliminará gran parte de la sexualidad masculina presente en

la niña, con el objetivo de abrir espacio al desarrollo de su femineidad (S. Freud, 1916).

Es importante mencionar que el complejo de Edipo en la niña es secundario,

puesto que lo precede y prepara las repercusiones del complejo de castración, mientras

que el complejo de Edipo en el niño se culmina en el complejo de castración. (S. Freud,

1916).

De este modo en el momento en que llega un paciente, y evidencia transferencias

de carácter edípico, dentro del espacio terapéutico empiezan a surgir relaciones que

remiten a la constelación edípica, es decir, las vivencias y relaciones que el paciente


El Sexo del Terapeuta 45

desarrolló durante esta fase se ponen de manifiesto en la transferencia, trayendo aquellas

vivencias edípicas a la relación con el terapeuta hombre o mujer, padre o madre; en ese

sentido, la triada Edipo, transferencia y sexo del terapeuta guiará de alguna manera el

rumbo del proceso terapéutico, es así como la repetición en la transferencia, después de

ser interpretada, permitirá la rememoración.

Ahora bien, el complejo de Edipo guiará significativamente la relación

terapéutica. La transferencia en su concepción de repetición de acontecimientos, llevará a

que el paciente sustituye una persona del pasado por el analista, la cual puede ser su

madre o su padre reviviendo así las situaciones edípicas, siendo este proceso

trascendental en la compresión del desarrollo de los conflictos del consultante, esta

repetición dependerá tanto del sexo del paciente como del analista. Por ejemplo, en el

caso de una paciente que fue abusada por su padre, si su terapeuta es un hombre, ella

posiblemente evidenciará angustia hacia éste (Garriga, C, 1990), puesto que en la

constelación edípica, una vivencia paso del ámbito psíquico al real, repercutiendo en una

posible aversión hacia una figura paterna.

Una repercusión de la fase edípica es por ejemplo el hecho de que el primer amor

sexualizado del adolescente recaiga en una mujer ya madura, o en el caso de la mujer, en

un hombre entrado en años y revestido de autoridad, es decir, personas que presentan

para el sujeto alguna característica similar con la madre o el padre. Debido a que en el

desarrollo psicosexual del adolescente sus primeros objetos remitirán a lo edípico y por lo

tanto, se irá desplazando lentamente de sus figuras de autoridad originales. (Carvajal,

1993). Esto mismo se puede dar en la relación terapéutica, si el terapeuta presenta una

característica similar con el padre o la madre del paciente, facilitando así el proceso

transferencial.
El Sexo del Terapeuta 46

DISCUSIÓN

Partiendo de la idea de que una relación terapéutica tiene como punto clave la

relación con el otro, es decir que se establece una relación bipersonal entre el analista y el

paciente, existen características personales que no pueden ser ignoradas, una de ellas y la

central en este trabajo es el sexo del terapeuta; puesto que innegablemente desde el

momento en que el paciente tiene contacto con él, lo apreciará como hombre o como

mujer. Este factor tendrá influencia en ciertos fenómenos que involucran el proceso

analítico, como lo es la transferencia y por ende la contratransferencia llegando a facilitar

o limitar el análisis.

A grandes rasgos podemos decir que, sea cual fuere la composición de la díada

analítica, podrán desarrollarse durante el tratamiento diferentes manifestaciones

vivenciales guiadas por el sexo tanto del paciente como del terapeuta, sin importar el

modelo teórico del cual partala intervención.

Si nos referimos a lo concerniente con los estereotipos de género, nos hallamos

frente a dos perspectivas teóricas que nos pueden dar luces frente a esto: la teoría del

aprendizaje social y la perspectiva antropológica. Tomando como punto de partida el

primer contacto del paciente con su terapeuta, el sujeto se hará una idea general de la

persona que tendrá al frente, basándose en la información que tenga a su alcance, el sexo

será en este punto un factor que entrará en juego y el paciente construirá dicha idea, de

acuerdo a aquellas características que culturalmente se han establecido como adecuadas o

no para cada sexo.

Retomando a Bandura (1986), el postulado acerca del aprendizaje social, es

bastante explicativo, en donde los niños son moldeados hacia ciertas conductas típicas

según el sexo, sus conductas masculinas o femeninas son premiadas o castigadas de

acuerdo a si concuerdan o no con los cánones socio- culturales según el sexo


El Sexo del Terapeuta 47

correspondiente. Esto dentro de la relación terapéutica, se evidencia en el contraste que se

puede generar en algunas circunstancias donde los consultantes, cuyos valores sociales y

esquemas culturales son distintos a los del terapeuta, dificultando la interacción analítica.

Todos estos aspectos son relevantes, ya que la conducta de género, varía entre culturas y

posee patrones específicos de comportamiento que influirán en la relación terapéutica.

Por otra parte, la antropología plantea que el hombre en su evolución socio-

cultural, ha establecido y reafirmado ciertas conductas como típicas para cada sexo,

conductas que en muchos casos son moldeadas tanto por el ambiente físico, como por el

ambiente social. Siguiendo esta idea, debemos tener en cuenta aquellos casos en donde

un paciente ha tenido una serie de vivencias culturales distintas a las vividas por el

terapeuta, o en otras palabras, su origen socio- cultural es distante, un ejemplo de ello

puede ser un individuo que provenga de una sociedad matriarcal, donde los preceptos

sociales difieran a los de un terapeuta occidental y por lo tanto, las manifestaciones

edipicas posea particularidades distintas.

Desde un modelo conductual, los planteamientos sobre generalización de

estímulos, en donde el aprendizaje establecido en el pasado con figuras significativas

influirá en la presente relación con el terapeuta, se asemeja en gran medida por lo

planteado por Freud frente a la teoría de la transferencia, puesto que el paciente revestirá

al terapeuta por una figura relevante de su pasado, debido a la relación establecida

anteriormente, ya fuera en la fase edípica o preedipica.

Ahora bien, profundizando en la teoría psicoanalítica cabe la pena referirse a los

dos tipos de comprensión de la situación transferencial a los que Strachey se refirió como

obstáculo y como agente de cura (Tomado de Etchegoyen, 1986). Respecto al primer

caso, el sexo del analista tiene relevancia secundaria, ya que lo importante es la presencia

de un sujeto (terapeuta) que haga posible el desvío del foco de interés y de esta manera
El Sexo del Terapeuta 48

evitar que la cadena asociativa continúe en una dirección que el paciente siente como

potencialmente peligrosa.

En el segundo caso, teniendo en cuenta que la transferencia se presenta como

una repetición de acontecimientos en donde el paciente reviste al analista según las

vivencias con personas relevantes del pasado, se brinda la oportunidad de observar o

vivenciar directamente cómo fueron dichas vivencias pre-edípicas y edípicas, y así

comprender el desarrollo de los conflictos. En el caso de transferencias de carácter

preedípico, se podrá manifestar en consulta la situación en donde pacientes tratados por

analistas mujeres, no evidencias progreso alguno en el análisis, pudiendo ser en este

caso el sexo del analista un factor limitante. Mientras que en un analista hombre podría

favorecerlo, o de igual manera en casos donde el paciente busca en el terapeuta tanto un

sostén emocional como crear un vínculo de dependencia con éste.

Si se revive en la transferencia situaciones edípicas, esta repetición dependerá

tanto del sexo del paciente como del analista, llevando a que el paciente sustituye una

persona del pasado por el analista, la cual puede ser su madre o su padre, facilitando la

compresión del desarrollo de los conflictos del consultante. Podemos pensar en

pacientes que presenten conflictos con el padre en donde la presencia de un terapeuta

hombre podría revivir en él una serie de vivencias como por ejemplo la angustia, pero

estas manifestaciones transferenciales serán útiles en el análisis a fin de ser interpretadas

y por ende tratadas; mientras que si se encuentra con una terapeuta, el paciente no

afrontaría o no saldrían a la luz del tratamiento transferencia edipicas conflictivas para

el paciente.

Según lo evidenciado en la experiencia clínica, las mujeres analistas posibilitan

un mayor acceso a las transferencias de carácter pre-edípico, si tenemos en cuenta que


El Sexo del Terapeuta 49

esta etapa se centra en la relación con la madre y los cuidados que ella provee a su hijo.

Se puede pensar que un paciente (ya sea hombre o mujer) acuda a una terapeuta buscando

dichos cuidados maternales, no obstante, en los hombres es más común una transferencia

de carácter sexual, dado que durante la fase edípica se establece con la madre una

relación sexualizada, y el padre adquiere relevancia en la medida que se le atribuye la

autoridad. Aunque es importante resaltar el hecho de que este tipo de transferencias

dependerá del perfil de personalidad propio del paciente.

Sin embargo, la transferencia sexual se ha evidenciado tanto en las díadas

analíticas compuestas por terapeuta hombre o por terapeuta mujer, la diferencia se

encuentra en que la transferencia sexual cuando el terapeuta es mujer se presenta al inicio

del tratamiento, mientras que la transferencia de la figura paterna aparece más tarde.

Sólo en pacientes con regresiones muy graves, es decir, sujetos con trastornos

primarios o una grave alteración de su contacto con la realidad, se puede ver la aparición

de la transferencia materna y paterna con total independencia del sexo del analista, puesto

que no poseen la capacidad de distinguir el sexo real del terapeuta. Esto también se puede

evidenciar en pacientes con lesiones neurológicas graves o que presenten déficit

cognitivo, lo cual lo llevará a que no perciba el sexo del terapeuta, por lo que este factor

pasará a un segundo plano.

En cuanto al proceso contratransferencial, como lo plantea Racker (1977), la

influencia del sexo real del analista puede llegar a ¨filtrarse¨ y actuar indirectamente en

los movimientos identificatorios complementarios o concordantes. Por ejemplo, cuando

se trata de la comprensión de aspectos de la sexualidad del paciente del sexo opuesto, la

identificación concordante llevará al analista a identificarse con el deseo del paciente por

un objeto de su propio sexo y a conectarse por lo tanto con ciertos componentes propios

de orden homosexual, es decir, la bisexualidad innata a la naturaleza psíquica humana le


El Sexo del Terapeuta 50

permite a un terapeuta comprender sentimientos y emociones de consultantes del sexo

contrario.

En el caso de la identificación complementaria el analista se identificará ya no con

el deseo del paciente sino con el objeto deseado por éste, poniéndose entonces en juego

sus propios aspectos heterosexuales. A partir de ambos movimientos identificatorios

surgirán reacciones contratransferenciales, por lo que se convierte relevante la posibilidad

de discriminar qué es lo propio y qué es lo que proviene del paciente.

De lo anterior se puede resumir que las características sexuales se organizan entre

aquellos atributos personales del analista que pueden llegar a tener un peso importante

durante el desarrollo del proceso analítico. El sexo del terapeuta será un factor que

influirá de manera notable en el desarrollo del proceso analítico y que según el caso y el

tipo de conflictos presentes en el paciente, se podrá manipular, en otras palabras, el sexo

del terapeuta se usará como instrumento terapéutico para apoyar la resolución de

conflictos del paciente ya sean de carácter preedípico o edípico, dado que en algunos

casos, el hecho de que un terapeuta sea hombre o mujer ayudará a solapar conflictos que

el consultante tenga ya sea con su padre, su madre o figuras masculinas o femeninas.


El Sexo del Terapeuta 51

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