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Ciudades sin ciudadanos

Domingo 30 de Enero de 2011 00:00

Por HERNANDO GÓMEZ BUENDÍA


La mayoría de los colombianos ya vivimos en grandes ciudades. Pero entendámonos: vivir en
ciudades no es lo mismo que ser ciudadanos.

La ciudad, como hecho físico, es apenas una multitud en un campamento. La ciudad, como
hecho social, es un modo de vivir. Un modo donde lo privado se refugia en el interior de cada
vivienda, pero donde la mayor parte de la vida -es decir, el trabajo, la educación, el transporte,
la cultura y la recreación- transcurren en espacios públicos y bajo reglas que son- o deberían
ser- de carácter público.
Y de aquí nace el malestar hondo de nuestras grandes ciudades: son, sí, el hecho físico -la
urbe- pero no son, o apenas son, el hecho social -la polis-. Tienen la infraestructura necesaria
para dar asiento y sustento a millares de familias, pero la vida colectiva no se rige por una
racionalidad colectiva, sino por el entrecruce aleatorio de racionalidades privadas o
semipúblicas.
En efecto, los grandes protagonistas de la vida urbana colombiana actúan según cuatro lógicas
particulares:
1. Los urbanizadores y comerciantes formales tienen, por supuesto, la racionalidad del lucro,
que supone apropiarse el máximo de beneficios y evitar el máximo de costos asociados con la
producción y conservación de los bienes públicos urbanos. Más aún, cuando la estrechez o el
colapso de lo colectivo en la ciudad llega a un nivel crítico, la lógica del sector privado
desemboca en franca usurpación de lo público: ciudadelas cerradas, policía particular y hasta
justicia privada.
2. El gigantesco 'sector informal' no es en realidad otra cosa que la invasión masiva de lo
público ante el empujón de la pobreza. Hacer barrios piratas no es más que ahorrarse el costo
de los servicios públicos domiciliarios. Hacer vivienda informal es economizarse la cesión de
terrenos y demás reglamentos que protegen el espacio público. Hacer trabajo informal es
ocupar las calles, que son espacios públicos, o es evadir los impuestos, que son bienes
públicos. Hacer transporte informal es invadir rutas públicas... Precisamente, de aquí surge la
ambigüedad irresoluble de todas las 'políticas' urbanas para regular o siquiera convivir con el
hecho apabullante de la informalidad: el sector informal es ilegal, por el hecho simplísimo de
que la ley se inventó para defender lo público.
3. La racionalidad electoral de los políticos desemboca en la apropiación privada de la vida
pública. Puesto que los partidos en realidad no toman partido en los grandes conflictos de la
ciudad, el poder no se concibe como instrumento de cambio social, sino más bien como
prebenda para los activistas de cada concejal. De modo que los empleos públicos tienden a ser
privatizados por prácticas clientelistas; los servicios públicos, por prácticas patrimonialistas; y
las reglamentaciones públicas, por prácticas mercantilistas.
Este tener ciudades físicas sin tener polis explica por qué nuestra política urbana de hecho ha
girado en torno de lo físico -red vial, servicios domiciliarios, vivienda social, transporte- pero no
se ocupa sino retórica, marginal e ineficazmente de los grandes temas políticos -o de la polis-
comenzando por los problemas de la tierra, el trabajo, la calidad del medio ambiente y la urbe
como proyecto colectivo. Explica por qué la planeación -que es pensar el futuro en función

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pública- es tan débil en la práctica, y por qué las empresas de servicios se reducen a confirmar
hechos creados por la demanda política en los sectores informales y por la demanda
económica en los sectores formales.
En fin, la precariedad de la polis explica por qué el celebrado 'milagro bogotano' 'la afirmación
de lo público bajo Mockus, Peñalosa y Garzón', está siendo borrado por el amiguismo y el
clientelismo del alcalde Moreno. Y explica también por qué, en sus propias escalas y en sus
tiempos, esos 'milagros' se producen pero no duran mucho en Medellín o en Neiva, en Pasto o
en Manizales, en Barranquilla o en Cali.
Y es porque no necesitamos más leyes, ni más planes ni más calles ni más demagogos:
necesitamos más ciudadanos.

BOGOTÁ, COLPRENSA

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